Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 15

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CAPÍTULO CXLVIII.
CÓMO SE HIZO ALARDE EN LA CIUDAD DE TEZCUCO EN LOS PATIOS MAYORES
DE AQUELLA CIUDAD, Y LOS DE Á CABALLO, BALLESTEROS Y ESCOPETEROS Y
SOLDADOS QUE SE HALLARON, Y LAS ORDENANZAS QUE SE PREGONARON, Y OTRAS
COSAS QUE SE HICIERON.

Despues que se dió la órden, así como ántes he dicho, y se enviaron
mensajeros y cartas á nuestros amigos los de Tlascala y á los de
Chalco, y se dió aviso á los demás pueblos, acordó Cortés con nuestros
capitanes y soldados que para el segundo dia del Espíritu Santo,
que fué el año de 1521 años, se hiciese alarde; el cual alarde se
hizo en los patios mayores de Tezcuco, y halláronse ochenta y cuatro
de á caballo y seiscientos y cincuenta soldados de espada y de
rodela, é muchos de lanzas, é ciento y noventa y cuatro ballesteros
y escopeteros; y destos se sacaron para los trece bergantines los
que ahora diré: para cada bergantin doce ballesteros y escopeteros,
estos no habian de remar; y demás desto, tambien se sacaron otros doce
remeros para cada bergantin, á seis por banda, que son los doce que he
dicho. Y demás desto, un capitan por cada bergantin.
Por manera que sale á cada bergantin á veinte y cinco soldados con
el capitan, é trece bergantines que eran, á veinte y cinco soldados,
son ducientos y ochenta y ocho, y con los artilleros que les dieron,
demás de los veinte y cinco soldados, fueron en todos los bergantines
trecientos soldados por la cuenta que he dicho; y tambien les repartió
los tiros de fustera é halconetes que teniamos y la pólvora que
les parecia que habian menester; y esto hecho, mandó pregonar las
ordenanzas que todos habiamos de guardar.
Lo primero, que ninguna persona fuese osada de blasfemar de Nuestro
Señor Jesucristo ni de Nuestra Señora su bendita Madre, ni de los
Santos Apóstoles ni otros Santos, so graves penas.
Lo segundo, que ningun soldado tratase mal á nuestros amigos, pues iban
para nos ayudar, ni les tomasen cosa ninguna, aunque fuesen de las
cosas que ellos habian adquirido en la guerra, ni plata ni chalchihuies.
Lo tercero, que ningun soldado fuese osado de salir ni de dia ni de
noche de nuestro real para ir á ningun pueblo de nuestros amigos ni á
otra parte á traer de comer ni á otra cualquier cosa, so graves penas.
Lo cuarto, que todos los soldados llevasen muy buenas armas y bien
colchadas, y gorjal y papahigos y antiparas y rodelas; que, como
sabiamos, que era tanta la multitud de vara y piedra y flecha y lanza,
para todo era menester llevar las armas que decia el pregon.
Lo quinto, que ninguna persona jugase caballo ni armas, por via
ninguna, con gran pena que se les puso.
Lo sexto y último, que ningun soldado ni hombre de á caballo ni
ballestero ni escopetero duerma sin estar con todas sus armas vestidas
y con alpargates calzados, excepto si no fuese con gran necesidad de
heridas ó estar doliente, porque estuviésemos muy bien aparejados para
cualquier tiempo que los mejicanos viniesen á nos dar guerra.
Y demás desto, se pregonaron las leyes que se mandan guardar en lo
militar, que es al que se duerme en la vela ó se va del puesto que le
ponen, pena de muerte; y se pregonó que ningun soldado vaya de un real
á otro sin licencia de su capitan, so pena de muerte.
Más se pregonó, que el soldado que dejare su capitan en la guerra ó
batalla é se huya, pena de muerte.
Esto pregonado, diré en lo que más se entendió.


CAPÍTULO CXLIX.
CÓMO CORTÉS BUSCÓ Á LOS MARINEROS QUE ERAN MENESTER PARA REMAR EN LOS
BERGANTINES, Y SE LES SEÑALÓ CAPITANES QUE HABIAN DE IR EN ELLOS, Y DE
OTRAS COSAS QUE SE HICIERON.

Despues de hecho el alarde ya otras veces dicho, como vió Cortés que
para remar los bergantines no hallaban tantos hombres del mar que
supiesen remar, puesto que bien se conocian los que habiamos traido
en nuestros navíos que dimos al través con ellos cuando venimos con
Cortés, é asimismo se conocian los marineros de los navíos de Narvaez
y de los de Jamáica, y todos estaban puestos por memoria y los habian
apercebido porque habian de remar, y aun con todos ellos no habia
recaudo para todos trece bergantines, y muchos dellos rehusaban y aun
decian que no habian de remar; y Cortés hizo pesquisa para saber los
que eran marineros y habian visto que iban á pescar, ó si eran de Pálos
ó Moguer ú de Triana ú del Puerto ú de otro cualquier puerto ó parte
donde hay marineros, les mandaba, so graves penas, que entrasen en los
bergantines, y aunque más hidalgos dijesen que eran, les hizo ir á
remar; y desta manera juntó ciento y cincuenta hombres para remar, y
ellos fueron los mejor librados que nosotros los que estábamos en las
calzadas batallando, y quedaron ricos de despojos, como adelante diré.
Y desque Cortés les hubo mandado que anduviesen en los bergantines, y
les repartió los ballesteros y escopeteros y pólvora y tiros é saetas
y todo lo demás que era menester, y les mandó poner en cada bergantin
las banderas Reales y otras banderas del nombre que se decia ser el
bergantin, y otras cosas que convenian, nombró por capitanes para cada
uno dellos á los que ahora aquí diré: á Garci-Holguin, Pedro Barba,
Juan de Limpias, Carvajal el sordo, Juan Jaramillo, Jerónimo Ruiz de la
Mota, Carvajal, su compañero, que ahora es muy viejo y vive en la calle
de San Francisco; é á un Portillo, que entónces vino de Castilla, buen
soldado, que tenia una mujer hermosa; é á un Zamora, que fué maestre de
navíos, que vivia ahora en Guaxaca; é á un Colmenero, que era marinero,
buen soldado; é á un Lerma é á Ginés Norte é á Briones, natural de
Salamanca; el otro capitan no me acuerdo su nombre, é á Miguel Diaz
de Auz; é cuando los hubo nombrado, mandó á todos los ballesteros y
escopeteros é á los demás soldados que habian de remar, que obedeciesen
á los capitanes que les ponia y no saliesen de su mandado, so graves
penas; y les dió las instrucciones que cada capitan habia de hacer y en
qué puesto habian de ir de las calzadas é con qué capitanes de los de
tierra.
Acabado de poner en concierto todo lo que he dicho, viniéronle á
decir á Cortés que venian los capitanes de Tlascala con gran copia de
guerreros, y venian en ellos por capitan general Xicotenga el mozo, el
que fué capitan cuando las guerras de Tlascala, y este fué el que nos
trataba la traicion en Tlascala cuando salimos huyendo de Méjico, segun
otras muchas veces lo he referido; é que traia en su compañía otros dos
hermanos, hijos del buen viejo don Lorenzo de Vargas, é que traia gran
copia de tlascaltecas y de Guaxocingo, y otro capitan de cholultecas; y
aunque eran pocos, porque, á lo que siempre vi, despues que en Cholula
se les hizo el castigo ya otra vez por mí dicho en el capítulo que
dello habla, despues acá jamás fueron con los mejicanos ni aun con
nosotros, sino que se estaban á la mira, que aun cuando nos echaron de
Méjico no se hallaron ser nuestros contrarios.
Dejemos esto, y volvamos á nuestra relacion: que como Cortés supo que
venia Xicotenga y sus hermanos y otros capitanes, é vinieron un dia
primero del plazo que les enviaron á decir que viniesen, salió á les
recebir Cortés un cuarto de legua de Tezcuco, con Pedro de Albarado y
otros nuestros capitanes; y como encontraron con el Xicotenga y sus
hermanos, les hizo Cortés mucho acato y les abrazó, y á todos los más
capitanes, y venian en gran ordenanza y todos muy lucidos, con grandes
divisas cada capitanía por sí, y sus banderas tendidas, y el ave
blanca que tienen por armas, que parece águila con sus alas tendidas;
traian sus alféreces revolando sus banderas y estandartes, y todos con
sus arcos y flechas y espadas de á dos manos y varas con tiraderas, é
otros macanas y lanzas grandes é otras chicas é sus penachos, y puestos
en concierto y dando voces y gritos é silbos, diciendo:
—«¡Viva el Emperador, nuestro señor, y Castilla, Castilla, Tlascala,
Tlascala!»
Y tardaron en entrar en Tezcuco más de tres horas, y Cortés los
mandó aposentar en unos buenos aposentos, y los mandó dar de comer
de todo lo que en nuestro real habia; é despues de muchos abrazos y
ofrecimientos que los haria ricos, se despidió dellos y les dijo que
otro dia les diria lo que habian de hacer, é que ahora venian cansados,
que reposasen; y en aquel instante que llegaron aquellos caciques de
Tlascala que dicho tengo, entraron en nuestro real cartas que enviaba
un soldado que se decia Hernando de Barrientos, desde un pueblo que se
dice Chinanta, que estará de Méjico obra de noventa leguas; y lo que
en ella se contenia era que habian muerto los mejicanos en el tiempo
que nos echaron de Méjico á tres compañeros suyos cuando estaban en
las estancias y minas donde los dejó el capitan Pizarro, que así se
llamaba, para que buscasen y descubriesen todas aquellas comarcas si
habia minas ricas de oro, segun dicho tengo en el capítulo que dello
habla; y que el Barrientos que se acogió á aquel pueblo de Chinanta,
adonde estaba, y que son enemigos de mejicanos.
Este pueblo fué donde trujeron las picas cuando fuimos sobre Narvaez.
Y porque no hacen al caso á nuestra relacion otras particularidades que
decia en la carta, se dejará de decir: y Cortés sobre ella le escribió
en respuesta dándole relacion de la manera que íbamos de camino para
poner cerco á Méjico, y que á todos los caciques de aquellas provincias
les diese sus encomiendas, y que mirase que no se viniese de aquella
tierra hasta tener carta suya, porque en el camino no le matasen los
mejicanos.
Dejemos esto, y digamos cómo Cortés ordenó de la manera que habiamos de
ir á poner cerco á Méjico, y quién fueron los capitanes, y lo que más
en el cerco sucedió.


CAPÍTULO CL.
CÓMO CORTÉS MANDÓ QUE FUESEN TRES GUARNICIONES DE SOLDADOS Y DE Á
CABALLO Y BALLESTEROS Y ESCOPETEROS POR TIERRA Á PONER CERCO Á LA GRAN
CIUDAD DE MÉJICO, Y LOS CAPITANES QUE NOMBRÓ PARA CADA GUARNICION,
Y LOS SOLDADOS Y DE Á CABALLO Y BALLESTEROS Y ESCOPETEROS QUE LES
REPARTIÓ, Y LOS SITIOS Y CIUDADES DONDE HABIAMOS DE ASENTAR NUESTROS
REALES.

Mandó que Pedro de Albarado fuese por capitan de ciento y cincuenta
soldados de espada y rodela, y muchos llevaban lanzas, y les dió
treinta de á caballo y diez y ocho escopeteros y ballesteros, y nombró
que fuesen juntamente con él á Jorge de Albarado, su hermano, y á
Gutierre de Badajoz y á Andrés de Monjaraz, y estos mandó que fuesen
capitanes de cada cincuenta soldados, y que repartiesen entre todos
tres los escopeteros y ballesteros, tanto á una capitanía como á otra;
y que el Pedro de Albarado fuese capitan de los á caballo y general de
las tres capitanías, y le dió ocho mil tlascaltecas con sus capitanes,
y á mí me señaló y mandó que fuese con el Pedro de Albarado, y que
fuésemos á poner sitio en la ciudad de Tacuba; y mandó que las armas
que llevásemos fuesen muy buenas, y papahigos y gorjales y antiparas,
porque era mucha la vara y piedra como granizo, y flechas y lanzas y
macanas y otras armas de espadas de á dos manos con que los mejicanos
peleaban con nosotros, y para tener defensa con ir bien armados; y aun
con todo esto, cada dia que batallamos habia muertos y heridos, segun
adelante diré.
Pasemos á otra capitanía. Dió á Cristóbal de Olí, que era maestre de
campo, otros treinta de á caballo y ciento y setenta y cinco soldados
y veinte escopeteros y ballesteros, y todos con sus armas, segun y
de la manera que los dió á Pedro de Albarado; y le nombró otros tres
capitanes, que fué Andrés de Tapia y Francisco Verdugo y Francisco
de Lugo, y entre todos tres capitanes repartiesen los soldados y
escopeteros y ballesteros; y que el Cristóbal de Olí fuese capitan
general de las tres capitanías y de los de á caballo, y le dió otros
ocho mil tlascaltecas, y le mandó que fuese á asentar su real en la
ciudad de Cuyoacoan, que estará de Tacuba dos leguas.
De otra guarnicion de soldados hizo capitan á Gonzalo de Sandoval,
que era alguacil mayor, le dió veinte y cuatro de á caballo y catorce
escopeteros y ballesteros y ciento y cincuenta soldados de espada y
rodela y lanza, y más de ocho mil indios de guerra de los de Chalco y
Guaxocingo y de otros pueblos por donde el Sandoval habia de ir, que
eran nuestros amigos, y le dió por compañeros y capitanes á Luis Marin
y á Pedro de Ircio, que eran amigos del Sandoval; y les mandó que entre
los dos capitanes repartiesen los soldados y ballesteros, y que el
Sandoval tuviese á su cargo los de á caballo y que fuese general de
todos, y que sentase su real junto á Iztapalapa, é que le diese guerra
y le hiciese todo el mal que pudiese hasta que otra cosa le fuese
mandado; y no partió Sandoval de Tezcuco hasta que Cortés, que era
capitan de los bergantines, estaba muy á punto para salir con los trece
bergantines por la laguna; en los cuales llevaba trecientos soldados,
con ballesteros y escopeteros, porque así estaba ordenado.
Por manera que Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, habiamos de ir por
una parte y Sandoval por otra.
Digamos ahora que los unos á mano derecha y los otros desviados por
otro camino: y esto es así, porque los que no saben aquellas ciudades y
la laguna lo entiendan; porque se tornaban casi que á juntar.
Dejemos de hablar más en ello, y digamos que á cada capitan se le
dió las instrucciones de lo que les era mandado; y como nos habiamos
de partir para otro dia por la mañana, y porque no tuviésemos tantos
embarazos en el camino, enviamos adelante todas las capitanías de
Tlascala hasta llegar á tierra de mejicanos.
É yendo que iban los tlascaltecas descuidados con su capitan
Chichimecatecle, é otros capitanes con sus gentes, no vieron que iba
Xicotenga el mozo, que era el capitan general dellos; y preguntando
y pesquisando el Chichimecatecle qué se habia hecho ó adónde se
habia quedado, alcanzaron á saber que se habia vuelto aquella noche
encubiertamente para Tlascala, y que iba á tomar por fuerza el
cacicazgo é vasallos y tierra del mismo Chichimecatecle; y las causas
que para ello decian los tlascaltecas eran, que como el Xicotenga
el mozo vió ir los capitanes de Tlascala á la guerra, especialmente
á Chichimeclatecle, que no tendria contraditores, porque no tenia
temor de su padre Xicotenga el ciego, que como padre le ayudaria, y
nuestro amigo Masse-Escaci, que ya era muerto; é á quien temia era al
Chichimecatecle.
Y tambien dijeron que siempre conocieron del Xicotenga no tener
voluntad de ir á la guerra de Méjico, porque le oian decir muchas
veces que todos nosotros y ellos habian de morir en ella.
Pues desque aquello vió y entendió el Chichimeclatecle, cuyas eran las
tierras y vasallos que iba á tomar, vuelve del camino más que de paso,
é viene á Tezcuco á hacérselo saber á Cortés; é como Cortés lo supo,
mandó que con brevedad fuesen cinco principales de Tezcuco y otros dos
de Tlascala, amigos de Xicotenga, á hacelle volver del camino, y le
dijesen que Cortés le rogaba que luego se volviese para ir contra sus
enemigos los mejicanos, y que mire que su padre D. Lorenzo de Vargas,
si no fuera viejo y ciego, como estaba, viniera sobre Méjico; y que
pues toda Tlascala fueron y son muy leales servidores de su majestad,
que no quiera él infamarlos con lo que ahora hace, y le envió á hacer
muchos prometimientos y promesas, y que le daria oro y mantas porque
volviese; y la respuesta que le envió á decir fué, que si el viejo
de su padre y Masse-Escaci le hubieran creido, que no se hubieran
señoreado tanto dellos, que les hace hacer todo lo que quiere; y por no
gastar más palabras, dijo que no queria venir.
Y como Cortés supo aquella respuesta, de presto dió un mandamiento á
un alguacil, y con cuatro de á caballo y cinco indios principales de
Tezcuco que fuesen muy en posta, y donde quiera que lo alcanzasen que
lo ahorcasen; é dijo:
—«Ya en este cacique no hay enmienda, sino que siempre nos ha de ser
traidor y malo y de malos consejos;» y que no era tiempo para más le
sufrir, que bastaba lo pasado y presente.
Y como Pedro de Albarado lo supo, rogó mucho por él, y Cortés ó le dió
buena respuesta ó secretamente mandó al alguacil é á los de á caballo
que no le dejasen con la vida; y así se hizo, que en un pueblo sujeto á
Tezcuco le ahorcaron, y en esto hubieron de parar sus traiciones.
Algunos tlascaltecas hubo que dijeron que su padre D. Lorenzo de Vargas
envió á decir á Cortés que aquel su hijo era malo y que no se confiase
dél, y que procurase de le matar.
Dejemos esta plática así, y diré que por esta causa nos detuvimos aquel
dia sin salir de Tezcuco; y otro dia, que fueron 13 de Mayo de 1521
años, salimos entrambas capitanías juntas; porque así Cristóbal de Olí
como Pedro de Albarado habiamos de llevar un camino, y fuimos á dormir
á un pueblo sujeto de Tezcuco, que se dice Aculma; y pareció ser que
Cristóbal de Olí envió adelante á aquel pueblo á tomar posada, y tenia
puesto en cada casa por señal ramos verdes encima de las azuteas; y
cuando llegamos con Pedro de Albarado no hallamos donde posar, y sobre
ello ya habiamos echado mano á las armas de los de nuestra capitanía
contra los de Cristóbal de Olí, y aun los capitanes desafiados, y no
faltó caballeros de entrambas partes que se metieron entre nosotros,
y se pacificó algo el ruido, y no tanto, que todavía estábamos todos
resabidos: y desde allí lo hicieron saber á Cortés, y luego envió en
posta á fray Pedro Melgarejo y al capitan Luis Marin, y escribió á
los capitanes y á todos nosotros, reprendiéndonos por la cuestion y
persuadiéndonos la paz; y como llegaron nos hicieron amigos; mas desde
allí adelante no se llevaron bien los capitanes, que fué Pedro de
Albarado y Cristóbal de Olí.
Y otro dia fuimos caminando entrambas las capitanías juntas, y fuímonos
á dormir á un gran pueblo que estaba despoblado, porque ya era tierra
de mejicanos; y otro dia fuimos nuestro camino tambien á dormir á otro
gran pueblo que se decia Guatitlan, que otras veces he nombrado, y
tambien estaba sin gente; é otro dia pasamos por otros dos pueblos,
que se decian Tenayuca y Escapuzalco, y tambien estaban despoblados;
y asimismo se aposentaron todos nuestros amigos los tlascaltecas, y
aun aquella tarde fueron por las estancias de aquellas poblaciones
y trujeron de comer, y con buenas velas y escuchas y corredores del
campo, como siempre teniamos para que no nos cogiesen desapercebidos,
dormimos aquella noche, porque ya he dicho otras veces que la ciudad
de Méjico está junto á Tacuba; é ya que anochecia oimos grandes gritas
que nos daban desde la laguna, diciéndonos muchos vituperios y que no
éramos hombres para salir á pelear con ellos; y tenian tantas de las
canoas llenas de guerreros, y aquellas palabras que nos decian eran
con pensamiento de nos indignar para que saliésemos aquella noche á
guerrear, y herirnos más á su salvo; y como estábamos escarmentados de
lo de las calzadas y puentes muchas veces por mí nombradas, no quisimos
salir hasta otro dia, que fué domingo, despues de haber oido Misa, que
nos la dijo el Padre Juan Diaz; y despues de nos encomendar á Dios,
acordamos que entrambas capitanías juntas fuésemos á quebrar el agua de
Chalputepeque, de que se proveia la ciudad, que estaba desde allí de
Tacuba aun en media legua.
É yendo á les quebrar los caños, topamos muchos guerreros, que nos
esperaban en el camino; porque bien entendido tenian que aquello
habia de ser lo primero en que los podriamos dañar; y así como nos
encontraron cerca de unos pasos malos comenzaron á nos flechar y tirar
vara y piedra con hondas, é nos hirieron á tres soldados; más de presto
les hicimos volver las espaldas, y nuestros amigos los de Tlascala
los siguieron de manera, que mataron veinte y prendieron siete ú ocho
dellos; y como aquellos grandes escuadrones estuvieron puestos en
huida, les quebramos los caños por donde iba el agua á su ciudad, y
desde entónces nunca fué á Méjico entre tanto que duró la guerra.
Y como aquello hubimos hecho, acordaron nuestros capitanes que luego
fuésemos á dar una vista y entrar por la calzada de Tacuba y hacer
lo que pudiésemos para les ganar una puente; y llegados que fuimos á
la calzada, eran tantas las canoas que en la laguna estaban llenas
de guerreros y en las mismas canoas é calzadas, que nos admirábamos
dello; y tiraron tanta de vara y flecha y piedra con hondas, que en
la primera refriega hirieron treinta de nuestros soldados é murieron
tres; y aunque nos hacian tanto daño, todavía les fuimos entrando por
la calzada adelante hasta una puente, y á lo que yo entendí, ellos
nos daban lugar á ello, por meternos de la parte de la puente; y como
allí nos tuvieron, digo que cargaron tanta multitud de guerreros sobre
nosotros, que no nos podiamos valer; porque por la calzada dicha, que
son ocho pasos de ancho, ¿qué podiamos hacer á tan gran poderio que
estaban de la una parte y de la otra de la calzada y daban en nosotros
como á terrero? Porque ya que nuestros escopeteros y ballesteros no
hacian sino armar y tirar á las canoas, no les haciamos daño, sino muy
poco, porque las traian muy bien armadas de talabardones de madera.
Pues cuando arremetiamos á los escuadrones que peleaban en la misma
calzada luego se echaban al agua, y habia tantos dellos, que no nos
podiamos valer.
Pues los de á caballo no aprovechaban cosa ninguna, porque les herian
los caballos de la una parte y de la otra desde el agua; y ya que
arremetian tras los escuadrones, echábanse al agua, y tenian hechos
unos mamparos, donde estaban otros guerreros aguardando con unas
lanzas largas que habian hecho con las armas que nos tomaron cuando
nos echaron de Méjico é salimos huyendo; y desta manera estuvimos
peleando con ellos obra de un hora, y tanta priesa nos daban, que no
nos podiamos sustentar contra ellos; y aun vimos que venia por otras
partes una gran flota de canoas á atajarnos los pasos para tomarnos
las espaldas, y conociendo esto nuestros capitanes y todos nuestros
soldados, apercebimos que los amigos tlascaltecas que llevábamos nos
embarazaban mucho la calzada, que se saliesen fuera, porque en el agua
vista cosa es que no pueden pelear; y acordamos de con buen concierto
retraernos y no pasar más adelante.
Pues cuando los mejicanos nos vieron retraer y echar fuera los
tlascaltecas, ¡qué grita y alaridos nos daban! Y como se venian á
juntar con nosotros pié con pié, digo que yo no lo sé escribir, porque
toda la calzada hincheron de vara y flecha é piedra de las que nos
tiraban, pues las que caian en el agua muchas más serian, y como nos
vimos en tierra firme, dimos gracias á Dios por nos haber librado de
aquella batalla, y ocho de nuestros soldados quedaron aquella vez
muertos y más de cincuenta heridos; y aun con todo esto nos daban
grita y decian vituperios desde las canoas, y nuestros amigos los
tlascaltecas les decian que saliesen á tierra y que fuesen doblados los
contrarios, y pelearian con ellos.
Esta fué la primera cosa que hicimos, quitalles el agua y darle vista
á la laguna, aunque no ganamos honra con ellos; y aquella noche nos
estuvimos en nuestro real y se curaron los heridos, y aun se murió un
caballo, y pusimos buen cobro de velas y escuchas; y otro dia de mañana
dijo el capitan Cristóbal de Olí que se queria ir á su puesto, que
era á Cuyoacoan, que estaba de allí legua y media; é por más que le
rogó Pedro de Albarado y otros caballeros que no se apartasen aquellas
dos capitanías, sino que se estuviesen juntas, jamás quiso; porque,
como era el Cristóbal muy esforzado, y en la vista que el dia ántes
dimos á la laguna no nos sucedió bien, decia el Cristóbal de Olí que
por culpa de Pedro de Albarado habiamos entrado inconsideradamente;
por manera que jamás quiso quedar, y se fué adonde Cortés le mandó,
que es Cuyoacoan, y nosotros nos quedamos en nuestro real; y no fué
bien apartarse una capitanía de otra en aquella sazon, porque si los
mejicanos tuvieran aviso que éramos pocos soldados, en cuatro ó cinco
dias que allí estuvimos apartados ántes que los bergantines viniesen, y
dieran sobre nosotros y en los de Cristóbal de Olí, corriéramos harto
trabajo ó hiciera gran daño.
Y de aquesta manera estuvimos en Tacuba, y el Cristóbal de Olí en su
real, sin osar dar más vista ni entrar por las calzadas, y cada dia
teniamos en tierra rebatos de muchos mejicanos que salian á tierra
firme á pelear con nosotros, y aun nos desafiaban para meternos en
parte donde fuesen señores de nosotros y no les pudiésemos hacer ningun
daño.
Y dejallo he aquí, y diré cómo Gonzalo de Sandoval salió de Tezcuco
cuatro dias despues de la fiesta de Corpus Christi, y se vino á
Iztapalapa, que casi todo el camino era de amigos y sujetos de Tezcuco;
y como llegó á la poblacion de Iztapalapa, luego les comenzó á dar
guerra y á quemar muchas casas de las que estaban en tierra firme,
porque las demás casas todas estaban en la laguna; mas no tardó
muchas horas, que luego vinieron en socorro de aquella ciudad grandes
escuadrones de mejicanos, y tuvo Sandoval con ellos una buena batalla y
grandes reencuentros cuando peleaban en tierra; y despues de acogidos á
las canoas, les tiraban mucha vara y flecha y piedra, y herian algunos
soldados.
Y estando desta manera peleando, vieron que en una sierrezuela que está
allí junto á Iztapalapa en tierra firme hacian grandes ahumadas, y que
les respondian con otras ahumadas de otros pueblos que están poblados
en la laguna, y era señal que se apellidaban todas las canoas de Méjico
y de todos los pueblos de alrededor de la laguna, porque vieron á
Cortés que ya habia salido de Tezcuco con los trece bergantines, porque
luego que se vino el Sandoval de Tezcuco no aguardó allí más Cortés;
y la primera cosa que hizo en entrando en la laguna fué combatir á un
peñol que estaba en una isleta junto á Méjico, donde estaban recogidos
muchos mejicanos, ansí de los naturales de aquella ciudad como de los
forasteros que se habian ido á hacer fuertes; y salió á la laguna
contra Cortés todo el número de canoas que habia en todo Méjico y en
todos los pueblos que están poblados en el agua ó cerca della, que son
Suchimileco, Cuyoacoan, Iztapalapa é Huichilobusco y Mexicalcingo,
é otros pueblos que por no me detener no nombro, y todos juntamente
fueron contra Cortés, y á esta causa aflojaron algo los que daban
guerra en Iztapalapa á Sandoval; y como todos los más de aquella ciudad
en aquel tiempo estaban poblados en el agua, no les podia hacer mal
ninguno, puesto que á los principios mató muchos de los contrarios;
y como llevaba muy gran copia de amigos, con ellos cautivó y prendió
mucha gente de aquellas poblaciones.
Dejemos al Sandoval, que quedó aislado en Iztapalapa, que no podia
venir con su gente á Cuyoacoan si no era por una calzada que atravesaba
por mitad de la laguna, y si por ella viniera, no hubiera bien entrado
cuando le desbarataran los contrarios, por causa que por entrambas á
dos partes del agua le habian de guerrear, y él no habia de ser señor
de poderse defender, y á esta causa se estuvo quedo.
Dejemos al Sandoval, y digamos que como Cortés vió que se juntaban
tantas flotas de canoas contra sus trece bergantines, las temió en
gran manera, y eran de temer, porque eran más de cuatro mil canoas; y
dejó el combate del peñol y se puso en parte de la laguna, para si se
viese en aprieto poder salir con sus bergantines á lo largo y correr
á la parte que quisiese, y mandó á sus capitanes que en ellos venian
que no curasen de embestir ni apretar contra canoas ningunas hasta que
refrescase más el viento de tierra, porque en aquel instante comenzaba
á ventear; y como las canoas vieron que los bergantines reparaban,
creian que de temor dellos lo hacian, y era verdad como lo pensaron, y
entónces les daban mucha priesa los capitanes mejicanos, y mandaban á
todas sus gentes que luego fuesen á embestir con nuestros bergantines;
y en aquel instante vino un viento muy recio y muy bueno, y con buena
priesa que se dieron nuestros remeros y el tiempo aparejado, mandó
Cortés embestir con la flota de canoas, y trastornaron muchas dellas
y prendieron y mataron muchos indios, y las demás canoas se fueron á
recoger entre las casas que están en la laguna, en parte que no podian
llegar á ellas nuestros bergantines; por manera que este fué el primer
combate que se hubo por la laguna, é Cortés tuvo vitoria, gracias á
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