Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 23

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la Nueva-España, temieron, y los pueblos de la costa adonde mataron
nuestros soldados volvieron á servir muy bien á los vecinos que
quedaban en la Villa-Rica.
É han de considerar los curiosos que esto leyeren tan grandes hechos:
que entónces hicimos dar con los navíos al través; lo otro osar entrar
en tan fuerte ciudad, teniendo tantos avisos que allí nos habian de
matar cuando dentro nos tuviesen; lo otro tener tanta osadía de osar
prender al gran Montezuma, que era Rey de aquella tierra, dentro en
su gran ciudad y en sus mismos palacios, teniendo tan gran número de
guerreros de su guarda; y lo otro osar quemar sus capitanes delante de
sus palacios y echalle grillos entretanto que se hacia la justicia,
que muchas veces ahora que soy viejo, me paro á considerar las cosas
heróicas que en aquel tiempo pasamos, que me parece las veo presentes.
Y digo que nuestros hechos que no los haciamos nosotros, sino que
venian todos encaminados por Dios; porque, ¿qué hombres ha habido en el
mundo que osasen entrar cuatrocientos y cincuenta soldados, y aun no
llegábamos á ellos, en una fuerte ciudad como Méjico, que es mayor que
Venecia, estando tan apartados de nuestra Castilla sobre más de mil y
quinientas leguas y prender á un tan gran señor y hacer justicia de sus
capitanes delante dél? Porque hay mucho que ponderar en ello, y no así
secamente como yo lo digo.
Pasaré adelante, y diré cómo Cortés despachó luego otro capitan que
estuviese en la Villa-Rica como estaba el Juan Escalante que mataron.


CAPÍTULO XCVI.
CÓMO NUESTRO CORTÉS ENVIÓ Á LA VILLA-RICA POR TENIENTE Y CAPITAN Á UN
HIDALGO QUE SE DECIA ALONSO DE GRADO, EN LUGAR DEL ALGUACIL MAYOR JUAN
DE ESCALANTE, Y EL ALGUACILAZGO MAYOR SE LE DIÓ Á GONZALO DE SANDOVAL,
Y DESDE ENTÓNCES FUÉ ALGUACIL MAYOR; Y LO QUE DESPUES PASÓ DIRÉ
ADELANTE.

Despues de hecha justicia de Quetzalpopoca y sus capitanes, é sosegado
el gran Montezuma, acordó de enviar nuestro capitan á la Villa-Rica por
teniente della á un soldado que se decia Alonso de Grado, porque era
hombre muy entendido y de buena plática y presencia, y músico é gran
escribano.
Este Alonso de Grado era uno de los que siempre fué contrario de
nuestro capitan Cortés porque no fuésemos á Méjico y nos volviésemos á
la Villa-Rica, cuando hubo en lo de Tlascala ciertos corrillos, ya por
mí dichos en el capítulo que dello habla; y el Alonso de Grado era el
que lo mullia y hablaba; y si como era hombre de buenas gracias fuera
hombre de guerra, bien le ayudara todo junto; esto digo porque cuando
nuestro Cortés le dió el cargo, como conocia su condicion, que no era
hombre de afrenta, y Cortés era gracioso en lo que decia, le dijo: «He
aquí, señor Alonso de Grado, vuestros deseos cumplidos, que ireis ahora
á la Villa-Rica, como lo deseábades, y entendereis en la fortaleza;
y mirad no vais á ninguna entrada, como hizo Juan de Escalante, y
os maten;» y cuando se lo estaba diciendo guiñaba el ojo porque lo
viésemos los soldados que allí nos hallábamos y sintiésemos á qué fin
lo decia; porque sabia dél que aunque se lo mandara con pena no fuera.
Pues dadas las provisiones é instrucciones de lo que habia de hacer, el
Alonso de Grado le suplicó á Cortés que le hiciese merced de la vara
de alguacil mayor, como la tenia el Juan de Escalante que mataron los
indios, y le dijo que ya la habia dado á Gonzalo de Sandoval, y que
para él, no le faltaria, el tiempo andando, otro oficio muy honroso,
y que se fuese con Dios: y le encargó que mirase por los vecinos é
los honrase, y á los indios amigos no se les hiciese ningun agravio
ni se les tomase cosa por fuerza, y que dos herreros que en aquella
villa quedaban, y les habia enviado á decir y mandar que luego hiciesen
dos cadenas gruesas del hierro y anclas que sacaron de los navíos que
dimos al través, que con brevedad las enviase, y que diese priesa á la
fortaleza que se acabase de enmaderar y cubrir de teja.
Y como el Alonso de Grado llegó á la villa, mostró mucha gravedad con
los vecinos, y queríase hacer servir dellos como gran señor, é á los
pueblos que estaban de paz, que fueron más de treinta, los enviaba á
demandar joyas de oro é indias hermosas: y en la fortaleza no se le
daba nada de entender en ella, y en lo que gastaba el tiempo era en
bien comer y en jugar; y sobre todo esto, que fué peor que lo pasado,
secretamente convocaba á sus amigos é á los que no lo eran para que
si viniese á aquella tierra Diego Velazquez de Cuba ó cualquier su
capitan, de dalle la tierra é hacerse con él; todo lo cual muy en posta
se lo hicieron saber por cartas á Cortés á Méjico; y como lo supo, hubo
enojo consigo mismo por haber enviado á Alonso de Grado conociéndole
sus malas entrañas é condicion dañada; y como Cortés tenia siempre en
el pensamiento que Diego Velazquez, gobernador de Cuba, por una parte
ó por otra habia de alcanzar á saber cómo habiamos enviado á nuestros
procuradores á su majestad, é que no le acudiriamos á cosa ninguna, é
que por ventura enviaria armada y capitanes contra nosotros, parecióle
que seria bien poner hombre de quien fiar el puerto é la villa, y
envió á Gonzalo de Sandoval, que era alguacil mayor por muerte de
Juan de Escalante, y llevó en su compañía á Pedro de Ircio, aquel de
quien cuenta el coronista Gómora que iba á poblar á Pánuco: y entónces
el Pedro de Ircio fué á la villa, y tomó tanta amistad Gonzalo de
Sandoval con él, porque el Pedro de Ircio, como habia sido mozo de
espuelas en la casa del conde de Ureña y de don Pedro Giron, siempre
contaba lo que les habia acontecido; y como el Gonzalo de Sandoval era
de buena voluntad y no nada malicioso, y le contaba aquellos cuentos,
tomó amistad con él, como dicho tengo, y siempre le hizo subir hasta
ser capitan; y si en este tiempo de ahora fuera, algunas palabras
mal dichas que no eran de decir decia el Pedro de Ircio en lugar
de gracias, que se las reprendia harto Gonzalo de Sandoval, que le
castigaran por ellas en muchos tribunales.
Dejemos de contar vidas agenas, y volvamos á Gonzalo de Sandoval, que
llegó á la Villa-Rica, y luego envió preso á Méjico con indios que lo
guardasen á Alonso de Grado, porque así se lo mandó Cortés; y todos los
vecinos querian mucho á Gonzalo de Sandoval, porque á los que halló que
estaban enfermos los proveyó de comida lo mejor que podia y les mostró
mucho amor, y á los pueblos de paz tenia en mucha justicia y los
favorecia en todo lo que se les ofrecia, y en la fortaleza comenzó á
enmaderar y tejar, y hacia todas las cosas como conviene hacer todo lo
que los buenos capitanes son obligados; y fué harto provechoso á Cortés
y á todos nosotros, como adelante verán en su tiempo é sazon.
Dejemos á Sandoval en la Villa-Rica, y volvamos á Alonso de Grado, que
llegó preso á Méjico, y queria ir á hablar á Cortés, y no le consintió
que pareciese delante dél, ántes le mandó echar preso en un cepo de
madera que entónces hicieron nuevamente. Acuérdome que olia la madera
de aquel cepo como á sabor de ajos y cebollas, y estuvo preso dos dias.
Y como el Alonso de Grado era muy plático y hombre de muchos medios,
hizo grandes ofrecimientos á Cortés que le seria muy servidor, y luego
le soltó; y aun desde allí adelante vi que siempre privaba con Cortés,
mas no para que le diese cargos de cosas de guerra, sino conforme á su
condicion; y aun el tiempo andando le dió la contaduría que solia tener
Alonso de Ávila, porque en aquel tiempo envió al mismo Alonso de Ávila
á la isla de Santo Domingo por procurador, segun adelante diré en su
coyuntura.
No quiero dejar de traer aquí á la memoria cómo cuando Cortés envió á
Gonzalo de Sandoval á la Villa-Rica por teniente y capitan y alguacil
mayor, le mandó que así como llegase le enviase dos herreros con todos
sus aderezos de fuelles y herramientas, y mucho hierro de lo de los
navíos que dimos al través, y las dos cadenas grandes de hierro, que
estaban ya hechas, y que enviase velas y jarcias y pez y estopa y
una aguja de marear, y todo otro cualquier aparejo para hacer dos
bergantines para andar en la laguna de Méjico; lo cual luego se lo
envió el Sandoval muy cumplidamente, segun y de la manera que lo mandó.


CAPÍTULO XCVII.
CÓMO ESTANDO EL GRAN MONTEZUMA PRESO, SIEMPRE CORTÉS Y TODOS NUESTROS
SOLDADOS LE FESTEJÁBAMOS Y REGOCIJÁBAMOS, Y AUN SE LE DIÓ LICENCIA PARA
IR Á SUS CUES.

Como nuestro capitan en todo era muy diligente, y vió que el Montezuma
estaba preso, y por temor no se congojase con estar encerrado y
detenido, procuraba cada dia, despues de haber rezado, que entónces no
teniamos vino para decir Misa, de irle á tener á palacio, é iban con él
cuatro capitanes, especialmente Pedro de Albarado y Juan Velazquez de
Leon y Diego de Ordás, y preguntaban al Montezuma con mucha cortesía, y
que mirase lo que mandaba, que todo se haria, y que no tuviese congoja
de su prision; y le respondia que ántes se holgaba de estar preso, y
esto que nuestros dioses nos daban poder para ello, ó su Huichilóbos lo
permitia; y de plática en plática le dieron á entender por medio del
fraile más por extenso las cosas de nuestra santa fe y el gran poder
del Emperador nuestro señor; y aun algunas veces jugaba el Montezuma
con Cortés al totoloque, que es un juego que ellos así le llaman, con
unos bodoquillos chicos muy lisos que tenian hechos de oro para aquel
juego, y tiraban con aquellos bodoquillos algo léjos á unos tejuelos
que tambien eran de oro, é á cinco Reyes ganaban ó perdian ciertas
piezas é joyas ricas que ponian.
Acuérdome que tanteaba á Cortés Pedro de Albarado, é al gran Montezuma
un sobrino suyo, gran señor; y el Pedro de Albarado siempre tanteaba
una raya de más de las que habia Cortés, y el Montezuma, como lo vió,
decia con gracia y risa que no queria que le tantease á Cortés el
Tonatio, que así llamaban al Pedro de Albarado; porque hacia mucho
ixoxol en lo que tanteaba, que quiere decir en su lengua que mentia,
que echaba siempre una raya de más; y Cortés y todos nosotros los
soldados que aquella sazon haciamos guarda no podiamos estar de risa
por lo que dijo el gran Montezuma.
Dirán agora que por qué nos reimos de aquella palabra. É porque el
Pedro de Albarado, puesto que era de gentil cuerpo y buena manera, era
vicioso en el hablar demasiado, y como le conocimos su condicion, por
esto nos reimos tanto.
É volvamos al juego: y si ganaba Cortés, daba las joyas á aquellos
sus sobrinos y privados del Montezuma que le servian; y si ganaba
Montezuma, nos lo repartia á los soldados que le haciamos guarda; y aun
no contento por lo que nos daba del juego, no dejaba cada dia de darnos
presentes de oro y ropa, así á nosotros como al capitan de la guarda,
que entónces era Juan Velazquez de Leon, y en todo se mostraba Juan
Velazquez, grande amigo é servidor de Montezuma.
Tambien me acuerdo que era de la vela un soldado muy alto de cuerpo
y bien dispuesto y de muy grandes fuerzas, que se decia Fulano de
Trujillo, y era hombre de la mar, y cuando le cabia el cuarto de la
noche de la vela, era tan mal mirado, que hablando aquí con acato de
los señores leyentes, hacia cosas deshonestas, que lo oyó el Montezuma;
é como era un Rey destas tierras y tan valeroso, túvolo á mala crianza
y desacato, que en parte que él oyese se hiciese tal cosa, sin tener
respeto á su persona; y preguntó á su paje Orteguilla que quién era
aquel mal criado é sucio, é dijo que era hombre que solia andar en
la mar é que no sabe de policía é buena crianza, y tambien le dió á
entender de la calidad de cada uno de los soldados que allí estábamos,
cuál era caballero y cuál no, y le decia á la contina muchas cosas que
el Montezuma deseaba saber.
Y volvamos á nuestro soldado Trujillo, que desque fué de dia Montezuma
lo mandó llamar, y le dijo que por qué era de aquella condicion, que
sin tener miramiento á su persona, no tenia aquel acato debido; que le
rogaba que otra vez no lo hiciese y mandóle dar una joya de oro que
pesaba cinco pesos: y al Trujillo no se le dió nada por lo que dijo, y
otra noche adrede tiró otro traque, creyendo que le daria otra cosa;
y el Montezuma lo hizo saber á Juan Velazquez, capitan de la guarda,
y mandó luego el capitan quitar á Trujillo que no velase más, y con
palabras ásperas le respondieron.
Tambien acaeció que otro soldado que se decia Pedro Lopez, gran
ballestero, y era hombre que no se le entendia mucho, y era bien
dispuesto y velaba al Montezuma, y sobre si era hora de tomar el cuarto
uno tuvo palabras con un cuadrillero, y dijo:
—«Oh pesia tal con este perro, que por velalle á la continua estoy muy
malo del estómago, para me morir;»
Y el Montezuma oyó aquella palabra y pesóle en el alma, y cuando vino
Cortés á tenelle palacio lo alcanzó á saber, y tomó tanto enojo de
ello, que al Pedro Lopez, con ser muy buen soldado, le mandó azotar
dentro en nuestros aposentos; y desde allí adelante todos los soldados
á quien cabia la vela, con mucho silencio y crianza estaban velando,
puesto que no habia menester mandarlo á mí ni á otros soldados de
nosotros que le velábamos, sobre este buen comedimiento que con aqueste
gran cacique habiamos de tener; y él bien conocia á todos, y sabia
nuestros nombres y aun calidades; y era tan bueno, que á todos nos daba
joyas, á otros mantas é indias hermosas.
Y como en aquel tiempo era yo mancebo, y siempre que estaba en su
guarda ó pasaba delante dél con muy grande acato le quitaba mi bonete
de armas, y aun le habia dicho el paje Orteguilla que vine dos veces á
descubrir esta Nueva-España primero que Cortés, é yo le habia hablado
al Orteguilla que le queria demandar á Montezuma que me hiciese merced
de una india hermosa; y como lo supo el Montezuma, me mandó llamar y me
dijo:
—«Bernal Diez del Castillo, hánme dicho que teneis motolínea de oro y
ropa; yo os mandaré dar hoy una buena moza; tratadla muy bien, que es
hija de hombre principal; y tambien os darán oro y mantas.»
Yo le respondí con mucho acato que le besaba las manos por tan gran
merced y que Dios nuestro Señor le prosperase; y parece ser preguntó al
paje que qué habia respondido, y le declaró la respuesta; y díjole el
Montezuma:
—«De noble condicion me parece Bernal Diez;» porque á todos nos sabia
los nombres, como tengo dicho; é me mandó dar tres tejuelos de oro é
dos cargas de mantas.
Dejemos de hablar de esto, y digamos cómo por la mañana, cuando hacia
sus oraciones y sacrificios á los ídolos, almorzaba poca cosa, é no era
carne, sino ají, y estaba ocupado una hora en oir pleitos de muchas
partes, de caciques que á él venian de léjas tierras.
Ya he dicho otra vez en el capítulo que de ello habla, de la manera
que entraban á negociar y el acato que le tenian, y cómo siempre
estaban en su compañía en aquel tiempo para despachar negocios veinte
hombres ancianos, que eran jueces; y porque está ya referido, no lo
torno á referir: y entónces alcanzamos á saber que las muchas mujeres
que tenia por amigas, casaba dellas con sus capitanes ó personas
principales muy privados, y aun dellas dió á nuestros soldados, y la
que me dió á mí era una señora dellas, y bien se pareció en ella, que
se dijo doña Francisca; y así se pasaba la vida, unas veces riendo y
otras veces pensando en su prision.
Quiero aquí decir, puesto que no vaya á propósito de nuestra relacion,
porque me lo han preguntado algunas personas curiosas, que cómo, porque
solamente el soldado por mí nombrado llamó perro al Montezuma, aun no
en su presencia, le mandó Cortés azotar, siendo tan pocos soldados como
éramos, y que los indios tuviesen noticia dello.
Á esto digo que en aquel tiempo todos nosotros, y aun el mismo Cortés,
cuando pasábamos delante del gran Montezuma le haciamos reverencia con
los bonetes de armas, que siempre traimos quitados, y él era tan bueno
y tan bien mirado, que á todos nos hacia mucha honra; que, demás de ser
Rey desta Nueva-España, su persona y condicion lo merecia.
Y demás de todo esto, si bien se considera la cosa en que estaban
nuestras vidas, sino en solamente mandar á sus vasallos le sacasen
de la prision y darnos luego guerra, que en ver su presencia y real
franqueza lo hicieran.
Y como viamos que tenia á la contina consigo muchos señores que le
acompañaban, y venian de léjas tierras otros muchos más señores, y el
gran palacio que le hacian y el gran número de gente que á la contina
daba de comer y beber, ni más ni ménos que cuando estaba sin prision;
todo esto considerándolo Cortés, hubo mucho enojo de cuando lo supo que
tal palabra le dijese, y como estaba airado dello, de repente le mandó
castigar como dicho tengo; y fué bien empleado en él.
Pasemos adelante y digamos que en aquel instante llegaron de la
Villa-Rica indios cargados con las cadenas de hierro gruesas que Cortés
habia mandado hacer á los herreros. Tambien trujeron todas las cosas
pertenecientes para los bergantines, como dicho tengo; y así como fué
traido se lo hizo saber al gran Montezuma.
Y dejallo hé aquí, y diré lo que sobre ello pasó.


CAPÍTULO XCVIII.
CÓMO CORTÉS MANDÓ HACER DOS BERGANTINES DE MUCHO SOSTÉN É VELEROS PARA
ANDAR EN LA LAGUNA, Y CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO Á CORTÉS QUE LE DIESE
LICENCIA PARA IR Á HACER ORACION Á SUS TEMPLOS, Y LO QUE CORTÉS LE
DIJO, Y CÓMO LE DIÓ LICENCIA.

Pues como hubo llegado el aderezo necesario para hacer los bergantines,
luego Cortés se lo fué á decir y á hacer saber al Montezuma, que
queria hacer dos navíos chicos para se andar holgando en la laguna;
que mandase á sus carpinteros que fuesen á cortar la madera, y que
irian con ellos nuestros maestros de hacer navíos, que se decian
Martin Lopez y un Alonso Nuñez; y como la madera de roble está obra de
cuatro leguas de allí, de presto fué traida y dado el galivo della; y
como habia muchos carpinteros de los indios, fueron de presto hechos
y calafeteados y breados, y puestas sus jarcias y velas á su tamaño y
medida, y una tolda á cada uno; y salieron tan buenos y veleros como si
estuvieran un mes en tomar los galivos, porque el Martin Lopez era muy
extremado maestro, y este fué el que hizo los trece bergantines para
ayudar á ganar á Méjico, como adelante diré, é fué un buen soldado para
la guerra.
Dejemos aparte esto, é diré cómo el Montezuma dijo á Cortés que queria
salir é ir á sus templos á hacer sacrificios é cumplir sus devociones,
así para lo que á sus dioses era obligado como para que lo conozcan sus
capitanes é principales, especial ciertos sobrinos suyos que cada dia
le vienen á decir le quieren soltar y darnos guerra, y que él les da
por respuesta que él se huelga de estar con nosotros; porque crean que
es como se lo han dicho, porque así se lo mandó su dios Huichilóbos,
como ya otra vez se lo ha hecho creer.
Y cuanto á la licencia que le demandaba, Cortés le dijo que mirase
que no hiciese cosa con que perdiese la vida, y que para ver si
habia algun descomedimiento, ó mandaba á sus capitanes ó papas que le
soltasen ó nos diesen guerra, que para aquel efecto enviaba capitanes
é soldados para que luego le matasen á estocadas en sintiendo alguna
novedad de su persona, y que vaya mucho en buen hora, y que no
sacrificase ningunas personas, que era gran pecado contra nuestro
Dios verdadero, que es el que le hemos predicado, y que allí estaban
nuestros altares é la imágen de nuestra Señora, ante quien podria hacer
oracion sin ir á su templo.
Y el Montezuma dijo que no sacrificaria ánima ninguna, é fué en sus
muy ricas andas acompañado de grandes caciques con gran pompa, como
solia, y llevaba delante sus insignias que era como vara ó baston, que
era la señal que iba allí su persona Real, como hacen á los visoreyes
desta Nueva-España; é con él iban para guardalle cuatro de nuestros
capitanes, que se decian Juan Velazquez de Leon y Pedro de Albarado é
Alonso de Ávila y Francisco de Lugo, con ciento y cincuenta soldados,
é tambien iban con nosotros el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la
órden de la Merced, para le retraer el sacrificio si le hiciese de
hombres; é yendo como íbamos al cu de Huichilóbos, ya que llegábamos
cerca del maldito templo mandó que le sacasen de las andas, é fué
arrimado á hombros de sus sobrinos y de otros caciques hasta que llegó
al templo.
Ya he dicho otras veces que por las calles por donde iba su persona
todos los principales habian de llevar los ojos puestos en el suelo y
no le miraban á la cara; y llegado á las gradas del adoratorio, estaban
muchos papas aguardando para le ayudar á subir de los brazos, é ya le
tenian sacrificados desde la noche anterior cuatro indios; y por más
que nuestro capitan le decia, y se lo retraia el padre fray Bartolomé
de Olmedo, de la órden de la Merced, no aprovechaba cosa ninguna, sino
que habia de matar hombres y muchachos para sacrificar; y no podiamos
en aquella sazon hacer otra cosa sino disimular con él porque estaba
muy revuelto Méjico y otras grandes ciudades con los sobrinos de
Montezuma, como adelante diré; y cuando hubo hecho sus sacrificios,
porque no tardó mucho en hacellos, nos volvimos con él á nuestros
aposentos; y estaba muy alegre, y á los soldados que con él fuimos
luego nos hizo merced de joyas de oro.
Dejémoslo aquí, y diré lo que más pasó.


CAPÍTULO XCIX.
CÓMO ECHAMOS LOS DOS BERGANTINES AL AGUA, Y CÓMO EL GRAN MONTEZUMA
DIJO QUE QUERIA IR Á CAZA, Y FUÉ EN LOS BERGANTINES HASTA UN PEÑOL
DONDE HABIA MUCHOS VENADOS Y CAZA; QUE NO ENTRABA EN EL ALCÁZAR PERSONA
NINGUNA, CON GRAVE PENA.

Como los dos bergantines fueron acabados de hacer y echados al agua,
y puestos y aderezados con sus jarcias y mástiles, con sus banderas
reales é imperiales, y apercebidos hombres de la mar para los marear,
fueron en ellos al remo y vela, y eran muy buenos veleros.
Y como Montezuma lo supo, dijo á Cortés que queria ir á caza en la
laguna á un peñol que estaba acotado, que no osaban entrar en él á
montear por muy principales que fuesen, so pena de muerte; y Cortés
le dijo que fuese mucho en buen hora, y que mirase lo que de ántes
le habia dicho cuando fué á sus ídolos, que no era más su vida de
revolver alguna cosa, y que en aquellos bergantines iria, que era mejor
navegacion ir en ellos que en sus canoas y piraguas, por grandes que
sean; y el Montezuma se holgó de ir en el bergantin más velero, y metió
consigo muchos señores y principales, y el otro bergantin fué lleno de
caciques y un hijo de Montezuma, y apercebió sus monteros que fuesen en
canoas y piraguas.
Cortés mandó á Juan Velazquez de Leon, que era capitan de la guarda,
y á Pedro de Albarado y á Cristóbal de Olí fuesen con él, y Alonso de
Ávila con ducientos soldados, que llevasen gran advertencia del cargo
que les daba, y mirasen por el gran Montezuma; y como todos estos
capitanes que he nombrado eran de sangre en el ojo, metieron todos los
soldados que he dicho, y cuatro tiros de bronce con toda la pólvora que
habia, con nuestros artilleros, que se decian Mesa y Arvenga, y se hizo
un toldo muy emparamentado, segun el tiempo; y allí entró Montezuma
con sus principales; y como en aquella sazon hizo el viento muy fresco,
y los marineros se holgaban de contentar y agradar al Montezuma,
mareaban las velas de arte que iban volando, y las canoas, en que iban
sus monteros y principales quedaban atrás, por muchos remeros que
llevaban.
Holgábase el Montezuma y decia que eran gran maestria la de las velas y
remos todo junto; y llegó al peñol, que no era muy léjos, y mató toda
la caza que quiso de venados y liebres y conejos, y volvió muy contento
á la ciudad.
Y cuando llegábamos cerca de Méjico mandó Pedro de Albarado y Juan
Velazquez de Leon y los demás capitanes que disparasen el artillería,
de que se holgó mucho Montezuma, que, como le viamos tan franco y
bueno, le teniamos en el acato que se tienen los Reyes destas partes, y
él nos hacia lo mismo.
Si hubiese de contar las cosas y condicion que él tenia de gran señor,
y el acato y servicio que todos los señores de la Nueva-España y de
otras provincias le hacian, es para nunca acabar, porque cosa ninguna
que mandaba que le trujesen, aunque fuese volando, que luego no le
era traido; y esto dígolo porque un dia estábamos tres de nuestros
capitanes y ciertos soldados con el gran Montezuma, y acaso abatióse
un gavilan en unas salas como corredores por una codorniz; que cerca
de las casas y palacios donde estaba el Montezuma preso estaban unas
palomas y codornices mansas, porque por grandeza las tenia allí para
criar el indio mayordomo que tenia cargo de barrer los aposentos; y
como el gavilan se abatió y llevó presa, viéronlo nuestros capitanes, y
dijo uno dellos, que se decia Francisco de Acevedo el Pulido, que fué
maestresala del almirante de Castilla:
—«¡Oh qué lindo gavilan, y qué presa hizo, y tan buen vuelo tiene!»
Y respondimos los demás soldados que era muy bueno, y que habia en
estas tierras muchas buenas aves de caza de volatería; y el Montezuma
estuvo mirando en lo que hablábamos, y preguntó á su paje Orteguilla
sobre la plática, y le respondió que deciamos aquellos capitanes que
el gavilan que entró á cazar era muy bueno, é que si tuviésemos otro
como aquel que le mostrarian á venir á la mano, y que en el campo le
echarian á cualquier ave, aunque fuese algo grande, y la mataria.
Entónces dijo el Montezuma:
—«Pues yo mandaré agora que tomen aquel mismo gavilan, y veremos si le
amansan y cazan con él.»
Todos nosotros los que allí nos hallamos le quitamos las gorras de
armas por la merced; y luego mandó llamar sus cazadores de volatería,
y les dijo que le trujesen el mismo gavilan; y tal maña se dieron en
le tomar, que á horas del Ave-María vienen con el mismo gavilan, y le
dieron á Francisco de Acevedo, y le mostró al señuelo; y porque luego
se nos ofrecieron cosas en que iba más que la caza, se dejará aquí de
hablar en ello.
Y helo dicho porque era tan grande Príncipe, que no solamente le
traian tributos de todas las más partes de la Nueva-España, y señoreaba
tantas tierras, y en todas bien obedecido, que aun estando preso, sus
vasallos temblaban dél, que hasta las aves que vuelan por el aire hacia
tomar.
Dejemos esto aparte, y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de cuando
en cuando su rueda. En aqueste tiempo tenian convocado entre los
sobrinos y deudos del gran Montezuma á otros muchos caciques y á toda
la tierra para darnos guerra y soltar al Montezuma, y alzarse algunos
dellos por Reyes de Méjico; lo cual diré adelante.


CAPÍTULO C.
CÓMO LOS SOBRINOS DEL GRANDE MONTEZUMA ANDABAN CONVOCANDO É TRAYENDO Á
SÍ LAS VOLUNTADES DE OTROS SEÑORES PARA VENIR Á MÉJICO Y SACAR DE LA
PRISION AL GRAN MONTEZUMA Y ECHARNOS DE LA CIUDAD.

Como el Cacamatzin, señor de la ciudad de Tezcuco, que despues de
Méjico era la mayor y más principal ciudad que hay en la Nueva-España,
entendió que habia muchos dias que estaba preso su tio Montezuma, é
que en todo lo que nosotros podiamos nos íbamos señoreando, y aun
alcanzó á saber que habiamos abierto la casa donde estaba el gran
tesoro de su abuelo Axayaca, y que no habiamos tomado cosa ninguna
dello; é ántes que lo tomásemos acordó de convocar á todos los señores
de Tezcuco, sus vasallos, é al señor de Cuyoacan, que era su primo, y
sobrino del Montezuma, é al señor de Tacuba é al señor de Iztapalapa,
é á otro cacique muy grande, señor de Matalcingo, que era pariente muy
cercano del Montezuma, y aun decian que le venia de derecho el reino y
señorio de Méjico, y este cacique era muy valiente por su persona entre
los indios; pues andando concertando con ellos y con otros señores
mejicanos que para tal dia viniesen con todos sus poderes y nos diesen
guerra, parece ser que el cacique que he dicho que era valiente por su
persona, que no le sé el nombre, dijo que si le daban á él el señorio
de Méjico, pues le venia de derecho, que él con toda su parentela, y de
una provincia que se dice Matalcingo, serian los primeros que vendrian
con sus armas á nos echar de Méjico, ó no quedaria ninguno de nosotros
á vida. Y el Cacamatzin parece ser respondió que á él le venia el
cacicazgo y él habia de ser Rey, pues era sobrino de Montezuma, y que
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