Historia de las Indias (vol. 2 de 5) - 30

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placer lo que le habia acaecido, y que le rogaba que le dejase estar
allí; Roldan le dijo, como hombre prudente, que aquello era en sí malo,
y, allende de esto, que el Almirante se indignaria contra él porque
se lo habia consentido, y más, que como él estuviese en desgracia del
Almirante, á él no le convenia que allí estuviese con él porque el
Almirante no sospechase que no andaba en su obediencia con simplicidad,
y otras razones con que se convenció D. Hernando, y así se fué á donde
le estaba señalado; pero, porque los que están fuera de la gracia de
Dios y en un pecado no pueden asosegar sin que cometan otros peores
y más graves, desde á tres dias, con cuatro ó cinco hombres, tórnase
á su querencia, como animal bruto, D. Hernando. Sabida por Roldan la
tornada de D. Hernando, envióle con dos hombres á decir cuan mal lo
hacia, y que le rogaba y mandaba, de parte de la justicia, que se
fuese de allí adonde le estaba señalado; D. Hernando comenzó á hablar
desmandado, y, entre otras palabras, decia que Roldan tenia necesidad
de tener amigos, porque él sabia de cierto que el Almirante le andaba
tras cortar la cabeza, y otras semejantes, indiscretas, escandalosas
palabras y desvariadas. Dícenlo á Roldan, envíale á mandar que se vaya
luego de la provincia, y se vaya á se presentar al Almirante. Humíllase
á Roldan y ruégale que lo deje por agora hasta que el Roldan fuese á
donde el Almirante estaba; concédeselo Roldan para más justificar su
causa. Era necesario, por la regla arriba dicha, que Dios dejase á D.
Hernando derrumbarse á mayores pecados. Acuerda de matar á Francisco
Roldan, ó sacarle los ojos, por vengarse de la injuria que le hizo
en no haberle castigado y desterrado, luego que supo que á la señora
Higueymota habia por manceba tomado, y porque, para hacer cosa tan
atrevida y para salvarse, habia menester no pocos que contra el
Almirante y la justicia le ayudasen, él, por su parte, y otros que
habia por sí y á sí allegado, anduvieron persuadiendo y solevantando
á muchos (que habia poco que trabajar, para á rebelion cualquiera
levantarlos), y así comenzaba otra peor que las pasadas. No quiso Dios
permitirlo, puesto que los unos y los otros merecian que se consumieran
y despedazaran, como habian hecho y hacian en los indios á cada paso.
Fué avisado Roldan, y, como diligente y astutísimo, y bien proveido,
prevínolos, y, con buena manera que en ello tuvo, prendió luego á D.
Hernando y siete de los más principalmente culpados. Hácelo saber
al Almirante para que le escriba lo que manda; porque, como hombre
muy bien sabido, no quiso hacer cosa por su autoridad; lo uno, por
el acatamiento y preeminencia del Almirante, la cual, mucho, despues
de reducido, guardaba, lo otro, porque reusaba ser juez en su causa
propia, y con razon lo consideraba. El Almirante le escribió mandándole
que se los enviase presos á la fortaleza desta villa ó ciudad de
Sancto Domingo. Entretanto, como supiese Adrian de Muxica que estaba
preso su primo D. Hernando, andaba por la Vega y por los lugares donde
estaban los cristianos, por los pueblos de los indios; derramados,
haciendo juntas y bullicios, provocándolos á levantamiento, ó sólo
para libertar á D. Hernando, ó con otros intentos que él hoy se sabe,
donde quiera que Dios le haya puesto, si es salvo ó condenado; la fama
pública fué, que tenia propósito de soltar á D. Hernando, y matar á
Francisco Roldan y al Almirante. Juntó en pocos dias muchos de pié y de
caballo; el Almirante, que estaba en la fortaleza de la Concepcion, fué
avisado de uno dellos, que se llamó Villasancta, que yo bien cognoscí
por muchos años, y, no teniendo consigo sino seis ó siete criados de
su casa y tres escuderos de los que ganaban sueldo del Rey, supo dónde
estaban, y va una noche, y dá sobre ellos y desbarátalos, donde prendió
al Adrian y á otros, y, traidos á la fortaleza, mandó luego al Adrian
ahorcar; y, diciendo él que le dejasen confesar, dijo el Almirante que
le confesase un clérigo que allí estaba, y, cuando el clérigo se ponia
á confesarle, se detenia y no queria confesar, y esto hizo algunas
veces. Viendo el Almirante que lo hacia por dilatar su muerte, mandó
que lo echasen de una almena abajo, y así lo hicieron; daba voces que
lo dejasen confesar, porque, por temor de la muerte, no se acordaba de
sus pecados, y que dejaba condenados á muchos que no tenian culpa, pero
no le aprovechó nada. Esto era entre nosotros público, y se platicaba
así por muchos como cosa cierta y fresca, porque no habia obra de año
y medio ó dos que habia acaecido cuando yo vine á esta isla. Otros
mandó tambien ahorcar, y prendió muchos el Adelantado, de los del
concierto, y fué tras otros que se huyeron, cuando prendió á Adrian,
á Xaraguá; despues vide yo cierto proceso, donde hobo muchos testigos
que dijeron lo que aquí he dicho. Prendió en Xaraguá, el Adelantado,
muchos, y creo que oí muchas veces que habian sido 16, los cuales metió
en un hoyo, como pozo, hecho para aquel fin, é los tenia para ahorcar,
sino que vino á la sazon quien se lo impidió, como se dirá, queriendo
Dios. Mandó prender el Almirante á Pedro de Riquelme, el muy amigo de
Francisco Roldan, que tenia su casa en el Bonao, y á otros, y ponerlos
en la fortaleza de Sancto Domingo, los cuales estaban muy propincuos
para ahorcarlos con D. Hernando; todas estas cosas se hacian por el
mes de Junio, y Julio, y Agosto del año de 1500. Y dejemos agora aquí
el estado desta isla en estas inquietudes, y como andaba el Almirante
y el Adelantado á caza de los que se huian, que debian de haber
consentido, ó al ménos presumíase, en los alborotos que habia renovado
Adrian, y á todos los que tomaban se daban priesa en despacharlos; y
será bien tornar un poco atras, á lo que más sucedió en el año de 1499,
y tratar de los otros descubridores ó cudiciosos allegadores, que se
movian en el tiempo que Hojeda se movió, por las nuevas que fueron en
los cinco navíos, de haber descubierto á tierra firme y las perlas, el
Almirante.


CAPÍTULO CLXXI.

Publicado en Sevilla el descubrimiento de la tierra firme y de las
perlas, hecho por el Almirante, las nuevas del cual llevaron, como
se ha dicho muchas veces, los cinco navíos, y visto que Hojeda tenia
licencia del Obispo Fonseca, y aparejaba navíos para venir por acá,
hobo en Sevilla algunos que se hallaban con alguna hacienda, más que
otros, vecinos especialmente de Triana, que presumieron de se atrever á
tomar el hilo en la mano que el Almirante les habia mostrado, y venir
por este Océano á descubrir adelante, más por allegar oro y perlas,
como creo que no será pecado sospechar, que por dar nuevas de las
mercedes que de Dios habian recibido en traerlos primero á su sancta
fe, que á estas naciones que tuvo por bien llamar tan á la tarde; y
ojalá, ya que no iban á hacerles bien, no les hicieran males y daños.
Unos de los primeros que, á par cuasi de Hojeda, vinieron á descubrir,
fueron, un Peralonso Niño y un Cristóbal Guerra, vecinos, el Guerra, de
Sevilla, y el Peralonso, creo que era del Condado. Este Peralonso Niño,
vino, cierto, con el Almirante al descubrimiento de Paria, y debióse de
tornar á Castilla en los cinco navíos, y esto está probado con testigos
contestes, y yo he visto sus dichos en el susodicho proceso; y uno que
dijo, que no habia ido en aquel viaje Peralonso Niño con el Almirante,
yo se que, para contra el Almirante, por derecho de juicio, podia ser
repelido. Así que, Peralonso Niño, habida licencia del Rey ó del Obispo
para descubrir, con instruccion y mandado que no surgiese con su navío
ni saltase en tierra, con 50 leguas, de la tierra que habia descubierto
el Almirante, como no tuviese dineros como habia menester, ó quizá
ningunos, tractó con un Luis Guerra, vecino de Sevilla, que tenia
hacienda, que le armase un navío; el Luis Guerra se ofreció á hacerlo,
y, entre otras condiciones, fué con tanto que su hermano Cristóbal
Guerra fuese por Capitan dél. Partió, pues, Peralonso Niño por piloto,
y Cristóbal Guerra por Capitan, del Condado, que debia de ser de Palos
ó de Moguer, poco tiempo despues que Hojeda y Juan de la Cosa y Américo
partieron del puerto de Sancta María ó de Cáliz, y así lo testificaron
los testigos que se tomaron por parte del Fiscal en el su susodicho
proceso. Fueron estos, como Hojeda, hácia el rastro 200 ó 300 leguas,
y allí vieron tierra, y, por la costa abajo descendiendo, llegaron
obra de quince dias despues que habia llegado Hojeda á la provincia ó
tierra de Paria, y, segun dice un testigo en su dicho, allí saltaron en
tierra, como los indios habia dejado el Almirante pacíficos, y despues
el mismo Hojeda, y cortaron brasil, contra lo que por la instruccion
llevaban mandado; de allí van la costa de la mar abajo, entraron en
el golfo, que llamó Hojeda de las Perlas, que hace la isla de la
Margarita, y en ella rescataron muchas perlas. De allí, lléganse á
Cumaná, pueblo y provincia de la tierra firme, siete ú ochos leguas de
la Margarita; ven la gente toda desnuda, escepto lo principal de las
vergüenzas, que lo traen metido en unas calabacitas, con un cordelejo
delgado que las tienen ceñido al rededor de los lomos, y así los vide
yo, despues algunos años que estuve por algun tiempo en aquella tierra.
Vieron ellos tambien, y yo despues, que acostumbran los hombres traer
en la boca cierta hierba todo el dia mascando, la que, teniendo los
dientes blanquísimos comunmente, se les pone una costra en ellos más
negra que la más negra azabaja que puede ser; traen esta hierba en
la boca por sanidad, y fuerzas, y mantenimiento, segun yo entendido
tengo, pero es muy sucia cosa y engendra grande asco verla, á nosotros,
digo; cuando la echan, despues de muy bien mascada, lávanse la boca y
tornan á tomar otra, y teniéndola en la boca hablan, harto oscuramente,
como quien la lengua tiene tan ocupada. Venian sin temor alguno á
los navíos con collares hechos de perlas, y dellas en las narices y
en las orejas. Comenzaron á cebarlos los cristianos con cascabeles,
y anillos, y manillas de laton, agujas, y alfileres, y espejuelos,
cuentas de vidrio de diversos colores; dábanlas por casi no nada, no
curaban de regatear, ni de muchas contiendas, sino daban todas las que
traian, y tomaban por ellas lo que les daban. De allí, de Cumaná y
Maracapana, que está de Cumaná 15 leguas, hobieron mucha cantidad de
perlas. Navegan la costa abajo, y llegaron hasta unas poblaciones que
llamaban los indios Curianá, junto donde agora es Coro; finalmente,
hasta cerca de la provincia que agora llamamos Venezuela, obra de 130
leguas abajo de Paria y de la boca del Drago. Aquí surgieron en una
bahía como la de Cáliz, donde en las gentes desta tierra hallaron
humanísima hospitalidad y gracioso recogimiento; vieron en tierra pocas
casas, que serian ocho ó diez, pero vinieron de una legua de allí, la
costa abajo, hasta 50 hombres desnudos, con una persona principal que
debia ser el señor, ó enviado por el señor, el cual, de parte de todos,
le ruega con importunidad al capitan Cristóbal Guerra y á los demas,
que vayan con el navío á surgir á su pueblo. Saltaron en tierra, dánles
de sus cascabeles, cuentas y bujerías; diéronles cuantas perlas, en los
brazos y gargantas, y en todo su cuerpo traian; pesaron, solas aquellas
que en obra de una hora les dieron, quince onzas, valdria lo que les
dieron por ellas, obra de 200 maravedís. Levantaron las anclas otro
dia, y fueron á surgir junto con el pueblo. Concurre todo el pueblo,
rogando á los cristianos que salten en tierra, pero ellos, como no
eran más de 33, viendo gran multitud de gente, no osaron salir, ni
fiarse dellos, sino por señas les decian que viniesen al navío con sus
canoas ó barquillos; vinieron muchos sin temor alguno, trayendo consigo
cuantas perlas tenian, por haber los diges de Castilla. De que vieron
su simplicidad, su inocencia y humanidad, salieron los cristianos en
tierra; hácenles mil caricias, mil regalos, en tanta manera, que no lo
sabian encarecer. Estuvieron veinte dias con ellos dentro de sus mismas
casas, como si fueran padres y hijos; la abundancia de la comida, de
venados, de conejos, ansares, ánades, papagayos, pescados, y el pan
de maíz, no se podria fácilmente todo decir; cuantos venados y conejos
y otras cosas les pedian que trujesen, tantos luego les traian. De
ver ciervos ó venados y conejos, que fuese tierra firme aquella, por
cierto, creian, como aquellos animales no se hobiesen visto hasta
entónces en las islas; hallaron que tenian estos sus mercados ó ferias
donde, cada pueblo y vecinos dél, á vender lo que tenian, traian.
Traian tinajas, cántaros, ollas, platos y escudillas, y otros vasos
de diversas formas, para su servicio, á vender. Entre otras cosas,
traian, á vueltas de las perlas, hechas avecitas, ranas, y otras
figuras muy bien artificiadas, de oro; ver esto, no pesó á quien por
haberlo pasaba tantas mares, y con tantos peligros. Preguntaban á los
indios, que dónde se cogia aquel estiercol; respondieron que seis dias
de allí, de andadura. Acordaron de ir allá con su navío, y dijeron que
hallaron la misma provincia; esta no supe dónde seria, sino creo que
fuese la provincia de Venezuela, que habria de Curianá los seis dias de
andadura de un indio, á siete ó ocho leguas cada dia, dijeron que se
llamaba Cauchieto. Como vieron venir el navío, sin sospecha ni temer
mal alguno, como si fueran sus hermanos, así se descolgaban con sus
canoas llenas dellos, y se entraban seguros en el navío, por verlos;
el dia y la noche, nunca cesaban de venir unos, y ir otros, entrar
unos, y salir otros, con grande alegría, seguridad y regocijo. Parecian
celosos, cuando alguno que no cognoscian les venia á visitar, siempre
las mujeres ponian detras de sí. Trajéronles algun oro, que rescataron,
y joyas hechas dél, no tanto cuanto los que lo buscaban querian; traian
consigo perlas, pero estas no las querian vender, como ni los de
Curianá conmutaban el oro. Diéronles aquí gatos paules, muy hermosos, y
papagayos muchos, de diversas colores. Dejada esta provincia, quisieron
pasar más adelante, y llegaron á cierta parte, donde les salieron,
segun dijeron, sobre 2.000 hombres desnudos, con sus arcos y flechas,
á defenderles la saltada. Ellos, por señas, y mostrándoles las cosas
de Castilla, trabajaron de halagarlos, pero nunca pudieron, y con
esto dijeron que se tornaron á Curianá, donde, con harta alegría y
placer, y abundancia de comidas, estuvieron otros veinte dias. Quiero
aquí decir una cosa graciosa que se me olvidaba, que cuando daban los
alfileres y agujas á los desta provincia de Curianá, cognoscian los
indios que aquellos eran instrumentos para coser ó tener una cosa con
otra; decian á los cristianos por señas, que aquello no sabian para qué
lo habian menester, pues andaban desnudos. Respondieron los cristianos,
señalando, que aquellos eran buenos para sacarse las espinas de los
piés ó de otra parte, porque allí habia muchas, y es así verdad; de
que cayeron en ello, comenzáronse á reir, é á pedir más, y por este
aviso fueron dellos los alfileres y agujas, no ménos que las otras
cosas, estimadas. Toda esta tierra está en 7° y 8°; por Noviembre y
por Navidad no hace frio, ántes es temperatísima. Quedando los indios
muy contentos, pensando que iban los cristianos engañados, porque les
habian dado gran número de perlas, que, sino me engaño, pesaban más de
ciento cincuenta libras ó marcos, entre ellas, muchas eran tan grandes
como avellanas, muy claras y hermosas, puesto que mal horadadas por
los indios, no tenian convenientes instrumentos para las horadar, como
careciesen de hierro, y habíanles dado por ellos valor de hasta 10 ó 12
ducados, y los noventa y seis marcos ó libras, se dijo que les costaron
en Curianá obra de cinco reales, en aquellas cosillas de Castilla, y
los cristianos, teniéndose por bien pagados y cada hora consintieran
en tal engaño; acuérdanse de volver á Castilla, y dan la vuelta hácia
Paria y la boca del Drago. En el camino, subiendo la costa arriba, por
donde habian bajado, está una punta que se llama la Punta de Araya,
Norte Sur con la puerta occidental de la isla de la Margarita, donde
vieron unas salinas, y las hay hoy, porque son perpétuas, dignas de
harta maravilla. Está en aquella punta una laguna, á diez ó quince
pasos de la ribera y agua de la mar toda salada, y siempre debajo del
agua llena de sal y encima tambien, cuando há dos dias que no llueve.
Algunos pensaron que el agua que está dentro la sacan los vientos de
la mar, como está tan propincua, y la echan en la laguna, pero no
parece que es así, sino que tiene ojos, á cuanto yo puedo entender, por
los cuales sube el agua y se ceba de la mar. Esta sal es muy blanca y
sala mucho, y, cuando hace tiempo de buenos soles, se pueden cargar y
cargan muchos navíos, y yo, en otro tiempo que estuve allí, los hice
cargar. Vienen á sus tiempos del año, de hácia abajo, á parar á esta
punta infinitas multitudes de lizas, que acá es muy bueno y sabroso
pescado, y otra infinidad de sardinas, como las que traen á Sevilla
de Setubal y del Condado, salvo que son pequeñas pero muy sabrosas,
mayormente las lizas y ellas recien saladas; en los barcos y por allí
suelen andar. Saltan de la mar las lizas muchas veces, que no es
menester pescarlas, tantas hay. A cabo de dos meses que partieron de
Curianá, que fué á 6 de Febrero de 1501, llegaron á Galicia, donde
Hernando de Vega, varon en prudencia y virtud en Castilla señalado, era
Gobernador, ante el cual fué acusado Peralonso Niño, y no sé si tambien
Cristóbal Guerra, de los mismos que venian en su compañía, que habia
encubierto cierto número de perlas de gran precio, y así, defraudado el
quinto que pertenecia á los Reyes; mandólo prender Hernando de Vega, y
estuvo mucho tiempo preso. Al cabo lo soltaron, y vino á Sevilla, y no
sé en qué paró lo que le imponian.


CAPÍTULO CLXXII.

Cerca de este Cristóbal Guerra, quiero aquí referir algunas cosas
estrañas que hizo por aquella costa de tierra firme, porque despues,
quizá, no caerán en su lugar, por no saber yo la certidumbre del año en
que las hizo, aunque tambien no dudo que no fuesen cometidas despues
del año de 500 y dentro de los diez, y perteneceria la historia dellas
al libro siguiente; pero, pues el capítulo precedente se ha ocupado en
él, parecióme que este presente no hable sino dél. Algunos indicios
tengo que me daban sospecha que, lo que diré, lo hobiese hecho en este
primer viaje, porque, aunque parece, por lo dicho en el precedente
capítulo, que dejaba contentas las gentes que tanta hospitalidad
le hacian, como nunca los que cometian insultos, y robos, y daños
á los indios, en Castilla lo decian, sino que solos eran ellos los
malhechores juntamente, y testigos, y ellos no se acusaban delante de
los Reyes ni de otros jueces á sí mismos, podian estos en este viaje
haber, las abominaciones que hicieron, cometido, y publicado que
dejaban muy contentos y pagados, y en mucha amistad consigo unidos, los
indios. Un indicio y conjetura vehemente, hay de esto que aquí digo,
conviene á saber, que, habiendo dejado el Almirante la gente de la
provincia de Paria en amistad de los cristianos, segura y muy contenta,
y á lo que yo he juzgado, de la mesma manera la dejó Hojeda, puesto
que no estoy muy seguro dello, el cual fué despues del Almirante, como
arriba se ha dicho, el que llegó á la dicha provincia primero (lo mismo
digo de Rodrigo de Bastidas, que fué tercero, como se dirá abajo),
cuando vino á ella, en breve, Vicente Yañez, de quien se tratará
despues desto, hallóla toda puesta en armas y brava, porque les habian
muerto mucha gente, no parece que hiciese otro matanza sino Cristóbal
Guerra. Así lo dicen los testigos en el susodicho proceso, conviene á
saber, que cuando vinieron Vicente Yañez y su compañía á Paria, querian
saltar en ella, y que no osaron, porque les habian muerto mucha gente
ántes que llegasen á ella; y dicen más, que los indios de allí no
querian entrar dentro de los navíos, salvo que decian, sal, Capitan,
como si los llamaran para vengarse dellos, á lo que parece; y dice más
un testigo, que en esto vino otro descubridor, que se dice Diego de
Lepe, allí, é para probar el Fiscal, que Diego de Lepe habia tambien
descubierto tierra, y no toda el Almirante, dicen los testigos, que
llegaron á Paria el dicho Diego de Lepe y su compañía, y que tomaron
allí ciertos indios, los cuales despues él entregó en Sevilla al Obispo
D. Juan de Fonseca. Estos no los pudo él tomar sino haciendo escándalo,
injusticia y violencia, y fuera bien, que el Obispo lo examinara y áun
ahorcara sobre ello, pero nunca el señor Obispo de esto tuvo mucho
cuidado en todo su tiempo.
Así que, como Vicente Yañez fuese el cuarto descubridor, y hallase así
maltratados, y amedrentados, y escandalizados los vecinos de aquella
provincia, y hecha matanza en ella, y parezca haber presuncion contra
Cristóbal Guerra, por lo que contaremos que hizo, y de los otros que
ántes dél á aquella tierra fueron, haya probabilidad alguna que no lo
hicieron, parece que podria haber sido, aunque lo disimulase, y en
Castilla, entónces cuando él fué, no se supiese, como otras infinitas
maldades, daños y menoscabos, muertes y estragos execrables, allí, por
muchos han sido encubiertos, que tambien agora en este viaje Cristóbal
Guerra, lo que diré, hiciese y estuviese hasta hoy encubierto. Lo que
haya en contrario son tres cosas: la una, que, cierto, en el viaje,
cuando cometió los daños y agravios que diremos, traia dos navíos,
y los testigos no afirman sino que trujo un navío en este; la otra,
el llevar á Castilla agora tantas perlas, porque en el otro viaje se
cree que no llevó ninguna, porque todas se le perdieron, segun creo;
la tercera, que en aquel viaje trujo á su hermano, Luis Guerra, y
murió en la mar, y en este primero no haberle traido, por el dicho
que los testigos depusieron, parece que suena. Pero, como quiera y
cuando quiera que ello haya sido, el Almirante, quejándose á los Reyes
por cierto memorial que les dió de los daños que habia incurrido,
por haber dado los Reyes licencia para ir á rescatar sin que á él
se le diese parte, como se le debia de dar por sus privilegios, y
por los escándalos que habian en la tierra aquellos causado, señala
el Almirante al dicho Cristóbal Guerra, y, despues de otros, dice:
«Las cuales personas que llevaron licencia para rescatar, han hecho
grandísimo daño en la tierra firme y islas, porque, en llegando
que llegaban, mataban los indios y los prendian por fuerza, y los
atormentaban porque se rescatasen, y algunos, cuando no hallaban
rescate, acuchillábanlos y matábanlos, diciendo, «pese á tal, pues de
aquí no llevamos provecho, hagamos que si aquí vinieren otros navíos
tampoco lo hallen, como nosotros.» Otros hobo, que despues que los
indios humanamente les daban lo que tenian, y les cargaban los navíos
de brasil y de lo que mandaban, estando seguros, como personas que les
habian bien servido, y muy alegres y contentos, los mataron y pusieron
todos á espada, sin otra causa. Otros cargaban los navíos dellos, por
manera, que en cuanto vivan los vivos, los indios de aquella tierra
no obedecerán á Sus Altezas, ni serán amigos de los cristianos; por
donde, dice el dicho Almirante, que le redunda mucho daño, etc.» Estas
son palabras formales del dicho memorial que dió el Almirante; por
aquí se verá qué principios llevaron las cosas destas Indias. Vamos,
pues, á contar el caso, segun que me lo contó, más há de treinta
años, persona que se halló en ello, y si fué en el segundo viaje, lo
que más probable parece, guióse desta manera: Como Cristóbal Guerra
y Peralonso Niño fueron riquillos á Castilla, y con el paladar dulce
ó endulzorado de las perlas, acordaron de tornar á armar, y armaron,
dos buenas carabelas; no sé si Peralonso Niño vino este segundo viaje
con el Cristóbal Guerra, porque no me acuerdo. Entónces, como era
el principal en este negocio su hermano, Luis Guerra, porque él era
rico, y puso los gastos primeros del primer viaje, de su hacienda,
determinó en el segundo, con la hacienda arriesgar la vida. Partieron
de Cáliz, ó de Sant Lucar, el Luis Guerra, en un navío ó carabela, y
el Cristóbal Guerra en el otro, y llegados á Paria, porque aquella
tierra llevaban todos por terrero é hito, van la costa abajo, al
golfo de las Perlas, que, como ya dijimos, aquel golfo hace la isleta
Margarita, de una parte, y de la otra tierra firme, y comienzan á
rescatar perlas y oro, y en la Margarita, y por Cumaná, y Maracapana, y
todos aquellos pueblos; y no sólo se contentaban con lo que rescataban,
pero hacian muchas fuerzas y robaban lo que podian, segun creo queme
informaron (porque, como creo há ya cerca de cuarenta años, porque sin
duda son treinta y nueve, y no lo oso afirmar esto absolutamente);
por manera que allegaron cuasi un costal de perlas. Pero lo que hace
al caso, y dello no tengo duda, porque bien me acuerdo, llegaron á
cierta provincia, y creo que fué entre la que llamamos Sancta Marta
y Cartagena, y como los indios no habian experimentado por allí las
obras de los nuestros, veníanse á los navíos como gentes simples y
confiadas, como en muchos lugares desta historia habemos visto. Vínose
un señor ó Cacique, y creo que era el señor de aquella tierra de
Cartagena, á los navíos, con ciertas gentes, y á la entrada le recibió
el Cristóbal Guerra muy bien y halagadamente; y dijéronle por señas que
trajese oro y que le daria cosas de Castilla. Dijo el Cacique, que sí
traeria, y queríase salir fuera, pero prendiólo el Cristóbal Guerra,
y díjole que enviase de aquellos indios, sus criados, por ello, y que
él no habia de salir de allí hasta que lo trujesen, y hasta que le
hinchiesen de piezas de oro un cesto de los de uvas, grande, con que
hacen las vendimias en Castilla, que traian en el navío; y atraviesan
un palo por el gollete del cesto, dándole aquello por medida que
hasta allí hinchiesen, y que luego lo soltarian. Desque el inocente
y confiado Cacique, más de lo que debiera, se vido preso, y que se
habia de rescatar con hinchir de oro el cesto hasta el gollete, mandó
á sus criados que allí tenia, que fuesen luego y trujesen el oro que
hallar pudiesen para el cesto; van llorando y angustiados, y con gran
diligencia, y apellidan toda la tierra que el Rey y señor habian los
cristianos preso, y, que si querian verlo vivo y suelto, que habia de
ser con rescatarlo á oro, dando tanto que se hinchiese cierta gran
medida. Traen sus criados de su casa todo el oro que él tenia; vienen
muchos de sus vasallos, cada uno con su pedacillo de oro, segun que
cada cual poseia, ofrécenlo en el gazofilacio del cesto, pero apénas
el suelo del cesto se cubria; tornan á salir fuera del navío é ir
pregonando por toda la tierra que trujesen todos el oro que tuviesen,
si querian ver á su señor vivo. Andan todos de noche y de dia; tornan
al navío con más oro, hecho muy lindas figuras y hermosas piezas,
échanlas en el cesto, y era poco lo que crecia, segun era barrigudo
el cesto. Tornánse á tierra más tristes y llorosos que venian, y
entretanto, bien es de considerar, su mujer, la Reina, y sus hijos,
los Infantes, qué sentirian. Para meterlos mayor temor, y porque se
diesen más prisa á hinchir el cesto, ó para llegarse quizá más cerca de
algunos pueblos, de hácia donde venian los indios de buscar oro para
ofrecer al cesto, alzan las velas; el triste señor comienza á llorar y
á plantear, diciendo que por qué lo llevan. Sus gentes, que lo veian,
daban gritos pidiendo á Dios lícitamente, aunque no lo cognoscian, que
le hiciese justicia, pues, tan injustamente, tan gran injusticia le
hacian. Tornan á cargar los navíos ciertas leguas de allí, vienen los
indios con su ofrenda para el cesto; finalmente, yendo unos y viniendo
otros, llegan con sus piezas de oro al gollete del cesto, donde estaba
el palo atravesado, por medida. No por eso sueltan al Rey de la tierra,
ni cumplieron la palabra de soltarlo como habian prometido, ántes
les dicen, que, pues tampoco les quedaba por hinchir del cesto, que
trujesen lo demas y que luego le soltarian. Van llorando y gimiendo
de nuevo, angustiados, no sabiendo qué se hacer, porque no tenian ni
hallaban que traer, y decir que no tenian ni hallaban má sera por demas
creérselo. Buscan por las casas y por los rincones dellas, anclan
por toda la tierra escudriñando el oro que pueden haber, traen lo que
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