Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 08

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amaban la verdad ó no tenian pasion ó aficion á sus propios juicios,
cognoscian, así que no curaba de lo que Guarionex le importunaba y de
las labranzas que ofrecia, sino del cascabel de oro que impuesto habia.
Despues, cognosciendo el Almirante que los más de los indios, en la
verdad, no lo podian cumplir, acordó de partir por medio el cascabel,
y que aquella mitad llena diesen por tributo; algunos lo cumplian, y
á otros no les era posible, y así, cayendo en más triste vida, unos
se iban á los montes, otros, no cesando las violencias y agravios
é injurias en ellos de los cristianos, mataban algun cristiano por
especiales daños y tormentos que recibian, contra los cuales luego
se procedia á la venganza que los cristianos llaman castigo, con el
cual, no sólo los matadores, pero cuantos podian haber en aquel pueblo
ó provincia, con muertes y con tormentos se punian, no considerando
la justicia y razon natural humana y divina, con cuya auctoridad lo
hacian.


CAPÍTULO CVI.

Viendo los indios cada dia crecer sus no pensadas otras tales,
calamidades, y que hacian fortalezas ó casas de tapias y edificios y no
algunos navíos en el puerto de la Isabela, sino ya comidos y perdidos,
cayó en ellos profundísima tristeza, y nunca hacian sino preguntar
si pensaban en algun tiempo tornarse á su tierra. Consideraban que
ninguna esperanza de libertad ni de blandura, ni remision, ni remedio
de sus angustias, ni quien se doliese dellos, tenian, y como ya habian
experimentado que los cristianos eran tan grandes comedores, y que solo
habian venido de sus tierras á comer, y que ninguno era para cavar y
trabajar por sus manos en la tierra, y que muchos estaban enfermos
y que les faltaban los bastimentos de Castilla, determinaron muchos
pueblos dellos de ayudarlos con un ardid ó aviso, ó para que muriesen
ó se fuesen todos, como sabian que muchos se habian muerto y muchos
ido; no cognosciendo la propiedad de los españoles, los cuales, cuanto
más hambrientos tanto mayor teson tienen, y más duros son de sufrir
y para sufrir. El aviso fué aqueste (aunque les salió al revés de lo
que pensaron), conviene á saber, no sembrar ni hacer labranzas de su
conuco, para que no se cogiese fruto alguno en la tierra, y ellos
recogerse á los montes donde hay ciertas y muchas y buenas raíces,
que se llaman guayaros, buenas de comer, y nascen sin sembrarlas, y
con la caza de las hutias ó conejos de que estaban los montes y los
llanos llenos, pasar como quiera su desventurada vida. Aprovechóles
poco su ardid, porque, aunque los cristianos, de hambre terrible y de
andar á montear y perseguir los tristes indios padecieron grandísimos
trabajos y peligros, pero ni se fueron, ni se murieron, aunque algunos
morian por las dichas causas, ántes, toda la miseria y calamidad hobo
de caer sobre los mismos indios, porque, como anduviesen tan corridos
y perseguidos con sus mujeres é hijos á cuestas, cansados, molidos,
hambrientos, no se les dando lugar para cazar, ó pescar, ó buscar su
pobre comida, y por las humidades de los montes y de los rios, donde
siempre andaban huidos, y se escondian, vino sobre ellos tanta de
enfermedad, muerte y miseria, de que murieron infelicemente de padres
y madres y hijos, infinitos. Por manera, que, con las matanzas de las
guerras, y por las hambres y enfermedades que procedieron por causa
de aquellas, y de las fatigas y opresiones que despues sucedieron, y
miserias, y sobre todo mucho dolor intrínseco, angustia y tristeza,
no quedaron de las multitudes que en esta isla, de gentes, habia,
desde el año de 94 hasta el de 6, segun se creia, la tercera parte de
todas ellas. ¡Buena vendimia, y hecha harto bien apriesa! Ayudó mucho
á esta despoblacion y perdicion, querer pagar los sueldos de la gente
que aquí los ganaba, y pagar los mantenimientos y otras mercadurías
traidas de Castilla, con dar de los indios por esclavos, por no pedir
las costas y gastos; y tantos gastos y costas, á los Reyes, lo cual el
Almirante mucho procuraba, por la razon susodicha, conviene á saber,
por verse desfavorecido y porque no tuviesen tanto lugar los que
desfavorecian este negocio de las Indias ante los Reyes, diciendo que
gastaban y no adquirian: pero debiera más pesar el cumplimiento de la
ley de Jesucristo, que el disfavor de los Reyes; mas la justicia contra
tanta injuria y sinjusticia; mas la caridad y amor de los prójimos,
que enviar á los Reyes dineros; mas el fin, que era la prosperidad y
crecimiento temporal, y la conversion y salvacion espiritual destas
gentes, para la consecucion del cual se ordenaba el descubrimiento que
hizo destas Indias, y la vuelta suya á ellas, y todo lo demas, que
todos eran medios, que hacer por fuerza y violentamente y con tantas
matanzas y perdicion de ánimas y de cuerpos, y con tanta ignominia del
nombre cristiano, que diesen, los que eran Reyes y señores naturales y
todos sus súbditos, la obediencia y subyeccion y tributos al Rey, que
nunca ofendieron, ni vieron, ni oyeron, ni le eran obligados por razon
alguna jurídica á lo hacer, pues los infestaban sin causa, estando
seguros en sus tierras, y sin darles razon por qué, y probársela, cosa
tan dura y tan nueva y con tanta violencia é imperio durísimo, les
pedian. Y puesto que se sacaron y enviaron muchos indios por esclavos
á Castilla para lo susodicho, y sin voluntad de los Reyes, sin alguna
duda, como abajo se mostrará, pero si nuestro Señor no ocurriera y á la
mano fuera al Almirante, con las adversidades que luego le sucedieron
(que se contarán, si Dios quisiere), para comenzar á mostrar ser
injusto é inícuo cuanto contra estas inocentes gentes, vidas y estados
y ser, se hacia, por esta sola vía de hacer esclavos para suplir las
necesidades dichas, y relevar los Reyes de tantos gastos, en muy más
breves dias se despoblara y consumiera la más de la gente desta isla,
de la que restaba de la vendimia. Bien podria cualquiera que sea
cuerdo, y mayormente si fuere medianamente letrado, cognoscer y juzgar
como los tales indios padecian injusto captiverio, y uno ni ninguno no
ser esclavo justamente, pues todas las guerras que se les hacian eran
injustísimas, condenadas por toda ley humana, natural y divina.


CAPÍTULO CVII.

Antes que tratemos de la materia de los capítulos siguientes, dos
cosas quiero aquí referir, que debemos, cierto, á mí juicio, muy bien
de notar. La una es, que como ántes que el Almirante volviese de
descubrir, el cual, llegó á la Isabela, como arriba se dijo, á 29 dias
de Setiembre del año de 94, se fueron á Castilla en los tres navíos
en que habia venido don Bartolomé Colon, hermano del Almirante, aquel
padre fray Buil y Mosen Pedro Margarite, y otros principales, estos
tales fueron los que informaron y, con sus relaciones, atibiaron á
los Reyes en la esperanza que tenian de las riquezas destas Indias,
diciendo que era burla, que no era nada el oro que habia en esta
isla, y que los gastos que Sus Altezas hacian eran grandes, nunca
recompensables, y otras muchas cosas en deshacimiento del negocio y del
crédito que los Reyes tenian del Almirante, porque luego, en llegando,
no se habian vuelto cargados de oro en los navíos en que habian venido;
no considerando que el oro no estaba ya sacado y puesto en las arcas,
ó era fruta que habian de coger de los árboles (como se queja y con
razon el Almirante), sino en minas y debajo de la tierra, y que nunca
en parte del mundo, plata ni oro, ni otro metal, se sacó sin grande
trabajo, sino fuese á sus dueños de sus arcas robado. Para testimonio
de lo haber, bastaba y sobrebastaba las grandes muestras de oro que
el primer viaje habia el Almirante llevado, y lo que con Antonio de
Torres, cogido de las minas por propias manos de los cristianos y de
lo que le dió Guacanagarí cuando tornó, habia enviado. Y ántes que
fuese á descubrir, que fué á 24 de Abril del año de 94, como arriba
queda dicho en el cap. 94, habiendo llegado á donde dispuso hacer la
poblacion que llamó la Isabela, por el mes de Diciembre, año de 93,
por manera, que no estuvo el Almirante en esta isla, estando presentes
el padre fray Buil y Mosen Pedro y los demas que se fueron ántes que
él volviese de descubrir, sino cuatro meses ó pocos dias más, ¿qué
pudo el Almirante hacer de malos tratamientos á los españoles, y qué
mala gobernacion pudo tener para que aquellos que así se fueron,
y á los Reyes informaron, fuesen causa de que la fortuna y estado
del Almirante, tan presto, y tan recientes y frescos sus grandes é
incomparables servicios, diese la vuelta y á declinar comenzase? Pero
cierto, si consideramos la providencia del muy Alto, que sabe las cosas
futuras mucho ántes, y que á todas provee su reguardo, poco hay de
que maravillarnos. Parece que en los cuatro navíos que trujo Antonio
de Torres, y en que tornó á Castilla y llevó 500 indios, injustamente
hechos esclavos, como se dijo, debieran de ir muchas más quejas contra
el Almirante y sus hermanos de los agravios que decian que hacia á los
españoles, lo cual ayudaria y moveria con mas eficacia á los Reyes para
lo que luego se dirá. La segunda cosa digna de notar es esta: que en
el mismo tiempo que el Almirante salia y salió á hacer en los indios,
contra toda justicia y verdad los grandes estragos, se le urdia en
Castilla la primera sofrenada y el primero, harto amargo, tártago.
Él salió de la Isabela en 24 de Marzo del año de 495, segun parece
arriba en el cap. 104, y en aquel mismo mes y año, estaban los Reyes
(porque escrito está: _Cor regis in manu domini_, etc.), despachando
á un repostero suyo de camas, que se llamó Juan Aguado, natural de
Sevilla, ó al ménos allí despues avecindado, enviado sin jurisdiccion
alguna, sino cuasi por espía y escudriñador de todo lo que pasaba, con
cartas de gran crédito para todos los que aquí estaban. Este comenzó á
aguar todos los placeres y prosperidad del Almirante, por manera, que
cuando el Almirante iba á ofender á Dios en las guerras injustas que
contra los indios mover queria, y así las movió, por las cuales tantas
gentes mató y echó á los infiernos, habiendo venido para convertirlos,
en aquellos mismos dias le ordenaba el comienzo de su castigo; y
desta manera lo provee y ordena Dios con todos los hombres, y por eso
todos, en no ofenderle, debemos estar muy sobre aviso, y deberíamos
suplicarle íntimamente que nos dé á cognoscer por qué pecados contra
nos se indigna, porque, cognosciéndolo, sin duda nos enmendariamos más
aína, pero cuando Dios nos azota y aflige y el por qué no lo sentimos,
verdaderamente mucho mayor y más cierto es nuestro peligro. Tornando
al propósito de nuestra historia, los Reyes mandaron aparejar cuatro
navíos y cargarlos de bastimentos y cosas que el Almirante habia
escrito, para la gente que ganaba su sueldo en esta isla, y ordenaron
que el dicho Juan Aguado, su repostero, fuese por Capitan dellos;
diéronle sus provisiones é instruccion de lo que habia de hacer,
y, para todos los que acá estaban, le dieron la siguiente carta de
creencia:
«El Rey é la Reina.—Caballeros y escuderos y otras personas que por
nuestro mandado estais en las Indias, allá vos enviamos á Juan Aguado,
nuestro repostero, el cual, de nuestra parte, vos hablará. Nos vos
mandamos que le dedes fe y creencia. De Madrid á nueve de Abril de mil
cuatro cientos noventa y cinco años.—Yo el Rey.—Yo la Reina.—Por
mandado del Rey é de la Reina, nuestros Señores, Hernandalvarez.»
Llegó Juan Aguado á la Isabela por el mes de Octubre del dicho año de
1495, estando el Almirante haciendo guerra á los hermanos y gente del
Caonabo, en la provincia de la Maguana, que era su reino y tierra,
donde agora está poblada, y siempre despues lo estuvo, una villa de
españoles que se llamaba Sant Juan de la Maguana; el cual mostró,
por palabras y actos exteriores de su persona, traer de los Reyes
muchos poderes y autoridad mayor de la que le dieron, y con esto se
entremetía en cosas de jurisdiccion que no tenia, como prender á
algunas personas de la mar, de las que habian con él venido, y en
reprender los oficiales del Almirante, mayormente haciendo muy poca
cuenta y teniendo poca reverencia, á D. Bartolomé Colon, que habia
dejado por Gobernador el Almirante, por su ausencia, como despues yo
vide, con muchos testigos, probado. Quiso ir luego el dicho Juan Aguado
en busca del Almirante, y tomó cierta gente de pié y de caballo. Díjose
que por los caminos y pueblos de los indios, él, ó los que con él iban,
echaban fama que era venido otro nuevo Almirante que habia de matar
al viejo que acá estaba, y como los señores y gentes desta isla, en
especial las de la comarca de la Isabela y de la Vega Real, y todos
los vecinos y gentes de las minas, estaban agraviados y atribulados
con las matanzas que en ellos habia hecho el Almirante, y los tributos
del oro que les habia puesto, que como no tenian industria de cogerlo
y ello se coge, donde quiera que está, con grandes trabajos, les era
intolerable, bien creo que de la venida del nuevo Almirante se gozaban;
porque apetito es comun de todos los que son pobres, y de los que
padecen adversidades y servidumbre injusta, y más de los que están
muy opresos y tiranizados, querer ver cada dia novedades, la razon es
porque les parece, por el apetito natural y ansía que tienen salir de
sus trabajos, que es más cierta la esperanza de que han de ser, poco
que mucho, relevados, que el temor de que vernán con la novedad á más
trabajoso estado. Por esta causa se hicieron algunos ayuntamientos
de gentes de unos Caciques y señores con otros, en especial en casa
de un gran señor que se llamó Manicaotex, que yo bien conocí y por
muchos años, que señoreaba la tierra cerca del gran rio de Yaquí, tres
leguas ó poco más de donde se fundó la fortaleza y ciudad, que despues
diremos, de la Concepcion, donde trataban del Almirante viejo que los
habia con tantos daños subiectado y atributado, y del nuevo, de quien
esperaban ser aliviados; pero engañados estaban, porque cualquiera que
fuera, y todos los que despues fueron, segun la ceguedad que Dios por
nuestros pecados y los suyos en esta materia permitió, no librarlos ni
darles lugar para resollar, sino añidirles tormentos á sus males y á su
trabajosa y calamitosa vida (vida infernal siempre, hasta consumirlos
á todos) procuraron. En este año de 1495, pidieron algunos marineros
y otras personas, vecinos de Sevilla, licencia á los Reyes para poder
venir á descubrir á estas Indias, islas y tierra firme que estuviesen
descubiertas, la cual concedieron los Reyes con ciertas condiciones:
La primera, que todos los navíos que hobiesen de ir á descubrir se
presentasen ante los oficiales del Rey, que para ello estaban puestos
en la ciudad y puerto de Cáliz, para que de allí vayan una ó dos
personas por veedores; la segunda, que habian de llevar la décima parte
de las toneladas con cargazon de los Reyes, sin que se les pagase por
ello cosa alguna; la tercera, que aquello lo descargasen en la isla
Española; la cuarta, que de todo lo que hallasen, diesen á los Reyes
la décima parte cuando volviesen á Cáliz; la quinta, que habian de dar
fianzas que así lo cumplirian todo; la sexta, que con cada siete navíos
pudiese el Almirante cargar uno para sí para rescatar, como los otros
que á ello fuesen, por la contratacion y merced hecha al Almirante que
en cada navío pudiese cargar la octava parte. En esta provision tambien
se contenia, que quien quisiese llevar mantenimientos á vender á los
cristianos que estaban en esta isla Española, y en otras partes que
estuviesen, los vendiesen francos de todo derecho, etc. Fué hecha en
Madrid de diez dias de Abril de mil y cuatrocientos y noventa y cinco
años.


CAPÍTULO CVIII.

Sabido por el Almirante la venida de Juan Aguado, determinó de volverse
á la Isabela, y no creo que anduvo mucho camino para ir donde estaba
el Almirante, Juan Aguado. Despues de llegado dióle las cartas que
le traia de los Reyes, y, para que presentase la creencia y otras
cartas de los Reyes que traia, mandó el Almirante juntar toda la gente
española que en la Villa habia y tocar las trompetas, porque con
toda solemnidad, cuanta fué por entónces posible, la Cédula Real de
su creencia, delante de todos y á todos se notificase. Muchas cosas
pasaron en estos dias y tiempo que Juan Aguado estuvo en esta isla, en
la Isabela, y todas de enojo y pena para el Almirante, porque el Juan
Aguado se entrometía en cosas, con fiucia y color de su creencia, quel
Almirante sentia por grandes agravios; decia y hacia cosas en desacato
del Almirante y de su auctoridad, oficios y privilegios. El Almirante,
con toda modestia y paciencia, lo sufria, y respondia y trataba al
Juan Aguado siempre muy bien, como si fuera un Conde, segun vide de
todo esto, hecha con muchos testigos, probanza. Decia Juan Aguado que
el Almirante no habia obedecido ni recibido las Cédulas y creencia de
los Reyes, con el acatamiento y reverencia debida, sino que, al tiempo
que se presentaban, habia callado, y despues de presentadas, cinco
meses habia, pedia á los escribanos la fe de la presentacion; y de la
poca cuenta quel Almirante habia hecho dellas, y queria llevar los
escribanos á su posada porque le diesen la fe en su presencia. Ellos
no quisieron, sino que les enviase las Cédulas á su posada y que allí
se la darian, él decia que no habia de fiar de nadie las cartas del
Rey, y así, de dia en dia lo disimulaba; al cabo de cinco meses que
se las envió, y dieron la fe y testimonio de como el Almirante las
habia obedecido y reverenciado, como á cartas de sus Reyes y señores,
fuélos á deshonrar con palabras injuriosas, diciendo que habian
mentido y hecho y cometido falsedad, y que ellos serian castigados.
Los escribanos dieron la fe, y despues, con juramento, confirmaron de
nuevo el dicho testimonio y fe que habian dado haber sido verdadero,
y probáronse las injurias que Juan Aguado les habia dicho. Destas y
otras muchas cosas, y de la presuncion y auctoridad que mostraba el
Juan Aguado, y de atreverse al Almirante más de lo que debiera, y de
las palabras y amenazas que le hacia con los Reyes, toda la gente se
remontaba y alteraba, por manera que ya no era el Almirante ni sus
justicias tan acatado y obedecido como de ántes. Toda la gente que en
toda esta isla entónces estaba, increiblemente estaba descontenta, en
especial la que estaba en la Isabela, y, toda la más, por fuerza, por
las hambres y enfermedades que padecian, y no se juraba otro juramento
sino, «así Dios me lleve á Castilla;» no tenian otra cosa que comer
sino la racion que les daban de la alhóndiga del Rey, que era una
escudilla de trigo que lo habian de moler en una atahona de mano (y
muchos lo comian cocido), y una tajada de tocino rancioso ó de queso
podrido, y no se cuantas habas ó garbanzos, vino, como si no lo hobiera
en el mundo; y con esto, como habian venido á sueldo de los Reyes, y
tenia en ello parte el Almirante, mandábalos trabajar, hambrientos
y flacos, y algunos enfermos, en hacer la fortaleza y la casa del
Almirante y otros edificios, por manera que estaban todos angustiados y
atribulados y desesperados, por lo cual se quejaban al Juan Aguado, y
de allí tomaba él ocasion de tener que decir del Almirante y amenazarlo
con los Reyes. La gente sana era la mejor librada cuanto á la comida,
puesto que, á lo que tocaba al ánima, era la más malaventurada, porque
andaban por la isla haciendo guerra y fuerzas, y robando, y todos los
que tomaban á vida hacian esclavos. En este tiempo se perdieron en el
puerto los cuatro navíos que trajo Juan Aguado, con gran tempestad, que
era lo que llamaban los indios en su lengua huracan, y agora todos
las llamamos huracanes, como quien, por la mar y por la tierra, cuasi
todos los habemos experimentado; y porque estoy dudoso si entre los
seis navíos, que arriba en fin del cap. 102 dijimos se perdieron en el
puerto de la Isabela, fueron los cuatro de Juan Aguado, porque se me
ha pasado de la memoria como há ya cincuenta y nueve años, no quiero
afirmar que fuesen otros ó ellos, mas de que, á lo que me parece,
que en los tiempos que yo allá estaba, que fué pocos años despues de
perdidos, platicábamos que dos veces se perdieron navíos en el dicho
puerto, y si así es, como me parece que es así, los postreros que
se perdieron fueron los de Juan Aguado; pero que sea lo uno que sea
lo otro, para tornar á Castilla ningun navío habia, sino solas las
dos carabelas que mandó hacer allí, en el puerto de la Isabela, el
Almirante.


CAPÍTULO CIX.

No dudando el Almirante que Juan Aguado habia de llevar muchas quejas
de los españoles que allí por fuerza estaban, y tan necesitados, á los
Reyes, contra el Almirante, y que no dejaria de añadir y encarecer
mucho sus defectos, y que de secreto llevaria informaciones hechas
contra él, y que sobre las relaciones ásperas y demasiadas, y por
entónces, cierto, segun yo creo, no muy verdaderas, que pudieron decir,
si las dijeron (lo cual se presume por haberse ido, tan sin tiempo y
sin licencia del Almirante, y descontentos), y tambien porque no parece
que los Reyes enviaran á Juan Aguado tan presto, sino por la relacion
que harian en infamia desta isla y destas tierras, y en deshacimiento
y disfavor del servicio que el Almirante habia hecho á los Reyes en su
descubrimiento, el susodicho padre fray Buil y Mosen Pedro Margarite,
y los demas que, ántes que el Almirante volviese de descubrir las
islas, Cuba y Jamáica y las demas, se habian desta isla ido á Castilla,
moverian y exasperarian los ánimos de los Reyes y disminuírseles ía la
voluntad de hacer los gastos que eran necesarios para proseguir esta
empresa, determinó el Almirante de ir á Castilla para informar á los
Reyes del estado desta isla y del descubrimiento de Cuba y Jamáica,
y de las cosas sucedidas, y responder á los obiectos que se habian
puesto contra la bondad y felicidad y riquezas destas tierras, porque
no hallaron tan á mano los montes de oro, como en España (al ménos
los seglares, salvando al dicho padre fray Buil) se habian prometido,
y, finalmente, para satisfacer á los Reyes y darles cuenta de sí, é
tractar esomismo sobre ir á descubrir lo que mucho deseaba, por topar
con tierra firme; por ventura, tambien pudo ser que los Reyes le
escribieron en la carta que el dicho Juan Aguado le trujo, que así
lo hiciese, porque se querian informar dél en todo lo susodicho. Pero
que los Reyes le escribiesen que fuese á Castilla, nunca hombre lo
supo ni tal he podido descubrir, ántes, por cosas que pasaron entre
el Almirante y Juan Aguado públicas, que yo he visto en probanzas con
autoridad de escribanos, parece el contrario, porque el Almirante decia
públicamente, «yo quiero ir á Castilla á informar al Rey é á la Reina,
nuestros señores, contra las mentiras que los que allá han ido les han
dicho,» y no tuve yo á Juan Aguado por tal, que si él tuviera tal carta
ó noticia della, qué no le dijera, cuando reñian y él se desmesuraba
contra el Almirante, que iba á Castilla á su pesar, porque los Reyes
así lo querian. Al ménos parece por esta razon claro un error que
dice en su Historia, entre otros muchos, Gonzalo Hernandez de Oviedo
en el cap. 13 del II, libro donde dice, que desde á pocos dias que
llegó Juan Aguado, apregonada la creencia de los Reyes y ofrecidos los
españoles á le favorecer en lo que de parte de los Reyes se dijese,
dijo al Almirante que se aparejase para ir á España, lo cual dice que
el Almirante sintió por cosa muy grave, é vistióse de pardo como fraile
y dejóse crecer la barba, y que fué en manera de preso, puesto que no
fué mandado prender; y que mandaron los Reyes tambien llamar al dicho
padre fray Buil y á Mosen Pedro Margarite, y á otros que allí cuenta,
que fuesen á Castilla entónces cuando el Almirante fué. Dice mas, que
venido el Almirante de descubrir á Cuba y Jamáica, y pasados dos meses
y medio, mandó llamar á Mosen Pedro Margarite, que era Alcaide de la
fortaleza de Santo Tomás, y á otros que estaban con él, y venidos á
esta ciudad de Santo Domingo, donde por la fertilidad y abundancia de
la tierra se repararon y cobraron salud, y despues que todos fueron
juntos, comenzaron á tener discordias entre si el Almirante y el
padre fray Buil, y que hobieron estas discordias principio, porque el
Almirante ahorcó á un aragonés que se llamaba Gaspar Ferim, por lo
cual, cuando el Almirante hacia cosa que al fray Buil no pluguiese,
ponia entredicho y cesacion del divino oficio; el Almirante quitaba
la racion al fray Buil y á su familia, y que Mosen Pedro y otros los
hacian amigos, pero que duraba el amistad pocos dias: todo esto dice
Oviedo en el susodicho capítulo. Que todo sea falso, cuanto cerca desto
dice, no serán menester muchos testigos, pues parecerá por muchas
cosas arriba dichas; lo uno, porque cuando el Almirante partió para
descubrir, áun no habia, en obra de cinco meses que estuvo en esta
isla despues que llegó de España y enfermó, ahorcado hombre ninguno,
ni nunca oí que tal dél se dijese, ni en las culpas que le opusieron
despues y hombres que le acusaron que ahorcó y nombrados, el catálogo
de los cuales yo vide y tuve en mi poder, pero nunca tal hombre vide
nombrado entre ellos; lo otro, porque como arriba en los capítulos 99 y
100 pareció, cuando el Almirante llegó á la Isabela de descubrir á Cuba
y Jamáica, que fué á 29 de Abril del mismo año de 1494, ya eran idos
el dicho padre fray Buil y Mosen Pedro Margarite, y otros, á Castilla,
sin licencia del Almirante, luego no tuvieron pendencias ni discordias
el Almirante y el padre fray Buil, para que el uno descomulgase y
pusiese entredicho, y el otro negase las raciones y la comida al padre
fray Buil y á su familia; lo otro, porque Oviedo, dice, que pasados
dos meses y medio, poco más ó ménos, el Almirante envió á llamar á D.
Pedro Margarite, y no tornó en sí de la grande enfermedad con que tornó
del dicho descubrimiento de Cuba, en cinco meses, como parece arriba
en el cap. 100; lo otro, porque Oviedo dice que vino el Almirante, del
dicho descubrimiento, aquí á este puerto de Sancto Domingo, y no vino
sino á la Isabela, porque este puerto áun no se sabia si lo habia en el
mundo, ni jamás ántes el Almirante lo habia visto hasta el año de 1498
que volvió de Castilla, y descubierta ya por él tierra firme, segun que
parecerá abajo; lo otro, porque dice Oviedo que llegó el Adelantado D.
Bartolomé Colon á este puerto, dia de Sancto Domingo, á 5 de Agosto
del año 1494, y esto parece manifiesto ser falso, porque él llegó á
esta isla, en 14 dias de Abril del mismo año 94, ántes que el Almirante
viniese de descubrir á Cuba, como parece en el cap. 101, y no habia
de volar luego á este puerto en tres meses, sin ver al Almirante,
ni sin tener cargo alguno, como si hubiera rebeládosele estando en
Castilla. Lo que dice de Miguel Diaz, que huyó del Adelantado por
cierta travesura, y vino á parar aquí á este puerto y provincia, pudo
ser, pero nunca tal oí, siendo yo tan propincuo á aquellos tiempos; mas
de tener por amiga á la Cacica ó señora del pueblo que aquí estaba,
y rogarle que fuese á llamar á los cristianos para que se pasasen
de la Isabela á vivir aquí, es tan verdad, como ser el sol obscuro
á medio dia. Donosa fama los españoles, por sus obras tan inhumanas
tenian para que la Cacica ni hombre de todos los naturales desta isla
los convidasen á venir á vivir á su tierra, ántes se quisieran meter
en las entrañas de la tierra por no verlos ni oirlos. Así que, esto
es todo fábula y añadiduras que hace Oviedo suyas, ó de los que no
sabian el hecho, que se lo refirieron, fingidas; lo que desto yo puedo
decir, es, que dejó mandado el Almirante cuando se partió esta segunda
vez á Castilla, que el Adelantado enviase á Francisco de Garay y á
Miguel Diaz á que poblasen á Sancto Domingo, y esto siento ser más
verdad, vistos mis memoriales que tengo de las cosas que acaecieron
ántes que yo viniese, de qué, los que las vieron ó supieron y tuvieron
por ciertas, me informaron. Lo postrero, porque dice Oviedo que el
Almirante, y el padre fray Buil, y Mosen Pedro Margarite, y Bernal de
Pisa, y otros caballeros fueron juntos en la misma flota á Castilla;
esto no es así, segun parece claramente por todo lo dicho, y mucho
ménos es verdad que el Almirante fuese á manera de preso, porque áun
no estaban tan olvidados en los corazones de los católicos Reyes sus
grandes y tan recientes servicios.
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