Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 24

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si no queria venir, que sin él ni su gente haria la guerra.
Por manera que ya tenia el Cacamatzin apercibidos los pueblos y señores
por mí ya nombrados, y tenia concertado que para tal dia viniesen
sobre Méjico, é con los señores que dentro estaban de su parte les
darian lugar á la entrada; é andando en estos tratos, lo supo muy bien
Montezuma por la parte de su gran deudo, que no quiso conceder en lo
que Cacamatzin queria; y para mejor lo saber envió Montezuma á llamar
todos sus caciques y principales de aquella ciudad, y le dijeron cómo
el Cacamatzin los andaba convocando á todos con palabras é dádivas para
que le ayudasen á darnos guerra y soltar al tio.
Y como Montezuma era cuerdo y no queria ver su ciudad puesta en armas
ni alborotos, se lo dijo á Cortés segun y de la manera que pasaba, el
cual alboroto sabia muy bien nuestro capitan y todos nosotros, mas no
tan por entero como se lo dijo.
El consejo que sobre ello tomó era, que nos diese de su gente mejicana
é iriamos sobre Tezcuco, y que le prenderiamos ó destruiriamos aquella
ciudad é sus comarcas. É al Montezuma no le cuadró este consejo; por
manera que Cortés le envió á decir al Cacamatzin que se quitase de
andar revolviendo guerra, que será causa de su perdicion, é que le
quiere tener por amigo, é que en todo lo que hubiere menester de su
persona lo hará por él, é otros muchos cumplimientos.
É como el Cacamatzin era mancebo, y halló otros muchos de su parecer
que le acudirian en la guerra, envió á decir á Cortés que ya habia
entendido sus palabras de halagos, que no las queria más oir, sino
cuando le viese venir, que entónces le hablaria lo que quisiese.
Tornó otra vez Cortés á le enviar á decir que mirase que no hiciese
deservicio á nuestro Rey y señor, que lo pagaria su persona y le
quitaria la vida por ello; y respondió que ni conocia á Rey ni quisiera
haber conocido á Cortés, que con palabras blandas prendió á su tio.
Como envió aquella respuesta, nuestro capitan rogó á Montezuma, pues
era tan gran señor, y dentro en Tezcuco tenia grandes caciques y
parientes por capitanes, y no estaban bien con el Cacamatzin, por
ser muy soberbio y malquisto; y pues allí en Méjico con el Montezuma
estaba un hermano del mismo Cacamatzin, mancebo de buena disposicion,
que estaba huido del propio hermano porque no le matase, que despues
del Cacamatzin heredaba el reino de Tezcuco; que tuviese manera y
concierto con todos los de Tezcuco que prendiesen al Cacamatzin, ó
que secretamente le enviase á llamar, y que si viniese, que le echase
mano y le tuviesen en su poder hasta que estuviese más sosegado; y
que pues que aquel su sobrino estaba en su casa huido por temor del
hermano, y le sirve, que le alce luego por señor, y le quite el señorio
al Cacamatzin, que está en su deservicio y anda revolviendo todas las
ciudades y caciques de la tierra por señorear su ciudad é reino.
Y el Montezuma dijo que le enviaria luego á llamar; mas que sentia dél
que no querria venir, y que si no viniese, que se ternia concierto
con sus capitanes y parientes que le prendan; y Cortés le dió muchas
gracias por ello, y aun le dijo:
—«Señor Montezuma, bien podeis creer que si os quereis ir á vuestros
palacios, que en vuestra mano está; que desde que tengo entendido que
me teneis buena voluntad é yo os quiero tanto, que no fuera yo de tal
condicion, que luego no os fuera acompañando para que os fuérades con
toda vuestra caballería á vuestros palacios; y si lo he dejado de
hacer, es por estos mis capitanes que os fueron á prender, porque no
quieren que os suelte, y porque vuestra majestad dice que quiere estar
preso por excusar las revueltas que vuestros sobrinos traen por haber
en su poder esta ciudad é quitaros el mando.»
Y el Montezuma dijo que se lo tenia en merced, y como iba entendiendo
las palabras halagüeñas de Cortés é via que lo decia, no por soltalle,
sino probar su voluntad: y tambien Orteguilla, su paje, se lo habia
dicho á Montezuma, que nuestros capitanes eran los que le aconsejaron
que le prendiese, é que no creyese á Cortés, que sin ellos no le
soltaria.
Dijo el Montezuma á Cortés que muy bien estaba preso hasta ver en
qué paraban los tratos de sus sobrinos, y que luego queria enviar
mensajeros á Cacamatzin rogándole que viniese ante él, que le queria
hablar en amistades entre él y nosotros; y le envió á decir que de su
prision que no tenga él cuidado, que si se quisiese soltar, que muchos
tiempos ha tenido para ello, y que Malinche le ha dicho dos veces que
se vaya á sus palacios, y que él no quiere, por cumplir el mandado de
sus dioses, que le han dicho que se esté preso, y que si no lo está,
luego será muerto; y que esto que lo sabe muchos dias há de los papas
que están en servicio de los ídolos: y que á esta causa será bien que
tenga amistad con Malinche y sus hermanos.
Y estas mismas palabras envió Montezuma á decir á los capitanes de
Tezcuco, cómo enviaba á llamar á su sobrino para hacer las amistades,
y que mirase no le trastornase su seso aquel mancebo para tomar armas
contra nosotros.
Y dejemos esta plática, que muy bien la entendió el Cacamatzin; y sus
principales entraron en consejo sobre lo que harian, y el Cacamatzin
comenzó á bravear y que nos habia de matar dentro de cuatro dias, é
que al tio, que era una gallina, por no darnos guerra cuando se lo
aconsejaba al abajar la sierra de Chalco, cuando tuvo allí buen aparejo
con sus guarniciones, y que nos metió él por su persona en su ciudad,
como si tuviera conocido que íbamos para hacelle algun bien, y que
cuanto oro le han traido de sus tributos nos daba; y que le habiamos
escalado y abierto la casa donde está el tesoro de su abuelo Axayaca, y
que sobre todo esto le teniamos preso, é que ya le andábamos diciendo
que quitasen los ídolos del gran Huichilóbos, é que queriamos poner los
nuestros; é que porque esto no viniese más mal, y para castigar tales
cosas é injurias, que les rogaba que le ayudasen, pues todo lo que ha
dicho han visto por sus ojos, y cómo quemamos los mismos capitanes del
Montezuma, y que ya no se puede compadecer otra cosa sino que todos
juntos á una nos diesen guerra; y allí les prometió el Cacamatzin que
si quedaba con el señorio de Méjico que les habia de hacer grandes
señores, y tambien les dió muchas joyas de oro y les dijo que ya tenia
concertado con sus primos, los señores de Cuyoacan y de Iztapalapa y
de Tacuba y otros deudos, que le ayudarian, é que en Méjico tenia de
su parte otras personas principales que le darian entrada é ayuda á
cualquiera hora que quisiese, y que unos por las calzadas, y todos los
más en sus piraguas y canoas chicas por la laguna, podrian entrar, sin
tener contrarios que se lo defendiesen, pues su tio estaba preso; y que
no tuviesen miedo de nosotros, pues saben que pocos dias habian pasado
que en lo de Almería los mesmos capitanes de su tio habian muerto
muchos teules y un caballo, lo cual bien vieron la cabeza de un teule
é el cuerpo del caballo; é que en una hora nos despacharian, é con
nuestros cuerpos harian buenas fiestas y hartazgas.
Y como hubo hecho aquel razonamiento, dicen que se miraban unos
capitanes á otros para que hablasen los que solian hablar primero en
cosas de guerra, é que cuatro ó cinco de aquellos capitanes le dijeron
que, ¿cómo habian de ir sin licencia de su gran señor Montezuma y dar
guerra en su propia casa y ciudad? Y que se lo envien primero á hacer
saber, é que si es consentidor, que irán con él de muy buena voluntad,
é que de otra manera, que no le quieren ser traidores.
Y pareció ser que el Cacamatzin se enojó con los capitanes que le
dieron aquella respuesta, y mandó echar presos tres dellos; y como
habia allí en el consejo y junta que tenian otros sus deudos y ganosos
de bullicios, dijeron que le ayudarian hasta morir, é acordó de enviar
á decir á su tio el gran Montezuma que habia de tener empacho envialle
á decir que venga á tener amistad con quien tanto mal y deshonra le ha
hecho, teniéndole preso; é que no es posible sino que nosotros éramos
hechiceros y con hechizos le teniamos quitado su gran corazon y fuerza,
ó que nuestros dioses y la gran mujer de Castilla que les dijimos que
era nuestra abogada nos da aquel gran poder para hacer lo que haciamos;
é en esto que dijo á la postre no lo erraba, que ciertamente la gran
misericordia de Dios y su bendita Madre nuestra Señora nos ayudaba.
Y volvamos á nuestra plática, que en lo que se resumió, fué enviar á
decir que él venia á pesar nuestro y de su tio á nos hablar y matar:
y cuando el gran Montezuma oyó aquella respuesta tan desvergonzada,
recibió mucho enojo, y luego en aquella hora envió á llamar seis de sus
capitanes de mucha cuenta, y les dió su sello, y aun les dió ciertas
joyas de oro, y les mandó que luego fuesen á Tezcuco y que mostrasen
secretamente aquel su sello á ciertos capitanes y parientes que estaban
muy mal con el Cacamatzin por ser muy soberbio, é que tuviesen tal
órden y manera, que á él y á los que eran en su consejo los prendiesen
y que luego se los trujesen delante.
Y como fueron aquellos capitanes, y en Tezcuco entendieron lo que
el Montezuma mandaba, y el Cacamatzin era malquisto, en sus propios
palacios le prendieron, que estaba platicando con aquellos sus
confederados en cosas de la guerra, y tambien trujeron otros cinco
presos con él.
É como aquella ciudad está poblada junto á la gran laguna, aderezan
una gran piragua con sus toldos y les meten en ella, y con gran copia
de remeros los traen á Méjico, y cuando hubo desembarcado le meten en
sus ricas andas, como Rey que era, y con gran acato le llevan ante
Montezuma; y parece ser estuvo hablando con su tio, y desvergonzósele
más de lo que ántes estaba, y supo Montezuma de los conciertos en que
andaba, que era alzarse por señor; lo cual alcanzó á saber más por
entero de los demás prisioneros que le trujeron, y si enojado estaba de
ántes del sobrino, muy más lo estuvo entónces.
Y luego se lo envió á nuestro capitan para que lo echase preso, y á
los demás prisioneros mandó soltar; é luego Cortés fué á los palacios
é al aposento de Montezuma y le dió las gracias por tan gran merced; y
se dió órden que se alzase por Rey de Tezcuco al mancebo que estaba
en su compañía del Montezuma, que tambien era su sobrino, hermano del
Cacamatzin, que ya he dicho que por su temor estaba allí retraido
al favor del tio porque no le matase, que era tambien heredero muy
propincuo del reino de Tezcuco; y para lo hacer solenemente y con
acuerdo de toda la ciudad, mandó Montezuma que viniesen ante él los más
principales de toda aquella provincia, y despues de muy bien platicada
la cosa, le alzaron por Rey y señor de aquella gran ciudad, y se llamó
D. Cárlos.
Ya todo esto hecho, como los caciques y reyezuelos sobrinos del gran
Montezuma, que eran el señor de Cuyoacan y el señor de Iztapalapa y el
de Tacuba, vieron é oyeron las prisiones del Cacamatzin, y supieron que
el gran Montezuma habia sabido que ellos entraban en la conjuracion
para quitalle su reino y dárselo á Cacamatzin, temieron, y no le venian
á ver ni á hacer palacio como solian; é con acuerdo de Cortés, que le
convocó é atrajo al Montezuma para que los mandase prender, en ocho
dias todos estuvieron presos en la cadena gorda, que no poco se holgó
nuestro capitan y todos nosotros.
Miren los curiosos letores en lo que andaban nuestras vidas, tratando
de nos matar cada dia y comer nuestras carnes, si la gran misericordia
de Dios, que siempre era con nosotros, no nos socorria; é aquel buen
Montezuma á todas nuestras cosas daba buen corte; é miren qué gran
señor era, que estando preso así era tan obedecido.
Pues ya todo apaciguado é aquellos señores presos, siempre nuestro
Cortés con otros capitanes é el Padre Fray Bartolomé de Olmedo, de la
órden de la Merced, estaban teniéndole palacio, é en todo lo que podian
le daban mucho placer, y burlaban no de manera de desacato, que digo
que no se sentaban Cortés ni ningun capitan hasta que el Montezuma les
mandaba dar sus asentaderos ricos y les mandaba asentar; y en esto
era tan bien mirado, que todos le queriamos con gran amor, porque
verdaderamente era gran señor en todas sus cosas que le viamos hacer.
Y volviendo á nuestra plática, unas veces le daban á entender las
cosas tocantes á nuestra santa fe, y se lo decia el fraile con el paje
Orteguilla, que parece que le entraban ya algunas buenas razones en
el corazon, pues las escuchaba con atencion mejor que al principio.
Tambien le daban á entender el gran poder del Emperador nuestro señor,
y cómo le daban vasallaje muchos grandes señores que le obedecian, y de
léjas tierras; y decíanle otras muchas cosas que él se holgaba de les
oir, y otras veces jugaba Cortés con él al totoloque; y él, como no era
nada escaso, nos daba cada dia cual joyas de oro ó mantas.
Y dejaré de hablar de ello, y pasaré adelante.


CAPÍTULO CI.
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA CON MUCHOS CACIQUES Y PRINCIPALES DE LA COMARCA
DIERON LA OBEDIENCIA Á SU MAJESTAD, Y DE OTRAS COSAS QUE SOBRE ELLO
PASARON.

Como el capitan Cortés vió que ya estaban presos aquellos reyecillos
por mí nombrados, y todas las ciudades pacíficas, dijo á Montezuma que
dos veces le habia enviado á decir ántes que entrásemos en Méjico que
queria dar tributo á su majestad, y que pues ya habia entendido el gran
poder de nuestro Rey y señor, é que de muchas tierras le dan parias
y tributos, y le son sujetos muy grandes Reyes, que será bien que él
y todos sus vasallos le dén la obediencia, porque ansí se tiene por
costumbre, que primero se da la obediencia que dén las parias é tributo.
Y el Montezuma dijo que juntaria sus vasallos é hablaria sobre ello; y
en diez dias se juntaron todos los más caciques de aquella comarca, y
no vino aquel cacique pariente muy cercano del Montezuma, que ya hemos
dicho que decian que era muy esforzado, y en la presencia y cuerpo y
miembros se le parecia. Bien era algo atronado, y en aquella sazon
estaba en un pueblo suyo que se decia Tula; y á este cacique, segun
decian, le venia el reino de Méjico despues del Montezuma; y como le
llamaron, envió á decir que no queria venir ni dar tributo; que aun
con lo que tiene de sus provincias no se puede sustentar. De la cual
respuesta hubo enojo Montezuma, y luego envió ciertos capitanes para
que le prendiesen; como era gran señor y muy emparentado, tuvo aviso
dello y metióse en su provincia, donde no le pudo haber por entónces.
Y dejallo hé aquí, y diré que en la plática que tuvo el Montezuma con
todos los caciques de toda la tierra que habia enviado á llamar, que
despues que les habia hecho un parlamento sin estar Cortés ni ninguno
de nosotros delante, salvo Orteguilla el paje, dicen que les dijo que
mirasen que de muchos años pasados sabian por muy cierto, por lo que
sus antepasados les han dicho, é así lo tiene señalado en sus libros de
cosas de memorias, que de donde sale el sol habian de venir gentes que
habian de señorear estas tierras, y que se habia de acabar en aquella
sazon el señorio y reino de los mejicanos; y que él tiene entendido,
por lo que sus dioses le han dicho, que somos nosotros; é que se lo han
preguntado á su Huichilóbos los papas que lo declaren, y sobre ello
les hacen sacrificios y no quieren respondelles como suele; y lo que
más les da á entender el Huichilóbos es, que lo que les ha dicho otras
veces, aquello dé ahora por respuesta, é que no le pregunten más; así,
que bien da á entender que demos la obediencia al Rey de Castilla,
cuyos vasallos dicen estos teules que son; y porque al presente no
va nada en ello; y el tiempo andando veremos si tenemos otra mejor
respuesta de nuestros dioses, y como viéremos el tiempo, así harémos.
Lo que yo os mando y ruego, que todos de buena voluntad al presente se
la demos, y contribuyamos con alguna señal de vasallaje, que presto
os diré lo que más nos convenga; y porque ahora soy importunado de
Malinche á ello, ninguno lo rehuse; é mirá que en diez y ocho años que
há que soy vuestro señor, siempre me habeis sido muy leales, é yo os
he enriquecido, é ensanchado vuestras tierras, é os he dado mandos é
hacienda; é si ahora al presente nuestros dioses permiten que yo esté
aquí detenido, no lo estuviera, sino que ya os he dicho muchas veces
que mi gran Huichilóbos me lo ha mandado.
Y desque oyeron este razonamiento, todos dieron por respuesta que
harian lo que mandase, y con muchas lágrimas y suspiros, y el Montezuma
muchas más y luego envió á decir con un principal que para otro dia
darian la obediencia y vasallaje á su majestad.
Despues Montezuma tornó á hablar con sus caciques sobre el caso estando
Cortés delante, é nuestros capitanes y muchos soldados, y Pedro
Fernandez, secretario de Cortés; é dieron la obediencia á su majestad,
y con mucha tristeza que mostraron; y el Montezuma no pudo sostener las
lágrimas; é queríamoslo tanto é de buenas entrañas, que á nosotros de
verle llorar se nos enternecieron los ojos, y soldado hubo que lloraba
tanto como Montezuma; tanto era el amor que le teniamos.
Y dejallo hé aquí, y diré que siempre Cortés y el padre fray Bartolomé
de Olmedo, de la Merced, que era bien entendido, estaban en los
palacios de Montezuma por alegralle, atrayéndole á que dejase sus
ídolos; y pasaré adelante.


CAPÍTULO CII.
CÓMO NUESTRO CORTÉS PROCURÓ DE SABER DE LAS MINAS DE ORO, Y DE QUÉ
CALIDAD ERAN, Y ASIMISMO EN QUÉ RIOS ESTABAN, Y QUÉ PUERTOS PARA NAVÍOS
DESDE LO DE PÁNUCO HASTA LO DE TABASCO, ESPECIALMENTE EL RIO GRANDE DE
GUACAZUALCO, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Estando Cortés é otros capitanes con el gran Montezuma, teniéndole en
Palacio, entre otras pláticas que le decia con nuestras lenguas doña
Marina é Jerónimo de Aguilar é Orteguilla, le preguntó que á qué parte
eran las minas é en qué rios, é cómo y de qué manera cogian el oro
que le traian en granos, porque queria enviar á vello dos de nuestros
soldados grandes mineros.
Y el Montezuma dijo que de tres partes, y que donde más oro solia traer
que era de una provincia que se dice Zacatula, que es á la banda del
Sur, que está de aquella ciudad andadura de diez ó doce dias, y que lo
cogian con unas jícaras, en que lavan la tierra, é que allí quedan unos
granos menudos despues de lavado; é que ahora al presente se lo traen
de otra provincia que se dice Gustepeque, cerca de donde desembarcamos,
que es en la banda del Norte é que lo cogen de dos rios; é que cerca de
aquella provincia hay otras buenas minas, en parte que no son sujetos,
que se dicen los chinatecas y capotecas, y que no le obedecen; y que
si quiere enviar sus soldados, que él daria principales que vayan con
ellos; y Cortés le dió las gracias por ello, y luego despachó un piloto
que se decia Gonzalo de Umbría, con otros dos soldados mineros, á lo
de Zacatula. Aqueste Gonzalo de Umbría era al que Cortés mandó cortar
los piés cuando ahorcó á Pedro Escuderos é á Juan Cermeño y azotó los
Peñates porque se alzaban en San Juan de Ulúa con el navío, segun más
largamente lo tengo escrito en el capítulo que dello habla.
Dejemos de contar más en lo pasado, y digamos cómo fueron con el
Umbría, y se les dió de plazo para ir é volver cuarenta dias. É por la
banda del Norte despachó para ver las minas á un capitan que se decia
Pizarro, mancebo hasta de veinte y cinco años; y á este Pizarro trataba
Cortés como á pariente. En aquel tiempo no habia fama del Perú ni se
nombraban Pizarros en esta tierra; é con cuatro soldados mineros fué, y
llevó de plazo otros cuarenta dias para ir é volver, porque habia desde
Méjico obra de ochenta leguas, é con cuatro principales mejicanos.
Ya partidos para ver las minas, como dicho tengo, volvamos á decir
cómo le dió el gran Montezuma á nuestro capitan en un paño de nequen
pintados y señalados muy al natural todos los rios é ancones que habia
en la costa del Norte Pánuco hasta Tabasco, que son obra de ciento
cuarenta leguas, y en ellos venia señalado el rio de Guazacualco; é
como ya sabiamos todos los puertos y ancones que señalaban en el paño
que le dió el Montezuma, de cuando veniamos á descubrir con Grijalva,
excepto el rio de Guazacualco, que dijeron que era muy poderoso y
hondo, acordó Cortés de enviar á ver qué era, y para hondar el puerto y
la entrada.
Y como uno de nuestros capitanes, que se decia Diego de Ordás, otras
veces por mí nombrado, era hombre muy entendido y bien esforzado, dijo
al capitan que él queria ir á ver aquel rio y qué tierras habia y
qué manera de gente era, y que le diese hombres é indios principales
que fuesen con él; y Cortés lo rehusaba, porque era hombre de buenos
consejos y queria tenello en su compañía, y por no le descomplacer le
dió licencia para que fuese; y el Montezuma le dijo al Ordás que en lo
de Guazacualco no llegaba su señorío, é que eran muy esforzados, é que
parase á ver lo que hacia, y que si algo le aconteciese no le cargasen
ni culpasen á él; y que ántes de llegar á aquella provincia toparia
con sus guarniciones de gente de guerra, que tenia en frontera, y que
si los hubiese menester, que los llevase consigo; y dijo otros muchos
cumplimientos. Y Cortés y el Diego de Ordás le dieron las gracias; é
así, partió con dos de nuestros soldados y con otros principales que el
Montezuma les dió.
Aquí es donde dice el coronista Francisco Lopez de Gómora que iba Juan
Velazquez con cien soldados á poblar á Guazacualco, é que Pedro de
Ircio habia ido á poblar á Pánuco; é porque ya estoy harto de mirar
en lo que el coronista va fuera de lo que pasó, lo dejaré de decir, y
diré lo que cada uno de los capitanes que nuestro Cortés envió hizo, é
vinieron con muestras de oro.


CAPÍTULO CIII.
CÓMO VOLVIERON LOS CAPITANES QUE NUESTRO CAPITAN ENVIÓ Á VER LAS MINAS
É HONDAR EL PUERTO É RIO DE GUAZACUALCO.

El primero que volvió á la ciudad de Méjico á dar razon de á lo que
Cortés los envió, fué Gonzalo de Umbría y sus compañeros, y trajeron
obra de trescientos pesos en granos, que sacaron delante de los indios
de un pueblo que se dice Cacatula, que, segun contaba el Umbría, los
caciques de aquella provincia llevaron muchos indios á los rios, y con
unas como bateas chicas lavaban la tierra y cogian el oro, y era de
dos rios; y dijeron que si fuesen buenos mineros y la lavasen como en
la isla de Santo Domingo ó como en la isla de Cuba, que serian ricas
minas; y asimismo trujeron consigo los principales que envió aquella
provincia, y trajeron un presente de oro hecho en joyas, que valdria
ducientos pesos, é á darse é ofrecerse por servidores de su majestad;
y Cortés se holgó tanto con el oro como si fueran treinta mil pesos,
en saber cierto que habia buenas minas; é á los caciques que trajeron
el presente les mostró mucho amor y les mandó dar cuentas verdes
de Castilla, y con buenas palabras se volvieron á sus tierras muy
contentos.
Y decia el Umbría que no muy léjos de Méjico habia grandes poblaciones
y otra provincia que se decia Matalcingo; y á lo que sentimos y
vimos, el Umbría y sus compañeros vinieron ricos con mucho oro y bien
aprovechados; que á este efecto le envió Cortés, para hacer buen amigo
dél por lo pasado que dicho tengo, que le mandó cortar los piés.
Dejémosle, pues volvió con buen recaudo, y volvamos al capitan Diego
de Ordás, que fué á ver el rio de Guazacualco, que es sobre ciento y
veinte leguas de Méjico, y dijo que pasó por muy grandes pueblos,
que allí los nombró, é que todos le hacian honra; é que en el camino
de Guazacualco topó á las guarniciones de Montezuma que estaban en
frontera, é que todas aquellas comarcas se quejaban dellos, así de
robos que les hacian, y les tomaban sus mujeres y les demandaban otros
tributos; y el Ordás, con los principales mejicanos que llevaba,
reprendió á los capitanes de Montezuma que tenian cargo de aquellas
gentes, y le amenazaron que si más robaban, que se lo haria saber á
su señor Montezuma, y que enviaria por ellos y los castigaria, como
hizo á Quetzalpopoca y sus compañeros porque habian robado los pueblos
de nuestros amigos; y con estas palabras les metió temor; é luego
fué camino de Guazacualco, y no llevó más de un principal mejicano;
y cuando el cacique de aquella provincia, que se decia Tochel, supo
que iba, envió sus principales á le recebir, y le mostraron mucha
voluntad, porque aquellos de aquella provincia y todos tenian relacion
y noticia de nuestras personas, de cuando venimos á descubrir con Juan
de Grijalva, segun largamente lo he escrito en el capítulo pasado
que dello habla; y volvamos ahora á decir que, como los caciques de
Guazacualco entendieron á lo que iba, luego le dieron muchas grandes
canoas, y el mismo cacique Tochel, y con él otros muchos principales
hondaron la boca del rio, é hallaron tres brazas largas, sin la de
caida, en lo más bajo; y entrados en el rio un poco arriba, podian
nadar grandes navíos, é miéntras más arriba más hondo.
Y junto á un pueblo que en aquella sazon estaba poblado de indios
pueden estar carracas; y como el Ordás lo hubo ahondado y se vino
con los caciques al pueblo, le dieron ciertas joyas de oro y una
india hermosa, y se ofrecieron por servidores de su majestad, y se le
quejaron de Montezuma y de su guarnicion de gente de guerra, y que
habia poco tiempo que tuvieron una batalla con ellos, y que cerca de un
pueblo de pocas casas mataron los de aquella provincia á los mejicanos
muchas de sus gentes, y por aquella causa llaman hoy en dia, donde
aquella guerra pasó, Cuilonemiqui, que en su lengua quiere decir donde
mataron los putos mejicanos; y el Ordás les dió muchas gracias por la
honra que habia recebido, y les dió ciertas cuentas de Castilla que
llevaba para aquel efecto, y se volvió á Méjico, y fué alegremente
recebido de Cortés y de todos nosotros; y decia que era buena tierra
para ganados y granjerías, y el puerto á pique para las islas de Cuba y
de Santo Domingo y de Jamáica, excepto que era léjos de Méjico y habia
grandes ciénagas. Y á esta causa nunca tuvimos confianza del puerto
para el descargo y trato de Méjico.
Dejemos al Ordás, y digamos del capitan Pizarro y sus compañeros, que
fueron en lo de Tustepeque á buscar oro y ver las minas, que volvió el
Pizarro con un soldado solo á dar cuenta á Cortés, y trujeron sobre
mil pesos de granos de oro sacado de las minas, y dijeron que en la
provincia de Tustepeque y Malinaltepeque y otros pueblos comarcanos fué
á los rios con mucha gente que le dieron, y cogieron la tercia parte
del oro que allí traian, y que fueron en las sierras más arriba á otra
provincia que se dice los chinantecas, y como llegaron á su tierra,
que salieron muchos indios con armas, que son unas lanzas mayores que
las nuestras, y arcos y flechas y pavesinas, y dijeron que ni un indio
mejicano no les entrase en su tierra; si no, que los matarian, y que
los teules que vayan mucho en buen hora; y así fueron, y se quedaron
los mejicanos, que no pasaron adelante; y cuando los caciques de
Chinanta entendieron á lo que iban, juntaron copia de sus gentes para
lavar oro, y le llevaron á unos rios, donde cogieron el demás oro que
venia por su parte en granos crespillos, porque dijeron los mineros
que aquello era de más duraderas minas, como de nacimiento; y tambien
trujo el capitan Pizarro dos caciques de aquella tierra, que vinieron
á ofrecerse por vasallos de su Majestad y tener nuestra amistad, y
aun trujeron un presente de oro; y todos aquellos caciques á una
decian mucho mal de los mejicanos, que eran tan aburridos de aquellas
provincias por los robos que les hacian, que no podian ver, ni aun
mentar sus nombres.
Cortés recibió bien al Pizarro y á los principales que traia, y tomó
el presente que le dieron, y porque há muchos años ya pasados, no
me acuerdo qué tanto era; y se ofreció con buenas palabras que les
ayudaria y seria su amigo de los chinantecas, y les mandó que fuesen á
su provincia; y porque no recibiesen algunas molestias en el camino,
mandó á dos principales mejicanos que los pusiesen en sus tierras, y
que no se quitasen dellos hasta que estuviesen en salvo, y fueron muy
contentos.
Volvamos á nuestra plática: que preguntó Cortés por los demás soldados
que habia llevado el Pizarro en su compañía, que se decian Barrientos y
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