Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 09

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CAPÍTULO CX.

En estos tiempos el Almirante ya habia mandado hacer dos fortalezas,
una que llamó la Magdalena, como dijimos en el cap. 100, en la
provincia del Macorix, que llamábamos el Macorix de abajo, dentro de
la Vega Real, que creo que fué asentada en un lugar y tierra de un
señor que se llamaba Guanaoconel, tres ó cuatro leguas, ó poco más, de
donde está agora asentada la villa de Santiago, en la cual puso por
Alcaide á aquel hidalgo, que arriba en el cap. 82 dijimos, Luis de
Artiaga. Nombrábamos el Macorix de abajo, á diferencia de otro Macorix
de arriba, que era la gente de que estaba poblada la cordillera de las
sierras que cercaban la Vega por la parte del Norte, y vertian las
aguas en la misma provincia del Macorix de abajo; decíase Macorix en
la lengua de los indios mas universal de esta isla, cuasi como lengua
extraña y bárbara, porque la universal era mas pulida y regular ó
clara, segun que dijimos en la descripcion desta isla, puesta arriba
en los capítulos 90 y 91. Hizo otra, cerca de donde fué puesta despues
la villa de Santiago, en la ribera ó cerca del rio Yaquí; otra hizo
que llamó Sancta Catherina, fué Alcaide della un Fernando Navarro,
natural de Logroño; esta no sé donde la edificó, por inadvertencia de
en aquellos tiempos no preguntarlo. Otra hizo que llamó Esperanza,
creo que la puso en la ribera del rio Yaquí, á la parte de Cibao. La
otra fortaleza se edificó en la provincia y reino de Guarionex, 15
leguas, ó algunas más, en la misma Vega, más al Oriente de la otra,
donde se pobló despues la ciudad que se dijo y dice de la Concepcion,
que ya está cuasi del todo despoblada, que tomó nombre de la misma
fortaleza, á la cual el Almirante puso nombre la Concepcion; en esta
puso por Alcaide á un hidalgo que se llamó Juan de Ayala, despues la
tuvo un Miguel Ballester, catalan, natural de Tarragona, viejo y muy
venerable persona. Por manera, que hobo en esta isla tres fortalezas,
despues que el Almirante vino el segundo viaje á poblar con gente
española, y si añidimos la que dejó hecha en el Puerto de la Navidad,
donde quedaron los 39 cristianos, fueron cuatro; pero desta no es de
hacer mencion, pues tan poco duró y ménos aprovechó, por culpa de los
que en ella quedaron. La mejor de todas ellas fué la de la Isabela,
porque fué de piedra ó cantería, de la cual, siendo yo Prior en Sancto
Domingo de la villa de Puerto de Plata, hice traer una piedra grande,
la cual hice poner por primera piedra del Monesterio que allí yo
comencé á edificar, por memoria de aquella antigüedad. Está la dicha
piedra en la esquina oriental del cuarto de abajo, que fué el primero
que comencé á edificar más propincuo á la porteria y á la iglesia.
Despues de aquella fortaleza de la Isabela fué la mejor la de la
Concepcion de la Vega, que era de tapias y con sus almenas y buena
hechura, la cual duró muchos años, hasta el año de 1512, si bien me
acuerdo; todas las demas, muchos años ántes habia que se cayeron, y no
hobo memoria dellas, como se fueron consumiendo los indios, con las
crueles guerras, contra quien se procuraron hacer; la menor y ménos
fuerte de las cuales, como no fuese de madera, sino de tierra, era más
inespugnable para los indios que Salsas para franceses. Despues mandó
hacer otra en la provincia del Bonao, que dista de la Concepcion ocho
ó diez leguas, camino de Sancto Domingo, en la ribera del rio, que se
llama en lengua de los indios desta isla, Yuna, pegada á la sierra que
recibe el sol luego en naciendo á la mañana; por manera, que tuvo el
Almirante, ántes que tornase á Castilla, hechas siete fortalezas en
esta isla. Desta postrera, que fué la quinta, no estoy cierto, que la
mandase hacer ántes ó despues de venido de Castilla el Almirante, y
ántes creo, que despues de partido él la hizo D. Bartolomé Colon, su
hermano. Como Guarionex y los otros señores se viesen tan fatigados
con la carga de los tributos del cascabel de oro, que el Almirante
á contribuir les forzaba, tenian todas las maneras que podian para
excusarse, afirmando que sus gentes no tenian industria de cogerlo,
sino lo que hallaban á caso ó buscándolo en las riberas de los arroyos
ó rios, como arriba se dijo, sobre la arena, y finalmente lo que podian
haber con poco trabajo. Avisaron al Almirante, que, hácia la parte
del Mediodia ó del Sur, habia minas de mucho oro, que enviase allá de
sus cristianos para buscallo. Deliberó el Almirante de hacerlo así,
y díjose que habia enviado á Francisco de Garay y á Miguel Diaz, con
cierto número de gente, para lo cual les dieron guías que los llevasen;
partieron de la Isabela y vinieron á la fortaleza de la Magdalena, y de
allí á la de la Concepcion, todo por la Vega Real, llano como la palma
de la mano. De allí llegaron al puerto grande, de sierra muy hermosa,
por la misma vega, que está tres leguas, buenas, de la dicha fortaleza
de la Concepcion, la vega abajo por el pié de la sierra; subidos arriba
del puerto, vieron de allí gran pedazo, y más se parecen de 30 leguas
della, cosa dignísima para della sacar materia de dar muchas gracias
á Dios, como arriba se dijo, hablando della. Dura el puerto hasta
tornarlo á buscar á la parte de la provincia del Bonao, dos leguas, no
grandes. Asomaron luego á otra vega, bien de 10 ó 12 leguas de largo y
ancho, que, como arriba en la descripcion destas islas dijimos, que se
llamaba en lengua de indios el señor della Bonao, y de aquí llamamos
los españoles el pueblo que allí se hizo la villa del Bonao. En todos
los pueblos que topaban de indios, les hacian muy buen acogimiento,
dándoles de comer y haciéndoles todo el servicio, aunque los tenian por
hombres infernales. Del Bonao, las guías los llevaron hasta otras 12
leguas, las tres ó cuatro por tierra harto lodosa y áspera de cuestas
y muchos rios y arroyos, que despues llamamos las lomas del Bonao;
llegaron á un rio caudal que se llamaba y hoy le nombramos Hayna,
gracioso y fertilísimo rio, en el cual les dijeron que habia mucho oro,
ó por aquella comarca, y así fué, porque cavando en muchos lugares
de los arroyos que entraban en el rio grande de Hayna, hallaron muy
gran muestra de oro, de manera que juzgaron que un hombre trabajador,
podia coger tres pesos de oro, y más adelante. Estas minas llamó el
Almirante las minas de Sant Cristóbal, por una fortaleza que allí
mandó hacer á su hermano, cuando se partió para Castilla, so este
nombre, despues se llamaron las minas viejas, y hoy se llaman ansí,
por respecto de otras que despues se descubrieron á la otra parte del
rio Hayna, frontero destas, que se nombraron las minas nuevas; las
viejas estaban al Poniente del rio, y las nuevas á la parte oriental.
Estaba de allí la costa de la mar, y el rio, en cuya boca despues se
edificó la ciudad, que hoy permanece, de Sancto Domingo, no más de
ocho leguas. Anduvieron en este camino, desde la Isabela hasta las
dichas minas viejas y primeras, como se dijo, 45 leguas. Finalmente,
trujeron gran muestra de oro y granos algunos grandes, de los cuales
despues, muchos y grandes, por la mayor parte, en estas y en las minas
nuevas (como abajo parecerá), se hallaron, lo que no acaeció en las de
Cibao, donde todo el oro que se halló allí, por la mayor parte, no fué
sino como sal, menudo, puesto que hobo tambien algunos, buenos granos.
Algunos granos grandes se hallaron, los tiempos andando, adelante de la
tierra que propiamente se llamó Cibao, al cabo de las sierras mismas y
cordillera que es continua de Cibao, que va á parar á la parte de la
isla del Norte ó septentrional, mayormente en la provincia de Guahava,
como, placiendo á Dios, abajo tambien se dirá.


CAPÍTULO CXI.

Acabadas las dos carabelas que habia mandado hacer el Almirante, y
guarnecidas de bastimentos y agua, y de las otras cosas, segun que
se pudo aparejar, necesarias, ordenadas las que convenian á la isla,
encomendadas las fortalezas á las personas que le pareció ser para
ellas, constiyó por Gobernador y Capitan general desta isla, en su
lugar, con plenísimo poder, á D. Bartolomé Colon, su hermano, y
desques dél á D. Diego Colon, su segundo hermano, rogando y mandando
á todos que los obedeciesen, y á él, que, con su prudencia, con todo
el contentamiento que se sufriese de la gente, á todos agradase y
gobernase, y bien tratase; dejó por Alcalde mayor de la Isabela y de
toda la isla, para el ejercicio de la justicia, á un escudero, criado
suyo, bien entendido aunque no letrado, natural de la Torre de don
Ximeno, que es cabe Jaen, que se llamó Francisco Roldan, porque le
pareció que lo haria segun convenia, y lo habia hecho siendo Alcalde
ordinario, y en otros cargos que le habia encomendado. Y porque los
Reyes habian mandado que el Almirante dejase ir á Castilla los más
enfermos y necesitados que en la isla estaban, y otros cuyos parientes
y deudos y sus mujeres se habian á los Reyes quejado que no les daba
licencia el Almirante para irse á sus tierras y casas, y otros por
otros por ella suplicádoles, allegáronse hasta doscientos veinte y
tantos hombres que en ambas carabelas se embarcaron; sobre muchos
dellos, quién irian ó quién quedarian, teniendo iguales necesidades, y
otros, que se encomendaban á Juan Aguado, Juan Aguado creia que, por
la creencia Real que trujo, debia el Almirante conceder que fuesen los
que nombraba ó queria, otras veces parecia que lo rogaba, aunque no con
mucha humildad, para con el Almirante, otras, que con que irian ante
los Reyes, lo amenazaba. Finalmente, tuvieron hartos enojos y barajas,
pero al cabo no se hacia ni podia hacer más que lo que el Almirante
mandaba, lo que no acaeciera, si Juan Aguado de los Reyes trajera,
para ello, ni para otras cosas, en lo público, alguna autoridad. Al
cabo de todos estos contrastes, se hobo de embarcar el Almirante en
una destas dos carabelas, la principal, y Juan Aguado en la otra,
repartidos los doscientos y veinte y tantos hombres, y más 30 indios,
segun la órden que el Almirante dió, en ambas. Salió del puerto de la
Isabela, jueves, á 10 dias de Marzo del año de 1496 años, y porque
tenia noticia ya del puerto de Plata, que estaba siete ú ocho leguas
de la Isabela, desde el primer viaje, quiso irlo á ver, y que fuese
con él el Adelantado, y mandóle salir en tierra con 10 hombres para
ver si habia agua, con intincion de hacer allí una poblacion. Hallaron
dos arroyos de muy buen agua, pero el Adelantado, dijeron, que negó
haber agua, porque no se impidiese la poblacion de Sancto Domingo;
salióse para tornarse por tierra á la Isabela el Adelantado, y fuése
su camino el Almirante. Subió hácia el Oriente con gran dificultad
por los vientos contrarios Levantes y corrientes, que le desayudaban,
hasta el Cabo de la isla, que creo es el que hoy llamamos el cabo del
Engaño; y, mártes, 22 de Marzo, perdió de vista el dicho Cabo y tierra
desta isla, y por tomar algun caçabí y bastimento de comida, porque
no sacó tanta cuanta hobiera menester de la Isabela, quiso volver
hácia el Sur por tomar las islas de por allí, é á 9 de Abril, sábado,
surgió en la isla de Marigalante. De allí, otro dia, domingo, fué á
parar y surgir á la isla de Guadalupe; envió las barcas en tierra bien
armadas, y, ántes que llegasen, salieron del monte muchas mujeres con
sus arcos y flechas para defender que no desembarcasen, y porque hacia
mucha mar no quisieron llegar á tierra, sino enviaron dos indios de
los que llevaban desta Española, que fuesen á nado, los cuales dijeron
á las mujeres, que no querian sino cosas de comer, y no hacer mal á
nadie; respondieron las mujeres que se fuesen á la otra parte de la
isla donde estaban sus maridos en sus labranzas, y que allá hallarian
recaudo. Yendo los navíos junto con la playa, salieron infinitos indios
dando alaridos y echando millares de flechas á los navíos, aunque no
alcanzaban; fueron las barcas á tierra, los indios resistieron con
sus armas, tiráronles de los navíos ciertas lombardas, que derrocaron
algunos; huyen todos á los montes viendo el daño, desamparadas sus
casas. Entran los cristianos destruyendo y asolando cuanto hallaban,
sino era lo que á ellos les habia de aprovechar; hallaron papagayos de
los grandes, colorados, que arriba dijimos llamarse guacamayos, que son
como gallos, aunque no tienen las piernas grandes, y dice el Almirante
que hallaron miel y cera. Esta no creo que fuese de la misma isla,
porque nunca, que yo sepa, se halló miel ni cera que en isla, sino en
tierra firme, se criase; hallaron aparejo para hacer caçabí y cerca las
labranzas. Dánse todos prisa, los indios que llevaba desta isla y los
cristianos, á hacer pan; entretanto envió el Almirante 40 hombres que
entrasen en la tierra á especularla, y tornaron otro dia con 10 mujeres
y tres muchachos; la una era la señora del pueblo, y, por ventura,
de toda la isla, que cuando la tomó un canario que el Almirante allí
llevaba, corria tanto, que no parecia sino un gamo, la cual, viendo
que la alcanzaba, vuelve á él como un perro rabiando y abrázalo y dá
con él en el suelo, y, si no acudieran cristianos, lo ahogara. Creyó
el Almirante que estas mujeres debian tener las costumbres que se
cuentan de las Amazonas, por cosas que dice que allí vido y supo, las
indias preguntadas; estuvo en esta isla de Guadalupe nueve dias, en
los cuales hicieron mucho pan caçabí, é proveyéronse de agua y leña, y
por dejar no tan agraviados los vecinos de la isla, porque, diz que,
aquella isla estaba en el paso, envió las mujeres á tierra, con algunas
cosillas de Castilla, de dádivas, sino sola la señora y una hija suya
que, dijo el Almirante, habia quedado de su voluntad; esta voluntad
sabe Dios que tal sería y qué consolados y satisfechos quedarian los
vecinos, llevándoles sus enemigos á su señora. Finalmente, hizo vela el
Almirante, de aquella isla, miércoles, á 20 dias de Abril, é comienza
á seguir su camino, segun le daban lugar los vientos contrarios; fué
mucho camino por 22°, más y ménos, segun el viento lugar le daba,
no cognosciendo aún la cualidad del aquel viaje, porque como cuasi
siempre todo el año corran por estas mares vientos brisas, y boreales
y levantes, para huir dellos conviene meterse los navíos en 30° y
más, donde se hallan los tiempos frescos y fríos, y así navegan por
su propio camino hasta dar en las islas de los Azores las naos: esta
navegacion no pudo fácilmente y luego en aquellos tiempos alcanzarse,
la cual solamente la experiencia ha mostrado, así que, por esta falta
hízosele más largo al Almirante su viaje, y, como iban mucha gente,
padecieron última necesidad, de hambre, de manera que pensaron perecer.
Vieron la isla de Santiago, una de los Azores, no la debian de poder
tomar, segun creo; finalmente, plugo á Dios de darles la tierra,
habiendo habido diferentes pareceres de los pilotos, donde estaban,
el Almirante afirmando que se hallaba cerca del cabo de Sant Vicente,
y así fué como él lo certificaba. Llegó y surgió en la bahía de Cáliz
á 11 de Junio, por manera que tardó en el viaje tres meses menos un
dia; halló en Cáliz tres navíos, ó dos carabelas y una nao, para
partir, cargados de bastimentos, trigo, vino, tocinos y carne salada,
habas y garbanzos, y otros cosas que los Reyes habian mandado cargar y
enviar para mantenimiento de la gente que en esta isla estaba. Vistas
las cartas y despachos que los Reyes enviaban al Almirante, proveyó
y escribió largo todo lo que convenia hacer allá, á D. Bartolomé
Colon, su hermano, con un Peralonso Niño, Maestre y Capitan de las
dos carabelas y nao; y, dados los despachos, partiéronse cuatro dias
despues quel Almirante á Cáliz habia llegado.


CAPÍTULO CXII.

El Almirante, con la mayor presteza que pudo, se partió de Cáliz
para Sevilla, y de Sevilla para Búrgos, donde la corte estaba, ó los
Consejos; el Rey estaba en Perpiñan en la guerra con Francia, porque
el rey de Francia pasaba otra vez á Italia; la Reina era en Laredo
ó en Vizcaya, despachando á la infanta Doña Juana para Flandes, que
iba por archiduquesa de Austria, á casar con el archiduque D. Felipe,
hijo del emperador Maximiliano, los cuales, despues fueron príncipes y
reyes de Castilla, y engendraron al emperador y rey D. Cárlos, nuestro
señor, con los demas señores Rey é Reinas, sus hermanos. La flota
en que fué aquella señora Infanta y Archiduquesa, y despues Reina,
nuestra señora, Doña Juana, era de 120 naos. Desde algunos dias que el
Almirante llegó, los Reyes se volvieron á Búrgos á esperar á madama
Margarita, hermana del susodicho señor Archiduque, para casar con el
príncipe D. Juan. El Almirante besó las manos á Sus Altezas, con la
venida del cual en grande manera se holgaron, porque mucho lo deseaban
por saber las cosas desta isla y tierras, en particular de su misma
persona, porque no lo habian sabido sino por sus cartas. Hiciéronle
mucha honra, mostrándole mucha alegría y gran clemencia y benignidad.
Dióles cuenta muy particular del estado en que estaba esta isla, del
descubrimiento de Cuba y Jamáica, y de las otras muchas islas que
descubiertas dejaba, y de lo que en aquel viaje habia pasado, y de la
dispusicion dellas, y lo que de cada una sentia y esperaba; dió tambien
á Sus Altezas noticia de las minas del oro y de las partes donde las
habia hallado. Hízoles un buen presente de oro, por fundir, como de las
minas se habia cogido, dello menudo, dello en granos como garbanzos,
y dello mayores los granos, segun se dijo, que habas, y algunos,
como nueces; presentóles muchas guayças ó carátulas de las que arriba
dijimos en el cap. 60, con sus ojos y orejas de oro, y muchos papagayos
y otras cosas de los indios, todo lo cual con mucha alegría los Reyes
recibieron, y daban á Nuestro Señor, por todo, muchas gracias, y al
Almirante, tenérselo todo en servicio, y en señalado servicio, en
palabras y honrarle se lo mostraban. De cada cosa de las dichas,
muchas particularidades y dudas le preguntaban, y á todas el Almirante
les respondia, y con sus respuestas les satisfacia y contentaba. De
las informaciones que Juan Aguado trujo y hizo á los Reyes contra el
Almirante, muy poco se airaron, y así no hay qué más contar ni gastar
tiempo de Juan Aguado. Propuso á Sus Altezas la intencion que tenia
de servirlos mucho más de lo servido, yendo á descubrir otra vez,
afirmando que, segun esperaba en Dios, les habia de dar descubierta,
sin islas, grande tierra, que fuese otra, quizá, tierra firme (aunque
ya tenia creido que la habia descubierto, teniendo á Cuba por tierra
firme), lo cual les certificó que seria tan verdad como lo que les
afirmó ántes que comenzase el primer viaje. Mandaron los Reyes que
diese sus memoriales de todo lo que habia menester, así para su
descubrimiento, como para las provisiones de la gente que en esta
isla estaba, y la que de nuevo decia que convenia traer. Pidió ocho
navíos; los dos, que viniesen luego cargados de bastimentos derechos
á esta isla, con el ansia que tenia de que la gente de los cristianos
estuviesen acá proveidos y contentos, para que la contratacion y
prosperidad del negocio destas Indias creciese, y en fama y obra se
prosperase, y los seis, tambien llenos de bastimentos, con la gente que
habia de traer, él los trujese, y en el viaje que entendia de camino
hacer, descubriendo, le acompañasen. Acordaron los Reyes, con parecer
del Almirante, que estuviesen siempre en esta isla á sueldo y costa
de Sus Altezas, por su voluntad empero, 330 personas desta calidad y
oficios, y forma siguiente: 40 escuderos, 100 peones de guerra é de
trabajo, 30 marineros, 30 grumetes, 20 artífices, ó que supiesen labrar
de oro, 50 labradores del campo, 10 hortolanos, 20 oficiales de todos
oficios y 30 mujeres. Á estos se mandó dar 600 maravedís de sueldo
cada mes, y una hanega de trigo cada mes, y para lo demas 12 maravedís
para comer cada dia; y, porque mejor se pudiesen gozar, mandaron que
se buscasen alguna persona ó personas que se obligasen á traer y tener
mantenimientos en esta isla, para que pudiesen la gente dellos, los que
hobiesen menester comprar. Habíaseles de prestar á las tales personas
ó mercaderes algunos dineros del Rey, segun pareciese al Almirante,
para emplear en los dichos bastimentos, dando fianzas que traerian los
dichos mantenimientos á esta isla, pero al riesgo de los Reyes, cuanto
al riesgo de la mar, y despues de hechos dineros, habian de volver
al Tesorero de los Reyes lo que se les habia prestado. Poníaseles
tasa en los precios de las cosas que habian de vender; el vino á 15
maravedís el azumbre, la libra de tocino é carne salada á 8 maravedís,
é los otros mantenimientos y legumbres á los precios que al Almirante
pareciese, ó á su Teniente, por manera que ellos hobiesen alguna
ganancia y no perdiesen, y la gente no recibiese agravio comprando
lo que hobiesen menester muy caro. Mandaron asimismo los Reyes, que
viniesen religiosos é clérigos, buenas personas, para que administrasen
los Sanctos Sacramentos á los cristianos que acá estuviesen, y para
que procurasen convertir á nuestra sancta fe católica á los indios
naturales destas Indias, é que trajese el Almirante, para ello, los
aparejos é cosas que se requerian para el servicio del culto divino.
Mandaron tambien traer un físico, é un boticario, é un herbolario, y
tambien algunos instrumentos músicos, para que se alegrasen y pasasen
tiempo la gente que acá habia de estar. Mandaron que en la Isabela y
en la poblacion que despues se edificase, se hiciese alguna labranza y
crianza para que mejor se mantuviese la gente que aquí estuviese, para
lo cual, se habian de prestar á los labradores 50 hanegas de trigo para
que lo sembrasen, y, á la cosecha, lo volviesen y pagasen el diezmo
á Dios, y de lo demas se aprovechasen, vendiéndolo á los vecinos y
gente que allá estuviese al precio razonable; para esto le mandaron
librar en las tercias del Arzobispado de Sevilla 600 cahices de trigo.
Mandaron tambien traer 50 cahices de harina, y 1.000 quintales de
bizcocho para que comiese la gente, entretanto que se hacian molinos y
atahonas para moler el trigo que traia, y el que se esperaba que daria
la tierra; lo mismo se le mandó que, sobre las vacas y yeguas que habia
en esta isla, trajese para cumplimiento de 20 yuntas de vacas y yeguas
y asnos, para poder labrar los labradores la tierra. Dieron comision
los Reyes al Almirante, para que, si le pareciese que convenia traer
más gente de los 330 hombres, pudiese subir el número hasta 500, con
tanto que á los demas de 330, se les pagase el sueldo y mantenimiento
de cualesquier mercaderías é otras cosas de valor que hobiese en estas
tierras, sin que los Reyes mandasen proveer y pagarles de otra parte
alguna. Hicieron merced á todos los que quisiesen venir á estar y morar
en esta isla, sin llevar sueldo alguno de sus Altezas, con tanto que
no pasasen acá sin su licencia ó del que tuviese cargo de darla, que,
de todo el oro que cogiesen y sacasen de las minas, con que no fuese
de rescate ó conmutacion con los indios, llevasen la tercia parte, y
con las dos acudiesen á los oficiales de sus Altezas. Bien parece por
esto el poco dinero que habia por aquellos tiempos en Castilla, y por
consiguiente, cuanto caso hacian los Reyes del oro destas Indias, lo
poco que hasta entónces habia parecido; poco digo por respecto de lo
que despues vimos. Hiciéronles tambien merced á los tales vecinos, que
de todas las otras cosas de provecho que hallasen, que no fuese oro, en
esta isla, diesen á los Reyes no más del diezmo. Estas cosas postreras
se concedieron el año de 95 en Madrid, á 10 dias de Abril; y porque
el Almirante consideraba que habia menester gente para su propósito
en esta isla, y que la española era mal contentadiza, y que no habia
mucho de perseverar la que acá estaba y la que agora traia, y por otra
parte, temia que los Reyes se hartasen ó estrechasen en los gastos que
con los sueldos hacian, pensó esta industria, para traer alguna parte
de gente sin sueldo, y que tuviesen por bien, por trabajos que se
les recreciesen, de vivir en esta isla: suplicó, pues; á los Reyes,
que tuviesen por bien, de que los malhechores que en estos reinos
hobiese, les perdonase sus delitos con tal condicion que viniesen á
servir algunos años en esta isla, en lo que el Almirante, de su parte,
les mandase. Proveyeron Sus Altezas dos provisiones sobre esto: la
primera, que porque de la poblacion de cristianos en estas tierras,
esperaban en Dios que saldria mucho fruto en la conversion destas
gentes, y dilatacion, y ensalzamiento de nuestra santa fe, y sus reinos
ensanchados, y para esto era más gente menester, sin la que daban
sueldo, que acá viniese, y por usar tambien de clemencia, que todas é
cualesquiera personas, hombres y mujeres, delincuentes, que hobiesen
cometido hasta el dia de la publicacion de sus cartas, cualquiera
crímen de muerte ó heridas, y otros cualesquiera delitos de cualquiera
natura ó calidad que fuesen, salvo de herejía, ó _lesæ majestatis_, ó
_perdulionis_, ó traicion, ó aleve, ó muerte segura, ó hecha con fuego
ó con saeta, ó de falsa moneda, ó de sodomía, ó de sacar moneda, ó
oro, ó plata, ó otras cosas vedadas fuera del reino, viniesen á servir
acá, en lo que el Almirante, de parte de los Reyes, les mandase, y
sirviesen á su costa en esta isla, los que mereciesen muerte, dos años,
y los que no, un año, les perdonaban cualesquiera delitos, y pasado el
dicho tiempo se pudiesen ir á Castilla libres. Destos cognoscí yo en
esta isla á algunos, y áun alguno desorejado, y siempre le cognoscí
harto hombre de bien. La otra provision fué, que mandaron los Reyes á
todas las justicias del Reino, que todos los delincuentes que por sus
delitos mereciesen ser desterrados á alguna isla ó á cavar metales,
segun las leyes, los desterrasen para esta isla de la misma manera, y,
lo mismo que los que no mereciese pena de muerte pero que mereciesen
ser desterrados para esta isla, los desterrasen por el tiempo que les
pareciese. Estas dos provisiones fueron despachadas en Medina del
Campo, á 22 de Junio de 1497. Concedieron tambien los Reyes á los que
se avecindasen en esta isla, de los que en ella estaban, y los que
viniesen á ella de Castilla para se avecindar, que el Almirante les
repartiese tierras, y montes, y aguas, para hacer casa, heredades,
huertas, viñas, algodonales, olivares, cañaverales para hacer azúcar
y otros árboles, molinos é ingenios para el dicho azúcar, y otros
edificios necesarios para sí propios, y que dellos, en cualquiera
manera, por venta ó donacion, ó trueque ó cambio, se aprovechasen,
con que estuviesen y morasen en esta isla con su casa poblada cuatro
años; con tanto, que las tales tierras, y montes, y aguas, no tengan
jurisdiccion alguna civil ni criminal, ni cosa acotada, ni término
redondo, más de aquello que tuvieren cercado de una tapia en alto, y
que todo lo otro descercado, cogidos los fructos y esquilmo dellos,
sea para pasto comun é valdío á todos. Reservaron para sí el oro y
plata, y brasil, é otro cualquiera metal que en las tales tierras se
hallase, ni que no hiciesen en ellas cargo ni descargo de oro y plata,
ni de brasil, ni de otras cosas que á los Reyes perteneciesen. Esta
provision fué hecha en Medina del Campo, mes é año susodicho. Para
estos despachos, mandaron librar los Reyes al Almirante seis cuentos,
los cuatro, para los bastimentos susodichos, y los dos para pagar la
gente; estos seis cuentos, con grandísima dificultad y con grandes
trabajos suyos y angustias, por las grandes necesidades de los Reyes,
de guerras y los casamientos de sus hijas las señoras Infantas, se le
libraron; pero porque despues para cobrarlos, tuvo mayores trabajos
y dificultades, como se dirá adelante, dejemos aquí su despacho, y
contemos lo que se hizo en esta isla despues que los tres navíos, que
halló en Cáliz el Almirante para partir á la Isabela, llegaron.


CAPÍTULO CXIII.

Tornando á lo que en esta isla sucedió, ido el Almirante y llegados
los tres navíos que halló de partida, decimos que llegaron al puerto
de la Isabela por principio de Julio, con los cuales, y con lo que
dentro traian, que todo era bastimentos, y con saber que habia llegado
el Almirante con salud á Castilla, la gente y D. Bartolomé Colon y
su hermano D. Diego recibieron regocijo inestimable é incomparable
alegría. No habia cosa en aquellos tiempos que á la gente que acá
estaba en tanto grado alegrase, aunque fuese abundancia de oro, como
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