Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 23

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fueron en la muerte de sesenta españoles y mujeres de Castilla que
se habian quedado malos en aquel pueblo cuando vino Narvaez, y era
en el tiempo que en Méjico nos desbarataron; entónces los mataron en
el mismo pueblo; é dende obra de dos meses que hubieron muerto los
por mí dichos, porque entónces fuí con Sandoval, yo posé en una como
torrecilla, que era adoratorio de ídolos, á donde se habian hecho
fuertes cuando les daban guerra, y allí los cercaron, y de hambre y de
sed y de heridas les acabaron las vidas; y digo que posé en aquella
torrecilla á causa que habia en aquel pueblo de Tustepeque muchos
mosquitos de dia, é como está muy alto é con el aire no habia tantos
mosquitos como abajo, y tambien por estar cerca del aposento donde
posaba el Sandoval.
Y volviendo á nuestra plática, procuró el Sandoval de prender á los
capitanes mejicanos que les dieron la guerra y les mataron los sesenta
soldados que dicho tengo, y prendió el más principal dellos y hizo
justicia, y por justicia lo mandó quemar; otros muchos habia juntamente
con él que merecian pena de muerte, y disimuló con ellos, y aquel
pagó por todos; y cuando fué hecho envió á llamar de paz unos pueblos
zapotecas, que es otra provincia que estará obra de diez leguas de
aquel pueblo de Tustepeque, y no quisieron venir, y envió á ellos para
los traer de paz á un capitan que se decia Briones (otras muchas veces
ya lo he nombrado), que fué capitan de bergantines y habia sido buen
soldado en Italia, segun él decia, y le dió sobre cien soldados, y
entre ellos treinta ballesteros y escopeteros y más de cien amigos de
los pueblos que habian venido de paz; é yendo que iba el Briones con
sus soldados y con buen concierto, pareció ser los zapotecas supieron
que iba á sus pueblos, y échanle una celada en el camino, que le
hicieron volver más que de paso rodando unas cuestas y laderas abajo,
y le hirieron más de la tercia parte de los soldados que llevaba, é
murió uno de las heridas, porque aquellas sierras donde están poblados
aquellos zapotecas son tan agras y malas, que no pueden ir por ellas
caballos, y los soldados habian de ir á pié por unas sendas muy
angostas, por contadero, uno á uno siempre; hay neblinas y rocios y
resbalaban en los caminos; y tienen por armas unas lanzas muy largas,
mayores que las nuestras, con una braza de cuchilla de navajas de
pedernal, que cortan más que nuestras espadas, é unas pavesinas, que se
cubren con ellas todo el cuerpo, y mucha flecha y vara y piedra, y los
naturales muy sueltos y cenceños á maravilla, y con un silbo ó voz que
dan entre aquellas sierras resuena y retumba la voz por un buen rato,
digamos ahora como ecos.
Por manera que se volvió el capitan Briones con su gente herida, y aun
él tambien trujo un flechazo; llámase aquel pueblo que le desbarató
Tiltepeque; y despues que vino de paz el mismo pueblo, se dió en
encomienda á un soldado que se dice Ojeda el tuerto, que ahora vive en
la villa de San Ildefonso.
Pues cuando el Briones volvió á dar cuenta al Sandoval de lo que le
habia acaecido, y se lo contaba cómo eran grandes guerreros, y el
Sandoval era de buena condicion, y el Briones se tenia por muy como
valiente, y solia decir que en Italia habia muerto y herido y hendido
cabezas y cuerpos de hombres, le decia el Sandoval:
—«¿Parécele, señor capitan, que son estas tierras otras que las donde
anduvo militando?»
Y el Briones respondió medio enojado, y dijo que juraba á tal que más
quisiera batallar contra tiros y grandes ejércitos de contrarios, así
de turcos como de moros, que no con aquellos zapotecas, y daba razones
para ello que parecia que cuadraban; y todavía el Sandoval le dijo que
no quisiera haberle enviado, pues así fué desbaratado, que creyó que
pusiera otras fuerzas como él se alababa que habia hecho en Italia,
porque este Briones habia poco tiempo que vino de Castilla; y le dijo
el Sandoval:
—«¿Qué dirán ahora los zapotecas, que no somos tan varones como creian
que éramos?»
Dejemos de esta entrada, pues no aprovechó, ántes dañó, y digamos cómo
el mismo Gonzalo de Sandoval envió á llamar de paz á otra provincia
que se dice Xaltepeque, que tambien eran zapotecas, que confinan con
otra provincia y pueblos, que se decian los minxes, gentes muy sueltas
y guerreros, que tenian diferencias con los de Xaltepeque, que ahora,
como digo, son los que enviaba á llamar, y vinieron de paz obra de
veinte caciques y principales, y trajeron un presente de oro en grano,
que entónces habian sacado de las minas en diez cañutillos y joyas de
muchas hechuras, y traian vestidas aquellos principales unas ropas de
algodon muy largas que les daban hasta los piés, con muchas labores
en ellas labradas, y eran digamos ahora á la manera de albornoces
moriscos; y como vinieron delante el Sandoval, con mucho acato se lo
presentaron, y lo recibió con alegría, y les mandó dar cuentas de
Castilla, y les hizo honra y halagos, y le mandaron al Sandoval que
les diese algunos teules, que en su lengua así nos llamaban á los
españoles, para ir juntamente con ellos contra los pueblos de los
minxes, sus contrarios, que les daban guerra; y el Sandoval, como no
tenia soldados en aquella sazon para les dar ayuda, como la demandaban,
porque los que llevó el Briones estaban todos heridos, y otros habian
adolecido, é cuatro muertos, por ser la tierra muy calurosa é doliente,
con buenas palabras les dijo que él enviaria á Méjico á decir á
Malinche, que así decian á Cortés, que les enviase muchos teules, é
que se reportasen hasta que viniesen, y que entre tanto, que irian con
ellos diez de sus compañeros para ver los pasos y tierra, para ir á
dar guerra á sus contrarios los minxes; y esto no lo decia el Sandoval
sino para que viésemos los pueblos y minas donde sacaban el oro que
trajeron; y desta manera los despidió, excepto á tres dellos, que
mandó que quedasen para ir con nosotros; y luego despachó para ir á ver
los pueblos y minas, como he dicho, á un soldado que se decia Alonso
del Castillo el de lo pensado; y me mandó el Sandoval que yo fuese con
él, y otros seis soldados, y que mirásemos muy bien las minas y la
manera de los pueblos.
Quiero decir por qué se llamaba aquel capitan que iba con nosotros por
caudillo Castillo el de lo pensado, y es por esta causa que diré.
En la capitanía del Sandoval habia tres soldados que tenian por
renombre Castillos: el uno dellos era muy galan, y preciábase dello
en aquella sazon, que era yo, y á esta su causa me llamaban Castillo
el Galan; los otros dos Castillos, el uno dellos era de tal calidad,
que siempre estaba pensativo, y cuando hablaban con él se paraba mucho
más á pensar lo que habia de decir, y cuando respondia ó hablaba era
un descuido ó cosas que teniamos que reir, y por esto le llamábamos
Castillo de los pensamientos; y el otro era Alonso del Castillo,
que ahora iba con nosotros, que de repente decia cualquiera cosa, y
respondia muy á propósito de lo que preguntaban, y se decia Castillo el
de lo pensado.
Dejemos de contar donaires, y volvamos á decir cómo fuimos á aquella
provincia á ver las minas, y llevamos muchos indios de los de aquellos
pueblos, y con unas como hechuras de bateas lavaron en tres rios
delante de nosotros, y en todos tres sacaron oro, é hincheron cuatro
cañutillos dello, que era cada uno del tamaño de un dedo de la mano, el
de en medio, y eran poco ménos que cañones de patos de Castilla, y con
aquella muestra de oro volvimos donde estaba el Gonzalo de Sandoval, y
se holgó, creyendo que la tierra era rica; y luego entendió en hacer
los repartimientos de aquellos pueblos y provincia á los vecinos que
habian de quedar allí poblados; y tomó para sí unos pueblos que se
dicen Guazpaltepeque, que en aquel tiempo era la mejor cosa que habia
en aquella provincia muy cerca de las minas, y aun le dieron luego
sobre quince mil pesos de oro, creyendo que tomaba una muy buena cosa;
y la provincia de Xaltepeque, donde trajimos el oro, depositó en el
capitan Luis Marin, que le daba un condado, y todos salieron muy
malos repartimientos, así lo que tomó el Sandoval como lo que dió á
Luis Marin, y aun á mí me mandaba quedar en aquella provincia, y me
daba muy buenos indios y de mucha renta, que pluguiera á Dios que los
tomara, que se dice Meldatan y Orizaba, donde está ahora el ingenio
del Virey, y otro pueblo que se dice Ozotequipa, y no los quise, por
parecerme que si no iba en compañía del Sandoval, teniéndole por amigo,
que no hacia lo que convenia á la calidad de mi persona; y el Sandoval
verdaderamente conoció mi voluntad, y por hallarme con él en las
guerras, si las hubiese adelante, lo hice.
Dejemos desto, y digamos que nombró á la villa que pobló Medellin,
porque así le fué mandado por Cortés, porque el Cortés nació en
Medellin de Extremadura; y era en aquella sazon el puerto un rio que
se dice Chalchocueca, que es el que hubimos puesto por nombre rio de
Banderas, donde se rescataron los diez y seis mil pesos; y por aquel
rio venian las barcas con la mercadería que venia de Castilla hasta que
se mudó á la Veracruz.
Dejemos desto, é vamos camino de Guacacualco, que será de la villa de
la Veracruz, que dejamos poblada, obra de sesenta leguas, y entramos en
una provincia que se dice Citla, la más fresca y llena de bastimentos
y bien poblada que habiamos visto, y luego vino de paz; y es aquella
provincia que he dicho de doce leguas de largo y otras tantas de ancho,
muy poblado todo.
Y llegamos al gran rio de Guacacualco, y enviamos á llamar los caciques
de aquellos pueblos, que era cabecera de aquellas provincias, y
estuvieron tres dias que no vinieron ni enviaban respuesta; por lo
cual creimos que estaban de guerra, y aun así lo tenian consultado,
que no nos dejasen pasar el rio; y despues tomaron acuerdo de venir de
ahí á cinco dias, y trajeron de comer y unas joyas de oro muy fino, y
dijeron que cuando quisiésemos pasar, que ellos traerian muchas canoas
grandes; y Sandoval se lo agradeció mucho, y tomó consejo con algunos
de nosotros si nos atreveriamos á pasar todos juntos de una vez en
todas las canoas; y lo que nos pareció y aconsejamos, que primero
pasasen cuatro soldados y viesen la manera que habia en un pueblezuelo
que estaba junto al rio, y que mirasen y procurasen de inquirir y saber
si estaban de guerra, y ántes que pasásemos tuviésemos con nosotros el
cacique mayor, que se dice Tochel; y así, fueron los cuatro soldados
y vieron todo á lo que les enviábamos, y se volvieron con relacion á
Sandoval como todo estaba de paz, y aun vino con ellos el hijo del
mismo cacique Tochel, que así se decia, y trujo otro presente de oro,
aunque no de mucha valía.
Entónces le halagó el Sandoval, y le mandó que trujesen cien canoas
atadas de dos en dos, y pasamos los caballos un dia despues de pascua
de Espíritu Santo; y por acortar de palabras, volvamos en el pueblo
que estaba junto al rio abajo, y pusímosle por nombre la villa del
Espíritu Santo, é pusimos aquel sublimado nombre, lo uno, que en pascua
de Espíritu Santo desbaratamos á Narvaez, y lo otro, porque aquel santo
nombre fué nuestro apellido cuando le prendimos y desbaratamos, lo otro
por pasar aquel rio aquel mismo dia, y porque todas aquellas tierras
vinieron de paz sin dar guerra, y allí poblamos toda la flor de los
caballeros y soldados que habiamos salido de Méjico á poblar con el
Sandoval, y el mismo Sandoval, y Luis Marin, y un Diego de Godoy, y
el capitan Francisco de Medin, y Francisco Marmolejo, y Francisco de
Lugo, y Juan Lopez de Aguirre, y Hernando de Montes de Oca, y Juan
de Salamanca, y Diego de Azamar, y un Mantilla, y otro soldado que se
decia Mejía Rapapelo, y Alonso de Grado, y el licenciado Ledesma, y
Luis de Bustamante, y Pedro Castellar, y el capitan Briones, é yo y
otros muchos caballeros é personas de calidad, que si los hubiese aquí
de nombrar á todos, es no acabar tan presto; mas tengan por cierto que
soliamos salir á la plaza á un regocijo é alarde sobre ochenta de á
caballo, que eran más entónces aquellos ochenta que ahora quinientos; y
la causa es esta, que no habia caballos en la Nueva-España, sino pocos
y caros, y no los alcanzaban á comprar sino cual ó cual.
Dejemos desto, y diré cómo repartió Sandoval aquellas provincias y
pueblos en nosotros, despues de las haber enviado á visitar é hacer la
division de la tierra y ver las calidades de todas las poblaciones; y
fueron las provincias que repartió lo que ahora diré.
Primeramente á Guacacualco, Guazpaltepeque é Tepeca é Crinanta é los
zapotecas; é de la otra parte del rio la provincia de Copilco é Cimatan
y Tabasco y las sierras de Cachula, todos los zoqueschas, Tacheapa é
Cinacantan é todos los quilenes, y Papanachasta; y estos pueblos que
he dicho teniamos todos los vecinos que en aquella villa quedamos
poblados en repartimiento, que valiera más que allí yo no me quedara,
segun despues sucedió, la tierra pobre y muchos pleitos que trujimos
con tres villas que despues se poblaron: la una fué la villa rica de
la Veracruz, sobre Guazpaltepeque y Chinanta y Tepeca; la otra con
la villa de Tabasco, sobre Cimatan y Copilco; la otra con Chiapa,
sobre los quilenes y zoques; la otra con Santo Ildefonso, sobre los
zapotecas; porque todas estas villas se poblaron despues que nosotros
poblamos á Guacacualco, y á nos dejar todos los términos que teniamos,
fuéramos ricos; y la causa porque se poblaron estas villas que he dicho
fué, que envió á mandar su majestad que todos los pueblos de indios más
cercanos y en comarca de cada villa le señaló términos; por manera que
de todas partes nos cortaron las faldas, y nos quedamos en blanco, y
á esta causa el tiempo andando, se fué despoblando Guacacualco; y con
haber sido la mejor poblacion y de generosos conquistadores que hubo en
la Nueva-España, es ahora una villa de pocos vecinos.
Volvamos á nuestra relacion; y es, que estando Sandoval entendiendo en
la poblacion de aquella villa y llamando otras provincias de paz, le
vinieron cartas cómo habia entrado un navío en el rio de Aguayalco, que
es puerto, aunque no bueno, que estaba de allí quince leguas, y en él
venia de la isla de Cuba la señora doña Catalina Xuarez la Marcayda,
que así tenia el sobrenombre, mujer que fué de Cortés, y la traia un su
hermano Juan Xuarez, el vecino que fué, el tiempo andando, de Méjico,
y la Zambrana y sus hijos de Villegas, de Méjico, y sus hijas, y aun
la abuela y otras muchas señoras casadas; y aun me parece que entónces
vino Elvira Lopez la Larga, mujer que entónces era de Juan de Palma;
el cual Palma vino con nosotros, que murió ahorcado, que despues esta
Elvira fué mujer de un Arguera; y tambien vino Antonio Dios Dado, el
vecino que fué de Guatimala, y vinieron otros muchos que ya no se me
acuerdan sus nombres.
Y como el Gonzalo de Sandoval lo alcanzó á saber, él en persona, con
todos los más capitanes y soldados, fuimos por aquellas señoras y por
todas las más que traia en su compañía.
É acuérdome que en aquella sazon llovió tanto, que no podiamos ir por
los caminos ni pasar rios ni arroyos, porque venian muy crecidos, que
salieron de madre y habia hecho grandes nortes, y con el mal tiempo,
por no andar al través, entraron con el navío en aquel puerto de
Aguayalco, y la señora doña Catalina Xuarez la Marcayda y toda su
compañía se holgaron con nosotros: luego las trujimos á todas aquellas
señoras y su compañía á nuestra villa de Guacacualco, y lo hizo saber
el Sandoval muy en posta á Cortés de su venida, y las llevó luego
camino de Méjico y fueron acompañándolas el mismo Sandoval y Briones y
Francisco de Lugo y otros caballeros.
Y cuando Cortés lo supo, dijeron que le habia pesado mucho de su
venida, puesto que no lo demostró y les mandó salir á recebir; y en
todos los pueblos les hacian mucha honra hasta que llegaron á Méjico,
y en aquella ciudad hubo regocijos y juego de cañas; y dende á obra de
tres meses que hubieron llegado oimos decir que esta señora murió de
asma.
Y digamos de lo que le acaeció á Villafuerte, el que fué á poblar á
Zacatula, y á un Juan Álvarez Chico, que tambien fué á Colima; y al
Villafuerte le dieron mucha guerra y le mataron ciertos soldados,
y estaba la tierra levantada, que no les querian obedecer ni dar
tributos, y al Juan Álvarez Chico ni más ni ménos; y como lo supo
Cortés, le pesó dello: y como Cristóbal de Olí habia venido de lo
de Mechoacan, y venia rico y la habia dejado en paz, y le pareció á
Cortés que tenia buena mano para ir á asegurar y pacificar aquellas
dos provincias de Zacatula y Colima, acordó de le enviar por capitan,
y le dió quince de á caballo y treinta escopeteros y ballesteros; é
yendo por su camino, ya que llegaba cabe Zacatula, le aguardaron los
naturales de aquella provincia muy gentilmente á un mal paso, y le
mataron dos soldados y le hirieron quince, é todavía les venció, y fué
á la villa donde estaba Villafuerte con los vecinos que en ella estaban
poblados, que no osaban ir á los pueblos que tenian en encomienda,
porque no los acapillasen; y le habian muerto cuatro vecinos en sus
mismos pueblos, porque comunmente en todas las provincias y villas que
se pueblan, á las principales les dan encomenderos, y cuando les piden
tributos se alzan y matan los españoles que pueden; pues cuando el
Cristóbal de Olí vió que ya tenia apaciguada aquella provincia y le
habian venido de paz, fué desde Zacatula á Colima, y hallóla de guerra,
y tuvo con los naturales della ciertos reencuentros y le hirieron
muchos soldados, y al fin los desbarató y quedaron de paz.
El Juan Álvarez Chico, que habia ido por capitan no sé qué se hizo dél;
paréceme que murió en aquella guerra.
Pues como el Cristóbal de Olí hubo pacificado á Colima y le pareció
que estaba de paz, como era casado con una portuguesa hermosa, que
ya he dicho que se decia doña Felipa de Araujo, dió la vuelta para
Méjico, y no se hubo bien vuelto, cuando se tornó á levantar lo de
Colima y Zacatula; y en aquel instante habia llegado á Méjico Gonzalo
de Sandoval con la señora doña Catalina Xuarez Marcayda y con el Juan
Xuarez y todas sus compañías, como ya otra vez dicho tengo en el
capítulo que dello habla; acordó Cortés de enviarle por capitan para
apaciguar aquellas provincias y con muy pocos de á caballo que entónces
le dió y obra de quince ballesteros y escopeteros, conquistadores
viejos, fué á Colima y castigó á dos caciques, y tal maña se dió, que
toda la tierra dejó muy de paz y nunca más se levantó, y se volvió por
Zacatula é hizo lo mismo, y de presto se volvió á Méjico.
Y volvamos á Guacacualco, y digamos cómo luego que se partió Gonzalo
de Sandoval para Méjico con la señora doña Catalina Xuarez se nos
rebelaron todas las más provincias de las que estaban encomendadas á
los vecinos, é tuvimos muy gran trabajo en las tornar á pacificar;
y la primera que se levantó fué Xaltepeque, zapotecas, que estaban
poblados en altas y malas sierras, y tras esto se levantó lo de Cimatan
y Copilco, que estaban entre grandes rios y ciénagas, y se levantaron
otras provincias, y aun hasta doce leguas de la villa hubo pueblos que
mataron á su encomendero, y lo andábamos pacificando con muy grandes
trabajos.
Y estando que estábamos en una entrada con el capitan Luis Marin é un
alcalde ordinario y todos los regidores de nuestra villa, viniéronnos
cartas que habia venido al puerto un navío, y que en él venia Juan
Bono de Quexo, vizcaino, é que habia subido el rio arriba con el
navío, que era pequeño, hasta la villa, é que decia que traia cartas
é provisiones de su majestad para nos notificar que luego fuésemos á
la villa é dejásemos la pacificacion de la provincia; y como aquella
nueva supimos, y estábamos con el teniente Luis Marin, así alcaldes y
regidores fuimos á ver qué queria.
Y despues de nos abrazar y dar el parabien-venidos los unos y los
otros, porque el Juan Bono era muy conocido de cuando vino con Narvaez,
dijo que nos pedia por merced que nos juntásemos en cabildo que nos
queria notificar ciertas provisiones de su majestad y de D. Juan
Rodriguez de Fonseca, Obispo de Búrgos; que traia muchas cartas para
todos.
Y segun pareció, traia el Juan Bono cartas en blanco con la firma del
Obispo; y entre tanto que nos fueron á llamar en la pacificacion donde
estábamos, se informó el Juan Bono quién éramos los regidores, y las
cartas que traia en blanco escribió en ellas palabras de ofrecimientos
que el Obispo nos enviaba si dábamos la tierra á Cristóbal de Tapia,
que el Juan Bono no creyó que era vuelto para la isla de Santo Domingo;
y el Obispo tenia por cierto que no le recebiriamos, é á aquel efeto
envió á Juan Bono con aquellos recaudos; é traia para mí, como regidor,
una carta del mismo Obispo, que escribió el Juan Bono.
Pues ya que habiamos entrado en cabildo y vimos sus despachos y
provisiones, que nunca nos habia querido decir lo que era hasta
entónces, de presto le despachamos con decir que ya el Tapia era vuelto
á Castilla, é que fuese á Méjico, adonde estaba Cortés, é allá le diria
lo que le conviniese; é cuando aquello oyó el Juan Bono, que el Tapia
no estaba en la tierra, se puso muy triste, y otro dia se embarcó, é
fué á la Villa-Rica, é desde allí á Méjico, y lo que allá pasó yo no lo
sé; salvo que oí decir que Cortés le ayudó para la costa y se volvió á
Castilla.
Y dejemos de contar más cosas, que habia bien que decir cómo siempre
que en aquella villa estuvimos nunca nos faltaron trabajos y conquistas
de las provincias que se habian levantado; y volvamos á decir de Pedro
de Albarado cómo le fué en lo de Tutepeque y en su poblacion.


CAPÍTULO CLXI.
CÓMO PEDRO DE ALBARADO FUÉ Á TUTEPEQUE Á POBLAR UNA VILLA, Y LO QUE EN
LA PACIFICACION DE AQUELLA PROVINCIA Y POBLAR LA VILLA LE ACAECIÓ.

Es menester que volvamos algo atrás para dar relacion de esta ida que
fué Pedro de Albarado á poblar á Tutepeque; y es así, que como se ganó
la ciudad de Méjico, y se supo en todas las comarcas y provincias que
una ciudad tan fuerte estaba por el suelo, enviaban á dar el parabien
de la vitoria á Cortés, y á ofrecerse por vasallos de su majestad; y
entre muchos grandes pueblos que en aquel tiempo vinieron, fué uno que
se dice Tutepeque, zapotecas, y trajeron un presente de oro á Cortés,
y dijéronle que estaban otros pueblos algo apartados que se decian
Tutepeque, muy enemigos suyos, é que les venian á dar guerra porque
habian enviado los de Guantepeque á dar la obediencia á su majestad,
y que estaban en la costa del sur, y que era gente muy rica, así de
oro que tenian en joyas, como de minas; y le demandaron á Cortés con
mucha importunacion les diesen hombres de á caballo y escopeteros
y ballesteros para ir contra sus enemigos; é Cortés les habló muy
amorosamente, y les dijo que queria enviar con ellos al Tonatio, que
así le llamaban al Pedro de Albarado; y dijo á fray Bartolomé que fuese
con Albarado, y luego le dió sobre ciento y ochenta soldados, y entre
ellos treinta y cinco de á caballo, y le mandó que en la provincia de
Guaxaca, donde estaba un Francisco de Orozco por capitan, pues estaba
de paz aquella provincia, que le demandase otros veinte soldados, y los
más dellos ballesteros.
Y así como le fué mandado, ordenó su partida, y salió de Méjico el año
de 22; é mandóle Cortés que luego fuese é viese ciertos peñoles que
decian que estaban alzados, y entónces todo lo halló de paz y de buena
voluntad, y tardó más de cuarenta dias en llegar á Tutepeque; y el
señor dél y todos los principales, desque supieron que estaban ya cerca
de su pueblo, le salieron á recebir de paz, y les llevaron á aposentar
en lo más poblado del pueblo, adonde el cacique tenia sus adoratorios
y sus grandes aposentos, y estaban las casas muy juntas unas de otras
y son de paja; porque en aquella provincia no tenian azuteas, porque
es tierra muy caliente; y dijo fray Bartolomé á Albarado, con sus
capitanes y soldados, que no era bien aposentarse en aquellas casas tan
juntas unas de otras, porque si ponian fuego no se podrian valer; y
parecióle bien el consejo á Albarado, y fué acordado que se fuesen en
cabo del pueblo; y como fué aposentado, el cacique le llevó muy grandes
presentes de oro y bien de comer, y cada dia que allí estuvieron le
llevó presentes muy ricos de oro; y como el Albarado vido que tanto
oro tenian, le mandó hacer unas estriberas de oro fino, de la manera
de otras que le dió para que por ellas las hiciese, y se las trajeron
hechas; y dende á pocos dias echó preso al cacique porque le dijeron
los de Teguantepeque al Pedro de Albarado que le queria dar guerra toda
aquella provincia, é que cuando le aposentaron entre aquellas casas
donde estaban los ídolos y aposentos, que era por les quemar é que allí
muriesen todos; y á esta causa le echó preso.
Otros españoles de fe y de creer dijeron que por sacalle mucho oro, é
sin justicia murió en las prisiones; ahora sea lo uno ó lo otro, aquel
cacique dió á Pedro de Albarado más de treinta mil pesos, y murió de
enojo y de la prision; y aunque fray Bartolomé de Olmedo le animaba y
consolaba, no bastó para que no se muriese encorajado y de pesar; é
quedó á un su hijo el cacicazgo, y le sacó Albarado mucho más oro que
al padre; y luego envió á visitar los pueblos de la comarca, y los
repartió entre los vecinos, y pobló una villa que se puso por nombre
Segura, porque los más vecinos que allí poblaron habian sido de ántes
vecinos de Segura de la Frontera, que era Tepeaca.
Y como esto tuvo hecho, y tenia ya llegado buena suma de pesos de oro,
y se lo llevaba á Méjico para dar á Cortés; y tambien le dijeron que
Cortés le escribió que todo el oro que pudiese haber, que lo trajese
consigo para enviar á su majestad, por causa que habian robado los
franceses lo que habian enviado con Alonso de Ávila é Quiñones, é que
no diese parte ninguna dello á ningun soldado de los que tenia en
su compañía; é ya que el Albarado queria partir para Méjico, tenian
hecha ciertos soldados una conjuracion, y los más dellos ballesteros
y escopeteros, de matar otro dia á Pedro de Albarado y á sus hermanos
porque les llevaban el oro sin dar partes, y aunque se las pedian
muchas veces, no se lo quiso dar, y porque no les daba buenos
repartimientos de indios; y esta conjuracion, si no se lo descubriera á
fray Bartolomé de Olmedo un soldado que se decia Trebejo, que era en la
misma trama, aquella noche que venia habian de dar en ellos; y como el
Albarado lo supo del fraile, que se lo dijo á hora de vísperas, yendo á
caballo á caza por unas cabañas, é iban en su compañía á caballo de los
que entraban en la conjuracion, para disimular con ellos dijo:
—«Señores, á mí me ha dado dolor de costado; volvamos á los aposentos,
y llámenme un barbero que me haga sangre.»
Y como volvió, envió á llamar á sus hermanos Jorge y Gonzalo Gomez,
todos Albarados, é á los alcaldes y alguaciles, y prenden los que
eran en la conjuracion, y por justicia ahorcaron á dos dellos, que se
decia el uno Fulano de Salamanca, natural del Condado, que habia sido
piloto, é á otro que se decia Bernardo Levantisco, y murieron como
buenos cristianos, que el fray Bartolomé trabajó mucho con ellos; y
con estos dos apaciguó los demás, y luego se fué para Méjico con todo
el oro, y dejó poblada la villa; y cuando los vecinos que en ella
quedaron vieron que los repartimientos que les daban no eran buenos, y
la tierra doliente y muy calurosa, é habian adolecido muchos dellos, é
las naborías é esclavos que llevaban se les habian muerto, y aun muchos
murciélagos y mosquitos y aun chinches, y sobre todo, que el oro no lo
repartió el Albarado entre ellos y se lo llevó, acordaron de quitarse
de mal ruido y despoblar la villa, y muchos dellos se vinieron á Méjico
y otros á Guaxaca é á Guatimala, y se derramaron por otras partes; y
cuando Cortés lo supo, envió á hacer pesquisa sobre ello, y hallóse
que por los alcaldes y regidores en el cabildo se concertó que se
despoblasen, y sentenciaron á los que fueron en ello á pena de muerte;
mas el fray Bartolomé pidió á Cortés que no los ahorcase, y eso con
mucho ahinco; y así, fué despues la pena un destierro; y desta manera
sucedió en lo de Tutepeque, que jamás nunca se pobló, y aunque era
tierra rica, por ser doliente; y como los naturales de aquella tierra
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