Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 07

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Almirante llevarlo á Castilla y con él otros muchos para esclavos que
hinchiesen los navíos, por lo cual envió 80 cristianos hácia Cibao y
á otras provincias, que tomasen por fuerza los que pudiesen, y hallo
en mis memoriales que trajeron 600 indios, y la noche que llegó á la
Isabela esta cabalgada, y teniendo ya embarcado al rey Caonabo en un
navío de los que estaban para partir, en la Isabela, para mostrar Dios
la injusticia de su prision y de todos aquellos inocentes, hizo una tan
deshecha tormenta, que todos los navios que allí estaban con toda la
gente que habia en ellos (salvo los españoles que pudieron escaparse),
y el Rey Caonabo cargado de hierros, se ahogaron y hobieron de perecer;
no supe si habian embarcado aquella noche los 600 indios. Vista por
los hermanos de Caonabo su prision, y consideradas las obras que los
cristianos, en todas las partes donde entraban ó estaban, hacian, y que
los mismos, cuando no se catasen, habian de padecer, juntaron cuanta
gente pudieron y determinaron de hacer á los cristianos guerra, cuan
cruel pudiesen, para librar su hermano y señor, que ya era ahogado,
y echarlos de la tierra y del mundo si pudiesen hacerlo. Perdidos
los navíos, que fué gran angustia y dolor para el Almirante, dispuso
luego de que se hiciesen dos carabelas, la una de las cuales yo vide,
y llamóse la _India_, y él, porque era muy devoto de Sant Francisco,
vistióse de pardo, y yo le vide en Sevilla al tiempo que llegó de acá,
vestido cuasi como fraile de Sant Francisco.


CAPÍTULO CIII.
En el cual se tracta de la llegada á Castilla, con los 12 navíos, de
Antonio de Torres.

Llegó á Castilla con sus 12 navíos Antonio de Torres, con muy buen
viaje y breve, porque salió del puerto de la Isabela á 2 de Febrero,
y llegó á Cáliz cuasi entrante ó á los 8 ó 10 de Abril. Recibieron
los Reyes inestimable alegría con la venida de Antonio de Torres, por
saber que el Almirante, con toda la flota, hobiese llegado á esta isla
en salvamento, y más con las cartas y relacion del Almirante, y el
oro que les enviaba, cogido de las mismas minas de Cibao con la gente
que él habia enviado con Hojeda para verlas é descubrirlas, y, por
vista de ojos, experimentar que lo hobiese en la misma tierra y sacado
por mano dellos; y porque ya los Reyes, por ventura, habian mandado
aparejar tres navíos para que fuesen tras el Almirante y su flota, por
el deseo que tenian de saber dél, por el temor, quizá, quel armada que
se decia tener el rey de Portugal no hobiese topado con él, los dichos
tres navíos; llegado Antonio de Torres, mandaron, con muchas cosas de
las que el Almirante pidió por sus cartas, despacharlos. Y en aquestos
creo que vino Bartolomé Colon, porque por entónces no habian venido acá
otros, y eran todos bien contados y deseados cada vez que acá venian,
como se verá. En ellos escribieron los Reyes al Almirante, la presente
carta ó epístola:
«El Rey é la Reina.—D. Cristóbal Colon, nuestro Almirante del mar
Océano, é nuestro Visorey é Gobernador de las islas nuevamente falladas
en la parte de las Indias: Vimos las cartas que nos enviastes con
Antonio de Torres, con las cuales hobimos mucho placer, y damos muchas
gracias á Nuestro Señor Dios que tan bien lo ha hecho, y en haberos
en todo tan bien guiado. En mucho cargo y servicio vos tenemos lo que
allá habeis fecho, que no puede ser mejor, y asimismo oimos al dicho
Antonio de Torres, y recibimos todo lo que con él nos enviastes y Nos
esperábamos de ver, segun la mucha voluntad y aficion que de vos se
ha cognoscido y cognosce en las cosas de nuestro servicio. Sed cierto
que nos tenemos de vos por mucho servidos y encargados en ello, para
vos hacer mercedes, y honra, y acrecentamiento como vuestros grandes
servicios lo requieren y adeudan; y porque el dicho Antonio de Torres
tardó en venir aquí hasta agora, y no habiamos visto vuestras cartas,
las cuales no nos habia enviado por las traer él á mejor recaudo, y
por la prisa de la partida destos navíos que agora van, los cuales, á
la hora que lo aquí supimos, los mandamos despachar con todo recaudo
de las cosas que de allá enviastes por memorial, que cuanto más
cumplidamente se pudiera facer sin detenerlos, y así se hará y cumplirá
en todo lo otro que trujo á cargo, al tiempo y como él lo dijere.
No há lugar de os responder como quisiéramos, pero cuando él vaya,
placiendo á Dios, vos responderemos y mandaremos proveer en todo ello,
como cumple. Nos habemos habido enojo de las cosas que allá se han
hecho fuera de vuestra voluntad, las cuales mandaremos bien remediar é
castigar. En el primer viaje que para acá se hiciere enviad á Bernal de
Pisa, al cual Nos enviamos á mandar que ponga en obra su venida, y en
el cargo que él llevó entienda en ello la persona que á vos y al padre
fray Buil pareciere, en tanto que de acá se provee, que por la prisa
de la partida de los dichos navíos no se pudo agora proveer en ello,
pero en el primer viaje, si place á Dios, se proveerá de tal persona
cual conviene para el dicho cargo. De Medina del Campo á diez y ocho de
noventa y cuatro años.—Yo el Rey.—Yo la Reina.—Por mandado del Rey é
de la Reina, Juan de la Parra.»
Parece por esta carta de los Reyes, que Antonio de Torres debia haber
traido las quejas de Bernal de Pisa, y á esto contradice lo que arriba
en el cap. 90 se dijo, que despues de partido de la Isabela con los
12 navíos, Antonio de Torres, se quiso amotinar, con los cinco que
quedaron, Bernal de Pisa. No tiene concordia ninguna, sino es que él
debia de causar algunas inquietudes y alborotos, estando áun allí
Antonio de Torres, y desto escribió quejas el Almirante á los Reyes,
y, despues de partido Antonio de Torres, pasó adelante en quererse
alzar con los cinco navíos; la razon es, porque no hobo navío alguno
que volviese á Castilla, sino los 12 que volvieron y los cinco que
quedaron. Mandaron los Reyes que, con toda la priesa y diligencia que
posible fuese, se aparejasen cuatro navíos en que tornase Antonio
de Torres, con todas las provisiones y recaudos que el Almirante,
por su memorial, envió á suplicar y pedir á los Reyes, todo lo cual,
hizo muy cumplidamente el Arcediano de Sevilla susodicho, D. Juan de
Fonseca, y fué todo puesto á punto, por manera, que al fin de Agosto
ó en principio de Setiembre, á lo que creo, se hizo Antonio de Torres
con los cuatro navíos á la vela, con el cual escribieron los Reyes al
Almirante la carta siguiente.
«El Rey é la Reina.—D. Cristóbal Colon, Almirante mayor de las islas
de las Indias: Vimos vuestras letras é memoriales que nos enviastes
con Torres, y habemos habido mucho placer de saber todo lo que por
ellas nos escribistes, y damos muchas gracias á Nuestro Señor por todo
ello, porque, con su ayuda, este negocio vuestro será causa que nuestra
sancta fe católica sea mucho más acrecentada. Y una de las principales
cosas porque esto nos ha placido tanto, es, por ser inventada,
principiada y habida por vuestra mano, trabajo é industria, y parécenos
que todo lo que al principio nos dixistes que se podia alcanzar, por
la mayor parte, todo ha salido cierto como si lo hobiérades visto
ántes que nos lo dixérades; esperanza tenemos en Dios, que, en lo
que queda por saber, así se continuará, de que por ello vos quedamos
en mucho cargo para vos facer mercedes, por manera que vos seais muy
bien contento: y, visto todo lo que nos escribistes, como quiera que
asaz largamente decís todas las cosas, de que es mucho gozo y alegría
verlas, pero algo más querriamos que nos escribiésedes, ansí en que
sepamos cuantas islas fasta aquí se han fallado, y, á las que habeis
puesto nombres, qué nombre á cada una, porque aunque nombrais algunas
en vuestras cartas, no son todas, y á las otras, los nombres que les
llaman los indios, y cuanto hay de una á otra, y todo lo que habeis
fallado en cada una dellas, y lo que dicen que hay en ellas, y en lo
que se ha enviado despues que allá fuistes, qué se ha habido, pues ya
es pasado el tiempo que todas las cosas sembradas se han de coger; y
principalmente, deseamos saber todos los tiempos del año qué tales son
allá en cada mes por sí, porque á Nos parece, que, en lo que decís que
hay allá, hay mucha diferencia en los tiempos á los de acá: algunos
quieren decir si en un año hay dos inviernos y dos veranos. Todo nos
lo escribid por nuestro servicio, y enviadnos todos los más halcones
que de allá se pudieren enviar, y de todas las aves que allá hay y se
pudieren haber, porque querríamoslas ver todas; y cuanto á las cosas
que nos enviastes por memorial que se proveyesen y enviasen de acá,
todas las mandamos proveer, como del dicho Torres sabreis y vereis por
lo que él lleva. Querriamos, si os parece, que así para saber de vos y
de toda la gente que allá está, como para que cada dia pudiésedes ser
proveidos de lo que fuese menester, que cada mes viniese una carabela
de allá, y de acá fuese otra, pues que las cosas de Portugal están
asentadas, y los navíos podrán ir y venir seguramente; veldo, y si os
pareciere que se debe hacer, haceldo vos, y escribidnos la manera que
os pareciere, qué se debe enviar de acá. Y en lo que toca á la forma
que allá debeis tener con la gente que allá teneis, bien nos parece lo
que hasta agora habeis principiado, y así lo debeis continuar, dándoles
el más contentamiento que ser pueda, pero no dándoles lugar que excedan
en cosa alguna de las que hobieren de hacer é vos les mandedes de
nuestra parte; y cuanto á la poblacion que hicistes, en aquello no hay
quien pueda dar regla cierta ni enmendar cosa alguna desde acá, porque
allá estariamos presentes, y tomariamos vuestro consejo y parecer en
ello, cuanto más en absencia; por eso á vos lo remitimos. A todas las
otras cosas contenidas en el memorial que trajo el dicho Torres, en
las márgenes dél va respondido lo que convino que vos supiésedes la
respuesta, á aquella vos remitimos; y cuanto á las cosas de Portugal,
acá se tomó cierto asiento con sus Embajadores, que nos parecia que era
más sin inconvenientes, y porque dello seais bien informado largamente,
vos enviamos el treslado de los capítulos que sobre ello se hicieron,
y por eso, aquí no conviene alargar en ello, sino que mandamos y
encargamos que aquello guardeis enteramente, é fagais que por todos sea
guardado, así como en los capítulos se contiene; y en lo de la raya
ó límite que se ha de hacer, porque nos parece cosa muy dificultosa
y de mucho saber y confianza, querriamos, si ser pudiese, que vos os
hallásedes en ello, y la hiciésedes con los otros que por parte del
rey de Portugal en ello han de entender, y si hay mucha dificultad
en vuestra ida á esto, ó podria traer algun inconveniente en lo que
ende estais, ved si vuestro hermano, ó otro alguno teneis ende que lo
sepan, é informadlos muy bien por escripto, y áun por palabra, y por
pintura, y por todas las maneras que mejor pudieran ser informados, é
inviádnoslos acá luego con las primeras carabelas que vinieren, porque
con ellos enviaremos otros de acá para el tiempo que está asentado; y
quier hayais vos de ir á esto, ó nó, escribidnos muy largamente todo lo
que en esto supiéredes y á vos pareciere que se debe hacer para nuestra
informacion y para que todo se provea como cumple á nuestro servicio, y
faced de manera que vuestras cartas y las que habeis de enviar vengan
presto, porque puedan volver á donde se ha de hacer la raya, ántes
que se cumpla el tiempo que tenemos asentado con el rey de Portugal,
como vereis por la capitulacion. De Segovia á diez y seis de Agosto de
noventa y cuatro años.—Yo el Rey.—Yo la Reina.—Por mandato del Rey é
de la Reina, Fernandalvarez.»
Lo que en esto despues se hizo no lo pude saber, sólo esto fué
cierto, que ni el Almirante ni su hermano pudieron ir á ello por el
descubrimiento que hizo de Cuba y Jamáica, y enfermedad del Almirante,
y otras adversidades que luego les vinieron, ó porque el tiempo del
asiento era pasado, y áun creo que, principalmente, por lo que se dirá
en los capítulos siguientes.


CAPÍTULO CIV[3]

El Almirante, como cada dia sentia toda la tierra ponerse en armas,
puesto que armas de burla en la verdad, y crecer en aborrecimiento de
los cristianos, no mirando la grande razon y justicia que para ello
los indios tenian, dióse cuanta más priesa pudo para salir al campo
para derramar las gentes y sojuzgar por fuerza de armas la gente de
toda esta isla, como ya digimos; para efecto de lo cual, escogió hasta
200 hombres españoles, los más sanos (porque muchos estaban enfermos
y flacos), hombres de pié y 20 de á caballo, con muchas ballestas y
espingardas, lanzas y espadas, y otra mas terrible y espantable arma
para con los indios, despues de los caballos, y esta fué 20 lebreles
de presa, que luego en soltándolos ó diciéndolos «tómalo,» en una
hora hacian cada uno á cien indios pedazos; porque como toda la gente
desta isla tuviesen costumbre de andar desnudos totalmente, desde lo
alto de la frente hasta lo bajo de los piés, bien se puede fácilmente
juzgar qué y cuales obras podian hacer los lebreles ferocísimos,
provocados y esforzados por los que los echaban y açomaban en cuerpos
desnudos, ó en cueros, y muy delicados: harto mayor efecto, cierto,
que en puercos duros de Carona ó venados. Esta invencion comenzó aquí
escogitada, inventada y rodeada por el diablo, y cundió todas estas
Indias, y acabará cuando no se hallare más tierra en este orbe, ni más
gentes que sojuzgar y destruir, como otras exquisitas invenciones,
gravísimas y dañosísimas á la mayor parte del linaje humano, que aquí
comenzaron y pasaron y cundieron adelante para total destruccion de
estas naciones, como parecerá. Es tambien aquí de notar, que como los
indios anduviesen, como es dicho, desnudos en estas islas y en muchas
partes de tierra firme, y en todas las demas no pase su vestido de una
mantilla delgada de algodon, de vara y media, ó dos cuando más, en
cuadro, y estas sean cuasi en todas las Indias (los pellejos suyos,
digo, y las dichas mantillas), sus armas defensivas, las ballestas de
los cristianos y las espingardas de los tiempos pasados, y más sin
comparacion los arcabuces de agora, son para los indios increiblemente
nocivas; pues de las espadas que cortaban y cortan hoy un indio desnudo
por medio, no hay necesidad que se diga; los caballos, á gentes que
nunca los vieron y que imaginaban ser todo, el hombre y caballo, un
animal, bastaban de miedo enterrarse dentro de los abismos, vivos, y,
por su mal, despues que los cognoscieron, vieron y ven hoy por obra
en sus personas, casas, pueblos y reinos, lo que padecen dellos ó por
ellos temian. Esto es cierto, que solos 10 de caballo, al ménos en
esta isla (y en todas las demas partes destas Indias, si no es en las
altas sierras), bastan para desbaratar y meterlos todos por las lanzas,
100.000 hombres que se junten, contra los cristianos, de guerra, sin
que 100 puedan huir; y esto se pudo bien efectuar en la Vega Real desta
isla, por ser tierra tan llana como una mesa, como arriba en el cap.
90 se dijo. Por manera, que ninguna de nuestras armas podemos contra
los indios mover que no les sea perniciosísima: de las suyas, ofensivas
contra nosotros, no es de hablar, porque, como arriba digimos, son las
más como de juegos de niños.
Teniendo, pues, la gente aparejada y lo demas para la guerra necesario,
el Almirante, llevando consigo á D. Bartolomé Colon, su hermano, y
al Rey Guacanagarí (no pude saber qué gente llevó de guerra, de sus
vasallos), en 24 del mes de Marzo de 1495, salió de la Isabela, y á dos
jornadas pequeñas, que son diez leguas como se dijo, entró en la Vega,
donde la gente se habia juntado mucha, y dijeron que creian habia sobre
100.000 hombres juntos. Partió la gente que llevaba con su hermano,
el Adelantado, y dieron en ellos por dos partes, y soltando las
ballestas y escopetas y los perros bravisimos, y el impetuoso poder
de los de caballo con sus lanzas, y los peones con sus espadas, así
los rompieron como si fueran manada de aves; en los cuales no hicieron
ménos estragos que en un hato de ovejas en su aprisco acorraladas.
Fué grande la multitud de gente que los de á caballo alancearon, y
los demas, perros y espadas hicieron pedazos; todos los que le plugo
tomar á vida, que fué gran multitud, condenaron por esclavos. Y es de
saber que los indios siempre se engañan, señaladamente los que áun no
tienen experiencia de las fuerzas y esfuerzo y armas de los cristianos,
porque, como por sus espías que envian, les traen por cuenta cuantos
son en número los cristianos, que es lo primero que hacen, y les traen
por granos de maíz, que son como garbanzos, contados los cristianos,
y por muchos que sean, no suben ó subian entónces de 200 ó 300, ó
400, cuando más, y caben en el puño esos granos, como ven tan poco
número dellos y de sí mismos son siempre tan innumerables, paréceles
que no es posible que tan pocos puedan prevalescer contra tantos,
pero despues, cuando vienen á las manos, cognoscen cuan con riesgo y
estrago suyo se engañaron. Aquí es de advertir lo que en su Historia
dice D. Hernando Colon en este paso, afeando primero la ida de Mosen
Pedro Margarite, y despues las fuerzas é insultos que hacian en los
indios los cristianos, por estas palabras: «De la ida de Mosen Pedro
Margarite provino que cada uno se fuese entre los indios por do quiso,
robándoles la hacienda, y tomándoles las mujeres, y haciéndoles tales
desaguisados, que se atrevieron los indios á tomar venganza en los que
tomaban solos ó desmandados; por manera que el Cacique de la Magdalena,
llamado Guatiguana, mató 10 cristianos, etc.» Aunque despues, vuelto
el Almirante se hizo gran castigo, y bien que él no se pudo haber,
fueron presos y enviados á Castilla con los cuatro navíos que llevó
Antonio de Torres, más de 500 esclavos y son sus vasallos; asimismo
se hizo castigo por otros seis ó siete, que, por otras partes de la
isla, otros Caciques habian muerto. Y más abajo, dice D. Hernando así:
«Los más cristianos cometian mil excesos, por lo cual los indios les
tenian entrañable ódio, y reusaban de venir á su obediencia, etc.»
Estas son sus formales palabras; y dice más, que despues de vuelto
el Almirante, hizo gran castigo por la muerte de los cristianos, y
por la rebelion que habian hecho. Si confiesa D. Hernando que los
cristianos robaban las haciendas y tomaban las mujeres, y hacian
muchos desaguisados, y otros mil excesos á los indios, y no vian juez
que lo remediase, otro, de ley natural y derecho de las gentes, sino
á sí mismos (cuanto más que esta era defension natural que áun á las
bestias y á las piedras insensibles es conocida, como prueba Brecio
en el libro I, _De consolatione_, prosa 4.ª; y lo pudieron hacer,
aunque recognoscieran por superior al Almirante ó á otro, pues él no
lo remediaba), ¿como el Almirante pudo en ellos hacer castigo? Item,
si áun entónces llegaba el Almirante y no lo habian visto en la isla
sino solos los diez, ó doce, ó quince pueblos que estaban en 18 leguas,
que anduvo cuando fué á ver las minas, ni habia probado á alguno por
razon natural, ni por escriptura auténtica, ni le podia probar que le
eran obligados á obedecer por superior, porque ni podia ni la tenia,
ni tampoco los entendia, ni ellos á él, ¿como iba y fué y pudo ir por
alguna razon divina ó humana á castigar la rebelion que D. Hernando
dice? Los que no son súbditos ¿como pueden ser rebeldes? ¿Podrá decir,
por razon, el rey de Francia á los naturales de Castilla, si, haciendo
fuerzas y robos, insultos y excesos, usurpándoles sus haciendas, y
tomándoles sus mujeres y hijos en sus mismas tierras y casas los
franceses, si volviendo por sí ó por escaparse de quien tantos males
vienen á hacerles, podrá, digo, el rey de Francia, con razon, decir
que los Españoles le son rebeldes? Creo que no confesara esta rebelion
Castilla. Luego, manifiesto es, que el Almirante ignoró en aquel
tiempo, y áun mucho despues, como parecerá, lo que hacer debia, y á
cuanto su poder se extendia, y D. Hernando Colon estuvo bien remoto del
fin, ignorando muy profundamente el derecho humano y divino, al cual
fin, el descubrimiento que su padre en estas tierras hizo, y el estado
y oficio (aunque bien trabajado y bien merecido), que por ella alcanzó,
y la comision y poderes que les Reyes le dieron y todo lo demas, se
ordenaba y habia de ordenar y enderezar, como medios convenientes,
segun arriba en el cap. 93 digimos. Si este fin D. Hernando
cognosciera, y penetrara la justicia y derecho que los indios á
defenderse á sí é á su patria tenian, mayormente experimentando tantos
males é injusticias cada dia, de nueva y extraña gente á quien nunca
ofendieron, ántes quien muchas y buenas obras les debia, y la poca ó
ninguna que los cristianos pudieron tener para entrar por sus tierras y
reinos por aquella vía, ciertamente, mejor mirara y ponderara lo que en
este paso habia de decir, y así, callara lo que incautamente para loa
del Almirante dijo, conviene á saber: «Que dieron los caballos por una
parte y los lebreles por otra, y todos, siguiendo y matando, hicieron
tal estrago, que en breve fué Dios servido tuviesen los nuestros tal
victoria, que, siendo muchos muertos y otros presos y destruidos, etc.»
Cierto, no fué Dios servido de tan execrable injusticia.


CAPÍTULO CV.

Anduvo el Almirante por gran parte de toda la isla, haciendo guerra
cruel á todos los Reyes y pueblos que no le venian á obedecer,
nueve ó diez meses, como él mismo, en cartas diversas que escribió
á los Reyes y á otras personas, dice. En los cuales dias ó meses,
grandísimos estragos ó matanzas de gentes y despoblaciones de pueblos
se hicieron, en especial en el reino de Caonabo, por ser sus hermanos
tan valientes, y porque todos los indios probaron todas sus fuerzas
para ver si pudieran echar de sus tierras á gente tan nociva y cruel,
y que totalmente vian que, sin causa ni razon alguna, y sin haberlos
ofendido, que los despojaban de sus reinos y tierras, y libertad, y de
sus mujeres y hijos, y de sus vidas y natural ser; pero como se viesen
cada dia tan cruel é inhumanamente perecer, alcanzados tan fácilmente
con los caballos y alanceados en un credo tantos, hechos pedazos con
las espadas, cortados por medio, comidos y desgarrados de los perros,
quemados muchos dellos vivos y padecer todas maneras exquisitas de
inmisericordia é impiedad, acordaron muchas provincias, mayormente las
que estaban en la Vega Real, donde reinaba Guarionex, y la Maguana,
donde señoreaba Caonabo, que eran de los principales reinos y Reyes
desta isla, como se ha dicho, de sufrir su infelice suerte, poniéndose
en manos de sus enemigos á que hiciesen dellos lo que quisiesen, con
que del todo no los extirpasen como quien no podia más; quedando muchas
gentes de muchas partes y provincias de la isla huidos por los montes,
y otras que áun los cristianos no habian tenido tiempo de llegar á
ellas y las sojuzgar. Desta manera (como el Almirante mismo escribió
á los Reyes), allanada la gente de la isla, la cual, dice, que era
sin número, con fuerza y con maña, hobo la obediencia de todos los
pueblos en nombre de Sus Altezas y como su Visorey, é obligacion de
como pagarian tributo cada Rey ó Cacique, en la tierra que poseia,
de lo que en ella habia; y se cogió el dicho tributo hasta el año
de 1496. Estas todas son palabras del Almirante. Bien creo que los
prudentes y doctos lectores cognoscerán aquí, cuan justamente fueron
impuestos estos tributos, y cuan válidos de derecho, y como los eran
los indios obligados á pagar, pues con tantas violencias, fuerzas y
miedos, y precediendo tantas muertes y estragos, y disminucion de
sus estados, de sus personas, mujeres y hijos, y libertad de todo
su ser, y aniquilacion de su nacion, les fueron impuestos y ellos
concedieron á los pagar. Impuso el Almirante á todos los vecinos de
la provincia de Cibao y á los de la Vega Real, y á todos los cercanos
á las minas, todos los de catorce años arriba, de tres en tres meses
un cascabel de los de Flandes, digo lo hueco de un cascabel, lleno de
oro, y sólo el rey Manicao ex daba cada mes una media calabaza de oro,
llena, que pesaba tres marcos, que montan y valen 150 pesos de oro, ó
castellanos; toda la otra gente no vecina de las minas, contribuyese
con una arroba de algodon cada persona. Carga, cierto, y exaccion
irracional, dificilísima, imposible é intolerable, no sólo para gente
tan delicada y no usada á trabajos grandes, y cuidados tan importunos,
y tan libre, y á quien no debia nada, y que se habia de traer y ganar
por amor y mansedumbre, y dulzura, y blanda conversacion, á la fe y
religion cristiana, pero áun para crueles turcos y moros, y que fueran
los hugnos ó los vándalos que nos hobieran despojado de nuestros
reinos y tierras, y destruido nuestras vidas, les fuera onerosísimo é
imposible, y en sí ello irracionable y abominable. Ordenóse despues
de hacer una cierta moneda de cobre ó de laton en la cual se hiciese
una señal, y esta se mudase á cada tributo, para que cada indio de los
tributarios la trajese al cuello, porque se cognosciese quién la habia
pagado y quién no; por manera que, el que no la trajese habia de ser
castigado, aunque, diz que, moderadamente, por no haber pagado el
tributo. Pero esta invencion que parece asemejarse á la que hizo, en
tiempo de nuestro Redentor, Octaviano Augusto, no pasó adelante, por
las novedades y turbaciones que luego sucedieron, con que, para mostrar
Dios haber sido deservido con tan intempestivas imposiciones, todo lo
barajó, y así las deshizo; y es aquí de saber, que los indios desta
isla no tenian industria ni artificio alguno para coger el oro, en los
rios y tierra que lo habia, porque no cogian ni tenian en su poder
más de lo que en las veras ó riberas de los arroyos ó rios, echando
agua con las manos juntas y abiertas, de entre la tierra y cascajo,
como acaso, se descubria, y esto era muy poquito, como unas hojitas ó
granitos menudos, y granos más grandes que topaban, cuando acaecia; por
lo cual, obligarlos á dar cada tres meses un cascabel de oro, lleno,
que cabria por lo poco tres y cuatro pesos de oro, que valia y vale
hoy cada peso 450 maravedís, érales de todo punto imposible, porque
ni en seis ni en ocho meses, y hartas veces en un año, por faltarles
la industria, no lo cogian, ni por manera alguna cogerlo ni allegarlo
podian Por esta razon el rey Guarionex, señor de la gran vega, dijo
muchas veces al Almirante, que si queria que hiciese un conuco, que
era labranza de pan, para el Rey de Castilla, tan grande que durase ó
llegase desde la Isabela hasta Sancto Domingo, que es de mar á mar, y
hay de camino, buenas, 55 leguas, (y esto era tanto, que se mantuviera,
cuanto al pan, diez años toda Castilla), que él la haría con su gente,
con que no le pidiese oro porque sus vasallos cogerlo no sabian. Pero
el Almirante, con el gran deseo que tenia de dar provecho á los reyes
de Castilla para recompensar los grandes gastos que hasta entónces
habian hecho y hacian, y eran menester cada dia hacerse en este negocio
de las Indias, y por refrenar los murmuradores y personas que estaban
cercanos á los Reyes, y que siempre desfavorecieron este negocio, que
disuadian á Sus Altezas que no gastasen, porque era todo mal empleado
y perdido, y que no habian de sacar fruto dello, y finalmente, daban
al negocio cuantos disfavores y desvíos podian, no creo sino que con
buena intencion, aunque, á lo que siento, con harto poco celo y sin
consideracion de lo que los Reyes, aunque no sacaran provecho alguno,
á la conversion y salud de aquellas ánimas, como católicos, debian,
querer cumplir el Almirante con esto temporal, y como hombre extranjero
y sólo (como él decia, desfavorecido), y que no parecia depender todo
su favor sino de las riquezas que á los Reyes destas tierras les
proviniesen, juntamente con su gran ceguedad é ignorancia del derecho
que tuvo, creyendo que por sólo haberlas descubierto y los reyes de
Castilla enviarlo á los traer á la fe y religion cristiana, eran
privados de su libertad todos, y los Reyes y señores de sus dignidades
y señoríos, y pudiera hacer dellos como si fueran venados ó novillos en
dehesas valdías, como, y muy peor, lo hizo, le causó darse más prisa y
exceder en la desórden que tuvo que quizá tuviera; porque, ciertamente,
él era cristiano y virtuoso, y de muy buenos deseos, segun dél, los que
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