Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 11

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habian muerto cuarenta y tantos soldados de los de Narvaez y aun de
los nuestros y muchos tlascaltecas, y robado tres cargas de oro cuando
nos echaron de Méjico; y los soldados que mataron eran que venian de
la Veracruz á Méjico cuando íbamos en el socorro de Pedro de Albarado;
y Cortés le encargó al Sandoval que no dejase aquel pueblo sin buen
castigo, puesto que más merecian los de Tezcuco, porque ellos fueron
los agresores y capitanes de aquel daño, como en aquel tiempo eran muy
hermanos en armas con la gran ciudad de Méjico, y porque en aquella
sazon no se podia hacer otra cosa, se dejó de castigar en Tezcuco.
Y volvamos á nuestra plática, y es que Gonzalo de Sandoval hizo lo
que el capitan le mandó, así en ir á la provincia de Chalco, que poco
se rodeaba, y dejar allí á los dos mancebos señores della, y fué al
Pueblo-Morisco, y ántes que llegasen los nuestros ya sabian por sus
espías cómo iban sobre ellos, y desamparan el pueblo y se van huyendo
á los montes, y el Sandoval los siguió, y mató tres ó cuatro porque
hubo mancilla dellos; mas hubiéronse mujeres y mozas, é prendió cuatro
principales, y el Sandoval los halagó á los cuatro que prendió, y les
dijo que cómo habian muerto tantos españoles.
Y dijeron que los de Tezcuco y de Méjico los mataron en una celada
que les pusieron en una cuesta por donde no podian pasar sino uno á
uno, porque era muy angosto el camino; y que allí cargaron sobre ellos
gran copia de mejicanos y de Tezcuco, y que entónces los prendieron
y mataron, y que los de Tezcuco los llevaron á su ciudad, y los
repartieron con los mejicanos; y esto que les fué mandado, y que no
pudieron hacer otra cosa; y que aquello que hicieron, que fué en
venganza del señor de Tezcuco, que se decia Cacamatzin, que Cortés tuvo
preso y se habia muerto en las puentes.
Hallóse allí en aquel pueblo mucha sangre de los españoles que
mataron, por las paredes, que habian rociado con ella á sus ídolos;
y tambien se halló dos caras que habian desollado, y adobado los
cueros como pellejos de guantes, y las tenian con sus barbas puestas
y ofrecidas en unos de sus altares; y asimismo se halló cuatro cueros
de caballos curtidos, muy bien aderezados, que tenian sus pelos y con
sus herraduras, colgados y ofrecidos á sus ídolos en el su cu mayor; y
halláronse muchos vestidos de los españoles que habian muerto, colgados
y ofrecidos á los mismos ídolos; y tambien se halló en un mármol de una
casa, adonde los tuvieron presos, escrito con carbones: «Aquí estuvo
preso el sin ventura de Juan Yuste, con otros muchos que traia en mi
compañía.»
Este Juan Yuste era un hidalgo de los de á caballo que allí mataron, y
de las personas de calidad que Narvaez habia traido; de todo lo cual el
Sandoval y todos sus soldados hubieron mancilla y les pesó; mas ¿qué
remedio habia ya que hacer sino usar de piedad con los de aquel pueblo,
pues se fueron huyendo y no aguardaron, y llevaron sus mujeres é hijos,
y algunas mujeres que se prendian lloraban por sus maridos y padres?
Y viendo esto el Sandoval, á cuatro principales que prendió y á todas
las mujeres las soltó, y envió á llamar á los del pueblo, los cuales
vinieron y le demandaron perdon, y dieron la obediencia á su majestad
y prometieron de ser siempre contra mejicanos y servirnos muy bien; y
preguntados por el oro que robaron á los tlascaltecas cuando por allí
pasaron, dijeron que otros habian tomado las cargas dello, y que los
mejicanos y los señores de Tezcuco se lo llevaron, porque dijeron que
aquel oro habia sido de Montezuma, y que lo habia tomado de sus templos
y se lo dió á Malinche, que lo tenia preso.
Dejemos de hablar desto, y digamos cómo fué Sandoval camino de
Tlascala, y junto á la cabecera del pueblo mayor, donde residian los
caciques, topó con toda la madera y tablazon de los bergantines, que
la traian á cuestas sobre ocho mil indios, y venian otros tantos á
la retaguarda dellos con sus armas y penachos, y otros dos mil para
remudar las cargas que traian el bastimento; y venian por capitanes de
todos los tlascaltecas Chichimecatecle, que ya he dicho otras veces en
los capítulos pasados que dello hablan, que era indio muy principal
y esforzado; y tambien venian otros dos principales, que se decian
Teulepile y Teutical, y otros caciques y principales, y á todos los
traia á cargo Martin Lopez, que era el maestro que cortó la madera y
dió la cuenta para las tablazones, y venian otros españoles que no me
acuerdo sus nombres; y cuando Sandoval los vió venir de aquella manera
hubo mucho placer por ver que le habian quitado aquel cuidado, porque
creyó que estuviera en Tlascala algunos dias detenido, esperando á
salir con toda la madera y tablazon; y así como venian, con el mismo
concierto fueron dos dias caminando, hasta que entraron en tierra de
mejicanos, y les daban gritos desde las estancias y barrancas, y en
partes que no les podian hacer mal ninguno los nuestros con caballos ni
escopetas.
Entónces dijo el Martin Lopez, que lo traia todo á cargo, que seria
bien que fuesen con otro recaudo que hasta entónces venian, porque los
tlascaltecas le habian dicho que temian aquellos caminos no saliesen
de repente los grandes poderes de Méjico y les desbaratasen, como
iban cargados y embarazados con la madera y bastimentos; y luego
mandó Sandoval repartir los de á caballo y ballesteros y escopeteros,
que fuesen unos en la delantera y los demás en los lados; y mandó á
Chichimecatecle, que iba por capitan delante de todos los tlascaltecas,
que se quedase detrás para ir en la retaguarda juntamente con el
Gonzalo de Sandoval; de lo cual se afrentó aquel cacique, creyendo que
no le tenian por esforzado; y tantas cosas le dijeron sobre aquel caso,
que lo hubo por bueno viendo que el Sandoval quedaba juntamente con él,
y le dieron á entender que siempre los mejicanos daban en el fardaje,
que quedaba atrás; y como lo hubo bien entendido, abrazó al Sandoval y
dijo que le hacian honra en aquello.
Dejemos de hablar en esto, y digamos que en otros dos dias de camino
llegaron á Tezcuco, y ántes que entrasen en aquella ciudad se pusieron
muy buenas mantas y penachos, y con atambores y cornetas, puestos en
ordenanza, caminaron, y no quebraron el hilo en más de medio dia que
iban entrando y dando voces y silbos y diciendo:
—«Viva, viva el Emperador, nuestro señor, y Castilla, Castilla, y
Tlascala, Tlascala.»
Y llegaron á Tezcuco y Cortés y ciertos capitanes les salieron á
recebir, con grandes ofrecimientos que Cortés hizo á Chichimecatecle y
á todos los capitanes que traia; é las piezas de maderos y tablazones
y todo lo demás perteneciente á los bergantines se puso cerca de las
zanjas y esteros donde se habian de labrar; y desde allí adelante tanta
priesa se daban en hacer trece bergantines el Martin Lopez, que fué
el maestro de los hacer, con otros españoles que le ayudaban, que se
decian Andrés Nuñez y un viejo que se decia Ramirez, que estaba cojo de
una herida, y un Diego Hernandez, aserrador, y ciertos carpinteros, y
dos herreros con sus fraguas, y un Hernando de Aguilar, que les ayudaba
á machacar; todos se dieron gran priesa hasta que los bergantines
estuvieron armados y no faltó sino calafeteallos y ponellos los
mástiles y jarcias y velas.
Pues ya hecho esto, quiero decir el gran recaudo que teniamos en
nuestro real de espías y escuchas y guarda para los bergantines, porque
estaban junto á la laguna, y los mejicanos procuraron tres veces de
les poner fuego, y aun prendimos quince indios de los que lo venian á
poner, de quien se supo muy largamente todo lo que en Méjico hacian y
concertaba Guatemuz; y era, que por via ninguna habian de hacer paces,
sino morir todos peleando ó quitarnos á todos las vidas.
Quiero tornar á decir los llamamientos y mensajeros en todos los
pueblos sujetos á Méjico, y cómo les perdonaba el tributo y el
trabajar, que de dia y de noche trabajaban de hacer casas y ahondar
los pasos de las puentes y hacer albarradas muy fuertes, y poner á
punto sus varas y tiraderas, y hacer unas lanzas muy largas para matar
los caballos, engastadas en ellas de las espadas que nos tomaron la
noche del desbarate, y poner á punto sus hondas con piedras rollizas,
y espadas de á dos manos, y otras mayores que espadas, como macanas, y
todo género de guerra.
Dejemos esta materia, y volvamos á decir de nuestra zanja y acequia,
por donde habian de salir los bergantines á la gran laguna, que estaba
ya muy ancha y honda, que podian nadar por ella navíos de razonable
porte; porque, como otras veces he dicho, siempre andaban en la obra
ocho mil indios trabajadores.
Dejemos esto, y digamos cómo nuestro Cortés fué á una entrada de
Saltocan.


CAPÍTULO CXLI.
CÓMO NUESTRO CAPITAN CORTÉS FUÉ Á UNA ENTRADA AL PUEBLO DE SALTOCAN,
QUE ESTÁ DE LA CIUDAD DE MÉJICO OBRA DE SEIS LEGUAS, PUESTO Y POBLADO
EN LA LAGUNA, Y DENDE ALLÍ Á OTROS PUEBLOS, Y LO QUE EN EL CAMINO PASÓ
DIRÉ ADELANTE.

Cómo habian venido allí á Tezcuco sobre quince mil tlascaltecas con la
madera de los bergantines, y habia cinco dias que estaban en aquella
ciudad sin hacer cosa que de contar sea, y no tenian mantenimientos,
ántes les faltaban; y como el capitan de los tlascaltecas era muy
esforzado y orgulloso, que ya he dicho otras veces que se decia
Chichimecatecle, dijo á Cortés que queria ir á hacer algun servicio á
nuestro gran Emperador y batallar contra mejicanos, ansí por mostrar
sus fuerzas y buena voluntad para con nosotros, como para vengarse de
las muertes y robos que habian hecho á sus hermanos y vasallos, ansí en
Méjico como en sus tierras; y que le pedia por merced que ordenase y
mandase á qué parte podrian ir que fuesen nuestros enemigos.
Y Cortés les dijo que les tenia en mucho su buen deseo, y que otro
dia queria ir á un pueblo que se dice Saltocan, que está de aquella
ciudad cinco leguas, mas que están fundadas las casas en el agua de la
laguna, é que habia entrada para él por tierra; el cual pueblo habia
enviado á llamar de paz dias habia tres veces, y no quiso venir, y
que les tornó á enviar mensajeros nuevamente con los de Tepetezcuco y
de Obtumba, que eran sus vecinos, y que en lugar de venir de paz, no
quisieron, ántes trataron mal á los mensajeros y descalabraron dello,
y la respuesta que dieron fué, que si allá íbamos, que no tenian ménos
fuerza y fortaleza; que fuesen cuando quisiesen, que en el campo les
hallariamos; é que habian tenido aquella respuesta de sus ídolos que
allí nos matarian, y que les aconsejaron los ídolos que esta respuesta
diesen.
Y á esta causa Cortés se apercebió para ir él en persona á aquella
entrada, y mandó á ducientos y cincuenta soldados que fuesen en su
compañía, y treinta de á caballo, y llevó consigo á Pedro de Albarado
y á Cristóbal de Olí y muchos ballesteros y escopeteros, y á todos
los tlascaltecas, y una capitanía de hombres de guerra de Tezcuco, y
los más dellos principales; y dejó en guarda de Tezcuco, á Gonzalo de
Sandoval, para que mirase mucho por los bergantines y real, no diesen
una noche en él; porque ya he dicho que siempre habiamos de estar la
barba sobre el hombro, lo uno por estar tan á la raya de Méjico, y
lo otro por estar en tan gran ciudad como era Tezcuco, y todos los
vecinos de aquella ciudad eran parientes y amigos de mejicanos; y mandó
al Sandoval y á Martin Lopez, maestro de hacer los bergantines, que
dentro de quince dias los tuviesen muy á punto para echar al agua y
navegar en ellos, y se partió de Tezcuco para hacer aquella entrada.
Despues de haber oido Misa salió con su ejército, é yendo su camino,
no muy léjos de Saltocan encontró con unos grandes escuadrones de
mejicanos, que le estaban aguardando en parte que creyeron aprovecharse
de nuestros españoles y matar los caballos; mas Cortés marchó con los
de á caballo, y él juntamente con ellos; y despues de haber disparado
las escopetas y ballestas, rompieron por ellos y mataron algunos de los
mejicanos, porque luego se acogieron á los montes y á partes que los de
á caballo no los pudieron seguir; mas nuestros amigos los tlascaltecas
prendieron y mataron obra de treinta.
Y aquella noche fué Cortés á dormir á unas caserías, y estuvo muy sobre
aviso con sus corredores de campo y velas y rondas y espías, porque
estaba entre grandes poblaciones; y supo que Guatemuz, señor de Méjico,
habia enviado muchos escuadrones de gente de guerra á Saltocan para
les ayudar, los cuales fueron en canoas por unos hondos esteros; y
otro dia de mañana junto al pueblo comenzaron los mejicanos y los de
Saltocan á pelear con los nuestros, y tirábanles mucha vara y flecha, y
piedra con hondas desde las acequias donde estaban, é hirieron á diez
de nuestros soldados y muchos de los amigos tlascaltecas, y ningun mal
les podian hacer los de á caballo, porque no podian correr ni pasar los
esteros, que estaban todos llenos de agua, y el camino y calzada que
solian tener, por donde entraban por tierra en el pueblo, de pocos dias
le habian deshecho y le abrieron á mano, y la ahondaron de manera que
estaba hecho acequia y lleno de agua, y por esta causa los nuestros no
podian en ninguna manera entralles en el pueblo ni hacer daño ninguno;
y puesto que los escopeteros y ballesteros tiraban á los que andaban en
canoas, traíanlas tan bien armadas de talabardones de madera, é demás
de los talabardones, guardábanse bien.
Y nuestros soldados, viendo que no aprovechaba cosa ninguna y no
podian atinar el camino y calzada que de ántes tenian en el pueblo,
porque todo lo hallaban lleno de agua, renegaban del pueblo y aun de
la venida sin provecho, y aun medio corridos de cómo los mejicanos y
los del pueblo les daban grande grita y les llamaban de mujeres, é que
Malinche era otra mujer, y que no era esforzado sino para engañarlos
con palabras y mentiras; y en este instante dos indios de los que allí
venian con los nuestros, que eran de Tepetezcuco, que estaban muy mal
con los de Saltocan, dijeron á un nuestro soldado, que habia tres dias
que vinieron, cómo abrian la calzada y la lavaron y la hicieron zanja,
y echaron de otra acequia el agua por ella, y que no muy léjos adelante
está por abrir é iba camino al pueblo.
Y cuando nuestros soldados lo hubieron entendido, y por donde los
indios les señalaron, se ponen en gran concierto los ballesteros y
escopeteros, unos armando y otros soltando, y esto poco á poco, y no
todos á la par, y el agua á vuelapié, y á otras partes á más de la
cinta, pasan todos nuestros soldados, y muchos amigos siguiéndolos, y
Cortés con los de á caballo aguardándolos en tierra firme, haciéndoles
espaldas, porque temió no viniesen otra vez los escuadrones de Méjico y
diesen en la rezaga; y cuando pasaban las acequias los nuestros, como
dicho tengo, los contrarios daban en ellos como á terrero, y hirieron
muchos; mas, como iban deseosos de llegar á la calzada que estaba por
abrir, todavía pasan adelante, hasta que dieron en ella por tierra sin
agua, y vanse al pueblo.
Y en fin de más razones, tal mano les dieron, que les mataron muchos
mejicanos, y lo pagaron muy bien, é la burla que dellos hacian; donde
hubieron mucha ropa de algodon y oro y otros despojos; y como estaban
poblados en la laguna, de presto se meten los mejicanos y los naturales
del pueblo en sus canoas con todo el hato que pudieron llevar, y se
van á Méjico; y los nuestros, de que los vieron despoblados, quemaron
algunas casas, y no osaron dormir en él por estar en el agua, y se
vinieron donde estaba el capitan Cortés aguardándolos; y allí en aquel
pueblo se hubieron muy buenas indias, y los tlascaltecas salieron ricos
con mantas, sal y oro y otros despojos, y luego se fueron á dormir á
unas caserías que serian una legua de Saltocan, y allí se curaron, y un
soldado murió dende á pocos dias de un flechazo que le dieron por la
garganta; y luego se pusieron velas y corredores del campo, y hubo buen
recaudo, porque todas aquellas tierras estaban muy pobladas de culchúas.
Y otro dia fueron camino de un gran pueblo que se dice Coluatilan,
é yendo por el camino, los de aquellas poblaciones y otros muchos
mejicanos que con ellos se juntaban, les daban muy grande grita y
voces, diciéndoles vituperios, y era en parte que no podian correr
los caballos ni se les podia hacer ningun daño, porque estaban entre
acequias; y desta manera llegaron á aquella poblacion, y estaba
despoblado de aquel mismo dia y alzado el hato, y en aquella noche
durmieron allí con grandes velas y rondas; y otro dia fueron camino de
un gran pueblo que se dice Tenayuca, y este pueblo soliamos llamar la
primera vez que entramos en Méjico el pueblo de las Sierpes, porque en
el adoratorio mayor que tenian hallamos dos grandes bultos de sierpes
de malas figuras, que eran sus ídolos en quien adoraban.
Dejemos esto, y digamos del camino, y es que este pueblo hallaron
despoblado como el pasado, que todos los indios naturales dellos se
habian juntado en otro pueblo que estaba más adelante; y desde allí fué
á otro pueblo que se dice Escapuzalco, que seria del uno al otro una
legua, y asimismo estaba despoblado.
Este Escapuzalco era donde labraban el oro é plata al gran Montezuma,
y soliamos llamar el pueblo de los Plateros; y desde aquel pueblo fué
á otro, que ya he dicho que se dice Tacuba, que es obra de media legua
el uno del otro. En este pueblo fué donde reparamos la triste noche
cuando salimos de Méjico desbaratados, y en él nos mataron ciertos
soldados, segun dicho tengo en el capítulo pasado que dello habla.
Y tornemos á nuestra plática: que ántes que nuestro ejército llegase
al pueblo, estaban en campo aguardando á Cortés muchos escuadrones de
todos aquellos pueblos por donde habia pasado, y los de Tacuba y de
mejicanos, porque Méjico está muy cerca dél, y todos juntos comenzaron
á dar en los nuestros, de manera que tuvo harto nuestro capitan de
romper en ellos con los de á caballo; y andaban tan juntos los unos
con los otros, que nuestros soldados á buenas cuchilladas los hicieron
retraer; y como era noche, durmieron en el pueblo con buenas velas
y escuchas, y otro dia de mañana, si muchos mejicanos habian estado
juntos, muchos más se juntaron aquel dia, y con gran concierto venian á
darnos guerra, de tal manera que herian algunos soldados; mas todavía
los nuestros los hicieron retraer en sus casas y fortaleza, de manera
que tuvieron tiempo de les entrar en Tacuba y quemalles muchas casas
y metelles á sacomano.
Y como aquello supieron en Méjico, ordenaron de salir muchos más
escuadrones de su ciudad á pelear con Cortés, y concertaron que cuando
peleasen con él, que hiciesen que volvian huyendo hácia Méjico, y que
poco á poco metiesen á nuestro ejército en su calzada, y que cuando los
tuviesen dentro, haciendo como que se retraian de miedo; é ansí como
lo concertaron lo hicieron, y Cortés, creyendo que llevaba vitoria,
los mandó seguir hasta una puente; y cuando los mejicanos sintieron
que tenian ya metido á Cortés en el garlito pasada la puente, vuelve
sobre él tanta multitud de indios, que unos por tierra, otros con
canoas y otros en las azuteas, le dan tal mano, que le ponen en tan
gran aprieto, que estuvo la cosa de arte, que creyó ser perdido é
desbaratado; porque á una puente donde habia llegado cargaron tan de
golpe sobre él, que ni poco ni mucho se podia valer; é un alférez que
llevaba una bandera, por sostener el gran ímpetu de los contrarios le
hirieron muy malamente y cayó con su bandera desde la puente abajo en
el agua, y estuvo en ventura de no se ahogar, y aun le tenian ya asido
los mejicanos para le meter en unas canoas, y él fué tan esforzado, que
se escapó con su bandera; y en aquella refriega mataron cinco soldados,
é hirieron muchos de los nuestros.
Y Cortés, viendo el gran atrevimiento y mala consideracion que habia
hecho en haber entrado en la calzada de la manera que he dicho, y
sintió cómo los mejicanos le habian cebado, luego mandó que todos
se retrajesen; y con el mejor concierto que pudo, y no vueltas las
espaldas, sino los rostros á los contrarios, pié contra pié, como quien
hace represas, y los ballesteros y escopeteros unos armando y otros
tirando, y los de á caballo haciendo algunas arremetidas, mas eran muy
pocas, porque luego les herian los caballos; y desta manera se escapó
Cortés aquella vez del poder de Méjico, y cuando se vió en tierra firme
dió muchas gracias á Dios.
Allí en aquella calzada y puente fué donde un Pedro de Ircio, muchas
veces por mí nombrado, dijo al alférez que cayó con la bandera en la
laguna, que se decia Juan Volante, por le afrentar (que no estaba bien
con él por amores de una mujer) ciertas palabras pesadas, y no tuvo
razon de decir aquellas palabras porque el alférez era un hidalgo y
hombre muy esforzado, y como tal se mostró aquella vez y otras muchas;
y al Pedro de Ircio no le fué muy bien de su mala voluntad que tenia
contra Juan Volante, el tiempo andando.
Dejemos á Pedro de Ircio, y digamos que en cinco dias que allí en lo
de Tacuba estuvo Cortés tuvo batalla y reencuentros con los mejicanos
y sus aliados; y desde allí dió la vuelta para Tezcuco, y por el
camino que habia venido se volvió, y le daban grita los mejicanos,
creyendo que volvia huyendo, y aun sospecharon lo cierto, que con gran
temor volvió; y les esperaban en partes que querian ganar honra con
él y matalle los caballos, y le echaban celadas; y como aquello vió,
les echó una en que les mató é hirió muchos de los contrarios, é á
Cortés entónces le mataron dos caballos é un soldado, y con esto no le
siguieron más, é á buenas jornadas llegó á un pueblo sujeto á Tezcuco,
que se dice Aculman, que estará de Tezcuco dos leguas y media.
Y como lo supimos cómo habia allí llegado, salimos con Gonzalo de
Sandoval á le ver y recebir, acompañados de muchos caballos y soldados
y de los caciques de Tezcuco, especial de D. Hernando, principal de
aquella ciudad; y en las vistas nos alegramos mucho, porque habia más
de quince dias que no habiamos sabido de Cortés ni de cosa que le
hubiese acaecido; y despues de le haber dado el bien venido y haberle
hablado algunas cosas que convenian sobre lo militar, nos volvimos
á Tezcuco aquella tarde, porque no osábamos dejar el real sin buen
recado; y nuestro Cortés se quedó en aquel pueblo hasta otro dia, que
llegó á Tezcuco; y los tlascaltecas, como ya estaban ricos y venian
cargados de despojos, demandaron licencia para irse á su tierra, y
Cortés se la dió; y fueron por parte que los mejicanos no tuvieron
espías sobre ellos, y salvaron sus haciendas.
Y á cabo de cuatro dias que nuestro capitan reposaba y estaba dando
priesa en hacer los bergantines, vinieron unos pueblos de la costa
del Norte á demandar paces y darse por vasallos de su majestad, los
cuales pueblos se llaman Tucapan y Mascalcingo é Naultran, y otros
pueblezuelos de aquellas comarcas, y trajeron un presente de oro y
ropa de algodon; y cuando llegaron delante de Cortés, con gran acato,
despues de haber dado su presente, dijeron que le pedian por merced
que les admitiese á su amistad, y que querian ser vasallos del Rey de
Castilla, y dijeron que cuando los mejicanos mataron sus teules en
lo de Almería, y era capitan dellos Quete Alpopoca, que ya habiamos
quemado por justicia, que todos aquellos pueblos que allí venian fueron
en ayudar á los teules; y despues que Cortés les hubo oido, puesto que
entendia que habian sido con los mejicanos en la muerte de Juan de
Escalante y los seis soldados que le mataron en lo de Almería, segun
he dicho en el capítulo que dello habla, les mostró mucha voluntad y
recibió el presente, y por vasallos del Emperador nuestro señor, y
no les demandó cuenta sobre lo acaecido ni se lo trajo á la memoria,
porque no estaba en tiempo de hacer otra cosa; y con buenas palabras y
ofrecimientos los despachó.
Y en este instante vinieron á Cortés otros pueblos de los que se
habian dado por nuestros amigos á demandar favor contra mejicanos, y
decian que les fuésemos á ayudar, porque venian contra ellos grandes
escuadrones, y les habian entrado en su tierra y llevado presos muchos
de sus indios, y á otros habian descalabrado.
Y tambien en aquella sazon vinieron los de Chalco y Talmanalco, y
dijeron que si luego no les socorrian que serian perdidos, porque
estaban sobre ellos muchas guarniciones de sus enemigos; y tantas
lástimas decian, que traian en un paño de manta de nequen pintado al
natural los escuadrones que sobre ellos venian, que Cortés no sabia qué
se decir ni qué respondelles, ni dar remedio á los unos ni á los otros;
porque habia visto que estábamos muchos de nuestros soldados heridos
y dolientes, y se habian muerto ocho de dolor de costado y de echar
sangre cuajada, revuelta con lodo, por la boca y narices; y era del
quebrantamiento de las armas que siempre traiamos á cuestas, é de que á
la continua íbamos á las entradas, y de polvo que en ellas tragábamos;
y demás desto, viendo que se habian muerto tres ó cuatro soldados de
heridas, que nunca parábamos de ir á entrar, unos venidos y otros
vueltos.
La respuesta que les dió á los primeros pueblos fué que les halagó y
dijo que iria presto á les ayudar, y que entre tanto que iba, que se
ayudasen de otros pueblos sus vecinos, y que esperasen en campo á los
mejicanos, y que todos juntos les diesen guerra, é que si los mejicanos
viesen que les mostraban cara y ponian fuerzas contra ellos, que
temerian, é que ya no tenian tantos poderes los mejicanos para les dar
guerra como solian, porque tenian muchos contrarios; y tantas palabras
les dijo con nuestras lenguas, é les esforzó, que reposaron algo sus
corazones, y no tanto, que luego demandaron cartas para dos pueblos
sus comarcanos, nuestros amigos, para que les fuesen á ayudar.
Las cartas en aquel tiempo no las entendian; más bien sabian que entre
nosotros se tenia por cosa cierta que cuando se enviaban eran como
mandamientos ó señales que les mandaban algunas cosas de calidad; é
con ellas se fueron muy contentos, y las mostraron á sus amigos y los
llamaron; y como nuestro Cortés se lo mandó, aguardaron en el campo á
los mejicanos y tuvieron con ellos una batalla, y con ayuda de nuestros
amigos sus vecinos, á quien dieron la carta, no les fué mal en la pelea.
Volvamos á los de Chalco: que viendo nuestro Cortés que era cosa muy
importante para nosotros que aquella provincia estuviese desembarazada
de gentes de Culchúa, porque, como he dicho otra vez, por allí habian
de ir é venir á la villa rica de la Veracruz é á Tlascala, y habiamos
de mantener nuestro real, porque es tierra de mucho maíz, luego mandó á
Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor, que se aparejase para otro
dia de mañana ir á Chalco, y le mandó dar veinte á caballo y ducientos
soldados, y doce ballesteros y diez escopeteros, y los tlascaltecas que
habia en nuestro real, que eran muy pocos, porque, como dicho habemos
en este capítulo, todos los más se habian ido á su tierra cargados de
despojos, y tambien llevó una capitanía de los de Tezcuco, y en su
compañía al capitan Luis Marin, que era su muy íntimo amigo; y quedamos
en guarda de aquella ciudad y bergantines Cortés é Pedro de Albarado y
Cristóbal de Olí con los demás soldados.
Y ántes que Gonzalo de Sandoval vaya para Chalco, como está acordado,
quiero aquí decir cómo, estando escribiendo en esta relacion todo lo
acaecido á Cortés, de Saltocan, acaso estaban presentes dos hidalgos
muy curiosos que habian leido la Historia de Gómora, y me dijeron que
tres cosas se me olvidaban de escribir, que tenia escrito el coronista
Gómora de la misma entrada que hizo Cortés; y la una era que dió
Cortés vista á Méjico con trece bergantines, y peleó muy bien con
el gran poder de Guatemuz, con sus grandes canoas y piraguas en la
laguna; la otra era que cuando Cortés entró en la Calzada de Méjico
que tuvo pláticas con los señores caciques mejicanos, y les dijo que
les quitaria el bastimento y se moririan de hambre; y la otra fué que
Cortés no quiso decir á los de Tezcuco que habia de ir á Saltocan,
porque no le diesen aviso.
Yo respondí á los mismos hidalgos que me lo dijeron, que en aquella
sazon los bergantines no estaban acabados de hacer, é que ¿cómo podia
llevar por tierra bergantines ni por la laguna los caballos ni tanta
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