Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 27

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forasteros aun no se habian recogido, que andaban en los pueblos de la
sierra de Chalupa demandando el tributo que les eran obligados á dar;
y con el favor de venir capitan con la gente de guerra, como veniamos,
se atrevian á ir á ellos, que de ántes ni daban tributo ni se les daba
nada de nosotros.
Volvamos á nuestro alarde, que se hallaron veinte y siete de á caballo
que podian pelear, y otros cinco que no eran para ello, y quince
ballesteros y ocho escopeteros, y un tiro y pólvora, y un soldado por
artillero, que decia el mismo soldado que habia estado en Italia;
esto digo aquí porque no era para cosa ninguna, que era muy cobarde;
y llevábamos sesenta soldados de espada y rodela y obra de ochenta
mejicanos, y el cacique de Cachula con otros principales suyos; y estos
indios de Cachula que he dicho, iban temblando de miedo, y por halagos
los llevamos que nos ayudasen á abrir camino y llevar el fardaje.
Pues yendo nuestro camino en concierto, ya que llegamos cerca de sus
poblaciones, siempre íbamos adelante por espías y descubridores del
campo cuatro soldados muy sueltos, é yo era uno dellos, é dejaba mi
caballo, que no era tierra por donde podian correr, é íbamos siempre
media legua adelante de nuestro ejército; y como los chiapanecas son
grandes cazadores, andaban entónces á caza de venados, y desque nos
sintieron, apellídanse todos con grandes ahumadas, y como llegamos á
sus poblaciones, tenian muy anchos caminos y grande sementera de maíz
é otras legumbres, y el primer pueblo que topamos se dice Estapa, que
está de la cabecera obra de cuatro leguas, y en aquel instante le
habian despoblado, y tenian mucho maíz é gallinas y otros bastimentos,
que tuvimos bien que comer y cenar; y estando reposando en el pueblo,
puesto que teniamos puestas nuestras velas y escuchas y corredores del
campo, vienen dos de á caballo que estaban por corredores á dar mandado
y diciendo:
—«¡Alarma, que vienen muchos guerreros chiapanecas!»
Y nosotros, que siempre estábamos muy apercebidos, les salimos al
encuentro ántes que llegasen al pueblo, y tuvimos una gran batalla con
ellos, porque traian muchas varas tostadas, con sus tiraderas y arcos y
flechas, y lanzas mayores que las nuestras, con buenas armas de algodon
y penachos, y otros traian unas porras como macanas; y allí donde
hubimos esta batalla habia mucha piedra, y con hondas nos hacian mucho
daño, y nos comenzaron á cercar de arte, que de la primera rociada
mataron dos de nuestros soldados y cuatro caballos, y le hirieron á
fray Juan y trece soldados y á muchos de nuestros amigos, y al capitan
Luis Marin le dieron dos heridas, y estuvimos en aquella batalla toda
la tarde hasta que anocheció; y como hacia escuro, y habian sentido el
cortar de nuestras espadas y escopetas y ballestas, y las lanzadas, se
retiraron, de lo cual nos holgamos, y hallamos quince dellos muertos y
otros muchos heridos, que no se pudieron ir, y de dos dellos que nos
parecian principales se tomó aviso, y dijeron que estaba toda la tierra
apercebida para dar en nosotros otro dia; y aquella noche enterramos
los muertos y curamos los heridos y al capitan, que estaba malo de
las heridas, porque se habia desangrado mucho, que por causa de no se
apartar de la batalla para se las curar ó apretar, se le habia metido
frio en ellas.
Pues ya hecho esto, pusimos buenas velas y escuchas y corredores
del campo, y teniamos los caballos ensillados y enfrenados, y todos
nuestros soldados á punto, porque tuvimos por cierto que vernian de
noche sobre nosotros, é como habiamos visto el teson que tuvieron en
la batalla pasada, que ni por ballestas ni lanzas ni escopetas ni aun
estocadas no les podiamos retraer ni apartar un paso atrás, tuvímoslos
por buenos guerreros y osados en el pelear; y esa noche se dió órden
cómo para otro dia los de á caballo habiamos de arremeter de cinco en
cinco hermanados, y las lanzas terciadas, y no pararnos á dar lanzadas
hasta ponellos de huida, sino las lanzas altas y por las caras, y
atropellar y pasar adelante; y este concierto ya otras veces lo habia
dicho el Luis Marin, y aun algunos de nosotros de los conquistadores
viejos se lo habiamos dado por aviso á los nuevamente venidos de
Castilla, y algunos dellos no curaron de guardar la órden, sino que
pensaban que en dar una lanzada á los contrarios que hacian algo: y
salióles á cuatro dellos al revés, porque les tomaron las lanzas y les
hirieron á ellos los caballos con ellas.
Quiero decir que se juntaban seis ó siete de los contrarios y se
abrazaban con los caballos, creyendo de los tomar á manos, y aun
derrocaron á un soldado del caballo, y si no le socorriéramos, ya le
llevaban á sacrificar, y desde ahí á dos dias se murió.
Volvamos á nuestro relacion, y es, que otro dia de mañana acordamos
de ir por nuestro camino para su ciudad de Chiapa, y verdaderamente
se podia decir ciudad, y bien poblada, y las casas y calles muy en
concierto, y de más de cuatro mil vecinos, sin otros muchos pueblos
sujetos á ella, que estaban poblados á su alrededor; é yendo que íbamos
con mucho concierto, y el tiro puesto en órden, y el artillero bien
apercibido de lo que habia de hacer, y no habiamos caminado cuarto de
legua, cuando nos encontramos con todo el poder de Chiapa, que campos
y cuestas venian llenos dellos, con grandes penachos y buenas armas
é grandes lanzas, flecha y vara con tiraderas, piedra y hondas, con
grandes voces é grita y silbos.
Era cosa de espantar cómo se juntaron con nosotros pié con pié y
comenzaron á pelear como rabiosos leones; y nuestro negro artillero
que llevábamos (que bien negro se podia llamar), cortado de miedo y
temblando, ni supo tirar ni poner fuego al tiro; é ya que á poder de
voces que le dábamos pegó fuego, hirió á tres de nuestros soldados,
que no aprovechó cosa ninguna; y como el capitan vió de la manera que
andábamos, rompimos todos los de á caballo puestos en cuadrillas, segun
lo habiamos concertado, y los escopeteros y ballesteros y de espada y
rodela hechos un cuerpo, porque no les desbaratasen, nos ayudaron muy
bien; más eran tantos los contrarios que sobre nosotros vinieron, que
si no fuéramos de los que en aquellas batallas nos hallamos cursados
á otras afrentas, pusiera á otros gran temor, y aun nosotros nos
admiramos de ver cuán fuertes estaban; y fray Juan nos daba ánimo, y
decia que Dios nos habia de pagar nuestro trabajo, y el César.
El capitan Luis Marin nos dijo:
—«Ea, señores, Santiago y á ellos, y tornémosles otra vez á romper con
ánimo.»
Esforzados, dímosles tal mano, que á poco rato iban vueltas las
espaldas; y como habia allí donde fué esta batalla muy malos pedregales
para poder correr caballos, no les podiamos seguir; é yendo en el
alcance, y no muy léjos de donde comenzamos aquella batalla, ya que
íbamos algo descuidados, creyendo que por aquel dia no se tornarian á
juntar, é dábamos gracias á Dios del buen suceso, aquí estaban tras
unos cerros otros mayores escuadrones de guerreros que los pasados, con
todas sus armas, y muchos dellos traian sogas para echar lazos á los
caballos y asir de las sogas para los derrocar, y tenian tendidas en
otras muchas partes muchas redes con que suelen tomar venados, para los
caballos, y para atar á nosotros muchas sogas; y todos los escuadrones
que he dicho se vienen á encontrar con nosotros, é como muy fuertes
y recios guerreros, nos dan tal mano de flecha, vara y piedra, que
tornaron á herir casi que todos los nuestros, y tomaron cuatro lanzas á
los de á caballo, y mataron dos soldados y cinco caballos: y entónces
traian en medio de sus escuadrones una india algo vieja, muy gorda, y
segun decian, aquella india la tenian por su diosa y adivinaba, y les
habia dicho que así como ella llegase adonde estábamos peleando, que
luego habiamos de ser vencidos; y traian en un brasero sahumerio, y
unos ídolos de piedra, y venia pintada todo el cuerpo, y pegado algodon
á las pinturas, y sin miedo ninguno se metió en los indios nuestros
amigos, que venian hechos un cuerpo con sus capitanías, y luego fué
despedazada la maldita diosa.
Volvamos á nuestra batalla: que desque el capitan Luis Marin y todos
nosotros vimos tanta multitud de guerreros contrarios, y que tan
osadamente peleaban, nos admiramos y dijimos al fraile que nos
encomendase á Dios, y arremetiendo á ellos con el concierto pasado,
fuimos rompiendo poco á poco y los hicimos huir, y se escondian entre
unos pedregales, y otros se echaron al rio, que estaba cerca é hondo,
y se fueron nadando, que son en gran manera buenos nadadores; y desque
hubimos desbaratado, descansamos un rato, y el Fraile cantó una Salve,
y algunos soldados de buenas voces le ayudaban, é no sonaba mal, y
todos dimos muchas gracias á Dios; y hallamos muertos donde tuvimos
esta batalla muchos dellos, y otros heridos, y acordamos de irnos á
un pueblo que estaba junto al rio, cerca de la ciudad, donde habia
buenas ciruelas; porque como era Cuaresma, y en este tiempo las hay
maduras, y en aquella poblacion son buenas; y allí nos estuvimos todo
lo más del dia enterrando los muertos en partes donde no los pudiesen
ver ni hallar los naturales de aquel pueblo, y curamos los heridos y
diez caballos, y acordamos de dormir allí con gran recado de velas y
escuchas.
Á poco más de media noche se pasaron á nuestro real diez indios
principales de dos pueblezuelos que estaban poblados junto á la
cabecera é ciudad de Chiapa, en cinco canoas del mismo rio, que es muy
grande y hondo, y venian los indios con las canoas á remo callado, y
los que lo remaban eran diez indios, personas principales, naturales de
los pueblezuelos que estaban junto al rio; y como desembarcaron hácia
la parte de nuestro real, en saltando en tierra, luego fueron presos
por nuestras velas, y ellos lo tuvieron por bien que les prendiesen; y
llevados ante el capitan, dijeron:
—«Señor, nosotros no somos chiapanecas, sino de otra provincia que se
dice Xaltepeque, y estos malos chiapanecas con gran guerra que nos
dieron nos mataron mucha gente, y á todos los más de nuestros pueblos
nos trajeron aquí por fuerza cautivos á poblar con nuestras mujeres é
hijos, é nos han tomado cuanta hacienda teniamos, y há doce años que
nos tienen por esclavos, y les labramos su sementera y maizales, y nos
hacen ir á pescar y hacer otros oficios, y nos toman nuestras hijas y
mujeres.
»Venimos á daros aviso, porque nosotros os traeremos esta noche muchas
canoas en que paseis este rio, que sin ellas no podeis pasar sino
con gran trabajo, y tambien os mostraremos un vado, aunque no va muy
bajo; y lo que señor capitan, os pedimos de mercedes, que pues os
hacemos esta buena obra, que cuando hayais vencido y desbaratado estos
chiapanecas, que nos deis licencia para que salgamos de su poder é
irnos á nuestras tierras; y para que mejor creais lo que os decimos que
es verdad, en las canoas que ahora pasamos dejamos escondidas en el
rio, con otros nuestros compañeros y hermanos, y os traemos presentadas
tres joyas de oro, que eran unas como diademas; y tambien traemos
gallinas y ciruelas.»
Y demandaron licencia para ir por ello, y dijeron que habia de ser
muy callando, no los sintiesen los chiapanecas, que están velando
y guardando los pasos del rio; y cuando el capitan entendió lo que
los indios le dijeron, y la gran ayuda que era pasar aquel recio
y corriente rio, dió gracias á Dios y mostró buena voluntad á los
mensajeros, y prometió de hacerlo como le pedian, y aun dalles ropa y
despojos de lo que hubiésemos de aquella ciudad; y se informó dellos
cómo en las dos batallas pasadas les habiamos muerto y herido más
de ciento veinte chiapanecas, y que tenian aparejados para otro dia
otros muchos guerreros, y que á los de los pueblezuelos donde eran
estos mensajeros les hacian salir á pelear contra nosotros; y que no
temiésemos dellos, que ántes nos ayudarian, y que al pasar del rio
nos habian de aguardar, porque tenian por imposible que terniamos
atrevimiento de pasalle; y que cuando lo estuviésemos pasando, que
allí nos desbaratarian, y dado este aviso, se quedaron dos de aquellos
indios con nosotros, y los demás fueron á sus pueblos á dar órden
para que muy de mañana trujesen veinte canoas, en lo cual cumplieron
muy bien su palabra; y despues que se fueron reposamos algo de lo
que quedó de la noche, y no sin mucho recado de velas y escuchas y
rondas, porque oimos el gran rumor de los guerreros que se juntaban
en la ribera del rio, y el tañer de las trompetillas y atambores y
cornetas.
Y como amaneció, vimos las canoas, que ya descubiertamente las traian,
á pesar de los de Chiapa; porque, segun pareció, ya habian sentido los
de Chiapa cómo los naturales de aquellos pueblezuelos se les habian
levantado y hecho fuertes y eran de nuestra parte, y habian prendido
algunos dellos, y los demás se habian hecho fuertes en su gran cu,
y á esta causa habia revueltas y guerra entre los chiapanecas y los
pueblezuelos que dicho tengo; y luego nos fueron á mostrar el vado, y
entónces nos daban mucha priesa aquellos amigos que pasásemos presto
el rio, con temor no sacrificasen á sus compañeros que habian prendido
aquella noche; pues de que llegamos al vado que nos mostraron, iba
muy hondo; y puestos todos en gran concierto, así los ballesteros
como escopeteros y los de á caballo, y los indios de los pueblezuelos
nuestros amigos con sus canoas, y aunque nos daba el agua cerca de los
pechos, todos hechos un tropel, para soportar el ímpetu y fuerza del
agua, quiso Dios que pasamos cerca de la otra parte de tierra; y ántes
de acabar de pasar, vienen contra nosotros muchos guerreros y nos dan
una buena rociada de vara con tiraderas, y flechas y piedra y otras
grandes lanzas, que nos hirieron casi que á todos los más, y á algunos
á dos y á tres heridas, y mataron dos caballos; y un soldado de á
caballo, que se decia Fulano Guerrero ó Guerra, se ahogó al pasar del
rio, que se metió con el caballo en un recio raudal, y era natural de
Toledo, y el caballo salió á tierra sin el amo.
Volvamos á nuestra pelea, que nos detuvieron un buen rato al pasar del
rio, que no les podiamos hacer retraer ni nosotros podiamos llegar
á tierra, y en aquel instante los de los pueblezuelos que se habian
hecho fuertes contra los chiapanecas, nos vinieron á ayudar en las
espaldas, é á los que estaban al rio batallando con nosotros hirieron
y mataron muchos dellos, porque les tenian grande enemistad, como los
habian tenido presos muchos años; y como aquello vimos, salimos á
tierra los de á caballo, y luego ballesteros, escopeteros y de espada
y rodela, y los amigos mejicanos, y dámosles una tan buena mano, que
se van huyendo, que no paró indio con indio; y luego sin más tardar,
puestos en buen concierto, con nuestras banderas tendidas, y muchos
indios de los dos pueblezuelos con nosotros, entramos en su ciudad;
y como llegamos á lo más poblado, donde estaban sus grandes cues y
adoratorios, tenian las casas tan juntas, que no osamos asentar real,
sino en el campo, y en parte que aunque pusiesen fuego no nos pudiesen
hacer daño; y nuestro capitan envió á llamar de paz á los caciques y
capitanes de aquel pueblo, y fueron los mensajeros tres indios de los
pueblezuelos nuestros amigos, que el uno dellos se decia Xaltepeque,
y asimismo envió con ellos seis capitanes chiapanecas que habiamos
preso en las batallas pasadas, y les envió á decir que vengan luego de
paz, y se les perdonará lo pasado, y que si no vienen, que los iremos
á buscar y les daremos mayor guerra que la pasada y les quemaremos su
ciudad; y con aquellas bravosas palabras luego á la hora vinieron, y
aun trajeron un presente de oro, y se disculparon por haber salido de
guerra, y dieron la obediencia á su majestad, y rogaron á Luis Marin
que no consintiese á nuestros amigos que quemasen ninguna casa, porque
ya habian quemado ántes de entrar en Chiapa, en un pueblezuelo que
estaba poblado ántes de llegar al rio, muchas casas; y Luis Marin les
prometió que así lo haria, y mandó á los mejicanos que traiamos y á los
de Cachula que no hiciesen mal ni daño.
Quiero tornar á decir que este Cachula que aquí nombro no es la que
está cerca de Méjico, sino un pueblo que se dice como él, que está en
las sierras camino de Chiapa, por donde pasamos.
Dejemos esto, y dígoos cómo en aquella ciudad hallamos tres cárceles
de redes de madera llenas de prisioneros atados con collares á los
pescuezos, y estos eran de los que prendian por los caminos, é algunos
dellos eran de Guantepeque, y otros zapotecas é otros quilenes, otros
de Soconusco; los cuales prisioneros sacamos de las cárceles é se fué
cada uno á su tierra.
Tambien hallamos en los cues muy malas figuras de ídolos que adoraban,
é todos los quebró fray Juan, é muchos indios é muchachos sacrificados,
y hallamos muchas cosas malas de sodomías que usaban; y mandóles el
capitan que luego fuesen á llamar todos los pueblos comarcanos que
vengan de paz á dar la obediencia á su majestad.
Los primeros que vinieron fueron los de Cinacatan y Gopanaustlan,
é Pinola é Guequiztlan é Chamula, é otros pueblos que ya no se me
acuerda los nombres dellos, quiniles, y otros pueblos que eran de
la lengua zoque, y todos dieron la obediencia á su majestad, y aun
estaban espantados cómo, tan pocos como éramos, podiamos vencer á
los chiapanecas; y ciertamente mostraron todos gran contento, porque
estaban mal con ellos.
Estuvimos en aquella ciudad cinco dias, é dijo fray Juan Misa é
confesaron algunos soldados, é predicó á los indios en su lengua, que
la sabia bien, y los indios holgaron de oirle y adoraron la santa cruz,
é decian que se habian de bautizar, y que pareciamos muy buena gente, y
tomaron amor al fraile fray Juan.
Y en aquel instante un soldado de aquellos que traiamos en nuestro
ejército desmandóse del real, y vase sin licencia del capitan á un
pueblo que habia venido de paz, que ya he dicho que se dice Chamula, y
llevó consigo ocho indios mejicanos de los nuestros, y demandó á los
de Chamula que le diesen oro, y decia que lo mandaba el capitan, é los
de aquel pueblo le dieron unas joyas de oro, y porque no le daban más,
echó preso al cacique; y cuando vieron los del pueblo hacer aquella
demasía, quisieron matar al atrevido y desconsiderado soldado, y luego
se alzaron, y no solamente ellos, pero tambien hicieron alzar á los de
otro pueblo que se decia Gueyhuiztlan, sus vecinos; y de que aquello
alcanzó á saber el capitan Luis Marin, prende al soldado, y luego manda
que por la posta le llevasen á Méjico para que Cortés le castigase; y
esto hizo el Luis Marin porque era un hombre el soldado que se tenia
por principal, que por su honor no nombro su nombre, hasta que venga
en coyuntura en parte que hizo otra cosa que aun es muy peor, como era
malo y cruel con los indios, como adelante diré.
Y despues desto hecho, el capitan Luis Marin envió á llamar al pueblo
de Chamula que venga de paz, é les envió á decir que ya habia castigado
y enviado á Méjico al español que les iba á demandar oro y les hacia
aquellas demasías.
La respuesta que dieron fué mala, y la tuvimos por muy peor por causa
de que los pueblos comarcanos no se alzasen; y fué acordado que luego
fuésemos sobre ellos, y hasta traelles de paz no les dejar; y despues
de como les habló muy blandamente á los caciques chiapanecas, y fray
Juan les dijo con buenas lenguas, que las sabia, las cosas tocantes á
nuestra santa fe, y que dejasen los ídolos y sacrificios y sodomías y
robos, y les puso cruces é una imágen de Nuestra Señora en un altar
que les mandamos hacer, y el capitan Luis Marin les dió á entender
cómo éramos vasallos de su majestad cesárea, é otras muchas cosas que
convenian, y aun les dejamos poblada más de la mitad de su ciudad; y
los dos pueblos nuestros amigos que nos trajeron las canoas para pasar
el rio y nos ayudaron en la guerra salieron de poder de los chiapanecas
con todas sus haciendas é mujeres é hijos, y se fueron á poblar al rio
abajo, obra de diez leguas de Chiapa, donde ahora esta poblado lo de
Xaltepeque, y el otro pueblo que se dice Istatlan se fué á su tierra,
que era de Guantepeque.
Volvamos á nuestra partida para Chamula, y es que luego enviamos á
llamar á los de Cinacatan, que eran gente de razon, y muchos dellos
mercaderes, y se les dijo que nos trajesen ducientos indios para llevar
el fardaje, é que íbamos á su pueblo porque por allí era el camino de
Chamula; y demandó á los de Chiapa otros ducientos indios guerreros
con armas para ir en nuestra compañía, y luego los dieron; y salimos
de Chiapa una mañana, y fuimos á dormir á unas salinas, donde nos
tenian hechos los de Cinacatan buenos ranchos; y otro dia á medio dia
llegamos á Cinacatan, y allí tuvimos la santa Pascua de Resurreccion;
y tornamos á llamar de paz á los de Chamula, é no quisieron venir, é
hubimos de ir á ellos, que seria entónces donde estaban poblados de
Cinacatan obra de tres leguas, y tenian entónces las casas y pueblos
de Chamula en una fortaleza muy mala de ganar, y muy honda cava por
la parte que les habiamos de combatir, y por otras partes muy peor
é más fuerte; é ansí como llegamos con nuestro ejército, nos tiran
tanta piedra de lo alto é vara y flecha, que cubria el suelo; pues las
lanzas muy largas con más de dos varas de cuchilla de pedernales, que
ya he dicho otras veces que cortaban más que espadas, y unas rodelas
hechas á manera de pavesinas, con que se cubren todo el cuerpo cuando
pelean, y cuando no las han menester, las arrollan y doblan de manera
que no les hacen estorbo ninguno, é con hondas mucha piedra, y tal
priesa se daban á tirar flecha y piedra, que hirieron cinco de nuestros
soldados é dos caballos, é con muchas voces é gran grita é silbos é
alaridos, y atambores y caracoles, que era cosa de poner espanto á
quien no los conociera; y como aquello vió Luis Marin, entendió que
de los caballos no se podian aprovechar, que era sierra, mandó que se
tornasen á bajar á lo llano, porque donde estábamos era gran cuesta
y fortaleza, y aquello que les mandó fué porque temiamos que venian
allí á dar en nosotros los guerreros de otros pueblos que se dicen
Quiahuitlan, que estaba alzado, y porque hubiese resistencia en los de
á caballo; y luego comenzamos de tirar en los de la fortaleza muchas
saetas y escopetas, y no les podiamos hacer daño ninguno, con los
grandes mamparos que tenian, y ellos á nosotros sí, que siempre herian
muchos de los nuestros; y estuvimos aquel dia desta manera peleando,
y no se les daba cosa ninguna por nosotros, y si les procurábamos de
entrar donde tenian hechos unos mamparos y almenas, estaban sobre dos
mil lanceros en los puestos para la defensa de los que les probamos
á entrar; y ya que quisiéramos entrar é aventurar las personas en
arrojarnos dentro de su fortaleza, habiamos de caer de tan alto, que
nos habiamos de hacer pedazos, y no era cosa para ponernos en aquella
ventura; y despues de bien acordado cómo y de qué manera habiamos de
pelear, se concertó que trajésemos madera y tablas de un pueblezuelo
que allí junto estaba despoblado, é hiciésemos burros ó mantas, que así
se llaman, y en cada uno dellos cabian veinte personas, y con azadones
y picos de hierro que traiamos, é con otros azadones de la tierra,
de palo, que allí habia, les cavábamos y deshaciamos su fortaleza, y
deshicimos un portillo para podelles entrar, porque de otra manera era
excusado; porque por otras dos partes, que todo lo miramos más de una
legua de allí al rededor, estaba otra muy mala entrada y peor de ganar
que adonde estábamos, por causa que era una bajada tan agra, que á
manera de decir, era entrar en los abismos.
Volvamos á nuestros mamparos y mantas, que con ellas les estábamos
deshaciendo sus fortalezas, y nos echaban de arriba mucha pez y
resina ardiendo, y agua y sangre toda revuelta y muy caliente, y
otras veces lumbre y rescoldo, y nos hacian mala obra; y luego tras
esto mucha multitud de piedras y muy grandes que nos desbarataron
nuestros ingenios, que nos hubimos de retirar y tornallos á adobar; y
luego volvimos sobre ellos, y cuando vieron que les haciamos mayores
portillos, se ponen cuatro papas y otras personas principales sobre
una de sus almenas, y vienen cubiertos con sus pavesinas é otros
talabardones de maderas, é dicen:
—«Pues que deseais é quereis oro, entrad dentro, que aquí tenemos
mucho.»
Y nos echaron desde las almenas siete diademas de oro fino, y muchas
cuentas vaciadizas é otras joyas, como caracoles y ánades, todo de oro,
y tras ello mucha flecha y vara y piedra, é ya les teniamos hechas dos
grandes entradas; y como era ya de noche y en aquel instante comenzó á
llover dejamos el combate para otro dia, y allí dormimos aquella noche
con buen recaudo; y mandó el capitan á ciertos de á caballo que estaban
en tierra llana, que no se quitasen de sus puestos y tuviesen los
caballos ensillados y enfrenados.
Volvamos á los chamultecas, que toda la noche estuvieron tañendo
atabales y trompetillas y dando voces y gritos, y decian que otro dia
nos habian de matar que así se lo habia prometido su ídolo; y cuando
amaneció volvimos con nuestros ingenios y mantas á hacer mayores
entradas, y los contrarios con grande ánimo defendiendo su fortaleza,
y aun hirieron este dia á cinco de los nuestros, y á mí me dieron un
buen bote de lanza, que me pasaron las armas, y si no fuera por el
mucho algodon y bien colchadas que eran, me mataran, porque con ser
buenas las pasaron y echaron buen pelote de algodon fuera, me dieron
una chica herida; y en aquella sazon era más de medio dia, y vino muy
grande agua y luego una muy oscura neblina; porque, como eran sierras
altas, siempre hay neblinas y aguaceros; y nuestro capitan, como llovia
mucho, se apartó del combate, y como ya era acostumbrado á las guerras
pasadas de Méjico, bien entendí que en aquella sazon que vino la
neblina no daban los contrarios tantas voces ni gritos como de ántes;
y veia que estaban arrimadas á los aduares y fortalezas y barbacanas
muchas lanzas, y que no las veia menear, sino hasta ducientas dellas,
sospeché lo que fué, que se querian ir ó se iban entónces, y de presto
les entramos por un portillo yo y otro mi compañero, y estaban obra
de ducientos guerreros, los cuales arremetieron á nosotros y nos dan
muchos botes de lanza; y si de presto no fuéramos socorridos de unos
indios de Cinacatan, que dieron voces á nuestros soldados, que entraron
luego con nosotros en su fortaleza, allí perdiéramos las vidas; y como
estaban aquellos chamultecas con sus lanzas haciendo cara y vieron el
socorro, se van huyendo, porque los demás guerreros ya se habian huido
con la neblina; y nuestro capitan con todos los soldados y amigos
entraron dentro, y estaba ya alzado todo el hato, y la gente menuda y
mujeres ya se habian ido por el paso muy malo, que he dicho que era
muy hondo y de mala subida y peor bajada; y fuimos en el alcance,
y se prendieron muchas mujeres, muchachos y niños y sobre treinta
hombres, y no se halló despojo en el pueblo, salvo bastimento; y esto
hecho, nos volvimos con la presa camino de Cinacatan, y fué acordado
que asentásemos nuestro real junto á un rio adonde está ahora poblada
la Ciudad-Real, que por otro nombre llaman Chiapa de los Españoles; y
desde allí soltó el capitan Luis Marin seis indios con sus mujeres, de
los presos de Chamula, para que fuesen á llamar los de Chamula, y se
les dijo que no hubiesen miedo, y se les darian todos los prisioneros;
y fueron los mensajeros, y otro dia vinieron de paz y llevaron toda
su gente, que no quedó ninguna; y despues de haber dado la obediencia
á su majestad, me depositó aquel pueblo el capitan Luis Marin, porque
desde Méjico se lo habia escrito Cortés, que me diese una buena cosa de
lo que se conquistase, y tambien porque era yo mucho su amigo del Luis
Marin, y porque fuí el primer soldado que les entró dentro; y Cortés me
envió cédula de encomienda guardada, y me tributaron más de ocho años.
En aquella sazon no estaba poblada la Ciudad-Real, que despues se
pobló, é se dió mi pueblo para la poblacion.
Dejemos esto, y digamos cómo yo pedí á fray Juan que les predicase, y
él lo hizo de voluntad, y les puso altar y una cruz y una imágen de la
Vírgen, y se bautizaron luego quince; é decia el fraile que esperaba en
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