Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 22

Total number of words is 5064
Total number of unique words is 1169
42.3 of words are in the 2000 most common words
54.3 of words are in the 5000 most common words
60.0 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
Tambien digo que el cu de la ciudad del Tezcuco era muy alto, de ciento
y diez y siete gradas, y los patios anchos y buenos, y hechos de otra
manera que los demás.
Y una cosa de reir es, que tenian en cada provincia sus ídolos, y los
de la una provincia ó ciudad no aprovechaban á los otros; é así, tenian
infinitos ídolos y á todos sacrificaban.
Y despues que nuestro capitan y todos nosotros nos cansamos de andar
y ver tantas diversidades de ídolos y sus sacrificios, nos volvimos á
nuestros aposentos, y siempre muy acompañados de principales y caciques
que Montezuma enviaba con nosotros.
Y quedarse há aquí, y diré lo que más hicimos.


CAPÍTULO XCIII.
CÓMO HICIMOS NUESTRA IGLESIA Y ALTAR EN NUESTRO APOSENTO, Y UNA
CRUZ FUERA DEL APOSENTO, Y LO QUE MÁS PASAMOS, Y HALLAMOS LA SALA Y
RECÁMARA DEL TESORO DEL PADRE DE MONTEZUMA, Y CÓMO SE ACORDÓ PRENDER AL
MONTEZUMA.

Como nuestro capitan Cortés y el padre de la Merced vieron que
Montezuma no tenia voluntad que en el cu de su Huichilóbos pusiésemos
la cruz ni hiciésemos la iglesia; y porque desde que entramos en la
ciudad de Méjico, cuando se decia Misa haciamos un altar sobre mesas
y tornábamos á quitarlo, acordóse que demandásemos á los mayordomos
del gran Montezuma albañiles para que en nuestro aposento hiciésemos
una iglesia; y los mayordomos dijeron que se lo harian saber al
Montezuma, y nuestro capitan envió á decírselo con doña Marina y
Aguilar y Orteguilla, su paje, que entendia ya algo la lengua, y luego
dió licencia y mandó dar todo recaudo, é en tres dias teniamos nuestra
iglesia hecha, y la santa cruz puesta delante de los aposentos, é allí
se decia Misa cada dia, hasta que se acabó el vino; que, como Cortés
y otros capitanes y el fraile estuvieron malos cuando las guerras de
Tlascala, dieron priesa al vino que teniamos para Misas, y desde que
se acabó, cada dia estábamos en la iglesia rezando de rodillas delante
del altar é imágenes, lo uno por lo que éramos obligados á cristianos
y buena costumbre, y lo otro porque Montezuma y todos sus capitanes lo
viesen y se inclinasen á ello, y porque viesen el adoratorio, y vernos
de rodillas delante de la cruz, especial cuando tañiamos á la Ave-María.
Pues estando que estábamos en aquellos aposentos, como somos de tal
calidad, é todo lo trascendemos é queremos saber, cuando miramos á
donde mejor y en más convenible parte habiamos de hacer el altar, dos
de nuestros soldados, que uno dellos era carpintero de lo blanco, que
se decia Alonso Yañez, vió en una pared una como señal que habia sido
puerta, que estaba cerrada y muy bien encalada é bruñida; y como habia
fama é teniamos relacion que en aquel aposento tenia Montezuma el
tesoro de su padre Axayaca, sospechóse que estaria en aquella sala,
que estaba de pocos dias cerrada y encalada; y el Yañez le dijo á
Juan Velazquez de Leon y Francisco de Lugo, que eran capitanes, y aun
deudos mios; el Alonso Yañez se allegaba á su compañía, como criado de
aquellos capitanes, y se lo dijeron á Cortés, y secretamente se abrió
la puerta, y cuando fué abierta, Cortés con ciertos capitanes entraron
primero dentro, y vieron tanto número de joyas de oro é planchas, y
tejuelos muchos, y piedras de chalchihuis y otras muy grandes riquezas;
quedaron elevados, y no supieron qué decir de tantas riquezas; y luego
lo supimos entre todos los demás capitanes y soldados, y lo entramos
á ver muy secretamente; y como yo lo vi, digo que me admiré, é como
en aquel tiempo era mancebo y no habia visto en mi vida riquezas como
aquellas, tuve por cierto que en el mundo no debiera haber otras
tantas; é acordóse por todos nuestros capitanes é soldados que ni por
pensamiento se tocase en cosa ninguna dellas, sino que la misma puerta
se tornase luego á poner sus piedras y cerrase y encalase de la manera
que la hallamos, y que no se hablase en ello, porque no lo alcanzase á
saber Montezuma, hasta ver otro tiempo.
Dejemos esto desta riqueza, y digamos que, como teniamos tan esforzados
capitanes y soldados, y de muchos buenos consejos y pareceres, y
primeramente nuestro Señor Jesucristo ponia su divina mano en todas
nuestras cosas, y así lo teniamos por cierto, apartaron á Cortés
cuatro de nuestros capitanes, y juntamente doce soldados de quien él
se fiaba é comunicaba, é yo era uno dellos, y le dijimos que mirase
la red y garlito donde estábamos, y la fortaleza de aquella ciudad, y
mirase las puentes y calzadas, y las palabras y avisos que en todos
los pueblos por donde hemos venido nos han dado, que habia aconsejado
el Huichilóbos á Montezuma que nos dejase entrar en su ciudad, é que
allí nos matarian, y que mirase que los corazones de los hombres son
muy mudables, en especial en los indios, y que no tuviese confianza
de la buena voluntad y amor que Montezuma nos muestra, porque de una
hora á otra la mudaria, y cuando se le antojase darnos guerra, que con
quitarnos la comida ó el agua, ó alzar cualquiera puente, que no nos
podriamos valer; é que mire la gran multitud de indios que tiene de
guerra en su guarda, é ¿qué podriamos nosotros hacer para ofendellos
ó para defendernos? Porque todas las casas tienen en el agua; pues
socorro de nuestros amigos los de Tlascala ¿por dónde han de entrar?
Y pues es cosa de ponderar todo esto que le deciamos, que luego sin
más dilacion prendiésemos al Montezuma si queriamos asegurar nuestras
vidas, y que no se aguardase para otro dia, y que mirase que con todo
el oro que nos daba Montezuma, ni el que habiamos visto en el tesoro
de su padre Axayaca, ni con cuanta comida comiamos, que todo se nos
hacia rejalgar en el cuerpo, é que ni de noche ni de dia no dormiamos
ni reposábamos, con aqueste pensamiento; é que si otra cosa algunos de
nuestros soldados ménos que esto que le deciamos sintiesen, que serian
como bestias, que no tenian sentido, que se estaban al dulzor del oro,
no viendo la muerte al ojo.
Y como esto oyó Cortés, dijo:
—«No creais, caballeros, que duermo ni estoy sin el mismo cuidado; que
bien me lo habreis sentido; mas ¿qué poder tenemos nosotros para hacer
tan grande atrevimiento como prender á tan gran señor en sus mismos
palacios, teniendo sus gentes de guarda y de guerra? ¿Qué manera ó
arte se puede tener en querello poner por efeto, que no apellide sus
guerreros y luego nos acometan?»
Y replicaron nuestros capitanes, que fué Juan Velazquez de Leon y
Diego de Ordás é Gonzalo de Sandoval y Pedro de Albarado, que con
buenas palabras sacalle de su sala y traello á nuestros aposentos y
decille que ha de estar preso; que si se alterare ó diere voces, que
lo pagará su persona; y que si Cortés no lo quiere hacer luego, que
les dé licencia, que ellos lo prenderán y lo pondrán por la obra; y
que de dos grandes peligros en que estamos, que el mejor y el más á
propósito es prendelle, que no aguardar que nos diesen guerra; y que si
la comenzaba, ¿qué remedio podriamos tener? Tambien le dijeron ciertos
soldados que nos parecia que los mayordomos de Montezuma que servian
en darnos bastimentos se desvergonzaban y no lo traian cumplidamente,
como los primeros dias; y tambien dos indios tlascaltecas, nuestros
amigos, dijeron secretamente á Jerónimo de Aguilar, nuestra lengua, que
no les parecia bien la voluntad de los mejicanos de dos dias atrás.
Por manera que estuvimos platicando en este acuerdo bien una hora, si
le prendiéramos ó no, y qué manera terniamos; y á nuestro capitan bien
se le encajó este postrer consejo, y dejábamoslo para otro dia, que
en todo caso lo habiamos prender, y aun toda la noche estuvimos con
el padre de la Merced rogando á Dios que lo encaminase para su santo
servicio.
Despues destas pláticas, otro dia por la mañana vinieron dos indios
de Tlascala muy secretamente con unas cartas de la Villa-Rica, y lo
que se contenia en ello decia que Juan de Escalante, que quedó por
alguacil mayor, era muerto, y seis soldados juntamente con él, en una
batalla que le dieron los mejicanos; y tambien le mataron el caballo
y á nuestros indios totonaques, que llevó en su compañía, y que todos
los pueblos de la sierra y Cempoal y su sujeto están alterados y no les
quieren dar comida ni servir en la fortaleza, y que no saben qué se
hacer; y que como de ántes los tenian por teules, que ahora, que han
visto aquel desbarate, les hacen fieros, así los totonaques como los
mejicanos, y que no les tienen en nada, ni saben qué remedio tomar. Y
cuando oimos aquellas nuevas, sabe Dios cuánto pesar tuvimos todos.
Aqueste fué el primer desbarate que tuvimos en la Nueva-España; miren
los curiosos letores la adversa fortuna cómo vuelve rodando; ¡quién
nos vió entrar en aquella ciudad con tan solemne recibimiento y
triunfantes, y nos teniamos en posesion de ricos con lo que Montezuma
nos daba cada dia, así al capitan como á nosotros; y haber visto la
casa por mí nombrada llena de oro, y nos tenian por teules, que son
ídolos, ú que todas las batallas venciamos; é ahora habernos venido tan
grande desman, que no nos tuviesen en aquella reputacion que de ántes,
sino por hombres que podiamos ser vencidos, y haber sentido cómo se
desvergonzaban contra nosotros! En fin de más razones, fué acordado
que aquel mismo dia de una manera ó de otra se prendiese á Montezuma ó
morir todos sobre ello.
Y porque para que vean los letores de la manera que fué esta batalla
de Juan de Escalante, y cómo le mataron á él y á seis soldados, y el
caballo y los amigos totonaques que llevaba consigo, lo quiero aquí
declarar ántes de la prision de Montezuma, por no dejallo atrás, porque
es menester dallo bien á entender.


CAPÍTULO XCIV.
CÓMO FUÉ LA BATALLA QUE DIERON LOS CAPITANES MEJICANOS Á JUAN DE
ESCALANTE, Y CÓMO LE MATARON Á ÉL Y EL CABALLO Y Á OTROS SEIS SOLDADOS,
Y MUCHOS AMIGOS INDIOS TOTONAQUES QUE TAMBIEN ALLÍ MURIERON.

Y es desta manera: que ya me habrán oido decir en el capítulo que dello
habla, que cuando estábamos en un pueblo que se dice Quiahuistlan, que
se juntaron muchos pueblos sus confederados, que eran amigos de los de
Cempoal, y por consejo y convocacion de nuestro capitan, que los atrajo
á ello, quitó que no diesen tributo á Montezuma, y se le rebelaron
y fueron más de treinta pueblos; y esto fué cuando le prendimos sus
recaudadores, segun otras veces dicho tengo en el capítulo que dello
habla; y cuando partimos de Cempoal para venir á Méjico quedó en la
Villa-Rica por capitan y alguacil mayor de la Nueva-España un Juan de
Escalante, que era persona de mucho ser y amigo de Cortés, y le mandó
que en todo lo que aquellos pueblos nuestros amigos hubiesen menester
les favoreciese; y parece ser que, como el gran Montezuma tenia muchas
guarniciones y capitanes de gente de guerra en todas las provincias,
que siempre estaban junto á la raya dellos; porque una tenia en lo
de Soconusco por guarda de Guatimala y Chiapa, y otra tenia en lo de
Guazacualco, y otra capitanía en lo de Mechoacan, y otra á la raya de
Pánuco, entre Tuzapan y un pueblo que le pusimos por nombre Almería,
que es en la costa del Norte; y como aquella guarnicion que tenia
cerca de Tuzapan pareció ser demandaron tributo de indios é indias y
bastimentos para sus gentes á ciertos pueblos que estaban allí cerca
y confinaban con ellos, que eran amigos de Cempoal y servian á Juan
Escalante y á los vecinos que quedaron en la Villa-Rica y entendian en
hacer la fortaleza; y como les demandaban los mejicanos el tributo y
servicio, dijeron que no se le querian dar, porque Malinche les mandó
que no lo diesen, y que el gran Montezuma lo ha tenido por bien; y los
capitanes mejicanos respondieron que si no lo daban, que los vendrian á
destruir sus pueblos y llevallos cautivos, y que su señor Montezuma se
lo habia mandado de poco tiempo acá.
Y como aquellas amenazas vieron nuestros amigos los totonaques,
vinieron al capitan Juan de Escalante, é quejáronse reciamente que
los mejicanos les venian á robar y destruir sus tierras; y como el
Escalante lo entendió, envió mensajeros á los mismos mejicanos para que
no hiciesen enojo ni robasen aquellos pueblos, pues su señor Montezuma
lo habia á bien, que somos todos grandes amigos; si no, que irá contra
ellos y les dará guerra. Á los mejicanos no se les dió nada por
aquella respuesta ni fieros, y respondieron que el campo los hallaria;
y el Juan de Escalante, que era hombre muy bastante y de sangre en
el ojo, apercibió todos los pueblos nuestros amigos de la sierra que
viniesen con sus armas, que eran arcos, flechas, lanzas, rodelas, y
asimismo apercibió los soldados más sueltos y sanos que tenia; porque
ya he dicho otra vez que todos los más vecinos que quedaban en la
Villa-Rica estaban dolientes y eran hombres de la mar, y con dos tiros
y un poco de pólvora, y tres ballestas y dos escopetas, y cuarenta
soldados y sobre dos mil indios totonaques, fué adonde estaban las
guarniciones de los mejicanos, que andaban ya robando un pueblo de
nuestros amigos los totonaques, y en el campo se encontraron al cuarto
del alba; y como los mejicanos eran más doblados que nuestros amigos
los totonaques, é como siempre estaban atemorizados dellos de las
guerras pasadas, á la primera refriega de flechas y varas y piedras
y gritas huyeron, y dejaron al Juan de Escalante peleando con los
mejicanos, y de tal manera, que llegó con sus pobres soldados hasta un
pueblo que llaman Almería, y le puso fuego y le quemó las casas.
Allí reposó un poco, porque estaba mal herido, y en aquellas refriegas
y guerra le llevaron un soldado vivo que se decia Arguello, que era
natural de Leon y tenia la cabeza muy grande y la barba prieta y
crespa, era muy robusto de gesto y mancebo de muchas fuerzas, y le
hirieron muy malamente al Escalante y otros seis soldados, y mataron
el caballo, y se volvió á la Villa-Rica, y dende á tres dias murió
él y los soldados; y desta manera pasó lo que decimos de la Almería,
y no como lo cuenta el coronista Gómora, que dice en su Historia que
iba Pedro de Ircio á poblar á Pánuco con ciertos soldados; y para bien
velar no teniamos recaudo, cuanto más enviar á poblar á Pánuco; y dice
que iba por capitan el Pedro de Ircio, que ni aun en aquel tiempo no
era capitan ni aun cuadrillero, ni se le daba cargo, y se quedó con
nosotros en Méjico.
Tambien dice el mismo coronista otras muchas cosas sobre la prision
del Montezuma: habia de mirar que cuando lo escribia en su Historia
que habia de haber vivos conquistadores de los de aquel tiempo, que le
dirian cuando lo leyesen: «Esto pasa desta suerte.»
Y dejallo he aquí, y volvamos á nuestra materia, y diré cómo los
capitanes mejicanos, despues de dalle la batalla que dicho tengo al
Juan de Escalante, se lo hicieron saber al Montezuma, y aun le llevaron
presentada la cabeza del Arguello, que parece se murió en el camino de
las heridas, que vivo le llevaban; y supimos que el Montezuma cuando
se lo mostraron, como era robusto y grande, y tenia grandes barbas y
crespas, hubo pavor y temió de la ver, y mandó que no la ofreciesen á
ningun cu de Méjico, sino en otros ídolos de otros pueblos; y preguntó
al Montezuma que, siendo ellos muchos millares de guerreros, que cómo
no vencieron á tan pocos teules.
Y respondieron que no aprovechaban nada sus varas y flechas ni buen
pelear; que no les pudieron hacer retraer, porque una gran tequeciguata
de Castilla venia delante dellos, y que aquella señora ponia á los
mejicanos temor, y decia palabras á sus teules que los esforzaba; y el
Montezuma entónces creyó que aquella gran señora que era Santa María y
la que le habiamos dicho que era nuestra abogada, que de ántes dimos al
gran Montezuma con su precioso Hijo en los brazos.
Y porque esto yo no lo vi, porque estaba en Méjico, sino lo que dijeron
ciertos conquistadores que se hallaron en ello; y pluguiese á Dios que
así fuese. Y ciertamente todos los soldados que pasamos con Cortés
tenemos muy creido, é así es verdad, que la misericordia divina y
Nuestra Señora la Vírgen María siempre era con nosotros; por lo cual le
doy muchas gracias.
Y dejallo he aquí, y diré lo que pasó en la prision del gran Montezuma.


CAPÍTULO XCV.
DE LA PRISION DE MONTEZUMA, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

É como teniamos acordado el dia ántes de prender al Montezuma, toda la
noche estuvimos en oracion con el Padre de la Merced rogando á Dios
que fuese de tal modo que redundase para su santo servicio, y otro dia
de mañana fué acordado de la manera que habia de ser.
Llevó consigo Cortés cinco capitanes, que fueron Pedro de Albarado y
Gonzalo de Sandoval y Juan Velazquez de Leon y Francisco de Lugo y
Alonso de Ávila y con nuestras lenguas doña Marina y Aguilar; y todos
nosotros mandó que estuviésemos muy á punto y los caballos ensillados
y enfrenados; y en lo de las armas no habia necesidad de ponello yo
aquí por memoria, porque siempre de dia y de noche estábamos armados y
calzados nuestros alpargates, que en aquella sazon era nuestro calzado;
y cuando soliamos ir á hablar al Montezuma siempre nos veia armados de
aquella manera; y esto digo porque, puesto que Cortés con los cinco
capitanes iban con todas sus armas para le prender, el Montezuma no lo
tendria por cosa nueva ni se alteraria dello.
Ya puestos á punto todos, envióle nuestro capitan á hacelle saber cómo
iba á su palacio, porque así lo tenia por costumbre, y no se alterase
viéndole ir de sobresalto; y el Montezuma bien entendió poco más ó
ménos que iba enojado por lo de Almería, y no lo tenia en una castaña
y mandó que fuese mucho en buen hora; y como entró Cortés, despues de
haber hecho sus acatos acostumbrados, le dijo con nuestras lenguas:
—«Señor Montezuma, muy maravillado estoy de vos, siendo tan valeroso
Príncipe y haberos dado por nuestro amigo, mandar á vuestros capitanes
que teniades en la costa cerca de Tuzapan que tomasen armas contra
mis españoles, y tener atrevimiento de robar los pueblos que están
en guardia y mamparo de nuestro Rey y señor, y de mandalles indios é
indias para sacrificar y matar un español hermano mio y un caballo.»
No le quiso decir del capitan ni de los seis soldados que murieron
luego que llegaron á la Villa-Rica, porque el Montezuma no lo alcanzó
á saber, ni tampoco lo supieron los indios capitanes que les dieron la
guerra; y más le dijo Cortés, que teniéndole por tan su amigo, mandé á
mis capitanes que en todo lo posible fuese os sirviesen y favoreciesen,
y vuestra majestad, por el contrario, no lo ha hecho.
Y asimismo en lo de Cholula tuvieron vuestros capitanes gran copia
de guerreros, ordenado por vuestro mandado, que nos matasen; helo
disimulado lo de entónces por lo mucho que os quiero; y asimismo ahora
vuestros vasallos y capitanes se han desvergonzado, tienen pláticas
secretas que nos quereis mandar matar; por estas causas no querria
comenzar guerra ni destruir aquesta ciudad; conviene que para excusarlo
todo, que luego callando y sin hacer ningun alboroto os vais con
nosotros á nuestro aposento, que allí sereis servido y mirado muy bien
como en vuestra propia casa; y que si alboroto ó voces daba, que luego
sereis muerto de aquestos mis capitanes, que no los traigo para otro
efeto.
Y cuando esto oyó el Montezuma, estuvo muy espantado y sin sentido,
y respondió que nunca tal mandó, que tomasen armas contra nosotros, y
que enviaria luego á llamar sus capitanes, y sabria la verdad, y los
castigaria; y luego en aquel instante quitó de su brazo y muñeca el
sello y señal de Huichilóbos, que aquello era cuando mandaba alguna
cosa grave é de peso para que se cumpliese, é luego se cumplia; y
en lo de ir preso y salir de sus palacios contra su voluntad, que
no era persona la suya para que tal le mandasen, é que no era su
voluntad salir; y Cortés le replicó muy buenas razones, y el Montezuma
le respondia muy mejores y que no habia de salir de sus casas, por
manera que estuvieron más de media hora en estas pláticas; y como Juan
Velazquez de Leon y los demás capitanes vieron que se detenia con él,
y no veian la hora de habello sacado de sus casas y tenelle preso,
hablaron á Cortés algo alterados, y dijeron:
—«¿Qué hace vuestra merced ya con tantas palabras? Ó le llevemos
preso ó le daremos de estocadas; por eso tornadle á decir que si da
voces ó hace alboroto, que le matareis; porque más vale que desta vez
aseguremos nuestras vidas ó las perdamos.»
Y como el Juan Velazquez lo decia con voz algo alta y espantosa,
porque así era su hablar, y el Montezuma vió á nuestros capitanes como
enojados, preguntó á doña Marina que qué decian con aquellas palabras
altas; y como la doña Marina era muy entendida, le dijo:
—«Señor Montezuma, lo que yo os aconsejo es que vais luego con ellos
á su aposento sin ruido ninguno; que yo sé que os harán mucha honra
como gran señor que sois; y de otra manera, aquí quedareis muerto; y en
su aposento se sabrá la verdad.»
Y entónces el Montezuma dijo á Cortés:
—«Señor Malinche, ya que eso quereis que sea, yo tengo un hijo y dos
hijas legítimas, tomadlas en rehenes, y á mí no me hagais esta afrenta;
¿qué dirán mis principales si me viesen llevar preso?»
Tornó á decir Cortés que su persona habia de ir con ellos, y no habia
ser otra cosa. Y en fin de muchas más razones que pasaron, dijo que
él iria de buena voluntad; y entónces nuestros capitanes le hicieron
muchas caricias, y le dijeron que le pedian por merced que no hubiese
enojo, y que dijese á sus capitanes y á los de su guarda que iba de su
voluntad, porque habia tenido plática de su ídolo Huichilóbos y de los
papas que le servian que convenia para su salud y guardar su vida estar
con nosotros; y luego le trujeron sus ricas andas en que solia salir,
con todos sus capitanes que le acompañaron, y fué á nuestro aposento,
donde le pusimos guardas y velas y todos cuantos servicios y placeres
le podiamos hacer, así Cortés como todos nosotros; tantos le haciamos,
y no se le echó prisiones ningunas; y luego le vinieron á ver todos
los mayores principales mejicanos y sus sobrinos, é hablar con él y á
saber la causa de su prision y si mandaba que nos diesen guerra; y
el Montezuma les respondia que él holgaba de estar algunos dias allí
con nosotros de buena voluntad, y no por fuerza; y cuando él algo
quisiese, que se lo diria, y que no se alborotasen ellos ni la ciudad
ni tomasen pesar dello, porque aquesto que ha pasado de estar allí,
que su Huichilóbos lo tiene por bien, y se lo han dicho ciertos papas
que lo saben, que hablaron con su ídolo sobre ello; y desta manera que
he dicho fué la prision del gran Montezuma; y allí donde estaba tenia
su servicio y mujeres y baños en que se bañaba, y siempre á la contina
estaban en su compañía veinte grandes señores y consejeros y capitanes,
y se hizo á estar preso sin mostrar pasion en ello; y allí venian
con pleitos embajadores de léjas tierras y le traian sus tributos, y
despachaba negocios de importancia.
Acuérdome que cuando venian ante él grandes caciques de otras tierras
sobre términos y pueblos é otras cosas de aquel arte, que por muy
gran señor que fuese se quitaba las mantas ricas, y se ponia otras de
nequen y de poca valía, y descalzo habia de venir; y cuando llegaba á
los aposentos no entraba derecho, sino por un lado dellos, y cuando
parecian delante del gran Montezuma, los ojos bajos en la tierra; y
ántes que á él llegasen le hacian tres reverencias y le decian: «Señor,
mi señor, gran señor;» y entónces le traian pintado é dibujado el
pleito ó negocio sobre que venian, en unos paños ó mantas de nequen,
y con unas varitas muy delgadas y pulidas le señalaban la causa del
pleito; y estaban allí junto al Montezuma dos hombres viejos, grandes
caciques, y cuando bien habian entendido el pleito aquellos jueces,
le decian al Montezuma la justicia que tenian, y con pocas palabras
los despachaba y mandaba quién habia de llevar las tierras ó pueblos;
y sin más replicar en ello, se salian los pleiteantes sin volver las
espaldas, y con las tres reverencias se salian hasta la sala, y cuando
se veian fuera de su presencia del Montezuma se ponian otras mantas
ricas y se paseaban por Méjico.
Y dejaré de decir al presente desta prision, y digamos cómo los
mensajeros que envió el Montezuma con su señal y sello á llamar sus
capitanes que mataron nuestros soldados, los trujeron ante él presos,
y lo que con ellos habló yo no lo sé; mas que se los envió á Cortés
para que hiciese justicia dellos; y tomada su confesion sin estar el
Montezuma delante, confesaron ser verdad lo atrás ya por mí dicho,
é que su señor se lo habia mandado que diesen guerra y cobrasen los
tributos, y si algunos teules fuesen en su defensa, que tambien les
diesen guerra ó matasen.
É vista esta confesion por Cortés, envióselo á decir al Montezuma
cómo le condenaban en aquella cosa, y él se disculpó cuanto pudo,
y nuestro capitan lo envió á decir que él así lo creia; que puesto
que merecia castigo, conforme á lo que nuestro Rey manda, que la
persona que manda matar á otros sin culpa ó con culpa que muera
por ello; mas que le quiere tanto y le desea todo bien, que ya que
aquella culpa tuviese, que ántes la pagaria el Cortés por su persona
que vérsela pasar al Montezuma; y con todo esto que le envió á decir
estaba temeroso: y sin más gastar razones, Cortés sentenció á aquellos
capitanes á muerte é que fuesen quemados delante de los palacios del
Montezuma, é así se ejecutó luego la sentencia; y porque no hubiese
algun impedimento, entre tanto que se quemaban mandó echar unos grillos
al mismo Montezuma; y cuando se los echaron él hacia bramuras, y si
de ántes estaba temeroso, entónces estuvo mucho más; y despues de
quemados, fué nuestro Cortés con cinco de nuestros capitanes á su
aposento, y él mismo le quitó los grillos, y tales palabras le dijo,
que no solamente lo tenia por hermano, sino en mucho más, é que como
es señor y Rey de tantos pueblos y provincias, que si él podia, el
tiempo andando le haria que fuese señor de más tierra de las que no
habia podido conquistar ni le obedecian; y que si quiere ir á sus
palacios, que le da licencia para ello; y decíaselo Cortés con nuestras
lenguas, y cuando se lo estaba diciendo Cortés, parecia se le saltaban
las lágrimas de los ojos al Montezuma; y respondió con gran cortesía
que se lo tenia en merced, porque bien entendió Montezuma que todo era
palabras las de Cortés; é que ahora al presente que convenia estar
allí preso, porque por ventura, como sus principales son muchos, y sus
sobrinos é parientes le vienen cada dia á decir que será bien darnos
guerra y sacallo de prision, que cuando lo vean fuera que le atraerán á
ello, é que no queria ver en su ciudad revueltas, é que si no hace su
voluntad, por ventura querrán alzar á otro señor; y que él les quitaba
de aquellos pensamientos con decilles que su dios Huichilóbos se lo ha
enviado á decir que esté preso.
É á lo que entendimos é lo más cierto, Cortés habia dicho á Aguilar, la
lengua, que le dijese de secreto que aunque Malinche le manda salir de
la prision, que los capitanes nuestros é soldados no querriamos. Y como
aquello le oyó, el Cortés le echó los brazos encima, y le abrazó y dijo:
—«No en balde, señor Montezuma, os quiero tanto como á mí mismo.»
Y luego el Montezuma demandó á Cortés un paje español que le servia,
que sabia ya la lengua, que se decia Orteguilla, y fué harto sospechoso
así para el Montezuma como para nosotros, porque de aquel paje inquiria
y sabia muchas cosas de las de Castilla el Montezuma, y nosotros de lo
que decian sus capitanes; y verdaderamente le era tan buen servicial,
que lo queria mucho el Montezuma.
Dejemos de hablar cómo ya estaba el Montezuma contento con los
grandes halagos y servicios y conversaciones que con todos nosotros
tenia, porque siempre que ante él pasábamos, y aunque fuese Cortés,
le quitábamos los bonetes de armas ó cascos, que siempre estábamos
armados, y él nos hacia gran mesura y honra á todos: y digamos los
nombres de aquellos capitanes de Montezuma que se quemaron por
justicia, que se decia el principal Quetzalpopoca y los otros se decian
el uno Coatl y el otro Quiabuitle y el otro no me acuerdo el nombre,
que poco va en saber sus nombres.
Y digamos que como este castigo se supo en todas las provincias de
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 23