Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 03

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estaba, y con mucho acato dijo:
—«Señor capitan Narvaez, ya he suplicado á vuestra merced que no se
consienta que se digan palabras tales como estas que dicen de Cortés
ni de ninguno de los que con él estamos, porque verdaderamente son mal
dichas, decir mal de nosotros, que tan lealmente hemos servido á su
majestad.»
Y el Diego Velazquez respondió que eran bien dichas, y pues volvia por
un traidor, que traidor debia de ser y otro tal como él, y que no era
de los Velazquez buenos; y el Juan Velazquez, echando mano á su espada,
dijo que mentia; que era mejor caballero que no él, y de los buenos
Velazquez, mejores que no él ni su tio, y que se lo haria conocer si
el señor capitan Narvaez les daba licencia; y como habia allí muchos
capitanes, ansí de los de Narvaez y algunos de los de Cortés, se
metieron en medio, que de hecho le iba á dar el Juan Velazquez una
estocada; y aconsejaron al Narvaez que luego le mandase salir de su
real, ansí á él como al padre fray Bartolomé de Olmedo é á Juan del
Rio; porque á lo que sentian, no hacian provecho ninguno, y luego sin
más dilacion les mandaron que se fuesen; y ellos, que no veian la hora
de verse en nuestro real, lo pusieron por obra.
É dicen que el Juan Velazquez yendo á caballo en su buena yegua y su
cota puesta, que siempre andaba con ella y con su capacete y gran
cadena de oro, se fué á despedir del Narvaez, y estaba allí con el
Narvaez, el mancebo Diego Velazquez, el de la brega, y dijo al Narvaez:
—«¿Qué manda vuestra merced para nuestro Real?»
Y respondió el Narvaez, muy enojado, que se fuese, é que valiera más
que no hubiera venido; y dijo el mancebo Diego Velazquez palabras de
amenaza é injuriosas á Juan Velazquez y le respondió á ellas el Juan
Velazquez de Leon que es grande su atrevimiento, y digno de castigo por
aquellas palabras que le dijo; y echándose mano á la barba, le dijo:
—«Para estas, que yo vea ántes de muchos dias si vuestro esfuerzo es
tanto como vuestro hablar.»
Y como venian con el Juan Velazquez seis ó siete de los del real de
Narvaez, que ya estaban convocados por Cortés, que le iban á despedir,
dicen que trabaron dél como enojados, y le dijeron:
—«Váyase ya y no cure de más hablar.»
Y así se despidieron, y á buen andar de sus caballos se van para
nuestro real, porque luego le avisaron á Juan Velazquez que el Narvaez
los queria prender y apercebia muchos de á caballo que fuesen tras
ellos; é viniendo su camino, nos encontraron al rio que dicho tengo,
que está ahora cabe la Veracruz; y estando que estábamos en el rio por
mí ya nombrado, teniendo la siesta, porque en aquella tierra hace mucho
calor y muy recia; porque, como caminábamos con todas nuestras armas á
cuestas y cada uno con una pica, estábamos cansados; y en este instante
vino uno de nuestros corredores del campo á dar mandado á Cortés que
vian venir buen rato de allí dos ó tres personas de á caballo, y luego
presumimos que serian nuestros embajadores Juan Velazquez de Leon
y fray Bartolomé de Olmedo y Juan del Rio; y como llegaron adonde
estábamos, ¡qué regocijos y alegrías tuvimos todos! Y Cortés, ¡cuántas
caricias y buenos comedimientos hizo al Juan Velazquez y á fray
Bartolomé de Olmedo! Y tenia razon, porque le fueron muy servidores;
y allí contó el Juan Velazquez paso por paso todo lo atrás por mí
dicho que les acaeció con Narvaez, y cómo envió secretamente á dar las
cadenas y tejuelos de oro á las personas que Cortés mandó.
Pues oir de nuestro fraile, como era muy regocijado, sabíalo muy bien
representar, cómo se hizo muy servidor del Narvaez, y que por hacer
burla dél le aconsejó que hiciese el alarde y sacase su artillería, y
con qué astucia y mañas le dió la carta; pues cuando contaba lo que le
acaeció con el Salvatierra y se le hizo muy pariente, siendo el fraile
de Olmedo y el Salvatierra adelante de Búrgos, y de los fieros que le
decia el Salvatierra que habia de hacer y acontecer en prendiendo á
Cortés y á todos nosotros, y aun se le quejó de los soldados que le
hurtaron su caballo y el de otro capitan; y todos nosotros nos holgamos
de lo oir, como si fuéramos á bodas y regocijo, y sabiamos que otro dia
habiamos de estar en batalla; y que habiamos de vencer ó morir en ella,
siendo como hermanos, ducientos y sesenta y seis soldados, y los de
Narvaez cinco veces más que nosotros.
Volvamos á nuestra relacion, y es que luego caminamos todos para
Cempoal, y fuimos á dormir á un riachuelo, adonde está ahora una
estancia de vacas.
Y dejallo he aquí, y diré lo que se hizo en el real de Narvaez despues
que vinieron el Juan Velazquez y el fraile y Juan del Rio, y luego
volveré á contar lo que hicimos en nuestro real, porque en un instante
acontecen dos ó tres cosas, y por fuerza he de dejar las unas por
contar lo que más viene á propósito desta relacion.


CAPÍTULO CXXI.
DE LO QUE SE HIZO EN EL REAL DE NARVAEZ DESPUES QUE DE ALLÍ SALIERON
NUESTROS EMBAJADORES.

Pareció ser que como se vinieron el Juan Velazquez y el fraile é Juan
del Rio, dijeron al Narvaez sus capitanes que en su real sentian que
Cortés habia enviado muchas joyas de oro, y que tenia de su parte
amigos en el mismo real, y que seria bien estar muy apercebido y avisar
á todos sus soldados que estuviesen con sus armas y caballos prestos; y
demás desto, el cacique gordo, otras veces por mí nombrado, temia mucho
á Cortés, porque habia consentido que Narvaez tomase las mantas y oro
é indias que le tomó; y siempre espiaba sobre nosotros en qué parte
dormiamos, por qué camino veniamos, porque así se lo habia mandado por
fuerza el Narvaez; y como supo que ya llegábamos cerca de Cempoal, le
dijo al Narvaez el cacique gordo:
—«¿Qué haceis, que estais muy descuidado? ¿Pensais que Malinche y los
teules que trae consigo que son así como vosotros? Pues yo os digo que
cuando no os catáredes será aquí y os matará.»
Y aunque hacian burla de aquellas palabras que el cacique gordo les
dijo, no dejaron de se apercebir, y la primer cosa que hicieron fué
pregonar guerra contra nosotros á fuego y sangre y á toda ropa franca;
lo cual supimos de un soldado que llamaban el Galleguillo, que se
vino huyendo aquella noche del real de Narvaez, ó le envió el Andrés
de Duero, y dió aviso á Cortés de lo del pregon y de otras cosas que
convino saber.
Volvamos á Narvaez, que luego mandó sacar toda su artillería y los de
á caballo, escopeteros y ballesteros y soldados á un campo, obra de un
cuarto de legua de Cempoal, para allí nos aguardar y no dejar ninguno
de nosotros que no fuese muerto ó preso; y como llovió mucho aquel dia,
estaban ya los de Narvaez hartos de estar aguardándonos al agua; y
como no estaban acostumbrados á aguas ni trabajos, y no nos tenian en
nada sus capitanes, le aconsejaron que se volviesen á los aposentos, y
que era afrenta estar allí, como estaban, aguardando á dos ó tres, y
es que decian que éramos, y que asestase su artillería delante de sus
aposentos, que era diez y ocho tiros gruesos, y que estuviesen toda
la noche cuarenta de á caballo esperando en el camino por do habiamos
de venir á Cempoal, y que tuviese al paso del rio, que era por donde
habiamos de pasar, sus espías, que fuesen buenos hombres de á caballo y
peones ligeros para dar mandado, y que en los patios de los aposentos
de Narvaez anduviesen toda la noche veinte de á caballo; y este
concierto que le dieron fué por hacelle volver á los aposentos; y más
le decian sus capitanes:
—«Pues ¡cómo, Señor! ¿Por tal tiene á Cortés, que se ha de atrever con
unos gatos que tiene á venir á este real, por el dicho deste indio
gordo? No lo crea vuestra merced, sino que echa aquellas algaradas y
muestras de venir porque vuestra merced venga á buen concierto con él.»
Por manera que así como dicho tengo se volvió Narvaez á su real, y
despues de vuelto, públicamente prometió que quien matase á Cortés ó
á Gonzalo de Sandoval que le daria dos mil pesos; y luego puso espías
al rio á un Gonzalo Carrasco, que vive ahora en la Puebla, y al otro
que se decia Fulano Hurtado; el nombre y apellido y señal secreta que
dió cuando batallasen contra nosotros en su real habia de ser Santa
María, Santa María; y demás deste concierto que tenian hecho, mandó
Narvaez que en su aposento durmiesen muchos soldados, así escopeteros
como ballesteros, y otros con partesanas, y otros tantos mandó que
estuviesen en el aposento del veedor Salvatierra, y Gamarra, y del Juan
Bono.
Ya he dicho el concierto que tenia Narvaez en su real, y volveré á
decir la órden que se dió en el nuestro.


CAPÍTULO CXXII.
DEL CONCIERTO Y ÓRDEN QUE SE DIÓ EN NUESTRO REAL PARA IR CONTRA
NARVAEZ, Y EL RAZONAMIENTO QUE CORTÉS NOS HIZO, Y LO QUE RESPONDIMOS.

Llegados que fuimos al riachuelo que ya he dicho, que estará obra de
una legua de Cempoal, y habia allí unos buenos prados, despues de
haber enviado nuestros corredores del campo, personas de confianza,
nuestro capitan Cortés á caballo nos envió á llamar, así á capitanes
como á todos los soldados, y de que nos vió juntos dijo que nos pedia
por merced que callásemos; y luego comenzó un parlamento por tan lindo
estilo y plática, tan bien dichas cierto otras palabras más sabrosas y
llenas de ofertas, que yo aquí no sabré escribir; en que nos trajo á la
memoria desde que salimos de la isla de Cuba, con todo lo acaecido por
nosotros hasta aquella sazon, y nos dijo:
—«Bien saben vuestras mercedes que Diego Velazquez, gobernador de
Cuba, me eligió por capitan general, no porque entre vuestras mercedes
no habia muchos caballeros que eran merecedores dello; y saben que
creisteis que veniamos á poblar, y así se publicaba y pregonó; y segun
han visto, enviaba á rescatar; y saben lo que pasamos sobre que me
queria volver á la isla de Cuba á dar cuenta á Diego Velazquez del
cargo que me dió, conforme á su instruccion; pues vuestras mercedes
me mandastes y requeristes que poblásemos esta tierra en nombre de su
majestad, como, gracias á nuestro Señor, la tenemos poblada, y fué cosa
cuerda; y demás desto, me hicistes vuestro capitan general y justicia
mayor della, hasta que su majestad otra cosa sea servido mandar.
»Como ya he dicho, entre algunos de vuestras mercedes hubo algunas
pláticas de tornar á Cuba, que no lo quiero más declarar, pues á manera
de decir, ayer pasó, y fué muy santa y buena nuestra quedada, y hemos
hecho á Dios y á su majestad gran servicio, que esto claro está; ya
saben lo que prometimos en nuestras cartas á su majestad, despues de
le haber dado cuenta y relacion de todos nuestros hechos, que punto no
quedó, é que aquesta tierra es de la manera que hemos visto y conocido
della, que es cuatro veces mayor que Castilla, y de grandes pueblos
y muy rica de oro y minas, y tiene cerca otras provincias; y cómo
enviamos á suplicar á su majestad que no la diese en gobernacion ni de
otra cualquiera manera á persona ninguna; y porque creiamos y teniamos
por cierto que el Obispo de Búrgos don Juan Rodriguez de Fonseca, que
era en aquella sazon presidente de Indias y tenia mucho mando, que
la demandaria á su majestad para el Diego Velazquez ó algun pariente
ó amigo del Obispo, porque esta tierra es tal y tan buena para dar
á un Infante ó gran señor, que teniamos determinado de no dalle á
persona ninguna hasta que su majestad oyese á nuestros procuradores, y
nosotros viésemos su Real firma, é vista, que con lo que fuere servido
mandar los pechos por tierra; y con las cartas ya sabian que enviamos
y servimos á su majestad con todo el oro y plata, joyas é todo cuanto
teniamos habido.»
Y más dijo:
—«Bien se les acordará, señores, cuántas veces hemos llegado á punto
de muerte en las guerras y batallas que hemos habido. Pues no hay que
traellas á la memoria, que acostumbrados estamos de trabajos y aguas y
vientos y algunas veces hambres, y siempre traer las armas á cuestas y
dormir por los suelos, así nevando como lloviendo, que si miramos en
ello, los cueros tenemos ya curtidos de los trabajos.
»No quiero decir de más de cincuenta de nuestros compañeros que nos
han muerto en las guerras, ni de todos vuestras mercedes como estais
entrapajados y mancos de heridas que aun están por sanar; pues que les
queria traer á la memoria los trabajos que trajimos por la mar y las
batallas de Tabasco, y los que se hallaron en lo de Almería y lo de
Cingapacinga, y cuántas veces por las sierras y caminos nos procuraban
quitar las vidas.
»Pues en las batallas de Tlascala en qué punto nos pusieron y cuáles
nos traian; pues la de Cholula ya tenian puestas las ollas para comer
nuestros cuerpos; pues á la subida de los puertos no se les habia
olvidado los poderes que tenia Montezuma para no dejar ninguno de
nosotros, y bien vieron los caminos todos llenos de pinos y árboles
cortados; pues los peligros de la entrada y estada en la gran ciudad
de Méjico, cuántas veces teniamos la muerte al ojo, ¿quién los podrá
ponderar? Pues vean los que han venido de vuestras mercedes dos veces
primero que no yo, la una con Francisco Hernandez de Córdoba y la otra
con Juan de Grijalva, los trabajos, hambres y sedes, heridas y muertes
de muchos soldados que en descubrir aquestas tierras pasastes, y todo
lo que en aquellos dos viajes habeis gastado de vuestras haciendas.»
Y dijo que no queria contar otras muchas cosas que tenia por decir por
menudo, y no habria tiempo para acaballo de platicar, porque era tarde
y venia la noche; y más dijo:
—«Digamos ahora, señores: Pánfilo de Narvaez viene contra nosotros con
mucha rabia y deseo de nos haber á las manos, y no habian desembarcado,
y nos llamaban de traidores y malos; y envió á decir al gran Montezuma,
no palabras de sábio capitan, sino de alborotador; y demás desto, tuvo
atrevimiento de prender á un oidor de su majestad, que por sólo este
delito es digno de ser castigado. Ya habrán oido cómo han pregonado en
su real guerra contra nosotros á ropa franca, como si fuéramos moros.»
Y luego, despues de haber dicho esto Cortés, comenzó á sublimar
nuestras personas y esfuerzos en las guerras y batallas pasadas, y
que entónces peleábamos por salvar nuestras vidas, y que ahora hemos
de pelear con todo vigor por vida y honra, pues nos vienen á prender
y echar de nuestras casas y robar nuestras haciendas; y demás desto,
que no sabemos si trae provisiones de nuestro Rey y señor, salvo
favores del Obispo de Búrgos, nuestro contrario; y si por ventura
caemos debajo de sus manos de Narvaez (lo cual Dios no permita),
todos nuestros servicios, que hemos hecho á Dios primeramente y á su
majestad, tornarán en deservicios, y harán procesos contra nosotros, y
dirán que hemos muerto y robado y destruido la tierra, donde ellos son
los robadores y alborotadores y deservidores de nuestro Rey y señor;
dirán que le han servido, y pues vemos por los ojos todo lo que he
dicho, y como buenos caballeros somos obligados á volver por la honra
de su majestad y por las nuestras, y por nuestras casas y haciendas;
y con esta intencion salí de Méjico, teniendo confianza en Dios y
de nosotros; que todo lo ponia en las manos de Dios primeramente, y
despues en las nuestras; que veamos lo que nos parece.»
Entónces respondimos, y tambien juntamente con nosotros Juan Velazquez
de Leon y Francisco de Lugo y otros capitanes, que tuviese por cierto
que, mediante Dios, habiamos de vencer ó morir sobre ello, y que mirase
no le convenciesen con partidos, porque si alguna cosa hacia fea, le
dariamos de estocadas.
Entónces, como vió nuestras voluntades, se holgó mucho, y dijo que con
aquella confianza venia; y allí hizo muchas ofertas y prometimientos
que seriamos todos muy ricos y valerosos.
Hecho esto, tornó á decir que nos pedia por merced que callásemos, y
que en las guerras y batallas es menester más prudencia y saber para
bien vencer los contrarios, que no demasiada osadía; y que porque tenia
conocido de nuestros grandes esfuerzos que por ganar honra cada uno
de nosotros se queria adelantar de los primeros á encontrar con los
enemigos, que fuésemos puestos en ordenanza y capitanías; y para que la
primera cosa que hiciésemos fuese tomalles el artillería, que eran diez
y ocho tiros que tenian asestados delante de sus aposentos de Narvaez,
mandó que fuese por capitan suyo de Cortés uno que se decia Pizarro,
que ya he dicho otras veces que en aquella sazon no habia fama de Perú
ni Pizarros, que no era descubierto; y era el Pizarro suelto mancebo,
y le señaló sesenta soldados mancebos, y entre ellos me nombraron á
mí; y mandó que, despues de tomada el artillería, acudiésemos todos á
los aposentos de Narvaez, que estaba en un muy alto cu; y para prender
á Narvaez señaló por capitan á Gonzalo de Sandoval con otros sesenta
compañeros; y como era alguacil mayor, le dió un mandamiento que decia
así:
«Gonzalo de Sandoval, alguacil mayor desta Nueva-España por su
majestad, yo os mando que prendais el cuerpo de Pánfilo de
Narvaez, é si se os defendiere, matadle, que así conviene al
servicio de Dios y de su majestad, y le prendió á un oidor. Dado
en este real.» y la firma, Hernando Cortés, y refrendado de su
secretario Pedro Hernandez.
Y despues de dado el mandamiento, prometió que al primer soldado que
le echase la mano le daria tres mil pesos, y al segundo dos mil, y al
tercero mil; y dijo que aquello que prometia que era para guantes, que
bien viamos la riqueza que habia entre nuestras manos; y luego nombró á
Juan Velazquez de Leon para que prendiese á Diego Velazquez, con quien
habia tenido la brega, y le dió otros sesenta soldados.
Narvaez estaba en su fortaleza é altos cues, y el mismo Cortés por
sobresaliente con otros veinte soldados para acudir adonde más
necesidad hubiese, y donde él tenia el pensamiento de asistir era para
prender á Narvaez y á Salvatierra; pues ya dadas las copias á los
capitanes, como dicho tengo, dijo:
—«Bien sé que los de Narvaez son por cuatro veces más que nosotros;
mas ellos no son acostumbrados á las armas, y como están la mayor
parte dellos mal con su capitan, y muchos dolientes, les tomaremos
de sobresalto; tengo pensamiento que Dios nos dará vitoria, que no
porfiarán mucho en su defensa, porque más bienes les haremos nosotros
que no su Narvaez; así, señores, pues nuestra vida y honra está,
despues de Dios, en vuestros esfuerzos é vigorosos brazos, no tengo
más que os pedir por merced ni traer á la memoria sino que en esto está
el toque de nuestras honras y famas para siempre jamás; y más vale
morir por buenos que vivir afrentados.»
Y porque en aquella sazon llovia y era tarde no dijo más.
Una cosa he pensado despues acá, que jamás nos dijo tengo tal concierto
en el real hecho, ni Fulano ni Zutano es en nuestro favor, ni cosa
ninguna destas, sino que peleásemos como varones; y esto de no decirnos
que tenia amigos en el real de Narvaez fué de muy cuerdo capitan,
que por aquel efeto no dejásemos de batallar como esforzados, y no
tuviésemos esperanza en ellos, sino, despues de Dios, en nuestros
grandes ánimos.
Dejemos desto, y digamos cómo cada uno de los capitanes por mí
nombrados estaban con los soldados señalados, poniéndose esfuerzo unos
á otros.
Pues mi capitan Pizarro, con quien habiamos de tomar la artillería, que
era la cosa de más peligro, y habiamos de ser los primeros que habiamos
de romper hasta los tiros, tambien decia con mucho esfuerzo cómo
habiamos de entrar y calar nuestras picas hasta tener la artillería en
nuestro poder, y cuando se la hubiésemos tomado, que con ella misma
mandó á nuestros artilleros, que se decian Mesa y el siciliano Aruega,
que con las pelotas que estuviesen por descargar se diese guerra á los
del aposento de Salvatierra.
Tambien quiero decir la gran necesidad que teniamos de armas, que por
un peto ó capacete ó casco ó babera de hierro diéramos aquella noche
cuanto nos pidieran por ello y todo cuanto habiamos ganado; y luego
secretamente nos nombraron el apellido que habiamos de tener estando
batallando, que era Espíritu Santo, Espíritu Santo; que esto se suele
hacer secreto en las guerras porque se conozcan y apelliden por el
nombre, que no lo sepan unos contrarios de otros; y los de Narvaez
tenian su apellido y voz Santa María, Santa María.
Ya hecho todo esto, como yo era gran amigo y servidor del capitan
Sandoval, me dijo aquella noche que me pedia por merced que cuando
hubiésemos tomado el artillería, si quedaba con la vida, siempre me
hablase con él y le siguiese; é yo le prometí, é así lo hice, como
adelante verán.
Digamos ahora en qué se entendió un rato de la noche, sino en aderezar
y pensar en lo que teniamos por delante, pues para cenar no teniamos
cosa ninguna; y luego fueron nuestros corredores del campo, y se puso
espías y velas á mí y á otros dos soldados, y no tardó mucho, cuando
viene un corredor del campo á me preguntar que si he sentido algo, é yo
dije que no; y luego vino un cuadrillero, y dijo que el Galleguillo que
habia venido del real de Narvaez no parecia, y que era espía echada del
Narvaez; é que mandaba Cortés que luego marchásemos camino de Cempoal,
é oimos tocar nuestro pífaro y atambor, y los capitanes apercibiendo
sus soldados, y comenzamos á marchar; y al Galleguillo hallaron
debajo de unas mantas durmiendo; que, como llovió y el pobre no era
acostumbrado á estar al agua ni frios, metióse allí á dormir.
Pues yendo nuestro paso tendido, sin tocar pífaro ni atambor, que
luego mandó Cortés que no tocasen, y nuestros corredores del campo
descubriendo la tierra, llegamos al rio, donde estaban las espías de
Narvaez, que ya he dicho que se decian Gonzalo Carrasco é Hurtado, y
estaban descuidados, que tuvimos tiempo de prender al Carrasco, y el
otro fué dando voces al real de Narvaez y diciendo:
—«Al arma, al arma, que viene Cortés.»
Acuérdome que cuando pasábamos aquel rio, como llovia, venia un poco
hondo, y las piedras resbalaban algo, y como llevábamos á cuestas las
picas y armas, nos hacia mucho estorbo; y tambien me acuerdo cuando se
prendió á Carrasco decia á Cortés á grandes voces:
—«Mira, señor Cortés, no vayas allá; que juro á tal que está Narvaez
esperándoos en el campo con todo su ejército.»
Y Cortés le dió en guarda á su secretario Pedro Hernandez; y como vimos
que el Hurtado fué á dar mandado, no nos detuvimos cosa, sino que el
Hurtado iba dando voces y mandando dar al arma, y el Narvaez llamando
sus capitanes, y nosotros calando nuestras picas y cerrando con su
artillería, todo fué uno, que no tuvieron tiempo sus artilleros de
poner fuego sino á cuatro tiros, y las pelotas algunas dellas pasaron
por alto, é una dellas mató á tres de nuestros compañeros.
Pues en este instante llegaron todos nuestros capitanes, tocando al
arma nuestro pífaro y atambor; y como habia muchos de los de Narvaez á
caballo, detuviéronse un poco con ellos, porque luego derrocaron seis ó
siete dellos.
Pues nosotros los que tomamos el artillería no osábamos desampararla,
porque el Narvaez desde su aposento nos tiraba saetas y escopetas; y en
aquel instante llegó el capitan Sandoval y sube de presto las gradas
arriba, y por mucha resistencia que le ponia el Narvaez y le tiraban
saetas y escopetas y con partesanas y lanzas, todavía las subió él y
sus soldados; y luego como vimos los soldados que ganamos el artillería
que no habia quien nos la defendiese, se la dimos á nuestros artilleros
por mí nombrados, y fuimos muchos de nosotros y el capitan Pizarro á
ayudar al Sandoval, que les hacian los de Narvaez venir seis ó siete
gradas abajo retrayéndose, y con nuestra llegada tornó á las subir, y
estuvimos buen rato peleando con nuestras picas, que eran grandes; y
cuando no me cato oimos voces del Narvaez, que decia:
—«Santa María, váleme; que muerto me han y quebrado un ojo;»
Y cuando aquello oimos, luego dimos voces:
—«Vitoria, vitoria por los del nombre del Espíritu Santo; que muerto es
Narvaez.»
Y con todo esto no les pudimos entrar en el cu donde estaban hasta
que un Martin Lopez, el de los bergantines, como era alto de cuerpo,
puso fuego á las pajas del alto cu, y vinieron todos los de Narvaez
rodando las gradas abajo; entónces prendimos á Narvaez, y el primero
que le echó mano fué un Pero Sanchez Farfan, é yo se lo dí al Sandoval
y á otros capitanes del mismo Narvaez que con él estaban todavía dando
voces y apellidando:
—«Viva el Rey, viva el Rey, y en su Real nombre Cortés; vitoria,
vitoria; que muerto es Narvaez.»
Dejemos este combate, é vamos á Cortés y á los demás capitanes que
todavía estaban batallando cada uno con los capitanes del Narvaez
que aún no se habian dado, porque estaban en muy altos cues, y con
los tiros que les tiraban nuestros artilleros y con nuestras voces,
é muerte del Narvaez, como Cortés era muy avisado, mandó de presto
pregonar que todos los de Narvaez se vengan luego á someter debajo de
la bandera de su majestad, y de Cortés en su Real nombre, so pena de
muerte; y aun con todo esto no se daban los de Diego Velazquez el mozo
ni los de Salvatierra, porque estaban en muy altos cues y no les podian
entrar; hasta que Gonzalo de Sandoval fué con la mitad de nosotros los
que con él entramos, y se prendieron así al Salvatierra como los que
con él estaban, y al Diego Velazquez el mozo; y luego Sandoval vino
con todos nosotros los que fuimos en prender al Narvaez á ponelle más
en cobro, puesto que le habiamos echado dos pares de grillos, y cuando
Cortés y el Juan Velazquez y el Ordás tuvieron presos á Salvatierra y
al Diego Velazquez el mozo y á Gamarra y á Juan Yuste y á Juan Bono,
vizcaino, y á otras personas principales, vino Cortés desconocido,
acompañado de nuestros capitanes, adonde teniamos á Narvaez, y con el
calor que hacia grande, y como estaba cargado con las armas é andaba
de una parte á otra apellidando á nuestros soldados y haciendo dar
pregones, venia muy sudando y cansado, y tal, que no le alcanzaba un
huelgo á otro, é dijo á Sandoval dos veces, que no lo acertaba á decir
del trabajo que traia, é dijo:
—«¿Qué es de Narvaez? ¿Qué es de Narvaez?»
É dijo Sandoval:
—«Aquí está, aquí está, é á muy buen recaudo.»
Y tornó Cortés á decir muy sin huelgo:
—«Mirá, hijo Sandoval, que no os quiteis dél vos y vuestros compañeros,
no se os suelte miéntras yo voy á entender en otras cosas; é mirad
estos capitanes que con él teneis presos que en todo haya recaudo.»
Y luego se fué, y mandó dar otros pregones que, so pena de muerte, que
todos los de Narvaez luego en aquel punto se vengan á someter debajo
de la bandera de su majestad, y en su Real nombre de Hernando Cortés,
su capitan general y justicia mayor, é que ninguno trajese ningunas
armas, sino que todos las diesen y entregasen á nuestros alguaciles; y
todo esto era de noche, que no amanecia, y aun llovia de rato en rato,
y entónces salia la luna, que cuando allí llegamos hacia muy escuro y
llovia, y tambien la escuridad ayudó; que, como hacia tan escuro, habia
muchos cucuyos (así los llaman en Cuba), que relumbraban de noche, é
los de Narvaez creyeron que eran mechas de las escopetas.
Dejemos esto, y pasemos adelante: que, como el Narvaez estaba muy
mal herido y quebrado el ojo, demandó licencia á Sandoval para que
un cirujano que traia en su armada, que se decia maestre Juan, le
curase el ojo á él y otros capitanes que estaban heridos, y se la
dió, y estándole curando llegó allí cerca Cortés disimulando, que no
lo conociesen, á le ver curar; dijéronle al Narvaez que estaba allí
Cortés, y como se lo dijeron, dijo el Narvaez:
—«Señor capitan Cortés, tené en mucho esta vitoria que de mí habeis
habido y en tener presa mi persona.»
Y Cortés le respondió que daba muchas gracias á Dios, que se la dió, y
por los esforzados caballeros y compañeros que tenia, que fueron parte
para ello. É que una de las menores cosas que en la Nueva-España ha
hecho es prendelle y desbaratalle; y que si le ha parecido bien tener
atrevimiento de prender á un oidor de su majestad.
Y cuando hubo dicho esto se fué de allí, que no le habló más, y mandó
á Sandoval que le pusiese buenas guardas, y que él no se quitase dél
con personas de recaudo; ya le teniamos echado dos pares de grillos
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