Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 13

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los indios guerreros que en él estaban tantas piedras muy grandes y
peñascos, que fué cosa espantosa, como se venian despeñando y saltando,
cómo no nos mataron á todos; y fué cosa inconsiderada y no de cuerdo
capitan mandarnos subir; y luego á mis piés murió un soldado que se
decia Fulano Martinez, valenciano, que habia sido maestresala de un
señor de salva en Castilla, y este llevaba una celada, y no dijo ni
habló palabra; y todavía subiamos, y como venian las galgas rodando
y despeñándose y dando saltos (que ansí llamábamos á las grandes
piedras que venian despeñadas), luego mataron á otros dos soldados,
que se decian Gaspar Sanchez, sobrino del tesorero de Cuba, y á un
Fulano Bravo; y todavía subiamos, y luego mataron á otro soldado muy
esforzado que se decia Alonso Rodriguez, y á otros dos descalabrados,
y en las piernas golpes todos los más de nosotros, y todavía porfiar
é ir adelante; é yo, como en aquel tiempo era suelto, no dejaba de
seguir al alférez Corral; é íbamos debajo de unas como socarreñas é
concavidades que se hacian en el peñol de trecho á trecho, á ventura de
si me encontraban algunos peñascos entre tanto que subia de socarreña
á socarreña, que fué muy gran ventura; estaba el alférez Cristóbal del
Corral mamparándose detrás de unos árboles gruesos que tenian muchas
espinas, que nacen en aquellas concavidades, y estaba descalabrado y el
rostro todo lleno de sangre é la bandera rota, y me dijo:
—«Oh señor Bernal Diaz del Castillo, que no es cosa el pasar más
adelante, y mirá no os cojan algunas lanchas ó galgas; estése al reparo
de esa concavidad;» porque ya no nos podiamos tener aun con las manos,
cuanto más podelles subir.
En este tiempo vi que de la misma manera que Corral é yo habiamos
subido de socarreña en socarreña venia Pedro Barba, que era capitan de
ballesteros, con otros dos soldados; é yo le dije desde arriba:
—«Oh señor capitan, no suba más adelante, que no se podrá tener con
piés y manos, no vuelva rodando.»
Y cuando se lo dije, me respondió como muy esforzado, ó por dar aquella
respuesta como gran señor, dijo que eso habia de decir, sino ir
adelante; é yo recibí de aquella palabra remordimiento de mi persona, y
le respondí:
—«Pues veamos cómo sube donde yo estoy.»
Y todavía pasé bien arriba; y en aquel instante vienen tantas piedras
muy grandes que echaron de lo alto, que tenian represadas para aquel
efeto, que hirieron á Pedro Barba y le mataron un soldado, y no pasaron
más un paso de allí donde estaban; y entónces el alférez Corral dió
voces para que dijesen á Cortés de mano en mano que no se podia subir
más arriba, é que el retraer tambien era muy peligroso; y como Cortés
lo entendió, porque allá bajo donde estaba en tierra llana le habian
muerto tres soldados y herido siete del gran ímpetu de las galgas que
iban despeñándose, y aun tuvo por cierto Cortés que todos los más de
los que habiamos subido arriba estábamos muertos ó bien heridos, porque
donde él estaba no podia ver las vueltas que daba aquel peñol; y luego
por señas y por voces y por unas escopetas que soltaron, tuvimos arriba
nuestras señas que nos mandaban retraer; y con buen concierto, de
socarreña en socarreña bajamos abajo todos descalabrados y corriendo
sangre, y las banderas rotas y ocho muertos, y desque Cortés ansí nos
vió, dió muchas gracias á Dios; y luego le dijeron lo que habiamos
pasado yo y Pedro Barba, porque se lo dijo el mismo Pedro Barba y
el alférez Corral estando platicando de la gran fuerza, é que fué
maravilla cómo no nos llevaron las galgas de vuelo, segun eran muchas;
y aun lo supieron luego en todo el real.
Dejemos todo esto, y digamos cómo estaban muchas capitanías de
mejicanos aguardando en partes que no les podiamos ver ni saber dellos,
y estaban esperando para socorrer y ayudar á los del peñol; y bien
entendieron lo que fué, que no podriamos subilles en la fuerza, y que
entre tanto que estábamos peleando tenian concertado que los del peñol
por una parte y ellos por la otra darian en nosotros; y como lo tenian
acordado, ansí vinieron á les ayudar á los del peñol; y cuando Cortés
lo supo que venian mandó luego á los de á caballo y á todos nosotros
que fuésemos á encontrar con ellos, y ansí se hizo; y aquella tierra
era llana, y á partes habia unas como vegas que estaban entre otros
serrejones; y seguimos á los contrarios hasta que llegamos á otro muy
fuerte peñol, y en el alcance se mataron muy pocos indios, porque se
acogian en partes que no se podian haber.
Pues vueltos á la fuerza que probábamos á subir, é viendo que allí no
habia agua ni la habiamos bebido en todo el dia, ni aun los caballos,
porque las fuentes que dicho tengo que allí estaban no la tenian, sino
lodo; que, como teniamos tantos enemigos, estaban sobre ellas y no las
dejaban manar, y á esta causa mudamos nuestro real y fuimos por una
vega abajo cerca de otro peñol, que seria del uno al otro obra de legua
y media poco más ó ménos, creyendo que hallariamos agua, y no la habia
sino muy poca; y cerca de aquel peñol habia unos árboles de morales de
la tierra, y allí nos paramos, y estaban obra de doce ó trece casas al
pié de la sierra y fuerza; y ansí que nosotros llegamos nos comenzaron
á dar grita y tirar galgas y varas y flechas desde lo alto; y estaba en
esta fuerza mucha más gente que en el primero peñol, y aun era muy más
fuerte, segun despues vimos; y nuestros escopeteros y ballesteros les
tiraban, mas estaban tan altos y tenian tantos mamparos, que no se les
podia hacer mal ninguno; pues entralles ó subilles no habia remedio, y
aunque probamos dos veces, que por las casas que allí estaban habia
unos pasos, hasta dos vueltas podiamos ir, mas desde allí adelante ya
he dicho peor que el primero; de manera que ansí en esta fuerza como
en la primera no ganamos ninguna reputacion, ántes los mejicanos y
sus confederados tenian vitoria; é aquella noche dormimos en aquellos
morales bien muertos de sed, y se acordó para otro dia que desde otro
peñol que estaba cerca dél fuesen todos los ballesteros y escopeteros,
y que subiesen en él, que habia subida, aunque no buena; porque desde
aquel alcanzarian las ballestas y escopetas al otro peñol fuerte y
podíanle combatir.
Y mandó Cortés á Francisco Verdugo y al tesorero Julian de Alderete que
se aperciban de buenos ballesteros, y á Pedro Barba, que era capitan,
que fuesen por caudillos, y que todos los más soldados hiciésemos
acometimiento que por los pasos y subidas de las casas que dicho tengo
que les queriamos subir, y ansí los comenzamos á entrar; mas echaban
tanta piedra grande y menuda, que hirieron á muchos soldados; y demás
desto, no les subiamos de hecho, porque era por demás, que aun tenernos
con las manos y piés no podiamos; y entre tanto que nosotros estábamos
de aquella manera, los ballesteros y escopeteros desde el peñol que
he dicho les alcanzaban con las ballestas y escopetas, y aunque no
muy bien, mataban algunos y herian otros; de manera que estuvimos
dándoles combates obra de media hora; y quiso Nuestro Señor Dios
que acordaron de se dar de paz, y fué por causa que no tenian agua
ninguna, que estaba mucha gente arriba en el peñol, en un llano que se
hacia arriba, é habíase acogido á él de todas aquellas comarcas ansí
hombres como mujeres y niños é gente menuda; y para que entendiésemos
abajo que querian paces, desde el peñol las mujeres meneaban unas
mantas hácia abajo, y con las palmas daban unas con otras, señalando
que nos harian pan y tortillas, y los guerreros no nos tiraban vara
ni piedra ni flecha; y cuando Cortés lo entendió, mandó que no se les
hiciese mal ninguno, y por señas se les dió á entender que bajasen
cinco principales á entender en las paces; los cuales bajaron, y con
grande acato dijeron á Cortés que les perdonase, que por favorecerse y
defenderse se habian subido en aquellas fuerzas; y Cortés les dijo con
nuestras lenguas doña Marina y Aguilar, algo enojado, que eran dignos
de muerte por haber empezado la guerra; mas que pues han venido, que
vayan luego al otro peñol é llamen los caciques é hombres principales
que en él están, é traigan los muertos, é que lo pasado se les
perdonará; y que vengan de paz, si no, que habiamos de ir sobre ellos y
ponelles cerco hasta que se mueran de sed; porque bien sabiamos que no
tenian agua, porque en toda aquella tierra no la hay sino muy poca; y
luego fueron á llamarlos ansí como se lo mandó.
Dejemos de hablar en ello hasta que vuelvan con la respuesta; y
digamos cómo estando platicando Cortés con el Fraile Melgarejo y el
tesorero Alderete sobre las guerras pasadas que habiamos habido ántes
que viniesen á la Nueva-España, y en la del peñol, y el gran poder
de los mejicanos, y las grandes ciudades que habian visto despues
que vinieron de Castilla; y decian que si al Emperador nuestro señor
le informara de la verdad el Obispo de Búrgos, como le escribia al
contrario, que nos enviaria á hacer grandes mercedes; que no se
acuerdan que otros mayores servicios haya recebido ningun Rey en el
mundo que el que nosotros le habiamos hecho en ganar tantas ciudades,
sin ser sabidor su majestad de cosa ninguna.
Dejemos otras muchas pláticas que pasaron, y digamos cómo mandó nuestro
capitan Cortés al alférez Corral y á otros dos capitanes, que fueron
Juan Jaramillo y á Pedro de Ircio, y á mí, que me hallé allí con ellos,
que subiésemos al peñol y viésemos la fortaleza qué tal era, é que si
estaban muchos indios heridos ó muertos de saetas y escopetas, é qué
gente estaba recogida; é cuando esto nos mandó dijo:
—«Mirá, señores, que no les tomeis ni un grano de maíz;» y segun yo
entendí, quisiera que nos aprovecháramos.
Y subidos al peñol por unos malos pasos, digo que era más fuerte que
el primero, porque era peña tajada; é ya que estábamos arriba, para
entrar en la fuerza era como quien entra por una abertura no más ancha
que dos bocas de filo ó de horno; é ya puestos en lo más alto é llano,
estaban grandes anchuras de prados, y todo lleno de gente, ansí de
guerra como de muchas mujeres é niños, é hallamos hasta veinte muertos
y muchos heridos, y no tenian gota de agua que beber, y tenian todo
su hato y su hacienda hechos fardajes, y otros muchos lios de mantas,
que eran del tributo que daban á Guatemuz; é como yo ansí vi tantas
cargas de ropa y supe que eran del tributo, comencé á cargar cuatro
tlascaltecas mis maniobras que llevé conmigo, y tambien eché á cuestas
de otros cuatro indios de los que la guardaban otros cuatro fardos, y á
cada uno eché una carga; é como Pedro de Ircio lo vió, dijo que no lo
llevase, é yo porfiaba que sí; y como era capitan, hízose lo que mandó,
porque me amenazó que se lo diria á Cortés; y me dijo el Pedro de Ircio
que bien habia visto que dijo Cortés que no les tomásemos un grano de
maíz, é yo dije que ansí era verdad, que por esa palabra misma queria
llevar de aquella ropa; por manera que no me dejó llevar cosa ninguna;
y bajamos á dar cuenta á Cortés de lo que habiamos visto é á lo que nos
envió; y dijo el Pedro de Ircio á Cortés, por me revolver con él, lo
pasado, pensando que le contentaba mucho; despues de le dar cuenta de
lo que habia, dijo:
—«No se les tomó cosa ninguna; que ya habia cargado Bernal Diaz del
Castillo de ropa á ocho indios, é si no se lo estorbara yo, ya los
traia cargados.»
Entónces dijo Cortés medio enojado:
—«Pues ¿por qué no lo trajo? Y tambien os habíades de quedar allá vos
con la ropa é indios con los de arriba.»
É dijo:
—«Mirá cómo no entendieron que los envié porque se aprovechasen, y á
Bernal Diaz, que me entendió, quitaron el despojo que traia destos
perros, que se quedarán riendo con los que nos han muerto y herido.»
É cuando aquello oyó el Pedro de Ircio dijo que queria tornar á subir
á la fuerza; y entónces le dijo que ya no habia coyuntura para ello, y
que no fuese allá de ninguna manera.
Dejemos esta plática, y digamos cómo vinieron los del otro peñol, y
en fin de muchas razones que pasaron sobre que les perdonasen, todos
dieron la obediencia á su majestad; y como no habia agua en aquel
paraje, nos fuimos luego camino de un pueblo ya nombrado en el capítulo
pasado, que se dice Guaztepeque, adonde estaba la huerta que he dicho
que es la mejor que habia visto en toda mi vida, y ansí lo torno á
decir; que Cortés y el tesorero Alderete desque entónces la vieron y
pasearon algo della, se admiraron y dijeron que mejor cosa de huerta no
habian visto en Castilla.
Y digamos cómo en aquella noche nos aposentamos todos en ella; y los
caciques de aquel pueblo vinieron de paz á hablar y servir á Cortés,
porque Gonzalo de Sandoval los habia recebido ya de paz cuando entró
en aquel pueblo, segun más largamente he escrito en el capítulo
pasado que dello habla; y aquella noche reposamos allí, y á otro dia
muy de mañana nos partimos para Cornabaca y hallamos unos escuadrones
de guerreros mejicanos que de aquel pueblo habian salido, y los de
á caballo les siguieron más de legua y media hasta encerrarlos en
otro gran pueblo que se dice Tepuztlan; y estaban tan descuidados los
moradores dél, que dimos en ellos ántes que sus espías que tenian sobre
nosotros llegasen.
Aquí se hubieron muy buenas indias é despojos, y no aguardaron
ningunos mejicanos ni los naturales en el pueblo; y nuestro Cortés
envió á llamar á los caciques por tres ó cuatro veces que viniesen
todos de paz, y que si no venian, que les quemaria el pueblo y los
iriamos á buscar; y la respuesta fué que no querian venir; é porque
otros pueblos tuviesen temor dello, mandó poner fuego á la mitad de
las casas que allí cerca estaban, y en aquel instante vinieron los
caciques del pueblo por donde aquel dia pasamos, que ya he dicho que
se dice Yautepeque, y dieron la obediencia á su Majestad; y otro dia
fuimos camino de otro mejor y mayor pueblo, que se dice Coadalbaca, y
comunmente corrompimos ahora aquel vocablo y le llamamos Cuernabaca,
y habia dentro en él mucha gente de guerra, ansí de mejicanos como
de los naturales, y estaba muy fuerte por unas cavas y riachuelo que
están en las barrancas por donde corre el agua, muy hondas, de más de
ocho estados abajo, puesto que no llevaban mucha agua, y es fortaleza
para ellos; y tambien no habia entrada para caballos sino por unas dos
puentes, y teníanlas quebradas; y desta manera estaban tan fuertes, que
no los podiamos llegar, puesto que nos llegábamos á pelear con ellos
desta parte de sus cavas y riachuelo en medio, y ellos nos tiraban
mucha vara y flecha é piedras con hondas; y estando desta manera,
avisaron á Cortés que más adelante, obra de media legua, habia entrada
para los caballos, y luego fué allá con los de á caballo, y todos
nosotros estábamos buscando paso, y vimos que desde unos árboles que
estaban junto con la cava se podia pasar á la otra parte de aquella
honda cava, y puesto que cayeron tres soldados desde los árboles
abajo en el agua, y aun el uno se quebró la pierna, todavía pasamos,
aunque con harto peligro; porque de mí digo que verdaderamente cuando
pasaba que lo vi muy peligroso é malo de pasar, y se me desvanecia la
cabeza, y todavía pasé yo y otros veinte ó treinta soldados y muchos
tlascaltecas, y comenzamos á dar por las espaldas de los mejicanos,
que estaban tirando vara y flecha á los nuestros; y cuando lo vieron,
que lo tenian por cosa imposible, creyeron que éramos muchos más; y en
este instante allegaron Cristóbal de Olí é Pedro de Albarado y Andrés
de Tapia, con otros de á caballo, que habian pasado con mucho riesgo de
sus personas por una puente quebrada, y damos en los contrarios; por
manera que volvieron las espaldas y se fueron huyendo á los montes y á
otras partes de aquella honda cava, donde no se pudieron haber; é dende
á poco rato tambien llegó Cortés con todos los demás de á caballo.
En este pueblo se hubo gran despojo, ansí de mantas muy grandes como de
buenas indias, é allí mandó Cortés que estuviésemos aquel dia, y en una
huerta del señor de aquel pueblo nos aposentamos todos, y era muy buena.
Que quiera decir el gran recaudo de velas y escuchas y corredores del
campo que do quiera que estábamos ó por los caminos llevábamos, es
prolijidad recitallo tantas veces: y por esta causa pasaré adelante,
y diré que vinieron nuestros corredores del campo á decir á Cortés
que venian hasta veinte indios, y á lo que parecia en sus meneos y
semblantes eran caciques y hombres principales que le traian mensajes
ó á demandar paces, y eran los caciques de aquel pueblo; y cuando
llegaron adonde Cortés estaba le hicieron mucho acato y le presentaron
ciertas joyas de oro, y le dijeron que les perdonase porque no salieron
de paz, que el señor de Méjico les enviaba á mandar que, pues estaban
en fortaleza, que desde allí nos diesen guerra, y les envió un buen
escuadron de mejicanos para que les ayudasen; é que á lo que ahora han
visto, que no habrá cosa, por fuerte que sea, que no la combatamos y
señoreemos, y que le piden por merced que los reciba de paz; y Cortés
les mostró buena cara y dijo que somos vasallos de un gran señor,
que es el Emperador D. Cárlos, que á los que le quisieren servir que
á todos hace mercedes, y que á ellos en su Real nombre los recibe de
paz; y allí dieron la obediencia á su majestad; y acuérdome que dijeron
aquellos caciques que en pago de no haber venido de paz hasta entónces
permitieron nuestros dioses á los suyos que les hiciese castigo en sus
personas y haciendas.
Donde los dejaré agora; y digamos cómo otro dia de mañana caminamos
para otra gran poblacion que se dice Suchimileco; y lo que pasamos en
el camino y en la ciudad y reencuentros de guerra que nos dieron diré
adelante, hasta que volvimos á Tezcuco, y lo que más pasamos.


CAPÍTULO CXLV.
DE LA GRAN SED QUE HUBO EN ESTE CAMINO, Y DEL PELIGRO EN QUE NOS VIMOS
EN SUCHIMILECO CON MUCHAS BATALLAS Y REENCUENTROS QUE CON LOS MEJICANOS
Y CON LOS NATURALES DE AQUELLA CIUDAD TUVIMOS, Y DE OTROS MUCHOS
REENCUENTROS DE GUERRAS QUE HASTA VOLVER Á TEZCUCO PASAMOS.

Pues como caminamos para Suchimileco, que es una gran ciudad, y en
toda la más della están fundadas las casas en el agua, de agua dulce,
y estará de Méjico obra de dos leguas y media; pues yendo por nuestro
camino con gran concierto y ordenanza, como lo teniamos de costumbre,
fuimos por unos pinares, y no habia agua en todo el camino; y como
íbamos con nuestras armas á cuestas y era ya tarde y hacia gran sol,
aquejábanos mucho la sed, y no sabiamos si habia agua adelante, y
habiamos andado ciertas leguas, ni tampoco teniamos certinidad qué
tanto estaba de allí un pozo que nos decian que habia en el camino;
y como Cortés así vido todo nuestro ejército cansado, y los amigos
tlascaltecas se desmayaron y se murió uno de sed, y un soldado de los
nuestros que era viejo y estaba doliente, me parece que tambien se
murió de sed, acordó Cortés de parar á la sombra de unos pinares, y
mandó á seis de á caballo que fuesen adelante, camino de Suchimileco,
é que viesen qué tanto de allí habia poblacion ó estancias, ó el pozo
que tuvimos noticia que estaba cerca, para ir á dormir á él; y cuando
fueron los de á caballo, que era Cristóbal de Olí y un Valdenebro y
Pedro Gonzalez de Trujillo, y otros muy esforzados varones, acordé yo
de me apartar en parte que no me viese Cortés ni los de á caballo,
y llevé tres naborías mios tlascaltecas, bien esforzados é sueltos
indios, y fuí tras ellos hasta que me vieron ir, y me aguardaron
para me hacer volver, no hubiese algun rebato de guerreros mejicanos
donde no me pudiese valer, é yo todavía porfiaba á ir con ellos; y
el Cristóbal de Olí, como era yo su amigo, me dijo que fuese y que
aparejase los puños á pelear con los indios y los piés á ponerme en
salvo, y era tanta la sed que tenia, que aventuraba mi vida por me
hartar de agua.
Y pasando obra de media legua adelante, habia muchas estancias y
caserías de los de Suchimileco en unas laderas de unas sierrezuelas;
entónces los de á caballo que he dicho se apartaron para buscar agua
en las casas, y la hallaron y se hartaron de ella, y uno de mis
tlascaltecas me sacó de una casa un gran cántaro de agua, que así los
hay grandes cántaros en aquella tierra, de que me harté yo y ellos; y
entónces acordé desde allí de me volver donde estaba Cortés reposando,
porque los moradores de aquellas estancias ya comenzaban á se
apellidar y nos daban grita, y truje el cántaro lleno de agua con los
tlascaltecas, y hallé á Cortés que ya comenzaba á caminar con todo su
ejército; y como le dije que habia agua en unas estancias muy cerca de
allí y que habia bebido y que traia agua en el cántaro, la cual traian
los tlascaltecas muy escondida porque no me la tomasen, porque á la
sed no hay ley; de la cual bebió Cortés y otros caballeros, y se holgó
mucho, y todos se alegraron y se dieron priesa á caminar, y llegamos
á las estancias ántes de se poner el sol, y por las casas hallaron
agua, aunque no mucha, y con la sed que traian algunos soldados, comian
unos como cardos, y á algunos se les dañaron las bocas y lenguas; y
en este instante vinieron los de á caballo é dijeron que el pozo que
estaba léjos, y que ya estaba toda la tierra apellidando guerra, é
que era bien dormir allí; y luego pusieron velas y espías y corredores
del campo, é yo fuí uno de los que pusieran por velas, y paréceme
que llovió aquella noche un poco ó que hizo mucho viento; y otro dia
muy de mañana comenzamos á caminar; é á obra de las ocho llegamos á
Suchimileco.
Saber yo ahora decir la multitud de guerreros que nos estaban
esperando, unos por tierra é otros en un paso de una puente que tenian
quebrada, é los muchos mamparos y albarradas que tenian hecho en
ellas, é las lanzas que traian hechas como al modo de las espadas que
hubieron cuando la gran matanza que hicieron de los nuestros en lo
de las puentes de Méjico, y otros muchos indios capitanes que todos
traian espadas de las nuestras muy relucientes; pues flecheros y varas
de á dos gajos, y piedra con hondas, y espadas de á dos manos como
montantes, hechas de á dos manos de navajas.
Digo que estaba toda la tierra firme llena dellos, y al pasar de
aquella puente estuvieron peleando con nosotros cerca de media hora,
que no les podiamos entrar, que ni bastaban ballestas ni escopetas ni
grandes arremetidas que haciamos, y lo peor de todo era que ya venian
otros escuadrones dellos, por las espaldas dándonos guerra; y cuando
aquello vimos, rompimos por el agua y puente medio nadando, y otros á
vuelapié, y allí hubo algunos de nuestros soldados que bebieron tanta
agua por fuera, que se les hincharon las barrigas dello.
Y volvamos á nuestra batalla: que al pasar de la puente hirieron á
muchos de los nuestros é mataron dos soldados, y luego les llevamos á
buenas cuchilladas por unas calles donde habia tierra firme adelante,
y los de á caballo, juntamente con Cortés, salen por otras partes á
tierra firme, á donde toparon sobre más de diez mil indios, todos
mejicanos, que venian de refresco para ayudar á los de aquel pueblo;
y peleaban de tal manera con los nuestros, que les aguardaban con las
lanzas á los de á caballo, é hirieron á cuatro dellos; y Cortés, que
se halló en aquella gran presa, y el caballo en que iba, que era muy
bueno, castaño escuro, que le llamaban el Romo, ú de muy gordo ú de
cansado, como estaba holgado, desmayó el caballo, y los contrarios
mejicanos, como eran muchos, echaron mano á Cortés y le derribaron del
caballo; otros dijeron que por fuerza le derrocaron; ahora sea por lo
uno ó por lo otro, en aquel instante llegaron muchos más guerreros
mejicanos para si pudieran apañarle vivo á Cortés; y como aquello
vieron unos tlascaltecas y un soldado muy esforzado, que se decia
Cristóbal de Olea, natural de Castilla la Vieja, de tierra de Medina
del Campo, de presto llegaron, y á buenas cuchilladas y estocadas
hicieron lugar, y tornó Cortés á cabalgar, aunque bien herido en la
cabeza, y quedó el Olea muy malamente herido de tres cuchilladas; y en
aquel tiempo acudimos allí todos los más soldados que más cerca dél
nos hallamos; porque en aquella sazon, como en aquella ciudad habia
en cada calle muchos escuadrones de guerreros y por fuerza habiamos de
seguir las banderas, no podiamos estar todos juntos, sino pelear unos á
unas partes y otros á otras, como nos fué mandado por Cortés; mas bien
entendimos que donde andaba Cortés y los de á caballo que habia mucho
que hacer, por las muchas gritas y voces y alaridos que oiamos.
Y en fin de más razones, puesto que habia á donde andábamos muchos
guerreros, fuimos con gran riesgo de nuestras personas á donde estaba
Cortés, que ya se le habian juntado hasta quince de á caballo y estaban
peleando con los enemigos junto á unas acequias, á donde se mamparaban
y estaban albarradas; y como llegamos, les pusimos en huida, aunque
no del todo volvian las espaldas; y porque el soldado Olea que acudió
á nuestro Cortés estaba muy mal herido de tres cuchilladas y se
desangraba, y las calles de aquella ciudad estaban llenas de guerreros,
dijimos á Cortés que se volviese á unos mamparos y se curase el
Cortés y el Olea; y así volvimos, y no muy sin sobra de vara y piedra
y flecha, que nos tiraban de muchas partes donde tenian mamparos y
albarradas, creyendo los mejicanos, que volviamos retrayéndonos, é nos
seguian con gran furia; y en este instante viene Pedro de Albarado é
Andrés de Tapia y Cristóbal de Olí y todos los más de á caballo que
fueron con ellos á otras partes, el Olí corriendo sangre de la cara y
el Pedro de Albarado herido, y el caballo y todos los demás cada cual
con su herida, y dijeron que habian peleado con tanto mejicano en el
campo, que no se podian valer; y porque cuando pasamos la puente que
dicho tengo, parece ser Cortés los repartió que la mitad de á caballo
fuesen por una parte y la otra mitad por otra; y así, fueron siguiendo
tras unos escuadrones, y la otra mitad tras los otros.
Pues ya que estábamos curando los heridos con quemalles con aceite é
apretalles con mantas, suenan tantas voces y trompetillas é caracoles
por unas calles en tierra firme, y por ellas vienen tantos mejicanos á
un patio donde estábamos curando los heridos, é tírannos tanta vara y
piedra, que hirieron de repente á muchos soldados; mas no les fué muy
bien de aquella cabalgada, que presto arremetimos con ellos, y buenas
cuchilladas y estocadas quedaron hartos dellos tendidos.
Pues los de á caballo no tardaron en salilles al encuentro, que mataron
muchos, puesto que entónces hirieron dos caballos é mataron un soldado;
de aquella vez los echamos de aquel sitio é patio; y cuando Cortés vió
que no habia más contrarios, nos fuimos á reposar á otro grande patio,
adonde estaban los grandes adoratorios de aquella ciudad, y á muchos de
nuestros soldados subieron en el cu más alto, adonde tenian sus ídolos,
y desde allí vieron la gran ciudad de Méjico y toda la laguna, porque
bien se señoreaba todo; y vieron venir sobre dos mil canoas que venian
de Méjico llenas de guerreros, y venian derechos adonde estábamos;
porque, segun otro dia supimos, el señor de Méjico, que se decia
Guatemuz, les enviaba para que aquella noche ó dia diesen en nosotros;
y juntamente envió por tierra sobre otros diez mil guerreros para que,
unos por una parte y otros por otra, tuviesen manera que no saliésemos
de aquella ciudad con las vidas ninguno de nosotros.
Tambien habia apercebido otros diez mil hombres para les enviar de
refresco cuando estuviesen dándonos guerra, y esto se supo otro dia
de cinco capitanes mejicanos que en las batallas prendimos; y mejor
lo ordenó nuestro Señor Jesucristo; porque así como vino aquella gran
flota de canoas, luego se entendió que venian contra nosotros, y
acordóse que hubiese muy buena vela en todo nuestro real, repartido
á los puertos y acequias por donde habian de venir á desembarcar, y
los de á caballo muy á punto toda la noche, ensillados y enfrenados,
aguardando en la calzada y tierra firme, y todos los capitanes, y
Cortés con ellos, haciendo vela y ronda toda la noche, é á mí é á
otros diez soldados nos pusieron por velas sobre unas paredes de cal
y canto, y tuvimos muchas piedras é ballestas y escopetas y lanzas
grandes adonde estábamos, para que si por allí, en unas acequias que
era desembarcadero, llegasen canoas, que los resistiésemos é hiciésemos
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