Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 16

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Dios por todo, amen.
Y como aquello fué hecho, se fué con los bergantines hácia Cuyoacoan,
adonde estaba asentado el Real de Cristóbal de Olí, y peleó con muchos
escuadrones mejicanos que le esperaban en partes peligrosas, creyendo
de tomarle los bergantines; y como le daban mucha guerra desde las
canoas que estaban en la laguna y desde unas torres de ídolos, mandó
sacar de los bergantines cuatro tiros, y con ellos daba guerra, y
mataba y heria muchos indios; y tanta priesa tenian los artilleros,
que por descuido se les quemó la pólvora, y aun se chamuscaron algunos
dellos las caras y manos; y luego despachó Cortés un bergantin muy
ligero á Iztapalapa al real de Sandoval para que trajesen toda la
pólvora que tenia, y le escribió que de allí donde estaba no se mudase.
Dejemos á Cortés, que siempre tenia rebatos de mejicanos, hasta que se
juntó en el real de Cristóbal de Olí, y en dos dias que allí estuvo
siempre le combatian muchos contrarios; y porque yo en aquella sazon
estaba en lo de Tacuba con Pedro de Albarado, diré lo que hicimos en
nuestro real; y es que, como sentimos que Cortés andaba por la laguna,
entramos por nuestra calzada adelante y con gran concierto, y no
como la primera vez, y les llegamos á la puente, y los ballesteros y
escopeteros con mucho concierto, tirando unos y armando otros, y á los
de á caballo les mandó Pedro de Albarado que no entrasen con nosotros
entre las calzadas; y desta manera estuvimos, unas veces peleando y
otras poniendo resistencia no entrasen por tierra, porque cada dia
teniamos refriegas, y en ellas nos mataron tres soldados; y tambien
entendiamos en adobar los malos pasos.
Dejemos esto, y digamos cómo Gonzalo de Sandoval, que estaba en
Iztapalapa, viendo que no les podia hacer mal á los de Iztapalapa,
porque estaban en el agua, y ellos á él le herian sus soldados, acordó
de se venir á unas casas é poblacion que estaban en el agua, que
podian entrar en ellas, y les comenzó á combatir; y estándoles dando
guerra, envió Guatemuz, gran señor de Méjico, á muchos guerreros á
los ayudar y deshacer y abrir la calzada por donde habia entrado el
Sandoval, para tomalles dentro y que no tuviesen por donde salir; y
envió por otra parte mucha más gente de guerra; y como Cortés estaba
con Cristóbal de Olí, é vieron salir gran copia de canoas hácia
Iztapalapa, acordó de ir con los bergantines y con toda la capitanía
de Cristóbal de Olí hácia Iztapalapa en busca de Sandoval; é yendo por
la laguna con los bergantines y el Cristóbal de Olí por la calzada,
vieron que estaban abriendo la calzada muchos mejicanos, y tuvieran por
cierto que estaba allí en aquellas casas el Sandoval, y fueron con los
bergantines é le hallaron peleando con el escuadron de guerreros que
envió el Guatemuz, y cesó algo la pelea; y luego mandó Cortés á Gonzalo
de Sandoval que dejase aquello de Iztapalapa é fuese por tierra á
poner cerco á otra calzada que va desde Méjico á un pueblo que se dice
Tepeaquilla, adonde ahora llaman Nuestra Señora de Guadalupe, donde
hace y ha hecho muchos y admirables milagros.
É digamos cómo Cortés repartió los bergantines, y lo que más se hizo.


CAPÍTULO CLI.
CÓMO CORTÉS MANDÓ REPARTIR LOS DOCE BERGANTINES, Y MANDÓ QUE SE SACASE
LA GENTE DEL MÁS PEQUEÑO BERGANTIN, QUE SE DECIA BUSCA-RUIDO, Y DE LO
DEMÁS QUE PASÓ.

Como Cortés y todos nuestros capitanes y soldados entendimos que sin
los bergantines no podriamos entrar por las calzadas para combatir á
Méjico, envió cuatro dellos á Pedro de Albarado, y en su real, que era
el de Cristóbal de Olí, dejó seis bergantines, y á Gonzalo de Sandoval,
en la calzada de Tepeaquilla, envió dos; y mandó que el bergantin más
pequeño que no anduviese más en el agua, porque no le trastornasen
las canoas, que no era de sustento, y la gente y marineros que en él
andaban mandó repartir en esotros doce, porque ya estaban muy mal
heridos veinte hombres de los que en ellos andaban.
Pues desque nos vimos en nuestro real de Tacuba con aquella ayuda de
los bergantines, mandó Pedro de Albarado que los dos dellos anduviesen
por la una parte de la calzada y los otros dos de la otra parte, é
comenzamos á pelear muy de hecho, porque las canoas que nos solian
dar guerra desde el agua, los bergantines las desbarataban; y ansí,
teniamos lugar de les ganar algunas puentes y albarradas; y cuando
con ellos estábamos peleando, era tanta la piedra con hondas y vara y
flecha que nos tiraban, que por bien que íbamos armados, todos los más
soldados nos descalabraban, y quedábamos heridos, y hasta que la noche
nos despartia no dejábamos la pelea y combate.
Pues quiero decir el mudarse de escuadrones con sus divisas é insignias
de las armas que de los mejicanos se remudaban de rato en rato, pues á
los bergantines cuál los paraban de las azuteas, que los cargaban de
vara y flecha y piedra, porque era más que granizo, y no lo sé aquí
decir ni habrá quien lo pueda comprender, sino los que en ello nos
hallamos, que venia tanta multitud dellas como granizo, é de presto
cubrian la calzada, pues ya que con tantos trabajos les ganábamos
alguna puente ó albarrada y la dejábamos sin guarda, aquella misma
noche la habian de tornar á ahondar, y ponian muy mejores defensas,
y aun hacian hoyos encubiertos en el agua, para que otro dia cuando
peleásemos, al tiempo de retraer, nos embarazásemos y cayésemos en
los hoyos, y pudiesen en sus canoas desbaratarnos; porque ansimismo
tenian aparejadas muchas canoas para ello, puestas en partes que no las
viesen nuestros bergantines, para cuando nos tuviesen en aprieto en los
hoyos, los unos por tierra y los otros por el agua dar en nosotros; y
para que nuestros bergantines no nos pudiesen venir á ayudar tenian
hechas muchas estacadas en el agua, encubiertas en partes que en ellas
zabordasen, y desta manera peleábamos cada dia.
Ya he dicho otras veces que los caballos muy poco aprovechaban en
las calzadas, porque si arremetian ó daban alcance á los escuadrones
que con nosotros peleaban, luego se les arrojaban en el agua, y á
unos mamparos que tenian hechos en las calzadas, donde estaban otros
escuadrones de guerreros aguardando con lanzas largas de las nuestras,
ó dalles que habian hecho muy más largas que son las nuestras, de las
armas que tomaron cuando el gran desbarate que nos dieron en Méjico; y
con aquellas lanzas y grandes rociadas de flecha y vara é piedra que
tiraban de la laguna, herian y mataban los caballos ántes que se les
hiciese á los contrarios daño; y demás desto, los caballeros cuyos eran
no los querian aventurar, porque costaba en aquella sazon un caballo
ochocientos pesos, y aun algunos costaban á más de mil, y no los habia,
especialmente no pudiendo alancear por las calzadas sino muy pocos
contrarios.
Dejemos esto, y digamos que cuando la noche nos despartia curábamos
nuestros heridos con aceite, é un soldado que se decia Juan Catalan,
que nos las santiguaba y ensalmaba, y verdaderamente digo que
hallábamos que Nuestro Señor Jesucristo era servido de darnos esfuerzo,
demás de las muchas mercedes que cada dia nos hacia, y de presto
sanaban; y ansí heridos y entrapajados habiamos de pelear desde la
mañana hasta la noche, que si los heridos se quedaran en el real sin
salir á los combates, no hubiera de cada capitanía veinte hombres sanos
para salir.
Pues nuestros amigos los de Tlascala, como veian que aquel hombre que
dicho tengo nos santiguaba, todos los heridos y descalabrados venian á
él, y eran tantos, que en todo el dia harto tenia que curar.
Pues quiero decir de nuestros capitanes y alféreces y compañeros de
bandera, que saliamos llenos de heridas y las banderas rotas, y digo
que cada dia habiamos menester un alférez, porque saliamos tales, que
no podian tornar á entrar á pelear y llevar las banderas; pues con todo
esto, por ventura teniamos que comer, no digo de falta de tortillas
de maíz, que hartas teniamos, sino algun refrigerio para los heridos
maldito aquel.
Lo que nos daba la vida era unos quilites, que son unas yerbas que
comen los indios, y cerezas de la tierra miéntras las habia, y despues
tunas, que en aquella sazon vino el tiempo dellas; y otro tanto como
haciamos en nuestro real, hacian en el real donde estaba Cortés y en
el de Sandoval, que jamás dia alguno faltaban capitanías de mejicanos,
que siempre les iban á dar guerra, ya he dicho otras veces que desde
que amanecia hasta la noche; porque para ello tenia Guatemuz señalados
los capitanes y escuadrones que á cada calzada habian de acudir, y el
Taltelulco é los pueblos de la laguna, ya otra vez por mí nombrados,
tenian señaladas, para que en viendo una señal en el cu mayor de
Taltelulco, acudiesen unos en canoas y otros por tierra, y para ello
tenian los capitanes mejicanos señalados y con gran concierto cómo y
cuándo y á qué partes habian de acudir.
Dejemos esto, y digamos cómo nosotros mudamos otra órden y manera de
pelear, y es esta que diré: que como viamos que cuantas obras de agua
ganábamos de dia, y sobre lo ganar mataban de nuestros soldados, y
todos los más estábamos heridos, lo tornaban á cegar los mejicanos,
acordamos que todos nos fuésemos á meter en la calzada, en una placeta
donde estaban unas torres de ídolos que las habiamos ya ganado, y
habia espacio para hacer nuestros ranchos, aunque eran muy malos, que
en lloviendo todos nos mojábamos, é no eran para más de cubrirnos
del sereno é del sol; y dejamos en Tacuba las indias que nos hacian
pan, y quedaron en su guarda todos los de á caballo y nuestros amigos
los de Tlascala, para que mirasen y guardasen los pasos, no viniesen
de los pueblos comarcanos á darnos en la rezaga en las calzadas
miéntras que estábamos peleando; y desque hubimos asentado nuestros
ranchos adonde dicho tengo, desde allí adelante procuramos que luego
las casas ó barrios ó aberturas de agua que les ganásemos, que luego
lo cegásemos, y que las casas diésemos con ellas en tierra y las
deshiciésemos, porque ponellas fuego, tardaban mucho en se quemar, y
desde unas casas á otras no se podian encender, porque, como ya otras
veces he dicho, cada casa estaba en el agua, y sin pasar en puentes
ó en canoas no pueden ir de una parte á otra; porque si queriamos ir
por el agua nadando, desde las azuteas que tenian nos hacian mucho
mal, y derrocándose las casas estábamos muy más seguros, y cuando les
ganábamos alguna albarrada ó puente ó paso malo donde ponian mucha
resistencia, procurábamos de la guardar de dia y de noche, y es desta
manera que todas nuestras capitanías velábamos las noches juntas.
Y el concierto que para ello se dió fué, que tomaba la vela desde que
anochecia hasta media noche la primera capitanía, y eran sobre cuarenta
soldados, y dende media noche hasta dos horas ántes que amaneciese
tomaba la vela otra capitanía de otros cuarenta hombres, y no se iban
del puesto los primeros, que allí en el suelo dormiamos, y este cuarto
es el de la modorra; y luego venian otros cuarenta y tantos soldados,
y velaban el alba, que eran aquellas dos horas que habia hasta el
dia, y tampoco se habian de ir los que velaban la modorra, que allí
habian de estar; por manera que cuando amanecia nos hallábamos velando
sobre ciento y veinte soldados todos juntos, y aun algunas noches,
cuando sentiamos mucho peligro, desde que anochecia hasta que amanecia
todos los del real estábamos juntos aguardando el gran ímpetu de los
mejicanos, por temor no nos rompiesen, porque teniamos aviso de unos
capitanes mejicanos que en las batallas prendimos, que el Guatemuz
tenia pensamientos y puesto en plática con sus capitanes que procurasen
en una noche ó de dia romper por nosotros en nuestra calzada, é que
venciéndonos por aquella nuestra parte, que luego eran vencidas y
desbaratadas las dos calzadas, donde estaba Cortés, y en la donde
estaba Gonzalo de Sandoval; y tambien tenia concertado que los nueve
pueblos de la laguna, y el mismo Tacuba y Capuzalco y Tenayuca, que se
juntasen, que para el dia que ellos quisiesen romper y dar en nosotros,
que se diese en las espaldas en la calzada, é que las indias que nos
hacian pan, que teniamos en Tacuba, y fardaje, que las llevasen de
vuelo una noche.
Y como esto alcanzamos á saber, apercebimos á los de á caballo, que
estaban en Tacuba, que toda la noche velasen y estuviesen alerta, y
tambien á nuestros amigos los tlascaltecas; y ansí como el Guatemuz
lo tenia concertado lo puso por obra, que vinieron muy grandes
escuadrones, y unas noches nos venian á romper y dar guerra á media
noche, y otras á la modorra, y otras al cuarto del alba, é venian
algunas veces sin hacer rumor, y otras con grandes alaridos, de
suerte que no nos daban un punto de quietud; y cuando llegaban adonde
estábamos velando, la vara, piedra y flecha que tiraban, é otros
muchos con lanzas, era cosa de ver; y puesto que herian algunos de
nosotros, como los resistiamos, volvian muchos heridos, é otros muchos
guerreros vinieron á dar en nuestro fardaje, é los de á caballo é
tlascaltecas los desbarataron diferentes veces; porque, como era de
noche, no aguardaban mucho; y desta manera que he dicho velábamos, que
ni porque lloviese, ni vientos ni frios, y aunque estábamos metidos
en medio de grandes lodos y heridos, allí habiamos de estar; y aun
esta miseria de tortillas é yerbas que habiamos de comer, ó tunas,
sobre la obra del batallar, como dicen los oficiales, habia de ser;
pues con todos estos recaudos que poniamos con tanto trabajo, heridas
y muertes de los nuestros, nos tornaban abrir la puente ó calzada que
les habiamos ganado, que no se les podia defender de noche que no lo
hiciesen, é otro dia se la tornábamos á ganar y á cegar, y ellos á la
tornar á abrir é hacer más fuerte con mamparos, hasta que los mejicanos
mudaron otra manera de pelear, la cual diré en su coyuntura.
Y dejemos de hablar de tantas batallas como cada dia teniamos, y
otro tanto en el real de Cortés y en el de Sandoval, y digamos que
qué aprovechaba, haberles quitado el agua de Chalputepeque, ni ménos
aprovechaba haberles vedado que por las tres calzadas no les entrase
bastimento ni agua.
Ni tampoco aprovechaban nuestros bergantines estándose en nuestros
reales, no sirviendo de más de cuando peleábamos poder hacernos
espaldas de los guerreros de las canoas y de los que peleaban de las
azuteas; porque los mejicanos metian mucha agua y bastimentos de los
nueve pueblos que estaban poblados en el agua; porque en canoas les
proveian de noche, é de otros pueblos sus amigos, de maíz é gallinas y
todo lo que querian; é para otro dia evitar que no les entrase aquesto,
fué acordado por todos los tres reales que dos bergantines anduviesen
de noche por la laguna á dar caza á las canoas que venian cargadas con
bastimentos é agua, é todas las canoas que se les pudiesen quebrar ó
traer á nuestros reales, que se las tomasen; y hecho este concierto,
fué bueno, puesto que para pelear y guardarnos hacian falta de noche
los dos bergantines, mas hicieron mucho provecho en quitar que no les
entrasen bastimentos é agua; y aun con todo esto no dejaban de ir
muchas canoas cargadas dello; y como los mejicanos andaban descuidados
en sus canoas metiendo bastimentos, no habia dia que no traian los
bergantines que andaban en su busca presa de canoas y muchos indios
colgados de las entenas.
Dejemos esto, y digamos el ardid que los mejicanos tuvieron para tomar
nuestros bergantines y matar los que en ellos andaban, y es desta
manera: que, como he dicho, cada noche y en las mañanas iban á buscar
por las lagunas sus canoas y las trastornaban con los bergantines,
y prendian muchas dellas, acordaron de armar treinta piraguas, que
son canoas muy grandes, con muy buenos remeros y guerreros, y de
noche se metieron todas treinta entre unos carrizales en parte que
los bergantines no las pudieran ver, y cubiertas de ramas echaban de
antenoche dos ó tres canoas, como que llevaban bastimentos ó metian
agua, y con buenos remeros, y en parte que les parecia á los mejicanos
que los bergantines habian de correr cuando con ellos peleasen, habian
hincado muchos maderos gruesos, hechos estacadas, para que en ellos
zabordasen; pues como iban las canoas por la laguna mostrando señal
de temerosas, arrimadas algo á los carrizales, salen dos de nuestros
bergantines tras ellas, y las dos canoas hacen que se van retrayendo
á tierra á la parte que estaban las treinta piraguas en celada, y los
bergantines siguiéndolas, é ya que llegaban á la celada salen todas las
piraguas juntas y dan tras nuestros bergantines, é de presto hirieron
á todos los soldados é remeros y capitanes, y no podian ir á una parte
ni á otra, por las estacadas que les tenian puestas; por manera que
mataron al un capitan, que se decia Fulano de Portillo, gentil soldado
que habia sido en Italia, é hirieron á Pedro Barba, que fué otro muy
buen capitan, y desde á tres dias murió de las heridas; y tomaron el
bergantin.
Estos dos bergantines eran del real de Cortés, de lo cual recibió muy
gran pesar; más dende á pocos dias se lo pagaron muy bien con otras
celadas que echaron; lo cual diré á su tiempo.
Y dejemos agora de hablar dellos, y digamos cómo en el real de Cortés y
en el de Gonzalo de Sandoval siempre tenian muy grandes combates, y muy
mayores en el de Cortés, porque mandaba quemar y derrocar casas y cegar
puentes, y todo lo que ganaba cada dia lo cegaba, y enviaba á mandar á
Pedro de Albarado que mirase que no pasásemos puente ni abertura de la
calzada sin que primero la tuviésemos ciega, é que no quedase casa que
no se derrocase y se pusiese fuego; y con los adobes y madera de las
casas que derrocábamos, cegábamos los pasos y aberturas de las puentes;
y nuestros amigos los de Tlascala nos ayudaban en toda la guerra muy
como varones.
Dejemos desto, y digamos, como los mejicanos vieron que todas las
casas las allanábamos por el suelo, é que las puentes y aberturas las
cegábamos, acordaron de pelear de otra manera, y fué, que abrieron
una puente y zanja muy ancha y honda, que cuando la pasábamos en
partes no hallábamos pié, é tenian en ella hechos muchos hoyos, que
no los podiamos ver dentro en el agua, é unos mamparos é albarradas,
ansí de la una parte como de la otra de aquella abertura, é tenian
hechas muchas estacadas con maderos gruesos en partes que nuestros
bergantines zabordasen si nos viniesen á socorrer cuando estuviésemos
peleando sobre tomalles aquella fuerza; porque bien entendian que
la primera cosa que habiamos de hacer era deshacerles el albarrada y
pasar aquella abertura de agua para entralles en la ciudad; y ansimismo
tenian aparejadas en partes escondidas muchas canoas bien armadas de
guerreros, y buenos guerreros; y un domingo de mañana comenzaron á
venir por tres partes grandes escuadrones de guerreros, y nos acometen
de tal manera, que tuvimos bien que hacer en sustentarnos, no nos
desbaratasen; é ya en aquella sazon habia mandado Pedro de Albarado que
la mitad de los de á caballo, que solian estar en Tacuba, durmiesen en
la calzada, porque no tenian tanto riesgo como al principio, porque ya
no habia azuteas, y todas las demás casas estaban derrocadas, y podian
correr por algunas partes de las calzadas sin que de las canoas ni
azuteas les pudiesen herir los caballos.
Y volvamos á nuestro propósito, y es, que de aquellos tres escuadrones
que vinieron muy bravosos, los unos por una parte donde estaba la
gran abertura en el agua, y los otros por unas casas de las que les
habiamos derrocado, y el otro escuadron nos habia tomado las espaldas
de la parte de Tacuba, y estábamos como cercados; los de á caballo,
con nuestros amigos los de Tlascala, rompieron por los escuadrones que
nos habian tomado las espaldas, y todos nosotros estuvimos peleando
muy valerosamente con los otros dos escuadrones hasta les hacer
retraer; mas era fingida aquella muestra que hacian que huian, y les
ganamos la primera albarrada, y la otra albarrada donde se hicieron
fuertes tambien la desampararon; y nosotros, creyendo que llevábamos
vitoria, pasamos aquella agua á vuelapié, y por donde la pasamos no
habia ningunos hoyos, é vamos siguiendo el alcance entre unas grandes
casas y torres de adoratorios, y los contrarios hacian que todavía
huian é se retraian, é no dejaban de tirar vara y piedra con hondas,
y mucha flecha; y cuando no nos catamos, tenian encubiertos en partes
que no los podiamos ver tanta multitud de guerreros que nos salen al
encuentro, y otros muchos dende las azuteas é donde las casas; y los
que primero hacian que se iban retrayendo, vuelven sobre nosotros todos
á una, y nos dan tal mano, que no les podiamos sustentar; y acordamos
de nos volver retrayendo con gran concierto; y tenian aparejadas en
el agua y abertura que les teniamos ganado, tanta flota de canoas en
la parte por donde primero habiamos pasado, donde no habia hoyos,
porque no pudiésemos pasar por aquel paso, que nos hicieron ir á
pasar por otra parte adonde he dicho que estaba muy más honda el agua
y tenian hechos muchos hoyos; y como venian contra nosotros tanta
multitud de guerreros y nos veniamos retrayendo, pasábamos el agua
á nado é á vuelapié, é caiamos todos los más soldados en los hoyos,
entónces acudieron todas las canoas sobre nosotros, y allí apañaron
los mejicanos cinco de nuestros soldados y los llevaron á Guatemuz, é
hirieron á todos los más, pues los bergantines que aguardábamos para
nuestra ayuda no podian venir, porque todos estaban zabordados en las
estacadas que les tenian puestas, y con las canoas y azuteas les dieron
buena mano de vara y flecha, y mataron dos soldados remeros é hirieron
á muchos de los nuestros.
É volvamos á los hoyos é aberturas: digo que fué maravilla cómo no
nos mataron á todos en ellos; de mí digo que ya me habian echado mano
muchos indios, y tuve manera para desembarazar el brazo, y Nuestro
Señor Jesucristo me dió esfuerzo para que á buenas estocadas que
les dí, me salvase, y bien herido en un brazo; y como me vi fuera
de aquella agua en parte segura, me quedé sin sentido, sin me poder
sostener en mis piés é sin huelgo ninguno; y esto causó la gran fuerza
que puse para me descabullir de aquella gentecilla, é de la mucha
sangre que me salió: é digo que cuando me tenian engarrafado, que en el
pensamiento yo me encomendaba á nuestro Señor Dios é á nuestra Señora
su bendita Madre, y ponia la fuerza que he dicho, por donde me salvé;
gracias á Dios por las mercedes que me hace.
Otra cosa quiero decir, que Pedro de Albarado y los de á caballo,
como tuvieron harto en romper los escuadrones que nos venian por las
espaldas de la parte de Tacuba, no pasó ninguno dellos aquella agua
ni albarradas, sino fué uno solo de á caballo que habia venido poco
habia de Castilla, y allí le mataron á él y al caballo; y como vió el
Pedro de Albarado que nos veniamos retrayendo, nos iba ya á socorrer
con otros de á caballo, y si allá pasara, por fuerza habiamos de volver
sobre los indios; y si volviera, no quedara ninguno dellos ni de los
caballos ni de nosotros á vida, porque la cosa estaba de arte que
cayeran en los hoyos, y habia tantos guerreros, que les mataran los
caballos con lanzas que para ello tenian largas, y dende las muchas
azuteas que habia, porque esto que pasó era en el cuerpo de la ciudad;
y con aquella vitoria que tenian los mejicanos, todo aquel dia, que era
domingo, como dicho tengo, tornaron á venir á nuestro real otra tanta
multitud de guerreros; que no nos dejaban ni nos podiamos valer, que
ciertamente creyeron de nos desbaratar; y nosotros con unos tiros de
bronce y buen pelear nos sostuvimos contra ellos, y con velar todas las
capitanías juntas cada noche.
Dejemos desto, y digamos, cómo Cortés lo supo, del gran enojo que
tenia, escribió luego en un bergantin á Pedro de Albarado que mirase
que en bueno ni en malo dejase un paso por cegar, y que todos los de
á caballo durmiesen en las calzadas, y en toda la noche estuviesen
ensillados y enfrenados, y que no curásemos de pasar más adelante hasta
haber cegado con adobes y madera aquella gran abertura, y que tuviesen
buen recaudo en el real.
Pues como vimos que por nosotros habia acaecido aquel desman, desde
allí adelante procurábamos de tapar y cegar aquella abertura; y
aunque fué con harto trabajo y heridas que sobre ella nos daban los
contrarios, é muerte de seis soldados, en cuatro dias la tuvimos
cegada, y en las noches sobre ella misma velábamos todas las tres
capitanías, segun la órden que dicho tengo y quiero decir que entónces,
como los mejicanos estaban junto á nosotros cuando velábamos, que
tambien ellos tenian sus velas, y por cuartos se mudaban, y era desta
manera: que hacian grande lumbre, que ardia toda la noche, y los que
velaban estaban apartados de la lumbre, y desde léjos no les podiamos
ver, porque con la claridad de la leña, que siempre ardia, no podiamos
ver los indios que velaban; más bien sentiamos cuando se remudaban
y cuando venian á atizar su leña; y muchas noches habia que, como
llovia en aquella sazon mucho, les apagaba la lumbre, y la tornaban á
encender, y sin hacer rumor ni hablar entre ellos palabra, se entendian
con unos silbos que daban.
Tambien quiero decir que nuestros escopeteros y ballesteros, muchas
veces cuando sentiamos que se venian á trocar las velas, les tiraban
á bulto, é piedras y saetas perdidas, y no les haciamos mal, porque
estaban en parte que, aunque de noche quisiéramos ir á ellos, no
podiamos, con otra gran abertura de zanja bien honda que habian abierto
á mano, é albarradas y mamparos que tenian; é tambien ellos nos
tiraban á bulto mucha piedra é vara y flecha.
Dejemos de hablar destas velas, é digamos cómo cada dia íbamos por
nuestra calzada adelante, peleando con muy buen concierto, y les
ganaron la abertura que he dicho donde velaban; y era tanta la multitud
de los contrarios que contra nosotros cada dia venian, y la vara,
flecha y piedra que tiraban, que nos herian á todos, aunque íbamos con
gran concierto y bien armados.
Pues ya que se habia pasado todo el dia batallando, y se venia la
tarde, y no era coyuntura para pasar más adelante, sino volvernos
retrayendo, en aquel tiempo tenian ellos muchos escuadrones aparejados,
creyendo que con la gran priesa que nos diesen al tiempo del retraer
nos desbaratarian, porque venian tan bravosos como tigres, y pié con
pié se juntaron con nosotros; y como aquello conociamos dellos, la
manera que teniamos para retraer era esta: que la primera cosa que
haciamos era echar de la calzada á nuestros amigos los tlascaltecas;
porque, como eran muchos, con nuestro favor querian llegar á pelear
con los mejicanos, y como eran mañosos, que no deseaban otra cosa
sino vernos embarazados con los amigos, y con grandes arremetidas que
hacian por todas tres partes para nos poder tomar en medio ó atajar
algunos de nosotros; y con los muchos tlascaltecas que embarazaban,
no podiamos pelear á todas partes, é por esta causa los echábamos fuera
de la calzada, en parte que los poniamos en salvo; y cuando nos viamos
que no teniamos embarazo dellos, nos retraiamos al real, no vueltas
las espaldas, sino haciéndoles rostro, unos ballesteros y escopeteros
soltando y otros armando; y nuestros cuatro bergantines cada dos de
los lados de las calzadas por la laguna, defendiéndonos por las flotas
de las canoas, y de las muchas piedras de las azuteas y casas que
estaban por derrocar; y aun con todo este concierto teniamos harto
riesgo de nuestras personas hasta volvernos á los ranchos, y luego nos
quemábamos con aceite nuestras heridas y apretallas con mantas de la
tierra, y cenar de las tortillas que nos traian de Tacuba, é yerbas y
tunas quien lo tenia; y luego íbamos á velar á la abertura del agua,
como dicho tengo, y luego á otro dia por la mañana, sus, á pelear;
porque no podiamos hacer otra cosa, porque por muy de mañana que fuese,
ya estaban sobre nosotros los batallones contrarios, y aun llegaban á
nuestro real y nos decian vituperios; y desta manera pasábamos nuestros
trabajos.
Dejemos por agora de contar de nuestro real, que es el de Pedro de
Albarado, y volvamos al de Cortés, que siempre de noche y de dia le
daban combates, y le mataban y herian muchos soldados, y era de la
manera que á nosotros los del real de Tacuba; y siempre traia dos
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