Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 34

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fortaleza y lo demas, porque luego le avisaba de todo su hermano D.
Diego, no podia creer que los Reyes tales cosas hobiesen proveido, por
las cuales, así totalmente lo quisieron deshacer sin haber de nuevo
en cosa ofendido, ántes obligádolos con nuevos trabajos y servicios
con el descubrimiento de la tierra firme, y perlas de Paria, y otras
islas, y sospechó no fuese algun fingimiento del Bobadilla, como fué
el de Hojeda, que, para revolver la gente contra el Almirante, fingia
que traia poderes de los Reyes para gobernar con él y constreñille á
que pagase los sueldos á los que lo ganaban del Rey, como arriba en el
cap. 169 pareció. Y, ciertamente, cosa fué aquesta de gran turbacion
y sobresalto y amargura para el Almirante, y fuera para cualquiera
otra persona, por prudente que fuera, que habiendo servido de nuevo
tanto, y no delinquido hasta entónces de nuevo más de lo que Juan
Aguado habia á los Reyes notificado, el cual llevó cuanto llevar
pudo, de quejas y de los agravios que hasta entónces decian que habia
hecho á los cristianos, horribilísima y dolorosísima cosa era verse
así, sin ser oido ni vencido, de todo su estado, absolutamente, por
los Reyes tan católicos, á quien tanto tenia obligados, desposeido y
despojado; pero como arriba en algunos capítulos se ha dicho, hacello
los Reyes no fué en su mano, ántes para bien del mismo Almirante,
divinal y misericordiosamente ordenado. Y por la sospecha que hobo, de
no fuese, por ventura, otra invencion como la de Hojeda, dijeron que
habia mandado apercibir á los Caciques y señores indios, que tuviesen
apercibida gente de guerra para cuando él los llamase; porque de los
cristianos, cuanto á la mayor parte, poco confiaba, como anduviese
tras muchos á caza que andaban levantados, y cada dia temia que se le
habian de levantar más, siendo tambien tan fresco el levantamiento de
Francisco Roldan que tanto habia durado. Finalmente acordó de acercarse
á Sancto Domingo, para lo cual se vino al Bonao, 10 leguas más cerca
de la Vega donde estaba, donde estaban algunos cristianos como
avecindados, que tenian por allí labranzas que tomaban á los indios, y
otras que les forzaban á hacérselas aunque les pesase, y comenzaba ya á
llamarse la villa del Bonao. El comendador Bobadilla, que ya era y lo
llamaban á boca llena, Gobernador, despachó un Alcalde con vara, con
sus poderes y los traslados de las provisiones, la tierra adentro, para
que las notificase al Almirante y á los que por allá hallase, el cual
lo tomó ya venido al Bonao: no le escribió carta ninguna notificándole
su venida. El Almirante le escribió diciéndole que fuese bien venido,
y nunca hobo respuesta dél, lo cual fué grande descomedimiento y señal
de traer contra el Almirante propósito muy malo; y lo peor que es, que
escribió á Francisco Roldan, que estaba en Xaraguá, y á otros quizá
de los alzados, de lo que mucho el Almirante se quejaba. Notificadas
las provisiones reales, dijeron que respondió el Almirante, que él era
Visorey y Gobernador general, y que las provisiones y poderes que el
Comendador traia no eran sino para lo que tocaba á la administracion de
la justicia, y por tanto requirió al mismo Alcalde que el Comendador
enviaba, y á la otra gente del Bonao, que se juntasen con él y á él
obedeciesen en lo universal, y al Comendador en lo que le perteneciese
como á Juez y administrador de justicia, y que todo lo que respondió
fué por escrito. Desde á pocos dias llegaron, un religioso de San
Francisco, que se llamaba fray Juan de Trasierra, y Juan Velazquez,
Tesorero de los Reyes, con quien el Comendador le envió una carta de
los Reyes que decia lo siguiente:
«D. Cristóbal Colon, nuestro Almirante del mar Océano: Nos habemos
mandado al comendador Francisco de Bobadilla, llevador de esta, que vos
hable de nuestra parte algunas cosas que él dirá; rogamos os que le
deis fe y creencia, y aquello pongais en obra. De Madrid á 26 de Mayo
de 99 años.—Yo el Rey.—Yo la Reina.—Y por su mandado, Miguel Perez
de Almazán.»
Rescibida esta carta y platicadas muchas cosas entre él y el religioso
y el Tesorero, que fueron los mensajeros, determinó de venirse con
ellos á Sancto Domingo; entretanto, el Comendador hizo gran pesquisa
y examinacion de testigos, sobre la hacienda que era del Rey, y quién
la tenia en cargo, y lo que era del Almirante, al cual tomó las arcas
y toda la hacienda que tenia de oro, y plata, y joyas, y aderezos
de su casa, y áun se aposentó en su misma casa y se apoderó en ella
y en todo lo que del Almirante era. Tomóle ciertas piedras doradas,
que eran como madres de oro, que por tiempo se convirtieran en oro,
todas, como hemos visto muchas dellas que, partiéndose por medio, está
el oro entreverado, en unas partes más oro que piedra, y en otras
más piedra que oro, por manera que á la clara parece que toda la tal
piedra se va convirtiendo en oro; tomóle tambien las yeguas y caballos
y todo lo que más halló ser suyo, con todos los libros y escrituras
públicas y secretas que tenia en sus arcas, lo que más dolor le dió
que todo, y nunca le quiso dar una ni ninguna. Esto dijo que tomaba
para pagar el sueldo á los que se les debia, que pagarlo era á cargo
del Almirante, por las cláusulas que venian en los poderes que arriba
quedan recitados. En estos dias, toda la gente española que habia
en la Vega y en el Bonao, y en otras partes comarcanas, cuanto más
podia, se descolgaba hácia Sancto Domingo á ver al Gobernador nuevo
y gozar de las novedades. Para atraer á toda la gente á sí, mandó
apregonar franqueza del oro, conviene á saber, que todos los que
quisiesen ir á cogerlo no pagasen al Rey más de la undécima parte por
veinte años, pero caro le costó, como en el siguiente libro se verá;
la misma franqueza concedió de los diezmos que entónces se pagaban al
Rey. Item, apregonó que venia á pagar los sueldos que se les debia
por el Rey, y constreñir que pagase el Almirante los que eran á su
cargo; con estas nuevas negaban y renegaban de sus padres. Vido buen
aparejo el Comendador, como todos los más estuviesen descontentos y
muy indignados del Almirante y de sus hermanos, y lo viesen ya caido
de la Gobernacion y de su estado, y fuesen al Gobernador con quejas y
acusaciones, y representasen sus agravios; hizo de su oficio pesquisa
secreta contra él y ellos, para la cual halló á todos voluntarios y
bien aparejados. Y porque, como dice Boecio, lo primero que desmampara
á los infelices es la buena estimacion, y sucede el menosprecio y
corrimiento y disfavores, comenzando á tomar testigos, las piedras
se levantaban contra sus hermanos y él: _Quo fit ut existimatio
bona prima omnium deserat infelices. Qui nunc populi rumores, quam
dissonæ, multiplicesque sententiæ, piget reminisci. Hoc tantum
dixerim, ultimam esse adversæ fortunæ sarcinam, quod dum miseris
aliquod crímen affingitur, quæ perferunt, meruisse creduntur._ Boecio,
cuarta prosa del libro I; la cual sentencia hace harto al propósito
de la infelicidad y desdicha del Almirante, que, desque se comenzó la
pesquisa, no sólo secretamente pero pública, era acusado y vituperado,
y se decian y clamaban sus defectos, afirmando que de todo mal y pena
era dignísimo. Acusáronlo de malos y crueles tratamientos que habia
hecho á los cristianos en la Isabela, cuando allí pobló, haciendo por
fuerza trabajar los hombres sin dalles de comer, enfermos y flacos, en
hacer la fortaleza y casa suya, y molinos, y aceña, y otros edificios,
y en la fortaleza de la Vega, que fué la de la Concepcion, y en
otras partes, por lo cual murió mucha gente de hambre, y flaqueza,
y enfermedades, de no darles los bastimentos segun las necesidades
que cada uno padecia; que mandaba azotar y afrentar muchos hombres
por cosas livianísimas, como porque hurtaban un celemin de trigo,
muriendo de hambre, ó porque iban á buscar de comer. Item, porque se
iban algunos á buscar de comer, á donde andaban algunas Capitanías
de cristianos, habiéndole pedido licencia para ello, y él negándola,
y no pudiendo sufrir la hambre, que los mandaba ahorcar; que fueron
muchos los que ahorcó por ésto, y por otras causas, injustamente. Que
no consentia que se baptizasen los indios que querian los clérigos
y frailes baptizar, porque queria más esclavos que cristianos; pero
esto podia impedir justamente, si los querian baptizar sin doctrina,
porque era gran sacrilegio dar el baptismo á quien no sabia lo que
rescibia. Acusáronle que hacia guerra á los indios, ó que era causa
della injustamente, y que hacia muchos esclavos para enviar á Castilla.
Item, acusáronle que no queria dar licencia para sacar oro, por
encobrir las riquezas desta isla y de las Indias, por alzarse con ellas
con favor de algun otro Rey cristiano. La falsedad desta acusacion
está bien clara, por muchas razones arriba dichas, y algunas veces
referidas, donde parece que ántes moria y trabajaba por enviar á los
Reyes nuevas de minas ricas, y por envialles oro para suplir los gastos
que hacian; y esto tenia por principal interés y provecho suyo, porque
via que todos los que lo desfavorecian para con los Reyes no alegaban
otra causa sino que gastaban y que no recibian utilidad ninguna, y
así, estaba infamada y caida toda la estimacion deste negocio de las
Indias, de donde todo el mal y daño suyo procedia: y así, no parece
tener color de verdad este delito que le imputaban. Acusáronle más, que
habia mandado juntar muchos indios armados para resistir al Comendador
y hacelle tornar á Castilla, y otras muchas culpas é injusticias y
crueldades en los españoles cometidas, pero en la honestidad de su
persona ninguno tocó, ni cosa contra ella dijo, porque ninguna cosa
dello que decir habia; pero poca cuenta tenian los que le acusaban de
hacer mencion de las que habian ellos cometido, y él en mandallo, en
las guerras injustas y malos y asperísimos tratamientos en los tristes
indios. Y esta fué insensibilidad y bestialidad general de todos los
jueces que han venido y tenido cargo de tomar cuenta y residencia á
otros jueces en estas Indias, que nunca ponian por cargos (sino de muy
pocos años atras, hasta que fueron personas religiosas que clamaron
en Castilla), muertes, ni opresiones, ni crueldades cometidas en
los indios, sino los agravios de nonadas que unos españoles á otros
se hacian, y otras cosas, que, por graves y gravísimas que fuesen,
eran aire y accidentes livianísimos, comparadas á las más chicas que
padecian los indios, las cuales, como sustanciales, asolaban como han
asolado, todas estas Indias. Muchas destas y otras, tambien acusaron á
sus hermanos; yo vide el proceso ó pesquisa y della muchos testigos,
y los cognoscí muchos años, que dijeron las cosas susodichas. Dios
sabe las que eran verdad, y con qué razon é intencion se tomaban y
deponian, puesto que yo no dudo sino que el Almirante y sus hermanos
no usaron de la modestia y discrecion, en el gobernar los españoles,
que debieran, y que muchos defectos tuvieron, y rigores y escaseza en
repartir los bastimentos á la gente, pues no los daban los Reyes sino
para mantenimientos de todos, y que se distribuyeran segun el menester
y necesidad de cada uno, por lo cual todo cobraron contra ellos, la
gente española, tanta enemistad; pero como el Almirante y ellos, tan
perniciosamente, cerca de la entrada en estas tierras y tratamientos
destas gentes, cuyas eran, y que ni pudieron, ni supieron, ni tuvieron
á quien se quejar, erraron, no podia ser ménos, por justo juicio
divino, sino que tambien cerca de la gobernacion y tratamiento de los
españoles errasen, para que, sabiendo y pudiendo y teniendo á quien
quejarse, hobiese ocasion para cortar el hilo que el Almirante llevaba
de disminuirlas, y con quitárselas de las manos con tanta pérdida,
desconsuelo y deshonor suyo, por las culpas ya cometidas, se castigase,
y porque, al fin, otros las habian de consumir, permitiéndolo así
la divinísima justicia, por los secretos juicios que Dios se sabe,
ménos parece ser ordenado divinalmente para utilidad dellas, que del
Almirante.


CAPÍTULO CLXXXI.

El Comendador, sabiendo que el Almirante venia para Sancto Domingo,
mandó prender á su hermano D. Diego, y, con unos grillos, échalo en una
carabela de las que él habia traido, sin decille por qué ni para qué,
ni dalle cargo ni esperar ni oir descargo; llegó el Almirante y vále á
ver, y el rescibimiento que le hizo fué mandalle poner unos grillos,
y metelle en la fortaleza, donde ni él lo vido ni le habló más, ni
consintió que hombre jamás le hablase. Cosa pareció esta absurdísima,
descomedida, y detestable juntamente, y miseranda y miserable, que
una persona en tanta dignidad subida, como era Visorey y Gobernador
perpétuo de todo este orbe, y por muy remerecido renombre Almirante del
mar Océano, y que, con tantos trabajos, peligros y sudores, aquellos
títulos, por singular privilegio de Dios escogido, habia ganado, y
con mostrar al mundo este mundo, tantos siglos encubierto al mundo,
porque así lo diga y peculiarmente á los Reyes y reinos de Castilla,
con vínculo antidotal y por natural razon establecido, á perpétuo
agradecimiento habia obligado, que tan inhumana y descomedidamente,
y con tanto deshonor haya sido tratado, cosa, por cierto, indigna
de razon recta fué, y más que monstruosa. Tenia el Adelantado ya en
Xaraguá y Francisco Roldan, presos, de los que de nuevo se alzaban,
pienso que oí por aquellos tiempos decir que eran 16, metidos en
un hoyo ó pozo, para los ahorcar. Envió el Comendador á decir al
Almirante que escribiese al Adelantado que no tocase en ellos por
manera del mundo, y lo enviase á llamar, y así lo hizo, mandándole
que viniese con toda paz y obediencia á los mandamientos Reales, y no
curase de su prision, que á Castilla irian, y los Reyes remediarian
sus agravios. Llegado el Adelantado á Sancto Domingo, halló en
el Comendador el hospedaje que habia dado al Almirante. Preso el
Almirante con sus dos hermanos, y en las carabelas aherrojados, los
que más mal les querian tuvieron aparejo para cumplidamente dellos
vengarse, porque no les bastó gozarse de vellos con tanto deshonor
y abatimiento angustiados, pero áun por escrito y por palabras, con
larga licencia, de dia y de noche no cesaban, poniendo líbelos famosos
por los cantones y leyéndolos públicamente, de maldecir y escarnecer
dellos, y blasfemallos, y lo que más duro les pudo ser, que algunos
de los que esto tan temeraria é impiamente hacian, habian comido su
pan y llevado su sueldo, y eran sus criados; y, lo que no sin gran
lástima y dolor se puede ni conviene decir, cuando querian echar los
grillos al Almirante, no se hallaba presente quien por su reverencia
y de compasion se los echase, sino fué un cocinero suyo descognoscido
y desvergonzado, el cual, con tan deslavada frente se los echó, como
si le sirviera con algunos platos de nuevos y preciosos manjares. Este
yo le cogsnoscí muy bien, y llamábase Espinosa, sino me he olvidado.
Estos grillos guardó mucho el Almirante, y mandó que con sus huesos
se enterrasen, en testimonio de lo quel mundo suele dar, á los que en
él viven, por pago. Ciertamente, cosa es esta digna de con morosidad
ser considerada, para que los hombres, ni confien de sus servicios y
hazañas, ni esperen estar seguros, porque mucho tengan los Príncipes
ó Reyes por ellas obligados, porque al cabo son hombres y mudables,
y tanto más mudables, cuanto su ánimo real de muchos es golpeado, y
pocas veces complidamente á los verdaderos servicios, con mercedes
condignas satisfacen, y muchas con disfavores y amortiguada y obliviosa
gratitud las que han hecho deshacen. Por esta causa, el profeta
David clamaba: _Nolite confidere in principibus in filiis hominum in
quibus non est salus_. Sólo Dios es el que hace las mercedes y no las
impropera ni las deshace, como dice San Pablo, cuando verdaderamente
dél no nos desviamos, y el que no engaña ni puede ser engañado, aunque
tenga muchos privados. Y puesto que los católicos Reyes fuesen mucho
agradecidos á los servicios del Almirante, y les pesase, como abajo
se declarará, de su prision y el mal tratamiento que el Comendador
hizo á él y á sus hermanos, empero, en la verdad, fueron tan largos
y exorbitantes los poderes que le dieron, y pusieron en él tanta
confianza, que, si más de lo que hizo contra el Almirante y sus
hermanos hiciera, y peor de lo que los tractó los tractara, para todo
parece, por los mismos poderes, que tuvo poder y mando. Parece que
los católicos Reyes debieran exceptuar que no tocara en la persona
del Almirante, pero creo que, como cosa que de sí era manifiesta no
incluirse en los dichos poderes, segun buen juicio, y áun segun reglas
del derecho, de hacer tal excepcion no curaron. En fin, poco ménos
calamitoso fué el fruto y galardon que reportó el Almirante de sus tan
grandes trabajos, y de haber mostrado este orbe nuevo al mundo, que
hobo aquel fortísimo é industriosísimo Belisario, gran Capitan del
emperador Justiniano, el cual, despues de vencidos los persas en el
Oriente y los vándalos en Africa, y traidos en triunfo, y los godos en
Italia, y otra vez los mismos vándalos postrados y echados de Africa,
y á Totila, rey de los godos, dos veces resistido, y Roma, otra vez
que estuvo cercada un año, de los mismos godos, la descercó y envió
las llaves al Emperador, y dejando de ser Rey de los godos, porque lo
elegian por Rey y le ofrecian todo servicio y favor para que tomase el
reino de Italia, y hecho en servicio y defensa y aumento del Imperio
romano muchas otras hazañas, al cabo rescibió el galardon que suelen
haber muchas veces los varones meritísimos, que por el bien universal
se aventuran, y trabajan por las repúblicas; este fué, que como fuese
de los que no le amaban, envidiado, y levantádole que queria alzarse
con el ejército y quitar la obediencia á Justiniano, y señorearse de
Italia, no bastando que por esta sospecha que el Emperador tuvo, le
envió á llamar, él fué luego con muchos despojos y con Vittige, rey
dellos, y otros muchos presos de los godos principales, y quitada la
sospecha que tuvo el Emperador, del todo, por entónces, finalmente, ó
porque se lo tornó á renovar, ó por odio que le tuvo, no se recordando
de sus generosos y dignos servicios, le mandó sacar los ojos y privar
de cuanto tenia, de donde vino á tal estado, que hobo de mendigar por
la extrema necesidad. Esto postrero, dice Volaterano en los comentarios
de su _Anthropología_, libro XXIII; lo demas, Procopio en los libros de
la «Guerra de los godos,» y en los de la «Guerra de Persia,» y en los
de la «Guerra contra los vándalos en África,» larguísimamente lo trata,
y otros muchos, despues de él, historiadores. Al Almirante, pues, no
le mandaron sacar los ojos, ni creo que su prision, pero ya que aquel
Comendador le prendió, y con tanto deshonor en hierros le envió,
privado de todo su estado y honra, y de toda su hacienda, hermanos,
amigos y criados, como hiciera á Francisco Roldan ó á otro de los
más bajos hombres y delincuentes que con él habian estado rebelados,
nunca, miéntras vivió, los Reyes sus pérdidas y deshonra ni estado
recompensaron, ántes, habiendo añadido otros admirables acerbísimos
y muchos trabajos y peligros, en nuevos descubrimientos que despues
hizo por servilles, al fin, en gran necesidad, disfavor y pobreza,
como en el siguiente libro se dirá, murió; y lo que más amargo y más
doloroso que sacarle los ojos sintió, y con razon, fué el sobresalto
y angustia, que, cuando de la fortaleza le sacaron para llevarle al
navío, creyendo que le sacaban á degollar, rescibió. Y así, llegando
Alonso de Vallejo, un hidalgo, persona honrada, de quien luego más se
dirá, á sacalle y llevalle al navío, preguntóle, con rostro doloroso
y profunda tristeza, que mostraba bien la vehemencia de su temor:
«Vallejo ¿dónde me lleváis?» respondió Vallejo: «señor, al navío vá
vuestra señoría á se embarcar;» repitió, dudando el Almirante: «Vallejo
¿es verdad?» responde Vallejo: «por vida de vuestra señoría, que es
verdad que se vá á embarcar.» Con la cual palabra se conhortó, y cuasi
de muerte á vida resucitó. ¿Qué mayor dolor pudo nadie sentir? ¿Qué más
vehemente turbacion le pudo cosa causar? Creo que tuviera entónces por
pena liviana que los ojos le sacaran como á Belisario, si de la muerte
Vallejo le asegurara. Tan súpitamente derriballo de la dignidad de
Visorey, que á todos los gobernaba y mandaba, sin cometer, como arriba
algunas veces se ha dicho, nuevas culpas (cuanto á los españoles digo,
que eran las que por culpas se estimaban y porque le maltrataban),
ántes él habia recibido, despues que vino, ofensas y desobediencias y
daños grandes, y sin ponelle cargos ni él descargarse, á tan miserable
y abatido estado, que temiese ser, por un hombre, particular juez,
justiciado, no pudo sino incomparable materia de angustia, y amargura,
y estupenda turbacion causarle. A Francisco Roldan, autor de todos los
alborotos y levantamientos pasados, y á D. Hernando de Guevara, que
ahora se habia alzado, y á los demas que estaban para ahorcar, no supe
que penase ni castigase en nada, los cuales yo vide pocos dias despues
desto, que yo á esta isla vine, sanos y salvos, y harto más que el
Almirante y sus hermanos prosperados, si llamarse puede, aquella vida
que tenian prosperidad y no más infelicidad. Metido en la carabela ó
navío el Almirante y sus hermanos, aherrojados, dió cargo dellos el
Comendador y envió por Capitan de las dos carabelas que habia traido,
al dicho Alonso de Vallejo, mandándole, que así, con sus hierros y
los procesos ó pesquisas que hizo, los entregase al obispo D. Juan de
Fonseca en llegando á Cáliz. Este Alonso de Vallejo, persona, como
dije, prudente, hidalgo y muy honrado, y harto mi amigo, era criado de
un caballero de Sevilla, que se llamaba Gonzalo Gomez de Cervantes,
tio, segun se decia, del mismo obispo D. Juan, y de aquí debió de venir
que el comendador Bobadilla, quiso, por agradar al Obispo, dar cargo á
Vallejo que llevase preso al Almirante. Sospecha hobo harto vehemente
quel Comendador hobiese hecho tanta vejacion y mal tractamiento al
Almirante, con favor y por causa del dicho obispo D. Juan, y si así fué
no le arrendaria al señor Obispo la ganancia.


CAPÍTULO CLXXXII.

Partieron las carabelas del puerto de Sancto Domingo para Castilla,
con el Almirante preso y sus hermanos, al principio del mes de Octubre
de 1500 años. Quiso Nuestro Señor de no alargalles mucho el viaje, por
acortalles la prision, porque llegaron á 20 ó 25 dias de Noviembre á
Cáliz. En el camino, del Alonso de Vallejo y del Maestre, que dije
arriba llamarse Andrés Martin de la Gorda, por su carabela que se llamó
así, el cual creo que tambien traia mandado el recaudo del Almirante
y de sus hermanos, fué el Almirante y sus hermanos bien tratados;
quisieron quitarle los grillos, pero no consintió el Almirante hasta
que los Reyes se los mandasen quitar, y, segun en aquel tiempo oí
decir, el dicho maestre Andrés Martin, llegando á Cáliz, dió lugar que
saliese secretamente un criado del Almirante, con sus cartas para los
Reyes y para otras personas, ántes que los procesos entregase, creyendo
que los Reyes se moverian por sus cartas, rescibiéndolas primero que
las del Comendador, y proveerian lo que conviniese al Almirante, puesto
que, como católicos y agradecidos Príncipes, no dejaran, sin aquello,
de proveer lo que mandaron. No hallé original ni minuta de carta suya,
que escribiese desde Cáliz el Almirante á los Reyes; por ventura, no
quiso escribilles, sino que de otros lo supiesen, por verse así tan
afrentado por sus poderes, creyendo quizá, tambien, que de su voluntad
su prision habia sucedido. Escribió, empero, una carta larga al ama del
príncipe D. Juan, que sea en gloria, la cual mucho queria al Almirante,
y en cuanto podia lo favorecia con la Reina, y el tenor de la carta
es el siguiente, por el principio de la cual parece la llaneza del
Almirante, y la poca presuncion que de la vanidad de los títulos, de
que agora usa España, entónces habia.
«Muy virtuosa señora: Si mi queja del mundo es nueva, su uso de
maltratar; es de antiguo; mil combates me ha dado, y á todos resistí,
fasta agora que no me aprovechó armas ni avisos; con crueldad me tiene
echado al fondo; la esperanza de Aquel que crió á todos, me sostiene;
su socorro fué siempre muy presto; otra vez, y no de léjos, estando
yo más bajo, me levantó con su brazo derecho, diciendo: «¡oh hombre
de poca fe, levántate, que yo soy, no hayas miedo!» Yo vine con amor
tan entrañable á servir á estos Príncipes, y he servido de servicio
de que jamás se oyó ni vido. Del nuevo cielo y tierra que decia
Nuestro Señor, por Sant Juan, en el Apocalipsi, despues de dicho por
boca de Isaías, me hizo mensajero, y amostró aquella parte. En todos
hobo incredulidad, y á la Reina, mi señora, dió dello el espíritu de
inteligencia y esfuerzo grande, y lo hizo de todo heredera, como á cara
y muy amada hija; la posesion de todo esto fuí yo á tomar en su real
nombre. La ignorancia en que habian estado todos, quisieron enmendallo
traspasando el poco saber á fablar en inconvenientes y gastos, Su
Alteza lo aprobaba, al contrario, y lo sostuvo hasta que pudo. Siete
años se pasaron en la plática, y nueve ejecutando cosas señaladas
y dignas de memoria, se pasaron en este tiempo; de todo no se fizo
concepto; llegué yo, y estoy que no hay nadie tan vil que no piense
de ultrajarme, por virtud se contará en el mundo, á quien puede no
consentillo. Si yo robara las Indias y tierra que fan faze en ello, de
que agora es la fabla del altar de Sant Pedro, y las diera á los moros,
no pudieran en España amostrarme mayor enemiga. ¿Quién creyera tal, á
donde hobo tanta nobleza? Yo mucho quisiera despedir del negocio, si
fuera honesto para con mi Reina, el esfuerzo de Nuestro Señor y de Su
Alteza fizo que continuase, y por aliviarle algo de los enojos en que
á causa de la muerte estaba (esto dice, porque era entónces muerto
el príncipe D. Juan), cometí viaje nuevo al nuevo cielo y mundo que
fasta entónces estaba en oculto, y sino es tenido allí en estima, así
como los otros de las Indias, no es maravilla, porque salió á parecer
de mi industria. Este viaje de Paria, creí que apaciguara algo por
las perlas, y la fallada del oro en la Española; las perlas mandé yo
ayuntar y pescar á las gentes, con quien quedó el concierto de mi
vuelta por ellas, y, á mi comprender, á medida de fanega; esto me salió
como otras cosas muchas, no las perdiera, ni mi honra, si buscara yo mi
bien propio y dejara perder la Española, ó se guardaran mis privilegios
y asientos, y otro tanto digo del oro que yo tenia agora junto, que con
tantas muertes y trabajos, por virtud divinal, he allegado á perfecto.
Cuando yo fuí á Paria, fallé cuasi la mitad de la gente en la Española,
alzados, y me han guerreado fasta agora como á moro, y los indios, por
otro cabo, gravemente[9]. En esto vino Hojeda y probó á echar el sello,
y dijo que Sus Altezas lo enviaban con promesas de dádivas y franquezas
y paga; allegó gran cuadrilla que en toda la Española muy pocos hay,
salvo vagabundos, y ninguno con mujer y fijos. Este Hojeda me trabajó
harto, y fuéle necesario de se ir, y dejó dicho que luego sería de
vuelta con más navíos y gente, y que dejaba la Real persona de la Reina
á la muerte; y en esto llegó Vicente Yañez, con cuatro carabelas; hobo
alboroto y sospecha, mas no daño. Despues, una nueva de seis otras
carabelas, que traia un hermano del Alcalde, mas fué con malicia, y
esto fué ya á la postre, cuando ya estaba muy rota la esperanza que Sus
Altezas hobiesen jamás de enviar navío á las Indias, y que vulgarmente
decia que Su Alteza..... Un Adrian, en este tiempo, probó alzarse otra
vez, como de ántes, mas Nuestro Señor no quiso que llegase á efecto
su mal propósito; yo tenia propuesto en mí de no tocar el cabello de
nadie, y á este, por su ingratitud, con lágrimas, no se pudo guardar
así como yo lo tenia pensado; á mi hermano no hiciera ménos, si me
quisiera matar y robar el señorío que mi Rey é Reina me tenian dado
en guarda. Seis meses habia que yo estaba despachado para venir á
Sus Altezas con las buenas nuevas del oro, y huir de gobernar gente
disoluta, que no teme á Dios, ni á su Rey y Reina, llena de achaques y
de malicias; ántes de mi partida supliqué tantas veces á Sus Altezas
que enviasen allá, á mi costa, quien tuviere cargo de la justicia, y
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