Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 21

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Digamos de otra materia: cómo se recogió todo el oro y plata y joyas
que se hubieron en Méjico, é fué muy poco, segun pareció, porque todo
lo demás hubo fama que lo mandó echar Guatemuz en la laguna cuatro
dias ántes que se prendiese; é que demás desto, que lo habian robado
los tlascaltecas y los de Tezcuco y Guaxocingo y Cholula, y todos los
demás de nuestros amigos que estaban en la guerra; y demás desto, que
los que andaban en los bergantines robaron su parte; por manera que los
oficiales del Rey decian y publicaban que Guatemuz lo tenia escondido,
y Cortés holgaba dello de que no lo diese, por habello él todo para sí;
é por estas causas acordaron de dar tormento á Guatemuz y al señor de
Tacuba, que era su primo y gran privado; y ciertamente le pesó mucho á
Cortés, porque á un señor como Guatemuz, Rey de tal tierra, que es tres
veces más que Castilla, le atormentasen por codicia del oro, que ya
habian hecho pesquisas sobre ello, y todos los mayordomos de Guatemuz
decian que no habia más de lo que los oficiales del Rey tenian en su
poder, y eran hasta trecientos y ochenta mil pesos de oro, porque ya
lo habian fundido y hecho barras; y de allí se sacó el real quinto, é
otro quinto para Cortés; y como los conquistadores que no estaban bien
con Cortés vieron tan poco oro, y al tesorero Julian de Alderete le
decian algunos dellos que tenian sospecha que por quedarse Cortés con
el oro no querian que prendiesen al Guatemuz ni le diesen tormento; y
porque no le achacasen algo á Cortés, y no lo podia excusar, consintió
que le diesen tormento á Guatemuz, como al señor de Tacuba; y lo que
confesaron fué, que cuatro dias ántes que le prendiesen lo echaron
en la laguna, ansí el oro como los tiros y escopetas y ballestas, y
otras muchas cosas de guerra que de nosotros tenian de cuando nos
echaron de Méjico y cuando desbarataron agora á la postre á Cortés; y
fueron adonde Guatemuz habia señalado, y entraron buenos nadadores y
no hallaron cosa ninguna; y lo que yo vi, que fuimos con el Guatemuz á
las casas donde solia vivir, y estaba una como alberca grande de agua
honda, y de aquella alberca sacamos un sol de oro como el que nos
hubo dado el gran Montezuma, y muchas joyas y piezas de poco valor,
que eran del mismo Guatemuz; y el señor de Tacuba dijo que él tenia en
unas casas suyas grandes, que estaban de Tacuba obra de cuatro leguas,
ciertas cosas de oro, é que le llevasen allá é que diria dónde estaba
soterrado y lo daria; y fué Pedro de Albarado y seis soldados con él,
é yo fuí en su compañía; y cuando llegamos dijo que por morirse en el
camino habia dicho aquello, é que lo matasen, que no tenia oro ni joyas
ningunas; y ansí nos volvimos sin ello, y ansí se quedó, que no hubimos
más oro que fundir; verdad es que la recámara del Montezuma, que
despues poseyó el Guatemuz, no se habia llegado á muchas joyas y piezas
de oro, que todo ello tomó para que con ello sirviésemos á su majestad;
y porque habia muchas joyas de diversas hechuras y primas labores, y
si me parase á escribir cada cosa y hechura dello por sí, seria y es
gran prolijidad, lo dejaré de decir en esta relacion; mas dijeron allí
muchas personas, é yo digo de verdad, que valía dos veces más que la
que habia sacado para repartir el real quinto de su majestad; todo
lo cual enviamos al Emperador nuestro señor con Alonso de Ávila, que
en aquel tiempo vino de la isla de Santo Domingo, y con Antonio de
Quiñones; lo cual diré adelante cómo y dónde, en qué manera y cuándo
fueron.
Y dejemos de hablar dello y volvamos á decir que en la laguna, donde
decia Guatemuz que habia echado el oro, entré yo y otros soldados á
zabullidas, y siempre sacábamos pecezuelos de poco precio, lo cual
luego nos lo demandó Cortés y el tesorero Julian de Alderete; y ellos
mismos fueron con nosotros adonde lo habiamos sacado, y llevaron
consigo buenos nadadores, y sacaron obra de noventa ó cien pesos de
sartalejos de cuentas y ánades y perrillos y pinjantes y collarejos y
otras cosas de nonada, que ansí se puede decir, segun habia la fama en
la laguna del oro que de ántes habia echado.
Dejemos de hablar desto, y digamos cómo todos los capitanes y soldados
estábamos algo pensativos de ver el poco oro que parecia y las
partecillas que dello nos daban; y el padre fray Bartolomé de Olmedo,
de la órden de la Merced, y Alonso de Ávila, que entónces habia vuelto
de la isla de Santo Domingo de cuando le enviaron por procurador, y
Pedro de Albarado y otros caballeros y capitanes, dijeron á Cortés que,
pues que habia poco oro, que las partes que habian de caber á todos que
las diesen y repartiesen á los que quedaron mancos y cojos y ciegos
y tuertos y sordos, y á otros que se habian quemado con la pólvora,
y á otros que estaban dolientes de dolor de costado, que á aquellos
les diese todo el oro, y que para aquellos seria bien dárselo, é que
todos los demás que estábamos sanos lo habriamos por bien; y si esto
le dijeron á Cortés, fué sobre cosa pensada, creyendo que nos daria
más que las partes que nos venian, porque habia mucha sospecha que lo
tenian escondido todo; y lo que respondió fué, que veria las partes
que cabian, é que visto, en todo pondria remedio; y como todos los
capitanes y soldados queriamos ver lo que nos cabia de parte, dábamos
priesa para que se echase la cuenta y se declarase á qué tantos pesos
saliamos; y despues que lo hubieran tanteado, dijeron que cabian los de
á caballo á cien pesos, y á los ballesteros y escopeteros y rodeleros
que no se me acuerda bien; y de que aquellas partes nos señalaron,
ningun soldado lo quiso tomar; y entónces murmuramos de Cortés y del
tesorero Alderete, y el tesorero por descargarse decia que no podia
haber más, porque Cortés sacaba otro quinto del monton, como el de
su majestad, para él, y se pagaba de muchas costas de los caballos
que se habian muerto, y tambien dejaban de meter en el monton otras
muchas piezas que habiamos de enviar á su majestad; y que riñésemos
con Cortés, y no con él: y como en todos tres reales habia soldados
que habian sido amigos y paniaguados del Diego Velazquez, gobernador
de Cuba, de los que habian pasado con Narvaez, que no estaban bien
con Cortés, como vieron que no les daban las partes del oro que ellos
quisieran, no lo quisieron recibir lo que les daban; y como Cortés
estaba en Cuyoacan y posaba en unos grandes palacios que estaban
blanqueados y encaladas las paredes, donde buenamente se podia
escribir con carbon y con otras tintas, amanecian cada mañana escritos
motes, unos en prosa y otros en versos, algo maliciosos, á manera como
masepasquines é libelos; y unos decian que el sol y la luna y el cielo
y estrellas y la mar y la tierra tienen sus cursos, é que si algunas
veces salen más de la inclinacion para que fueron criados más de sus
medidas, que vuelven á su ser, y que ansí habia de ser la ambicion de
Cortés en el mandar; y otros decian que más conquistados nos traian
que la misma conquista que dimos á Méjico, y que no nos nombrásemos
conquistadores de Nueva-España, sino conquistados de Hernando Cortés;
y otros decian que no bastaba tomar buena parte del oro como general,
sino tomar parte de quinto como Rey, sin otros aprovechamientos que
tenia; y otros decian:
—«¡Oh, qué triste está el alma mia hasta que la parte vea!»
Otros decian que Diego Velazquez gastó su hacienda é descubrió toda la
costa hasta Pánuco, y la vino Cortés á gozar; y decian otras cosas como
estas y aun decian palabras que no son para decir en esta relacion.
Y como Cortés salia cada mañana y lo leia, y como estaban unas
chanzonetas en prosa y otras en metro, y por muy gentil estilo y
consonancia cada mote y copla á lo que iba inclinada y á la fin que
tiraba su dicho, y no como yo aquí lo digo; y como Cortés era algo
poeta, y se preciaba de dar respuestas inclinadas á loas de sus
heróicos hechos, y deshaciendo los del Diego Velazquez y Grijalva y
Narvaez, respondia tambien por buenos consonantes y muy á propósito en
todo lo que escribia; y de cada dia iban más desvergonzados los metros,
hasta que Cortés escribió:
—«Pared blanca, papel de nécios.»
Y amanecia más adelante:
—«Y aun de sábios y verdades.»
Y aun bien supo Cortés quién lo escribia, y fué un Fulano Tirado, amigo
de Diego Velazquez, yerno que fué de Ramirez el viejo, que vivia en
la Puebla, y un Villalóbos, que fué á Castilla, y otro que se decia
Mansilla, y otros que ayudaban de buena para Cortés á los puntos que le
tiraban; y de tal manera andaba la cosa, que fray Bartolomé de Olmedo
le dijo á Cortés que no permitiese que aquello pasase adelante, sino
que con cordura vedase que no escribiesen en la pared.
Fué buen consejo, y mandó Cortés que no se atreviese ninguno á poner
letreros ni perques de malicias; que castigaria á los desvergonzados
que escribiesen con graves penas, y á fe que aprovechó.
Dejemos desto, y digamos que, como habia muchas deudas entre nosotros,
que debiamos de ballestas á cuarenta y á cincuenta pesos, y de una
escopeta ciento, y de un caballo ochocientos, y mil, y á veces más,
y una espada cincuenta, y desta manera eran tan caras las cosas que
habiamos comprado; pues un cirujano que se llamaba maestre Juan, que
curaba algunas malas heridas y se igualaba por la cura á excesivos
precios, y tambien un médico que se decia Murcia, que era boticario
y barbero, tambien curaba; y otras treinta trampas y zarrabusterías
que debiamos, demandaban que les pagásemos de las partes que nos
daban; y el remedio que Cortés dió fué, que puso dos personas de buena
conciencia, que sabian de mercaderías, que apreciasen qué podian valer
las mercaderías y cosas de las que habiamos tomado fiado, y que lo
apreciasen; llamábanse los apreciadores el uno Santa Clara, persona
muy honrada, y el otro se decia fulano de Llerena; y se mandó que todo
aquello que aquellos apreciadores dijesen que valía cada cosa de las
que nos habian vendido, y las curas que nos habian hecho los cirujanos,
que pasasen por ello; é que si no teniamos dineros, que aguardasen por
ello tiempo de dos años.
Otra cosa tambien se hizo: que todo el oro que se fundió echaron tres
quilates más de lo que tenia de ley, porque ayudasen á las pagas, y
tambien porque en aquel tiempo habian venido mercaderes y navíos á
la Villa-Rica, y creyendo que en echarle los tres quilates más, que
ayudasen á la tierra y á los conquistadores; y no nos ayudó en cosa
ninguna, ántes fué en nuestro perjuicio; porque los mercaderes, porque
aquellos tres quilates saliesen á la cabal de sus ganancias, cargaban
en las mercaderías y cosas que vendian cinco quilates, y ansí anduvo el
oro de tres quilates tepuzque, que quiere decir en la lengua de indios
cobre; y ansí agora tenemos aquel modo de hablar, que nombramos á
algunas personas que son preeminentes y de merecimiento el señor don
fulano de tal nombre, Juan ó Martin ó Alonso, y otras personas que
no son de tanta calidad les decimos no más de su nombre, y por haber
diferencia de los unos á los otros, decimos á fulano de tal nombre
tepuzque.
Volvamos á nuestra plática: que viendo que no era justo que el oro
anduviese de aquella manera, se envió á hacer saber á su majestad para
que se quitase y no anduviese en la Nueva-España; y su majestad fué
servido de mandar que no anduviese más, é que todo lo que se le hubiese
de pagar en almojarifazgo y penas de cámara que se le pagase de aquel
oro malo hasta que se acabase y no hubiese memoria dello, y desta
manera se llevó todo á Castilla.
Y quiero decir que en aquella sazon que esto pasó ahorcaron dos
plateros que falseaban las marcas y las echaban cobre puro.
Mucho me he detenido en contar cosas viejas y salir fuera de mi
relacion.
Volvamos á ella, y diré que, como Cortés vió que muchos soldados se le
desvergonzaban y le pedian más partes, y le decian que se lo tomaba
todo para sí, y le pedian prestados dineros, acordó de quitar de sobre
sí aquel dominio y de enviar á poblar á todas las provincias que le
pareció que convenia que se poblasen.
Á Gonzalo de Sandoval mandó que fuese á poblar á Tutepeque, é que
castigase unas guarniciones mejicanas que mataron cuando salimos de
Méjico sesenta personas, y entre ellas seis mujeres de Castilla que
allí habian quedado de los de Narvaez; é que poblase á Medellin, é
que pasase á Guacacualco é que poblase aquel puerto, y tambien mandó
que fuese á conquistar la provincia de Pánuco; y á Rodrigo Rangel que
se estuviese en la Villa-Rica, y en su compañía Pedro de Ircio; y á
Juan Velazquez Chico mandó que fuese á Colima, y á un Villa-Fuerte á
Zacatula, y Cristóbal de Olí que fuese á Mechoacan; ya en este tiempo
se habia casado Cristóbal de Olí con una señora portuguesa, que se
decia doña Filipa de Araujo; y envió á Francisco de Orozco á poblar á
Guaxaca, porque en aquellos dias que habiamos ganado á Méjico, como lo
supieron en todas estas provincias que he nombrado que Méjico estaba
destruida, no lo podian creer los caciques y señores dellas, como
estaban léjos, y enviaban principales á dar á Cortés el parabien de las
vitorias, y á darse y ofrecerse por vasallos de su majestad, y á ver
cosa tan temida como dellos fué Méjico si era verdad que estaba por el
suelo; y todos traian grandes presentes de oro, que daban á Cortés, y
aun traian consigo á sus hijos pequeños, y les mostraban á Méjico, y
como solemos decir:
—«Aquí fué Troya;» y se lo declaraban.
Dejemos desto, y digamos una plática que es bien que se declare;
porque me dicen muchos curiosos letores que ¿qué es la causa que los
verdaderos conquistadores que ganamos la Nueva-España y la grande y
fuerte ciudad de Méjico, por qué no nos quedamos en ella á poblar y
nos veniamos á otras provincias? Tienen razon de lo preguntar; quiero
decir la causa por qué, y es esto que diré.
En los libros de la renta de Montezuma mirábamos de qué partes le
traian el oro, y dónde habia minas y cacao y ropa de mantas; y de
aquellas partes que veiamos en los libros que traian los tributos del
oro para el gran Montezuma, queriamos ir allá, en especial viendo
que salia de Méjico un capitan principal y amigo de Cortés, como era
Sandoval; y tambien como viamos que en todos los pueblos de la redonda
de Méjico no tenian minas de oro ni algodon ni cacao, sino mucho maíz
y maqueyales, de donde sacaban el vino, y á esta causa la teniamos por
tierra pobre, y nos fuimos á otras provincias á poblar, y en todas
fuimos muy engañados.
Acuérdome que fuí á hablar á Cortés que me diese licencia para que
fuese con Sandoval, y me dijo:
—«En mi conciencia, hermano Bernal Diaz del Castillo, que vivís
engañado; que yo quisiera que quedárades aquí conmigo; mas si es
vuestra voluntad ir con vuestro amigo Gonzalo de Sandoval, id en buena
hora, é yo tendré siempre cuidado de lo que se os ofreciere, más bien
sé que os arrepentireis por me dejar.»
Volvamos á decir de las partes del oro, que todo se quedó en poder de
los oficiales del Rey, por las esclavas que habiamos sacado en las
almonedas.
No quiero poner aquí por memoria qué tantos de á caballo ni
ballesteros ni escopeteros ni soldados, ni en cuantos dias de tal mes
despachó Cortés á los capitanes para que fuesen á poblar las provincias
por mí arriba dichas, porque seria larga relacion; basta que digo pocos
dias despues de ganado Méjico é preso Guatemuz, é de ahí á otros dos
meses envió otro capitan á otras provincias.
Dejemos ahora de hablar de Cortés, y diré que en aquel instante vino al
puerto de la Villa-Rica, con dos navíos, un Cristóbal de Tapia, veedor
de las fundaciones que se hacian en Santo Domingo, y otros decian
que era alcaide de aquella fortaleza que está en la isla de Santo
Domingo, y traia provisiones y cartas misivas de don Juan Rodriguez de
Fonseca, Obispo de Búrgos é se nombraba arzobispo de Rosano, para que
le diésemos la gobernacion de la Nueva-España al Tapia; é lo que sobre
ello pasó diré adelante.


CAPÍTULO CLVIII.
CÓMO LLEGÓ AL PUERTO DE LA VILLA-RICA UN CRISTÓBAL DE TAPIA QUE VENIA
PARA SER GOBERNADOR.

Pues como Cortés hubo despachado los capitanes y soldados por mí ya
dichos á pacificar y poblar provincias, en aquella sazon vino un
Cristóbal de Tapia, veedor de la isla de Santo Domingo, con provisiones
de su majestad, guiadas y encaminadas por D. Juan Rodriguez de Fonseca,
Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, porque ansí se llamaba, para
que le admitiesen á la gobernacion de la Nueva-España; y demás de las
provisiones, traia muchas cartas misivas del mismo Obispo para Cortés y
para otros muchos conquistadores y capitanes de los que habian venido
con Narvaez, para que favoreciesen al Cristóbal de Tapia; y demás
de las cartas que traia cerradas y selladas del Obispo, traia otras
en blanco para que el Tapia en la Nueva-España pusiese todo lo que
quisiese y le pareciese, y en todas ellas traia grandes prometimientos
que nos haria muchas mercedes si dábamos la gobernacion al Tapia, y
por otra parte muchas amenazas, y decia que su majestad nos enviaria á
castigar.
Dejemos desto, que Tapia presentó sus provisiones en la Villa-Rica
de la Veracruz delante de Gonzalo de Albarado, hermano de Pedro de
Albarado, que estaba en aquella sazon por teniente de Cortés, porque
un Rodrigo Rangel, que solia estar allí por alcalde mayor, no sé qué
desatinos habia hecho cuando allí estaba, y le quitó Cortés el cargo;
y presentadas las provisiones, el Gonzalo de Albarado las obedeció y
puso sobre su cabeza como provisiones y mando de su rey y señor; é que
en cuanto al cumplimiento, que se juntarian los alcaldes y regidores
de aquella villa é que platicarian y verian cómo y de qué manera
eran ganadas y habidas aquellas provisiones, é que todos juntos las
obedecian, porque él solo era una persona, y tambien porque querian
ver si su majestad era sabidor que tales provisiones enviasen; y
esta respuesta no le cuadró bien al Tapia, y aconsejáronle que se
fuese luego á Méjico, adonde estaban Cortés con todos los capitanes
y soldados, y que allá las obedecerian; y demás de presentar las
provisiones, como dicho tengo, escribió á Cortés de la manera que venia
por gobernador; y como Cortés era muy avisado, si muy buenas cartas
le escribió el Tapia, y vió las ofertas y ofrecimientos del Obispo
de Búrgos, y por otra parte las amenazas; si muy buenas palabras y
muy llenas de cumplimientos él le escribió, otras muy mejores y más
halagüeñas y blandosamente y amorosas y llenas de cumplimientos le
escribió Cortés en respuesta; y luego Cortés rogó y mandó á ciertos de
nuestros capitanes que se fuesen á ver con el Tapia, los cuales fueron
Pedro de Albarado y Gonzalo de Sandoval y Diego de Soto el de Toro y un
Valdenebro y el capitan Andrés de Tapia, á los cuales envió á llamar
por la posta que dejasen de poblar por entónces las provincias en que
estaban, é que fuesen á la Villa-Rica, donde estaba el Cristóbal de
Tapia, y con ellos mandó que fuese un fraile que se decia fray Pedro
Melgarejo de Urraca.
Ya que el Tapia iba camino de Méjico á se ver con Cortés, encontró con
nuestros capitanes y con el fraile por mí nombrados, y con palabras
y ofrecimientos que le hicieron, volvió del camino para un pueblo
que se decia Cempoal, y allí le demandaron que mostrase otra vez las
provisiones, y que verian cómo y de qué manera lo mandaba su majestad,
y si venia en ellas su real firma ó era sabidor dello, é que los pechos
por tierra las obedecerian en nombre de Hernando Cortés y de toda la
Nueva-España, porque traian poder para ello; y el Tapia les tornó á
notificar y mostrar las provisiones; y todos aquellos capitanes á
una las obedecieron y pusieron sobre sus cabezas como provisiones de
nuestro rey y señor, é que en cuanto al cumplimiento, que suplicaban
dellas para ante el Emperador nuestro señor; y dijeron que no era
sabidor dellas ni de cosa ninguna, é que el Cristóbal de Tapia no
era suficiente para ser gobernador, é que el Obispo de Búrgos era
contra todos los conquistadores que serviamos á su majestad, y andaba
ordenando aquellas cosas sin dar verdadera relacion á su majestad, y
por favorecer al Diego Velazquez, y al Tapia por casar con uno dellos
á una doña Fulana de Fonseca, sobrina del mismo Obispo; y luego que
el Tapia vió que no aprovechaban palabras ni provisiones ni cartas de
ofertas ni otros cumplimientos, adoleció de enojo; y aquellos nuestros
capitanes le escribian á Cortés todo lo que pasaba, y le avisaron
que enviase tejuelos de oro y barras, é que con ellos amansaria la
furia de Tapia; lo cual el oro vino por la posta, y le compraron unos
negros y tres caballos y el un navío, y se volvió á embarcar en el otro
navío y se fué á la isla de Santo Domingo, de donde habia salido; é
cuando allá llegó, la audiencia real que en ella residia y los frailes
jerónimos que estaban por gobernadores notaron muy bien su vuelta de
aquella manera, y se enojaron con él porque ántes que saliese de la
isla para ir á la Nueva-España le habian mandado expresamente que en
aquella sazon no curase de venir, porque seria causa de quebrar el
hilo y conquistas de Méjico, y no les quiso obedecer; ántes, con favor
del Obispo de Búrgos, D. Juan Rodriguez de Fonseca, se resolvió; que
no osaban hacer otra cosa los oidores sino lo que el Obispo de Búrgos
mandaba, porque era presidente de Indias, porque su majestad estaba en
aquella sazon en Flandes, que no habia venido á Castilla.
Dejemos esto del Tapia, y digamos cómo luego envió Cortés á Pedro de
Albarado á poblar á Tustepeque, que era tierra rica de oro.
Y para que bien lo entiendan los que no saben los nombres destos
pueblos, uno es Tutepeque, adonde fué Gonzalo de Sandoval, y otro
es Tustepeque, adonde en esta sazon va Pedro de Albarado; y esto
declaro porque no me culpen que digo que dos capitanes fueron á poblar
una provincia de un nombre, y son dos provincias; y tambien habia
enviado á poblar el rio de Pánuco, porque Cortés tuvo noticia que un
Francisco de Garay hacia grande armada para venirla á poblar; porque,
segun pareció, se lo habia dado su majestad al Garay por gobernacion
y conquista, segun más largamente lo he dicho y declarado en los
capítulos pasados cuando hablaba de todos los navíos que envió adelante
Garay, que desbarataron los indios de la misma provincia de Pánuco, é
hízolo Cortés porque si viniese el Garay la hallase por Cortés poblada.
Dejemos desto, y digamos cómo Cortés envió otra vez á Rodrigo Rangel
por teniente de Villa-Rica, y quitó al Gonzalo de Albarado, y le mandó
que luego le enviase á Pánfilo de Narvaez donde estaba poblando Cortés
en Cuyoacan, que aún no habia entrado á poblar á Méjico hasta que se
edificasen todas las casas y palacio adonde habia de vivir; y envió por
el Pánfilo de Narvaez porque, segun le dijeron, que cuando el Cristóbal
de Tapia llegó á la Villa-Rica con las provisiones que dicho tengo, el
Narvaez habló con él y en pocas palabras le dijo:
—«Señor Tapia, paréceme que tan buen recaudo traeis y tal le llevaréis
como yo; mirad en lo que yo he parado trayendo tan buena armada, y
mirad por vuestra persona, no os maten, y no os cureis de perder
tiempo; que la ventura de Cortés é sus soldados no es acabada; entended
en que os dén algun oro por esas cosas que traeis, é idos á Castilla
ante su majestad, que allá no faltará quien os ayude, y diréis lo que
pasa, en especial teniendo, como teneis, al señor Obispo de Búrgos; y
esto es mejor consejo.»
Dejémonos desta plática y diré cómo Narvaez fué su camino á Méjico, y
vió aquellas grandes ciudades y poblaciones; y cuando llegó á Tezcuco
se admiró, y cuando vió á Cuyoacan, mucho más, y desque vió la gran
laguna y ciudades que en ella están pobladas, y despues la gran ciudad
de Méjico, y como Cortés supo que venia, le mandó hacer mucha honra;
y llegado ante él, se hincó de rodillas y le fué á besar las manos,
y Cortés no lo consintió y le hizo levantar, y le abrazó y le mostró
mucho amor, y le hizo asentar cabe sí, y entónces el Narvaez le habló y
le dijo:
—«Señor capitan, agora digo de verdad que la menor cosa que hizo
vuestra merced y sus valerosos soldados en esta Nueva-España fué
desbaratarme á mí y prenderme, y aunque trajera mayor poder del que
traje, pues he visto tantas ciudades y tierras que ha domado y sujetado
al servicio de Dios nuestro Señor y del Emperador Cárlos V; y puédese
vuestra merced alabar y tener en tanta estima, que yo ansí lo digo, y
dirán todos los capitanes muy nombrados que el dia de hoy son vivos,
que en el universo se puede anteponer á los muy afamados é ilustres
varones que ha habido; y otra tan fuerte ciudad como Méjico no la
hay; y vuestra merced y sus muy esforzados soldados son dignos que su
majestad les haga muy crecidas mercedes.»
Y le dijo otras muchas alabanzas; y Cortés le respondió que nosotros
no éramos bastantes para hacer lo que estaba hecho, sino la gran
misericordia de Dios nuestro Señor, que siempre nos ayudaba, y la buena
ventura de nuestro gran César.
Dejémonos desta plática y de las ofertas que hizo Narvaez á Cortés
que le seria servidor, y diré cómo en aquella sazon se pasó Cortés á
poblar la insigne y gran ciudad de Méjico, y repartió solares para las
iglesias y monasterios y casas reales y plazas, y á todos los vecinos
les dió solares; y por no gastar más tiempo en escribir segun y de la
manera que agora está poblada, que, segun dicen muchas personas que se
han hallado en muchas partes de la cristiandad, otra más populosa y
mayor ciudad y de mejores casas y muy bien pobladas no se ha visto.
Pues estando dando la órden que dicho tengo, al mejor tiempo que
estaba Cortés algo descansando, le vinieron cartas del Pánuco que toda
la provincia estaba levantada é puesta en armas, y que era gente muy
belicosa y de muchos guerreros, porque habian muerto muchos soldados
que habia enviado Cortés á poblar, y que con brevedad enviase el mayor
socorro que pudiese; y luego acordó Cortés de ir él mismo en persona,
porque todos los capitanes habian ido á sus conquistas; y llevó todos
los más soldados que pudo y hombres de á caballo y ballesteros y
escopeteros, porque ya habian llegado á Méjico muchas personas de las
que el veedor Tapia traia consigo, y otros que allí estaban de los de
Lúcas Vazquez de Aillon, que habian ido con él á la Florida, y otros
que habian venido de las islas en aquel tiempo; y dejando en Méjico
buen recaudo, y por capitan dél á Diego de Soto, natural de Toro,
salió Cortés de Méjico; y en aquella sazon no habia herraje, sino muy
poco, para los muchos caballos que llevaba, porque pasaban de ciento y
treinta de á caballo y ducientos y cincuenta soldados, y contados entre
los ballesteros y escopeteros y de á caballo, y tambien llevó diez mil
mejicanos; y en aquella sazon ya habia vuelto de Mechoacan Cristóbal
de Olí, porque dejó aquella provincia de paz y trajo consigo muchos
caciques y al hijo del cacique Conci, que ansí se llamaba, y era el
mayor señor de todas aquellas provincias, y trajo mucho oro bajo, que
lo tenian revuelto con plata y cobre; y gastó Cortés en aquella ida
que fué á Pánuco mucha cantidad de pesos de oro, que despues demandaba
á su majestad que le pagase aquella costa, y los oficiales de la real
hacienda no se los quisieron recebir en cuenta ni le quisieron pagar
cosa dello, porque respondieron que si habia hecho aquel gasto en la
conquista de aquella provincia, que lo hizo por se apoderar della,
porque Francisco de Garay, que venia por gobernador, no la hubiese,
porque ya tenia noticia que venia de la isla de Jamáica con gran
pujanza y armada.
Volvamos á nuestra relacion, y diré cómo Cortés llegó con todo
su ejército á la provincia de Pánuco y los halló de guerra, y los
envió á llamar de paz muchas veces, mas no quisieron venir; é tuvo
con ellos en algunos dias muchos rencuentros de guerra y en dos
batallas que le aguardaron le mataron tres soldados y le hirieron
más de treinta, y mataron cuatro caballos y hubo muchos heridos, y
murieron de los mejicanos sobre ciento, sin otros más de ducientos
que quedaron heridos; porque fueron los guastecas, que ansí se llaman
en aquellas provincias, sobre más de sesenta mil hombres guerreros
cuando aguardaron á nuestro capitan Cortés; mas quiso nuestro Señor que
fueron desbaratados, y todo el campo adonde fueron estas batallas quedó
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