Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 07

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venido de la Villa-Rica un Juan de Alcántara y otros dos vecinos, é
que lo llevaron todo porque traian cartas de Cortés para que se lo
diesen; la cual carta mostró el soldado, que habia dejado en poder del
Masse-Escaci cuando le dieron el oro; y preguntando cómo y cuándo y
en qué tiempo lo llevó, y sabido que fué, por la cuenta de los dias,
cuando nos daban guerra los mejicanos, luego entendimos cómo en el
camino habian muerto y tornado el oro, y Cortés hizo sentimiento por
ello.
Y tambien estábamos con pena por no saber de los de la Villa-Rica,
no hubiesen corrido algun desman; y luego por la posta escribió con
tres tlascaltecas, en que les hizo saber los grandes peligros que en
Méjico nos habiamos visto, y cómo y de qué manera escapamos con las
vidas, y no se les dió relacion de cuántos faltaban de los nuestros; y
que mirasen que siempre estuviesen muy alerta y se velasen; y que si
hubiese algunos soldados sanos se los enviasen, y que guardasen muy
bien al Narvaez y al Salvatierra; y si hubiese pólvora ó ballestas,
porque queria tornar á correr los rededores de Méjico; y tambien
escribió al capitan que quedó por guarda y capitan de la mar, que se
decia Caballero, y que mirase no fuese ningun navío á Cuba ni Narvaez
se soltase; y que si viese que dos navíos de los de Narvaez, que
quedaban en el puerto, no estaban para navegar, que diese con ellos al
través, y le enviase los marineros con todas las armas que tuviesen.
Y por la posta fueron y volvieron los mensajeros, y trajeron cartas que
no habian tenido guerras; que un Juan de Alcántara y los dos vecinos
que enviaron por el oro, que les deben de haber muerto en el camino; y
que bien supieron la guerra que en Méjico nos dieron, porque el cacique
gordo de Cempoal se lo habia dicho; y ansimismo escribió el almirante
de la mar, que se decia Pedro Caballero, y dijeron que harian lo que
Cortés les mandaba, é enviaria los soldados, é que el un navío estaba
bueno, y que al otro daria al través y enviaria la gente, é que habia
pocos marineros, porque habian adolescido y se habian muerto, y que
agora escribian las respuestas de las cartas; y luego vinieron con el
socorro que enviaban de la Villa-Rica, que fueron cuatro hombres con
tres de la mar, que todos fueron siete; y venia por capitan dellos un
soldado que se decia Lencero, cuya fué la venta que agora dicen de
Lencero.
Y cuando llegaron á Tlascala, como venian dolientes y flacos, muchas
veces por nuestro pasatiempo y burlar dellos deciamos:
—«El socorro del Lencero; que venian siete soldados, y los cinco llenos
de bubas y los dos hinchados, con grandes barrigas.»
Dejemos burlas, y digamos lo que allí en Tlascala nos aconteció con
Xicotenga el mozo, y de su mala voluntad, el cual habia sido capitan de
toda Tlascala cuando nos dieron las guerras por mí otras veces dichas
en el capítulo que dello habla.
Y es el caso que, como se supo en aquella su ciudad que salimos huyendo
de Méjico y que nos habian muerto mucha copia de soldados, ansí de los
nuestros como de los indios tlascaltecas que habian ido de Tlascala en
nuestra compañía, y que veniamos á nos socorrer é amparar en aquella
provincia, el Xicotenga el mozo andaba convocando á todos sus parientes
y amigos, y á otros que sentia que eran de su parcialidad, y les decia
que en una noche, ó de dia, cuando más aparejado tiempo viesen, que nos
matasen, y que haria amistades con el señor de Méjico, que en aquella
sazon habian alzado por Rey á uno que se decia Coadlauaca, y que demás
desto, que en las mantas y ropa que habiamos dejado en Tlascala á
guardar y el oro que agora sacábamos de Méjico tendrian qué robar, y
quedarian todos ricos con ello.
Lo cual alcanzó á saber el viejo Xicotenga, su padre, y se lo riñó, y
le dijo que no le pasase tal por el pensamiento, que era mal hecho;
y que si lo alcanzase á saber Masse-Escaci y Chichimeclatecle, que
por ventura le matarian, y al que en tal concierto fuese; y por más
que el padre se lo riñó, no curaba de lo que le decia, y todavía
entendia en su mal propósito; y vino á oidos de Chichimeclatecle, que
era su enemigo mortal del mozo Xicotenga, y lo dijo á Masse-Escaci, y
acordaron entrar en acuerdo y como cabildo, y sobre ello llamaron al
Xicotenga el viejo y los caciques de Guaxocingo, y mandaron traer preso
ante sí á Xicotenga el mozo.
Y Masse-Escaci propuso un razonamiento delante de todos, y dijo que si
se les acordaba ó habian ido á decir de más de cien años hasta entónces
que en toda Tlascala habian estado tan prósperos y ricos como despues
que los teules vinieron á sus tierras, ni en todas sus provincias
habian sido en tanto tenidos, y que tenian mucha ropa de algodon y
oro, y comian sal, la que hasta allí no solian comer; y por do quiera
que iban de sus tlascaltecas con los teules les hacian honra por su
respeto, puesto que ahora les habian muerto en Méjico muchos dellos;
y que tengan en la memoria lo que sus antepasados les habian dicho
muchos años atrás, que de adonde sale el sol habian de venir hombres
que les habian de señorear; é que ¿á qué causa agora andaba Xicotenga
en aquellas traiciones y maldades, concertando de nos dar guerra y
matarnos? Que era mal hecho, é que no podia dar ninguna disculpa
de sus bellaquerías y maldades, que siempre tenia encerradas en su
pecho; y agora que los veia venir de aquella manera desbaratados, que
nos habia de ayudar para en estando sanos volver sobre los pueblos de
Méjico, sus enemigos, queria hacer aquella traicion.
Y á estas palabras que el Masse-Escaci y su padre Xicotenga el
ciego lo dijeron, el Xicotenga el mozo respondió que era muy bien
acordado lo que decia por tener paces con mejicanos, y dijo otras
cosas que no pudieron sufrir; y luego se levantó el Masse-Escaci y el
Chichimeclatecle y el viejo de su padre, ciego como estaba, y tomaron
al Xicotenga el mozo por los cabezones y de las mantas, y se las
rompieron, y á empujones y con palabras injuriosas que le dijeron, le
echaron de las gradas abajo donde estaba, y las mantas todas rompidas;
y aun si por el padre no fuera, le querian matar, y á los demás que
habian sido en su consejo echaron presos; y como estábamos allí
retraidos, y no era tiempo de le castigar, no osó Cortés hablar más en
ello.
He traido esto aquí á la memoria para que vean de cuánta lealtad y
buenos fueron los de Tlascala, y cuánto les debemos, y aun al buen
viejo Xicotenga, que á su hijo dicen que le habia mandado matar luego
que supo sus tramas y traicion.
Dejemos esto, y digamos cómo habia veinte y dos dias que estábamos en
aquel pueblo curándonos nuestras heridas y convaleciendo, y acordó
Cortés que fuésemos á la provincia de Tepeaca, que estaba cerca,
porque allí habian muerto muchos de nuestros soldados y de los de
Narvaez, que se venian á Méjico, y en otros pueblos que están junto
de Tepeaca, que se dice Cachula; y como Cortés lo dijo á nuestros
capitanes, y apercibian á los soldados de Narvaez para ir á la guerra,
y como no eran tan acostumbrados á guerras y habian escapado de la
rota de Méjico y puentes de lo de Obtumba, y no vian la hora de se
volver á la isla de Cuba á sus indios é minas de oro, renegaban de
Cortés y de sus conquistas, especial el Andrés de Duero, compañero de
nuestro Cortés; porque ya lo habrán entendido los curiosos lectores
en dos veces que lo he declarado en los capítulos pasados, cómo y de
qué manera fué la compañía; maldecian el oro que le habia dado á él y
á los demás capitanes, que todo se habia perdido en las puentes, como
habian visto las grandes guerras que nos daban, y con haber escapado
con las vidas estaban muy contentos; y acordaron de decir á Cortés
que no querian ir á Tepeaca ni á guerra ninguna, sino que se querian
volver á sus casas; que bastaba lo que habian perdido en haber venido
de Cuba; y Cortés les habló muy mansa y amorosamente, creyendo de
los atraer para que fuesen con nosotros á lo de Tepeaca; y por más
pláticas y reprensiones que les dió, no querian; y como vieron los
de Narvaez que con Cortés no aprovechaban sus palabras, le hicieron
requerimientos en forma delante de un escribano del Rey para que
luego se fuese á la Villa-Rica, poniéndole por delante que no teniamos
caballos ni escopetas ni ballestas ni pólvora, ni hilo para hacer
cuerdas, ni almacen; que estábamos heridos, y que no habian quedado por
todos nuestros soldados y los de Narvaez sino cuatrocientos y cuarenta
soldados; que los mejicanos nos tomarian todos los puertos y sierras
y pasos, é que los navíos, si más aguardaban, se comerian de broma; y
dijeron en el requerimiento otras muchas cosas.
Y cuando se le hubieron dado y leido el requerimiento á Cortés, si
muchas palabras decian en él, muy muchas más contrariedades respondió;
y demás desto, todos los más de nosotros de los que habiamos pasado con
Cortés le dijimos que mirase que no diese licencia á ninguno de los de
Narvaez ni á otras personas para volver á Cuba, sino que procurásemos
todos de servir á Dios é al Rey; é que esto era lo bueno, y no volverse
á Cuba.
Cuando Cortés hubo respondido al requerimiento, como vieron las
personas que le estaban requiriendo que muchos de nosotros ayudábamos
el intento de Cortés y que les estorbábamos sus grandes importunaciones
que sobre ello le hablaban y requerian, con no más de que deciamos
que no es servicio de Dios ni de su majestad que dejen desamparado
su capitan en las guerras; en fin de muchas razones que pasaron,
obedecieron para ir con nosotros á las entradas que se ofreciesen;
mas fué que les prometió Cortés que en habiendo coyuntura los dejaria
volver á su isla de Cuba; y no por aquesto dejaron de murmurar dél y
de su conquista, que tan caro les habia costado en dejar sus casas y
reposo y haberse venido á meter adonde no estaban seguros de las vidas;
y más decian, que si en otra guerra entrásemos con el poder de Méjico,
que no se podria excusar tarde ó temprano de tenella, que creian é
tenian por cierto que no nos podriamos sustentar contra ellos en las
batallas, segun habian visto lo de Méjico y puentes, y en la nombrada
de Obtumba; y más decian, que nuestro Cortés por mandar y siempre ser
señor, y nosotros los que con él pasábamos no tener que perder sino
nuestras personas, asistiamos con él; y decian otros muchos desatinos,
y todo se les disimulaba por el tiempo en que lo decian; mas no
tardaron muchos meses que no les dió licencia para que se volviesen á
sus casas; lo cual diré en su tiempo y sazon.
Y dejémoslo de repetir, y digamos de lo que dice el coronista Gómora,
que yo estoy muy harto de declarar sus borrones, que dice que le
informaron; las cuales informaciones no son así como él lo escribe; y
por no me detener en todos los capítulos á tornallos á recitar y traer
á la memoria cómo y de qué manera pasó, lo he dejado de escribir; y
ahora pareciéndome que en esto de este requerimiento que escribe que
hicieron á Cortés no dice quién fueron los que lo hicieron, si eran de
los nuestros ó de los de Narvaez, y en esto que escribe es por sublimar
á Cortés y abatir á nosotros los que con él pasamos; y sepan que hemos
tenido por cierto los conquistadores verdaderos que esto vemos escrito,
que le debieron de granjear al Gómora con dádivas porque lo escribiese
desta manera, porque en todas las batallas y reencuentros éramos los
que sosteniamos á Cortés, y ahora nos aniquila en lo que dice este
coronista que le requeriamos.
Tambien dice que decia Cortés en las respuestas del mismo requerimiento
que para animarnos y esforzarnos que enviará á llamar á Juan Velazquez
de Leon y al Diego de Ordás, que el uno dellos dijo estaba poblando en
lo de Pánuco con trecientos soldados, y el otro en lo de Guacacualco
con otros soldados, y no es ansí; porque luego que fuimos sobre Méjico
al socorro de Pedro de Albarado, cesaron los conciertos que estaban
hechos, que Juan Velazquez de Leon habia de ir á lo de Pánuco y el
Diego de Ordás á lo de Guacacualco, segun más largamente lo tengo
escrito en el capítulo pasado que sobre ello tengo hecha relacion;
porque estos dos capitanes fueron á Méjico con nosotros al socorro de
Pedro de Albarado, y en aquella derrota el Juan Velazquez de Leon quedó
muerto en las puentes, y el Diego de Ordás salió muy mal herido de
tres heridas que le dieron en Méjico, segun ya lo tengo escrito cómo y
cuándo y de qué arte pasó.
Por manera que el coronista Gómora, si como tiene buena retórica en lo
que escribe, acertara á decir lo que pasó, muy bien fuera.
Tambien he estado mirando cuando dice en lo de la batalla de Obtumba,
que dice que si no fuera por la persona de Cortés que todos fuéramos
vencidos, y que él solo fué el que la venció en el dar, como dió el
encuentro al que traia el estandarte y seña de Méjico.
Ya he dicho, y lo torno agora á decir, que á Cortés toda la honra se
le debe, como bueno y esforzado capitan; mas sobre todo hemos de dar
gracias á Dios, que él fué servido poner su divina misericordia, con
que siempre nos ayudaba y sustentaba; y Cortés en tener tan esforzados
y valerosos capitanes y valientes soldados como tenia; é despues de
Dios, con nosotros le dábamos esfuerzo y rompiamos los escuadrones y
le sustentábamos, para que con nuestra ayuda y de nuestros capitanes
guerreasen de la manera que guerreamos, como en los capítulos pasados
sobre ello dicho tengo; porque siempre andaban juntos con Cortés todos
los capitanes por mí nombrados, y aun agora los torno á nombrar, que
fueron Pedro de Albarado, Cristóbal de Olí, Gonzalo de Sandoval,
Francisco de Morla, Luis Marin, Francisco de Lugo y Gonzalo Dominguez,
y otros muy buenos y valientes soldados que no alcanzábamos caballos;
porque en aquel tiempo diez y seis caballos y yeguas fueron los que
pasaron desde la isla de Cuba con Cortés, y no los habia, aunque nos
costaran á mil pesos.
Y como el Gómora dice en su Historia que sólo la persona de Cortés
fué el que venció lo de Obtumba, ¿por qué no declaró los heróicos
hechos que estos nuestros capitanes y valerosos soldados hicimos en
esta batalla? Ansí que, por estas causas tenemos por cierto que por
ensalzar á Cortés sólo lo dijo, porque de nosotros no hace mencion; si
no, pregúnteselo á aquel muy esforzado soldado que se decia Cristóbal
de Olea, cuántas veces se halló en ayudar á salvar la vida á Cortés,
hasta que en las puentes cuando volvimos sobre Méjico perdió la vida él
y otros muchos soldados por le salvar. Olvidádoseme habia de otra vez
que le salvó en lo de Suchimileco, que quedó mal herido el Olea; é para
que bien se entienda esto que digo, uno fué Cristóbal de Olea y otro
Cristóbal de Olí.
Tambien lo que dice el coronista en lo del encuentro con el caballo que
dió al capitan mejicano y le hizo abatir la bandera, ansí es verdad:
más ya he dicho otra vez que un Juan de Salamanca, natural de la
villa de Ontiveros, que despues de ganado Méjico fué alcalde mayor de
Guacacualco, es el que le dió una lanzada y le mató, y le quitó el rico
penacho que llevaba, y se le dió el Salamanca á Cortés; y su majestad,
el tiempo andando, lo dió por armas al Salamanca; y esto he traido aquí
á la memoria, no por dejar de ensalzar y tenelle en mucha estima á
nuestro capitan Cortés, y débesele todo honor y prez é honra de todas
las batallas é vencimientos hasta que ganamos esta Nueva-España, como
se suele dar en Castilla á los muy nombrados capitanes, y como los
romanos daban triunfos á Pompeyo y Julio César y á los Cipiones; más
digno de loores es nuestro Cortés que no los romanos.
Tambien dice el mismo Gómora que Cortés mandó matar secretamente á
Xicotenga el mozo en Tlascala por las traiciones que andaba concertando
para nos matar, como ántes he dicho.
No pasa ansí como dice; que donde le mandó ahorcar fué en un pueblo
junto á Tezcuco, como adelante diré sobre qué fué; y tambien dice
este coronista que iban tantos millares de indios con nosotros á las
entradas, que no tiene cuenta ni razon en tantos como pone; y tambien
dice de las ciudades y pueblos y poblaciones que eran tantos millares
de casas, no siendo la quinta parte; que si se suma todo lo que pone
en su historia, son más millones de hombres que en toda Castilla están
poblados, y eso se le da poner mil que ochenta mil, y en esto se jacta,
creyendo que va muy apacible su Historia á los oyentes no diciendo
lo que pasó: miren los curiosos lectores cuánto va de su Historia á
esta mi relacion, en decir letra por letra lo acaecido, y no miren la
retórica ni ornato; que ya cosa vista es que es más apacible que no
esta tan grosera mia; más suple la verdad la falta de plática y corta
retórica.
Dejemos ya de contar ni de traer á la memoria los borrones declarados,
y cómo yo soy más obligado á decir la verdad de todo lo que pasa que
no á lisonjas; y demás del daño que hizo con no ser bien informado,
ha dado ocasion que el doctor Illescas y Pablo Jobio se sigan por sus
palabras.
Volvamos á nuestra historia, y digamos cómo acordamos ir sobre Tepeaca;
y lo que pasó en la entrada diré adelante.


CAPÍTULO CXXX.
CÓMO FUIMOS Á LA PROVINCIA DE TEPEACA, Y LO QUE EN ELLA HICIMOS; Y
OTRAS COSAS QUE PASARON.

Como Cortés habia pedido á los caciques de Tlascala, ya otras veces por
mí nombrados, cinco mil hombres de guerra para ir á correr y castigar
los pueblos adonde habian muerto españoles, que era á Tepeaca y Cachula
y Tecamachalco, que estaria de Tlascala seis ó siete leguas, de muy
entera voluntad tenian aparejados hasta cuatro mil indios; porque, si
mucha voluntad teniamos nosotros de ir á aquellos pueblos, mucha más
gana tenian el Masse-Escaci y Xicotenga el viejo, porque les habian
venido á robar unas estancias y tenian voluntad de enviar gente de
guerra sobre ellos, y la causa fué esta: porque, como los mejicanos
nos echaron de Méjico, segun y de la manera que dicho tengo en los
capítulos pasados que sobre ello hablan, y supieron que en Tlascala
nos habiamos recogido, y tuvieron por cierto que en estando sanos que
habiamos de venir con el poder de Tlascala á cortalles las tierras
de los pueblos que más cercanos confinan con Tlascala; á este efeto
enviaron á todas las provincias adonde sentian que habiamos de ir,
muchos escuadrones mejicanos de guerreros que estuviesen en guarda y
guarniciones, y en Tepeaca estaba la mayor guarnicion dellos.
Lo cual supo el Masse-Escaci y el Xicotenga, y aun se temian dellos.
Pues ya que todos estábamos á punto, comenzamos á caminar, y en aquella
jornada no llevamos artillería ni escopetas, porque todo quedó en las
puentes; é ya que algunas escopetas escaparon, no teniamos pólvora; y
fuimos con diez y siete de á caballo y seis ballestas y cuatrocientos
y veinte soldados, los más de espada y rodela, y con obra de cuatro
mil amigos de Tlascala y el bastimento para un dia; porque las tierras
adonde íbamos era muy poblado y bien abastecido de maíz y gallinas
y perrillos de la tierra; y como lo teniamos de costumbre, nuestros
corredores del campo adelante; y con muy buen concierto fuimos á dormir
obra de tres leguas de Tepeaca.
É ya tenian alzado todo el fardaje de las estancias y poblacion
por donde pasamos, porque muy bien tuvieron noticia cómo íbamos á
su pueblo; é porque ninguna cosa hiciésemos sino por buena órden y
justificadamente, Cortés les envió á decir con seis indios de su
pueblo de Tepeaca, que habiamos tomado en aquella estancia, que para
aquel efeto los prendimos, é con cuatro de sus mujeres, cómo íbamos
á su pueblo á saber é inquirir quién y cuántos se hallaron en la
muerte de más de diez y ocho españoles que mataron sin causa ninguna,
viniendo camino para Méjico; y tambien veniamos á saber á qué causa
tenian agora nuevamente muchos escuadrones mejicanos, que con ellos
habian ido á robar y saltear unas estancias de Tlascala, nuestros
amigos; que les ruega que luego vengan de paz adonde estábamos para
ser nuestros amigos, y que despidan de su pueblo á los mejicanos; si
no, que iremos contra ellos como rebeldes y matadores y salteadores de
caminos, y les castigaria á fuego y sangre y los daria por esclavos;
y como fueron aquellos seis indios y cuatro mujeres del mismo pueblo,
si muy fieras palabras les enviaron á decir, mucho más bravosa nos
dieron la respuesta con los mismos seis indios y dos mejicanos que
venian con ellos; porque muy bien conocido tenian de nosotros que á
ningunos mensajeros que nos enviaban haciamos ninguna demasía, sino
ántes dalles algunas cuentas para atraellos; y con estos que nos
enviaron los de Tepeaca, fueron las palabras bravosas dichas por los
capitanes mejicanos, como estaban vitoriosos de lo de las puentes de
Méjico; y Cortés les mandó dar á cada mensajero una manta, y con ellos
les tornó á requerir que viniesen á le ver y hablar y que no hubiesen
miedo; é que pues ya los españoles que habian muerto no los podian dar
vivos, que vengan ellos de paz y se les perdonará todos los muertos
que mataron; sobre ello se les escribió una carta, y aunque sabiamos
que no la habian de entender, sino como vian papel de Castilla tenian
por muy cierto que era cosa de mandamiento; y rogó á los dos mejicanos
que venian con los de Tepeaca como mensajeros, que volviesen á traer
la respuesta, y volvieron; y lo que dijeron era, que no pasásemos
adelante y que no volviésemos por donde veniamos, sino que otro dia
pensaban tener buenas hartazgas con nuestros cuerpos, mayores que las
de Méjico y sus puentes y la de Obtumba; y como aquello vió Cortés
comunicólo con todos nuestros capitanes y soldados, y fué acordado que
se hiciese un auto por ante escribano que diese fe de todo lo pasado, y
que se diesen por esclavos á todos los aliados de Méjico que hubiesen
muerto españoles, porque habiendo dado la obediencia á su Majestad,
se levantaron, y mataron sobre ochocientos y sesenta de los nuestros
y sesenta caballos, y á los demás pueblos por salteadores de caminos
y matadores de hombres; é hecho este auto, envióseles á hacer saber,
amonestándolos y requiriendo con la paz; y ellos tornaron á decir que
si luego no nos volviamos, que saldrian á nos matar; y se apercibieron
para ello, y nosotros lo mismo.
Otro dia tuvimos en un llano una buena batalla con los mejicanos y
tepeaquenos; y como el campo era labranzas de maíz é maqueyales, puesto
que peleaban valerosamente los mejicanos, presto fueron desbaratados
por los de á caballo, y los que no los teniamos no estábamos de
espacio; pues ver á nuestros amigos de Tlascala tan animosos como
peleaban con ellos y les siguieron el alcance; allí hubo muertes de los
mejicanos y de Tepeaca muchos, y de nuestros amigos los de Tlascala
tres, y hirieron dos caballos, el uno se murió, y tambien hirieron doce
de nuestros soldados, mas no de suerte que peligró ninguno.
Pues seguida la vitoria, allegáronse muchas indias y muchachos que se
tomaron por los campos y casas; que hombres no curábamos dellos, que
los tlascaltecas los llevaban por esclavos.
Pues como los de Tepeaca vieron que con el bravear que hacian los
mejicanos que tenian en su pueblo y guarnicion eran desbaratados, y
ellos juntamente con ellos, acordaron que sin decilles cosa ninguna
viniesen adonde estábamos; y los recibimos de paz y dieron la
obediencia á su majestad, y echaron los mejicanos de sus casas, y nos
fuimos nosotros al pueblo de Tepeaca, adonde se fundó una villa que se
nombró la villa de Segura de la Frontera, porque estaba en el camino
de la Villa-Rica, en una buena comarca de buenos pueblos sujetos á
Méjico, y habia mucho maíz, y guardaban la raya nuestros amigos los
de Tlascala; y allí se nombraron alcaldes y regidores, y se dió órden
en cómo se corriese los rededores sujetos á Méjico, en especial los
pueblos adonde habian muerto españoles; y allí hicieron hacer el hierro
con que se habian de herrar los que se tomaban por esclavos, que era
una G, que quiere decir guerra.
Y desde la villa de Segura de la Frontera corrimos todos los rededores,
que fué Cachula y Tecamechalco y el pueblo de las Guayaguas, y otros
pueblos que no se me acuerda el nombre; y en lo de Cachula fué adonde
habian muerto en los aposentos quince españoles; y en este de Cachula
hubimos muchos esclavos, de manera que en obra de cuarenta dias tuvimos
aquellos pueblos pacíficos y castigados.
Ya en aquella sazon habian alzado en Méjico otro señor por Rey,
porque el señor que nos echó de Méjico era fallecido de viruelas, y
aquel señor que hicieron Rey era un sobrino ó pariente muy cercano
del gran Montezuma, que se decia Guatemuz, mancebo de hasta veinte y
cinco años, bien gentil hombre para ser indio, y muy esforzado; y se
hizo temer de tal manera, que todos los suyos temblaban dél; y estaba
casado con una hija de Montezuma, bien hermosa mujer para ser india;
y como este Guatemuz, señor de Méjico, supo cómo habiamos desbaratado
los escuadrones mejicanos que estaban en Tepeaca, y que habian dado
la obediencia á su Majestad el Emperador Cárlos V, y nos servian y
daban de comer, y estábamos allí poblados; y temió que les correriamos
lo de Guaxaca y otras provincias, y que á todos les atraeriamos á
nuestra amistad, envió á sus mensajeros por todos los pueblos para que
estuviesen muy alerta con todas sus armas, y á los caciques les daba
joyas de oro, y á otros perdonaba los tributos; y sobre todo, mandaba
ir muy grandes capitanes y guarniciones de gente de guerra para que
mirasen no les entrásemos en sus tierras; y les enviaba á decir que
peleasen muy reciamente con nosotros, no les acaeciese como en lo de
Tepeaca, á donde estaba nuestra villa doce leguas.
Para que bien se entiendan los nombres destos pueblos, un nombre es
Cachula, otro nombre es Guacachula.
Y dejaré de contar lo que en Guacachula se hizo, hasta su tiempo y
lugar; y diré cómo en aquel tiempo é instante vinieron de la Villa-Rica
mensajeros cómo habia venido un navío de Cuba, y ciertos soldados en
él.


CAPÍTULO CXXXI.
CÓMO VINO UN NAVÍO DE CUBA QUE ENVIABA DIEGO VELAZQUEZ, É VENIA EN ÉL
POR CAPITAN PEDRO BARBA, Y LA MANERA QUE EL ALMIRANTE QUE DEJÓ NUESTRO
CORTÉS POR GUARDA DE LA MAR TENIA PARA LOS PRENDER, Y ES DESTA MANERA.

Pues como andábamos en aquella provincia de Tepeaca castigando á los
que fueron en la muerte de nuestros compañeros, que fueron diez y ocho
los que mataron en aquellos pueblos, y atrayéndolos de paz, y todos
daban la obediencia á su majestad; vinieron cartas de la Villa-Rica
cómo habia venido un navío al puerto, y vino en él por capitan un
hidalgo que se decia Pedro Barba, que era muy amigo de Cortés; y este
Pedro Barba habia estado por teniente del Diego Velazquez en la Habana,
y traia trece soldados y un caballo y una yegua, porque el navío que
traia era muy chico; y traia cartas para Pánfilo de Narvaez, el capitan
que Diego Velazquez habia enviado contra nosotros, creyendo que estaba
por él la Nueva-España, en que le enviaba á decir el Diego Velazquez
que si acaso no habia muerto á Cortés, que luego se le enviase preso á
Cuba, para envialle á Castilla, que ansí lo mandaba don Juan Rodriguez
de Fonseca, Obispo de Búrgos y Arzobispo de Rosano, presidente de
Indias, que luego fuese preso con otros de nuestros capitanes; porque
el Diego Velazquez tenia por cierto que éramos desbaratados, ó á lo
ménos que Narvaez señoreaba la Nueva-España.
Pues como el Pedro Barba llegó al puerto con su navío y echó anclas,
luego le fué á visitar y dar el bien venido el almirante de la mar que
puso Cortés, el cual se decia Pedro Caballero ó Juan Caballero, otras
veces por mí nombrado, con un batel bien esquifado de marineros y
armas encubiertas, y fué al navío de Pedro Barba; y despues de hablar
palabras de buen comedimiento, qué tal viene vuestra merced, y quitar
las gorras y abrazarse unos á otros, como se suele hacer, preguntó el
Pedro Caballero por el señor Diego Velazquez, gobernador de Cuba, qué
tal queda, y responde el Pedro Barba que bueno; y el Pedro Barba y los
demás que consigo traian preguntan por el señor Pánfilo de Narvaez,
y cómo le va con Cortés; y responden que muy bien, é que Cortés anda
huyendo y alzado con veinte de sus compañeros, é que Narvaez está
muy próspero é rico, y que la tierra es muy buena; y de plática en
plática le dicen al Pedro Barba que allí junto estaba un pueblo, que
desembarque é que se vayan á dormir y estar en él, que les traerán
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