Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (2 de 3) - 14

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volver, é á otros soldados pusieron en guarda en otras acequias.
Pues estando velando yo y mis compañeros, sentimos el rumor de muchas
canoas que venian á remo callado á desembarcar á aquel puesto donde
estábamos, y á buenas pedradas y con las lanzas les resistimos, que no
osaron desembarcar, y á uno de nuestros compañeros enviamos que fuese á
dar aviso á Cortés; y estando en esto, volvieron otra vez otras muchas
canoas cargadas de guerreros, y nos comenzaron á tirar mucha vara y
piedra y flecha, y los tornamos á resistir, y entónces descalabraron
á dos de nuestros soldados; y como era de noche muy escuro, se fueron
á ajuntar las canoas con sus capitanes de la flota de canoas, y todas
juntas fueron á desembarcar á otro puertezuelo ó acequias hondas; y
como no son acostumbrados á pelear de noche, se juntaron todos con los
escuadrones que Guatemuz enviaba por tierra, que eran ya dellos más de
quince mil indios.
Tambien quiero decir, y esto no por me jactanciar, que como nuestro
compañero fué á dar aviso á Cortés cómo habian llegado allí en el
puerto donde velábamos muchas canoas de guerreros, segun dicho tengo,
luego vino á hablar con nosotros el mismo Cortés, acompañado de diez
de á caballo, y cuando llegó cerca sin nos hablar, dimos voces yo y un
Gonzalo Sanchez, que era del Algarbe portugués, y dijimos:
—«¿Quién viene ahí? ¿No podeis hablar?»
Y le tiramos tres ó cuatro pedradas: y como me conoció Cortés en la voz
á mí y á mi compañero, dijo Cortés al tesorero Julian de Alderete y á
fray Pedro Melgarejo y al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí,
que le acompañaban á rondar:
—«No es menester poner aquí más recaudo, que dos hombres están aquí
puestos entre los que velan, que son de los que pasaron conmigo de los
primeros, que bien podemos fiar dellos esta vela, y aunque sea otra
cosa de mayor afrenta.»
Y desque nos hablaron, dijo Cortés que mirásemos el peligro en que
estábamos; se fueron á requerir á otros puestos, y cuando no me cato,
sin más nos hablar, oimos cómo traian á un soldado azotando por la
vela, y era de los de Narvaez.
Pues otra cosa quiero traer á la memoria, y es, que ya nuestros
escopeteros no tenian pólvora ni los ballesteros saetas; que el dia
ántes se dieron tal priesa, que lo habian gastado; y aquella misma
noche mandó Cortés á todos los ballesteros que alistasen todas las
saetas que tuviesen y las emplumasen y pusiesen sus casquillos, porque
siempre traiamos en las entradas muchas cargas de almacen de saetas, y
sobre cinco cargas de casquillos hechos de cobre, y todo aparejo para
donde quiera que llegásemos tener saetas; y toda la noche estuvieron
emplumando y poniendo casquillos todos los ballesteros, y Pedro Barba,
que era su capitan, no se quitaba de encima de la obra, y Cortés, que
de cuando en cuando acudia.
Dejemos esto, y digamos ya que fué de dia claro cual nos vinieron á
cercar todos los escuadrones mejicanos en el patio donde estábamos:
y como nunca nos cogian descuidados, los de á caballo por una parte,
como era tierra firme, y nosotros por otra, y nuestros amigos los
tlascaltecas, que nos ayudaban, rompimos por ellos y se mataron y
hirieron tres de sus capitanes, sin otros muchos que luego otro dia se
murieron; y nuestros amigos hicieron buena presa, y se prendieron cinco
principales, de los cuales supimos los escuadrones que Guatemuz habia
enviado; y en aquella batalla quedaron muchos de nuestros soldados
heridos, é uno murió luego.
Pues no se acabó en esta refriega; que yendo los de á caballo siguiendo
el alcance, se encuentran con los diez mil guerreros que el Guatemuz
enviaba en ayuda é socorro de refresco de los que de ántes habia
enviado, y los capitanes mejicanos que con ellos venian traian espadas
de las nuestras, haciendo muchas muestras con ellas de esforzados,
y decian que con nuestras armas nos habian de matar; y cuando los
nuestros de á caballo se hallaron cerca dellos, como eran pocos, y
eran muchos escuadrones, temieron; é á esta causa se pusieron en parte
para no se encontrar luego con ellos hasta que Cortés y todos nosotros
fuésemos en su ayuda; é como lo supimos, en aquel instante cabalgan
todos los de á caballo que quedaban en el real, aunque estaban heridos
ellos y sus caballos, y salimos todos los soldados y ballesteros, y
con nuestros amigos los tlascaltecas, y arremetimos de manera, que
rompimos y tuvimos lugar de nos juntar con ellos pié con pié, y á
buenas estocadas y cuchilladas se fueron con la mala ventura, y nos
dejaron de aquella vez el campo.
Dejemos esto, y tornaremos á decir que allí se prendieron otros
principales, y se supo dellos que tenia Guatemuz ordenado de enviar
otra gran flota de canoas y muchos más guerreros por tierra; y dijo
á sus guerreros que cuando estuviésemos cansados, y heridos muchos y
muertos de los reencuentros pasados, que estariamos descuidados con
pensar que no enviaria más escuadrones contra nosotros, é que con los
muchos que entónces enviaria nos podria desbaratar; y como aquello se
supo, si muy apercebidos estábamos de ántes, mucho más lo estuvimos
entónces, y fué acordado que para otro dia saliésemos de aquella ciudad
y no aguardásemos más batallas; y aquel dia se nos fué en curar heridos
y en adobar armas y hacer saetas; y estando de aquella manera, pareció
ser que, como en aquella ciudad eran ricos y tenian unas casas muy
grandes llenas de mantas, y ropa, y camisas de mujeres de algodon, y
habia en ella oro y otras muchas cosas y plumajes, alcanzáronlo á saber
los tlascaltecas y ciertos soldados en qué parte ó paraje estaban las
casas, y se las fueron á mostrar unos prisioneros de Suchimileco, y
estaban en la laguna dulce y podian pasar á ellas por una calzada,
puesto que habia dos ó tres puentes chicas en la calzada, que pasaban
á ellas de unas acequias hondas á otras; y como nuestros soldados
fueron á las casas y las hallaron llenas de ropa, y no habia guarda,
cárganse ellos y muchos tlascaltecas de ropa y otras cosas de oro, y
se vienen con ello al real; y como lo vieron otros soldados, van á las
mismas casas, y estando dentro sacando ropa de unas cajas muy grandes
de madera, vino en aquel instante una gran flota de canoas de guerreros
de Méjico y dan sobre ellos é hirieron muchos soldados, y apañan á
cuatro soldados vivos é los llevaron á Méjico, é los demás se escaparon
de buena; y llamábanse los que llevaron Juan de Lara, y el otro Alonso
Hernandez, y de los demás no me acuerdo sus nombres, mas sé que eran de
la capitanía de Andrés de Monjaraz.
Pues como le llevaron á Guatemuz estos cuatro soldados, alcanzó á saber
cómo éramos muy pocos los que veniamos con Cortés y que muchos estaban
heridos, y tanto como quiso saber de nuestro viaje, tanto supo; y como
fué bien informado, manda cortar piés y brazos á los tristes nuestros
compañeros, y los envia por muchos pueblos nuestros amigos de los que
nos habian venido de paz, y les envia á decir que ántes que volvamos
á Tezcuco piensa no quedará ninguno de nosotros á vida; y con los
corazones y sangre hizo sacrificio á sus ídolos.
Dejemos esto, y digamos cómo luego tornó á enviar muchas flotas de
canoas llenas de guerreros, y otras capitanías por tierra, y les mandó
que procurasen que no saliésemos de Suchimileco con las vidas.
Y porque ya estoy harto de escribir de los muchos reencuentros y
batallas que en estos cuatro dias tuvimos con mejicanos, é no puedo
dejar otra vez de hablar en ellas, digo que cuando amaneció vinieron
desta vez tantos culchúas mejicanos por los esteros, y otros por las
calzadas y tierra firme, que tuvimos harto que romper en ellos; y luego
nos salimos de aquella ciudad á una gran plaza que estaba algo apartada
del pueblo, donde solian hacer sus mercados; y allí, puestos con todo
nuestro fardaje para caminar, Cortés comenzó á hacer un parlamento
acerca del peligro en que estábamos, porque sabiamos cierto que en los
caminos é pasos malos nos estaban aguardando todo el poder de Méjico y
otros muchos guerreros puestos en esteros y acequias; é nos dijo que
seria bien, é así nos lo mandaba de hecho, que fuésemos desembarazados
y dejásemos el fardaje é hato, porque no nos estorbase para el tiempo
de pelear.
Y cuando aquello le oimos, todos á una le respondimos que, mediante
Dios, que hombres éramos para defender nuestra hacienda y personas é la
suya, y que seria gran poquedad si tal hiciésemos; y desque vió nuestra
voluntad y respuesta, dijo que á la mano de Dios lo encomendaba; y
luego se puso en concierto cómo habiamos de ir, el fardaje y los
heridos en medio, y los de á caballo repartidos, la mitad dellos
delante y la otra mitad en la retaguarda, y los ballesteros tambien con
todos nuestros amigos, é allí poniamos más recaudo, porque siempre
los mejicanos tenian por costumbre que daban en el fardaje; de los
escopeteros no nos aprovechábamos, porque no tenian pólvora ninguna; y
desta manera comenzamos á caminar.
Y cuando los escuadrones mejicanos que habia enviado Guatemuz aquel
dia vieron que nos íbamos retrayendo de Suchimileco, creyeron que de
miedo no los osábamos esperar, como ello fué verdad, y salen de repente
tantos dellos y se vienen derechos á nosotros, é hirieron dos soldados,
é dos murieron de ahí á ocho dias, é quisieron romper y desbaratar por
el fardaje; mas, como íbamos con el concierto que he dicho, no tuvieron
lugar, y en todo el camino hasta que llegamos á un gran pueblo que
se dice Cuyoacoan, que está obra de dos leguas de Suchimileco, nunca
nos faltaron rebatos de guerreros que nos salian en partes que no nos
podiamos aprovechar dellos, y ellos sí de nosotros, de mucha vara y
piedra y flecha; y como tenian cerca los esteros y zanjas, poníanse en
salvo.
Pues llegados á Cuyoacoan á obra de las diez del dia, hallámosla
despoblada.
Quiero ahora decir que están muchas ciudades las unas de las otras
cerca, de la gran ciudad de Méjico obra de dos leguas, porque
Suchimileco y Cuyoacoan y Chohuilobusco é Iztapalapa y Coadlauaca y
Mezquique, y otros tres ó cuatro pueblos que están poblados los más
dellos en el agua, que están á legua y media ó á dos leguas las unas
de las otras, y de todas ellas se habian juntado allí en Suchimileco
muchos indios guerreros contra nosotros.
Pues volvamos á decir que como llegamos á aquel gran pueblo ya estaba
despoblado, y está en tierra llana, acordamos de reposar aquel dia
que llegamos é otro, porque se curasen los heridos y hacer saetas,
porque bien entendido teniamos que habiamos de haber más batallas ántes
de volver á nuestro real, que era Tezcuco; é otro dia muy de mañana
comenzamos á caminar, con el mismo concierto que soliamos llevar,
camino de Tacuba, que está de donde salimos obra de dos leguas, y en el
camino salieron en tres partes muchos escuadrones de guerreros, y todas
tres les resistimos, y los de á caballo los seguian por tierra llana
hasta que se acogian á los esteros é acequias; é yendo por nuestro
camino de la manera que he dicho, apartóse Cortés con diez de á caballo
á echar una celada á los mejicanos que salian de aquellos esteros y
salian á dar guerra á los nuestros, y llevó consigo cuatro mozos de
espuelas, y los mejicanos hacian que iban huyendo, y Cortés con los de
á caballo y sus criados siguiéndoles; y cuando miró por sí, estaba una
gran capitanía de contrarios puestos en celada, y dan en Cortés y los
de á caballo, que les hirieron los caballos, y si no dieran vuelta de
presto, allí quedaran muertos ó presos.
Por manera que apañaron los mejicanos dos de los soldados mozos de
espuelas de Cortés, de los cuatro que llevaba, y vivos los llevaron á
Guatemuz, é los sacrificaron.
Dejemos de hablar deste desman por causa de Cortés, y digamos cómo
habiamos ya llegado á Tacuba con nuestras banderas tendidas, con
todo nuestro ejército y fardaje, y todos los más de á caballo habian
llegado, y tambien Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí, y Cortés no
venia con los diez de á caballo que llevó en su compañía.
Tuvimos mala sospecha no les hubiese acaecido algun desman, y luego
fuimos con Pedro de Albarado y Cristóbal de Olí é Andrés de Tapia en
su busca, con otros de á caballo, hácia los esteros donde le vimos
apartar, y en aquel instante vinieron los otros dos mozos de espuelas
que habian ido con Cortés, que se escaparon, é se decia el uno Monroy
y el otro Tomás de Rijoles, y dijeron que ellos por ser ligeros
escaparon, é que Cortés y los demás se vienen poco á poco porque traen
los caballos heridos; y estando en esto viene Cortés, con el cual nos
alegramos, puesto que él venia muy triste y como lloroso; llamábanse
los mozos de espuelas que llevaron á Méjico á sacrificar, el uno
Francisco Martin Vendobal, y este nombre de Vendobal se le puso por ser
algo loco, y el otro se decia Pedro Gallego.
Pues como allí llegó Cortés á Tacuba, llovia mucho, y reparamos cerca
de dos horas en unos grandes patios; y Cortés con otros capitanes y el
tesorero Alderete, que venia ya malo, y el fraile Melgarejo y otros
muchos soldados, subimos en el gran cu de aquel pueblo, que desde él
se señoreaba muy bien la ciudad de Méjico, que está muy cerca, y toda
la laguna y las más ciudades que están en el agua pobladas; y cuando el
fraile y el tesorero Alderete vieron tantas ciudades y tan grandes, y
todas asentadas en el agua, estaban admirados.
Pues cuando vieron la gran ciudad de Méjico, y la laguna y tanta
multitud de canoas, que unas iban cargadas con bastimentos y otras
iban á pescar y otras baldías, mucho más se espantaron, porque no las
habian visto hasta en aquella sazon; y dijeron que nuestra venida en
esta Nueva-España que no eran cosas de hombres humanos, sino que la
gran misericordia de Dios era quien nos sostenia; é que otras veces han
dicho que no se acuerdan haber leido en ninguna escritura que hayan
hecho ningunos vasallos tan grandes servicios á su Rey como son los
nuestros, é que ahora lo dicen muy mejor, y que dello harian relacion á
su majestad.
Dejemos de otras muchas pláticas que allí pasaron, y cómo consolaba el
Fraile á Cortés por la pérdida de sus mozos de espuelas, que estaba
muy triste por ellos; y digamos cómo Cortés y todos nosotros estábamos
mirando desde Tacuba el gran cu del ídolo Huichilóbos y el Tatelulco y
los aposentos donde soliamos estar, y mirábamos toda la ciudad, y las
puentes y calzada por donde salimos huyendo; y en este instante suspiró
Cortés con una muy gran tristeza, muy mayor que la que de ántes traia,
por los hombres que le mataron ántes que en el alto cu subiese; y desde
entónces dijeron un cantar ó romance:
En Tacuba está Cortés
Con su escuadron esforzado,
Triste estaba y muy penoso,
Triste y con gran cuidado,
La una mano en la mejilla,
Y la otra en el costado, etc.
Acuérdome que entónces le dijo un soldado que se decia el bachiller
Alonso Perez, que despues de ganada la Nueva-España fué fiscal é vecino
en Méjico:
—«Señor capitan, no esté vuestra merced tan triste; que en las guerras
estas cosas suelen acaecer, y no se dirá por vuestra merced:
Mira Nero, de Tarpeya,
Á Roma cómo se ardia.»
Y Cortés le dijo que ya veia cuántas veces habia enviado á Méjico á
rogalles con la paz, y que la tristeza no la tenia por sola una cosa,
sino en pensar en los grandes trabajos en que nos habiamos de ver hasta
tornar á señorear, y que con la ayuda de Dios presto lo porniamos por
la obra.
Dejemos estas pláticas y romances, pues no estábamos en tiempo dellos,
y digamos cómo se tomó parecer entre nuestros capitanes y soldados
si dariamos una vista á la calzada, pues estaba tan cerca de Tacuba,
donde estábamos; y como no habia pólvora ni muchas saetas, y todos los
más soldados de nuestro ejército heridos, acordándosenos que otra vez,
poco más habia de un mes, que Cortés les probó á entrar en la calzada
con muchos soldados que llevaba, y estuvo en gran peligro; porque
temió ser desbaratado, como dicho tengo en el capítulo pasado que
dello habla; y fué acordado que luego nos fuésemos nuestro camino, por
temor no tuviésemos en ese dia ó en la noche alguna refriega con los
mejicanos; porque Tacuba está muy cerca de la gran ciudad de Méjico, y
con la llevada que entónces llevaron vivos de los soldados no enviase
Guatemuz sus grandes poderes contra nosotros; y comenzamos á caminar,
y pasamos por Escapuzalco y hallámosle despoblado, y luego fuimos á
Tenayuca, que era gran pueblo, que le soliamos llamar el pueblo de las
Sierpes.
Ya he dicho otra vez, en el capítulo que dello habla, que tenian tres
sierpes en el oratorio mayor en que adoraban, y las tenian por sus
ídolos, y tambien estaban despoblados; y desde allí fuimos á Guatitlan,
y en todo este dia no dejó de llover muy grandes aguaceros, y como
íbamos con nuestras armas á cuestas, que jamás las quitábamos de dia ni
de noche, y con la mucha agua y del peso dellas íbamos quebrantados,
y llegamos ya que anochecia á aquel gran pueblo, y tambien estaba
despoblado, y en toda la noche no dejó de llover, y habia grandes
lodos, y los naturales dél y otros escuadrones mejicanos nos daban
tanta grita de noche desde unas acequias y partes que no les podiamos
hacer mal; y como hacia muy escuro y llovia, no se podian poner velas
ni rondas, y no hubo concierto ninguno ni acertábamos con los puestos;
y esto digo porque á mí me pusieron para velar la prima, y jamás acudió
á mi puesto ni cuadrillero ni rondas, y así se hizo en todo el real.
Dejemos deste descuido, y tornemos á decir que otro dia fuimos camino
de otra gran poblacion, que no me acuerdo el nombre, y habia grandes
lodos en él, y hallámosla despoblada; y otro dia pasamos por otros
pueblos y tambien estaban despoblados; y otro dia llegamos á un pueblo
que se dice Aculman, sujeto de Tezcuco; y como supieron en Tezcuco cómo
íbamos, salieron á recebir á Cortés, é vinieron muchos españoles que
habian venido entónces de Castilla.
Y tambien vino á recebirnos el capitan Gonzalo de Sandoval con muchos
soldados, y juntamente el señor de Tezcuco, que ya he dicho que se
decia don Fernando; y se hizo á Cortés buen recebimiento, así de los
nuestros como de los recien venidos de Castilla, y muchos más de los
naturales de los pueblos comarcanos; pues trujeron de comer, y luego
esa noche se volvió á Sandoval á Tezcuco con todos sus soldados á poner
en cobro su real.
Y otro dia por la mañana fué Cortés con todos nosotros camino de
Tezcuco; y como íbamos cansados y heridos, y dejábamos muertos nuestros
soldados y compañeros, y sacrificados en poder de los mejicanos,
en lugar de descansar y curar nuestras heridas, tenian ordenada una
conjuracion ciertas personas de calidad, de la parcialidad de Narvaez,
de matar á Cortés y á Gonzalo de Sandoval é á Pedro de Alvarado é
Andrés de Tapia.
Y lo que más pasó diré adelante.


CAPÍTULO CXLVI.
CÓMO DESQUE LLEGAMOS CON CORTÉS Á TEZCUCO CON TODO NUESTRO EJÉRCITO
Y SOLDADOS, DE LA ENTRADA DE RODEAR LOS PUEBLOS DE LA LAGUNA, TENIAN
CONCERTADO ENTRE CIERTAS PERSONAS DE LOS QUE HABIAN PASADO CON NARVAEZ,
DE MATAR Á CORTÉS Y Á TODOS LOS QUE FUÉSEMOS EN SU DEFENSA; Y QUIEN
FUÉ PRIMERO AUTOR DE AQUELLA CHIRINOLA FUÉ UNO QUE HABIA SIDO GRAN
AMIGO DE DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE CUBA; AL CUAL SOLDADO CORTÉS
LE MANDÓ AHORCAR POR SENTENCIA; Y CÓMO SE HERRARON LOS ESCLAVOS Y SE
APERCIBIÓ TODO EL REAL Y LOS PUEBLOS NUESTROS AMIGOS, Y SE HIZO ALARDE
Y ORDENANZAS, Y OTRAS COSAS QUE MÁS PASARON.

Ya he dicho, como veniamos tan destrozados y heridos de la entrada por
mí nombrada, pareció ser que un gran amigo del gobernador de Cuba, que
se decia Antonio de Villafaña, natural de Zamora ú de Toro, se concertó
con otros soldados de los de Narvaez, los cuales no nombro sus nombres
por su honor, que así como viniese Cortés de aquella entrada, que le
matasen, y habia de ser desta manera: que, como en aquella sazon habia
venido un navío de Castilla, que cuando Cortés estuviese sentado á la
mesa comiendo con sus capitanes é soldados, que entre aquellas personas
que tenian hecho el concierto, que trujesen una carta muy cerrada
y sellada, como que venia de Castilla, y que dijesen que era de su
padre Martin Cortés, y que cuando la estuviese leyendo le diesen de
puñaladas, y así al Cortés como á todos los capitanes y soldados que
cerca de Cortés nos hallásemos en su defensa.
Pues ya hecho y consultado todo lo por mí dicho, los que lo tenian
concertado, quiso nuestro Señor que dieron parte del negocio á dos
personas principales, que aquí tampoco quiero nombrar, que habian ido
en la entrada con nosotros, y aun á uno dellos en el concierto que
tenian le habian nombrado por uno de los capitanes generales despues
que hubiesen muerto á Cortés; y asimismo á otros soldados de los de
Narvaez hacian alguacil mayor é alférez, y alcaldes y regidores,
y contador y tesorero y veedor, y otras cosas deste arte, y aun
repartido entre ellos nuestros bienes y caballos; y este concierto
estuvo encubierto dos dias despues que llegamos á Tezcuco; y nuestro
Señor Dios fué servido que tal cosa no pasase, porque era perderse la
Nueva-España y todos nosotros muriéramos, porque luego se levantaran
bandos y chirinolas.
Pareció ser que un soldado lo descubrió á Cortés, que luego pusiese
remedio en ello ántes que más fuego sobre aquel caso se encendiese;
porque le certificó aquel buen soldado que eran muchas personas de
calidad en ello; y como Cortés lo supo, despues de hacer grandes
ofrecimientos y dádivas que le dió á quien se lo descubrió, muy presto
secretamente lo hace saber á todos nuestros capitanes, que fueron Pedro
de Albarado é Francisco de Lugo, y á Cristóbal de Olí y á Gonzalo de
Sandoval, é Andrés de Tapia é á mí y á dos alcaldes ordinarios que eran
de aquel año, que se decian Luis Marin y Pedro de Ircio, y á todos
nosotros los que éramos de la parte de Cortés; y así como lo supimos,
nos apercebimos, y sin más tardar fuimos con Cortés á la posada de
Antonio de Villafaña, y estaban con él muchos de los que eran en la
conjuracion, y de presto le echamos mano al Villafaña con cuatro
alguaciles que Cortés llevaba, y los capitanes y soldados que con el
Villafaña estaban comenzaron á huir, y Cortés les mandó detener y
prender algunos dellos.
Y cuando tuvimos preso al Villafaña, Cortés le sacó del seno el
memorial que tenia con las firmas de los que fueron en el concierto
que dicho tengo; y como lo hubo leido vió que eran muchas personas en
ello de calidad, é por no infamarlos, echó fama que comió el memorial
el Villafaña, y que no le habia visto ni leido, é luego hizo proceso
contra él; y tomada la confesion, dijo la verdad, é con muchos
testigos que habia de fe y de creer, que tomaron sobre el caso, por
sentencia que dieron los alcaldes ordinarios, juntamente con Cortés y
el maestre de campo Cristóbal de Olí, y despues que se confesó con el
padre Juan Diaz, le ahorcaron de una ventana del aposento donde posaba
el Villafaña; y no quiso Cortés que otro ninguno fuese infamado en
aquel mal caso, puesto que en aquella sazon echaron presos á muchos
por tener temores y hacer señal que queria hacer justicia de otros; y
como el tiempo no daba lugar á ello, se disimuló; y luego acordó Cortés
de tener guarda para su persona, y fué su capitan un hidalgo que se
decia Antonio de Quiñones, natural de Zamora, con doce soldados, buenos
hombres y esforzados, y le velaban de dia y de noche, y á nosotros de
los que sentia que éramos de su banda, nos rogaba que mirásemos por su
persona.
Y desde allí adelante, aunque mostraba gran voluntad á las personas que
eran en la conjuracion, siempre se recelaba dellos.
Dejemos esta materia, y digamos cómo luego se mandó pregonar que
todos los indios é indias que habiamos habido en aquellas entradas
los llevasen á herrar dentro de dos dias á una casa que estaba
señalada para ello; y por no gastar más palabras en esta relacion
sobre la manera que se vendia en la almoneda, más de las que otras
veces tengo dichas en las dos veces que se herraron, si mal lo habian
hecho de ántes, muy peor se hizo esta vez, que, despues de sacado el
real quinto, sacaba Cortés el suyo, y otras treinta socaliñas para
capitanes; y si eran hermosas y buenas indias las que metiamos á
herrar, las hurtaban de noche del monton que no parecian hasta de ahí
á buenos dias; y por esta causa se dejaban de herrar muchas piezas que
despues teniamos por naborías.
Dejemos de hablar en esto, y digamos lo que despues en nuestro real se
ordenó.


CAPÍTULO CXLVII.
CÓMO CORTÉS MANDÓ Á TODOS LOS PUEBLOS NUESTROS AMIGOS QUE ESTABAN
CERCANOS DE TEZCUCO, QUE HICIESEN ALMACEN DE SAETAS É CASQUILLOS DE
COBRE, Y LO QUE EN NUESTRO REAL MÁS PASÓ.

Como se hubo hecho justicia del Antonio de Villafaña, y estaban ya
pacíficos los que eran juntamente con él conjurados de matar á Cortés y
á Pedro de Albarado y al Sandoval y á los que fuésemos en su defensa,
segun más largamente lo tengo escrito en el capítulo pasado, é viendo
Cortés que ya los bergantines estaban hechos, y puestas sus jarcias
y velas y remos muy buenos, y más remos de los que habian menester
para cada bergantin, y la zanja de agua por donde habian de salir á la
laguna muy ancha é hondable, envió á decir á todas los pueblos nuestros
amigos que estaban cerca de Tezcuco, que en cada pueblo hiciesen ocho
mil casquillos de cobre, que fuesen segun otros que les llevaron por
muestra, que eran de Castilla; y asimismo les mandó que en cada pueblo
labrasen y desbastasen otras ocho mil saetas de una madera muy buena,
que tambien les llevaron muestra, y les dió de plazo ocho dias para que
trujesen las saetas y casquillos á nuestro real; lo cual trujeron para
el tiempo que se les mandó, que fueron más de cincuenta mil casquillos
y otras tantas mil saetas, y los casquillos fueron mejores que los de
Castilla.
Y luego mandó Cortés á Pedro Barba, que en aquella sazon era capitan
de ballesteros, que los repartiese, así saetas como casquillos, entre
todos los ballesteros, é que les mandase que siempre desbastasen
el almacen, y las emplumasen con engrudo, que pega mejor que lo de
Castilla, que se hace de unas como raices que se dice cactle; y
asimismo mandó al Pedro Barba que cada ballestero tuviese dos cuerdas
bien pulidas y aderezadas para sus ballestas, y otras tantas nueces,
para que si se quebrase alguna cuerda ó faltase la nuez, que luego se
pusiese otra, é que siempre tirasen á terreno y viesen á qué pasos
allegaba la fuga de sus ballestas, y para ello se les dió mucho hilo de
Valencia para las cuerdas; porque en el navío que he dicho que vino
pocos dias habia de Castilla, que era de Juan de Búrgos, trujo mucho
hilo y gran cantidad de pólvora y ballestas y otras muchas armas, y
herraje y escopetas.
Y tambien mandó Cortés á los de á caballo que tuviesen sus caballos
herrados y las lanzas puestas á punto, é que cada dia cabalgasen y
corriesen y les mostrasen muy bien á revolver y escaramuzar; y hecho
esto, envió mensajeros y cartas á nuestro amigo Xicotenga el viejo,
que, como ya he dicho otras veces, era vuelto cristiano y se llamaba
don Lorenzo de Vargas, y á su hijo Xicotenga el mozo, y á sus hermanos
y al Chichimecatecle, haciéndoles saber que en pasando el dia de Corpus
Christi habiamos de partir de aquella ciudad para ir sobre Méjico á
ponelle cerco, y que le enviase veinte mil guerreros de los suyos
de Tlascala y los de Guaxocingo y Cholula, pues todos eran amigos y
hermanos en armas; é ya lo sabian los tlascaltecas de sus mismos indios
el plazo y concierto, como siempre iban de nuestro real cargados de
despojos de las entradas que haciamos.
Tambien apercibió á los de Chalco y Talmanalco y sus sujetos que
se apercibiesen para cuando los enviásemos á llamar; y se les hizo
saber cómo era para poner cerco á Méjico, y en qué tiempo habiamos de
ir; y tambien se les dijo á don Hernando, señor de Tezcuco, y á sus
principales y á todos sus sujetos, y á todos los más pueblos nuestros
amigos; y todos á una respondieron que lo harian muy cumplidamente
lo que Cortés les enviaba á mandar, é que vernian, y los de Tlascala
vinieron pasada la Pascua del Espíritu Santo.
Hecho esto, se acordó de hacer alarde un dia de Pascua, lo cual diré
adelante el concierto que se dió.


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