Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 03

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merezca este nombre y otro más digno si en la tierra lo hobiese, y que
pudiese provocar las criaturas á nunca cesar de bendecir al Criador,
despues parecerá cuando habláremos della en la descripcion desta isla.
Descendieron luego la sierra abajo, que dura mucho más que la subida,
con grande regocijo y alegría, y atravesaron la felicísima vega, cinco
leguas que tiene de ancho por allí, pasando por muchas poblaciones,
que, como á venidos del cielo, los recibian hasta que llegaron al
rio grande y graciosísimo que los indios llamaban Yaquí, de tanta
agua y tan poderoso como Ebro, por Tortosa, ó como por Cantillana,
Guadalquivir; al cual llamó el Almirante el Rio de las Cañas, no se
acordando que en el primer viaje lo nombró el Rio del Oro, cuando
estuvo á su boca, que sale á _Monte-Christi_. A la ribera deste rio
durmieron aquella noche todos, muy alegres y placenteros, lavándose
y holgándose en él, y gozando de la vista y amenidad de tan felice y
graciosa tierra y deleitosos aires, mayormente por aquel tiempo, que
era Marzo, porque, aunque hay poca diferencia de un tiempo á otro
en todo el año, en esta isla, como en otros muchos lugares y por la
mayor parte destas Indias, pero aquellos meses desde Setiembre hasta
Mayo, es su vivienda como de Paraiso, segun que, placiendo á Dios, más
largo abajo será dicho. Cuando llegaban y pasaban por los pueblos, los
indios de la Isabela que consigo el Almirante llevaba, entraban en
las casas y tomaban todo lo que bien les parecia, con mucho placer de
los dueños, como si todo fuera de todos, y los de los pueblos adonde
entraban se iban á los cristianos, y les tomaban lo que les agradaba,
creyendo que tambien se debia de usar entre nosotros en Castilla; de
donde parece manifiesto, aunque despues se cognosció y experimentó más
claro en diez mil partes destas Indias, cuanta era la paz, y amor, y
liberalidad, y comunicacion benigna y fraternidad natural que, entre
estas gentes, viviendo sin cognoscimiento del verdadero Dios, habia, y
cuanto aparejo y dispusicion en ellos Dios habia puesto para imbuirlos
en todas las virtudes, mayormente con la católica y cristiana doctrina,
si los cristianos por fin principal lo tomáramos segun debiamos. Así
que, otro dia, jueves, 14 de Marzo, pasado el rio Yaquí, con canoas
y balsas, gente y fardaje, y los caballos por un vado hondo, aunque
no nadando, sino fuera que viniera avenido, legua y media de allí
llegaron á otro gran rio que llamó Rio del Oro, porque, diz que,
hallaron ciertos granos de oro, en él, á la pasada; este rio parece
ser, ó el que llamaban los indios Nicayagua, que está del rio Yaquí,
el grande de atras y entra en él, obra de legua y media, pero este no
es grande, salvo que debia de venir á la sazon, por ventura, avenido.
Con este rio Nicayagua, que por sí es pequeño arroyo, se juntan tres
otros arroyos; el uno Buenicún, que los cristianos, el tiempo andando,
llamaron Rio Seco, el otro Coateniquím, el tercero Cibú, las últimas
sílabas agudas; los cuales fueron riquísimos y del oro más fino, y
estos fueron la principal riqueza de Cibao. Ó por ventura, era otro
muy grande que en lengua de indios se nombraba Mao, que tambien mete
su agua en el grande Yaquí. Este rio es muy gracioso y deleitable, y
tuvo tambien muchas y ricas minas de oro; y más creo que fué Mao que no
Nicayagua, considerando el camino del Puerto de los Hidalgos, por donde
pudo á la Vega Real descender. Pasado, pues, este rio, segun cuenta
el Almirante, con mucha dificultad, porque, cierto, debia de venir
por las avenidas muy crecido, como algunas veces yo lo vide, allende
ser por sí grande, fué á dar á una gran poblacion; de la cual, gran
parte de la gente dió á huir, metiéndose en los más cercanos montes,
como sintió los cristianos, otra parte de la gente quedó en el pueblo
y se metian en sus casas de paja, y atravesaban con toda simplicidad
unas cañuelas á las puertas, como si pusieran algunos carretones con
culebrinas por las troneras de la muralla, haciendo cuenta, que, visto
aquel impedimento de las cañuelas atravesadas, habian de cognoscer
los cristianos que no era voluntad de los dueños que en sus casas
entrasen, y que luego se habian de comedir á no querer entrar. ¿Qué
mayor argumento de su inocencia y buena simplicidad? ¿qué más pudiera
usarse en aquella edad dorada de que tantas maravillas y felicidades
cantan los antiguos auctores, mayormente poetas? pero el Almirante,
mandando que nadie entrase en las casas, y asegurando, en cuanto podia,
los indios, iban perdiendo el temor y salian poco á poco á ver los
cristianos; y porque pasando el rio Yaquí primero, grande, luego están
sierras, debian guiar los indios que llevaba por el rio abajo, porque
es todo llano, entre el rio y la sierra, obra de una legua, y á veces
media, por llevar los cristianos por las poblaciones principales
y grandes. Partió de aquella poblacion y llegó á otro hermoso rio,
que era de tanta frescura, que le puso nombre Rio Verde; y tenia el
suelo y ribera de unas piedras lisas guijeñas, todas redondas ó cuasi
redondas, que lucian, y desta manera son cuasi los rios de Cibao; en
este descansó toda la gente aquella noche. Otro dia, sábado, 15 de
Marzo, entró por algunas poblaciones grandes, y la gente toda dellas,
sin la que se ausentaba, ponian tambien palos atravesados á las puertas
porque no entrase nadie, como en los pueblos pasados; llegaron aquella
noche al pié de un gran puerto que llamó Puerto de Cibao, porque desde
encima dél comienza la provincia de Cibao, por aquella parte, que es
cuasi lo postrero della, porque atras, sobre la mano izquiérda, hácia
el Mediodia, queda la mayor parte, y ellos iban la parte del rio Yaquí
abajo, que tiraba el camino hácia el Norte ó polo Ártico; hicieron allí
noche, porque ya la gente de pié iba fatigada. Estarian 11 leguas de la
descendida del puerto pasado que nombró, por la parte de la subida en
él, cuando salió de la Isabela, de los Hidalgos.


CAPÍTULO XCI.
En el cual se tracta como el Almirante subió á la provincia de Cibao, y
de la etimología della, segun la lengua de los indios; de su hermosura,
puesto que es aspérrima; los admirables y graciosísimos rios que tiene;
los pinos infinitos de que está adornada; de su sanidad, salubérrimas
aguas y aires, y alegría; del grandor della.—De los recibimientos y
servicios que los indios en los pueblos le hacian.—Como en un gracioso
rio y tierra halló minas de oro y de azul, y de cobre, y de ámbar, y
especería.—Edificó una fortaleza.—De unos nidos de aves que hallaron
en las cavas que hicieron, de que el Almirante se admiró, de lo cual
tomó ocasion el auctor de decir como pudieron estar sin podrirse,
y descubre muchos secretos de naturaleza.—Colige argumento de ser
antiguas en estas tierras estas gentes.

Antes que subiese aquel puerto envió á hacer el camino, como mejor
adobarse pudo, para que los caballos pasasen, y desde aquí despachó
ciertas bestias de carga para que tornasen á traer bastimentos de la
Isabela; porque, como la gente no podia comer áun de los bastimentos
de la tierra, gastábase mucho pan y vino, que era lo principal, y
dello era necesario socorrerlos. Domingo, pues, de mañana, 16 de
Marzo, subido el puerto, de donde tornaron á gozar de la graciosísima
vista de la vega, porque se parece desde aquel puerto mejor áun que
del primero, de cada banda sobre 40 leguas, entraron por la tierra de
Cibao, tierra aspérrima, de grandes y aspérrimas sierras, todas de
piedras grandes y chicas, cuan altas son; y bien la llamaron los indios
Cibao, de ciba, que es piedra, cuasi pedregal, ó tierra de muchas
piedras. Sobre la piedra hay nacida una corta hierba, que áun no cubre
las piedras, puesto que en unas partes la hay más que en otras crecida;
tiene toda aquella provincia infinitos rios y arroyos, en todos los
cuales se halla oro; hay en ella pocas arboledas frescas, ántes es
sequísima, comunmente, si no es en los bajos de los rios, salvo que
abunda de infinitos pinos, muy raros y esparcidos y altísimos, que no
llevan piñas, por tal órden por natura compuestos, como si fueran los
aceitunos del Ajarafe de Sevilla, es toda esta provincia sanísima, los
aires suavísimos, y las aguas, sin comparacion, delgadas y dulcísimas.
Dice aquí el Almirante, que sería tan grande como el reino de Portugal
esta provincia, pero yo, que la he andado y sé harto más y mejor que
él, digo que creo ser mayor que tanto y medio que aquel reino. En
cada arroyo que pasaban, hallaban granos de oro chiquitos, porque
comunmente todo el oro de Cibao es menudo, puesto que en algunas partes
y arroyos se han hallado granos crecidos, y uno se halló de 800 pesos
de oro, que son diez y seis libras; y porque, como arriba en el cap.
89 se dijo, habia enviado el Almirante á Alonso de Hojeda, pocos dias
habia, que viese aquella provincia, y la gente della estaba ya avisada
de la venida de los cristianos, y supieron que el Guamiquina de los
cristianos venia (Guamiquina, llamaban al señor grande), por esta
causa, por todos los pueblos que pasaban, salian á recibir al Almirante
y á sus cristianos con grande alegría, trayéndoles presentes de comida
y de lo que tenian, y, en especial, de oro en grano, que habian cogido
despues que tuvieron noticia que aquella era la causa de su venida.
Llegó desta hecha el Almirante hasta distar de la Isabela 18 leguas;
halló y descubrió por allí, segun él dice en una carta que escribió á
los Reyes, muchos mineros de oro, y uno de cobre, y otro de azul fino,
y otro de ámbar, y algunas maneras de especería; destas no sabemos que
haya otras sino la pimienta, que llamaban los indios desta isla axí.
El azul fué poco, y el ámbar tambien, el oro, cierto, ha sido mucho; y
como viese que cuanto más dentro de Cibao entraba, más áspera tierra
y dificilísima de andar, mayormente para los caballos, se le ofrecia,
porque no se pueden encarecer las sierras y altura, y aspereza dellas,
que Cibao tiene, deliberó de hacer por allí donde estaba una casa
fuerte, para que los cristianos tuviesen refugio y señoreasen aquella
tierra de las minas, y escogió un sitio alegrísimo, en un cerro, cuasi
poco ménos que cercado de un admirable y fresquísimo rio, no muy grande
rio; el agua dél parece destilada, el sonido de sus raudales, á los
oidos, suavísimo, la tierra enjuta, desabahada, airosa, que puede
causar toda alegría, llámase Xanique aqueste rio, y de donde se ha
sacado mucho oro, pero está en medio y comarca de muchos rios ricos.
Allí mandó edificar una casa de madera y tapias, muy bien hecha, y,
por la parte que no la cercaba el rio, cercóla de una cava, que, para
contra indios, la casa ó torre era fortísima; al pié del asiento de
esta fortaleza está un llano gracioso, que los indios llaman çabana, en
la cual, algunos años despues de despoblada, hice y tuve yo, viviendo
en otro estado, una heredad ó labranza, y, de un pequeño arroyo que
estaba de cara de la fortaleza y que entraba en el dicho rio Xanique,
hice coger algun oro; este arroyuelo hace á la entrada del rio una
isleta de muy fértil y gruesa tierra, en la cual se hicieron entónces,
de la semilla que aquellos primeros cristianos sembraron, traida de
Castilla, las primeras cebollas de toda esta isla Española. Puso nombre
á esta fortaleza el Almirante, la fortaleza de Sancto Tomás, dando
á entender que la gente, que no creia que en esta isla hobiese oro,
despues que lo vido con los ojos y palpó con sus mesmas manos, habia
creido, como arriba se tocó. De una cosa hobo admiracion el Almirante y
los que con él estaban, conviene á saber, que, abriendo los cimientos
para una fortaleza, y haciendo la cava, cavando hondo bien un estado,
y áun rompiendo á partes alguna peña, hallaron unos nidos de paja,
como si hobiera pocos años que allí hobieran sido puestos, y, como por
huevos, entre ellos, habia tres ó cuatro piedras redondas, casi como
unas naranjas, de la manera que las pudieran haber hecho para pelotas
de lombardas. Bien podia ser que la virtud mineral hobiese convertido
los huevos en aquellas piedras, y ellas, despues, haber crecido, y los
huevos estuviesen dentro dellas, por la misma virtud mineral, conforme
á lo que arriba, en el capítulo 6.º, trujimos de Alberto Magno, puesto
que, segun se puede colegir de Alberto Magno, las piedras no crecen,
porque no viven, pero segun otros, sí; Alberto Magno en el libro I.
cap. 7.º _De Mineralibus_, dice tambien, que en su tiempo en la mar de
Dácia, cerca de la ciudad lubicense, se halló un ramo grande de árbol,
en el cual estaba un nido de picazas, y en él picazas convertidas en
piedras, que declinaban algo á color bermejo, lo que no pudo ser,
segun dice, sino que, con alguna tormenta, las olas derrocaron el
árbol al tiempo que tenia el nido, y cayeron las avecillas chiquitas
en el agua, que no pudieron volar, y despues, por virtud del lugar en
que cayeron, fué todo convertido en piedra; cuenta más, de una fuente
que hay en Gotia, de la cual por virtud se certifica, que todo lo que
en ella cae lo convierte en piedra, en tanto grado, que el emperador
Frederico envió un guante suyo, sellado con su sello, para saber la
verdad, del cual, como estuviese la mitad en el agua, y la mitad del
sello, algunos dias, fué convertida aquella mitad, quedando la otra
mitad cuero, como de ántes se era; y las gotas que caen á la orilla
de aquella fuente se hacen piedras del tamaño de la gota, y ella no
deja de correr. Vémoslo tambien manifiestamente, dice Alberto, en las
altas sierras que perpétuamente tienen nieve, lo cual no podria ser
sino por virtud mineral que abunda en aquellos lugares ó sierras; y
Aristóteles en el libro _De Mineralibus_ dice, que algunas hierbas y
plantas, y algunos animales tambien, se convierten en piedras por la
virtud mineral, que tiene tal fuerza y virtud lapidificativa, conviene
á saber, de convertir aquellas cosas en piedras, y esto dice que acaece
en los lugares pedregosos; y como aquella provincia de Cibao fuese
tan pedregosa, y tuviese y tenga tanta virtud mineral, fácil cosa
era, segun natura, convertir los huevos de aquellos nidos en aquellas
piedras, y despues, como dije, hacerse más grandes, si fuese verdad
que viviesen, ó que las piedras los abrazasen y concluyesen dentro de
sí, y esto parece lo más cierto, por lo que luego se dirá. La razon de
engendrarse las piedras es esta: que como las concavidades, que las
sierras ó montes tienen, sean naturalmente receptivas ó dispuestas
para recibir en sí las aguas, como parece que de las sierras ó montes
altos vemos salir fuentes y exprimir ó producir arroyos, ó caños de
agua, y el agua cause ó haga lodo de la tierra, mayormente cuando la
tierra es gruesa en sí é pegajosa como el barro, por tanto, deste lodo
jugoso, y grueso, y pegajoso, y del calor ó vapor del lugar caliente
que de su naturaleza es congregativo y conservativo del calor, ó que
aquel calor se engendre por el movimiento de los vapores de la tierra,
ó se engendre de los rayos del sol, destas dos cosas del lodo grueso
y pegajoso, y del dicho vapor, son engendradas las piedras; y porque
desto abundan los montes altos ó altas sierras, por eso en ellas se
hallan grandes y muchas piedras, lo cual, cierto, se verifica bien en
las sierras de Cibao. Esto es de Alberto Magno, en el cap. 5.º del
tercero tratado «De las propiedades de los elementos.» Y dice más, que
la señal y argumento de lo dicho es, que algunos miembros ó partes de
animales de agua, como son pescados, y algunos instrumentos de navíos,
así como timon ó gobernario, se han hallado dentro de algunas peñas,
en lo hueco ó entrañas de algunas sierras ó montes, los cuales, sin
duda, dice él, el agua con el lodo grueso y pegajoso allí los puso, y,
por la frialdad y sequedad de la tal piedra ó peña, fueron conservadas
aquellas cosas que no se pudriesen ó corrompiesen; y así pudieron estar
dentro de las piedras los huevos, y si advirtiera el Almirante en esto
y las hiciera quebrar, quizá se halláran dentro. A lo cual ayuda lo
que el filósofo trae en el libro _De propietatibus elementorum_, que
un filósofo, haciendo un pozo en su casa, llegando cavando al barro
muy duro, y ahondando por él, halló un timon ó gobernario de una nao
grande, como si allí se hobiera nacido, sobre lo cual dice Alberto,
que aquello pudo acaecer, ó porque allí lo pusieron siendo entónces
suelo aquel lugar ó la superficie de tierra, y despues, por tiempos,
por causa de terremotos, ó por otra causa, echarse ó caer sobre aquel
suelo mucha tierra, y, por la frialdad della, haber sido allí sin
corromperse conservado, ó que antiguamente hobiese sido aquello mar, y
por alguna causa accidental haberse desviado de allí la mar y quedar
el lugar seco; y testifica él, que en Colonia vido cavar grandísimos
hoyos, y, en lo más hondo dellos, hallarse paramentos con figuras
de gran artificio y hermosura, de los cuales, ninguna duda hay que
antiguamente los hobiesen puesto allí hombres, sino que despues, con
los tiempos, caerse los edificios y sobrevenir mucha tierra, y así,
lo que solia ser la superficie del suelo parecer y estar en hondura
profunda. Por esta razon no son imposibles muchas cosas que se cuentan,
puesto que, á los que no leen y saben estos principios, lo parecen;
como lo que cuenta Fulgoso en el libro I de sus _Coletáneas_, que en el
año de 1072, en los montes ó sierras de Suiza, léjos de la mar, cavando
bien hondo, más de cient brazas, en unas minas de metales hallaron un
navío enterrado con masteles y anclas de hierro, y, dentro del navío,
los huesos de 40 hombres; algunos de los que lo vieron, diz que, decian
que debia de quedar allí aquel navío desde el Diluvio, pero yo no lo
creo, porque áun no se tenia tanta experiencia de navegar en la Edad
del mundo primera. Otros afirmaban, que, anegado el navío, por las
concavidades de la tierra la mar lo debió llevar allí, é despues, por
discurso de luengos tiempos, crecer la tierra, desviándose el agua, y
así quedar seca aquella comarca; y esto parece llegarse á lo susodicho
y tener más color de verdad. Otros cuentan haberse hallado en una
piedra de mármol una piedra preciosa, diamante, labrada y polida, y en
otra, un sapo vivo; todo lo cual se debe reducir á la manera susodicha,
y puede ser todo posible y certísimo. Yo he visto en las mismas minas
de Cibao, á estado y dos estados en hondo de tierra vírgen, en llanos,
al pié de algunos cerros, haber carbones y ceniza, como si hobiera
pocos dias que se hobiera hecho allí fuego, y por la misma razon hemos
de concluir que, en otros tiempos, iba por allí cerca el rio, y en
aquel lugar hicieron fuego, y despues, apartándose más el agua del rio,
amontonóse la tierra sobre él que con las lluvias descendia del cerro,
y porque esto no pudo ser sino por gran discurso de años y antiquísimo
tiempo, por eso es grande argumento que las gentes destas islas y
tierra firme son antiquísimas. Tornando al propósito de los nidos, que
en la cava de la fortaleza de Sancto Tomás halló el Almirante, queda
bien averiguado, por los ejemplos naturales y razonables susodichos,
que pudieron conservarse y no corromperse, aunque de paja eran, por la
frialdad y sequedad de las piedras ó de la tierra. Dejó por Capitan y
Alcaide á un caballero aragonés, y Comendador, que se llamaba D. Pedro
Margarite, persona de mucha estima, y con él 52 hombres; despues envió
más, y estuvieron hasta 300, entre oficiales, para que la fortaleza
se acabase, y otros que la defendiesen. Y, dejada su instruccion y lo
demas ordenado, tornó á tomar el camino para la Isabela, con intincion
de se despachar lo más presto que pudiese para ir á descubrir, como
se dirá; por lo cual, viérnes, 21 de Marzo, se partió, y en el camino
halló la recua, que volvia con los bastimentos por qué habia enviado,
la cual envió á la fortaleza, y porque los rios venian muy grandes con
las avenidas, porque llovia mucho en las sierras, hobo de andar por los
pueblos más despacio de lo que quisiera, y comenzó á comer la gente del
caçabí, ó pan y ajes, y de los otros mantenimientos de los indios, que
los indios les daban de muy buena voluntad, y mandábales dar por ellos
de las contezuelas y otras cosillas de poco valor, que llevaba.


CAPÍTULO XCII.
En el cual se tracta como halló el Almirante la gente cristiana muy
enferma, y muerta mucha della.—Como por hacer molinos y aceñas
compelió á trabajar la gente, y por la tasa de los mantenimientos,
que ya muy pocos habia, comenzó á ser aborrecido, y fué principio de
ir siempre su estado descreciendo y áun no habiendo crecido.—De los
que mucho daño le hicieron fué fray Buil, el legado que arriba se
dijo.—Persuádese no tener hasta entónces el Almirante culpas por qué
lo mereciese.—Dícense muchas angustias que allí los cristianos, de
hambre, padecieron, y como morian cuasi desesperados.—De cierta vision
que se publicó que algunos vieron.—Como vino mensajero de la fortaleza
que un gran señor venia á cercarla.—De lo que el Almirante por remedio
hizo.

Sábado, 29 dias de Marzo, llegó el Almirante á la Isabela, donde halló
toda la gente muy fatigada, porque, de muertos ó enfermos, pocos
se escapaban, y los que del todo estaban sanos, al ménos estaban,
de la poca comida, flacos, y cada hora temian venir al estado de
los otros; y que no vinieran, sólo el dolor y compasion que habian
en ver la mayor parte de todos en tan extrema necesidad y angustia
era cosa triste, llorosa é incurable. Tantos más caian enfermos y
morian, cuanto los mantenimientos eran ménos, y las raciones dellos
más delgadas; estas se adelgazaban más de dia en dia, porque, cuando
los desembarcaron, se hallaron muchos dañados y podridos; la culpa
desto cargaba el Almirante, ó mucha parte della, á la negligencia ó
descuido de los Capitanes de los navíos. Tambien los que restaron,
con la mucha humedad y calor de la tierra, ménos que en Castilla sin
corrupcion se detenian, y porque ya se acababa el bizcocho, y no
tenian harina sino trigo, acordó hacer una presa en el rio grande de
la Isabela para una aceña, y algunos molinos, y dentro de una buena
legua no se hallaba lugar conveniente para ellos; y, porque de la
gente de trabajo y los oficiales mecánicos, los más estaban enfermos y
flacos, y hambrientos, y podian poco, por faltarles las fuerzas, era
necesario que tambien ayudasen los hidalgos y gente del Palacio, ó
de capa prieta, que tambien hambre y miseria padecia, y á los unos y
á los otros se les hacia á par de muerte ir á trabajar con sus manos,
en especial no comiendo; fuéle, pues, necesario al Almirante añadir
al mando violencia, y, á poder de graves penas, constreñir á los unos
y á los otros para que las semejantes obras públicas se hiciesen. De
aquí no podia proceder sino que de todos, chicos y grandes, fuese
aborrecido, de donde hobo principio y orígen ser infamado, ante los
Reyes y en toda España, de cruel y de odioso á los españoles, y de
toda gobernacion indigno, y que siempre fuese descreciendo, ni tuviese
un dia de consuelo en toda la vida, y, finalmente, desta semilla se
le originó su caida; por esta causa debió de indignarse contra él
aquel padre, que, diz que, venia por legado, fray Buil, de la órden
de Sant Benito, ó porque, como hombre perlado y libre, le reprendia
los castigos que en los hombres hacia, ó porque apretaba más la mano,
el Almirante en el repartir de las raciones de los bastimentos, que
debiera, segun al padre fray Buil parecia, ó porque á él y á sus
criados no daba mayores raciones como se las pedian. Y como ya fuese
á todos ó á los más, por las causas susodichas, odioso, en especial
al contador Bernal de Pisa, y así debia ser á los otros oficiales y
caballeros, que más auctoridad en sí mismos presumian que tenian, á
todos los cuales, sobre todo, creo yo que desplacia la tasa de los
bastimentos, como parece por las disculpas que el Almirante á los
Reyes por sus cartas de sí traia, que como muchos le importunaron en
Castilla que los trajese consigo, y ellos trajesen más criados de los
que podian mantener, no dándoles las raciones tantas ó tan largas como
las quisieran, consiguiente cosa era, que los habia en ello, quien
habia de cumplir con tantos, de desabrir. Allegábase otra calidad que
hacia más desfavorable su partido, conviene á saber, ser extranjero y
no tener en Castilla favor, por lo cual, de los españoles, mayormente
de la gente de calidad, que en sí son altivos, como no le amasen, era
en poco estimado; así que todo esto, junto con el descontento del padre
fray Buil, hobo de hacer harto efecto para dañarle, y dende adelante
su favor fuese disminuido. Y verdaderamente, yo, considerando lo que
desto por mí sé, y á lo que á otros de aquellos tiempos he oido, y de
propósito algo inquirido, y lo que la razon que juzguemos nos dicta,
yo no sé qué culpas en tan poco tiempo (porque no habian pasado sino
tres meses, y con tantas dificultades y necesidad involuntaria, y que
sólo el tiempo y la novedad del negocio y de las tierras ofrecia), el
Almirante, contra los españoles que consigo trujo, por entónces hobiese
cometido, para que tanta infamia y desloor con razon incurriese, sino
que fué guiado por oculto divino juicio. Tornando á la infelicidad de
los cristianos que allí estaban, como fuese creciendo de dia en dia
y de hora en hora, y disminuyéndoseles todo el socorro y refrigerio,
no sólo de los manjares que para enfermos y de graves enfermedades
se requerian, porque acaecia purgarse cinco con un huevo de gallina
y con una caldera de cocidos garbanzos, pero los necesarios para no
morir aunque estuvieran sanos, y lo mismo de cura y medicinas, puesto
que algunas habia traido, pero no tantas ni tales que hobiese para
tantos, ni conviniesen á todas complisiones, sobrevenia la carencia de
quien los sirviese, porque ellos mesmos se habian de guisar la comida,
ya que alguna tuviesen, aunque, por falta de la cual, era este su
menor cuidado, y, finalmente, á sí mismos habian de hacer cualquiera
necesario servicio. Y lo que en estos dias, en aquella gente, mas
llorosa y digna de toda compasion hacia su desastrada suerte, fué,
que como se veian, distantísimos de todo remedio y consuelo, morir,
principalmente de hambre y sin quien les diese un jarro de agua, y
cargados de muy penosas dolencias, que más, cierto, la hambre y falta
de refrigerio para enfermos, les causó allí, é siempre (como se dirá
placiendo á Dios), á los que han muerto y enfermado en todas estas
Indias se les ha causado; así que, con todo género de adversidad
afligidos, y que muchos dellos eran nobles y criados en regalos, y que
no se habian visto en angustias semejantes, y, por ventura, que no
habia pasado por ellos en toda su vida un dia malo, por lo cual, la
menor de las penas que padecian, les era intolerable, morian muchos
con grande impaciencia, y á lo que se teme totalmente desperados. Por
esta causa, muchos tiempos, en esta isla Española, se tuvo por muchos
ser cosa averiguada, no osar, sin gran temor y peligro, pasar alguno
por la Isabela, despues de despoblada, porque se publicaba ver y oir de
noche y de dia, los que por allí pasaban ó tenian que hacer, así como
los que iban á montear puercos (que por allí despues hobo muchos), y
otros que cerca de allí en el campo moraban, muchas voces temerosas
de horrible espanto, por las cuales no osaban tornar por allí. Díjose
tambien públicamente y entre la gente comun, al ménos, se platicaba
y afirmaba, que una vez, yendo de dia un hombre ó dos por aquellos
edificios de la Isabela, en una calle aparecieron dos rengleras, á
manera de dos coros de hombres, que parecian todos como de gente noble
y del Palacio, bien vestidos, ceñidas sus espadas, y rebozados con
tocas de camino, de las que entónces en España se usaban, y estando
admirados aquel ó aquellos, á quien esta vision parecia, como habian
venido allí á aportar gente tan nueva y ataviada, sin haberse sabido en
esta isla dellos nada, saludándolos y preguntándoles cuando y de donde
venian, respondieron callando, solamente, echando mano á los sombreros
para los resaludar, quitaron juntamente con los sombreros las cabezas
de sus cuerpos, quedando descabezados, y luego desaparecieron; de la
cual vision y turbacion quedaron los que los vieron cuasi muertos,
y por muchos dias penados y asombrados. Tornando á tomar donde la
historia dejamos, estando en estos principios de sus tribulaciones y
angustias el Almirante, vínole un mensajero de la fortaleza de Sancto
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