Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 06

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razon ajenos. Esto fué lo primero porque comenzaron á sentir los indios
la conversacion de los cristianos serles horrible, conviene á saber,
maltratarlos y angustiarlos por comerles y destruirles los bastimentos;
y, porque no para y sosiega el vicio y pecado en sola la comida, porque
con ella, faltando templanza y temor y amor de Dios, se derrueca y
va á parar á los otros sensuales vicios, y más injuriosos, por ende,
lo segundo con que mostraron los cristianos quién eran á los indios,
fué tomarles las mujeres y las hijas por fuerza, sin haber respeto
ni consideracion á persona ni dignidad, ni á estado, ni á vínculo de
matrimonio, ni á especie diversa con que la honestidad se podia violar,
sino sólamente á quien mejor le pareciese, y más parte tuviese de
hermosura: tomábanles tambien los hijos para se servir, y todas las
personas que habian menester, teniéndolas siempre en su casa. Viendo
los indios tantos males, injurias y vejaciones sobre sí, no sufribles,
haciendo tanto buen acogimiento y servicios á los cristianos, y
recibiendo dellos obras de tan mal agradecimiento y galardon, y sobre
todo, los señores y Caciques verse afrentados y menospreciados, y con
doblado dolor y angustia de ver padecer sus súbditos y vasallos tan
desaforados agravios é injusticias, y no los poder remediar; dellos,
se iban y ausentaban, escondiéndose por no ver lo que pasaba; dellos,
disimulaban, porque por la mucha gente cristiana y los caballos, que
era lo principal que les hacia temblar, no se atrevian ni curaban de
resistirles ni ponerse en armas para se vengar; y porque á los que no
andan en el camino de Dios no les han de faltar ocasiones, por el mismo
juicio divino, que son ofendículos en que caigan ó de pecados, porque
un pecado permite Dios que se incurra en pena de otro pecado, ó de
penas corporales ó espirituales, lo cual todo es pena por las ofensas
que se hacen á Dios, y así paguen y áun en esta vida, ó para purgar
en ella los crímines, ó para comenzar á penar lo que se ha de penar
para siempre, en este tiempo comenzó á tener Mosen Pedro Margarite sus
pundonores, y á se desgraciar con los del Consejo, que el Almirante
para gobernar dejó, ó porque no queria ser mandado dellos, ó porque
los queria mandar, ó porque le reprendian lo que hacia y consentia
hacer contra los indios, ó porque se estaba quedo no andando por la
isla señoreándola como el Almirante le habia dejado mandado por su
instruccion. Esta discordia fué causa de otros mayores daños, y de gran
parte, ó de la mayor, de la sedicion y despoblacion de esta isla que
despues se siguió; y porque se habia desmesurado en cartas contra los
que gobernaban, y mostrado quizá otras insolencias y cometido defectos
dignos de reprehension; venidos ciertos navíos de Castilla, que creo
que fueron los tres que trajo el dicho Adelantado, por no esperar al
Almirante, dejó la gente que tenia consigo, que eran los 400 hombres, y
viénese á la Isabela para se embarcar, y, con él, tambien se determinó
de ir el padre fray Buil, que era uno de los del Consejo, y otros
muchos, y ciertos religiosos con ellos. No sé si fueron los que arriba
dije que eran borgoñones, y pudiéralo yo bien saber dellos mismos, pero
no miré entónces en ello; los cuales, llegados á la corte, pusieron en
mucho abatimiento é infamia las cosas destas Indias, publicando que
no habia oro ni cosa de que se pudiese sacar provecho alguno, y que
todo era burla cuanto el Almirante decia. Viéndose la gente sin el
capitan Mosen Pedro, desparciéronse todos entre los indios, entrándose
la tierra dentro de dos en dos y de tres en tres, y no porque fuesen
pocos dejaban de cometer las fuerzas é insultos, é agravios en los
indios que cuando estaban juntos cometian. Viendo los indios crecer
sus agravios, daños é sinjusticias, y que no tenian remedio para los
atajar, comenzaron á tomar por sí la venganza, y hacer justicia los
Reyes y Caciques, cada uno en su tierra y distrito, como les competiese
de derecho natural y de derecho de las gentes, confirmado, cierto, por
el divino, la jurisdiccion; y así, mandaban matar á cuantos cristianos
pudiesen, como á malhechores nocivos á sus vasallos y turbadores de
sus repúblicas. Considere aquí el prudente lector, si aquellos Reyes
y señores, siendo señores, y teniendo verdadera jurisdiccion, como,
sin duda, como dije, por derecho natural y de las gentes, y confirmada
por el divino les competia, hacian lo que debian á buenos y rectos
jueces y señores, mandando hacer justicia de gente que tantos daños,
y afrentas, y fuerzas, y turbaciones les causaban, y de su paz, y
sosiego, y libertad eran usurpadores ¿qué gente, por bárbara ó por
mansa y paciente, ó, por mejor decir, bestial, en el mundo fuera que lo
mismo no hiciera? Así que, por esta razon, un Cacique que se llamaba
Guatiguaná, cuyo pueblo era grande, puesto á la ribera del rio poderoso
Yaquí, que, por ser graciosísimo asiento, hizo el Almirante hacer cerca
ó junto dél una fortaleza que llamó la Magdalena, y estaba 10 ó 12
leguas de donde fué y es agora asentada la villa de Santiago, mandó
matar diez cristianos que pudo haber y envió secretamente á poner fuego
á una casa de paja donde habia ciertos enfermos. En otras partes de la
isla mandaron matar otros Caciques hasta seis ó siete cristianos que
se habian derramado, por los robos y fuerzas que les hacian. Por estas
obras excesivas, y tan contra razon natural y derecho de las gentes,
(que naturalmente dicta á todos que vivan en paz, y á poseer sin daño
ni turbacion sus tierras y casas, y haciendas suyas, pocas ó muchas,
y que nadie les haga fuerza, injuria, ni otro algun mal), que hacian
los cristianos á los vecinos naturales desta isla en cualquiera parte
que estaban, ó por donde quiera que andaban; derramáronse por todos
los reinos, provincias, lugares y rincones desta isla tan horribles y
espantosas nuevas de la severidad y aspereza, iniquidad, inquietud é
injusticia de aquella gente recien venida, que se llamaban cristianos,
que toda la multitud de la gente comun temblaba, y sin verlos los
aborrecia y deseaba nunca verlos ni oirlos, mayormente los cuatro
reyes, Guarionex, Caonabo, Vehechio y Higuanamá, con todos los otros
infinitos Reyes ó señores menores que á aquellos seguian y obedecian,
deseaban echarlos desta tierra y por la muerte sacarlos del mundo. Sólo
Guacanagarí, el rey del Marien, donde vino á perder la nao el Almirante
el primer viaje, y dejó la fortaleza y lugar que llamó la Navidad,
nunca hizo cosa penosa á los cristianos, ántes en todo este tiempo tuvo
cien cristianos manteniéndolos en su tierra, como si cada uno fuera su
hijo ó su padre, sufriéndoles sus injusticias ó fealdades, ó porque su
bondad y virtud era incomparable, como parece, por el acogimiento y
obras que hizo el dicho primer viaje al Almirante y á los cristianos, ó
porque quizá era de ánimo flaco y cobarde que no se atrevia á resistir
la ferocidad de los cristianos; pero, cierto, de creer es, que vivia
harto amargo, y que de continuo sus aflicciones y de sus vasallos gemia
y las lloraba.


CAPÍTULO CI.

Tornando á la venida de Bartolomé Colon, hermano del Almirante,
ya digimos, mucho arriba, en el cap. 29, como cuando el Almirante
determinó de buscar un Rey cristiano, que le favoreciese y ayudase
para el descubrimiento que entendia hacer, envió á su hermano,
Bartolomé Colon, que fuese por su parte á proponer su demanda al rey
Enrico, que entónces reinaba en la isla de Inglaterra, el cual, por
los naufragios é infortunios y tribulaciones que le ocurrieron, no
pudo llegar allá sino despues de muchos años; dentro de los cuales,
el Almirante, aunque tambien gastó años muchos estando siete en la
corte, fué acogido, favorecido y despachado de los Reyes Católicos, y
descubrió estas Indias, y despues tornó con los 17 navíos á poblar,
que es del negocio que agora tratamos. Propuesta, pues, su empresa,
Bartolomé Colon ante el rey de Inglaterra, no sabemos qué repulsas ó
contrarios tuvo, ó cuanto tiempo tardó en su despacho, despues que lo
comenzó (puesto que nos vimos en tiempo con D. Bartolomé Colon, que si
nos ocurriera pensar escribir esta Historia lo pudiéramos bien saber),
mas de que al fin el Rey se lo admitió y capituló con él, segun de
ambas partes se concertaron; viniendo, pues, para Castilla en busca de
su hermano, don Cristóbal Colon, que ya era Almirante y él no lo sabia
(porque, cierto, debia el Almirante de tenerlo por muerto, pues en los
siete años no habia sabido dél, ó por sus enfermedades ó porque, por
sus infortunios, no habia todo aquel tiempo podido ir á Inglaterra),
viniendo por París, como ya estuviese tendida la fama de haberse
descubierto este Nuevo Mundo, el mismo rey de Francia Charles ó Cárlos,
el que decian el Cabezudo, le dijo como su hermano habia descubierto
unas grandes tierras que se decian las Indias: y, porque los Reyes
sabian primero las nuevas que otros, pudo haber sido que el mismo rey
de Inglaterra lo debia tambien saber, y no lo quiso decir al dicho
Bartolomé Colon, ó por lo atraer á sí, y él atrajese al Almirante, su
hermano, para su servicio, ó por dar á entender que para aceptar tan
sumo y tan incierto negocio no le faltaba magnanimidad. Besando las
manos, Bartolomé Colon, al rey de Francia por las buenas nuevas que
le plugo dar, el Rey le mandó dar 100 escudos para ayuda á su camino.
Oido que su hermano habia descubierto las tierras que buscaban, dióse
prisa creyendo de lo alcanzar, pero no pudo, porque el Almirante ya
era partido con sus 17 navíos, halló empero una instruccion que le
dejaba el Almirante para si en algun tiempo Bartolomé Colon pareciera.
Vista esta instruccion, partióse de Sevilla para la corte, que estaba
en Valladolid, por el principio del año de 1494, y llevó consigo á
dos hijos que tenia el Almirante, D. Diego Colon, el mayor, y que le
sucedió en el estado y fué el segundo Almirante de las Indias, y á
D. Hernando Colon, hijo menor, para que fuesen á servir al príncipe
D. Juan, de pajes, porque así le habia hecho merced la Reina al
Almirante. Llegado á besar las manos á los Reyes, Bartolomé Colon
con los sobrinos, y ofrecidos todos á su servicio, recibiéronlo los
católicos Reyes con mucha alegría y benignidad; llamáronle luego D.
Bartolomé, y mandaron que fuese á servirles ayudando al Almirante, su
hermano; para lo cual, le mandaron aparejar tres navíos con bastimentos
y recaudo para engrosar las provisiones que habian dado al Almirante,
su hermano; á los niños mandaron los Reyes que sirviesen al príncipe
don Juan, de pajes. Llegó á esta isla Española en 14 dias de Abril
del año de 1494. Así que, convalecido ya el Almirante de su gravísima
enfermedad, y consolado mucho con la venida de su hermano D. Bartolomé
Colon, acordó, como Visorey, pareciéndole tener auctoridad para ello,
de criarlo é investirlo de la dignidad ó oficio real de Adelantado de
las Indias como él lo era Almirante; pero los Reyes, sabido, no lo
aprobaron, dando á entender al Almirante no pertenecer al oficio de
Visorey criar tal dignidad, sino sólo á los Reyes, pero, por hacer á
ambos merced, Sus Altezas, por sus cartas reales, lo intitularon de las
Indias Adelantado, y, hasta que murió, por tal fué tenido y nombrado.
La provision real de la institucion desta dignidad de Adelantado,
concedida por los Reyes al dicho Bartolomé Colon, se hizo en Medina del
Campo, á 22 dias del mes de Julio de 1497 años, el tenor de la cual
quizá ponemos abajo. Era persona de muy buena dispusicion, alto de
cuerpo, aunque no tanto como el Almirante, de buen gesto, puesto que
algo severo, de buenas fuerzas y muy esforzado, muy sabio y prudente
y recatado, y de mucha experiencia, y general en todo negocio; gran
marinero, y creo, por los libros y cartas de marear glosados y notados
de su letra, que debian ser suyos ó del Almirante, que era en aquella
facultad tan docto, que no le hacia el Almirante mucha ventaja. Anduvo
viajes al cabo de Buena Esperanza, cuando luego se descubrió, si no me
olvido, el año de 1485, no sé si sólo él ó en compañía del Almirante;
era muy buen escribano, mejor que el Almirante, porque en mi poder
están muchas cosas de las manos de ambos. Parecíame á mí, cuanto á
la condicion del Adelantado, las veces que le comunicaba, que era de
más recia y seca condicion, y no tanta dulzura y benignidad como el
Almirante. Ayudóse mucho de su consejo y parecer, en las cosas que le
pareció emprender y en los trabajos del campo, el Almirante, y no hacia
cosa sin él, y, por ventura, en las cosas que se imputaron despues al
Almirante de rigor y crueldad, fué el Adelantado la causa; puesto que,
como el Almirante y sus hermanos eran extranjeros y solos, y gobernaban
á gente española, que aunque á sus naturales señores es subyectísima,
pero ménos humilde y paciente y más dura de cerviz para tener sobre sí
superiores de estraña nacion que otra, mayormente hallándose fuera de
sus tierras, donde más muestran su dureza y ferocidad que ninguna, y
por tanto, cualquiera cosa que no fuese á sabor de todos, en especial
de muchos caballeros que con el Almirante habian ido y mucho más de
los oficiales del Rey, que suelen subir con sus pensamientos más que
otros, habia de serles juzgada y tenida por dura y ménos sufrible que
si la hicieran ó ordenaran otros gobernadores de nuestra propia nacion,
y así, quizá parecia al Adelantado convenir, por entónces, usar de
aquellos rigores: cuanto al castigo de los españoles digo; porque, en
los daños que se hicieron á los indios, poco cuidado siempre hobo de
sentir que fuesen daños, y pocas acusaciones les pusieron dello.


CAPÍTULO CII.

En este tiempo de la indispusicion del Almirante, pocos dias despues
de llegado de su descubrimiento de Cuba y Jamáica, vínole á visitar
el rey del Marien, Guacanagarí, mostrando gran pesar de su enfermedad
y trabajos, y dando disculpa de sí, afirmando que él no habia sido
en la muerte de los cristianos, que se habian muerto por mandado de
los otros Reyes y señores, ni de los ayuntamientos de las gentes que
estaban, en la Vega y en las otras partes, de guerra; y que no podia
traer argumento de su buena voluntad y amor que tenia á él y á sus
cristianos, que los tratamientos que les habia mandado hacer en su
tierra, y las obras buenas que de sus vasallos habian recebido siempre,
teniendo á la contina cient cristianos en ella, y siendo proveidos y
servidos de todas las cosas necesarias que ellos tenian, como si fueran
sus propios hijos, y que por esta causa estaba odioso á todos los Reyes
y señores y gentes de la isla, y le trataban y perseguian su persona
y nombre y vasallos como á enemigos, y habia recibido dellos muchos
daños con este título. Y, en tocando en hablar en los 39 cristianos
que quedaron en la fortaleza, en su tierra, cuando el Almirante tornó
con las nuevas del descubrimiento destas tierras á Castilla, lloraba
como si fueran todos sus hijos, excusándose de culpa, y acusándose por
desdichado en no haberlos podido guardar hasta que viniera, que los
hallara vivos. El Almirante le recibia su satisfaccion y cumplia con él
lo mejor que le parecia, y no tenia duda de que no fuese verdad todo, ó
lo más y lo principal de lo que decia; y porque el Almirante determinó
de salir por la isla con la más gente cristiana que pudiese de guerra,
para derramar las gentes ayuntadas y sojuzgar toda la tierra, ofrecióse
á ir con él el rey Guacanagarí é llevar toda la gente suya que
pudiese, para favor y ayuda de los cristianos, y así lo hizo. Es aquí
de notar, para las personas que aman la verdad y justicia, que no son
otras más, sino las que están desnudas de toda pasion, mayormente de
temporal interese, que aunque para bien de los cristianos y para que
pudiesen permanecer en la isla, el rey Guacanagarí les echase cargo
en favorecerles y ayudarlos, y así, parezca en la superficie, á los
que no penetran la razon del negocio, que el dicho Guacanagarí hacia
bien y virtuosamente, pero en la verdad, considerada la obligacion que
de ley natural todos los hombres tienen al bien comun, y libertad, y
conservacion de su patria y estado público della (como parece por la
Ley _Veluti_, párrafo _De justitia et jure_, donde dice que de derecho
de las gentes, y así, por natural razon, la religion se debe á Dios, y
la obediencia á los padres y á la patria, y así es uno de los preceptos
naturales, que somos obligados á guardar, so pena de gravísimo pecado
mortal), este rey Guacanagarí ofendia y violaba mucho la ley natural,
y era traidor y destruidor de su patria y de las de los Reyes de la
isla y de toda su nacion, y pecaba mortalmente ayudando y manteniendo,
favoreciendo y conservando á los cristianos, y por consiguente, todos
los Reyes y señores, y toda la otra gente de aquellos reinos, justa
y lícitamente lo perseguian y tenian justa guerra contra él y contra
su reino, como á capital enemigo suyo y público de todos, traidor
y disipador de su patria y nacion, pues ayudaba, y favorecia, y
conservaba á los hostes ó enemigos públicos de la suya, y de todas las
otras de los otros reinos y repúblicas; gente áspera, dura, fuerte,
extraña, que los inquietaba, turbaba, maltrataba, oprimia, ponia en
dura servidumbre y, al cabo, los consumia, destruia y mataba, y era
cosa probabilísima y certísima, que aquella gente extraña y que tales
obras hacia, y tales indicios de sí en cada parte donde entraban daban,
que, desque más se arraigasen y asentasen en la tierra, todo el estado
de sus repúblicas de todos los reinos desta isla, como finalmente lo
hicieron (segun es ya bien manifiesto), habian de subvertir ó destruir
é asolar, y lo que más es, que su mismo reino, y sus mismos vasallos
y súbditos, como á tal proditor y destruidor de su patria, y de todo
el estado público de su reino, lo podian lícitamente matar, y tenian
justa guerra contra él, y él, si se defendiera, injusta contra ellos
y contra los otros Reyes que por esta causa le persiguieran. Por las
razones dichas, se pone cuestion entre los doctores teólogos, si
Raab, meretriz, pecó mortalmente encubriendo y salvando las espías ó
exploradores de la tierra de promision que habia enviado Josué, y el
ejército de los hijos de Israel, y concluyese que, en la verdad, fué
traidora y destruidora de su patria y ciudad, Hiericó, en encubrir y
salvar los dichos exploradores, y hizo contra el precepto del derecho
natural, siendo obligada por el mismo derecho á entregarlos al Rey
ó al pueblo, y áun matarlos ella, porque por ello merecian bien la
muerte, por las leyes de cada república tácitas ó expresas que, sobre
este caso, por ley natural tiene promulgadas, y pecára mortalmente, si
no concurrieran otras causas que la excusaron; una de las cuales fué,
porque, movida é inspirada por Dios, cognosció clarísimamente que el
Dios de los judíos era omnipotentísimo, y que habia determinado de dar
toda la tierra de los cananeos á los judíos, pueblo suyo, y por esto,
siendo para ello alumbrada, quiso ayudar en ello y no repugnar á la
voluntad de Dios, y tambien, ya que no podia escapar su ciudad toda,
quiso al ménos escaparse á sí é á su casa de la muerte que esperaba
que todos habian de pasar. Esto parece por el mismo texto de la
Escriptura divina, Josué, II; dijo ella: _Novi quod Dominus tradiderit
vobis terram.... Audivimus quod siccaverit Dominus aquas Maris Rubri
ad vestrum introitum ..._ Et infra: _Dominus enim Deus vester ipse
est Deus in cœœœlo sursum et in terra deorsum_, etc. Así que, por lo
dicho, podrán cognoscer los leyentes algo de la justificacion que
podrán tener las obras que los cristianos hicieron en aquellas gentes,
de que estaba plenísima esta isla, que abajo se referirán. En estos
dias envió el Almirante á hacer guerra al Cacique ó rey Guatigana,
porque habia mandado matar los 10 cristianos, en cuya gente hicieron
cruel matanza los cristianos, y él huyó. Tomáronse mucha gente á
vida, de la cual envió á vender á Castilla más de 500 esclavos en los
cuatro navíos que trujo Antonio de Torres, y se partió con ellos para
Castilla, en 24 de Febrero de 1495. Hobo esta determinacion entre los
españoles, dende adelante, la cual guardaban por ley inviolable, que
por cada cristiano que matasen los indios hobiesen los cristianos
de matar 100 indios; y pluguiera á Dios que no pasáran de 1.000 los
que, por uno, desbarrigaban y mataban, y sin que alguno matasen, como
despues, inhumanamente, yo vide muchas veces. Por ventura, poco ántes
de lo dicho, fué Alonso de Hojeda, de quien arriba en el cap. 82
hicimos mencion, y, si á Dios pluguiere, haremos adelante más larga;
enviado por el Almirante disimuladamente con nueve cristianos él solo,
á caballo, para visitar de su parte al rey Caonabo, de quien arriba
digimos ser muy gran señor y muy más esforzado que otro alguno de
esta isla, y á rogarle que le fuese á ver á la Isabela, y si pudiese
prenderlo con un ardid que habia pensado. Porque á este Rey ó Cacique
temia más que á otro de la isla el Almirante y los cristianos, porque
tenia nuevas que trabajaba mostrar su valor y estado, en guerras y
fuera dellas, preciándose de que se viese y estimase su magestad y
auctoridad real en obras, y palabras, y gravedad; ayudábale á esto
tener dos ó tres hermanos, muy valientes hombres, y mucha gente que lo
corroboraba, por manera que, por guerra no se pensaba poderlo tan aína
sojuzgar. El ardid fué aqueste: que como los indios llamasen al laton
nuestro, turey, é á los otros metales que habiamos traido de Castilla,
por la grande estima que dello tenian como cosa venida del cielo,
porque llamaban turey al cielo, y ansí hacian joyas dellos, en especial
de laton, llevó el dicho Alonso de Hojeda unos grillos y unas esposas
muy bien hechas, sotiles y delgadas, y muy bruñidas y acicaladas, en
lugar de presente que le enviaba el Almirante, diciéndole que era turey
de Vizcaya, como si dijera cosa muy preciosa venida del cielo, que se
llamaba turey de Vizcaya. Llegado Hojeda á la tierra y pueblo del rey
Caonabo, que se decia la Maguana, y estaria de la Isabela obra de 60
leguas ó 70, apeado de su caballo, y espantados todos los indios de
lo ver, porque al principio pensaban que era hombre y caballo todo un
animal, dijeron á Caonabo que eran venidos allí cristianos que enviaba
el Almirante, Guamiquina de los cristianos, que queria decir, el señor
ó el que era sobre los cristianos, y que le traian un presente de su
parte, que llamaban turey de Vizcaya. Oido que le traian turey alegróse
mucho, mayormente que como tenia nueva de una campana que estaba en
la iglesia de la Isabela, y le decian los indios que la habian visto,
que un turey que tenian los cristianos hablaba, estimando que, cuando
tañían á misa y se allegaban todos los cristianos á la iglesia por el
sonido della, que, porque la entendian, hablaba, y por eso deseábala
mucho ver y porque se la trajesen á su casa la habia algunas veces,
segun se dijo, enviado al Almirante á pedir; así que, holgó que Hojeda
entrase donde él estaba, y dícese que Hojeda se hincó de rodillas y
le besó las manos, y dijo á los compañeros: «hacé todos como yo.»
Hízole entender que le traia turey de Vizcaya, y mostróle los grillos
y esposas muy lucías y como plateadas, y, por señas y algunas palabras
que ya el Hojeda entendia, hízole entender que aquel turey habia venido
del cielo y tenia gran virtud secreta, y que los Guamiquinas ó reyes
de Castilla se ponian aquello por gran joya cuando hacian areytes, que
eran bailes, y festejaban, y suplicóle que fuese al rio á holgares y
á lavarse, que era cosa que mucho usaban (y estaria del pueblo media
legua y más por ventura, y era muy grande y gracioso, llamado Yaquí,
porque nace de una sierra con el otro que digimos arriba, que sale
á _Monte-Christi_, y el Almirante le puso el Rio del Oro), y que
allí se los pondria donde los habia de traer, y que despues vernia
caballero en el caballo, y pareceria ante sus vasallos como los Reyes
ó Guamiquinas de Castilla. Determinó de lo hacer un dia, y fuese, con
algunos criados de su casa y poca gente, al rio, harto descuidado y
sin temor que nueve cristianos ó diez le podian hacer mal, estando en
su tierra, donde tenia tanto poder y vasallos. Despues de se haber
lavado y refrescado, quiso, de muy cudicioso, ver su presente de turey
de Vizcaya y probar su virtud, y así Hojeda hace que se aparten, los
que con él habian venido, un poco, y sube sobre su caballo, y al Rey
pónenle sobre las ancas, y allí échanle los grillos y las esposas, los
cristianos, con gran placer y alegría, y dá una ó dos vueltas cerca
de donde estaban por disimular, y da la vuelta, los nueve cristianos
juntos con él, al camino de la Isabela, como que se paseaban para
volver, y, poco á poco, alejándose, hasta que los indios que lo miraban
de léjos, porque siempre huian de estar cerca del caballo, lo perdieron
de vista; y así le dió cantonada y la burla pasó á las veras. Sacan
los cristianos las espadas y acometen á lo matar, sino calla y está
quedo á que lo aten bien al Hojeda, con buenas cuerdas que llevaban,
y, con toda la prisa que se podrá bien creer, dello por camino, dello
por las montañas, fuera dél, hasta que despues de muchos trabajos,
peligros y hambre, llegaron y lo pusieron en la Isabela, entregándolo
al Almirante. Desta manera, y con esta industria, y por este ardid,
del negro turey de Vizcaya, prendió al gran rey Caonabo, uno de los
cinco principales reyes y señores desta isla, Alonso de Hojeda, segun
era público y notorio, y así se platicaba, y muchas veces, como por
cosa muy cierta lo hablábamos de que yo llegué á esta isla, que fué
seis ó siete años despues desto acaecido. Pudieron pasar otras más ó
ménos particularidades, sin las que yo aquí cuento, ó en otra manera,
que en el rio lo prendiesen y echasen los grillos y esposas, pero al
ménos esto lo escribo como lo sé, y que por cosa cierta teniamos en
aquel tiempo, que el Hojeda lo habia preso y traido á la Isabela con
la dicha industria de los grillos, turey de Vizcaya; D. Hernando dice,
que cuando salió el Almirante á hacer guerra á la gente que estaba
junta en la Vega (de que luego se dirá), lo prendió con otros muchos
señores Caciques, pero yo, por lo dicho y por otras razones que hay, no
lo tengo por cierto; y una es, que no habia de venir Caonabo tan léjos
de su tierra 70 y 80 leguas, y en tierra ajena, de Guarionex, y con
grandes dificultades, á dar guerra á los Españoles, no teniendo bestias
para traer los bastimentos, cosa muy contraria de la costumbre y
posibilidad de los indios, al ménos los destas islas. De otra manera lo
cuenta esto Pedro Mártir en la primera de sus Décadas, que el Almirante
envió á Hojeda, solamente á rogarle que le fuese á ver, y que determinó
de irlo á ver con mucha gente armada, para si pudiera matarlo con todos
los cristianos, y que le amenazaba Hojeda para provocarlo á que lo
fuese á ver, con decirle, que sino tenia amistad con el Almirante, que
por guerra él y los suyos serian muertos y destruidos. Estas no son
palabras que sufriera Caonabo, segun era gran señor y esforzado, y no
habia experimentado las fuerzas y lanzas y espadas de los españoles;
y al cabo dice, Pedro Mártir, que yendo con su gente armado, en el
camino Hojeda le prendió y llevó al Almirante, pero todo esto es imágen
de verdad, por muchas razones, que de lo susodicho pueden sacarse;
lo que platicábamos, el tiempo que digo, era que Caonabo respondió á
Hojeda; «venga él acá y tráigame la campana ó turey que habla, que yo
no tengo de ir allá;» esto concuerda más con la gravedad y auctoridad
de Caonabo. Confírmase lo que yo digo por una cosa notable, que, por
tan cierta como la primera se contaba dél, y es esta: que estando el
rey Caonabo preso con hierros y cadenas en la casa del Almirante, donde
á la entrada della todos le veian, porque no era de muchos aposentos,
y cuando entraba el Almirante, á quien todos acataban y reverenciaban,
y tenia persona muy autorizada (como al principio desta Historia
se dijo), no se movia ni hacia cuenta dél, Caonabo, pero cuando
entraba Hojeda, que tenia chica persona, se levantaba á él y lloraba,
haciéndole gran reverencia, y como algunos españoles le dijesen que
por qué hacía aquello siendo el Almirante Guamiquina y el señor, y
Hojeda súbdito suyo como los otros, respondia, que el Almirante no
habia osado ir á su casa á lo prender sino Hojeda, y por esta causa, á
sólo Hojeda debia él esta reverencia y no al Almirante. Determinó el
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