Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 10

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estuviésemos muy apercebidos, porque no le parecia que estaba aquella
ciudad pacífica, hasta ver cómo y de qué manera estaba, y mandó al
Pedro de Albarado y á Cristóbal de Olí é á otros soldados, y á mí con
ellos, que subiésemos al gran cu, que era bien alto, y llevásemos hasta
veinte escopeteros para nuestra guarda, y que mirásemos desde el alto
cu la laguna y la ciudad, porque bien se parecia toda; y vimos que
todos los moradores de aquellas poblaciones se iban con sus haciendas
y hatos é hijos y mujeres, unos á los montes y otros á las carrizales
que hay en la laguna, que toda iba cuajada de canoas, dellas grandes y
otras chicas; y como Cortés lo supo, quiso prender al señor de Tezcuco
que envió la bandera de oro, y cuando le fueron á llamar ciertos papas
que envió Cortés por mensajeros, ya estaba puesto en cobro, que él fué
el primero que se fué huyendo á Méjico, y fueron con él otros muchos
principales.
Y así se pasó aquella noche, que tuvimos grande recaudo de velas y
rondas y espías, y otro dia muy de mañana mandó llamar Cortés á todos
los más principales indios que habia en Tezcuco; porque, como es gran
ciudad, habia otros muchos señores, partes contrarias del cacique que
se fué huyendo, con quien tenian debates y diferencias sobre el mando
y reino de aquella ciudad; y venidos ante Cortés, informado dellos
cómo y de qué manera y desde qué tiempo acá señoreaba el Cocoivacin,
dijeron que por codicia de reinar habia muerto malamente á su hermano
mayor, que se decia Cuxcuxca, con favor que para ello le dió el señor
de Méjico, que ya he dicho que se decia Coadlauaca, el cual fué el que
nos dió la guerra cuando salimos huyendo despues de muerto Montezuma;
é que allí habia otros señores á quien venia el reino de Tezcuco más
justamente que no al que lo tenia, que era un mancebo que luego en
aquella sazon se volvió cristiano con mucha solenidad, y le bautizó
el fraile de la Merced, y se llamó don Hernando Cortés, porque fué su
padrino nuestro capitan.
É aqueste mancebo dijeron que era hijo legítimo del señor y Rey de
Tezcuco, que se decia su padre Nezabal Pintzintli; y luego sin más
dilaciones, con grandes fiestas y regocijos de todo Tezcuco, le alzaron
por Rey y señor natural, con todas las ceremonias que á los tales Reyes
solian hacer, é con mucha paz y en amor de todos sus vasallos y otros
pueblos comarcanos, é mandaba muy absolutamente y era obedecido; y
para mejor le industriar en las cosas de nuestra santa fe y ponelle en
toda policía, y para que deprendiese nuestra lengua, mandó Cortés que
tuviese por ayos á Antonio de Villareal, marido que fué de una señora
hermosa que se dijo Isabel de Ojeda; é á un bachiller que se decia
Escobar puso por capitan de Tezcuco, para que viese y defendiese que
no contratase con el don Fernando ningun mejicano; y á un buen soldado
que se decia Pedro Sanchez Farfan, marido que fué de la buena y honrada
mujer María de Estrada.
Dejemos de contar su gran servicio de aqueste cacique, y digamos cuán
amado y obedecido fué de los suyos, y digamos cómo Cortés le demandó
que diese mucha copia de indios trabajadores para ensanchar y abrir más
las acequias y zanjas por donde habiamos de sacar los bergantines á la
laguna de que estuviesen acabados y puestos á punto para ir á la vela,
y se le dió á entender al mismo don Hernando y á otros sus principales
á qué fin y efeto se habian de hacer, y cómo y de qué manera habiamos
de poner cerco á Méjico, y para todo ello se ofreció con todo su poder
y vasallos, que no solamente aquello que le mandaba, sino que enviaria
mensajeros á otros pueblos comarcanos para que se diesen por vasallos
de su Majestad y tomasen nuestra amistad y voz contra Méjico.
Y todo esto concertado, despues de nos haber aposentado muy bien, y
cada capitanía por sí, y señalados los puestos y lugares donde habiamos
de acudir si hubiese rebato de mejicanos, porque estábamos á guarda
la raya de su laguna, porque de cuando en cuando enviaba Guatemuz
grandes piraguas y canoas con muchos guerreros, y venian á ver si nos
tomaban descuidados; y en aquella sazon vinieron de paz ciertos pueblos
sujetos á Tezcuco, á demandar perdon y paz si en algo habian errado
en las guerras pasadas, y habian sido en la muerte de los españoles,
los cuales se decian Guatinchan; y Cortés les habló á todos muy
amorosamente y les perdonó.
Quiero decir que no habia dia ninguno que dejasen de andar en la obra y
zanja y acequia de siete á ocho mil indios, y la abrian y ensanchaban
muy bien, que podian nadar por ella navíos de gran porte.
Y en aquella sazon, como teniamos en nuestra compañía sobre siete mil
tlascaltecas, y estaban deseosos de ganar honra y de guerrear contra
mejicanos, acordó Cortés, pues que tan fieles compañeros teniamos, que
fuésemos á entrar y dar una vista á un pueblo que se dice Iztapalapa,
el cual pueblo fué por donde habiamos pasado cuando la primera vez
venimos para Méjico, y el señor dél fué el que alzaron por Rey en
Méjico despues de la muerte del gran Montezuma, que ya he dicho otras
veces que se decia Coadlauaca; y de aqueste pueblo, segun supimos,
recebiamos mucho daño, porque eran muy contrarios contra Chalco y
Talmalanco y Mecameca y Chimaloacan, que querian venir á tener nuestra
amistad, y ellos lo estorbaban; y como habia ya doce dias que estábamos
en Tezcuco sin hacer cosa que de contar sea, fuimos á aquella entrada
de Iztapalapa.


CAPÍTULO CXXXVIII.
CÓMO FUIMOS Á IZTAPALAPA CON CORTÉS, Y LLEVÓ EN SU COMPAÑÍA Á CRISTÓBAL
DE OLÍ Y Á PEDRO DE ALBARADO, Y QUEDÓ GONZALO DE SANDOVAL POR GUARDA DE
TEZCUCO, Y LO QUE NOS ACAECIÓ EN LA TOMA DE AQUEL PUEBLO.

Pues como habia doce dias que estábamos en Tezcuco, y teniamos los
tlascaltecas, por mí ya otra vez nombrados, que estaban con nosotros, y
porque tuviesen qué comer, porque para tantos como eran no se lo podian
dar abastadamente los de Tezcuco, y porque no recibiesen pesadumbre
dello; y tambien porque estaban deseosos de guerrear con mejicanos, y
se vengar por los muchos tlascaltecas que en las derrotas pasadas les
habian muerto y sacrificado, acordó Cortés que él por capitan general,
y con Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y con trece de á caballo, y
veinte ballesteros, y seis escopeteros, y ducientos y veinte soldados,
y con nuestros amigos de Tlascala y con otros veinte principales de
Tezcuco que nos dió don Hernando, cacique mayor de Tezcuco, y estos
sabiamos que eran sus primos y parientes del mismo cacique y enemigos
de Guatemuz, que ya le habian alzado por Rey en Méjico; fuésemos
camino de Iztapalapa, que estará de Tezcuco obra de cuatro leguas.
Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello trata, que estaban más
de la mitad de las casas edificadas en el agua y la mitad en tierra
firme; é yendo nuestro camino con mucho concierto, como lo teniamos de
costumbre, como los mejicanos siempre tenian velas, y guarniciones, y
guerreros contra nosotros, que sabian que íbamos á dar guerra á algunos
de sus pueblos para luego les socorrer, así lo hicieron saber á los
de Iztapalapa para que se apercibiesen, y les enviaron sobre ocho mil
mejicanos de socorro.
Por manera que en tierra firme aguardaron como buenos guerreros, así
los mejicanos que fueron en su ayuda como los pueblos de Iztapalapa,
y pelearon un buen rato muy valerosamente con nosotros; mas los de á
caballo rompieron por ellos, y con las ballestas y escopetas y todos
nuestros amigos los tlascaltecas, que se metian en ellos como perros
rabiosos, de presto dejaron el campo y se metieron en su pueblo; y esto
fué sobre cosa pensada y con un ardid que entre ellos tenian acordado,
que fuera harto dañoso para nosotros si de presto no saliéramos de
aquel pueblo; y fué desta manera, que hicieron que huyeron, y se
metieron en canoas en el agua y en las casas que estaban en el agua,
y dellos en unos carrizales, y como ya era noche escura, nos dejan
aposentar en tierra firme sin hacer ruido ni muestra de guerra; y con
el despojo que habiamos habido é la vitoria estábamos contentos; y
estando de aquella manera, puesto que teniamos velas, espías y rondas,
y aun corredores del campo en tierra firme, cuando no nos catamos vino
tanta agua por todo el pueblo, que si los principales que llevábamos
de Tezcuco no dieran voces y nos avisaran que saliésemos presto de
las casas, todos quedáramos ahogados; porque soltaron dos acequias de
agua y abrieron una calzada, con que de presto se hinchó todo de agua,
y los tlascaltecas nuestros amigos, como no son acostumbrados á rios
caudalosos ni sabian nadar, quedaron muertos dos dellos; y nosotros,
con gran riesgo de nuestras personas, todos bien mojados, y la pólvora
perdida, salimos sin hato; y como estábamos de aquella manera y con
mucho frio, y aun sin cenar, pasamos mala noche; y lo peor de todo era
la burla y grita que nos daban los de Iztapalapa y los mejicanos desde
sus casas y canoas.
Pues otra cosa peor nos avino, que como en Méjico sabian el concierto
que tenian hecho de nos anegar con haber rompido la calzada y acequias,
estaban esperando en tierra y en la laguna muchos batallones de
guerreros, y cuando amaneció nos dan tanta guerra, que harto teniamos
que nos sustentar contra ellos, no nos desbaratasen, é mataron dos
soldados y un caballo, é hirieron otros muchos, así de nuestros
soldados como tlascaltecas, y poco á poco aflojaron en la guerra, y nos
volvimos á Tezcuco, medio afrentados de la burla y ardid de echarnos
el agua, y tambien como no ganamos mucha reputacion en la batalla
postrera que nos dieron, porque no habia pólvora; mas todavía quedaron
temerosos, y tuvieron bien en que entender en enterrar ó quemar muertos
y curar heridos y en reparar sus casas.
Donde lo dejaré, y diré cómo vinieron de paz á Tezcuco otros pueblos, y
lo que más se hizo.


CAPÍTULO CXXXIX.
CÓMO VINIERON TRES PUEBLOS COMARCANOS Á TEZCUCO Á DEMANDAR PACES Y
PERDON DE LAS GUERRAS PASADAS Y MUERTES DE ESPAÑOLES, Y LOS DESCARGOS
QUE DABAN SOBRE ELLO, Y CÓMO FUÉ GONZALO DE SANDOVAL Á CHALCO Y
TAMALANCO EN SU SOCORRO CONTRA MEJICANOS Y LO QUE MÁS PASÓ.

Habiendo dos dias que estábamos en Tezcuco de vuelta de la entrada de
Iztapalapa, vinieron á Cortés tres pueblos de paz á demandar perdon
de las guerras pasadas y de muertes de españoles que mataron, y los
descargos que daban era que el señor de Méjico que alzaron despues de
la muerte del gran Montezuma, el cual se decia Coadlauaca, que por
su mandado salieron á dar guerra con los demás sus vasallos; y que
si algunos teules mataron y prendieron y robaron, que el mismo señor
les mandó que así lo hiciesen; y los teules, que se los llevaron á
Méjico para sacrificar, tambien le llevaron el oro y caballos y ropa;
y que ahora, que piden perdon por ello, y que por esta causa que no
tienen culpa ninguna por ser mandados y apremiados por fuerza para que
lo hiciesen; y los pueblos que digo que en aquella sazon vinieron se
decian Tepetezcuco y Obtumba: el nombre del otro pueblo no me acuerdo;
mas sé decir que en este de Obtumba fué la nombrada batalla que nos
dieron cuando salimos huyendo de Méjico, adonde estuvieron juntos los
mayores escuadrones de guerreros que ha habido en toda la Nueva-España
contra nosotros, adonde creyeron que no escapáramos con las vidas,
segun más largo lo tengo escrito en los capítulos pasados que dello
hablan; y como aquellos pueblos se hallaban culpados y habian visto
que habiamos ido á lo de Iztapalapa, y no les fué muy bien con nuestra
ida, y aunque nos quisieron anegar con el agua y esperaron dos batallas
campales con muchos escuadrones mejicanos; en fin, por no se hallar en
otras como las pasadas, vinieron á demandar paces ántes que fuésemos á
sus pueblos á castigarlos; y Cortés viendo que no estaba en tiempo de
hacer otra cosa, les perdonó, puesto que les dió grandes reprensiones
sobre ello, y se obligaron con palabras de muchos ofrecimientos de
siempre ser contra mejicanos y de ser vasallos de su majestad y de nos
servir; y así lo hicieron.
Dejemos de hablar destos pueblos, y digamos cómo vinieron luego en
aquella sazon á demandar paces y nuestra amistad los de un pueblo
que está en la laguna, que se dice Mezquique, que por otra parte le
llamábamos Venenzuela; y estos, segun pareció, jamás estuvieron bien
con mejicanos, y los querian mal de corazon; y Cortés y todos nosotros
tuvimos en mucho la venida deste pueblo, por estar dentro en la laguna,
por tenellos por amigos, y con ellos creiamos que habian de convocar á
sus comarcanos que tambien estaban poblados en la laguna, y Cortés se
lo agradeció mucho, y con ofrecimientos y palabras blandas los despidió.
Pues estando que estábamos desta manera, vinieron á decir á Cortés
cómo venian grandes escuadrones de mejicanos sobre los cuatro pueblos
que primero habian venido á nuestra amistad, que se decian Gautinchan
y Huaxutlan; de los otros dos pueblos no se me acuerda el nombre; y
dijeron á Cortés que no osarian esperar en sus casas, é que se querian
ir á los montes, ó venirse á Tezcuco, adonde estábamos; y tantas cosas
le dijeron á Cortés para que les fuese á socorrer, que luego apercebió
veinte de á caballo y ducientos soldados y trece ballesteros y diez
escopeteros, y llevó en su compañía á Pedro de Albarado y á Cristóbal
de Olí, que era maese de campo, y fuimos á los pueblos que vinieron á
Cortés á dar tantas quejas como dicho tengo, que estarian de Tezcuco
obra de dos leguas; y segun pareció, era verdad que los mejicanos los
enviaban á amenazar que les habian de destruir y dalles guerra porque
habian tomado nuestra amistad; mas sobre lo que más los amenazaban
y tenian contiendas, era por unas grandes labores de tierras de
maizales que estaban ya para coger, cerca de la laguna, donde los de
Tezcuco y aquellos pueblos bastecian nuestro real; y los mejicanos por
tomalles el maíz, porque decian que era suyo, y aquella vega de los
maizales tenian por costumbre aquellos cuatro pueblos de los sembrar
y beneficiar para los papas de los ídolos mejicanos; y sobre esto
destos maizales se habian muerto los unos á los otros muchos indios;
y como aquello entendió Cortés, despues de les decir que no hubiesen
miedo y que se estuviesen en sus casas, les mandó que cuando hubiesen
de ir á coger el maíz, así para su mantenimiento como para abastecer
nuestro real, que enviaria para ello un capitan con muchos de á caballo
y soldados para en guarda de los que fuesen á traer el maíz; y con
aquello que Cortés les dijo quedaron muy contentos, y nos volvimos á
Tezcuco.
Y dende en adelante, cuando habia necesidad en nuestro real de maíz,
apercebiamos á los tamemes de todos aquellos pueblos, é con nuestros
amigos los de Tlascala y con diez de á caballo y cien soldados, con
algunos ballesteros y escopeteros, íbamos por el maíz; y esto digo
porque yo fuí dos veces por ello, y la una tuvimos una buena escaramuza
con grandes escuadrones de mejicanos que habian venido en más de mil
canoas aguardándonos en los maizales, y como llevábamos amigos, puesto
que los mejicanos pelearon muy como varones, los hicimos embarcar en
sus canoas, y allí mataron uno de nuestros soldados é hirieron doce; y
asimismo hirieron muchos tlascaltecas, y ellos no se fueron alabando,
que allí quedaron tendidos quince ó veinte, y otros cinco que llevamos
presos.
Dejemos de hablar desto, y digamos cómo otro dia tuvimos nueva como
querian venir de paz los de Chalco y Talmalanco y sus sujetos, y por
causa de las guarniciones mejicanas que estaban en sus pueblos, no les
daban lugar á ello, y les hacian mucho daño en su tierra, y les tomaban
las mujeres, y más si eran hermosas, y delante de sus padres ó madres
ó maridos tenian acceso con ellas; y asimismo, como estaba en Tlascala
cortada la madera y puesta á punto para hacer los bergantines, y se
pasaba el tiempo sin la traer á Tezcuco, sentiamos mucha pena dello
todos los más soldados; y demás desto, vienen del pueblo de Venenzuela,
que se decia Mezquique, y de otros pueblos nuestros amigos á decir á
Cortés que los mejicanos les daban guerra porque han tomado nuestra
amistad; y tambien nuestros amigos los tlascaltecas, como tenian ya
junta cierta ropilla y sal, y otras cosas de despojos é oro, y querian
algunos dellos volverse á su tierra, no osaban, por no tener camino
seguro.
Pues viendo Cortés que para socorrer á unos pueblos de los que le
demandaban socorro, é ir á ayudar á los de Chalco para que viniesen á
nuestra amistad, no podia dar recaudo á unos ni á otros, porque allí
en Tezcuco habia menester estar siempre la barba sobre el hombro y
muy alerta, lo que acordó fué, que todo se dejase atrás, y la primera
cosa que se hiciese fuese ir á Chalco y Talmalanco, y para ello envió
á Gonzalo de Sandoval y á Francisco de Lugo, con quince de á caballo y
ducientos soldados, y con escopeteros y ballesteros y nuestros amigos
los de Tlascala, é que procurase de romper y deshacer en todas maneras
á las guarniciones mejicanas, y que se fuesen de Chalco y Talmalanco,
porque estuviese el camino de Tlascala muy desembarazado y pudiesen
ir y venir á la Villa-Rica sin tener contradiccion de los guerreros
mejicanos.
Y luego como esto fué concertado, muy secretamente con indios de
Tezcuco se lo hizo saber á los de Chalco para que estuviesen muy
apercebidos, para dar de dia y de noche en las guarniciones de
mejicanos; y los de Chalco, que no esperaban otra cosa, se apercibieron
muy bien; y como el Gonzalo de Sandoval iba con su ejército, parecióle
que era bien dejar en la retaguarda cinco de á caballo y otros tantos
ballesteros, con todos los más tlascaltecas que iban cargados de los
despojos que habian habido; y como los mejicanos siempre tenian
puestas velas y espías, y sabian cómo los nuestros iban camino de
Chalco, tenian aparejados nuevamente, sin los que estaban en Chalco en
guarnicion, muchos escuadrones de guerreros que dieron en la rezaga,
donde iban los tlascaltecas con su hato, y los trataron mal, que no los
pudieron resistir los cinco de á caballos y ballesteros, porque los dos
ballesteros quedaron muertos y los demás heridos.
De manera que, aunque el Gonzalo de Sandoval muy presto volvió sobre
ellos y los desbarató, y mató siete mejicanos, como estaba la laguna
cerca, se le acogieron á las canoas en que habian venido, porque todas
aquellas tierras están muy pobladas de los sujetos de Méjico; y cuando
los hubo puesto en huida, é vió que los cinco de á caballo que habia
dejado con los ballesteros y escopeteros en la retaguardia, eran dos
de los ballesteros muertos, y estaban los demás heridos, ellos y sus
caballos; y aun con haber visto todo esto, no dejó de decilles á los
demás que dejó en su defensa que habian sido para poco en no haber
podido resistir á los enemigos y defender sus personas y de nuestros
amigos, y estaba muy enojado dellos, porque eran de los nuevamente
venidos de Castilla, y les dijo que bien le parecia que no sabian qué
cosa era guerra; y luego puso en salvo todos los indios de Tlascala
con su ropa, y tambien despachó unas cartas que envió Cortés á la
Villa-Rica, en que en ellas envió á decir al capitan que en ella
quedó todo lo acaecido acerca de nuestras conquistas y el pensamiento
que tenia de poner cerco á Méjico, y que siempre estuviesen con mucho
cuidado velándose; y que si habia algunos soldados que estuviesen en
disposicion para tomar armas, que se los enviase á Tlascala, y que de
allí no pasasen hasta estar los caminos más seguros, porque corrian
riesgo.
Y despachados los mensajeros, y los tlascaltecas puestos en su tierra,
volvió Sandoval para Chalco, que era muy cerca de allí, y con gran
concierto sus corredores del campo adelante; porque bien entendió que
en todos aquellos pueblos y caserías por donde iba, que habia de tener
rebato de mejicanos; é yendo por su camino, cerca de Chalco vió venir
muchos escuadrones mejicanos contra él, y en un campo llano, puesto que
habia grandes labranzas de maizales y magueis, que es de donde sacan el
vino que ellos beben, le dieron una buena refriega de vara y flecha, y
piedras con hondas, y con lanzas largas para matar á los caballos.
De manera que Sandoval cuando vido tanto guerrero contra sí, esforzando
á los suyos, rompió por ellos dos veces, y con las escopetas y
ballestas y con pocos amigos que le habian quedado los desbarató; y
puesto que le hirieron cinco soldados y seis caballos y muchos amigos,
mas tal priesa les dió, y con tanta furia, que le pagaron muy bien el
mal que primero le habian hecho; y como lo supieron los de Chalco,
que estaban cerca, le salieron á recebir al Sandoval al camino, y le
hicieron mucha honra y fiesta; y en aquella derrota se prendieron ocho
mejicanos, y los tres personas muy principales.
Pues hecho esto, otro dia dijo el Sandoval que se queria volver á
Tezcuco, y los de Chalco le dijeron que querian ir con él para ver y
hablar á Malinche, y llevar consigo dos hijos del señor de aquella
provincia, que habia pocos dias que era fallecido de viruelas, y que
ántes que muriese, que habia encomendado á todos sus principales y
viejos que llevasen sus hijos para verse con el capitan, y que por su
mano fuesen señores de Chalco; y que todos procurasen de ser sujetos al
gran Rey de los teules, porque ciertamente sus antepasados les habian
dicho que habian de señorear aquellas tierras hombres que vernian con
barbas de hácia donde sale el sol, y que por las cosas que han visto
éramos nosotros; y luego se fué el Sandoval con todo su ejército
á Tezcuco, y llevó en su compañía los hijos del señor y los demás
principales y los ocho prisioneros mejicanos, y cuando Cortés supo su
venida se alegró en gran manera; y despues de haber dado cuenta el
Sandoval de su viaje y cómo venian aquellos señores de Chalco, se fué á
su aposento; y los caciques se fueron luego ante Cortés, y despues de
le haber hecho grande acato, le dijeron la voluntad que traian de ser
vasallos de su majestad y segun y de la manera que el padre de aquellos
dos mancebos se lo habia mandado, y para que por su mano les hiciese
señores; y cuando hubieron dicho su razonamiento, le presentaron en
joyas ricas obra de ducientos pesos de oro.
Y como el capitan Cortés lo hubo muy bien entendido por nuestras
lenguas doña Marina é Jerónimo de Aguilar, les mostró mucho amor y les
abrazó, y dió por su mano el señorio de Chalco al hermano mayor, con
más de la mitad de los pueblos sus sujetos; y todo lo de Talmalanco y
Chimaloacan dió al hermano menor, con Ayocingo y otros pueblos sujetos.
Y despues de haber pasado otras muchas razones de Cortés á los
principales viejos y con los caciques nuevamente elegidos, le dijeron
que se querian volver á su tierra, y que en todo servirian á su
majestad, y á nosotros en su Real nombre, contra mejicanos, é que
con aquella voluntad habian estado siempre, é que por causa de las
guarniciones mejicanas que habian estado en su provincia no han venido
ántes de ahora á dar la obediencia; y tambien dieron nuevas á Cortés
que dos españoles que habia enviado á aquella provincia por maíz ántes
que nos echasen de Méjico, que porque los culchúas no los matasen, que
los pusieron en salvo una noche en Guaxocingo nuestros amigos, y que
allí salvaron las vidas, lo cual ya lo sabiamos dias habia, porque
el uno dellos era el que se fué á Tlascala, y Cortés se lo agradeció
mucho, é les rogó que esperasen allí dos dias, porque habia de enviar
un capitan por la madera y tablazon á Tlascala, y los llevaria en
su compañía y les pornia en su tierra, porque los mejicanos no les
saliesen al camino; y ellos fueron muy contentos y se lo agradecieron
mucho.
Y dejemos de hablar en esto, y diré cómo Cortés acordó de enviar á
Méjico aquellos ocho prisioneros que prendió Sandoval en aquella
derrota de Chalco, á decir al señor que entónces habian alzado por Rey,
que se decia Guatemuz, que deseaba mucho que no fuesen causa de su
perdicion ni de aquella tan gran ciudad, y que viniesen de paz, y que
les perdonaria la muerte y daños que en ella nos hicieron, y que no se
les demandaria cosa ninguna; y que las guerras, que á los principios
son buenas de comenzar, y que al cabo se destruirian; y que bien
sabiamos de las albarradas é pertrechos, almacenes de varas, y flecha,
y lanzas, y macanas é piedras rollizas, y todos los géneros de guerra
que á la continua están haciendo y aparejando, que para qué es gastar
el tiempo en balde en hacello, y que para qué quiere que mueran todos
los suyos y la ciudad se destruya; y que mire el gran poder de nuestro
Señor Dios, que es en el que creemos y adoramos, que él siempre nos
ayuda; é que tambien mire que todos los pueblos sus comarcanos tenemos
de nuestro bando, pues los tlascaltecas no desean sino la misma guerra
por vengarse de las traiciones y muertes de sus naturales que les han
hecho, y que dejen las armas y vengan de paz, y les prometió de hacer
siempre mucha honra.
Y les dijo doña Marina é Aguilar otras muchas buenas razones y consejos
sobre el caso; y fueron ante el Guatemuz aquellos ocho indios nuestros
mensajeros; mas no quiso hacer cuenta dellos el Guatemuz ni enviar
respuesta ninguna, sino hacer albarradas y pertrechos, y enviar por
todas sus provincias á mandar que si algunos de nosotros tomasen
desmandados que se los trujesen á Méjico para sacrificar, y que cuando
los enviasen á llamar, que luego viniesen con sus armas; y les envió á
quitar y perdonar muchos tributos, y aun á prometer grandes promesas.
Dejemos de hablar en los aderezos de guerra que en Méjico se hacian,
y digamos cómo volvieron otra vez muchos indios de los pueblos de
Guatinchan ó Guaxutlan descalabrados de los mejicanos porque habian
tomado nuestra amistad y por la contienda de los maizales que solian
sembrar para los papas mejicanos en el tiempo que les servian, como
otras veces he dicho en el capítulo que dello habla; y como estaban
cerca de la laguna de Méjico, cada semana les venian á dar guerra, y
aun llevaron ciertos indios presos á Méjico; y como aquello vió Cortés,
acordó de ir otra vez por su persona y con cien soldados y veinte de
á caballo y doce escopeteros y ballesteros; y tuvo buenas espías para
cuando sintiesen venir los escuadrones mejicanos, que se lo viniesen á
decir; y como estaba de Tezcuco aún no dos leguas, un miércoles por la
mañana amaneció adonde estaban los escuadrones mejicanos, y pelearon
ellos de manera que presto los rompió, y se metieron en la laguna en
sus canoas, y allí se mataron cuatro mejicanos y se prendieron otros
tres, y se volvió Cortés con su gente á Tezcuco; y dende en adelante no
vinieron más los culchúas sobre aquellos pueblos.
Y dejemos esto, y digamos cómo Cortés envió á Gonzalo de Sandoval á
Tlascala por la madera y tablazon de los bergantines, y lo que más en
el camino hizo.


CAPÍTULO CXL.
CÓMO FUÉ GONZALO DE SANDOVAL Á TLASCALA POR LA MADERA DE LOS
BERGANTINES, Y LO QUE MÁS EN EL CAMINO HIZO EN UN PUEBLO QUE LE PUSIMOS
POR NOMBRE EL PUEBLO-MORISCO.

Como siempre estábamos con grande deseo de tener ya los bergantines
acabados y vernos ya en el cerco de Méjico, y no pender ningun tiempo
en balde, mandó nuestro capitan Cortés que luego fuese Gonzalo de
Sandoval por la madera, y que llevase consigo ducientos soldados y
veinte escopeteros y ballesteros y quince de á caballo, y buena copia
de tlascaltecas y veinte principales de Tezcuco, y llevase en su
compañía á los mancebos de Chalco y á los viejos, y los pusiesen en
salvo en sus pueblos; é ántes que partiesen hizo amistades entre los
tlascaltecas y los de Chalco; porque, como los de Chalco solian ser del
bando y confederados de los mejicanos, y cuando iban á la guerra los
mejicanos sobre Tlascala llevaban en su compañía á los de la provincia
de Chalco para que les ayudasen, por estar en aquella comarca, desde
entónces se tenian mala voluntad y se trataban como enemigos; mas como
he dicho, Cortés los hizo amigos allí en Tezcuco, de manera que siempre
entre ellos hubo gran amistad, y se favorecieron de allí adelante los
unos de los otros.
Y tambien mandó Cortés á Gonzalo de Sandoval que cuando tuviesen
puestos en su tierra los de Chalco, que fuesen á un pueblo que allí
cerca estaba en el camino, que en nuestra lengua le pusimos por nombre
el Pueblo-Morisco, que era sujeto á Tezcuco; porque en aquel pueblo
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