Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 22

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lleno de muertos y heridos de los naguatecas naturales de aquellas
provincias; por manera que no se tornaron más á juntar por entónces
para dar guerra; y Cortés estuvo ocho dias en un pueblo que estaba
allí cerca, donde habian sido aquellas reñidas batallas, por causa
de que se curasen los heridos y se enterrasen los muertos, y habia
muchos bastimentos; y para tornarle á llamar de paz envió al Padre fray
Bartolomé de Olmedo, y diez caciques, personas principales, de los
que se habian prendido en aquellas batallas, y doña Marina y Jerónimo
de Aguilar, que siempre Cortés los llevaba consigo; y el Padre fray
Bartolomé de Olmedo les hizo un parlamento muy discreto, y les dijo
que «¿cómo se podian defender todos los de aquellas provincias de no
se dar por vasallos de su majestad, pues han visto y tenido nueva que
con el poder de Méjico, siendo tan fuertes guerreros, estaba asolada
la ciudad y puesta por el suelo? É que vengan luego de paz y no hayan
miedo, é que lo pasado de las muertes, que Cortés, en nombre de su
majestad, se lo perdonaria.»
Y tales palabras les dijo el buen fray Bartolomé de Olmedo con amor, y
otras llenas de amenazas, que, como estaban hostigados y habian visto
muertos muchos de los suyos, y abrasados y asolados todos sus pueblos,
vinieron de paz, y todos trajeron joyas de oro, aunque no de mucho
precio, que presentaron á Cortés, y él con halagos y mucho amor les
recibió de paz; y dende allí se fué Cortés con la mitad de sus soldados
á un rio que se dice Chile, que está de la mar obra de cinco leguas,
y volvió á enviar mensajeros á todos los pueblos de la otra parte del
rio á llamalles de paz, y no quisieron venir; porque, como estaban
encarnizados de los muchos soldados que habian muerto en obra de dos
años que habian pasado de los capitanes que Garay envió á poblar aquel
rio, como dicho tengo en el capítulo que dello habla, ansí creyeron
que harian á nuestro Cortés; y como estaban entre grandes lagunas y
rios y ciénagas, que es muy grande fortaleza para ellos; y la respuesta
que dieron fué matar á los mensajeros que Cortés les habia enviado á
hablar sobre las paces, y á estos de agora tuvieron presos ciertos
dias, y estuvo Cortés aguardando para ver si podria acabar con ellos
que mudasen su mal propósito; y como no vinieron, mandó buscar todas
las canoas que en el rio pudo haber, y con ellas y unas barcas que
se hicieron de madera de navíos viejos de los de Garay, y pasaron de
noche de la otra parte del rio ciento y cincuenta soldados, y los más
dellos ballesteros y escopeteros, y cincuenta de á caballo; y como los
principales de aquellas provincias velaban sus pasos y rios, como los
vieron, dejáronlos pasar, y estaban aguardando de la otra parte; y si
muchos guastecas se habian juntado en las primeras batallas que dieron
á Cortés, muchos más estaban juntos esta vez, y vienen como leones
rabiosos á se encontrar con los nuestros; y á los primeros encuentros
mataron dos soldados é hirieron sobre treinta, y tambien mataron tres
caballos é hirieron otros quince, y muchos mejicanos; más tal prisa
les dieron los nuestros, que no pararon en el campo, é luego se fueron
huyendo, y quedaron dellos muertos y heridos gran cantidad; y despues
que pasó aquella batalla, los nuestros se fueron á dormir á un pueblo
que estaba despoblado, que se habian huido los moradores dél, y con
buenas velas, y escuchas, y rondas y corredores del campo estuvieron,
y de cenar no les faltó; y cuando amaneció, andando por el pueblo,
vieron estar en un cu é adoratorio de ídolos, colgados muchos vestidos
y caras de soldados, adobadas como cueros de guantes, y con sus barbas
y cabellos, que eran de los soldados que habian muerto á los capitanes
que habia enviado Garay á poblar el rio de Pánuco, y muchas dellas
fueron conocidas de otros soldados, que decian que eran sus amigos, y
á todos se les quebró los corazones de lástima de las ver de aquella
manera, y luego las quitaron de donde estaban y las llevaron para
enterrar; y desde aquel pueblo se pasaron á otro lugar, y como conocian
que toda la gente de aquella provincia era muy belicosa, siempre
iban muy recatados y puestos en ordenanza para pelear, no les tomase
descuidados y desapercibidos; y los descubridores de todo aquel campo
dieron con unos grandes escuadrones de indios que estaban en celadas,
para que cuando estuviesen los nuestros en las casas apeados dar en los
caballos y en ellos; y como fueron sentidos, no tuvieron lugar de hacer
todo lo que querian; más todavía salieron muy denodadamente y pelearon
con los nuestros como valientes guerreros, y estuvieron más de media
hora que los de á caballo y los escopeteros no les podian hacer retraer
ni apartar de sí, y mataron dos caballos y hirieron otros siete, y
tambien hirieron quince soldados y murieron tres de las heridas.
Una cosa tenian estos indios: que ya que los llevaban de vencida,
se tornaban á rehacer, y aguardaron tres veces en la pelea, lo cual
pocas veces se ha visto acaecer entre estas gentes; y viendo que los
nuestros les herian y mataban, se acogieron á un rio caudaloso é
corriente, y los de á caballo y peones sueltos fueron en pos dellos
é hirieron muchos; é otro dia acordaron de correrles el campo é ir
á otros pueblos que estaban despoblados, y en ellos hallaron muchas
tinajas de vino de la tierra puestas en unos soterraños á manera de
bodegas; y estuvieron en estas poblaciones cinco dias corriéndoles las
tierras, y como todo estaba sin gentes y despoblados, se volvieron al
rio de Chile; y Cortés tornó luego á enviar á llamar de paz á todos los
mismos pueblos que estaban de guerra en aquella parte del rio, y como
les habian muerto mucha gente, temieron que volverian otra vez sobre
ellos, y á esta causa enviaron á decir que vendrian de ahí á cuatro
dias, que buscaban joyas de oro para le presentar; y Cortés aguardó
todos los cuatro dias que habian dicho que vendrian, y no vinieron
por entónces; y luego mandó á un pueblo muy grande que estaba cabe
una laguna, que era muy fuerte por sus ciénagas y rio, que de noche
obscuro y medio lloviznando, que en muchas canoas que luego mandó
buscar, atadas de dos en dos, y otras sueltas, y en barcas bien hechas,
pasasen aquella laguna á una parte del pueblo en parte y paraje que no
fuesen vistos ni sentidos de los de aquella poblacion, y pasaron muchos
amigos mejicanos, y sin ser vistos, dan en el pueblo, el cual pueblo
destruyeron, y hubo muy gran despojo y estrago en él; allí cargaron
los amigos de todas las haciendas de los naturales que dél tenian; y
desque aquello vieron, todos los más pueblos comarcanos dende á cinco
dias acordaron de venir de paz, excepto otras poblaciones que estaban
muy á trasmano, que los nuestros no pudieron ir á ellos en aquella
sazon; y por no me detener en gastar más palabras en esta relacion de
muchas cosas que pasaron, las dejaré de decir, sino que entónces pobló
Cortés una villa con ciento y treinta vecinos, y entre ellos dejó
veinte y siete de á caballo y treinta y seis escopeteros y ballesteros,
por manera que todos fueron los ciento y treinta; llamábase esta villa
Sant-Estéban del Puerto, y está obra de una legua de Chile; y en los
vecinos que en aquella villa poblaron repartió y dió por encomienda
todos los pueblos que habian venido de paz, y dejó por capitan dellos
y por su teniente á un Pedro Vallejo; y estando en aquella villa de
partida para Méjico, supo por cosa muy cierta que tres pueblos que
fueron cabeceras para la rebelion de aquella provincia, y fueron en
la muerte de muchos españoles, andaban de nuevo, despues de haber ya
dado la obediencia á su majestad y haber venido de paz, convocando y
atrayendo á los demás pueblos sus comarcanos, y decian que despues que
Cortés se fuese á Méjico con los de á caballo y soldados, que á los que
quedaban poblados que diesen un dia ó noche en ellos y que tendrian
buenas hartazgas con ellos; y sabida por Cortés la verdad muy de raíz,
les mandó quemar las casas; mas luego se tornaron á poblar.
Digamos que Cortés habia mandado ántes que partiese de Méjico para ir
á aquella entrada, que dende la Veracruz le enviasen un barco cargado
de vino y vituallas y conservas y bizcocho y herraje, porque en aquella
sazon no habia trigo en Méjico para hacer pan; é yendo que iba el barco
su viaje á la derrota de Pánuco, cargado de lo que fué mandado, parece
ser que hubo muy recios Nortes y dió con él en parte que se perdió,
que no se salvaron sino tres personas, que aportaron en unas tablas á
una isleta donde habia unos muy grandes arenales, seria tres ó cuatro
leguas de tierra, donde habia muchos lobos marinos, que salian de
noche á dormir á los arenales, y mataron de los lobos, y con lumbre
que sacaron con unos palillos como la sacan en todas las Indias las
personas que saben cómo se ha de sacar, tuvieron lugar de asar la carne
de los lobos, y cavaron en mitad de la isla é hicieron unos como pozos
y sacaron agua algo salobre, y tambien habia una fruta que parecian
higos, y con la carne de los lobos marinos y la fruta y agua salobre
se mantuvieron más de dos meses; y como aguardaban en la villa de
Sant-Estéban el refresco y bastimento y herraje, escribió Cortés á sus
mayordomos á Méjico que cómo no enviaban el refresco; y cuando vieron
la carta de Cortés, tuvieron por muy cierto que se habia perdido el
barco, y enviaron luego los mayordomos de Cortés un navío chico de poco
porte en busca del barco que se perdió, y quiso Dios que se toparon en
la isleta donde estaban los tres españoles de los que se perdieron, con
ahumadas que hacian de noche é de dia, é desque vieron el barco, se
alegraron, y embarcados, vinieron á la villa, y llamábase el uno dellos
Fulano Celiano, vecino que fué de Méjico.
Dejémonos desto, y digamos, como en aquella sazon nuestro capitan
Cortés se venia ya para Méjico, tuvo noticia que en unos pueblos
que estaban en unas sierras que eran muy agras se habian rebelado y
hacian grande guerra á otros pueblos que estaban de paz, y acordó de
ir allá ántes que entrase en Méjico; é yendo por su camino, los de
aquella provincia lo supieron é aguardaron en un paso malo, y dieron
en la rezaga del fardaje y le mataron ciertos tamemes y robaron lo que
llevaban; y como era el camino malo, por defender el fardaje los de á
caballos que los iban á socorrer reventaron dos caballos; y llegados
á las poblaciones, muy bien se lo pagaron; que, como iban muchos
mejicanos nuestros amigos, por se vengar de lo que les robaron en el
puerto y camino malo, como dicho tengo, mataron y cautivaron muchos
indios, y aun el cacique y su capitan murieron ahorcados despues que
hubieron vuelto lo que habian robado; y esto hecho, Cortés mandó á los
mejicanos que no hiciesen más daño, y luego envió á llamar de paz á
todos los principales y papas de aquella poblacion, los cuales vinieron
y dieron la obediencia á su majestad; y el cacicazgo mandó que lo
tuviese un hermano del cacique que habian ahorcado, y los dejó en sus
casas pacíficos y muy bien castigados, y entónces se volvió á Méjico.
Y ántes que pase adelante, quiero decir que en todas las provincias
de la Nueva-España otra gente más sucia y mala y de peores costumbres
no la hubo como esta de la provincia de Pánuco, y sacrificadores y
crueles en demasía, y borrachos y sucios y malos, y tenian otras
treinta torpezas; y si miramos en ello, fueron castigados á fuego y á
sangre dos ó tres veces, y otros mayores males les vino en tener por
gobernador á Nuño de Guzman, que desque le dieron la gobernacion, los
hizo casi á todos esclavos y los envió á vender á las islas, segun más
largamente lo diré en su tiempo y lugar.
Volvamos á nuestra relacion, y diré, despues que Cortés volvió á
Méjico, en lo que entendió é hizo.


CAPÍTULO CLIX.
CÓMO CORTÉS Y TODOS LOS OFICIALES DEL REY ACORDARON DE ENVIAR Á SU
MAJESTAD TODO EL ORO QUE LE HABIA CABIDO DE SU REAL QUINTO DE TODOS LOS
DESPOJOS DE MÉJICO, Y CÓMO SE ENVIÓ DE POR SÍ LA RECÁMARA DEL ORO Y
TODAS LAS JOYAS QUE FUERON DE MONTEZUMA Y DE GUATEMUZ, Y LO QUE SOBRE
ELLO ACAECIÓ.

Como Cortés volvió á Méjico de la entrada de Pánuco, anduvo entendiendo
en la poblacion y edificacion de aquella ciudad; y viendo que Alonso
de Ávila, ya otra vez por mí nombrado en los capítulos pasados, habia
vuelto en aquella sazon de la isla de Santo Domingo, y trajo recaudo
de lo que le habian enviado á negociar con la audiencia Real é Frailes
Jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas, é los
recaudos que entónces trajo fué, que nos daban licencia para poder
conquistar toda la Nueva-España y herrar los esclavos, segun y de la
manera que llevaron en una relacion, y repartir y encomendar los indios
como en las islas Española é Cuba é Jamáica se tenia por costumbre;
y esta licencia que dieron fué hasta en tanto que su majestad fuese
sabidor dello, ó fuese servido mandar otra cosa; de lo cual luego le
hicieron relacion los mismos Frailes Jerónimos, y enviaron un navío
por la posta á Castilla, y entónces su majestad estaba en Flandes, que
era mancebo, y allá supo los recaudos que los Frailes Jerónimos le
enviaban; porque al Obispo de Búrgos, puesto que estaba por presidente
de Indias, como conocian dél que nos era muy contrario, no le daban
cuenta dello ni trataban con él otras muchas cosas de importancia,
porque estaban muy mal con sus cosas.
Dejemos esto del Obispo, y volvamos á decir que, como Cortés tenia
á Alonso de Ávila por hombre atrevido y no estaba muy bien con él,
siempre le queria tener muy léjos de sí, porque verdaderamente si
cuando vino el Cristóbal de Tapia con las provisiones el Alonso de
Ávila se hallara en Méjico, porque entónces estaba en la isla de
Santo Domingo, y como el Alonso de Ávila era servidor del Obispo de
Búrgos é habia sido su criado, y le traian cartas para él, fuera gran
contraditor de Cortés y de sus cosas, y á esta causa siempre procuraba
Cortés de tenello apartado de su persona; y cuando vino deste viaje que
dicho tengo, por consejo de fray Bartolomé de Olmedo, por le contentar
y agradar, le encomendó en aquella sazon el pueblo de Guatitlan, y
le dió ciertos pesos de oro, y con palabras y ofrecimientos y con el
depósito del pueblo por mí nombrado, que es muy bueno y de mucha renta,
le hizo tan su amigo y servidor, que le envió despues á Castilla, y
juntamente con él á su capitan de la guarda, que se decia Antonio de
Quiñones, los cuales fueron por procuradores de la Nueva-España y de
Cortés.
Y llevaron dos navíos, y en ellos ochenta y ocho mil castellanos en
barras de oro; y llevaron la recámara que llamamos del gran Montezuma,
que tenia en su poder Guatemuz, y fué un gran presente, en fin para
nuestro gran César, porque fueron muchas joyas muy ricas y perlas
tamañas algunas dellas como avellanas, y muchos chalchihuies, que
son piedras finas como esmeraldas, y por ser tantas y no me detener
en escribirlas, lo dejaré de decir y traer á la memoria; y tambien
enviamos unos pedazos de huesos de gigantes que se hallaron en el cu é
adoratorio en Cuyoacan, que era segun y de la manera de otros grandes
zancarrones que nos dieron en Tlascala, los cuales habiamos enviado
la primera vez, y eran muy grandes en demasía; y le llevaron tres
tigres y otras cosas que ya no me acuerdo.
Y por estos procuradores escribió el cabildo de Méjico á su majestad,
y ansimismo todos los más conquistadores escribimos con el cabildo
juntamente, é fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced,
y el tesorero Julian de Alderete; y todos á una deciamos de los
muchos y buenos é leales servicios que Cortés y todos nosotros los
conquistadores le habiamos hecho y á la contina haciamos, y todo lo
por nosotros sucedido desde que entramos á ganar la ciudad de Méjico,
y cómo estaba descubierta la mar del Sur y se tenia por cierto que
era cosa muy rica; y suplicamos á su majestad que nos enviase Obispos
y religiosos de todas órdenes, que fuesen de buena vida y doctrina,
para que nos ayudasen á plantar más por entero en estas partes nuestra
santa fe católica, y le suplicamos todos á una que la gobernacion desta
Nueva-España que le hiciese merced della á Cortés, pues tan bueno y
leal servidor le era, y á todos nosotros los conquistadores nos hiciese
merced para nosotros y para nuestros hijos que todos los oficios
reales, en fin de tesorero, contador y fator, y escribanías públicas
é fieles ejecutores y alcaidías de fortalezas, que no hiciese merced
dellas á otras personas, sino que entre nosotros se nos quedase; y le
suplicamos que no enviase letrados, porque en entrando en la tierra la
pondrian revuelta con sus libros, é habria pleitos y disensiones.
Y se le hizo saber lo de Cristóbal de Tapia, cómo venia guiado por don
Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos, y que no era suficiente
para gobernar, y que se perdiera esta Nueva-España si él quedara por
gobernador; y que tuviese por bien de saber claramente qué se habian
hecho las cartas y relaciones que le habiamos escrito dando cuenta de
todo lo que habia acaecido en esta Nueva-España, porque teniamos por
muy cierto que el mismo Obispo no se les enviaba, y ántes le escribia
al contrario de lo que pasaba, en favor de Diego Velazquez, su amigo,
y de Cristóbal de Tapia, por casalle con una parienta suya que se decia
doña Petronila de Fonseca; y cómo presentó ciertas provisiones que
venian firmadas é guiadas por el dicho Obispo de Búrgos, y que todos
estábamos los pechos por tierra para las obedecer, como se obedecieron;
mas viendo que el Tapia no era hombre para guerra, ni tenia aquel ser
ni cordura para ser gobernador, que suplicaron de todas las provisiones
hasta informar á su Real persona de todo lo acaecido, como agora le
informamos, y le haciamos sabidor como sus leales vasallos, é somos
obligados á nuestro Rey y señor; y que agora, que de lo que más fuere
servido mandar, que aquí estamos los pechos por tierra para cumplir
su Real mando; y tambien le suplicamos que fuese servido de enviar á
mandar al Obispo de Búrgos que no se entremetiese en cosas ningunas
de Cortés ni de todos nosotros, porque seria quebrar el hilo á muchas
cosas de conquistas que en esta Nueva-España nosotros entendiamos, y en
pacificar provincias, porque habia mandado el mismo Obispo de Búrgos
á los oficiales que estaban en la casa de la contratacion de Sevilla,
que se decian Pedro de Ilasaga y Juan Lopez de Recalte, que no dejasen
pasar ningun recaudo de armas ni soldados ni favor para Cortés ni para
los soldados que con él estaban.
Y tambien se le hizo relacion cómo Cortés habia ido á pacificar la
provincia de Pánuco y la dejó de paz, y las muy recias y fuertes
batallas que con los naturales della tuvo, y cómo era gente muy
belicosa y guerrera, y cómo habian muerto los de aquella provincia
á los capitanes que habia enviado Francisco de Garay, y á todos sus
soldados, por no se saber dar maña en las guerras; y que habia gastado
Cortés en la entrada sobre sesenta mil pesos, y que los demandaba á los
oficiales de su Real hacienda y no se los quisieron pagar.
Tambien se le hizo sabidor cómo agora hacia el Garay una armada en la
isla de Jamáica, y que venian á poblar el rio de Pánuco; y porque no le
acaeciese como á sus capitanes, que se los mataron, que suplicábamos á
su majestad que le enviase á mandar que no salga de la isla hasta que
esté muy de paz aquella provincia, porque nosotros se la conquistaremos
y se la entregaremos; porque si en aquella sazon viniese, viendo
los naturales de aquestas tierras dos capitanes que manden, tendrán
divisiones y levantamientos, especial los mejicanos; y escribiósele
otras muchas cosas.
Pues Cortés por su parte no se le quedó nada en el tintero, y aun de
manera hizo relacion en su carta de todo lo acaecido, que fueron veinte
y una plana; é porque yo las leí todas, é lo entendí muy bien, lo
declaro aquí como dicho tengo.
Y demás de esto, enviaba Cortés á suplicar á su majestad que le diese
licencia para ir á la isla de Cuba á prender al gobernador della,
que se decia Diego Velazquez, para enviársele á Castilla, para que
allá su majestad le mandase castigar; porque no le desbaratase más ni
revolviese la Nueva-España, porque enviaba desde la isla de Cuba á
mandar que matasen á Cortés.
Dejémonos de las cartas, y digamos de su buen viaje que llevaron
nuestros procuradores despues que partieron del puerto de la Veracruz,
que fué en veinte dias del mes de Diciembre de 1522 años, y con
buen viaje desembarcaron por la canal de Bahama, y en el camino se
les soltaron dos tigres de los tres que llevaban, é hirieron á unos
marineros; y acordaron de matar al que quedaba, porque era muy bravo y
no se podian valer con él; y fueron su viaje hasta la isla que llaman
de la Tercera; y como el Antonio de Quiñones era capitan y se preciaba
de muy valiente y enamorado, parece ser que se revolvió en aquella
isla con una mujer é hubo sobre ella cierta quistion, y diéronle una
cuchillada en la cabeza, de que al cabo de algunos dias murió, y quedó
solo Alonso de Ávila por capitan.
É ya que iba el Alonso de Ávila con los dos navíos camino de España, no
muy léjos de aquella isla topa con ellos Juan Florin, frances corsario,
y toma todo el oro y navíos, y prende al Alonso de Ávila y llévanle
preso á Francia.
Y tambien en aquella sazon robó el Juan Florin otro navío que venia
de la isla de Santo Domingo, y le tomó sobre veinte mil pesos de oro
y muy gran cantidad de perlas y azúcar y cueros de vacas, y con todo
esto se volvió á Francia muy rico, é hizo grandes presentes á su Rey
é al almirante de Francia de las cosas é piezas de oro que llevaba de
la Nueva-España, que toda Francia estaba maravillada de las riquezas
que enviábamos á nuestro gran Emperador, y aun el mesmo Rey de Francia
le tomaba codicia de tener parte en las islas de la Nueva-España; y
entónces es cuando dijo que solamente con el oro que le iba á nuestro
César destas tierras le podia dar guerra á su Francia; y aun en aquella
sazon no era ganado ni habia nueva del Perú, sino, como dicho tengo,
lo de la Nueva-España y las islas de Santo Domingo y San Juan y Cuba
y Jamáica.
Y entónces dice que dijo el Rey de Francia, ó se lo envió á decir á
nuestro gran Emperador, que, ¿cómo habian partido entre él y el Rey de
Portugal el mundo, sin darle parte á él? Que mostrasen el testamento
de nuestro padre Adan, si les dejó á ellos solamente por herederos y
señores de aquellas tierras que habian tomado entre ellos dos, sin
dalle á él ninguna dellas, é que por esta causa era lícito robar y
tomar todo lo que pudiese por la mar; y luego tornó á mandar á Juan
Florin que volviese con otra armada á buscar la vida por la mar; y de
aquel viaje que volvió, ya que llevaba otra gran presa de todas ropas
entre Castilla y las islas de Canaria, dió con tres ó cuatro navíos
recios y de armada, vizcainos, y los unos por una parte y los otros
por otra embisten con el Juan Florin, y le rompen y desbaratan, y
préndenle á él y á otros muchos franceses, y les tomaron sus navíos y
ropa, y á Juan Florin y á otros capitanes llevaron presos á Sevilla
á la casa de la contratacion, y los enviaron presos á su majestad; y
despues que lo supo, mandó que en el camino hiciesen justicia dellos,
y en el puerto del Pico los ahorcaron; y en esto paró nuestro oro y
capitanes que lo llevaban, y el Juan Florin que lo robó.
Pues volvamos á nuestra relacion, y es, que llevaron á Francia preso
á Alonso de Ávila, y le metieron en una fortaleza, creyendo haber dél
gran rescate, porque, como llevaba tanto oro á su cargo, guardábanle
bien; y el Alonso de Ávila tuvo tales maneras y concierto con el
caballero frances que lo tenia á cargo ó le tenia por prisionero,
que para que en Castilla supiesen de la manera que estaba preso y le
viniesen á rescatar, dijo que fuesen por la posta todas las cartas y
poderes que llevaba de la Nueva-España, y que todas se diesen en la
córte de su majestad al licenciado Nuñez, primo de Cortés, que era
relator del Real Consejo, ó á Martin Cortés, padre del mismo Cortés,
que vivia en Medellin, ó á Diego de Ordás, que estaba en la córte; y
fueron á todo buen recaudo, que las hubieron á su poder, y luego las
despacharon para Flandes á su majestad, porque al Obispo de Búrgos no
le dieron cuenta ni relacion dello, y todavía lo alcanzó á saber el
Obispo de Búrgos, y dijo que se holgaba que se hubiese perdido y robado
todo el oro.
Dejemos al Obispo, y vamos á su majestad, que, como luego lo supo,
dijeron, quien lo vió y entendió, que hubo algun sentimiento de la
pérdida del oro, y de otra parte se alegró viendo que tanta riqueza le
enviaban, é que sintiese el Rey de Francia que con aquellos presentes
que le enviábamos que le podria dar guerra; y luego envió á mandar al
Obispo de Búrgos que en lo que tocaba á Cortés é á la Nueva-España,
que en todo le diese favor y ayuda, y que presto vendria á Castilla
y entenderia en ver la justicia de los pleitos y contiendas de Diego
Velazquez y Cortés.
Y dejemos esto y digamos luego cómo supimos en la Nueva-España la
pérdida del oro y riquezas de la recámara y prision de Alonso de Ávila,
y todo lo demás aquí por mí memorado, y tuvimos dello gran sentimiento,
y luego Cortés con brevedad procuró de haber é llegar todo el más oro
que pudo recoger, y de hacer un tiro de oro bajo y de plata de lo que
habian traido de Mechoacan, para enviar á su majestad, y llamóse el
tiro Fénix.
Y tambien quiero decir que siempre estuvo el pueblo de Guatitlan, que
dió Cortés á Alonso de Ávila, por el mismo Alonso de Ávila, porque en
aquella sazon no le tuvo su hermano Gil Gonzalez de Benavides, hasta
más de tres años adelante, que el Gil Gonzalez vino de la isla de Cuba,
é ya el Alonso de Ávila estaba suelto de la prision de Francia y habia
venido á Yucatan por contador; y entónces dió poder al hermano para que
se sirviese dél, porque jamás se le quiso traspasar.
Dejémonos de cuentos viejos, que no hacen á nuestra relacion, y digamos
todo lo que acaeció á Gonzalo de Sandoval y á los demás capitanes que
Cortés habia enviado á poblar las provincias por mí ya nombradas, y
entre tanto acabó Cortés de mandar forjar el tiro é allegar el oro para
enviar á su majestad.
Bien sé que dirán algunos curiosos letores que por qué, cuando envió
Cortés á Pedro de Albarado y á Gonzalo de Sandoval y los demás
capitanes á las conquistas y pacificaciones ya por mí nombradas, no
concluí con ellos en esta mi relacion lo que habian hecho en ellas, y
en lo que en las jornadas á cada uno ha acaecido, y lo vuelvo ahora
á recitar, que es volver muy atrás de nuestra relacion; y las causas
que agora doy á ello es que, como iban camino de sus provincias á las
conquistas, y en aquel instante llegó al puerto de la Villa-Rica el
Cristóbal de Tapia, otras muchas veces por mí nombrado, que venia para
ser gobernador de la Nueva-España; y para consultar Cortés lo que sobre
el caso se podria hacer, é tener ayuda y favor dellos, como Pedro de
Albarado é Gonzalo de Sandoval eran tan experimentados capitanes y
de buenos consejos, envió por la posta á los llamar, y dejaron sus
conquistas é pacificaciones suspensas, é como he dicho, vinieron al
negocio de Cristóbal de Tapia, que era más importante para el servicio
de su majestad, porque se tuvo por cierto que si el Tapia se quedara
para gobernar, que la Nueva-España y Méjico se levantaran otra vez; y
en aquel instante tambien vino Cristóbal de Olí de Mechoacan, como era
cerca de Méjico, y la halló de paz, y le dieron mucho oro y plata; y
como era recien casado, y la mujer moza y hermosa, apresuró su venida.
Y luego, tras esto de Tapia, aconteció el levantamiento de Pánuco, y
fué Cortés á lo pacificar, como dicho tengo en el capítulo que dello
habla, y tambien para escribir á su majestad, como escribimos, y enviar
el oro y dar poder á nuestros capitanes y procuradores por mí ya
nombrados; y por estos estorbos, que fueron los unos tras los otros, lo
torno aquí á traer á la memoria, y es desta manera que diré.


CAPÍTULO CLX.
CÓMO GONZALO DE SANDOVAL LLEGÓ CON SU EJÉRCITO Á UN PUEBLO QUE SE DICE
TUSTEPEQUE, Y LO QUE ALLÍ HIZO, Y DESPUES PASÓ Á GUACACUALCO, Y TODO LO
MÁS QUE LE AVINO.

Llegado Gonzalo de Sandoval á un pueblo que se dice Tustepeque, toda
la provincia le vino de paz, excepto unos capitanes mejicanos que
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