Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 20

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Dejemos desto, y digamos que como vió que el trabuco era cosa de
burla, acordó que con todos doce bergantines fuese en ellos Gonzalo de
Sandoval por capitan general y entrase en el rincon de la ciudad adonde
se habia retraido Guatemuz, el cual estaba en parte que no podian
entrar en sus palacios y casas sino por el agua, y luego Sandoval
apercibió á todos los capitanes de los bergantines; y lo que hizo diré
adelante cómo y de qué manera pasó.


CAPÍTULO CLVI.
CÓMO SE PRENDIÓ GUATEMUZ.

Pues como Cortés vido que el trabuco no aprovechó cosa ninguna, ántes
hubo enojo con el soldado que le aconsejó que lo hiciese, y viendo que
no queria paces ningunas Guatemuz y sus capitanes, mandó á Gonzalo de
Sandoval que entrase con los bergantines en el sitio y rincon de la
ciudad adonde estaban retraidos el Guatemuz con toda la flor de sus
capitanes y personas más nobles que en Méjico habia, y le mandó que
no matase ni hiriese á ningunos indios, salvo si no le diesen guerra,
é que aunque se la diesen, que solamente se defendiese, y no les
hiciesen otro mal, y que les derrocase las casas y muchas barbacanas
que habian hecho en la laguna; y Cortés se subió luego en el cu mayor
del Tatelulco para ver cómo entraba Sandoval con los bergantines, y les
fueron acompañando Pedro de Albarado y Luis Marin, y Francisco de Lugo
y otros soldados.
Y como el Sandoval entró con los bergantines en aquel paraje donde
estaban las casas de Guatemuz, cuando se vió cercado el Guatemuz, tuvo
temor no le prendiesen ó le matasen, y tenia aparejadas cincuenta
grandes piraguas para si se viese en aprieto salvarse en ellas y
meterse en unos carrizales, é ir desde allí á tierra, y esconderse en
unos pueblos de sus amigos; y asimismo tenia mandado á los principales
y gente de más cuenta que allí en aquel rincon tenia, y á sus
capitanes, que hiciesen lo mismo; y como vieron que les entraban en
las casas, se embarcan en las canoas, é ya tenian metida su hacienda
de oro y joyas y toda su familia, y se mete en ellas, y tira la laguna
adelante, acompañado de muchos capitanes y principales; y como en
aquel instante iba la laguna llena de canoas, y Sandoval luego tuvo
noticia que Guatemuz con toda la gente principal se iba huyendo, mandó
á los bergantines que dejasen de derrocar casas y siguiesen el alcance
de las canoas, é que mirasen que tuviesen tino é ojo á qué parte iba el
Guatemuz, y que no le ofendiesen ni le hiciesen enojo ninguno, sino que
buenamente procurasen de le prender.
Y como un Garci-Holguin, que era capitan de un bergantin, amigo
de Sandoval, y era muy gran velero su bergantin, y llevaba buenos
remeros, le mandó que siguiese hácia la parte que le habian dicho que
iba el Guatemuz y sus principales y las grandes piraguas, y le mandó
que si le alcanzase, que no le hiciese mal ninguno más de prendelle,
y el Sandoval siguió por otra parte con otros bergantines que le
acompañaban; é quiso Dios Nuestro Señor que el Garci-Holguin alcanzó á
las canoas é grandes piraguas en que iba el Guatemuz, y en el arte dél
y de los toldos é piragua, y aderezo dél y de la canoa, le conoció el
Holguin y supo que era el grande señor de Méjico, y dijo por señas que
aguardasen, y no querian, y él hizo como que les queria tirar con las
escopetas y ballestas, y hubo el Guatemuz miedo de ver aquello, y dijo:
—«No me tiren, que yo soy el Rey de Méjico y desta tierra, y lo que te
ruego es, que no me llegues á mi mujer ni á mis hijos, ni á ninguna
mujer, ni á ninguna cosa de lo que aquí traigo, sino que me tomes á mí
y me lleves á Malinche.»
Y como el Holguin le oyó, se gozó en gran manera y le abrazó, y le
metió en el bergantin con mucho acato, á él, á su mujer y á veinte
principales que con él iban, y les hizo asentar en la popa en unos
petates y mantas, y les dió de lo que traia para comer; y á las
canoas en que iba su hacienda no les tocó en cosa ninguna, sino que
juntamente las llevó con su bergantin; y en aquella sazon el Gonzalo
de Sandoval se puso á una parte para ver los bergantines, y mandó
que todos se recogiesen á él, y luego supo que Garci-Holguin habia
prendido al Guatemuz, y que le llevaba á Cortés; y como el Sandoval lo
supo, mandó á los remeros que llevaba en su bergantin que remasen á
la mayor priesa que pudiesen, y cuando alcanzó á Holguin le dijo que
le diese el prisionero, y el Holguin no se lo quiso dar, porque dijo
que él lo habia prendido, y no el Sandoval; y el Sandoval dijo que así
era verdad, y que él era general de los bergantines, y que el Holguin
venia debajo de su dominio é mando, y que por ser su amigo se lo habia
mandado, y tambien porque era su bergantin muy ligero, más que los
otros; é mandó que le siguiesen y le prendiesen, y que al Sandoval,
como á su general, le habia de dar el prisionero; y el Holguin todavía
porfiaba que no queria; y en aquel instante fué otro bergantin á gran
priesa á Cortés á demandalle albricias, que, como dicho tengo, estaba
muy cerca, en el Tatelulco, mirando desde el cu mayor cómo entraba el
Sandoval; y entónces le contaron la diferencia que traia Sandoval con
el Holguin sobre tomalle el prisionero; y cuando Cortés lo supo, luego
despachó al capitan Luis Marin y á Francisco de Lugo para que luego
hiciesen venir al Gonzalo de Sandoval y al Holguin, sin más debatir, é
que trajese al Guatemuz, y á la mujer y familia con mucho acato, porque
él determinaria cúyo era el prisionero y á quien se habia de dar la
honra dello; y entre tanto que le fueron á llamar, hizo aderezar Cortés
un estrado lo mejor que pudo con petates y mantas y otros asientos, y
mucha comida de lo que Cortés tenia para sí, y luego vino el Sandoval
y Holguin con el Guatemuz, y le llevaron ante Cortés; y cuando se vió
delante dél le hizo mucho acato, y Cortés con alegría le abrazó, y le
mostró mucho amor á él y á sus capitanes; y entónces el Guatemuz dijo á
Cortés:
—«Señor Malinche, ya yo he hecho lo que estaba obligado en defensa de
mi ciudad y vasallos, y no puedo más; y pues vengo por fuerza y preso
ante tu persona y poder, toma luego ese puñal que traes en la cinta y
mátame luego con él.»
Y esto cuando se lo decia lloraba muchas lágrimas con sollozos, y
tambien lloraban otros grandes señores que consigo traia; y Cortés
le respondió con doña Marina y Aguilar, nuestras lenguas, y dijo muy
amorosamente que por haber sido tan valiente y haber vuelto y defendido
su ciudad se le tenia en mucho y tenia en más á su persona, y que no
es digno de culpa ninguna, é que ántes se lo ha de tener á bien que á
mal; é que lo que Cortés quisiera, fué que, cuando iban de vencida,
que porque no hubiera más destruicion ni muerte en sus mejicanos, que
vinieran de paz y de su voluntad; é que pues ya es pasado lo uno y lo
otro, y no hay remedio ni enmienda en ello, que descanse su corazon y
de sus capitanes; é que mandará á Méjico y á sus provincias como de
ántes lo solian hacer; y Guatemuz y sus capitanes dijeron que se lo
tenian en merced; y Cortés preguntó por la mujer y por otras grandes
señoras mujeres de otros capitanes, que le habian dicho que venian
con Guatemuz; y el mismo Guatemuz respondió y dijo que habia rogado
á Gonzalo de Sandoval y á Garci-Holguin que les dejase estar en las
canoas en que estaban, hasta ver lo que el Malinche ordenaba; y luego
Cortés envió por ellas, y les mandó dar de comer de lo que habia lo
mejor que pudo en aquella sazon; y luego, porque era tarde y queria
llover, mandó Cortés á Gonzalo de Sandoval que se fuese á Cuyoacoan, y
llevase consigo á Guatemuz y á su mujer y familia y á los principales
que con él estaban; y luego mandó á Pedro de Albarado y á Cristóbal de
Olí que cada uno se fuese á sus estancias y reales, y luego nosotros
nos fuimos á Tacuba, y Sandoval dejó á Guatemuz en poder de Cortés en
Cuyoacoan, y se volvió á Tepeaquilla, que era su puesto y real.
Prendióse Guatemuz y sus capitanes en 13 de Agosto, á hora de vísperas,
dia de señor San Hipólito, año de 1521, gracias á nuestro Señor
Jesucristo y á nuestra Señora la Vírgen Santa María, su bendita Madre,
amen.
Llovió, y tronó y relampagueó aquella noche, y hasta media noche mucho
más que otras veces.
Y como se hubo preso Guatemuz, quedamos tan sordos todos los soldados,
como si de ántes estuviera uno puesto encima de un campanario y tañesen
muchas campanas, y en aquel instante que las tañian cesasen de las
tañer; y esto digo al propósito, porque todos los noventa y tres
dias que sobre esta ciudad estuvimos, de noche y de dia daban tantos
gritos y voces é silbos, unos escuadrones mejicanos apercibiendo los
escuadrones y guerreros que habian de batallar en la calzada, é otros
llamando las canoas que habian de guerrear con los bergantines y con
nosotros en los puentes, y otros apercibiendo á los que habian de
hincar palizadas y abrir y ahondar las calzadas y aberturas y puentes,
y en hacer albarradas, y otros en aderezar piedra y vara y flecha, y
las mujeres en hacer piedra rolliza para tirar con las hondas; pues
desde los adoratorios y casas malditas de aquellos malditos ídolos, los
atambores y cornetas, y el atambor grande y otras bocinas dolorosas,
que de continuo no dejaban de se tocar, y desta manera, de noche y de
dia no dejábamos de tener gran ruido, y tal, que no nos oiamos los
unos á los otros: y despues de preso el Guatemuz cesaron las voces y
el ruido, y por esta causa he dicho como si de ántes estuviéramos en
campanario.
Dejemos desto, y digamos cómo Guatemuz era de muy gentil disposicion,
así de cuerpo como de faiciones, y la cara algo larga y alegre, y los
ojos más parecian que cuando miraba que eran con gravedad y halagüeños,
y no habia falta en ellos, y era de edad de veinte y tres ó veinte y
cuatro años, y el color tiraba más á blanco que al color y matiz de
esotros indios morenos, y decian que su mujer era sobrina de Montezuma,
su tio, muy hermosa mujer y moza.
Y ántes que más pasemos adelante, digamos en qué paró el pleito del
Sandoval y del Garci-Holguin sobre la prision de Guatemuz; y es que,
Cortés le dijo que los romanos tuvieron otra contienda de la misma
manera que esta, entre Mario y Lucio Cornelio Sila, y esto fué cuando
Sila trajo preso á Yugurta, que estaba con su suegro el Rey Ibócos; y
cuando entraba en Roma triunfando de los hechos y hazañas heróicos,
pareció ser que Sila metió en su triunfo á Yugurta con una cadena
de hierro al pescuezo, y Mario dijo que no le habia de meter Sila,
sino él; é ya que le metia, que habia de declarar que el Mario le dió
aquella facultad y le envió por él para que en su nombre le llevase
preso, y se le dió el Rey Ibócos; pues que el Mario era capitan general
y debajo de su mano y bandera militaban, y el Sila, como era de los
patricios de Roma, tenia mucho favor; y como Mario era de una villa
cerca de Roma, que se decia Arpino, y advenedizo, puesto que habia sido
siete veces cónsul, no tuvo el favor que el Sila, y sobre ello hubo las
guerras civiles entre Mario y el Sila, y nunca se determinó á quién se
habia de dar la honra de la prision de Yugurta.
Volvamos á nuestro propósito, y es, que Cortés dijo que haria relacion
dello á su majestad, y á quien fuese servido de hacer merced se le
daria por armas, que de Castilla traerian sobre ello la determinacion;
y desde á dos años vino mandado por su majestad que Cortés tuviese por
armas en sus reposteros ciertos Reyes, que fueron Montezuma, gran señor
de Méjico; Cacamatzin, señor de Tezcuco, y los señores de Iztapalapa
y de Cuyoacoan y Tacuba, y otro gran señor que decian que era pariente
muy cercano del gran Montezuma, á quien decian que de derecho le venia
el reino y señorio de Méjico, que era señor de Matalacingo y de otras
provincias; y á este Guatemuz, sobre que fué este pleito.
Dejemos desto, y digamos de los cuerpos muertos y cabezas que estaban
en aquellas casas adonde se habia retraido Guatemuz; y es verdad, y
juro amen, que toda la laguna y casas y barbacoas estaban llenas de
cuerpos y cabezas de hombres muertos, que yo no sé de qué manera lo
escribia.
Pues en las calles y en los mismos patios de Tatelulco no habia otras
cosas, y no podiamos andar sino entre cuerpos y cabezas de indios
muertos.
Yo he leido la destruicion de Jerusalen; mas si en ella hubo tanta
mortandad como esta yo no lo sé; porque faltaron en esta ciudad gran
multitud de indios guerreros, y de todas las provincias y pueblos
sujetos á Méjico que allí se habian acogido, todos los más murieron;
que, como he dicho, así el suelo y la laguna y barbacoas, todo estaba
lleno de cuerpos muertos, y hedia tanto, que no habia hombre que
sufrirlo pudiese; y á esta causa, así como se prendió Guatemuz, cada
uno de los capitanes se fueron á sus reales, como dicho tengo, y
aun Cortés estuvo malo del hedor que se le entró por las narices en
aquellos dias que estuvo allí en el Tatelulco.
Dejemos desto, y pasemos adelante, y digamos cómo los soldados que
andaban en los bergantines fueron los mejor librados é hubieron
buen despojo, á causa que podian ir á ciertas casas que estaban en
los barrios de la laguna, que sentian que habria oro, ropa y otras
riquezas, y tambien lo iban á buscar á los carrizales, donde lo iban á
esconder los indios mejicanos cuando les ganábamos algun barrio y casa;
y tambien porque, so color que iban á dar caza á las canoas que metian
bastimentos y agua, si topaban algunas en que iban algunos principales
huyendo á tierra firme para se ir entre ellos, otomites, que estaban
comarcanos, les despojaban de lo que llevaban.
Quiero decir que nosotros los soldados que militábamos en las calzadas
y por tierra firme no podiamos haber provecho ninguno, sino muchos
flechazos y lanzadas y heridas de vara y piedra, á causa que cuando
íbamos ganando alguna casa ó casas, ya los moradores dellas habian
salido y sacado toda la hacienda que tenian, y no podiamos ir por agua
sin que primero cegásemos las aberturas y puentes; y á esta causa he
dicho en el capítulo que dello habla, que cuando Cortés buscaba los
marineros que habian de andar en los bergantines, que fueron mejor
librados que no los que batallábamos por tierra; y así pareció claro,
porque los capitanes mejicanos, y aun el Guatemuz, dijeron á Cortés,
cuando les demanda el tesoro del gran Montezuma, que los que andaban en
los bergantines habian robado mucha parte dello.
Dejemos de hablar más en esto hasta más adelante, y digamos que, como
habia tanta hedentina en aquella ciudad, que Guatemuz le rogó á Cortés
que diese licencia para que se saliese todo el poder de Méjico á
aquellos pueblos comarcanos, y luego les mandó que así lo hiciesen.
Digo que en tres dias con sus noches iban todas tres calzadas llenas
de indios é indias y muchachos, llenos de bote en bote, que nunca
dejaban de salir, y tan flacos y sucios é amarillos é hediondos, que
era lástima de los ver; y despues que la hubieron desembarazado, envió
Cortés á ver la ciudad, y estaban, como dicho tengo, todas las casas
llenas de indios muertos, y aun algunos pobres mejicanos entre ellos,
que no podian salir, y lo que purgaban de sus cuerpos era una suciedad
como echan los puercos muy flacos que no comen sino yerba; y hallóse
toda la ciudad arada, y sacadas las raices de las yerbas que habian
comido cocidas: hasta las cortezas de los árboles tambien las habian
comido.
De manera que agua dulce no les hallamos ninguna, sino salada.
Tambien quiero decir que no comian las carnes de sus mejicanos, sino
eran de los enemigos tlascaltecas y las nuestras que apañaban; y no se
ha hallado generacion en el mundo que tanto sufriese la hambre y sed y
contínuas guerras como esta.
Dejemos de hablar en esto, y pasemos adelante: que mandó Cortés que
todos los bergantines se juntasen en unas atarazanas que despues se
hicieron.
Volvamos á nuestras pláticas: que despues que se ganó esta grande y
populosa ciudad, y tan nombrada en el universo, despues de haber dado
muchas gracias á Nuestro Señor y á su bendita Madre, ofreciendo ciertas
promesas á Dios Nuestro Señor, Cortés mandó hacer un banquete en
Cuyoacan, en señal de alegrías de la haber ganado, y para ello tenian
ya mucho vino de un navío que habia venido al puerto de la Villa-Rica,
y tenia puercos que le trujeron de Cuba; y para hacer la fiesta mandó
convidar á todos los capitanes y soldados que le pareció que era
bien tener cuenta con ellos en todos tres reales; y cuando fuimos al
banquete no habia mesas puestas, ni aun asientos para la tercia parte
de los capitanes y soldados que fuimos, y hubo mucho desconcierto,
y valiera más que no se hiciera, por muchas cosas no muy buenas que
en él acaecieron, y tambien porque esta planta de Noé hizo á algunos
hacer desatinos, y hombres hubo en él que, despues de haber comido,
anduvieron sobre las mesas, que no acertaban á salir al patio; otros
decian que habian de comprar caballos con sillas de oro, y ballesteros
hubo que decian que todas las saetas que tuviesen en su aljaba que
habian de ser de oro, de las partes que les habian de dar, y otros iban
por las gradas rodando abajo.
Pues ya que habian alzado las mesas, salieron á danzar las damas que
habia, con los galanes cargados con sus armas, que era para reir, y
fueron las damas pocas, que no habia otras en todos los reales ni en
la Nueva-España; é dejo de nombrarlas por sus nombres é de referir
cómo otro dia hubo sátira; porque quiero decir que, como hubo cosas
tan malas en el convite y en los bailes, el buen fraile fray Bartolomé
de Olmedo lo murmuraba, é le dijo á Sandoval lo mal que le parecia, é
que bien dábamos gracias á Dios para que nos ayudase adelante; é el
Sandoval tan presto le dijo á Cortés lo que fray Bartolomé murmuraba é
gruñia, y el Cortés, que era discreto, le mandó llamar é le dijo:
—«Padre, no excusaba solazar y alegrar los soldados con lo que vuestra
reverencia ha visto é yo he hecho de mala gana; ahora resta que vuestra
reverencia ordene una procesion, y que diga Misa é nos predique, y
diga á los soldados que no roben las hijas de los indios, y que no
hurten ni riñan pendencias é que hagan como católicos cristianos, para
que Dios nos haga bien.»
É fray Bartolomé se lo agradeció á Cortés; que no sabia lo que habia
dicho Albarado, y pensaba que salia del buen Cortés, su amigo; y
el fraile hizo una procesion, en que íbamos con nuestras banderas
levantadas y algunas cruces á trechos, y cantando las letanías, y á la
postre una imágen de nuestra Señora; y otro dia predicó fray Bartolomé,
é comulgaron muchos en la Misa despues de Cortés y Albarado, é dimos
gracias á Dios por la vitoria.
Y dejemos de más hablar en esto, y quiero decir otras cosas que
pasaron que se me olvidaba, y aunque no vengan ahora dichas sino algo
atrás, sin propósito; y es, que nuestros amigos Chichimecatecle y los
dos mancebos Xicotengas, hijos de D. Lorenzo de Vargas, que se solia
llamar Xicotenga el viejo y ciego, guerrearon muy valientemente contra
el poder de Méjico, y nos ayudaron muy esforzada y extremadamente de
bien; y asimismo un hermano del señor de Tezcuco D. Hernando, que se
decia Suchel, que despues se llamó don Cárlos; este hizo cosas de
muy esforzado y valiente varon; y otro capitan natural de una ciudad
de la laguna, que no se me acuerda su propio nombre, tambien hacia
maravillas, y otros muchos capitanes de pueblos que nos ayudaban,
todos guerreaban muy poderosamente; y Cortés les habló y les dió muchas
gracias y loores porque nos habian ayudado, con muchas buenas palabras
y promesas de que el tiempo andando les daria tierras y vasallos y
les haria grandes señores, y les despidió; y como estaban ricos de
ropa de algodon y oro, y otras muchas cosas ricas de despojos, se
fueron alegres á sus tierras, y aun llevaron hartas cargas de tasajos
cecinados de indios mejicanos, que repartieron entre sus parientes y
amigos, y como cosas de sus enemigos, la comieron por fiestas.
Agora, que estoy fuera de los recios combates y batallas de los
mejicanos, que con nosotros, y nosotros con ellos teniamos de noche
y de dia, por que doy muchas gracias á Dios, que dellas me libró,
quiero contar una cosa muy temeraria que me acaeció, y es, que despues
que vide abrir por los pechos y sacar los corazones y sacrificar á
aquellos sesenta y dos soldados que dicho tengo que llevaron vivos
de los de Cortés, ofrecelles los corazones á los ídolos, y esto que
agora diré, les parece á algunas personas que es por falta de no tener
muy grande ánimo; y si bien lo consideran, es por el demasiado ánimo
con que en aquellos dias habia de poner mi persona en lo más recio
de las batallas, porque en aquella sazon presumia de buen soldado y
era tenido en esta reputacion, y habia de hacer lo que más osados y
atrevidos soldados suelen hacer, y en aquella sazon yo hacia delante
de mis capitanes; y como de cada dia via llevar á nuestros compañeros
á sacrificar, y habia visto, como dicho tengo, que les aserraban por
los pechos y sacalles los corazones bullendo, y cortalles piés y
brazos, y se los comieron á los sesenta y dos que dicho tengo, temia
yo que un dia que otro habian de hacer de mí lo mismo, porque ya me
habian asido dos veces, y quiso Dios que me escapé; y acordóseme de
aquellas muertes, y por esta causa desde entónces temí desta cruel
muerte; y esto he dicho porque ántes de entrar en las batallas se me
ponia por delante una como grima y tristeza grandísima en el corazon;
y encomendándome á Dios y á su bendita Madre nuestra Señora, y entrar
en las batallas, todo era uno, y luego se me quitaba aquel temor,
y tambien quiero decir qué cosa tan nueva era agora tener yo aquel
temor no acostumbrado, habiéndome hallado en muchos rencuentros muy
peligrosos, ya habia de estar curtido el corazon y esfuerzo y ánimo
en mi persona agora á la postre más arraigado que nunca; porque, si
bien lo sé contar y traer á la memoria, desde que vine á descubrir con
Francisco Fernandez de Córdoba y con Grijalva, y volví con Cortés, y
me hallé en lo de la Punta de Cotoche y en lo de Lázaro, que por otro
nombre se dice Campeche, y en Potonchan y en la Florida, segun que
más largamente lo tengo escrito cuando vine á descubrir con Francisco
Fernandez de Córdoba.
Dejemos desto, y volvamos á hablar en lo de Grijalva y en la misma
de Potonchan, y con Cortés en lo de Tabasco y la de Cingapacinga, y
en todas las guerras y rencuentros de Tlascala y en lo de Cholula, y
cuando desbaratamos á Narvaez me señalaron para que les fuésemos á
tomar la artillería, que eran diez y ocho tiros que tenian cebados
y cargados con sus pelotas de piedra, los cuales les tomamos, y
este trance fué de mucho peligro; y me hallé en el primer desbarate
cuando los mejicanos nos echaron de Méjico, ó por mejor decir,
salimos huyendo cuando nos mataron en obra de ocho dias ochocientos y
cincuenta soldados; y me hallé en las entradas de Tepeaca y Cachula y
sus rededores, y en otros rencuentros que tuvimos con los mejicanos
cuando estábamos en Tezcuco sobre coger las mielpas de maíz, y en lo
de Iztapalapa cuando nos quisieron anegar, y me hallé cuando subimos
en los peñoles, y ahora los llaman las fuerzas ó fortaleza que ganó
Cortés, y en lo de Suchimileco, é otros muchos rencuentros; y entré
con Pedro de Albarado con los primeros á poner cerco á Méjico, y
les quebramos el agua de Chalputepeque, y en la primera entrada que
entramos en la calzada con el mismo Pedro de Albarado; y despues desto,
cuando desbarataron por la misma nuestra parte y llevaron seis soldados
vivos, y á mí me llevaban, é ya se hacia cuenta que eran siete conmigo,
segun me llevaban engarrafado á sacrificar; y me hallé en todas las
demás batallas ya por mí memoradas, que cada dia y de noche teniamos,
hasta que vi, como dicho tengo, las crueles muertes que dieron delante
de mis ojos á aquellos sesenta y dos soldados nuestros compañeros; ya
he dicho que agora que por mí habian pasado todas estas batallas y
peligros de muerte, que no lo habia de temer como lo temia agora á la
postre.
Digan agora todos aquellos caballeros que desto del militar entienden,
y se han hallado en trances peligrosos de muerte, á qué fin echarán
mi temor, si es á mucha flaqueza de ánimo ó á mucho esfuerzo; porque,
como he dicho, sentia yo en mi pensamiento que habia de poner por
mi persona, batallando en parte que por fuerza habia de temer la
muerte más que otras veces, y por esto me temblaba el corazon y temia
la muerte; y todas aquestas batallas que aquí he dicho donde me he
hallado, verán en mi relacion en qué tiempo y cómo y cuándo y dónde
y de qué manera otras muchas entradas y rencuentros tuvo Cortés y
muchos de nuestros capitanes, sin estos que aquí tengo dichos que no
me hallé yo en ellos, porque eran de cada dia tantos, que aunque fuera
de hierro mi cuerpo, no lo pudiera sufrir, en especial que siempre
andaba herido y pocas veces estaba sano, y á esta causa no podia ir á
todas las entradas; pues aun no han sido nada los trabajos y peligros y
rencuentros de muerte que de mi persona he recontado, que despues que
ganamos esta fuerte y gran ciudad pasé otros muchos, como adelante
verán cuando venga á coyuntura.
Y dejemos ya, y diré y declararé por qué he dicho en todas estas
guerras mejicanas cuando nos mataron nuestros compañeros, digo
lleváronlos, y no digo matáronlos, y la causa es esta: porque los
guerreros que con nosotros peleaban, aunque pudieran matar luego á
los que llevaban vivos de nuestros soldados, no los mataban luego,
sino dábanles heridas peligrosas porque no se defendiesen, y vivos los
llevaban á sacrificar á sus ídolos, y aun primero les hacian bailar
delante de Huichilóbos, que era su ídolo de la guerra; y esta es la
causa porque he dicho los llevaron.
Y dejemos esta materia, y digamos lo que Cortés hizo despues de ganado
Méjico.


CAPÍTULO CLVII.
CÓMO MANDÓ CORTÉS ADOBAR LOS CAÑOS DE CHALPUTEPEQUE, É OTRAS MUCHAS
COSAS.

La primera cosa que mandó Cortés á Guatemuz fué que adobasen los caños
del agua de Chalputepeque, segun y de la manera que solian estar ántes
de la guerra, é que luego fuese el agua por sus caños á entrar en
aquella ciudad de Méjico; é que luego con mucha diligencia limpiasen
todas las calles de Méjico de todas aquellas cabezas y cuerpos de
muertos, que todas las enterrasen, para que quedasen limpias y sin
que hubiese hedor ninguno en toda aquella ciudad; y que todas las
calzadas y puentes que las tuviesen tan bien aderezadas como de ántes
estaban, y que los palacios y casas que las hiciesen nuevamente, y que
dentro de dos meses se volviesen á vivir en ellas; y luego les señaló
Cortés en qué parte habian de poblar, y la parte que habian de dejar
desembarazada para en que poblásemos nosotros.
Dejémonos agora destos mandados y de otros que ya no me acuerdo, y
digamos cómo el Guatemuz y todos sus capitanes dijeron á nuestro
capitan Cortés que muchos capitanes y soldados que andaban en los
bergantines, y de los que andábamos en las calzadas batallando, les
habiamos tomado muchas hijas y mujeres de algunos principales; que le
pedian por merced que se las hiciese volver; y Cortés les respondió
que serian muy malas de las haber de poder de los compañeros que las
tenian, y puso alguna dificultad en ello; pero que las buscasen y
trajesen ante él, é que veria si eran cristianas ó si querian volver
á casa de sus padres y de sus maridos, y que luego se las mandaria
dar; y dióles licencia para que las buscasen en todos tres reales,
é un mandamiento para que el soldado que las tuviese luego se las
diese si las indias se querian volver de buena voluntad con ellos; y
andaban muchos principales en busca dellas de casa en casa, y eran tan
solícitos, que las hallaron, y las más dellas no quisieron ir con sus
padres ni madres ni maridos, sino estarse con los soldados con quien
estaban, y otras se escondian, y otras decian que no querian volver á
idolatrar, y aun algunas dellas estaban ya preñadas; y desta manera, no
llevaron sino tres, que Cortés mandó expresamente que las diesen.
Dejemos desto, y digamos que luego mandó hacer unas atarazanas y
fortaleza en que estuviesen los bergantines, y nombró alcaide que
estuviese en ellas, y paréceme que fué á Pedro de Albarado, hasta que
vino de Castilla un Salazar que se decia de la Pedrada.
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