Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 26

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muestras, como cosa de burla, que los labraba, porque lo supiese el
gran Montezuma: remítome á lo que ellos dijeron, que gracias á Dios
son vivos en este tiempo; mas muy secretamente me dijo el Martin Lopez
que de hecho y apriesa los labraba; y así, los dejó en astillero tres
navíos.
Dejémoslos labrándolos, y digamos cuáles andábamos todos en aquella
gran ciudad tan pensativos, temiendo que de una hora á otra nos habian
de dar guerra en nuestras caborias de Tlascala; é doña Marina así lo
decia al capitan, y el Orteguilla, el paje del Montezuma, siempre
estaba llorando, y todos nosotros muy á punto, y buenas guardas al
Montezuma.
Digo, de nosotros estar á punto no habia necesidad de decillo tantas
veces, porque de dia y de noche no se nos quitaban las armas, gorjales
y antiparas, y con ello dormiamos.
Y dirán ahora dónde dormiamos, de qué eran nuestras camas, sino un poco
de paja y una estera, y el que tenia un toldillo, ponelle debajo y
calzados y armados, y todo género de armas muy á punto, y los caballos
enfrenados y ensillados todo el dia; y todos tan prestos, que en
tocando el arma como si estuviéremos puestos é aguardando para aquel
punto; pues de velar cada noche, no quedaba soldado que no velaba.
Y otra cosa digo, y no por me jactanciar dello, que quedé yo tan
acostumbrado de andar armado y dormir de la manera que he dicho,
que despues de conquistada la Nueva-España tenia por costumbre de
me acostar vestido y sin cama, é que dormia mejor que en colchones
duermo; é ahora cuando voy á los pueblos de mi encomienda no llevo
cama, é si alguna vez la llevo no es por mi voluntad, sino por algunos
caballeros que se hallan presentes, porque no vean que por falta de
buena cama la dejo de llevar; mas en verdad que me echo vestido en ella.
Y otra cosa digo, que no puedo dormir sino un rato de la noche, que
me tengo de levantar á ver el cielo y estrellas, y me he de pasear un
rato al sereno, y esto sin poner en la cabeza el bonete ni paño ni
cosa ninguna, y gracias á Dios no me hace mal, por la costumbre que
tenia; y esto he dicho porque sepan de qué arte andamos los verdaderos
conquistadores, y cómo estábamos tan acostumbrados á las armas y velar.
Y dejemos de hablar en ello, pues que salgo fuera de nuestra relacion,
y digamos cómo nuestro Señor Jesucristo siempre nos hace muchas
mercedes. Y es, que en la isla de Cuba Diego Velazquez dió mucha
priesa en su armada, como adelante diré, y vino en aquel instante á la
Nueva-España un capitan que se decia Pánfilo de Narvaez.


CAPÍTULO CIX.
CÓMO DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE CUBA, DIÓ MUY GRAN PRIESA EN ENVIAR
SU ARMADA CONTRA NOSOTROS, Y EN ELLA POR CAPITAN GENERAL Á PÁNFILO DE
NARVAEZ, Y CÓMO VINO EN SU COMPAÑÍA EL LICENCIADO LÚCAS VELAZQUEZ DE
AILLON, OIDOR DE LA REAL AUDIENCIA DE SANTO DOMINGO, Y LO QUE SOBRE
ELLO SE HIZO.

Volvamos ahora á decir algo atrás de nuestra relacion, para que bien se
entienda lo que ahora diré.
Ya he dicho en el capítulo que dello habla, que como Diego Velazquez,
gobernador de Cuba, supo que habiamos enviado nuestros procuradores á
su majestad con todo el oro que habiamos habido, é el sol y la luna y
muchas diversidades de joyas, y oro en granos sacados de las minas,
y otras muchas cosas de gran valor, que no le acudiamos con cosa
ninguna; y asimismo supo cómo D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de
Búrgos é Arzobispo de Rosano, que así se nombraba, é en aquella sazon
era presidente de Indias y lo mandaba todo muy absolutamente, porque
su majestad estaba en Flandes, y habia tratado muy mal el Obispo á
nuestros procuradores; y dicen que le envió el Obispo desde Castilla
en aquella sazon muchos favores al Diego Velazquez, é avisó é mandó
para que nos enviase á prender, y que él le daba desde Castilla todo
favor para ello, el Diego Velazquez con aquel gran favor hizo una
armada de diez y nueve navíos, y con mil y cuatrocientos soldados,
en que traian sobre veinte tiros y mucha pólvora y todo género de
aparejos, de piedras y pelotas, y dos artilleros, que el capitan de
la artillería se decia Rodrigo Martin, y traia ochenta de á caballo y
noventa ballesteros y setenta escopeteros; y el mismo Diego Velazquez
por su persona, aunque era bien gordo y pesado, andaba en Cuba de
villa en villa y de pueblo en pueblo proveyendo la armada y atrayendo
los vecinos que tenian indios, y á parientes y amigos, que viniesen
con Pánfilo de Narvaez para que le llevasen preso á Cortés y á todos
nosotros sus capitanes y soldados, ó á lo ménos no quedásemos algunos
con las vidas; y andaba tan encendido de enojo y tan diligente, que
vino hasta Guaniguanico, que es pasada la Habana más de sesenta leguas.
Y andando desta manera, ántes que saliese su armada pareció ser
alcanzarlo á saber la real audiencia de Santo Domingo y los Frailes
Jerónimos que estaban por gobernadores; el cual aviso y relacion dellos
les envió desde Cuba el licenciado Zuazo, que habia venido á aquella
isla á tomar residencia al mismo Diego Velazquez.
Pues como lo supieron en la real audiencia, y tenian memorias de
nuestros muy buenos y nobles servicios que haciamos á Dios y á
su majestad, y habiamos enviado nuestros procuradores con grandes
presentes á nuestro Rey y señor, y que el Diego Velazquez no tenia
razon ni justicia para venir con armada á tomar venganza de nosotros,
sino que por justicia lo mandase; y que si venia con la armada era gran
estorbo para nuestra conquista, acordaron de enviar á un licenciado
que se decia Lúcas Vazquez de Ayllon, que era oidor de la misma real
audiencia, para que estorbase la armada al Diego Velazquez y no la
dejase pasar, y que sobre ello pusiese grandes penas; é vino á Cuba
el mismo oidor, y hizo sus diligencias y protestaciones, como le era
mandado por la real audiencia, para que no saliese con su intencion
el Velazquez; y por más penas y requirimientos que le hizo é puso,
no aprovechó cosa ninguna; porque, como el Diego Velazquez era tan
favorecido del Obispo de Búrgos, y habia gastado cuanto tenia en
hacer aquella gente de guerra contra nosotros, no tuvo todos aquellos
requirimientos que hicieron en una castañeta, ántes se mostró más
bravoso.
Y desque aquello vió el oidor vínose con el mesmo Narvaez para poner
paces y dar buenos conciertos entre Cortés y el Narvaez.
Otros soldados dijeron que venia con intencion de ayudarnos, y si no
lo pudiese hacer, tomar la tierra en sí por S. M., como oidor; y desta
manera vino hasta el puerto de San Juan de Ulúa.
Y quedarse ha aquí, y pasaré adelante y diré lo que sobre ello se hizo.


CAPÍTULO CX.
CÓMO PÁNFILO DE NARVAEZ LLEGÓ AL PUERTO DE SAN JUAN DE ULÚA, QUE SE
DICE LA VERACRUZ, CON TODA SU ARMADA, Y LO QUE LE SUCEDIÓ.

Viniendo el Pánfilo de Narvaez con toda su flota, que eran diez y nueve
navíos, por la mar, parece ser junto á las sierras de San Martin, que
así se llaman, tuvo un viento de norte, y en aquella costa es traviesa,
y de noche se le perdió un navío de poco porte, que dió al través;
venian en él por capitan un hidalgo que se decia Cristóbal de Morante,
natural de Medina del Campo, y se ahogó cierta gente, y con toda la más
flota vino á San Juan de Ulúa; y como se supo de aquella grande armada,
que para haberse hecho en la isla de Cuba, grande se puede llamar,
tuvieron noticia della los soldados que habia enviado Cortés á buscar
las minas, y viénense á los navíos del Narvaez los tres dellos, que se
decian Cervantes el chocarrero, y Escalana, y otro que se decia Alonso
Hernandez Carretero; y cuando se vieron dentro en los navíos y con el
Narvaez, dice que alzaban las manos á Dios, que los libró del poder de
Cortés y de salir de la gran ciudad de Méjico, donde cada dia esperaban
la muerte; y como caminan con el Narvaez y les mandaba dar de beber
demasiado, estábanse diciendo los unos á los otros delante del mismo
general:
—«Mirá si es mejor estar aquí bebiendo buen vino que no cautivo en
poder de Cortés, que nos traia de noche y de dia tan avasallados, que
no osábamos hablar, y aguardando de un dia á otro la muerte al ojo.»
Y aun decia el Cervantes, como era truhan, so color de gracias:
—«Oh Narvaez, Narvaez, que bienaventurado que eres é á qué tiempo has
venido, que tiene ese traidor de Cortés allegados más de setecientos
mil pesos de oro, y todos los soldados están muy mal con él porque
les ha tomado mucha parte de lo que les cabia del oro de parte, é no
quieren recebir lo que les da.»
Por manera que aquellos soldados que se nos huyeron eran ruines y
soeces, y decian al Narvaez mucho más de lo que queria saber.
Y tambien le dieron por aviso que ocho leguas de allí estaba poblada
una villa que se dice la villa rica de la Veracruz, y estaba en ella
un Gonzalo de Sandoval con sesenta soldados, todos viejos y dolientes,
y que si enviase á ellos gente de guarda, luego se darian, y le decian
otras muchas cosas.
Dejemos todas estas pláticas, y digamos cómo luego lo alcanzó á saber
el gran Montezuma cómo estaban allí surtos los navíos, y con muchos
capitanes y soldados, y envió sus principales secretamente, que no lo
supo Cortés, y les mandó dar comida y oro y plata, y que de los pueblos
más cercanos les proveyesen de bastimento; y el Narvaez envió á decir
al Montezuma muchas malas palabras y descomedimientos contra Cortés, y
de todos nosotros que éramos unas gentes malas, ladrones, que veniamos
huyendo de Castilla sin licencia de nuestro Rey y señor, y que como
tuvo noticia el Rey nuestro señor que estábamos en estas tierras, y
de los males y robos que haciamos, y teniamos preso al Montezuma,
para estorbar tantos daños, que le mandó al Narvaez que luego viniese
con todas aquellas naos y soldados y caballeros para que le suelten
de las prisiones, y que á Cortés y á todos nosotros, como malos, nos
prendiesen ó matasen, y en las mismas naos nos enviasen á Castilla, y
que cuando allá llegásemos nos mandaria matar; y le envió á decir otros
muchos desatinos; y eran los intérpretes para dárselos á entender á los
indios los tres soldados que se nos fueron, que ya sabian la lengua. Y
demás destas pláticas, le envió el Narvaez ciertas cosas de Castilla.
Y cuando Montezuma lo supo, tuvo gran contento con aquellas nuevas;
porque, como le decian que tenian tantos navíos é caballos é tiros y
escopetas y ballesteros, y eran mil y trescientos soldados, y dende
arriba creyó que nos perderia.
Y demás desto, como sus principales vieron á nuestros tres soldados
(que traidores bellacos se pueden llamar) con el Narvaez y veian que
decian mucho mal de Cortés, tuvo por cierto todo lo que el Narvaez
envió á decir; y toda la armada se la llevaron pintada en dos paños al
natural.
Entónces el Montezuma le envió mucho más oro y mantas, y mandó que
todos los pueblos de la comarca le llevasen bien de comer, é ya habia
tres dias que lo sabia el Montezuma, y Cortés no sabia cosa ninguna.
É un dia yéndole á ver nuestro capitan y á tenelle palacio, despues de
las cortesías que entre ellos se tenian, pareció al capitan Cortés que
estaba el Montezuma muy alegre y de buen semblante, y le dijo qué tal
se sentia, y el Montezuma respondió que mejor estaba; y tambien, como
el Montezuma le vió ir á visitar en un dia dos veces, temió que Cortés
sabia de los navíos, y por ganar por la mano y que no le tuviese por
sospechoso le dijo:
—«Señor Malinche, ahora en este punto me han llegado mensajeros de
cómo en el punto donde desembarcastes han venido diez y ocho navíos y
mucha gente y caballos, é todo nos lo traen pintado en unas mantas; y
como me visitastes hoy dos veces, creí que me veniades á dar nuevas
dello; así que no habreis menester hacer navío; y porque no me lo
deciades, por una parte tenia enojo de vos de tenérmelo encubierto, y
por otra me holgaba porque vienen vuestros hermanos, para que todos os
vais á Castilla é no haya más palabras.»
Y cuando Cortés oyó lo de los navíos y vió la pintura del paño se holgó
en gran manera, y dijo:
—«Gracias á Dios, que al mejor tiempo provee.»
Pues nosotros los soldados era tanto el gozo, que no podiamos estar
quedos, y de alegría escaramuzaron los caballos y tiramos tiros; é
Cortés estuvo muy pensativo, porque bien entendió que aquella armada
que la enviaba el gobernador Velazquez contra él y contra todos
nosotros.
Y como supo que era, comunicó lo que sentia della con todos nosotros,
capitanes y soldados, y con grandes dádivas y ofrecimientos que nos
haria ricos á todos nos atraia para que tuviésemos con él, y no sabia
quien venia por capitan; y estábamos muy alegres con las nuevas y con
el más oro que nos habia dado Cortés por via de mercedes, como que lo
daba de su hacienda, y no de lo que nos cabia de parte, y viendo el
gran socorro é ayuda que nuestro Señor Jesucristo nos enviaba.
É quedarse ha aquí, é diré lo que pasó en el real de Narvaez.


CAPÍTULO CXI.
CÓMO PÁNFILO NARVAEZ ENVIÓ CON CINCO PERSONAS DE SU ARMADA Á REQUERIR
Á GONZALO DE SANDOVAL, QUE ESTABA POR CAPITAN EN LA VILLA-RICA, QUE SE
DIESE LUEGO CON TODOS LOS VECINOS, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Como aquellos tres malos de nuestros soldados por mí nombrados, que se
le pasaron al Narvaez y le daban aviso de todas las cosas que Cortés
y todos nosotros habiamos hecho desde que entramos en la Nueva-España,
y le avisaron que el capitan Gonzalo de Sandoval estaba ocho ó nueve
leguas de allí en una villa rica que estaba poblada, que se decia la
villa rica de la Veracruz, é que tenia consigo sesenta vecinos, y todos
los más viejos y dolientes, acordó de enviar á la villa á un clérigo
que se decia Guevara, que tenia buena expresiva, é á otro hombre de
mucha cuenta que se decia Amaya, pariente del Diego Velazquez, y á un
escribano que se decia Vergara, y tres testigos, los nombres dellos
no me acuerdo; los cuales envió que notificasen á Gonzalo de Sandoval
que luego se diesen al Narvaez, y para ello dijeron que traian unos
traslados de las provisiones, é dicen que ya el Gonzalo de Sandoval
sabia de los navíos por nuevas de indios, y de la mucha gente que en
ellos venia; y como era muy varon en sus cosas, siempre estaba muy
apercebido él, y sus soldados armados; y sospechando que aquella armada
era de Diego Velazquez, y que enviaria á aquella villa de sus gentes
para se apoderar della, y por estar más desembarazados de los soldados
viejos y dolientes, los envió luego á un pueblo de indios que se dice
Papalote, é quedó con los sanos; y el Sandoval siempre tenia buenas
velas en los caminos de Cempoal, que es por donde habian de venir á la
villa; y estaba convocando el Sandoval y atrayendo á sus soldados que
si viniese Diego Velazquez ó otra persona, que no le diesen la villa;
y todos los soldados dicen que le respondieron conforme á su voluntad,
y mandó hacer una horca en un cerro.
Pues estando sus espías en los caminos, vienen de presto y le dan
noticia que vienen cerca de la villa donde estaban, seis españoles é
indios de Cuba; y el Sandoval aguardó en su casa, que no les salió á
recebir, y habia mandado que ningun soldado saliese de sus casas ni les
hablasen.
Y como el clérigo y los demás que traia en su compañía no topaba á
ningun vecino español con quien hablar, sino eran indios que hacian
la obra de la fortaleza; y como entraron en la villa, fuéronse á la
iglesia á hacer oracion, y luego se fueron á la casa de Sandoval, que
les pareció que era la mayor de la villa; é el clérigo, despues del
norabuena estéis, que así diz que dijo, y el Sandoval le respondió
que en tal hora buena viniese; dicen que el clérigo Guevara (que así
se llamaba) comenzó un razonamiento, diciendo que el señor Diego
Velazquez, gobernador de Cuba habia gastado muchos dineros en la
armada, é que Cortés é todos los demás que habia traido en su compañía
le habian sido traidores, y que les venia á notificar que luego fuesen
á dar la obediencia al señor Pánfilo de Narvaez, que venia por capitan
general del Diego Velazquez.
É como el Sandoval oyó aquellas palabras y descomedimientos que el
padre Guevara dijo, se estaba carcomiendo de pesar de lo que oia, y le
dijo:
—«Señor padre, muy mal hablais en decir esas palabras de traidores;
aquí somos mejores servidores de su majestad que no Diego Velazquez ni
ese vuestro capitan; y porque sois clérigo no os castigo conforme á
vuestra mala crianza. Andad con Dios á Méjico, que allá está Cortés,
que es capitan general y justicia mayor de esta Nueva-España, y os
responderá; aquí no teneis más que hablar.»
Entónces el clérigo muy bravoso dijo á su escribano que con él venia,
que se decia Vergara, que luego sacase las provisiones que traia en el
seno y las notificase al Sandoval y á los vecinos que con él estaban; y
dijo Sandoval al escribano que no leyese ningunos papeles, que no sabia
si eran provisiones ó otras escrituras; y de plática en plática, ya el
escribano comenzaba á sacar del seno las escrituras que traia, y el
Sandoval le dijo:
—«Mirad, Vergara, ya os he dicho que no leais ningunos papeles aquí,
sino id á Méjico; yo os prometo que si tal leyéredes, que yo os haga
dar cien azotes, porque ni sabemos si sois escribano del Rey ó no;
amostrad el título dello, y si le traeis, leeldo; y tampoco sabemos si
son originales de las provisiones ó traslados ó otros papeles.»
Y el clérigo, que era muy soberbio, dijo muy enojado:
—«¿Qué haceis con estos traidores? Sacad esas provisiones y
notificádselas.»
Y como el Sandoval oyó aquella palabra, le dijo que mentia como ruin
clérigo, y luego mandó á sus soldados que los llevasen presos á
Méjico; y no lo hubo bien dicho, cuando en jamaquillas de redes, como
ánimas pecadoras los arrebataron muchos indios de los que trabajaban
en la fortaleza, que los llevaron á cuestas, y en cuatro dias dan con
ellos cerca de Méjico, que de noche y de dia con indios de remuda
caminaban; é iban espantados de que veian tantas ciudades y pueblos
grandes que les traian de comer, y unos los dejaban y otros los
tomaban, y andar por su camino.
Dicen que iban pensando si era encantamiento ó sueño; y el Sandoval
envió con ellos por alguacil, hasta que llegase á Méjico, á Pedro
de Solís, el yerno que fué de Orduña, que ahora llaman Solís de
Atrás-de-la-puerta.
Y así como los envió presos, escribió muy en posta á Cortés quién era
el capitan de la armada y todo lo acaecido; y como Cortés lo supo que
venian presos y llegaban cerca de Méjico, envióles gran banquete, é
cabalgaduras para los tres más principales, y mandó que luego los
soltasen de la prision, y les escribió que le pesó de que Gonzalo de
Sandoval tal desacato tuviese, é que quisiera que les hiciera mucha
honra; y como llegaron á Méjico los salió á recibir, y los metió en la
ciudad muy honradamente; y como el Clérigo y los demás sus compañeros
vieron á Méjico ser tan grandísima ciudad, y la riqueza de oro que
teniamos, é otras muchas ciudades en el agua de la laguna, é todos
nuestros capitanes é soldados, y la gran franqueza de Cortés, estaban
admirados; y á cabo de dos dias que estuvieron con nosotros, Cortés
les habló de la tal manera con prometimientos y halagos, y aun les
untó las manos de tejuelos y joyas de oro, y los tornó á enviar á su
Narvaez con bastimento que les dió para el camino; que donde venian muy
bravosos leones, volvieron muy mansos y se le ofrecieron por servidores.
Y así como llegaron á Cempoal á dar relacion á su capitan, comenzaron á
convocar todo el real de Narvaez que se pasasen con nosotros.
Y dejallo hé aquí, y diré cómo Cortés escribió al Narvaez, y lo que
sobre ello pasó.

FIN DEL TOMO PRIMERO.
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