Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 09

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las tales indias, y que cuando dieron el pregon para que se llevasen
á herrar, que creyeron que á cada soldado volverian sus piezas y que
apreciarian qué tantos pesos valian, y que como las apreciasen pagasen
el quinto á su majestad, y que no habria más quinto para Cortés; y
decian otras murmuraciones peores que estas; y como Cortés aquello vió,
con palabras algo blandas dijo que juraba en su conciencia (que aquesto
tenia costumbre de jurar) que de allí adelante no seria ni se haria de
aquella manera, sino que buenas ó malas indias, sacallas al almoneda,
y la buena que se venderia por tal, y la que no lo fuese por ménos
precio, y de aquella manera no ternian que reñir con él.
Y puesto que allí en Tepeaca no se hicieron más esclavos, mas despues
en lo de Tezcuco casi que fué desta manera, como adelante diré.
Y dejaré de hablar en esta materia, y digamos otra cosa casi peor que
esto de los esclavos, y es que ya he dicho en el capítulo que dello
habla, cuando la triste noche que salimos de Méjico huyendo, cómo
quedaban en la sala donde posaba Cortés muchas barras de oro perdido,
que no lo podian sacar, más de lo que cargaron en la yegua y caballos
y muchos tlascaltecas, y lo que hurtaron los amigos y otros soldados
que cargaron dello; y como lo demás se quedaba perdido en poder de los
mejicanos, Cortés dijo delante de un escribano del Rey que cualquiera
que quisiese sacar oro de lo que allí quedaba, que se lo llevase mucho
en buena hora por suyo, como se habia de perder; y muchos soldados de
los de Narvaez cargaron dello, y asimismo algunos de los nuestros, y
por sacallo perdieron muchos dellos las vidas, y los que escaparon con
la presa que traian, habian estado en gran riesgo de morir y salieron
llenos de heridas.
Y como en nuestro real y villa de Segura de la Frontera, que así se
llamaba, alcanzó Cortés á saber que habia muchas barras de oro, y que
andaban en el juego, y como dice el refran que el oro y amores son
malos de encubrir, mandó dar un pregon, so graves penas, que traigan á
manifestar el oro que sacaron, y que les dará la tercia parte dello, y
si no lo traen, que se lo tomará todo; y muchos soldados de los que lo
tenian no lo quisieron dar, y alguno se lo tomó Cortés como prestado,
y más por fuerza que por grado; y como todos los más capitanes tenian
oro, y aun los oficiales del Rey muy mejor, que hicieron sacos dello,
se calló lo del pregon, que no se habló en ello; mas pareció muy mal
esto que mandó Cortés.
Dejémoslo ya de más declarar, y digamos cómo todos los demás capitanes
y personas principales de los que pasaron con Narvaez demandaron
licencia á Cortés para se volver á Cuba, y Cortés se la dió, y lo que
más acaeció.


CAPÍTULO CXXXVI.
CÓMO DEMANDARON LICENCIA Á CORTÉS LOS CAPITANES Y PERSONAS MÁS
PRINCIPALES DE LOS QUE NARVAEZ HABIA TRAIDO EN SU COMPAÑÍA PARA SE
VOLVER Á LA ISLA DE CUBA, Y CORTÉS SE LA DIÓ Y SE FUERON.
Y DE CÓMO DESPACHÓ CORTÉS EMBAJADORES PARA CASTILLA Y PARA SANTO
DOMINGO Y JAMÁICA, Y LO QUE SOBRE CADA COSA ACAECIÓ.

Como vieron los capitanes de Narvaez que ya teniamos socorros, así
de los que vinieron de Cuba como los de Jamáica que habia enviado
Francisco de Garay para su armada, segun lo tengo declarado en el
capítulo que dello habla, y vieron que los pueblos de la provincia de
Tepeaca estaban pacíficos, despues de muchas palabras que á Cortés
dijeron, con grandes ofertas y ruegos le suplicaron que les diese
licencia para se volver á la isla de Cuba, pues se lo habia prometido,
y luego Cortés se la dió, y les prometió que si volvia á ganar la
Nueva-España y ciudad de Méjico, que al Andrés de Duero, su compañero,
que le daria mucho más oro que le habia de ántes dado; y así hizo
otras ofertas á los demás capitanes, en especial á Agustin Bermudez,
y les mandó dar matalotaje que en aquella sazon habia, que era maíz
y perrillos salados y algunas gallinas, y un navío de los mejores, y
escribió Cortés á su mujer Catalina Juarez la Marcaida y á Juan Nuñez,
su cuñado, que en aquella sazon vivia en la isla de Cuba, y les envió
ciertas barras y joyas de oro, y les hizo saber todas las desgracias y
trabajos que nos habian acaecido, y cómo nos echaron de Méjico.
Dejemos esto, y digamos las personas que pidieron la licencia para
se volver á Cuba, que todavía iban ricos, y fueron Andrés de Duero
y Agustin Bermudez, y Juan Bono de Quejo y Bernardino de Quesada, y
Francisco Velazquez el corcovado, pariente del Diego Velazquez el
gobernador de Cuba, y Gonzalo Carrasco el que vive en la Puebla, que
despues se volvió á esta Nueva-España, y un Melchor de Velasco, que
fué vecino de Guatimala, y un Jimenez que vive en Guajaca, que fué por
sus hijos, y el comendador Leon de Cervantes, que fué por sus hijas,
que despues de ganado Méjico las casó muy honradamente, y se fué uno
que se decia Maldonado, natural de Medellin, que estaba doliente; no
digo Maldonado el que fué marido de doña María del Rincon, ni por
Maldonado el ancho, ni otro Maldonado que se decia Álvaro Maldonado
el fiero, que fué casado con una señora que se decia María Arias; y
tambien se fué un Vargas, vecino de la Trinidad, que le llamaban en
Cuba Vargas el galan: no digo el Vargas que fué suegro de Cristóbal
Lobo, vecino que fué de Guatimala; y se fué un soldado de los de
Cortés, que se decia Cárdenas, piloto; aquel Cárdenas fué el que dijo
á un su compañero que ¿cómo podiamos reposar los soldados teniendo dos
Reyes en esta Nueva-España? Este fué á quien Cortés dió trecientos
pesos para que se fuese con su mujer é hijos.
Y por excusar prolijidad de ponellos todos por memoria, se fueron
otros muchos que no me acuerdo bien sus nombres; y cuando Cortés les
dió la licencia, dijimos que para qué se la daba, pues que éramos
pocos los que quedábamos; y respondió que por excusar escándalos é
importunaciones, y que ya veiamos que para la guerra algunos de los
que se volvian á Cuba no lo eran, y que valía más estar solos que mal
acompañados; y para los despachar del puerto envió Cortés á Pedro de
Albarado; y en habiéndolos embarcado, le mandó que se volviese luego á
la villa.
Y digamos ahora que tambien envió á Castilla á Diego de Ordás y á
Alonso de Mendoza, natural de Medellin y de Cáceres, con ciertos
recaudos de Cortés, que yo no sé otros que llevase nuestros, ni nos dió
parte de cosa de los negocios que enviaba á tratar con su majestad,
ni lo que pasó en Castilla yo no lo alcancé á saber, salvo que á
boca llena decia el Obispo de Búrgos delante del Diego de Ordás que
así Cortés como todos los soldados que pasamos con él éramos malos
y traidores, puesto que el Ordás sé cierto respondia muy bien por
todos nosotros; y entónces le dieron al Ordás una encomienda de señor
Santiago, y por armas el volcan que está entre Guaxocingo y cerca de
Cholula; y lo que negoció adelante lo diré, segun lo supimos por carta.
Dejemos esto aparte, y diré cómo Cortés envió á Alonso de Ávila, que
era capitan y contador desta Nueva-España, y juntamente con él envió
otro hidalgo que se decia Francisco Álvarez Chico, que era hombre
que entendia de negocios; y mandó que fuesen con otro navío para la
isla de Santo Domingo, á hacer relacion de todo lo acaecido á la Real
audiencia que en ella residia; y á los frailes jerónimos que estaban
por gobernadores de todas las islas, que tuviesen por bueno lo que
habiamos hecho en las conquistas y el desbarate de Narvaez, y cómo
habia hecho esclavos en los pueblos que habian muerto españoles y se
habian quitado de la obediencia que habian dado á nuestro Rey y señor,
y que así se entendia hacer en todos los más pueblos que fueron de la
liga y nombre de mejicanos; y que suplicaba que hiciese relacion dello
en Castilla á nuestro gran Emperador, y tuviesen en la memoria los
grandes servicios que siempre le haciamos, y que por su intercesion y
de la Real audiencia fuésemos favorecidos con justicia contra la mala
voluntad y obras que contra nosotros trataba el Obispo de Búrgos y
Arzobispo de Rosano; y tambien envió otro navío á la isla de Jamáica
por caballos é yeguas, y el capitan que con él fué se decia Fulano de
Solís, que despues de ganado Méjico le llamamos Solís de la huerta,
yerno de uno que se decia el bachiller Ortega.
Bien sé que dirán algunos curiosos letores que sin dineros cómo enviaba
al Diego de Ordás á negocios á Castilla, pues está claro que para
Castilla y para otras partes son menester dineros; y que asimismo
envió á Alonso de Ávila y á Francisco Álvarez Chico á Santo Domingo á
negocios, y á la isla de Jamáica por caballos é yeguas.
Á esto digo que, como al salir de Méjico salimos huyendo la noche por
mí muchas veces referida, que, como quedaban en la sala muchas barras
de oro perdido en un monton, que todos los más soldados apañaban dello;
en especial los de á caballo, y los de Narvaez mucho mejor, y los
oficiales de su majestad que lo tenian en poder y cargo llevaron los
fardos hechos.
Y demás de esto, cuando se cargaron de oro más de ochenta indios
tlascaltecas por mandado de Cortés, y fueron los primeros que salieron
en las puentes, vista cosa era que salvarian muchas cargas dello, que
no se perderia todo en la calzada; y como nosotros los pobres soldados
que no teniamos mando, sino ser mandados, en aquella sazon procurábamos
de salvar nuestras vidas, y despues de curar nuestras heridas, á
esta causa no mirábamos en el oro, si salieron muchas cargas dello
en las puentes ó no, ni se nos daba por mucho por ello; y Cortés con
algunos de nuestros capitanes lo procuraron de haber de algunos de los
tlascaltecas que lo sacaron, y tuvimos sospecha que los cuarenta mil
pesos de las partes de los de la Villa-Rica, que tambien lo hubo y echó
fama que lo habian robado, y con ello envió á Castilla á los negocios
de su persona y á comprar caballos, y á la isla de Santo Domingo á la
audiencia Real; porque en aquel tiempo todos se callaban con las barras
de oro que tenian, aunque más pregones habian dado.
Dejemos esto, y digamos como ya estaban de paz todos los pueblos
comarcanos de Tepeaca, acordó Cortés que quedase en la villa de
Segura de la Frontera por capitan un Francisco de Orozco con obra de
veinte soldados que estaban heridos y dolientes; y con todos los más
de nuestro ejército fuimos á Tlascala, y se dió órden que se cortase
madera para hacer trece bergantines para ir otra vez sobre Méjico;
porque hallábamos por muy cierto que para la laguna sin bergantines no
la podiamos señorear ni podiamos dar guerra, ni entrar otra vez por
las calzadas en aquella gran ciudad sino con gran riesgo de nuestras
vidas; y el que fué maestro de cortar la madera y dar el galibo y
cuenta y razon cómo habian de ser veleros y ligeros para aquel efeto,
y los hizo, fué un Martin Lopez, que ciertamente, demás de ser un buen
soldado, en todas las guerras sirvió muy bien á su majestad.
En esto de los bergantines trabajó en ellos como fuerte varon, y me
parece que si por dicha no viniera en nuestra compañía de los primeros,
como vino, que hasta enviar por otro maestro á Castilla se pasara mucho
tiempo, ó no viniera ninguno.
Volveré á nuestra materia, é digamos ahora que cuando llegamos á
Tlascala ya era fallecido de viruelas nuestro gran amigo y muy leal
vasallo de su majestad Masse-Escaci, de la cual muerte nos pesó á
todos; y Cortés lo sintió tanto, como él decia, como si fuera su
padre, y se puso luto de mantas negras, y asimismo muchos de nuestros
capitanes y soldados; y á sus hijos y parientes del Masse-Escaci Cortés
y todos nosotros les haciamos mucha honra; y porque en Tlascala habia
diferencias sobre el mando y cacicazgo, señaló y mandó que lo fuese
un su hijo legítimo del Masse-Escaci, porque así se lo habia mandado
su padre ántes que muriese; y aun dijo á sus hijos y parientes que
mirasen que no saliesen del mandado de Malinche y de sus hermanos,
porque ciertamente éramos los que habiamos de señorear esas tierras, y
les dió otros muchos buenos consejos.
Dejemos ya de contar del Masse-Escaci, pues ya es muerto, y digamos de
Xicotenga el viejo y de Chichimecatecle y de todos los demás caciques
de Tlascala, que se ofrecieron de servir á Cortés, así en cortar la
madera para los bergantines como para todo lo demás que les quisiesen
mandar en la guerra contra mejicanos, é Cortés los abrazó con mucho
amor y les dió gracias por ello, especialmente á Xicotenga el viejo y á
Chichimecatecle: y luego procuró que se volviese cristiano, y el buen
viejo de Xicotenga de buena voluntad dijo que lo queria ser, y con la
mayor fiesta que en aquella sazon se pudo hacer, en Tlascala le bautizó
el padre de la Merced, y le puso nombre don Lorenzo de Vargas.
Volvamos á decir de nuestros bergantines, que el Martin Lopez se dió
tanta priesa en cortar la madera, con la gran ayuda de los indios que
le ayudaban, que en pocos dias la tenia ya cortada toda, y señalada
su cuenta en cada madero para qué parte y lugar habia de ser, segun
tienen sus señales los oficiales, maestros y carpinteros de ribera; y
tambien le ayudaba otro buen soldado que se decia Andrés Nuñez, é un
viejo carpintero que estaba cojo de una herida, que se decia Ramirez
el viejo; y luego despachó el Cortés á la Villa-Rica por mucho hierro
y clavazon de los navíos que dimos al través, y por áncoras y velas é
jarcias y cables y estopa, y por todo aparejo de hacer navíos, y mandó
venir todos los herreros que habia, y á un Hernando de Aguilar, que era
medio herrero, que ayudaba á machacar; y porque en aquel tiempo habia
en nuestro real tres hombres que se decian Aguilar, llamamos á este
Hernando de Aguilar Maja-hierro; y envió por capitan á la Villa-Rica,
por los aparejos que he dicho, para mandallo traer, á un Santa Cruz,
burgalés, regidor que despues fué de Méjico, persona muy buen soldado y
diligente; y hasta las calderas para hacer brea, y todo cuanto de ántes
habian sacado de los navíos, trujo con más de mil indios, que todos los
pueblos de aquellas provincias, enemigos de mejicanos, luego se los
daban para traer las cargas.
Pues como no teniamos pez para brear, ni aun los indios lo sabian
hacer, mandó Cortés á cuatro hombres de la mar, que sabian de aquel
oficio, que en unos pinares cerca de Guaxocingo, que los hay buenos,
fuesen á hacer la pez.
Pasemos adelante, puesto que no va muy á propósito de la materia en que
estaba hablando, que me han preguntado ciertos caballeros curiosos,
que conocian muy bien á Alonso de Ávila, que cómo, siendo capitan y
muy esforzado, y era contador de la Nueva-España, y siendo belicoso y
de su inclinacion más para guerra que no ir á solicitar negocios con
los frailes jerónimos que estaban por gobernadores de todas las islas,
¿por qué causa le envió Cortés, teniendo otros hombres que estaban
más acostumbrados á negocios, como era un Alonso de Grado ó un Juan
de Cáceres el rico, y otros que me nombraron? Á esto digo que Cortés
le envió al Alonso de Ávila porque sintió dél ser muy varon, y porque
osaria responder por nosotros conforme á justicia; y tambien le envió
por causa que, como el Alonso de Ávila habia tenido diferencias con
otros capitanes, y tenia gran atrevimiento de decir á Cortés cualquiera
cosa que veia que convenia decille, y por escusar ruidos y por dar la
capitanía que tenia á Andrés de Tapia, y la contaduría á Alonso de
Grado, como luego se la dió, por estas razones le envió.
Volvamos á nuestra relacion: pues viendo Cortés que ya era cortada la
madera para los bergantines, y se habian ido á Cuba las personas por mí
nombradas, que eran los de Narvaez, que los teniamos por sobre huesos,
especialmente poniendo temores que siempre nos ponian, que no seriamos
bastantes para resistir el gran poder de mejicanos, cuando oian que
deciamos que habiamos de ir á poner cerco sobre Méjico; y libres
de aquellos temores, acordó Cortés que fuésemos con todos nuestros
soldados á Tezcuco, é sobre ello hubo grandes y muchos acuerdos; porque
unos soldados decian que era mejor sitio y acequias y zanjas para hacer
los bergantines, en Ayocingo, junto á Chalco, que no en la zanja
y estero de Tezcuco; y otros porfiaban que mejor seria en Tezcuco,
por estar en parte y sitio y cerca de muchos pueblos; y que teniendo
aquella ciudad por nosotros, desde allí hariamos entradas en las
tierras comarcanas de Méjico; y puestos en aquella ciudad, tomariamos
el mejor parecer como sucediesen las cosas.
Pues ya que estaba acordado lo por mí dicho, viene nueva y cartas, que
trujeron tres soldados, de cómo habia venido á la Villa-Rica un navío
de Castilla y de las islas de Canaria, de buen porte, cargado de muchas
ballestas y tres caballos, é muchas mercaderías, escopetas, pólvora é
hilo de ballestas, y otras armas; y venia por señor de la mercadería
y navío un Juan de Búrgos, y por maestre un Francisco Medel, y venian
trece soldados; y con aquella nueva nos alegramos en gran manera, y si
de ántes que supiésemos del navío nos dábamos priesa en la partida para
Tezcuco, mucho más nos dimos entónces, porque luego le envió Cortés á
comprar todas las armas y pólvora y todo lo más que traia, y aun el
mismo Juan de Búrgos y el Medel y todos los pasajeros que traia se
vinieron luego para donde estábamos; con los cuales recibimos contento,
viendo tan buen socorro y en tal tiempo.
Acuérdome que entónces vino un Juan del Espinar, vecino que fué de
Guatimala, persona que fué muy rico; y tambien vino un Sagredo, tio de
una mujer que se decia la Sagreda, que estaba en Cuba, naturales de la
villa de Medellin; tambien vino un vizcaino que se decia Monjaraz, tio
que decia ser de Andrés de Monjaraz y Gregorio de Monjaraz, soldados
que estaban con nosotros, y padre de una mujer que despues vino á
Méjico, que se decia la Monjaraza, muy hermosa mujer.
He traido aquí esto á la memoria por lo que adelante diré, y es que
jamás fué el Monjaraz á guerra ninguna ni entrada con nosotros, porque
andaba doliente en aquel tiempo; é ya que estaba muy bueno y sano
é presumia de muy valiente soldado, cuando teniamos puesto cerco á
Méjico dijo el Monjaraz que queria ir á ver cómo batallábamos con
los mejicanos; porque no tenia á los mejicanos ni á otros indios por
valientes; y fué, y se subió en un alto cu, como torrecilla, y nunca
supimos, cómo ni de qué manera le mataron indios en aquel mismo dia,
y muchas personas dijeron, que le habian conocido en la isla de Santo
Domingo, que fué permision divina que muriese aquella muerte, porque
habia muerto á su mujer, muy honrada y buena y hermosa, sin culpa
ninguna, y que buscó testigos falsos que juraron que le hacia maleficio.
Quiero dejar ya de contar cosas pasadas, y digamos cómo fuimos á la
ciudad de Tezcuco, y lo que más pasó.


CAPÍTULO CXXXVII.
CÓMO CAMINAMOS CON TODO NUESTRO EJÉRCITO CAMINO DE LA CIUDAD DE
TEZCUCO, Y LO QUE EN EL CAMINO NOS AVINO, Y OTRAS COSAS QUE PASARON.

Como Cortés vió tan buena prevencion, así de escopetas y pólvora y
ballestas y caballos, y conoció de todos nosotros, así capitanes como
soldados, el gran deseo que teniamos de estar ya sobre la gran ciudad
de Méjico, acordó de hablar á los caciques de Tlascala para que le
diesen diez mil indios de guerra que fuesen con nosotros aquella
jornada hasta Tezcuco, que es una de las mayores ciudades que hay en
toda la Nueva-España, despues de Méjico; y como se lo demandó y les
hizo un buen parlamento sobre ello, luego Xicotenga el viejo, que en
aquella sazon se habia vuelto cristiano y se llamó don Lorenzo de
Vargas, como dicho tengo, dijo que le placia de buena voluntad, no
solamente diez mil hombres, sino muchos más si los querian llevar, y
que iria por capitan dellos otro cacique muy esforzado é nuestro gran
amigo que se decia Chichimeclatecle, y Cortés le dió las gracias por
ello; y despues de hecho nuestro alarde, que ya no me acuerdo bien qué
tanta copia éramos, así de soldados como de los demás, un dia despues
de la Pascua de Navidad del año de 1520 años comenzamos á caminar
con mucho concierto, como lo teniamos de costumbre.
Fuimos á dormir á un pueblo sujeto de Tezcuco, y los del mismo pueblo
nos dieron lo que habiamos menester de allí adelante; era tierra de
mejicanos, é íbamos más recatados, nuestra artillería puesta en mucho
concierto, y ballesteros y escopeteros, y siempre cuatro corredores
del campo á caballo, y otros cuatro soldados de espada y rodela muy
sueltos, juntamente con los de á caballo para ver los pasos si estaban
para pasar caballos, porque en el camino tuvimos aviso que estaba
embarazado de aquel dia un mal paso, y la sierra con árboles cortados,
porque bien tuvieron noticia en Méjico y en Tezcuco cómo caminábamos
hácia su ciudad, y aquel dia no hallamos estorbo ninguno, y fuimos
á dormir al pié de la sierra, que serian tres leguas, y aquella
noche tuvimos buen frio, y con nuestras rondas y espías y velas y
corredores del campo la pasamos; y cuando amaneció comenzamos á subir
un puertezuelo y unos malos pasos como barrancas, y estaba cortada la
sierra, por donde no podiamos pasar, y puesta mucha madera y pinos en
el camino; y como llevábamos tantos amigos tlascaltecas, de presto
se desembarazó, y con mucho concierto caminamos con una capitanía
de escopetas y ballestas delante, y con nuestros amigos cortando y
apartando árboles para poder pasar los caballos, hasta que subimos la
sierra, y aun bajamos un poco abajo adonde se descubria la laguna de
Méjico y sus grandes ciudades pobladas en el agua; y cuando la vimos
dimos muchas gracias á Dios, que nos la tornó á dejar ver.
Entónces nos acordamos de nuestro desbarate pasado, de cuando nos
echaron de Méjico, y prometimos, si Dios fuese servido de darnos mejor
suceso en esta guerra, de ser otros hombres en el trato y modo de
cercarla; y luego bajamos la sierra, donde vimos grandes ahumadas que
hacian, así los de Tezcuco como los de los pueblos sujetos; é andando
más adelante, topamos con un buen escuadron de gente, guerreros de
Méjico y de Tezcuco, que nos aguardaban á un mal paso, que era un
arcabuezo donde estaba una puente como quebrada, de madera, algo honda,
y corria un buen golpe de agua; mas luego desbaratamos los escuadrones
y pasamos muy á nuestro salvo.
Pues oir la grita que nos daban desde las estancias y barrancas, no
hacian otra cosa, y era en parte que no podian correr caballos, y
nuestros amigos los tlascaltecas les apañaban gallinas, y lo que podian
roballes no les dejaban, puesto que Cortés les mandaban que si no
diesen guerra, que no se la diesen; y los tlascaltecas decian que si
estuvieran de buenos corazones y de paz, que no salieran al camino á
darnos guerra, como estaban al paso de las barrancas y puente para no
nos dejar pasar.
Volvamos á nuestra materia, y digamos cómo fuimos á dormir á un pueblo
sujeto de Tezcuco, y estaba despoblado, y puestas nuestras velas y
rondas y escuchas y corredores del campo, y estuvimos aquella noche
con cuidado no diesen en nosotros muchos escuadrones de mejicanos
guerreros que estaban aguardándonos en unos malos pasos; de lo cual
tuvimos aviso porque se prendieron cinco mejicanos en la puente primera
que dicho tengo, y aquellos dijeron lo que pasaba de los escuadrones,
y segun despues supimos, no se atrevieron á darnos guerra ni á más
aguardar; porque, segun pareció, entre los mejicanos y los de Tezcuco
tuvieron diferencias y bandos; y tambien, como aun no estaban muy
sanos de las viruelas, que fué dolencia que en toda la tierra dió y
cundió, y como habian sabido cómo en lo de Guacachula é Ozucar, y en
Tepeaca y Xalacingo y Castiblanco todas las guarniciones mejicanas
habiamos desbaratado, y asimismo corria fama, y así lo creian, que
iban con nosotros en nuestra compañía todo el poder de Tlascala y
Guaxocingo, acordaron de no nos aguardar; y todo esto Nuestro Señor
Jesucristo lo encaminaba.
Y desque amaneció, puestos todos nosotros en gran concierto, así
artillería como escopetas y ballestas, y los corredores del campo
adelante descubriendo tierra, comenzamos á caminar hácia Tezcuco, que
seria de allí de donde dormimos obra de dos leguas; é aun no habiamos
andado media legua cuando vimos volver nuestros corredores del campo
muy alegres y dijeron á Cortés que venian hasta diez indios, y que
traian unas señas y veletas de oro, y que no traian armas ningunas, y
que en todas las caserías y estancias por donde pasaban no les daban
grita ni voces como habian dado el dia ántes; ántes, al parecer, todo
estaba de paz; y Cortés y todos nuestros capitanes y soldados nos
alegramos, y luego mandó Cortés reparar, hasta que llegaron siete
indios principales, naturales de Tezcuco, y traian una bandera de oro
en una lanza larga, y ántes que llegasen abajaron su bandera y se
humillaron, que es señal de paz; y cuando llegaron ante Cortés, estando
doña Marina é Jerónimo de Aguilar, nuestras lenguas, delante, dijeron:
—«Malinche, Cocoivacin, nuestro señor y señor de Tezcuco, te envia á
rogar que le quieras recebir á tu amistad, y te está esperando de paz
en su ciudad de Tezcuco, y en señal dello recibe esta bandera de oro;
y que te pide por merced que mandes á todos los tlascaltecas é á tus
hermanos que no les hagan mal en su tierra, y que te vayas á aposentar
en su ciudad, y él te dará lo que hubieres menester.»
Y más dijeron, que los escuadrones que allí estaban en las barrancas y
pasos malos, que no eran de Tezcuco, sino mejicanos, que los enviaba
Guatemuz.
Y cuando Cortés oyó aquellas paces holgó mucho dellas, y asimismo todos
nosotros, é abrazó á los mensajeros, en especial á tres dellos, que
eran parientes del buen Montezuma, y los conociamos todos los más
soldados, que habian sido sus capitanes, y considerada la embajada,
luego mandó Cortés llamar los capitanes tlascaltecas, y les mandó muy
afectuosamente que no hiciesen mal ninguno ni los tomasen cosa ninguna
en toda la tierra, porque estaban de paz; y así lo hacian como se lo
mandó; mas comida no se les defendia si era solamente maíz é frísoles,
y aun gallinas y perrillos, que habia muchos en todas las casas, llenas
dello.
Y entónces Cortés tomó consejo con nuestros capitanes, y á todos les
pareció que aquel pedir de paz y de aquella manera que eran fingido;
porque si fueran verdaderas no vinieran tan arrebatadamente, y aun
trujeran bastimento; y con todo esto, recebió Cortés la bandera, que
valía hasta ochenta pesos, y dió muchas gracias á los mensajeros, y
les dijo que no tenian por costumbre de hacer mal ni daño á ningunos
vasallos de su majestad; ántes les favorecia y miraba por ellos, y
que si guardaban las paces que decian, que les favoreceria contra
los mejicanos, y que ya habia mandado á los tlascaltecas que no
hiciesen daño en su tierra, como habian visto, y que así lo cumplirian
adelante, y que bien sabia que en aquella ciudad mataron sobre cuarenta
españoles nuestros hermanos cuando salimos de Méjico, y sobre ducientos
tlascaltecas, y que robaron muchas cargas de oro y otros despojos
que dellos hubieron; que ruega á su señor Cocoivacin é á todos los
más caciques y capitanes de Tezcuco que le dén el oro y ropa, y que
la muerte de los españoles, que pues ya no tenia remedio, que no les
pediria.
Y respondieron aquellos mensajeros que ellos lo dirian á su señor así
como se lo mandaba; mas que el que los mandó matar fué el que en aquel
tiempo alzaron en Méjico por señor despues de muerto Montezuma, que se
decia Coadlauaca, é hubo todo el despojo, y le llevaron á Méjico todos
los más teules, y que luego los sacrificaron á su Huichilóbos; y como
Cortés vió aquella respuesta, por no los resabiar ni atemorizar, no les
replicó en ello sino que fuesen con Dios, y quedó uno dellos en nuestra
compañía, y luego nos fuimos á unos arrabales de Tezcuco, que se decian
Guautinchan ó Huachutan, que ya se me olvidó el nombre, y allí nos
dieron bien de comer y todo lo que hubimos menester, y aun derribamos
unos ídolos que estaban en unos aposentos donde posábamos.
Y otro dia de mañana fuimos á la ciudad de Tezcuco, y en todas las
calles ni casas no veiamos mujeres ni muchachos ni niños, sino todos
los indios como asombrados y como gente que estaba de guerra; y
fuímonos á aposentar á unos aposentos y salas grandes, y luego mandó
Cortés llamar á nuestros capitanes y todos los más soldados, y nos
dijo que no saliésemos de unos patios grandes que allí habia, y que
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