Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 04

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y le llevábamos á un aposento, y puestos soldados que le habiamos de
guardar, y á mí me señaló Sandoval por uno dellos, y secretamente me
mandó que no dejase hablar con él á ninguno de los de Narvaez hasta que
amaneciese, que Cortés le pusiese más en cobro.
Dejemos desto, y digamos cómo Narvaez habia enviado cuarenta de á
caballo para que nos estuviesen aguardando en el paso del rio cuando
viniésemos á su real, como dicho tengo en el capítulo que dello habla,
y supimos que andaban todavía en el campo; tuvimos temor no nos
viniesen á acometer para nos quitar sus capitanes é al mismo Narvaez
que teniamos presos, y estábamos muy apercebidos; y acordó Cortés de
les enviar á pedir por merced que se viniesen al real, con grandes
ofrecimientos que á todos prometió; y para los traer envió á Cristóbal
de Olí, que era nuestro maestre de campo, é á Diego de Ordás, y fueron
en unos caballos que tomaron de los de Narvaez, que de todos los
nuestros no trajimos ningunos, que atados quedaron en un montecillo
junto á Cempoal; que no trajimos sino picas, espadas y rodelas y
puñales; y fueron al campo con un soldado de los de Narvaez, que les
mostró el rastro por donde habian ido, y se toparon con ellos; y en
fin, tantas palabras de ofertas y ofrecimientos les dijeron por parte
de Cortés, y ántes que llegasen á nuestro real ya era de dia claro; y
sin decir cosa ninguna Cortés ni ninguno de nosotros á los atabaleros
que el Narvaez traia, comenzaron á tocar los atabales y á tañer sus
pífaros y tambores, y decian:
—«Viva, viva la gala de los romanos, que siendo tan pocos han vencido á
Narvaez y á sus soldados.»
É un negro que se decia Guidela, que fué muy gracioso truhan, que
traia el Narvaez, daba voces que decia:
—«Mirad que los romanos no han hecho tal hazaña.»
Y por más que les deciamos que callasen y no tañesen sus atabales, no
querian, hasta que Cortés mandó que prendiesen al atabalero, que era
medio loco, que se decia Tapia; y en este instante vino Cristóbal de
Olí y Diego de Ordás, y trajeron á los de á caballo que dicho tengo, y
entre ellos venia Andrés de Duero y Agustin Bermudez y muchos amigos de
nuestro capitan; y así como venian, iban á besar las manos á Cortés,
que estaba sentado en una silla de caderas, con una ropa larga de color
como naranjada, con sus armas debajo, acompañado de nosotros.
Pues ver la gracia con que les hablaba y abrazaba, y las palabras de
tantos cumplimientos que les decia, era cosa de ver qué alegre estaba;
y tenia mucha razon de verse en aquel punto tan señor y pujante; y así
como le besaban la mano se fueron cada uno á su posada.
Digamos ahora de los muertos y heridos que hubo aquella noche.
Murió el alférez de Narvaez, que se decia Fulano de Fuentes, que era un
hidalgo de Sevilla; murió otro capitan de Narvaez que se decia Rojas,
natural de Castilla la Vieja; murieron otros dos de Narvaez; murió
uno de los tres soldados que se le habian pasado, que habian sido de
los nuestros, que llamábamos Alonso García el Carretero, y heridos de
los de Narvaez hubo muchos; y tambien murieron de los nuestros otros
cuatro, y hubo más heridos, y el cacique gordo tambien salió herido;
porque, como supo que veniamos cerca de Cempoal, se acogió al aposento
de Narvaez, y allí le hirieron, y luego Cortés le mandó curar muy bien
y le puso en su casa, y que no se le hiciese enojo.
Pues Cervantes el loco y Escalonilla, que son los que se pasaron al
Narvaez que habian sido de los nuestros, tampoco libraron bien, que
Escalona salió bien herido, y el Cervantes bien apaleado, é ya he dicho
que murió el Carretero.
Vamos á los del aposento de Salvatierra, el muy fiero, que dijeron sus
soldados que en toda su vida vieron hombre para ménos ni tan cortado de
muerte cuando nos oyó tocar al arma y cuando deciamos:
—«Vitoria, vitoria; que muerto es Narvaez.»
Dicen que luego dijo que estaba muy malo del estómago, é que no fué
para cosa ninguna. Esto lo he dicho por sus fieros y bravear; y de los
de su compañía tambien hubo heridos.
Digamos del aposento del Diego Velazquez y otros capitanes que estaban
con él, que tambien hubo heridos, y nuestro capitan Juan Velazquez
de Leon prendió al Diego Velazquez, aquel con quien tuvo las bregas
estando comiendo con el Narvaez, y le llevó á su aposento y le mandó
curar y hacer mucha honra.
Pues ya he dado cuenta de todo lo acaecido en nuestra batalla, digamos
agora lo que más se hizo.


CAPÍTULO CXXIII.
CÓMO DESPUES DE DESBARATADO NARVAEZ SEGUN Y DE LA MANERA QUE HE DICHO,
VINIERON LOS INDIOS DE CHINANTA QUE CORTÉS HABIA ENVIADO Á LLAMAR, Y DE
OTRAS COSAS QUE PASARON.

Ya he dicho en el capítulo que dello habla, que Cortés envió á decir
á los pueblos de Chinanta, donde trajeron las lanzas é picas, que
viniesen dos mil indios dellos con sus lanzas, que son mucho más largas
que no las nuestras, para nos ayudar, é vinieron aquel mismo dia y algo
tarde, despues de preso Narvaez, y venian por capitanes los caciques de
los mismos pueblos é uno de nuestros soldados, que se decia Barrientos,
que habia quedado en Chinanta para aquel efecto: y entraron en Cempoal
con muy gran ordenanza, de dos en dos; y como traian las lanzas muy
grandes y de buen cuerpo, y tienen en ellas una braza de cuchilla
de pedernales, que cortan tanto como navajas, segun ya otra vez he
dicho, y traia cada indio una rodela como pavesina, y con sus banderas
tendidas, y con muchos plumajes y atambores y trompetillas, y entre
cada lancero é lancero un flechero, y dando gritos y silbos decian:
—«Viva el Rey, viva el Rey, y Hernando Cortés en su real nombre.»
Y entraron bravosos, que era cosa de notar, y serian mil y quinientos,
que parecian, de la manera y concierto que venian, que eran tres mil;
y cuando los de Narvaez los vieron se admiraron, é dicen que dijeron
unos á otros que si aquella gente les tomara en medio ó entraran
con nosotros, qué tal que les pararan; y Cortés habló á los indios
capitanes muy amorosamente, agradeciéndole su venida, y les dió cuentas
de Castilla, y les mandó que luego se volviesen á sus pueblos, y que
por el camino no hiciesen daño á otros pueblos, y tornó á enviar con
ellos al mismo Barrientos.
Y quedarse ha aquí, y diré lo que más Cortés hizo.


CAPÍTULO CXXIV.
CÓMO CORTÉS ENVIÓ AL PUERTO AL CAPITAN FRANCISCO DE LUGO, Y EN SU
COMPAÑÍA DOS SOLDADOS QUE HABIAN SIDO MAESTRES DE HACER NAVÍOS, PARA
QUE LUEGO TRAJESE ALLÍ Á CEMPOAL TODOS LOS MAESTRES Y PILOTOS DE LOS
NAVÍOS Y FLOTA DE NARVAEZ, Y QUE LES SACASEN LAS VELAS Y TIMONES É
AGUJAS, PORQUE NO FUESEN Á DAR MANDADO Á LA ISLA DE CUBA Á DIEGO
VELAZQUEZ DE LO ACAECIDO, Y CÓMO PUSO ALMIRANTE DE LA MAR.

Pues acabado de desbaratar al Pánfilo de Narvaez, é presos él y sus
capitanes, é á todos los demás tomado sus armas, mandó Cortés al
capitan Francisco de Lugo que fuese al puerto donde estaba la flota de
Narvaez, que eran diez y ocho navíos, y mandase venir allí á Cempoal
á todos los pilotos y maestres de los navíos, y que les sacasen velas
y timones é agujas, porque no fuesen á dar mandado á Cuba á Diego
Velazquez; é que si no le quisiesen obedecer, que les echase presos; y
llevó consigo el Francisco de Lugo dos de nuestros soldados, que habian
sido hombres de la mar, para que le ayudasen; y tambien mandó Cortés
que luego le enviasen á un Sancho de Barahona, que le tenia preso el
Narvaez con otros soldados. Este Barahona fué vecino de Guatimala,
hombre rico; y acuérdome que cuando llegó ante Cortés, que venia muy
doliente y flaco, y le mandó hacer honra.
Volvamos á los maestres y pilotos, que luego vinieron á besar las manos
al capitan Cortés, á los cuales tomó juramento que no saldrian de su
mandado, é que le obedecerian en todo lo que les mandase; y luego les
puso por almirante y capitan de la mar á un Pedro Caballero, que habia
sido maestre de un navío de los de Narvaez; persona de quien Cortés se
fió mucho, al cual dicen que le dió primero buenos tejuelos de oro;
y á este mandó que no dejase ir de aquel puerto ningun navío á parte
ninguna, y mandó á todos los maestres y pilotos y marineros que todos
le obedeciesen, y que si de Cuba enviase Diego Velazquez más navíos
(porque tuvo aviso Cortés que estaban dos navíos para venir), que
tuviese modo que á los capitanes que en él viniesen les echase presos,
y les sacase el timon é velas y agujas, hasta que otra cosa en ello
Cortés mandase. Lo cual así lo hizo Pedro Caballero, como adelante diré.
Y dejemos ya los navíos y el puerto seguro y digamos lo que se concertó
en nuestro real é los de Narvaez, y es que luego se dió órden que
fuesen á conquistar y poblar á Juan Velazquez de Leon á lo de Pánuco, y
para ello Cortés le señaló ciento y veinte soldados, los ciento habian
de ser de los de Narvaez, y los veinte de los nuestros entremetidos,
porque tenian más experiencia en la guerra: y tambien habia de llevar
dos navíos para que desde el rio de Pánuco fuesen á descubrir la costa
adelante; y tambien á Diego de Ordás dió otra capitanía de otros ciento
y veinte soldados para ir á poblar á lo de Guacacualco, y los ciento
habian de ser de los de Narvaez y los veinte de los nuestros, segun y
de la manera que á Juan Velazquez de Leon; y habia de llevar otros dos
navíos para desde el rio de Guacacualco enviar á la isla de Jamáica
por ganados de yeguas y becerros, puercos y ovejas, y gallinas de
Castilla y cabras, para multiplicar la tierra, porque la provincia de
Guacacualco era buena para ello.
Pues para ir aquellos capitanes con sus soldados y llevar todas sus
armas, Cortés se las mandó dar y soltar todos los prisioneros capitanes
de Narvaez, y el Salvatierra, que decia que estaba malo del estómago.
Pues para dalles todas las armas, algunos de nuestros soldados les
teniamos ya tomado caballos y espadas y otras cosas, y mandó Cortés
que luego se las volviésemos, y sobre no dárselas hubo ciertas
pláticas enojosas, y fueron, que dijimos los soldados que las teniamos
muy claramente, que no se las queriamos dar, pues que en el real de
Narvaez pregonaron guerra contra nosotros á ropa franca, y con aquella
intencion venian á nos prender y tomar lo que teniamos, é que siendo
nosotros tan grandes servidores de su majestad, nos llamaban traidores,
é que no se las queriamos dar; y Cortés todavía porfiaba á que se las
diésemos, é como era capitan general, húbose de hacer lo que mandó, que
yo les dí un caballo que tenia ya escondido, ensillado y enfrenado, y
dos espadas y tres puñales y una adarga, y otros muchos de nuestros
soldados dieron tambien otros caballos y armas; y como Alonso de Ávila
era capitan y persona que osaba decir á Cortés cosas que convenian, é
juntamente con él el Padre fray Bartolomé de Olmedo, hablaron aparte
á Cortés, y le dijeron que parecia que queria remedar á Alejandro
Macedonio, que despues que con sus soldados habia hecho alguna gran
hazaña, que más procuraba de honrar y hacer mercedes á los que vencia
que no á sus capitanes y soldados, que eran los que lo vencian; y esto,
que lo decian porque lo han visto en aquellos dias que allí estábamos
despues de preso Narvaez, que todas las joyas de oro que le presentaban
los indios de aquellas comarcas y bastimentos daba á los capitanes de
Narvaez, é como si no nos conociera, ansí nos obligaba; y que no era
bien hecho, sino muy grande ingratitud, habiéndole puesto en el estado
en que estaba.
Á esto respondió Cortés que todo cuanto tenia, ansí persona como
bienes, era para nosotros, é que al presente no podia más sino con
dádivas y palabras y ofrecimientos honrar á los de Narvaez; porque,
como son muchos, y nosotros pocos, no se levantasen contra él y contra
nosotros, y le matasen.
Á esto respondió el Alonso de Ávila, y le dijo ciertas palabras algo
soberbias, de tal manera, que Cortés le dijo que quien no le quisiese
seguir, que las mujeres han parido y paren en Castilla soldados; y el
Alonso de Ávila dijo con palabras muy soberbias y sin acato que así
era verdad, que soldados y capitanes é gobernadores, é que aquello
mereciamos que dijese.
Y como en aquella sazon estaba la cosa de arte que Cortés no podia
hacer otra cosa sino callar, y con dádivas y ofertas le atrajo á sí;
y como conoció dél ser muy atrevido, y tuvo siempre Cortés temor que
por ventura un dia ó otro no hiciese alguna cosa en su daño, disimuló;
y dende allí adelante siempre le enviaba á negocios de importancia,
como fué á la isla de Santo Domingo, y despues á España cuando enviamos
la recámara y tesoro del gran Montezuma, que robó Juan Florin, gran
corsario frances; lo cual diré en su tiempo y lugar.
Y volvamos ahora al Narvaez y á un negro que traia lleno de viruelas,
que harto negro fué en la Nueva-España, que fué causa que se pegase é
hinchase toda la tierra dellas, de lo cual hubo gran mortandad; que,
segun decian los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la
conocian, lavábanse muchas veces, y á esta causa se murieron gran
cantidad dellos.
Por manera que negra la ventura de Narvaez, y más prieta la muerte de
tanta gente sin ser cristianos.
Dejemos ahora todo esto, y digamos cómo los vecinos de la Villa-Rica,
que habian quedado poblados, que no fueron á Méjico, demandaron á
Cortés las partes del oro que les cabia, y dijeron á Cortés que, puesto
que allí les mandó quedar en aquel puerto y villa, que tambien servian
allí á Dios y al Rey como los que fuimos á Méjico, pues entendian en
guardar la tierra y hacer la fortaleza, y algunos dellos se hallaron
en lo de Almería, que aun no tenian sanas las heridas, y que todos los
más se hallaron en la prision de Narvaez, y que les diesen sus partes;
y viendo Cortés que era muy justo lo que decian, dijo que fuesen dos
hombres principales vecinos de aquella villa con poder de todos, y que
lo tenia apartado, y que se lo darian; y paréceme que les dijo que en
Tlascala estaba guardado, que esto no me acuerdo bien; é así, luego
despacharon de aquella villa dos vecinos por el oro y sus partes, y el
principal se decia Juan de Alcántara el viejo.
Y dejemos de platicar en ello, y despues diremos lo que sucedió al
Alcántara y al otro; y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de presto
su rueda, que á grandes bonanzas y placeres siguen las tristezas; y
es que en este instante vienen nuevas que Méjico estaba alzado, y
que Pedro de Albarado está cercado en su fortaleza y aposento, y que
le ponian fuego por todas partes en la misma fortaleza, y que le han
muerto siete soldados, y que estaban otros muchos heridos; y enviaba á
demandar socorros con mucha instancia y priesa; y esta nueva trujeron
dos tlascaltecas sin carta ninguna, y luego vino una carta con otros
tlascaltecas que envió el Pedro de Albarado, en que decia lo mismo.
Y cuando aquella tan mala nueva oimos, sabe Dios cuánto nos pesó, y á
grandes jornadas comenzamos á caminar para Méjico, y quedó preso en
la Villa-Rica el Narvaez y el Salvatierra, y por teniente y capitan
paréceme que quedó Rodrigo Rangel, que tuviese cargo de guardar al
Narvaez y de recoger muchos de los de Narvaez que estaban enfermos.
Y tambien en este instante, ya que queriamos partir, vinieron cuatro
grandes principales que envió el gran Montezuma ante Cortés á quejarse
del Pedro de Albarado, y lo que dijeron llorando con muchas lágrimas de
sus ojos fué, que Pedro de Albarado salió de su aposento con todos los
soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dió en sus principales
y caciques, que estaban bailando y haciendo fiesta á sus ídolos
Huichilóbos y Tezcatepuca, con licencia que para ello les dió el Pedro
de Albarado, é que mató é irió muchos dellos, y que por se defender le
mataron seis de sus soldados.
Por manera que daban muchas quejas del Pedro de Albarado; y Cortés les
respondió á los mensajeros algo desabrido, é que él iria á Méjico y
pornia remedio en todo; y así, fueron con aquella respuesta á su gran
Montezuma, y dicen la sintió por muy mala y hubo enojo della.
Y asimismo luego despachó Cortés cartas para Pedro de Albarado, en
que le envió á decir que mirase que el Montezuma no se soltase, é que
íbamos á grandes jornadas; y le hizo saber de la vitoria que habiamos
habido contra Narvaez; lo cual ya sabia el gran Montezuma.
Y dejallo hé aquí, y diré lo que más adelante pasó.


CAPÍTULO CXXV.
CÓMO FUIMOS GRANDES JORNADAS, ASÍ CORTÉS CON TODOS SUS CAPITANES COMO
TODOS LOS DE NARVAEZ, EXCEPTO PÁNFILO DE NARVAEZ, Y SALVATIERRA, QUE
QUEDABAN PRESOS.

Como llegó la nueva referida cómo Pedro de Albarado estaba cercado y
Méjico rebelado, cesaron las capitanías que habian de ir á poblar
á Pánuco y á Guacacualco, que habian dado á Juan Velazquez de Leon
y á Diego de Ordás, que no fué enemigo dellos, que todos fuesen con
nosotros; y Cortés habló á los de Narvaez, que sintió que no irian
con nosotros de buena voluntad á hacer aquel socorro, y les rogó que
dejasen atrás enemistades pasadas por lo de Narvaez, ofreciéndoles
de hacerlos ricos y dalles cargos; y pues venian á buscar la vida, y
estaban en tierra donde podrian hacer servicio á Dios y á su majestad,
y enriquecer, que ahora les venia lance; y tantas palabras les dijo,
que todos á una se le ofrecieron que irian con nosotros; y si supieran
las fuerzas de Méjico, cierto está que no fuera ninguno.
Y luego caminamos á muy grandes jornadas hasta llegar á Tlascala, donde
supimos que hasta que Montezuma y sus capitanes habian sabido cómo
habiamos desbaratado á Narvaez, no dejaron de darle guerra á Pedro
de Albarado, y le habian ya muerto siete soldados y le quemaron los
aposentos; y cuando supieron nuestra vitoria cesaron de dalle guerra;
mas dijeron que estaban muy fatigados por falta de agua y bastimento,
lo cual nunca se lo habia mandado dar Montezuma; y esta nueva trujeron
indios de Tlascala en aquella misma hora que hubimos llegado.
Y luego Cortés mandó hacer alarde de la gente que llevaba, y halló
sobre mil y trecientos soldados, así de los nuestros como de los de
Narvaez, y sobre noventa y seis caballos y ochenta ballesteros y otros
tantos escopeteros; con los cuales le pareció á Cortés que llevaba
gente para poder entrar muy á su salvo en Méjico; y demás desto, en
Tlascala nos dieron los caciques dos mil hombres, indios de guerra; y
luego fuimos á grandes jornadas hasta Tezcuco, que es una gran ciudad,
y no se nos hizo honra ninguna en ella ni pareció ningun señor, sino
todo muy remontado y de mal arte; y llegamos á Méjico dia de señor San
Juan de Junio de 1520 años, y no parecian por las calles caciques, ni
capitanes, ni indios conocidos, sino todas las casas despobladas.
Y como llegamos á los aposentos que soliamos posar, el gran Montezuma
salió al patio para hablar y abrazar á Cortés y dalle el bien venido, y
de la vitoria con Narvaez; y Cortés, como venia vitorioso, no le quiso
oir, y el Montezuma se entró en su aposento muy triste y pensativo.
Pues ya aposentados cada uno de nosotros donde soliamos estar ántes
que saliésemos de Méjico para ir á lo de Narvaez, y los de Narvaez en
otros aposentos, é ya habiamos visto é hablado con el Pedro de Albarado
y los soldados que con él quedaron, y ellos nos daban cuenta de las
guerras que los mejicanos les daban y trabajo en que les tenian puesto,
y nosotros les dábamos relacion de la vitoria contra Narvaez.
Y dejaré esto, y diré cómo Cortés procuró saber qué fué la causa de
se levantar Méjico, porque bien entendido teniamos que á Montezuma le
pesó dello, que si le pluguiera ó fuera por su consejo, dijeron muchos
soldados de los que se quedaron con Pedro de Albarado en aquellos
trances, que si Montezuma fuera en ello, que á todos les mataran, y
que el Montezuma los aplacaba que cesasen la guerra; y lo que contaba
el Pedro de Albarado á Cortés, sobre el caso era, que por libertar los
mejicanos al Montezuma, é porque su Huichilóbos se lo mandó porque
pusimos en su casa la imágen de Nuestra Señora la Vírgen Santa María y
la Cruz.
Y más dijo, que habian llegado muchos indios á quitar la santa imágen
del altar donde la pusimos, y que no pudieron quitalla, y que los
indios lo tuvieron á gran milagro, y que se lo dijeron al Montezuma,
é que les mandó que la dejasen en el mismo lugar y altar, y que no
curasen de hacer otra cosa; y así, la dejaron.
Y más dijo el Pedro de Albarado, que por lo que el Narvaez les habia
enviado á decir al Montezuma, que le venia á soltar de las prisiones y
á prendernos, y no salió verdad; y como Cortés habia dicho al Montezuma
que en teniendo navíos nos habiamos de ir á embarcar y salir de toda
la tierra, é que no nos íbamos, é que todo eran palabras, é que ahora
habian visto venir muchos más teules, ántes que todos los de Narvaez
y los nuestros tornásemos á entrar en Méjico, que seria bien matar
al Pedro de Albarado y á sus soldados, y soltar al gran Montezuma, y
despues no quedar á vida ninguno de los nuestros é de los de Narvaez,
cuanto más que tuvieron por cierto que nos venciera el Narvaez.
Estas pláticas y descargo dió el Pedro de Albarado á Cortés, y le
tornó á decir Cortés que á qué causa les fué á dar guerra estando
bailando y haciendo sus fiestas y bailes y sacrificios que hacian á
sus Huichilóbos y á Tezcatepuca; y el Pedro de Albarado dijo que luego
le habian de venir á dar guerra, segun el concierto tenian entre ellos
hecho, y todo lo demás que lo supo de un papa y de dos principales y de
otros mejicanos; y Cortés le dijo:
—«Pues hanme dicho que os demandaron licencia para hacer el areito y
bailes.»
É dijo que así era verdad, é que fué por tomalles descuidados; é que
porque temiesen y no viniesen á dalle guerra, que por esto se adelantó
á dar en ellos; y como aquello Cortés le oyó, le dijo, muy enojado, que
era muy mal hecho, y grande desatino y poca verdad; é que pluguiera á
Dios que el Montezuma se hubiera soltado, é que tal cosa no la oyera á
sus ídolos; y así le dejó, que no le habló más en ello.
Tambien dijo el mismo Pedro de Albarado que cuando andaba con ellos en
aquella guerra, que mandó poner á un tiro que estaba cebado fuego, con
una pelota y muchos perdigones, é que como venian muchos escuadrones de
indios á le quemar los aposentos, que salió á pelear con ellos, é que
mandó poner fuego al tiro, é que no salió, y que hizo una arremetida
contra los escuadrones que le daban guerra, y cargaban muchos indios
sobre él, é que venia retrayéndose á la fuerza y aposento, é que
entónces sin poner fuego al tiro salió la pelota y los perdigones y
mató muchos indios; y que si aquello no acaeciera, que los enemigos los
mataran á todos, como en aquella vez le llevaron dos de sus soldados
vivos.
Otra cosa dijo el Pedro de Albarado, y esta sola cosa la dijeron otros
soldados, que las demás pláticas sólo el Pedro de Albarado lo contaba;
y es, que no tenia agua para beber, y cavaron en el patio, é hicieron
un pozo y sacaron agua dulce, siendo todo salado tambien.
Todo fué muchos bienes que nuestro Señor Dios nos hacia.
É á esto del agua digo yo que en Méjico estaba una fuente que muchas
veces y todas las más manaba agua algo dulce; que lo demás que dicen
algunas personas, que el Pedro de Albarado, por codicia de haber mucho
oro y joyas de gran valor con que bailaban los indios, les fué á dar
guerra, yo no lo creo ni nunca tal oí, ni es de creer que tal hiciese,
puesto que lo dice el Obispo fray Bartolomé de las Casas aquello y
otras cosas que nunca pasaron; sino que verdaderamente dió en ellos por
metelles temor, é que con aquellos males que les hizo tuviesen harto
que curar y llorar en ellos, porque no le viniesen á dar guerra; y como
dicen que quien acomete vence, y fué muy peor, segun pareció.
Y tambien supimos de mucha verdad que tal guerra nunca el Montezuma
mandó dar, é que cuando combatian al Pedro de Albarado, que el
Montezuma les mandaba á los suyos que no lo hiciesen, y que le
respondian que ya no era cosa de sufrir tenelle preso, y estando
bailando irles á matar, como fueron; y que le habian de sacar de allí y
matar á todos los teules que le defendian.
Estas cosas y otras sé decir que lo oí á personas de fe y que se
hallaron con el Pedro de Albarado cuando aquello pasó.
Y dejallo hé aquí, y diré la gran guerra que luego nos dieron, y es
desta manera.


CAPÍTULO CXXVI.
CÓMO NOS DIERON GUERRA EN MÉJICO, Y LOS COMBATES QUE NOS DABAN, Y OTRAS
COSAS QUE PASAMOS.

Como Cortés vió que en Tezcuco no nos habian hecho ningun recibimiento,
ni aun dado de comer, sino mal y por mal cabo, y que no hallamos
principales con quien hablar, y lo vió todo rematado y de mal arte,
y venido á Méjico lo mismo; y vió que no hacian tianguez, sino todo
levantado, é oyó al Pedro de Albarado de la manera y desconcierto
con que les fué á dar guerra; y parece ser habia dicho Cortés en el
camino á los capitanes, alabándose de sí mismo, el gran acato y mando
que tenia, é que por los pueblos é caminos le saldrian á recibir
y hacer fiestas, y que en Méjico mandaba tan absolutamente, así al
gran Montezuma como á todos sus capitanes, é que le darian presentes
de oro como solian; y viendo que todo estaba muy al contrario de
sus pensamientos, que aun de comer no nos daban, estaba muy airado
y soberbio con la mucha gente de españoles que traia, y muy triste
y mohino; y en este instante envió el gran Montezuma dos de sus
principales á rogar á nuestro Cortés que le fuese á ver, que le queria
hablar, y la respuesta que le dió fué:
—«Vaya para perro, que aun tianguez no quiere hacer ni de comer nos
manda dar.»
Y entónces, como aquello le oyeron á Cortés nuestros capitanes, que fué
Juan Velazquez de Leon y Cristóbal de Olí y Alonso de Ávila y Francisco
de Lugo, dijeron:
—«Señor, temple su ira, y mire cuánto bien y honra nos ha hecho este
Rey destas tierras, que es tan bueno, que si por él no fuese ya
fuéramos muertos y nos habrian comido, é mire que hasta las hijas le
han dado.»
Y como esto oyó Cortés, se indignó más de las palabras que le dijeron,
como parecian de reprension, é dijo:
—«¿Qué cumplimiento tengo yo de tener con un perro que se hacia con
Narvaez secretamente, é ahora veis que aun de comer no nos da?»
Y dijeron nuestros capitanes:
—«Esto nos parece que debe hacer, y es buen consejo.»
Y como Cortés tenia allí en Méjico tantos españoles, así de los
nuestros como de los de Narvaez, no se le daba nada por cosa ninguna,
é hablaba tan airado y descomedido.
Por manera que tornó hablar á los principales que dijesen á su señor
Montezuma que luego mandase hacer tianguez y mercados; si no, que hará
é que acontecerá; y los principales bien entendieron las palabras
injuriosas que Cortés dijo de su señor, y aun tambien la reprension
que nuestros capitanes dieron á Cortés sobre ello; porque bien los
conocian, que habian sido los que solian tener en guarda á su señor,
y sabian que eran grandes servidores de su Montezuma; y segun y de la
manera que lo entendieron, se lo dijeron al Montezuma, y de enojo, ó
porque ya estaba concertado que nos diesen guerra, no tardó un cuarto
de hora que vino un soldado á gran priesa muy mal herido, que venia de
un pueblo que está junto á Méjico, que se dice Tacuba, y traia unas
indias que eran de Cortés, é la una hija del Montezuma, que parece ser
las dejó á guardar allí al señor de Tacuba, que eran sus parientes del
mismo señor, cuando fuimos á lo de Narvaez.
Y dijo aquel soldado que estaba toda la ciudad y camino por donde venia
lleno de gente de guerra con todo género de armas, y que le quitaron
las indias que traia y le dieron dos heridas, é que si no se les
soltara, que le tenian ya asido para le meter en una canoa y llevalle á
sacrificar, y habian deshecho una puente.
Y desque aquello oyó Cortés y algunos de nosotros, ciertamente nos
pesó mucho; porque bien entendido teniamos los que soliamos batallar
con indios, la mucha multitud que de ellos se suelen juntar, que por
bien que peleásemos, y aunque más soldados trujésemos ahora, que
habiamos de pasar gran riesgo de nuestras vidas, y hambres y trabajos,
especialmente estando en tan fuerte ciudad.
Pasemos adelante, y digamos que luego mandó á un capitan que se decia
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