Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 10

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saber que venian navíos, y bastimentos en ellos, de Castilla; porque
todos sus principales males eran de hambre, mayormente, como arriba
dijimos, los que no andaban por la tierra guerreando, sino que estaban
de contino en la Isabela en los trabajos en que allí los ocupaban, que
comunmente eran trabajadores y oficiales. Estas hambres y desventuras
causaron los malos tratamientos y angustias, que, desde luego que
los cristianos entraron en esta isla, comenzaron y prosiguieron
siempre á hacer á los indios, y querer el Almirante darse tanta prisa
á subiectar Reyes y súbditos, y á todos hacer tributarios de quien
nunca cognoscieron, ni oyeron, ni supieron causa ni razon por qué se
los debian; porque si se entrara en esta isla como Cristo quiso, y
entrarse debia, los indios vinieran á mantener y ayudar y servir en
todas sus enfermedades y trabajos á los cristianos, con sus mujeres y
hijos. Bien se prueba esto por el humanísimo y admirable, y más que de
hombres comunes, hospedaje y obras paternales que hizo en el primer
viaje al Almirante aquel tan virtuoso rey Guacanagarí, en quien tanto
abrigo, ayuda, favor, mamparo y consuelo halló, pudiéndolo matar y que
nunca hobiera memoria en el mundo dél ni de todos los cristianos que
con él iban. Así que, volviendo á tejer nuestra historia, recibidas
las cartas del Almirante, y con ellas las que convino enviar de los
Reyes, su hermano, D. Bartolomé, con los dichos tres navios determinó
de despacharlos con brevedad, hinchirlos de indios, hechos esclavos
con la justicia y razon que arriba se ha dicho (y estos fueron 300
inocentes indios), porque dijeron que el Almirante habia á los Reyes
escrito que ciertos Reyes ó Caciques desta isla habian muerto ciertos
cristianos, y no dijo cuantos él y los cristianos habian hecho pedazos;
y los Reyes le respondieron, que todos los que hallase culpados los
enviase á Castilla, creo yo que por esclavos como en buena guerra
captivos, no considerando los Reyes ni su Consejo con qué justicia las
guerras y males el Almirante habia hecho contra estas gentes pacíficas,
que vivian en sus tierras sin ofensa de nadie, y de quien el mismo
Almirante á Sus Altezas, pocos dias habia, en su primer viaje, tantas
calidades de bondad, paz, simplicidad y mansedumbre habia predicado.
Al ménos parece que se debiera de aquella justicia ó injusticia dudar,
pero creyeron solamente al Almirante, y como no hobiese quien hablase
por los indios, ni su derecho y justicia propusiese, defendiese y
alegase, como abajo parecerá más largo y claro, quedaron juzgados y
olvidados por delincuentes, desde el principio de su destruccion hasta
que todos se acabaron, sin que nadie sintiese su muerte y perdicion, ni
la tuviese por agravio. Debiera tambien haber escrito el Almirante á
los Reyes como habia hallado muy buenas minas de oro á la parte desta
isla austral, y que entendia de buscar por aquella costa de la mar
algun puerto donde pudiesen las naos estar, y poblar en él un pueblo,
y que, si se hallaba, traería grandes comodidades, porque, viniendo
por aquella costa del descubrimiento de las islas Cuba y Jamáica, le
habia parecido muy hermosa tierra, como lo es, y algunas entradas de la
mar en la tierra, donde creia que habia muchos puertos; especialmente
que no podian estar léjos de allí las minas que últimamente habian
descubierto, á las cuales, como arriba se dijo, puso su nombre de Sant
Cristóbal. Los Reyes le respondieron que hiciese lo que en ello mejor
le pareciese, y que aquello ternian Sus Altezas por bueno, y se lo
recibirian por servicio. Vista esta respuesta en Cáliz, el Almirante,
escribió á su hermano D. Bartolomé Colon que luego lo pusiese por la
obra y caminase á la parte del Sur, y con toda diligencia buscase
algun puerto por allí para poblar en él, y, si tal fuese, pasase todo
lo de la Isabela en él y la despoblase; el cual, visto el mandado del
Almirante, determinó luego de se partir para la parte del Sur, y,
dejado concierto y órden en la Isabela, y en su lugar, á su hermano
D. Diego, como el Almirante hobo ordenado, y con la gente más sana
que habia y el número que le pareció, se partió derecho á las minas
de Sant Cristóbal. De allí, preguntando por lo más cercano de la mar,
fué á aportar al rio de la Hoçama, que así lo llaman los indios, rio
muy gracioso, y que estaba todo poblado de la una y de la otra parte;
y este es el rio donde agora está el puerto y la ciudad de Sancto
Domingo. Entró en canoas, que son los barquillos de los indios, sondó,
que es decir experimentó con algun plomo ó piedra y cordel la hondura
que el rio tenia, vido que podian entrar en el rio no sólo navíos
pequeños, pero naos de 300 toneles, y más grandes, y, finalmente,
cognosció ser muy buen puerto; fué grande el gozo que él hobo y los que
con él iban. Determinó de comenzar allí una fortaleza de tapias sobre
la barranca del rio y á la boca del puerto, á la parte del Oriente, no
donde agora está la ciudad, porque está de la del Occidente; provee
luego á la Isabela que se vengan los que señaló, para que se comience
una poblacion la cual quiso que se llamase Sancto Domingo, porque el
dia que llegó allí, fué domingo, y por ventura, dia de Sancto Domingo;
aunque el Almirante, segun creo, quiso que se llamase la Isabela Nueva,
porque así la nombró hasta que, el tercero viaje que hizo á estas
Indias, cuando descubrió á tierra firme, vino á desembarcar en ella,
como abajo parecerá. Quedaron en la Isabela los enfermos y oficiales
de ribera que hacian dos carabelas; dejó allí 20 hombres comenzando á
cortar madera y aparejando lo demas para hacer la fortaleza, y, venida
la gente de la Isabela que mandó venir, la prosiguiesen, y él, con los
demas, toma guías de los indios, por allí vecinos, para ir á la tierra
y reino del rey Behechio, cuyo reino se llamaba Xaraguá, la última
sílaba luenga, de quien y de su estado y policía, y de una su hermana,
notable mujer, llamada Anacaona, maravillas habia oido.


CAPÍTULO CXIV.

Partido del rio de la Hoçama y por otro nombre, ya nuestro, Sancto
Domingo, D. Bartolomé Colon con su compañía, y, andadas 30 leguas,
llegó á un rio muy poderoso, que se llamaba y hoy llamamos como los
indios, Neyba, donde halló un ejército de infinitos indios con sus
arcos y flechas, armados en son de guerra, puesto que desnudos en
cueros; y notad qué guerra pueden hacer con las barrigas desnudas
por broqueles. Parece que como el rey Behechio tuvo nueva que los
cristianos venian, y habia oido las nuevas de sus obras, contra el rey
Caonabo y su reino, hechas, envió aquella gente ó vino él tambien en
persona con sus juegos de niños á resistirlos (que todas sus guerras,
comunmente, son tales, mayormente las desta isla). Los cristianos,
viendo el ejército, hizo D. Bartolomé señales de que no los venia á
hacer mal, sino á verlos y holgarse con ellos, y que deseaba ver á
su rey Behechio y su tierra, luego los indios se aseguraron como si
ya tuvieran grandes prendas dellos y fuera imposible faltarles la
palabra. Van luego volando mensajeros al rey Behechio, ó él, si allí
iba, invia á mandar que salgan toda su corte y gente con su hermana
Anacaona, señalada y comedida señora, á rescibir á los cristianos,
y que les hagan todas las fiestas y alegrías que suelen á sus Reyes
hacer, con cumplimiento de sus acostumbrados regocijos. Andadas
otras 30 leguas, llegan á la ciudad y poblacion de Xaraguá, porque
60 leguas dista de Sancto Domingo, como arriba queda dicho; salen
infinitas gentes, y muchos señores y nobleza, que se ayuntaron de toda
la provincia con el rey Behechio y la Reina, su hermana, Anacaona,
cantando sus cantares y haciendo sus bailes, que llamaban areitos,
cosa mucho alegre y agradable para ver, cuando se ayuntaban muchos
en número especialmente; salieron delante 30 mujeres, las que tenia
por mujeres el rey Behechio, todas desnudas en cueros, sólo cubiertas
sus vergüenzas con unas medias faldillas de algodon, blancas y muy
labradas, en la tejedura dellas, que llamaban naguas, que les cubrian
desde la cintura hasta media pierna; traian ramos verdes en las manos,
cantaban y bailaban, y saltaban con moderacion como á mujeres convenia,
mostrando grandísimo placer, regocijo, fiesta y alegría. Llegáronse
todas ante don Bartolomé Colon, y, las rodillas hincadas en tierra,
con gran reverencia, dánle los ramos y palmas que traian en las manos;
toda la gente demas, que era innumerable, hacen todos grandes bailes
y alegrías, y, con toda esta fiesta y solemnidad, que parece no poder
ser encarecida, llevaron á D. Bartolomé Colon á la casa real ó palacio
del rey Behechio, donde ya estaba la cena bien larga aparejada, segun
los manjares de la tierra, que era el pan de caçabí é hutias, los
conejos de la isla, asadas y cocidas, é infinito pescado de la mar
y del rio, que por allí pasa. Despues de cenar, vánse los españoles
cada tres ó cuatro á las posadas que les habian dado, donde tenian
ya sus camas puestas, que eran las hamacas de algodon, muy hermosas,
y, para de lo que eran, ricas; destas, ya en el capítulo 42, queda,
como son hechas, dicho. El D. Bartolomé con media docena de cristianos
quedóse aposentado en la casa del rey Behechio. Otro dia tuvieron
concertado en la plaza del pueblo hacerle otras muchas maneras de
fiestas, y así llevaron al D. Bartolomé Colon y cristianos á verlas.
Estando en ella salen súpitamente dos escuadrones de gente armada
con sus arcos y flechas, desnudos empero, y comienzan á escaramuzar
y jugar entre sí, al principio como en España cuando se juega á las
cañas, poco á poco comienzan á encenderse, y, como si pelearan contra
sus muy capitales enemigos, de tal manera se hirieron, que cayeron en
breve espacio cuatro dellos muertos, y muchos bien heridos. Todo, con
todo el regocijo y placer y alegría del mundo, no haciendo más caso
de los heridos y muertos que si les dieran un papirote en la cara;
durara más la burla y cayeran hartos más sin vida, sino que, á ruego
de D. Bartolomé Colon y de los cristianos, mandó cesar el juego el rey
Behechio. Esta manera de juegos escaramuzales se usaban antiguamente
en Castilla, la que decimos Vieja, puesto que intervenian en Castilla
caballos, que Estrabo llama _Gymnica certamina_, y debia ser más que
juegos de cañas: y dice así en el libro III, pág. 104, de su Geografía:
_Gymnica etiam conficiunt certamina, armis exercent ludos, et equis, et
cæstibus, et cursibus, et tumultuaria pugna, et instructo per cohortes
prœœœœlœio._
Esta su hermana, Anacaona, fué una muy notable mujer, muy prudente, muy
graciosa y palanciana en sus hablas, y artes, y meneos, y amicísima
de los cristianos; fué tambien reina de la Maguana, porque fué mujer
del rey Caonabo susodicho, como arriba todo esto fué á la larga
dicho, cap. 86. Despues de todas estas fiestas y regocijos, habló D.
Bartolomé Colon al rey Behechio y á esta señora, su hermana, Anacaona,
como su hermano, el Almirante, habia sido enviado por los reyes de
Castilla, que eran muy grandes Reyes y señores, y tenian muchos reinos
y gentes debajo de su imperio, y que habia tornado á Castilla á verlos
y notificarles, que muchos señores y gente desta isla le eran ya
tributarios, y los tributos les pagaban, y por tanto, él venia á él
y á su reino, para que lo mismo hiciese y los recibiese por señores,
en señal de lo cual en cosas convenientes les tributasen. Pero de oir
es, y notar, la respuesta que le dió (que como habian oido que el rey
Guarionex y Guacanagarí, é los reyes de Cibao y sus gentes, tributaban
oro, como si ya le hobiera mostrado y demostrado por naturales razones,
que él no pudiera negar, sino que convencido del todo quedaba ser
obligado, á Reyes ó gentes que nunca oyó ni creyó que eran en el mundo,
tributar), respondió: «¿como puedo yo dar tributo, que en todo mi reino
ni en alguna parte ni lugar dél nace ni se coge oro, ni saben mis
gentes qué se es?» Creia, y no sin razon que no buscaban ni venian por
otro fin los cristianos, sino por llevar oro á sus Reyes y señores.
Respondió D. Bartolomé Colon: «no queremos ni es nuestra intencion
imponer tributo á nadie, que no sea de aquellas cosas que tengan en sus
tierras y puedan bien pagar; de lo que en vuestra provincia y reinos
sabemos que abundais, que es mucho algodon y pan caçabí, queremos
que tributeis é de lo que más en esta tierra hobiese, pero no de lo
que no hay.» Oidas estas palabras, alegróse mucho, y respondió: «que
de aquello cuanto él quisiese le daria hasta que no quisiese más.»
Mandó luego, enviando mensajeros á todos los otros señores y pueblos,
sus subiectos, que todos hiciesen sembrar y sembrasen en sus tierras
y heredades mucho algodon para que hobiese grande abundancia dello,
porque se habia de dar tributo á los reyes de Castilla, cuyo criado
y enviado era el Almirante y su hermano, que agora venido habia y
estaba en su casa. Dos cosas podemos aquí considerar y notar; la una,
la innata bondad y simplicidad del rey Behechio, la cual manifiesta
dos cosas muy claras; la una, que pudiera matar á D. Bartolomé y á
todos los cristianos, los cuales, no creo que podian llegar á número
de ciento, y él tenia millones de gentes, porque de gente, y términos
de tierra larga, y corte y en muchas ventajas, era en esta isla el Rey
más principal; la otra, en conceder tan fácilmente, recognoscer por
superior y tributar á otro Rey extraño, que no sabia quién era ni quién
no. ¿Quién de los reyes libres del mundo á la primer demanda ó palabra
se querrá á otro Rey que nunca vido ni oido subiectar, y servirle como
súbdito y vasallo, repugnando al apetito natural? Y si dijeres que
fué por miedo y temor que hobo de D. Bartolomé y de los cristianos
que consigo llevaba, por haber oido las guerras crueles, y estragos y
muertes que el Almirante habia hecho en el Rey é gente de Caonabo y
en otras partes, parece que no, pues pudiera sin duda matarlos, ó al
ménos, acometerles y hacerles harto daño, lo cual nunca intentaron;
y si porfiares que sí, por ende fueron más injustos y más contra ley
natural los tributos que D. Bartolomé Colon le impuso, haciendo Rey
libre, tributario por miedo, contra su voluntad, no siendo su súbdito
ni debiéndole algo, lo que es propio de tiranos. La otra cosa que aquí
se debe notar, es, cuan al revés y preposteramente hizo su entrada D.
Bartolomé Colon en este reino de Xaraguá, dando, primeramente noticia
á los infieles simplicísimos de los reyes de Castilla y de su grandeza
y merecimientos que del verdadero Dios, y echarles ántes carga de
tributos, que dándoles algo que en su provecho y utilidad resultase; no
habiendo otra causa legitima para entrar cristianos en estos reinos y
tierras, sino sólo para darles noticias y cognoscimiento de un solo y
verdadero Dios y de Jesucristo, su hijo, universal Redentor; manifiesto
es que aquellas gentes, ó habian de tener á los reyes de Castilla por
dioses, pues se les predicaba primero que otra cosa su merecimiento
y valor, y que se les debian de otros Reyes, tan grandes señores
en tierras y gentes como ellos, recognoscimiento de superioridad y
tributos, ó habian de creer que el fin que acá los cristianos, y no
otro, traian, como cosa dellos amada sobre todo, era su propio interese
y llevar á sus tierras, de los bienes agenos, tributos y oro. Muy por
el contrario del camino que Cristo llevó y sus Apóstoles para traer
á sí al mundo, que ante todas cosas predicaban á Dios, y no sólo no
pedian tributo ni tomaban de hombre cosa, mas hacíanles grandes bienes,
y daban sus vidas y dieron, por atraer y salvar á los que predicaban,
y el hijo de Dios la suya por todos. Pero entró por la misma puerta y
llevó el mesmo camino D. Bartolomé Colon, que su hermano el Almirante
al principio entró y anduvo, cierto engañados no sé con qué; mas creo
que sí sé, de una culpabilísima, que á ninguno excusa, del derecho
natural y divino ignorancia.


CAPÍTULO CXV.

Dejó D. Bartolomé Colon muy contento, á lo que parecia, y Dios sabe
si era así, al rey Behechio, y tributario y solícito de cumplir los
tributos que se le habian pedido; y, con ánsia de saber lo que en la
Isabela y aquestas partes desta isla de la Vega y Cibao habia sucedido,
acordó partirse de Xaraguá para acá, y, llegado á la Isabela, halló
que cerca de 300 hombres habian fallecido de diversas enfermedades.
Rescibió desto D. Bartolomé grande trabajo, y aunmentábaselo tener muy
pocos bastimentos y no venir navíos de Castilla; determinó de repartir
y enviar todos los enfermos y flacos por las fortalezas que habia
desde la Isabela hasta Sancto Domingo, y á los pueblos de los indios
que cerca dellas estaban, porque al ménos ternian, sino médicos y
boticarios, comida que los indios les darian y no les faltaria, y así
pelearian solamente con la enfermedad, y no con ella y juntamente con
la hambre: las fortalezas fueron la Magdalena, Santiago, la Concepcion,
el Bonao, como se dijo en el cap. 110. Dejó en la Isabela los hombres
más sanos, en especial oficiales, haciendo dos carabelas, y él tornó
á visitar la fortaleza que dejó haciendo sobre el rio de Sancto
Domingo, yendo cogiendo los tributos, por el camino, de los señores
y sus vasallos á quien el Almirante y él los habian impuesto; donde,
como estuviese algunos dias, los señores y gentes de la Vega y de las
provincias comarcanas, no pudiendo sufrir la importuna carga de los
tributos del oro que cada tres meses se les pedia, y la más onerosa y
á ellos más intolerable, y aspérrima conversacion de los cristianos,
de comerles cuanto tenian y no se contentar con lo que se les daban,
sino, con malos tratamientos, miedos, amenazas, palos y bofetadas,
llevarlos de unas partes á otras cargados, andarles tras las hijas é
las mujeres, é otras vejaciones é injusticias semejantes, acordaron de
se quejar al rey Guarionex y á inducirle á que mirase y considerase
su universal captiverio y opresion, y vida tan malaventurada que
pasaban con aquellos cristianos, que trabajasen de matarlos si pudiesen
y libertarse. Hacian cuenta que mayor era el tormento que sufrian
cuotidiano é inacabable que podian ser las muertes de pocos dias, que,
si no salian con lo pensado, esperaban; y en fin, siempre creian de sí
mismo haber vitoria de los cristianos, en lo cual siempre se engañaban.
Guarionex, como era hombre de su naturaleza bueno y pacífico, y
tambien prudente, y via y cognoscia las fuerzas de los cristianos, y
la ligereza de los caballos, y lo que habian hecho al rey Caonabo y á
su reino é á muchos otros de la provincia de Cibao, mucho lo rehusaba;
pero al cabo, importunado de muchos, y, por ventura, amenazado de
que harian Capitan otro que á él le pesase, con gran dificultad hobo
de aceptarlo. Sintiéronse destos movimientos algunas señales por los
cristianos que estaban en la fortaleza de la Concepcion; avisaron con
indios que les fueron fieles á los cristianos de la fortaleza del
Bonao, y aquellos despacharon otros mensajeros á Sancto Domingo, donde
don Bartolomé estaba, el cual, á mucha prisa, vino á la Vega, ó á la
Concepcion, que así se llamaba.
Quiero contar una industria que tuvo un indio mensajero, que creo que
fué esta vez, para salvar las cartas que llevaba de los cristianos
de la Concepcion á los del Bonao. Diéronselas metidas en un palo que
tenian para aquello, hueco por una parte, y como los indios ya tenian
experiencia de que las cartas de los cristianos hablaban, ponian
diligencia en tomarlas; el cual, como cayó en manos de las espías,
que los caminos tenian tomados, fué cosa maravillosa la prudencia de
que usó, que no fué á la del rey David muy desemejable. Hízose mudo y
cojo, mudo para que no le pudiesen constreñir á que, lo que traia,
ó de donde venia ó qué hacian ó qué pensaban hacer los cristianos,
hablase, y cojo, porque el palo en que iban las cartas, que fingia
traer por bordon necesario, no le quitasen; finalmente, hablando y
respondiendo por señas, y cojeando, como que iba á su tierra con
trabajo, hobo de salvarse á sí é á las cartas que llevaba, las cuales,
si le tomaran y á él prendieran ó mataran, por ventura, no quedara, de
los cristianos derramados por la Vega y aún de los de la fortaleza de
la Concepcion, hombre vivo ni sano. Llegó, pues, D. Bartolomé con su
gente á la fortaleza del Bonao, y allí fué, de lo que habia, avisado.
De allí trasnocha y vá á entrar en la fortaleza de la Concepcion, que
10 leguas buenas distaba; sale con toda la gente sanos y enfermos á
dar en 15.000 indios que estaban con el rey Guarionex y otros muchos
señores ayuntados, y, como estas tristes gentes vivian pacíficos, sin
pendencias, rencillas, ni trafagos, no tenian necesidad de con muros
y barbacanas, ni fosas de agua, tener sus pueblos cercados. Dieron en
ellos de súbito, á media noche, porque los indios, nunca de noche, ni
acometen, ni para guerra están muy aparejados, puesto que no dejan de
tener sus velas y espías, y, en fin, para contra españoles harto poco
recaudo; hicieron en ellos, como suelen, grandes estragos. Prenden
al rey Guarionex y á otros muchos; mataron á muchos señores de los
presos, de los que les pareció que habian sido los primeros movedores,
no con otra pena, segun yo no dudo, sino con vivos quemarlos, porque
esta es la que comunmente, y siempre y delante de mis ojos yo vide,
muy usada. Traidos presos á la fortaleza de la Concepcion, vinieron
5.000 hombres, todos desarmados, dando alaridos y haciendo dolorosos y
amargos llantos, suplicando que les diesen á su rey Guarionex y á los
otros sus señores, temiendo no los matasen ó quemasen. D. Bartolomé
Colon, habiendo compasion dellos, y viendo la piedad suya para sus
señores naturales, cognosciendo la bondad innata de Guarionex, cuan más
inclinado era á sufrir y padecer con tolerancia inefable los agravios,
fuerzas é injurias que le hacian los cristianos, que á pensar en hacer
vengaza, dióles su Rey é á los otros sus señores, con que quedaron de
sus angustias y miserias algo consolados, no curando del captiverio y
opresion y vida infelice en que quedaban, ni de sus, cierto, futuras
mayores calamidades.


CAPÍTULO CXVI.

Pasados algunos dias, poco despues que aqueste alboroto fué asosegado,
aunque las gentes de aquella comarca de la Vega, con las cargas y
trabajos que los cristianos continuamente les daban, por tenerlos
en ménos, por haberlos guerreado y hostigado, como siempre lo han
acostumbrado hacer, no muy alegres ni descansadas, vinieron mensajeros
del rey Behechio y de Anacaona, su hermana, á D. Bartolomé Colon;
haciéndole saber como los tributos del algodon y caçabí, que habia
impuesto ó pedido á su reino, estaban aparejados, que viese lo que
cerca dello mandaba; si no me he olvidado, creo que dentro de seis
ó ocho meses, sembradas las pepitas del algodon, dan fruto; los
arbolillos que dellos nacen, llegan á ser tan altos, los mayores, como
un buen estado, puesto que desde más chicos comienzan á darlo. Acordó
luego D. Bartolomé ir á Xaraguá, lo uno, por ver lo que Behechio,
rey de aquel reino, le avisaba, y como habia cumplido su palabra; lo
otro, por ir á comer á aquella tierra que no estaba trabajada, como
tenian los cristianos la Vega y sus comarcas, puesto que les daba Dios
siempre el pago, en los descontentos que siempre tenian por la falta de
vestidos y de las cosas de Castilla, por las cuales siempre suspiraban
y vivian todos, ó todos los más, como desesperados. Llegado al pueblo
ó ciudad del rey Behechio, D. Bartolomé, sálenle á recibir el Rey y
Anacaona, su hermana, y 32 señores muy principales, que para cuando
viniese habian sido convocados, cada uno de los cuales habia mandado
traer muchas cargas de algodon en pelo y hilado, con su presente de
muchas hutias, que eran los conejos desta isla, y mucho pescado,
todo asado; lo cual todo, cada uno le presentó, de que se hinchió,
de algodon digo, una grande casa. Dióles á todos los señores muchas
gracias, y al rey Behechio y á la señora su hermana, muchas más y más
grandes, mostrando señales de grande agradecimiento, como era razon
dárselas; ofreciéronse á traerle tanto pan caçabí que hinchiese otra
casa y casas. Envia luego mensajeros á la Isabela, que, acabada la una
de las dos carabelas, viniese luego á aquel puerto de Xaraguá, que es
una grande ensenada ó entrada que hace la mar, partiendo esta isla
en dos partes; la una, como arriba se dijo cap. 50, hace el cabo de
Sant Nicolás, que tiene más de 30 leguas, y la otra tenia más de 60,
que hace el Cabo que ahora se llama del Tiburon, y que llamaban de
Sant Rafael cuando vino del descubrimiento de Cuba el Almirante. El
rincon desta particion ó abertura que la mar por allí hace, distaba de
la poblacion y casa real de Behechio, dos leguas, no más largo; allí
mandó venir la carabela, y que la tornarian llena de caçabí. Desto
recibieron los españoles, que en la Isabela estaban, grande alegría,
por el socorro que para su hambre esperaban; diéronse priesa, vinieron
al puerto de Xaraguá, donde los deseaban. Sabido por la señora reina
Anacaona persuade al Rey, su hermano, que vayan á ver la canoa de los
cristianos, de quien tantas cosas se les contaban. Tenia un lugarejo
en medio del camino, Anacaona, donde quisieron dormir aquella noche;
allí tenia esta señora una casa llena de mil cosas de algodon, de
sillas y muchas vasijas y cosas de servicio de casa, hecha de madera,
maravillosamente labradas, y era este lugar y casa, como su recámara.
Presentó esta señora á D. Bartolomé muchas sillas, las más hermosas,
que eran todas negras y bruñidas como si fueran de azabache; de todas
las otras cosas para servicio de mesa, y naguas de algodon (que eran
unas como faldillas que traian las mujeres desde la cinta hasta media
pierna, tejidas y con labores del mismo algodon) blanco á maravilla,
cuantas quiso llevar y que más le agradaban. Dióle cuatro ovillos de
algodon hilado que apénas un hombre podia uno levantar; cierto, si
oro tuviera y perlas, bien se creia entónces que lo diera con tanta
liberalidad, segun todos los indios desta isla eran de su innata
condicion dadivosos y liberales. Vánse á la playa ó ribera de la mar,
manda D. Bartolomé venir la barca de la carabela á tierra; tenian al
Rey é la Reina, su hermana, sendas canoas, muy grandes y muy pintadas y
aparejadas, pero la señora, como era tan palanciana, no quiso ir en la
canoa, sino con D. Bartolomé en la barca. Llegando cerca de la carabela
sueltan ciertas lombardas; turbáronse los Reyes y sus muchos criados y
privados en tanto grado, que les pareció que el cielo se venia abajo,
y aína se echaran todos al agua, pero como vieron á D. Bartolomé
reirse, algo se asosegaron. Llegados, como dicen los marineros, al
bordo, que es junto á la carabela, comienzan á tañer un tamborino y la
flauta, y otros instrumentos que allí llevaban, y era maravilla como
se alegraban; miran la popa, miran la proa, suben arriba, descienden
abajo, están, como atónitos, espantados. Manda D. Bartolomé alzar las
anclas, desplegar las velas, dar la vuelta por la mar: aquí creo yo
que no les quedó nada de sangre, temiendo no se los llevasen; pero
desque dieron la vuelta hácia casa, quedaron sin temor y demasiadamente
admirados, que sin remos, la carabela, tan grande, parecia que volase,
y, sobre todo, que con un viento sólo fuese á una parte, y á otra
contraria tornase. Tornáronse á Xaraguá; vinieron infinitos indios de
todo el reino del pan caçabí cargados. Hinchen la carabela del pan y
del algodon y de las otras cosas que el Rey é la Reina y los otros
señores habian dado; partióse la carabela para hacer á la Isabela su
viaje, y D. Bartolomé, con su gente, tambien acordó irse para allá con
su compañía por tierra; dejó alegres al Rey é á la Reina, y, á todos
los señores y gentes suyas, muy contentos.


CAPÍTULO CXVII.

Entretanto que D. Bartolomé Colon estaba en el reino de Xaraguá con el
Behechio y hacia lo que en el precedente capítulo se dijo, Francisco
Roldan, á quien, como arriba en el capítulo 111 dijimos, dejó el
Almirante por Alcalde mayor en la Isabela, y, como tambien dije, de
toda la isla, por descontentos que tuvo del Gobernador, D. Bartolomé
Colon, ó por no sufrir las reglas y estrechura de los bastimentos de la
Isabela, y querer vivir más á lo largo andando por la isla (ó tambien,
hallo en mis memoriales, que tuvo principio este levantamiento porque
uno de los principales, que consigo siempre trujo, se echó con la
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