Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 28

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Dios habian de ser aquellos buenos católicos, é yo me alegraba, porque
los queria bien, como á cosa mia.
Pero volvamos á nuestra relacion: que, como ya Chamula estaba de paz,
é Gueguistitlan, que estaba alzado, no quisieron venir de paz aunque
les enviamos á llamar, acordó nuestro capitan que fuésemos á los
buscar á sus pueblos; y digo aquí pueblos, porque entónces eran tres
pueblezuelos, y todos puestos en fortaleza; y dejamos allí adonde
estaban nuestros ranchos los heridos y fardaje, y fuimos con el capitan
los más sueltos y sanos soldados, y los de Cinacatan nos dieron sobre
trecientos indios de guerra, que fueron con nosotros, y seria de allí
á los pueblos de Gueguistitlan obra de cuatro leguas; y como íbamos á
sus pueblos, hallamos todos los caminos cerrados, llenos de maderos é
árboles cortados y muy embarazados, que no podian pasar caballos: y con
los amigos que llevábamos los desembarazamos é quitaron los maderos; y
fuimos á un pueblo de los tres, que ya he dicho que era fortaleza, y
hallámosle lleno de guerreros, y comenzaron á nos dar grita y voces y
á tirar vara y flecha, y tenian granzas y pavesinas y espadas de á dos
manos de pedernal, que cortan como navajas, segun y de la manera de los
de Chamula; y nuestro capitan con todos nosotros les íbamos subiendo
la fortaleza, que era muy más mala y recia de tomar que no la de
Chamula; acordaron de se ir huyendo y dejar el pueblo despoblado y sin
cosa ninguna de bastimentos; y los canacantecas prendieron dos indios
dellos, que luego trajeron al capitan, los cuales mandó soltar, para
que llamasen de paz á todos los más sus vecinos, y aguardamos allí un
dia que volviesen con la respuesta, y todos vinieron de paz, y trajeron
un presente de oro de poca valía y plumajes de quetzales, que son unas
plumas que se tienen entre ellos en mucho, y nos volvimos á nuestros
ranchos; y porque pasaron otras cosas que no hacen á nuestra relacion,
se dejarán de decir, y diremos cómo cuando hubimos vuelto á los ranchos
pusimos en plática que seria bien poblar allí adonde estábamos una
villa, segun que Cortés nos mandó que poblásemos, y muchos soldados de
los que allí estábamos deciamos que era bien, y otros que tenian buenos
indios en lo de Guacacualco eran contrarios, y pusieron por achaque
que no teniamos herraje para los caballos, y que éramos pocos, y todos
los más heridos, y la tierra muy poblada, y los más pueblos estaban
en fortalezas y en grandes sierras, y que no nos podriamos valer ni
aprovechar de los caballos, y decian por ahí otras cosas; y lo peor de
todo, que el capitan Luis Marin é un Diego de Godoy, que era escribano
del Rey, persona muy entremetida, no tenian voluntad de poblar, sino
volver á nuestros ranchos y villa; é un Alonso de Grado, que ya le he
nombrado otras veces en el capítulo pasado, el cual era más bullicioso
que hombre de guerra, parece ser traia secretamente una cédula de
encomienda firmada de Cortés, en que le daba la mitad del pueblo de
Chiapa cuando estuviese pacificado, y por virtud de aquella cédula
demandó al capitan Luis Marin que le diese el oro que hubo en Chiapa
que dieron los indios, é otro que se tomó en los templos de los ídolos
del mismo Chiapa, que serian mil é quinientos pesos, y Luis Marin decia
que aquello era para ayudar á pagar los caballos que habian muerto en
la guerra en aquella jornada; y sobre ello y sobre otras diferencias
estaban muy mal el uno con el otro, y tuvieron tantas palabras, que el
Alonso de Grado, como era mal condicionado, se desconcertó en hablar;
y quien se metia en medio y lo revolvia todo era el escribano Diego de
Godoy.
Por manera que Luis Marin los echó presos al uno y al otro, y con
grillos y cadenas los tuvo seis ó siete dias presos, y acordó de
enviar á Alonso de Grado á Méjico preso, y al Godoy con ofertas y
prometimientos y buenos intercesores le soltó; y fué peor, que se
concertaron luego el Grado y el Godoy de escribir desde allí á Cortés
muy en posta, diciendo muchos males de Luis Marin, y aun Alonso de
Grado me rogó á mí que de mi parte escribiese á Cortés, y en la carta
le disculpase al Grado, porque le decia el Godoy al Grado que Cortés
en viendo mi carta le daria crédito, y no dijese bien del Marin; é yo
escribí lo que me pareció que era verdad, y no culpando al capitan
Marin; y luego envió preso á Méjico al Alonso de Grado, con juramento
que le tomó que se presentaria ante Cortés dentro de ochenta dias,
porque desde Cinacatan habia por la via y camino que venimos sobre
ciento y noventa leguas hasta Méjico.
Dejemos de hablar de todas estas revueltas y embarazos; é ya partido
el Alonso de Grado, acordamos de ir á castigar á los de Cimatan, que
fueron en matar los dos soldados cuando me escapé yo y Francisco
Martin, vizcaino, de sus manos; é yendo que íbamos caminando para unos
pueblos que se dicen Tapelola, é ántes de llegar á ellos habia unas
sierras y pasos tan malos, así de subir como de bajar, que tuvimos por
cosa dificultosa el poder pasar por aquel puerto; y Luis Marin envió á
rogar á los caciques de aquellos pueblos que los adobasen de manera que
pudiésemos pasar é ir por ellos, é así lo hicieron, y con mucho trabajo
pasaron los caballos, y luego fuimos por otros pueblos que se dicen
Silo, Suchiapa é Coyumelapa, y desde allí fuimos á este Panguaxaya;
y llegados que fuimos á otros pueblos que se dicen Tecomayacatal é
Ateapan, que en aquella sazon todo era un pueblo y estaban juntas casas
con casas, y era una poblacion de las grandes que habia en aquella
provincia, y estaba en mí encomendada por Cortés; y como entónces
era mucha poblacion, y con otros pueblos que con ellos se juntaron,
salieron de guerra al pasar de un rio muy hondo que pasa por el pueblo,
é hirieron seis soldados y mataron tres caballos, y estuvimos buen
rato peleando con ellos; y al fin pasamos el rio é se huyeron, y ellos
mismos pusieron fuego á las casas y se fueron al monte; estuvimos
cinco dias curando los heridos y haciendo entradas, donde se tomaron
muy buenas indias, y se les envió á llamar de paz, y que se les daria
la gente que habiamos preso y que se les perdonaria lo de la guerra
pasada; y vinieron todos los más indios y poblaron su pueblo, y
demandaban sus mujeres é hijos, como lo habian prometido.
El escribano Diego de Godoy aconsejaba al capitan Luis Marin que no
las diese, sino que se echase el hierro del Rey, y que se echaba
á los que una vez habian dado la obediencia á su majestad y se
tornaban á levantar sin causa ninguna; y porque aquellos pueblos
salieron de guerra y nos flecharon y nos mataron los tres caballos,
decia el Godoy que se pagasen los tres caballos con aquellas piezas
de indios que estaban presos; é yo repliqué que no se herrasen, y
que no era justo, pues vinieron de paz; y sobre ello yo y el Godoy
tuvimos grandes debates y palabras y aun cuchilladas, que entrambos
salimos heridos, hasta que nos despartieron y nos hicieron amigos; y
el capitan Luis Marin era muy bueno y no era malicioso, é vió que no
era justo hacer más de lo que le pedí por merced, y mandó que diesen
todas las mujeres y toda la más gente que estaba presa á los caciques
de aquellos pueblos, y los dejamos en sus casas muy de paz; y desde
allí atravesamos al pueblo de Cimatlan y otros pueblos que se dicen
Talatupan, y ántes de entrar en el pueblo tenian hechas unas saeteras
y andamios junto á un monte, y luego estaban unas ciénagas, é así como
llegamos nos dan de repente una tan buena rociada de flecha con muy
buen concierto y ánimo, y hirieron sobre veinte soldados y mataron
dos caballos, y si de presto no les desbaratáramos y deshiciéramos
sus cercados y saeteras, mataran é hirieran muchos más, y luego se
acogieron á las ciénagas; y estos indios destas provincias son grandes
flecheros, que pasan con sus flechas y arcos dos dobleces de armas de
algodon bien colchadas, que es mucha cosa; y estuvimos en un pueblo
dos dias, y los enviamos á llamar de paz y no quisieron venir; y como
estábamos cansados, y habia allí muchas ciénagas que tiemblan, que no
pueden entrar en ellas los caballos ni aun ninguna persona sin que se
atolle en ellas, y han de salir arrastrando y á gatas, y aun si salen
es maravilla, tanto son de malas.
É por no ser yo más largo sobre este caso, por todos nosotros fué
acordado que volviésemos á nuestra villa de Guacacualco, y volvimos por
unos pueblos de la Chontalpa, que se dicen Guimango é Nacaxu, y Xuica
é Teotitan Copileo, é pasamos otros pueblos, y á Ulapa, y el rio de
Ayagualco é al de Tonala, y luego á la villa de Guacacualco; y del oro
que se hubo en Chiapa y en Chamula, sueldo por libra se pagaron los
caballos que mataron en las guerras.
Dejemos esto, y digamos que como el Alonso de Grado llegó á Méjico
delante de Cortés, y cuando supo de la manera que iba, le dijo muy
enojado:
—«¿Cómo, señor Alonso de Grado, que no podeis caber ni en una parte ni
en otra? Lo que os ruego es que mudeis esa mala condicion; si no, en
verdad que os enviaré á la isla de Cuba, aunque sepa daros tres mil
pesos con que allá vivais, porque yo no os puedo sufrir.»
Y al Alonso de Grado se le humilló de manera, que tornó á estar bien
con el Cortés, y el Luis Marin y fray Juan escribieron á Cortés todo lo
acaecido.
Y dejallo hé aquí y diré lo que pasó en la córte sobre el Obispo de
Búrgos é Arzobispo de Rosano.


CAPÍTULO CLXVII.
CÓMO ESTANDO EN CASTILLA NUESTROS PROCURADORES RECUSARON AL OBISPO DE
BÚRGOS, Y LO QUE MÁS PASÓ.

Ya he dicho en los capítulos pasados que don Juan Rodriguez de Fonseca,
Obispo de Búrgos é Arzobispo de Rosano, que así se nombraba, hacia
mucho por las cosas de Diego Velazquez, y era contrario de las de
Cortés y á todas las nuestras; y quiso nuestro Señor Jesucristo que en
el año de 1521 fué elegido en Roma por Sumo Pontífice nuestro muy Santo
Padre el Papa Adriano de Lobayna, y en aquella sazon estaba en Castilla
por gobernador della y residia en la ciudad de Vitoria, y nuestros
procuradores fueron á besar sus santos piés y un gran señor aleman,
que era de la cámara de su majestad, que se decia mosiur de Lasoa,
le vino á dar el parabien del Pontificado por parte del Emperador
nuestro señor á Su Santidad, y el mosiur de Lasoa tenia noticia de
los heróicos hechos y grandes hazañas que Cortés y todos nosotros
habiamos hecho en la conquista desta Nueva-España, y los grandes,
muchos, buenos y notables servicios que siempre haciamos á su majestad,
y de la conversion de tantos millares de indios que se convertian á
nuestra santa fe; y parece ser aquel caballero aleman suplicó al santo
Padre Adriano que fuese servido entender muy de hecho en las cosas
entre Cortés y el Obispo de Búrgos, y Su Santidad lo tomó tambien muy
á pechos; porque, allende de las quejas que nuestros procuradores
propusieron ante nuestro Santo Padre, le habian ido otras muchas
personas de calidad á se quejar del mismo Obispo de muchos agravios
é sinjusticias que decian que hacia; porque, como su majestad estaba
en Flandes, y el Obispo era presidente de Indias, todo se lo mandaba,
y era malquisto; y segun entendimos, nuestros procuradores hallaron
calor para le osar recusar.
Por manera que se juntaron en la córte Francisco de Montejo y Diego
de Ordás y el licenciado Francisco Nuñez, primo de Cortés, y Martin
Cortés, padre del mismo Cortés, y con favor de otros caballeros y
grandes señores que les favorecieron, y uno dellos, y el que más metió
la mano, fué el duque de Béjar; y con estos favores le recusaron con
gran osadía y atrevimiento al Obispo ya por mí dicho, y las causas que
dieron muy bien probadas.
Lo primero fué que el Diego Velazquez dió al Obispo un muy buen pueblo
en la isla de Cuba, y que con los indios del pueblo le sacaban oro de
las minas y se lo enviaba á Castilla; y que á su majestad no le dió
ningun pueblo, siendo más obligado á ello que al Obispo.
Y lo otro, que en el año de 1517 años, que nos juntamos ciento y diez
soldados con un capitan que se decia Francisco Hernandez de Córdoba,
é que á nuestra costa compramos navíos y matalotaje y todo lo demás,
y salimos á descubrir la Nueva-España; y que el Obispo de Búrgos hizo
relacion á su majestad que Diego Velazquez la descubrió, y no fué así.
Y lo otro, que envió el mismo Diego Velazquez á lo que habiamos
descubierto á un sobrino suyo que se decia Juan de Grijalva, é que
descubrió más adelante, é que hubo en aquella jornada sobre veinte mil
pesos de oro de rescate, y que todo lo más envió el Diego Velazquez al
mismo Obispo, é que no dió parte dello á su majestad; é que cuando
vino Cortés á conquistar la Nueva-España, que envió un presente á
su majestad, que fué la luna de oro y el sol de plata é mucho oro
en grano sacado de las minas, é gran cantidad de joyas y tejuelos
de oro de diversas maneras, y escribimos á su majestad el Cortés y
todos nosotros sus soldados dándole cuenta y razon de lo que pasaba,
y envió con ello á Francisco de Montejo é á otro caballero que se
decia Alonso Hernandez Puertocarrero, primo del conde de Medellin, que
no los quiso oir, y les tomó todo el presente de oro que iba para su
majestad, y les trató mal de palabra, llamándolos de traidores, é que
venian á procurar por otro traidor; y que las cartas que venian para
su majestad las encubrió, y escribió otras muy al contrario dellas,
diciendo que su amigo Diego Velazquez envia aquel presente; y que no le
envió todo lo que traian, que el Obispo se quedó con la mitad y mayor
parte dello.
Y porque el Alonso Hernandez Puertocarrero, que era uno de los dos
procuradores que enviaba Cortés, le suplicó al Obispo que le diese
licencia para ir á Flandes, adonde estaba su majestad, le mandó echar
preso, y que murió en las cárceles; y que envió á mandar en la casa de
la contratacion de Sevilla al contador Pedro de Isasala y Juan Lopez
de Recalde, que estaban en ella por oficiales de su majestad, que no
diesen ayuda ninguna para Cortés, así de soldados como de armas ni
otra cosa, y que proveia los oficiales y cargos, sin consultallo con
su majestad, á hombres que no lo merecian ni tenian habilidad ni saber
para mandar, como fué al Cristóbal de Tapia, y que por casar á su
sobrina doña Petronila de Fonseca con Tapia ó con el Diego Velazquez
le prometió la gobernacion de Nueva-España; é que aprobaba por buenas
las falsas relaciones é procesos que hacian los procuradores de Diego
Velazquez, los cuales eran Andrés de Duero y Manuel de Rojas y el
Padre Benito Martin, y aquellas enviaba á su majestad por buenas, y
las de Cortés y de todos los que estábamos sirviendo á su majestad,
siendo muy verdaderas, encubria y torcia y las condenaba por malas;
y le pusieron otros muchos cargos, y todo muy bien probado, que no
se pudo encubrir cosa ninguna, por más que alegaban por su parte.
Y luego que esto fué hecho y sacado en limpio, fué llevado á Zaragoza,
adonde Su Santidad estaba en aquella sazon que le recusó, y como vió
los despachos y causas que se dieron en la recusacion, y que las partes
del Diego Velazquez, por más que alegaban que habia gastado en navíos
y costas, fueron rechazados sus dichos; que, pues no acudió á nuestro
Rey y señor, sino solamente al Obispo de Búrgos, su amigo, y Cortés
hizo lo que era obligado, como leal servidor, mandó Su Santidad, como
gobernador que era de Castilla, demás de ser Papa, al Obispo de Búrgos
que luego dejase el cargo de entender en las cosas y pleitos de
Cortés, y que no entendiese en cosa ninguna de las Indias, y declaró
por gobernador desta Nueva-España á Hernando Cortés, y que si algo
habia gastado Diego Velazquez, que se lo pagásemos; y aun envió á
la Nueva-España bulas con muchas indulgencias para los hospitales é
iglesias, y escribió una carta encomendando á Cortés y á todos nosotros
los conquistadores que estábamos en su compañía que siempre tuviésemos
mucha diligencia en la santa conversion de los naturales, é fuese de
manera que no hubiese muertes ni robos, sino con paz y cuanto mejor
se pudiese hacer, é que les vedásemos y quitásemos sacrificios y
sodomías y otras torpedades; y decia en la carta que, demás del gran
servicio que haciamos á Dios nuestro Señor y á su majestad, que Su
Santidad, como nuestro padre y pastor, tenia cargo de rogar á Dios
por nuestras ánimas, pues tanto bien por nuestra mano ha venido á
toda la cristiandad; y aun nos envió otras santas bulas para nuestras
absoluciones.
É viendo nuestros procuradores lo que mandaba el Santo Padre, así
como Pontífice y gobernador de Castilla, enviaron luego correos muy
en posta adonde su majestad estaba, que ya habia venido de Flandes y
estaba en Castilla, y aun llevaron cartas de Su Santidad para nuestro
Monarca; y despues de muy bien informado de lo de atrás por mí dicho,
confirmó lo que el Sumo Pontífice mandó, y declaró por gobernador
de la Nueva-España á Cortés, y á lo que el Diego Velazquez gastó de
su hacienda en la armada, que se le pagase, y aun le mandó quitar la
gobernacion de la isla de Cuba, por cuanto habia enviado el armada
con Pánfilo de Narvaez sin licencia de su majestad, no embargante que
la Real audiencia y los Frailes Jerónimos que residian en la isla de
Santo Domingo por gobernadores, se lo habian defendido, y aun sobre se
lo quitar enviaron á un oidor de la misma Real audiencia, que se decia
Lúcas Vazquez de Ayllon, para que no consintiese ir la tal armada, y en
lugar de le obedecer, le echaron preso y le enviaron con prisiones en
un navío.
Dejemos de hablar desto, y digamos que, como el Obispo de Búrgos supo
lo por mí atrás dicho, y lo que Su Santidad y su majestad mandaban,
é se lo fueron á notificar, fué muy grande el enojo que tomó, de que
cayó muy malo, é se salió de la córte y se fué á Toro, donde tenia su
asiento y casas; y por mucho que metió la mano su hermano don Antonio
de Fonseca, señor de Coca é Alaéjos, en le favorecer, no lo pudo volver
en el mando que de ántes tenia.
Y dejemos de hablar desto, y digamos que á gran bonanza que en favor
de Cortés hubo, se siguió contrariedad; que le vinieron otros grandes
contrastes de acusaciones que le ponian por Pánfilo de Narvaez y
Cristóbal de Tapia y por el piloto Cárdenas, que he dicho en el
capítulo que sobre ello habla que cayó malo de pensamiento cómo no
le dieron la parte del oro de lo primero que se envió á Castilla; y
tambien le acusó un Gonzalo de Umbría, piloto, á quien Cortés mandó
cortar los piés porque se alzaba con un navío con Cermeño y Pedro
Escudero, que mandó ahorcar Cortés.

FIN DEL TOMO SEGUNDO.
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