Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 02

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Almirante de ochocientas cuentas menudas de piedra, que ellos preciaban
mucho y las llamaban cibas, y ciento de oro, y una corona de oro y
tres calabacillas, que llaman hibueras, llenas de granos de oro, que
todo pesaria hasta cuatro marcos, que eran doscientos castellanos
ó pesos de oro; el Almirante dió á Guacanagarí muchas cosas de las
nuestras de Castilla, como cuentas de vidro, y cuchillos, y tijeras,
cascabeles, alfileres, agujas, espejuelos, que valdria todo hasta
cuatro ó cinco reales, y con ello pensaba Guacanagarí que quedaba muy
rico. Quiso acompañar al Almirante á donde tenia su real; hiciéronle
muy gran fiesta, donde se regocijó mucho, admirándose de los caballos,
y de lo que los hombres con ellos hacian. Dice aquí el Almirante, que
entendió allí que uno de los 39, que dejó, habia dicho á los indios y
al mismo Guacanagarí algunas cosas en injuria y derogacion de nuestra
sancta fe, y que le fué necesario rectificarle en ella, y le hizo
traer al cuello una imágen de Nuestra Señora, de plata, que ántes no
habia querido recibir. Dice más aquí el Almirante, que aquel padre
fray Buil, y todos los demas, quisieran que lo prendiera, más no lo
quiso hacer, aunque dice que bien pudiera, considerando que, pues los
cristianos eran muertos, que la prision del rey Guacanagarí, ni los
podia resucitar, ni enviar al Paraíso, si allá no estaban, y dice que
le pareció que aquel Rey debia ser acá como los otros Reyes, entre los
cristianos, que tienen otros Reyes parientes á quien con su prision
injuriara, y que los Reyes lo enviaban á poblar, en lo que tanto habian
gastado, y que sería impedimento para la poblacion, porque le saldrian
de guerra y no dejarle asentar pueblo, y mayormente seria gran estorbo
para la predicacion y conversion á nuestra sancta fe, que era á lo que
principalmente los Reyes lo enviaban. Por manera, que, si era verdad
lo que Guacanagarí decia, hiciérale gran injusticia, y toda la tierra
lo tuviera en odio y rencor con todos los cristianos, teniendo al
Almirante por ingrato del gran bien que habia recibido de aquel Rey,
en el primer viaje, y más en defenderle los cristianos, con riesgo
suyo, como sus heridas lo testificaban, y, finalmente, queria primero
poblar, y que, despues de poblado y hecho en la tierra fuerte, y sabida
la verdad, podria castigarlo si lo hallase culpado, etc. Estas son
las razones que, para no seguir el parecer de los que le aconsejaban
prenderle, dió el Almirante; y fué harta prudencia la suya, más que la
del parecer contrario.


CAPÍTULO LXXXVII.

Antes que pasemos más adelante, porque, por ventura, no habrá otro
lugar donde tan bien convenga ponerse, miéntras el Almirante hacia
esta su segunda navegacion, concertóse entre los reyes de Castilla é
Portugal que hobiese junta de la una parte y de la otra, para tratar
de concierto y dar asiento en lo que destas mares y tierras habia
de quedar por de cada uno de los reinos y de cada uno dellos; segun
impropia y corrupta, y no ménos injustamente se ha acostumbrado á
nombrar, lo que, en la verdad, si habemos de hablar y obrar como
cristianos, no se ha de llamar conquista sino comision y precepto de
la Iglesia y del Vicario de Cristo, que á cada uno destos señores se
les manda y encarga que tengan cargo de convertir las gentes destos
mundos de por acá; otra cosa diferente es la conquista de los infieles
que nos impugnan y angustian cada dia. Así que, el rey de Portugal
envió sus solenes Embajadores, con mucha compañía y autoridad, á los
católicos reyes, que ya eran venidos de Barcelona y estaban en Medina
del Campo, y presentada su embajada y finalmente, dando y tomando,
yendo postas y viniendo posta, de Portugal á Castilla, hobo de haber
fin y concluirse la siguiente determinacion y concierto, entre los
reyes de Castilla D. Fernando y Doña Isabel y el rey D. Juan II de
Portugal. El lugar que eligió para tratarse deste negocio fué la
villa de Simancas, dos leguas y media de Valladolid; allí mandaron ir
los reyes de Castilla á muchas personas que sabian de cosmografía y
astrología, puesto que habia harto pocos entónces en aquellos reinos, y
las personas de la mar que se pudieron haber (no pude saber los nombres
dellas ni quién fueron), y allí envió el rey de Portugal las suyas,
que debian tener, á lo que yo juzgué, más pericia y más experiencia
de aquellas artes, al ménos de las cosas de la mar, que las nuestras.
Ayuntáronse todos en la dicha villa de Simancas, y determinaron y
asentaron, en conformidad, lo siguiente, en 20 dias de Junio, año del
Señor de 1494. Fué el concierto y asiento: «Que si hasta los dichos 20
dias de Junio hobiesen descubierto tierras algunas la gente ó navíos
de los reyes de Castilla, dentro de 250 leguas, de 370 que se habian
señalado, que fuesen y quedasen para el rey de Portugal, y si las
descubriesen dentro de las 120 que restaban de las 370, quedasen para
los reyes de Castilla. Item, fué concierto y asiento, que dentro de
diez meses enviasen cuatro carabelas, una ó dos de cada parte, ó más
ó ménos segun se acordase, las cuales se juntasen en la isla de Gran
Canaria, y en cada una enviasen, de cada una de las partes, pilotos y
astrólogos y marineros, con tanto que sean tantos de una parte como de
otra; y que algunas personas de las dichas vayan, de las de Castilla,
en los navíos de los portogueses, y otras de los portogueses vayan en
los navíos de Castilla, tantos de una parte como de otra. Los cuales
juntamente puedan ver y cognoscer la mar, y los vientos, y los rumbos,
y los grados del sol y del Norte, y señalar las 370 leguas y límites,
segun se pudiese hacer; á lo cual concurran todos juntos, y lleven
los poderes de los Reyes. Y todos los navíos concurran juntamente y
vayan á las islas de cabo Verde, y desde allí tomen su derrota derecha
al Poniente, hasta las dichas 370 leguas, medidas como las dichas
personas acordaren que se deben medir, é allí, donde se acabaren, se
haga el punto é señal que convenga, por grados del sol ó del Norte, ó
por singladuras de leguas, ó como mejor se pudiere concordar; la cual
dicha raya, señalen de polo á polo. Y si caso fuere que la dicha raya
ó límite de polo á polo topare en algunas islas ó tierra firme, que,
al comienzo della ó dellas, se haga alguna señal ó torre donde topare
la dicha raya, é que, en derecho de la tal señal ó torre, se continúen
dende adelante otras señales por la tal isla ó tierra firme en derecha
de la dicha raya, las cuales partan lo que á cada una de las partes
perteneciere della, etc.» Este fué el concierto y asiento que en
Simancas por aquel tiempo se hizo. Y es aquí de considerar la bondad de
los reyes de Castilla y amor de la paz que tuvieron, que, como el Papa
les concediese que todo lo que se contuviese del Occidente y Austro,
despues de pasadas 100 leguas, de las islas de Cabo Verde, por bien de
paz cedieron su derecho á concertarse con lo que se contuviese pasadas
las 370 leguas, con las demas condiciones á que quisieron subiectarse
por su propia voluntad. El traslado de los capítulos de este asiento
enviaron los Reyes al Almirante en los primeros navíos que enviaron,
despues que él partió con los 17 navíos, y quisieran que se hallaran él
ó su hermano en tratar de aquello y asentar los dichos límites ó torre
que se habia de hacer, hecha la línea que habian de imaginar, como
abajo parecerá. Despues muchos años, el tiempo andando, en tiempo del
Emperador D. Cárlos y Rey nuestro señor, se tractó de otra junta que se
hizo en la ciudad de Badajoz, sobre los límites destas Indias, entre
castellanos y portogueses, decirse ha abajo, con el favor de Dios, lo
que en ello supiéremos que decir. Tratando deste asiento la Historia
portoguesa, que refiere la vida del dicho rey D. Juan, y que escribió
el susonombrado autor García de Reesende, en el cap. 166 dice, que
deste asiento y conclusion se hicieron por los Reyes contratos jurados,
y, con gran seguridad corroborados, de que mostraron ambas partes gran
contentamiento, por excusar las diferencias y discordias que ya se
comenzaban á revolver, contrarias de la paz que tenian asentada, y que
cuando volvieron sus Embajadores, por Julio, el rey de Portugal los
recibió con mucha alegría.....[1] Este historiador dice en el siguiente
cap. 167, una cosa que quiero referir aquí, para aviso de los Reyes,
porque es muy notable, y es, que tenia el rey de Portugal tanta parte
en el Consejo de los reyes católicos de Castilla, Rey é Reina, que
ninguna cosa se trataba en él, por secreta é importante que fuese,
que no la supiese luego el rey de Portugal, y por esto, andando en
estos tratos y conciertos, tenia el rey de Portugal muchas postas y
gran industria desta manera: Trataban el Rey y la Reina en su Consejo
lo que convenia tratar y determinarse; algunos traidores del Consejo,
que allí tenia el rey de Portugal bien salariados, avisábanle luego de
todo lo que pasaba; escribia luego el Rey á sus Embajadores, «mañana ó
tal dia os han de decir ó responder el Rey é la Reina tal y tal cosa,
respondereis de mi parte tal y tal cosa, y direis tales palabras;» los
Embajadores, como veian que salia así todo, sin faltar palabra, estaban
espantados, y no ménos el Rey y la Reina miraban en ello, viendo que
los Embajadores daban tan determinadamente respuesta en cosas que
requerian que con su Rey las consultasen. Y tenia esta industria el rey
de Portugal, que enviaba al duque del Infantadgo y á otros Grandes, que
sabia que no le ayudaban ni habian de ayudar, muchas joyas y presentes,
públicamente para hacerlos sospechosos con los Reyes, y á los que tenia
por sí en el Consejo de los Reyes, enviaba muchos dones y dádivas muy
secretas, y pagaba sus salarios; y así no habia cosa que los Reyes
hiciesen que no se lo revelaban. De donde parece cuanta es la maldad de
los infieles consejeros, y como los Reyes viven y gobiernan en mucho
trabajo.


CAPÍTULO LXXXVIII.

Visto por el Almirante que aquella provincia del Marien era tierra muy
baja, y que no le parecia que habia piedra y materiales para hacer
edificios, puesto que tenia muy buenos puertos y buenas aguas, deliberó
de tornar hácia atras la costa arriba, al leste, á buscar un buen
asiento donde provechosamente poblase; y, con este acuerdo, sábado, 7
dias de Diciembre, salió con toda su flota del puerto de la Navidad, y
fué á surgir aquella tarde cerca de unas isletas que están cerca del
_Monte-Christi_, y, otro dia, domingo, sobre el monte, yendo mirando
por la tierra donde Dios le deparase la dispusicion que buscaba para
poblar, pero su intincion, principalmente, iba enderezada al Monte
de Plata, porque se le figuraba, segun él dice, que era tierra más
cercana á la provincia de Cibao, donde, segun el viaje primero habia
entendido, estaban las minas ricas de oro, y quél estimaba ser Cipango,
como arriba se dijo. Fuéronle los vientos muy contrarios despues que
salió del puerto de _Monte-Christi_, que con muy grande trabajo y de
muchos dias, y con toda el armada, se vido en gran pena y conflicto,
porque la gente y los caballos venian todos con grande fatiga; por
estas dificultades, no pudo pasar del puerto de Gracia, en el cual
arriba digimos que habia estado Martin Alonso Pinzon, cuando en el
primer viaje se apartó del Almirante, y que agora se llama el puerto
ó rio de Martin Alonso, y está cinco ó seis leguas del puerto de la
Plata; puesto que dice aquí el Almirante que está once, pero entónces
no se sabia la tierra como agora. Este puerto dice el Almirante ser
singularísimo, y quisiera, diz que, poblar en él, si sintiera que tenia
rio suficiente de agua, ó fuente (y creo que tiene un arroyo pequeño),
ó si supiera la buena tierra y comarca que alrededor tenia, como
despues la supo. Por manera, que hobo de tornar atras tres leguas de
allí, donde sale á la mar un rio grande y hay un buen puerto, aunque
descubierto para el viento Norueste, pero para los demas bueno, donde
acordó saltar en tierra, en un pueblo de indios que allí habia; y vido
por el rio arriba una vega muy graciosa, y que el rio se podia sacar
por acequias que pasasen por dentro del pueblo, y para hacer tambien
en él aceñas y otras comodidades convenientes para edificar. Lo cual
visto, en el nombre de la Sancta Trinidad, dice él, que determinó de
poblar allí, é así mandó luego desembarcar toda la gente, que venia muy
cansada y fatigada y los caballos muy perdidos, bastimentos y todas
las otras cosas de la armada, lo cual todo mandó poner en un llano,
que estaba junto á una peña bien aparejada para edificar en ella su
fortaleza; en este asiento comenzó á fundar un pueblo ó villa que
fué la primera de todas estas Indias, cuyo nombre quiso que fuese la
Isabela, por memoria de la reina Doña Isabel, á quien él singularmente
tenia en gran reverencia, y deseaba más servirla y agradarla que
á otra persona del mundo. Dice aquí el Almirante, que, despues de
haber asentado allí, daba infinitas gracias á Dios, por la buena
dispusicion, que, para la poblacion, por aquel sitio hallaba; y tenia
razon, porque hobo por allí muy buena piedra de cantería, y para hacer
cal, y tierra buena para ladrillo y teja, y todos buenos materiales,
y es tierra fertilísima y graciosísima y bienaventurada. Por este
aparejo dióse grandísima prisa, y puso suma diligencia en edificar
luego casa para los bastimentos y municiones del armada, é iglesia y
hospital, y para su morada una casa fuerte, segun se pudo hacer; y
repartió solares, ordenando sus calles y plaza, y avecindáronse las
personas principales, y manda que cada uno haga su casa como mejor
pudiere; las casas públicas se hicieron de piedra, las demas cada
uno hacia de madera y paja, y como hacerse podia. Mas, como la gente
venia fatigada de tan largo viaje, y no acostumbrado, de la mar, y
luego, mayormente la trabajadora y oficiales mecánicos, fueron puestos
en los grandes trabajos corporales de hacer las obras y edificios
susodichos, y materiales para ellos, y la tierra, de necesidad, por la
distancia tan grande que hay de España hasta aquí, é mudanza de los
aires y diferentísimas regiones, los habia de probar, puesto que ella
en sí es de naturaleza sanísima, como abajo se dirá en los capítulos
90 y 91, á lo cual se llegó la tasa de los bastimentos, que todos se
daban por estrecha órden y medida, como cosa que se traia de España,
y que de los de la tierra, por ser tan diferentes de los nuestros,
mayormente el pan, no habia esperanza que por entónces á ellos se
arrostrase, comenzó la gente, tan de golpe, á caer enferma, y, por el
poco refrigerio que habia para los enfermos, á morir tambien muchos
dellos, que apénas quedaba hombre de los hidalgos y plebeyos, por muy
robusto que fuese, que, de calenturas terribles, enfermo no cayese;
porque á todos era igual, casi, el trabajo, como podrán bien adivinar
todos aquellos que saben qué cosa sea, en especial en estas tierras,
poblar de nuevo, lo cual en aquel tiempo, sin ninguna comparacion, más
que en otro ni en otra parte, fué laborioso. Sobreveníales á sus males
la grande angustia y tristeza que concebian de verse tan alongados
de sus tierras, y tan sin esperanza de haber presto remedio, y verse
defraudados tambien del oro y riquezas que se prometió á sí mismo, al
tiempo que acá determinó pasar, cada uno. No se escapó el Almirante de
caer, como los otros, en la cama, porque como por la mar solian ser sus
trabajos incomparables, mayormente de no dormir, que es lo que más en
aquella arte se requiere que tengan los que llevan oficio de pilotos,
y el Almirante, no sólo llevaba sobre sí cargo de piloto, como quiera
y como los pilotos suelen llevar en las navegaciones, adonde muchas
veces han ido, pero en tal como esta, en aquel tiempo tan nueva y tan
nunca otra tal vista ni oida, y que ninguno la sabia sino él, y por
consiguiente, sobre sus hombros iba el cuidado de toda la flota, y
que todos los otros pilotos habian de llevar, y, sin esto, lo mucho
que ya más le iba que á todos, teniendo suspenso á todo el mundo, que
esperaban como habia de responder la cosa comenzada; que, cierto, no
era ménos, sino ántes más y mayor la obligacion, que de satisfacer á
los reyes de Castilla y á toda la cristiandad, tenia, como mayores
prendas se hobiesen ya metido, así de gastos como de gente, que la del
primer viaje, así que todas estas consideraciones, que pasaban cada
hora por su pensamiento, le compelian á que fuese mártir por la mar;
y, sin duda, sus cuidados, vigilias, solicitud, temores, trabajos y
angustias, no creo que se podrán comparar, de donde necesariamente se
habia de seguir caer en grandes enfermedades, como abajo parecerá.
Y de una cosa me parece que todos los que deste negocio tuvimos y
tenemos noticia, entre todas las demas, nos debiamos más que de otras
maravillar, y cognoscer la infalible providencia de Dios haber tenido
singular modo de proveer aquesta negociacion, conviene á saber, que no
solamente hobiese hecho tan fácil y breve, ansí en lo de la mar, sin
tempestades, como en la clemencia y suavidad y favor de los vientos,
en el primer descubrimiento y viaje, siendo, por la mayor parte, todos
ó cuasi todos, los que despues se han hecho y hacen, tan peligrosos,
impetuosos y llenos de tantos trabajos, como habemos muchas veces en
nos y en otros experimentado, pero que nunca el Almirante, por todo él,
á ida ni á venida, ni en la estada de España, ni agora en esta tornada
de este segundo viaje, hasta que hobo enseñado á todos los demas á
navegar estas mares, y puso en estas tierras la gente que trajo, cuasi
como por arras de los que despues habian de venir á efectuar lo que
Dios tenia determinado, nunca, digo, el Almirante, caudillo y guiador
de aquesta divina hazaña, en todos los peligros y dificultades pasadas
enfermase; y así, creo que es particular cosa esta, de las muchas que
podemos hallar en el descubrimiento de estas Indias, no la menor que
otra digna de profunda consideracion.


CAPÍTULO LXXXIX.
En el cual se tracta como el Almirante envió á un Alonso de Hojeda con
15 hombres á descubrir la tierra, y saber de las minas de Cibao.—Como
recibian los indios á los cristianos con mucha alegría.—Volvió Hojeda
con nuevas de oro.—Alegróse el Almirante y toda la gente.—Como
despachó el Almirante, de los 17, los 12 navíos para Castilla, con la
relacion larga para los Reyes; y á quién envió por Capitan dellos, etc.

Miéntra él ordenaba y entendia en la edificacion de la villa de la
Isabela, porque no se perdiese tiempo ni se gastasen los mantenimientos
en balde, y se supiese alguna nueva de lo que en la tierra habia,
especialmente de su Cipango, informado de los indios que allí en un
pueblo junto vivian, quienes afirmaban estar cerca de allí Cibao,
determinó de enviar descubridores que supiesen lo que todos tanto
deseaban, conviene á saber, las minas del oro, y para este ministerio
eligió á Alonso de Hojeda, de quien arriba en el cap. 84 se hizo
mencion. Con 15 hombres, luego, por el mes de Enero siguiente, mandó el
Almirante que fuese á buscar y saber donde eran las minas de Cibao, y
ver la dispusicion de la tierra, poblaciones y gentes della. Entretanto
que Hojeda iba, entendió tambien el Almirante en despachar con brevedad
los navíos que habian de ir á Castilla, y estos fueron 12 dejando 5,
dos naos grandes y tres carabelas, que dejó consigo, de los 17, para
las necesidades que se ofreciesen, y para ir á descubrir, como abajo se
dirá. Volvió Alonso de Hojeda, á pocos dias, con buenas nuevas que á
todos, en alguna manera, entre sus trabajos y enfermedades, alegraron,
puesto que más quisieran, muchos y los más, y quizá todos, hallarse en
el estado que estaban cuando se embarcaron en Castilla, como ya viesen
que el poder ser ricos de oro iba á la larga, porque no pensaban sino
que, á la costa de la mar, habian de hallar el oro, para hinchir
sus costales, arrollado. Dió relacion Hojeda, que hasta los dos dias
que habia hecho de camino, salido de la Isabela, habia tenido algun
trabajo por ser despoblado, pero que, descendido un puerto, habia
hallado muchas poblaciones á cada legua, y que los señores dellas y
toda la gente los recibian como á ángeles, saliéndolos á recibir, y
aposentándolos, y dándoles de comer de sus manjares, como si fueran
todos sus hermanos. Este puerto es la sierra, que arriba digimos,
fertilísima, que hace la vega por la parte del Norte, la cual toda era
poblada, sino que, por aquella parte por donde fueron, debia ser el
camino despoblado; como quiera que era todo poca distancia, porque no
podian ser obra de ocho ó diez leguas hasta descender la vega abajo,
la cual era, en admirable manera, poblada. Continuó Hojeda su camino,
llegó á la provincia de Cibao en cinco ó seis dias, que está de la
Isabela obra de 15 ó 20 leguas, porque se detenia por los pueblos por
ser tan bien hospedado; llegado á la provincia, que luego comienza,
pasado el rio grande que se llama Yaquí, al cual puso el Almirante Rio
del Oro, cuando vido la boca dél en el puerto del _Monte-Christi_, el
primer viaje, andando por los rios y arroyos della, los vecinos que
en los puertos cercanos estaban y los que consigo por guias llevaban,
en presencia del Hojeda y de los cristianos, cogian y cogieron muchas
muestras de oro, que bastaron para creer y afirmar que era tierra
de mucho oro; como en la verdad lo fué despues, de donde se sacó
innumerable, y de lo más fino que hobo en el mundo, como, si Dios
quiere, abajo se contará más largo. Con esta nueva, todos, como dije,
recibieron un mezclado alegron; pero el Almirante fué el que más dello
gustó, y determinó, despachados los navíos para Castilla, ir á ver la
dicha provincia de Cibao, por los ojos, y dar á todos motivo de creer
lo que viesen y palpasen, como Sancto Tomás. Hecha relacion larga de
la tierra y del estado en que quedaba, y donde habia poblado, para los
Reyes católicos, y enviándoles la muestra del oro que Guacanagarí le
habia presentado, y la que Hojeda habia traido, é informándoles de todo
lo que vido ser necesario, despachó á los 12 navíos dichos, poniendo
por Capitan de todos ellos al susodicho Antonio de Torres, hermano del
ama del príncipe D. Juan, á quien entregó el oro y todos sus despachos.
Hiciéronse á la vela á los 2 dias de Febrero de 1494. Alguno dijo que
envió con estos navíos á un Capitan que se decia Gorbalan pero no es
así, lo cual ví, como está dicho, en una carta del mismo Almirante para
los Reyes, cuyo traslado tuve yo en mi poder escrito de su propia mano.


CAPÍTULO XC.
En el cual se tracta como el Almirante salió por la tierra, con
cierta gente española.—Dejó la gobernacion de la Isabela á su
hermano D. Diego.—Como salió en forma de guerra, y así entraba y
salia en los pueblos para mostrar su potencia y poner miedo en la
gente indiana.—Como se quiso amotinar un contador, Bernal de Pisa,
y hurtar ciertos navíos.—Los recibimientos que hacian los indios al
Almirante y á los cristianos.—De su bondad y simplicidad en la manera
que tenian.—De la hermosura de la vega á que puso nombre la Vega
Real.—Los rios tan grandes y hermosos que habia, y el oro que en ellos
se hallaba, etc.

Partidos los navíos para España, y el Almirante, de su indispusicion y
enfermedad mejorado, acordando de salir á ver la tierra, en especial
la provincia de Cibao, porque, estando enfermos algunos de los
descontentos y trabajados, quisieron hurtar ó tomar por fuerza los
cinco navíos que quedaban, ó algunos dellos, para se volver á España,
cuyo movedor, diz que, habia sido un Bernal de Pisa, Alguacil de corte,
á quien los Reyes habian hecho merced del oficio de Contador de aquesta
isla, puesto quel Almirante, no pudiéndose la rebelion encubrir, hechó
preso al Bernal de Pisa, y mandólo poner en una nao para enviarlo á
Castilla con el proceso de lo que habia ordenado, y á los demas mandó
castigarlos; por esta causa mandó poner toda la municion y artillería,
y cosas más necesarias de la mar de los cuatro navíos, en la nao
_Capitana_, y puso en ellas personas de buen recaudo. Y esta fué la
primera rebelion que en estas Indias fué intentada, aunque luego,
ántes que se perfeccionase, fué apagada. Tambien parece haber sido el
origen de la contradiccion, que el Almirante y sus sucesores siempre
tuvieron, de los que los Reyes proveian en estas tierras por sus
oficiales, los cuales le hicieron, como se verá, grandísimos daños.
Hallóse á este Bernal de Pisa una pesquisa escondida dentro de una
boya, (que es un palo muy grueso que se echa con una cuerda, para que
se sepa donde está el ancla, por si se le rompiere el cable) hecha
contra el Almirante; y no se yo qué podia el Almirante haber cometido
ó agravios hecho en tan pocos dias, que no habia dos meses que en la
tierra estaba. Asimismo de los castigos, que, quizá por esto, hizo en
los que por esta conjuracion halló culpados, comenzó la primera vez
á ser tenido por riguroso juez, y, delante de los Reyes, y cuasi en
todo el reino, por insufrible y cruel infamado; de lo cual yo bien
me acuerdo, y áun ántes que pasase á estas partes ni cognosciese al
Almirante, por tal en Castilla publicarse, y dado que no he visto los
testigos que entónces hizo para certificarlos, pero he leido cartas
suyas escritas á los Reyes, excusándose del rigor de la justicia que
le imponian, de donde colijo que algun testigo debiera en aquellos
de haber ejecutado; y, en la verdad, digno era de gran castigo aquel
delito, siendo el primero y de tan mala y peligrosa especie y así
muy grave, pero como los delincuentes, por gravemente que ofendan,
querrian, del todo de las penas que merecen, escaparse, cuando se
las ejecutan escuéceles, y siempre sus causas justifican y repútanse
por agraviados. Volviendo al propósito, puesto recaudo en los cinco
navios, y dejado cargo de la gobernacion á D. Diego, su hermano,
con personas que en ella le aconsejasen y ayudasen, escogió toda la
más gente y más sana que le pareció que habia de pié y de caballo,
y trabajadores, albañiles y carpinteros, y otros oficiales, con las
herramientas é instrumentos necesarios, así para probar á sacar oro,
como para hacer alguna casa fuerte donde los cristianos se pudiesen
defender si los indios intentasen algo. Salió de la Isabela, con toda
su gente cristiana y con algunos indios del pueblo que habia junto á
la Isabela, miércoles, á 12 de Marzo de 1494 años, y, por poner temor
en la tierra, y mostrar que si algo intentasen eran poderosos para
ofenderlos y dañarlos los cristianos, á la salida de la Isabela, mandó
salir la gente en forma de guerra, con las banderas tendidas, y con sus
trompetas, y, quizá, disparando espingardas, con las cuales quedarian
los indios harto asombrados; y así hacia en cada pueblo al entrar y
al salir, de los que en el camino hallaba. Fué aquel dia tres leguas
de allí á dormir, al pié de un puerto harto áspero, todas de tierra
llana, y porque los caminos, que los indios andaban, eran no más anchos
que los que llamamos sendas, como ellos tengan poco embarazo de ropa
ni de recuas ó carretas para tenerlos anchos, porque no lo son más de
cuanto les caben los pies, mandó el Almirante ir á ciertos hidalgos,
con gente de trabajo, delante, la sierra arriba, que dura obra de dos
tiros buenos de ballesta, que con sus azadas y azadones lo ensanchasen,
y, donde habia árboles, los cortasen y escombrasen, y por esta causa,
puso nombre á aquel puerto, el Puerto de los Hidalgos. Otro dia,
jueves, 13 de Marzo, subido el Puerto de los Hidalgos, vieron la gran
vega, cosa que creo yo, y que creo no engañarme, ser una cosa de las
más admirables cosas del mundo, y más digna, de las cosas mundanas y
temporales, de ser encarecida con todas alabanzas, y por ella ir á
prorumpir en bendiciones é infinitas gracias de aquel Criador della
y de todas las cosas que tantas perfecciones, gracias y hermosura en
ella puso; ella es de 80 leguas, y las 20 ó 30 dellas de una parte y
de otra, de lo alto de aquella sierra, donde el Almirante y la gente
estaban, se descubre; la vista della es tal, tan fresca, tan verde, tan
descombrada, tan pintada, toda tan llena de hermosura, que ansí como
la vieron les pareció que habian llegado á alguna region del Paraíso,
bañados y regalados todos en entrañable y no comparable alegría, y
el Almirante, que todas las cosas más profundamente consideraba, dió
muchas gracias á Dios, y púsole nombre la Vega Real. Cuanto bien
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