Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 05

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la Nueva-España, é Ortiz el músico, é un Gaspar Sanchez, sobrino del
tesorero de Cuba, é un Diego de Pineda ó Pinedo, y un Alonso Rodriguez,
que tenia unas minas ricas de oro, y un Bartolomé García y otros
hidalgos que no me acuerdo sus nombres, y todas personas de mucha valía.
Y desde la Trinidad escribió Cortés á la villa de Santispíritus,
que estaba de allí diez y ocho leguas, haciendo saber á todos los
vecinos cómo iba á aquel viaje á servir á su majestad, y con palabras
sabrosas é ofrecimientos para atraer á sí muchas personas de calidad
que estaban en aquella villa poblados, que se decian Alonso Hernandez
Puertocarrero, primo del conde de Medellin, y Gonzalo de Sandoval,
alguacil mayor é gobernador que fué ocho meses, y capitan que despues
fué en la Nueva-España, y á Juan Velazquez de Leon, pariente del
gobernador Velazquez, y Rodrigo Rangel y Gonzalo Lopez de Jimena y su
hermano Juan Lopez, y Juan Sedeño.
Este Juan Sedeño era vecino de aquella villa; y declárolo así porque
habia en nuestra armada otros dos Sedeños; y todos estos que he
nombrado, personas muy generosas, vinieron á la villa de la Trinidad,
donde Cortés estaba; y como lo supo que venian, los salió á recibir
con todos nosotros los soldados que estábamos en su compañía, y se
dispararon muchos tiros de artillería y les mostró mucho amor, y ellos
le tenian grande acato.
Digamos ahora cómo todas las personas que he nombrado, vecinos de
la Trinidad, tenian en sus estancias, donde hacian el pan cazabe, y
manadas de puercos cerca de aquella villa, y cada uno procuró de poner
el más bastimento que podia.
Pues estando desta manera recogiendo soldados y comprando caballos,
que en aquella sazon é tiempo no los habia, sino muy pocos y caros; y
como aquel hidalgo por mí ya nombrado, que se decia Alfonso Hernandez
Puertocarrero, no tenia caballo ni aun de qué comprallo, Cortés le
compró una yegua rucia y dió por ella unas lazadas de oro que traia en
la ropa de terciopelo que mandó hacer en Santiago de Cuba (como dicho
tengo); y en aquel instante vino un navío de la Habana á aquel puerto
de la Trinidad, que traia un Juan Sedeño, vecino de la misma Habana,
cargado de pan cazabe y tocinos que iba á vender á unas minas de oro
cerca de Santiago de Cuba; y como saltó en tierra el Juan Sedeño, fué
á besar las manos á Cortés, y despues de muchas pláticas que tuvieron,
le compró el navío y tocinos y cazabe fiado, y se fué el Juan de Sedeño
con nosotros.
Ya teniamos once navíos, y todo se nos hacia prósperamente, gracias
á Dios por ello; y estando de la manera que he dicho, envió Diego
Velazquez cartas y mandamientos para que detengan la armada á Cortés;
lo cual verán adelante lo que pasó.


CAPÍTULO XXII.
CÓMO EL GOBERNADOR DIEGO VELAZQUEZ ENVIÓ DOS CRIADOS SUYOS EN POSTA
Á LA VILLA DE LA TRINIDAD CON PODERES Y MANDAMIENTOS PARA REVOCAR Á
CORTÉS EL PODER DE SER CAPITAN Y TOMALLE LA ARMADA, Y LO QUE PASÓ DIRÉ
ADELANTE.

Quiero volver algo atrás de nuestra plática, para decir que como
salimos de Santiago de Cuba con todos los navíos de la manera que he
dicho, dijeron á Diego Velazquez tales palabras contra Cortés, que le
hicieron volver la hoja; porque le acusaban que ya iba alzado y que
salió del puerto como á cencerros tapados, y que le habian oido decir
que aunque pesase al Diego Velazquez habia de ser capitan, y que por
este efecto habia embarcado todos sus soldados en los navíos de noche,
para si le quitasen la capitanía por fuerza hacerse á la vela, y que
le habian engañado al Velazquez su secretario Andrés de Duero y el
contador Amador de Lares, y que por tratos que habia entre ellos y
entre Cortés, que le habian hecho dar aquella capitanía.
É quien más metió la mano en ello para convocar al Diego Velazquez que
le revocase luego el poder eran sus parientes Velazquez, y un viejo que
se decia Juan Millan, que le llamaban el Astrólogo; otros decian que
tenia ramos de locura é que era atronado, y este viejo decia muchas
veces al Diego Velazquez:
—«Mira, señor, que Cortés se vengará ahora de vos de cuando le
tuvistes preso, y como es mañoso, os ha de echar á perder si no lo
remediais presto.»
Á estas palabras y otras muchas que le decian dió oidos á ellas, y con
mucha brevedad envió dos mozos de espuelas, de quien se fiaba, con
mandamientos y provisiones para el alcalde mayor de la Trinidad, que se
decia Francisco Verdugo, el cual era cuñado del mismo gobernador; en
las cuales provisiones mandaba que en todo caso le detuviesen el armada
á Cortés, porque ya no era capitan, y le habian revocado poder y dado á
Vasco Porcallo.
Y tambien traian cartas para Diego de Ordás y para Francisco de Morla y
para todos los amigos y parientes del Diego Velazquez, para que en todo
caso le quitasen la armada.
Y como Cortés lo supo, habló secretamente al Ordás y á todos aquellos
soldados y vecinos de la Trinidad que le pareció á Cortés que serian
en favorecer las provisiones del gobernador Diego Velazquez, y tales
palabras y ofertas les dijo, que los trujo á su servicio; y aun el
mismo Diego de Ordás habló é invocó luego á Francisco Verdugo, que era
alcalde mayor, que no hablasen en el negocio, sino que lo disimulasen;
y púsole por delante que hasta allí no habia visto ninguna novedad en
Cortés, ántes se mostraba muy servidor del gobernador; é ya que en
algo se quisiesen poner por el Velazquez para quitarle la armada en
aquel tiempo, que Cortés tenia muchos hidalgos por amigos, y enemigos
del Diego Velazquez porque no les habia dado buenos indios; y demás
de los hidalgos sus amigos, tenia grande copia de soldados y estaba
muy pujante, y que seria meter zizaña en la villa, é que por ventura
los soldados le darian sacomano é le robarian é harian otro peor
desconcierto; y así, se quedó sin hacer bullicio; y el un mozo de
espuelas de los que traian las cartas y recaudos se fué con nosotros,
el cual se decia Pedro Laso, y con el otro mensajero escribió Cortés
muy mansa y amorosamente al Diego Velazquez que se maravillaba de su
merced de haber tomado aquel acuerdo, y que su deseo es servir á Dios y
á S. M., y á él en su Real nombre; y que le suplicaba que no oyese más
á aquellos señores sus deudos los Velazquez, ni por un viejo loco, como
era Juan Millan, se mudase.
Y tambien escribió á todos sus amigos, en especial al Duero y al
contador, sus compañeros: y despues de haber escrito, mandó entender á
todos los soldados en aderezar armas, y á los herreros que estaban en
aquella villa, que siempre hiciesen casquillos, y á los ballesteros que
desbastasen almacen para que tuviesen muchas saetas, y tambien atrujo y
convocó á los herreros que se fuesen con nosotros, y así lo hicieron; y
estuvimos en aquella villa doce dias, donde lo dejaré, y diré cómo nos
embarcamos para ir á la Habana.
Tambien quiero que vean los que esto leyeren la diferencia que hay de
la relacion de Francisco Gómora cuando dice que envió á mandar Diego
Velazquez á Ordás que convidase á comer á Cortés en un navío y lo
llevase preso á Santiago. Y pone otras cosas en su corónica, que por
no me alargar lo dejo de decir, y al parecer de los curiosos letores
si lleva mejor camino lo que se vió por vista de ojos ó lo que dice el
Gómora que no lo vió.
Volvamos á nuestra materia.


CAPÍTULO XXIII.
CÓMO EL CAPITAN HERNANDO CORTÉS SE EMBARCÓ CON TODOS LOS DEMÁS
CABALLEROS Y SOLDADOS PARA IR POR LA BANDA DEL SUR AL PUERTO DE LA
HABANA, Y ENVIÓ OTRO NAVÍO POR LA BANDA DEL NORTE AL MISMO PUERTO, Y LO
QUE MÁS LE ACAECIÓ.

Despues que Cortés vió que en la villa de la Trinidad no teniamos en
qué entender, apercibió á todos los caballeros y soldados que allí se
habian juntado para ir en su compañía, que embarcasen juntamente con él
en los navíos que estaban en el puerto de la banda del Sur, y los que
por tierra quisiesen ir, fuesen hasta la Habana con Pedro de Albarado,
para que fuese recogiendo más soldados, que estaban en unas estancias
que era camino de la misma Habana; porque el Pedro de Albarado era
muy apacible, y tenia gracia en hacer gente de guerra. Yo fuí en su
compañía por tierra, y más de otros cincuenta soldados.
Dejemos esto, y diré que tambien mandó Cortés á un hidalgo que se decia
Juan de Escalante, muy su amigo, que se fuese en un navío por la banda
del norte. Y tambien mandó que todos los caballos fuesen por tierra.
Pues ya despachado todo lo que dicho tengo, Cortés se embarcó en la nao
capitana con todos los navíos para ir la derrota en la Habana.
Parece ser que los naos que llevaba en conserva no vieron á la
capitana, donde iba Cortés, porque era de noche, y fueron al puerto;
y asimismo llegamos por tierra con Pedro de Albarado á la villa de la
Habana; y el navío en que venia Juan de Escalante por la banda del
norte tambien habia llegado, y todos los caballos que iban por tierra;
y Cortés no vino, ni sabia dar razon dél ni dónde quedaba, y pasáronse
cinco dias, y no habia nuevas ningunas de su navío, y teniamos
sospechas no se hubiese perdido en los Jardines, que es cerca de las
islas de Pinos, donde hay muchos bajos, que son diez ó doce leguas de
la Habana; y fué acordada por todos nosotros que fuesen tres navíos
de los de ménos porte en busca de Cortés; y sin aderezar los navíos
y en debates, vaya Fulano, vaya Zutano, ó Pedro ó Sancho, se pasaron
otros dos dias y Cortés no venia; y habia entre nosotros bandos y medio
chirinolas sobre quién seria capitan hasta saber de Cortés; y quien
más en ello metió la mano fué Diego de Ordás, como mayordomo mayor del
Velazquez, á quien enviaba para entender solamente en lo de la armada,
no se le alzase con ella.
Dejemos esto, y volvamos á Cortés, que como venia en el navío de mayor
porte (como ántes tengo dicho), en el paraje de la isla de Pinos ó
cerca de los Jardines hay muchos bajos, parece ser tocó y quedó algo
en seco el navío, é no pudo navegar, y con el batel mandó descargar
toda la carga que se pudo sacar, porque allí cerca habia tierra, donde
lo descargaron; y desque vieron que el navío estuvo en floto y podia
nadar, le metieron en más hondo, y tornaron á cargarlo que habian
descargado en tierra, y dió vela; y fué su viaje hasta el puerto de
la Habana; y cuando llegó, todos los más de los caballeros y soldados
que le aguardábamos nos alegramos con su venida salvo algunos que
pretendian ser capitanes; y cesaron las chirinolas.
Y despues que le aposentamos en la casa de Pedro Barba, que era
teniente de aquella villa por el Diego Velazquez, mandó sacar sus
estandartes y ponellos delante de las casas donde posaba; y mandó dar
pregones segun y de la manera de los pasados, y de allí de la Habana
vino un hidalgo que se decia Francisco de Montejo, y este es el por mí
muchas veces nombrado, que, despues de ganado Méjico fué adelantado y
gobernador de Yucatan y Honduras; y vino Diego de Soto el de Toro, que
fué mayordomo de Cortés en lo de Méjico; y vino un Angulo, Garci Caro
y Sebastian Rodriguez y un Pacheco, y un fulano Gutierrez, y un Rojas
(no digo Rojas el Rico), y un mancebo que se decia Santa Clara, y dos
hermanos que se decian los Martinez del Fregenal, y un Juan de Najara
(no lo digo por el sordo, el del juego de la pelota de Méjico), y todas
personas de calidad, sin otros soldados que no me acuerdo sus nombres.
Y cuando Cortés los vió todos aquellos hidalgos y soldados juntos
se holgó en grande manera, y luego envió un navío á la punta de
Guaniguanico, á en pueblo que allí estaba de indios, adonde hacian
cazabe y tenian muchos puercos, para que cargase el navío de tocinos,
porque aquella estancia era del gobernador Diego Velazquez; y envió
por capitan del navío al Diego de Ordás, como mayordomo mayor de
las haciendas del Velazquez, y envióle por tenelle apartado de sí;
porque Cortés supo que no se mostró mucho en su favor cuando hubo las
contiendas sobre quién seria capitan cuando Cortés estaba en la isla
de Pinos, que tocó su navío, y por no tener contraste en su persona
le envió; y le mandó que despues que tuviese cargado el navío de
bastimentos, se estuviese aguardando en el mismo puerto de Guaniguanico
hasta que se juntase con otro navío que habia de ir por la banda del
norte, y que irian ámbos en conserva hasta lo de Cozumel, ó le avisaria
con indios en canoas lo que habia de hacer.
Volvamos á decir del Francisco de Montejo y de todos aquellos vecinos
de la Habana, que metieron mucho matalotaje de cazabe y tocinos, que
otra cosa no habia; y luego Cortés mandó sacar toda la artillería de
los navíos, que eran diez tiros de bronce y ciertos falconetes, y dió
cargo dellos á un artillero que se decia Mesa y á un levantisco que se
decia Arbenga y á un Juan Catalan, para que los limpiasen y probasen y
para que las pelotas y pólvora todo lo tuviesen muy á punto; é dióles
vino y vinagre con que lo refinasen; y dióles por compañero á uno que
se decia Bartolomé de Usagre.
Asimismo mandó aderezar las ballestas y cuerdas, y nueces y almacen, é
que tirasen á terrero, é que mirasen á cuántos pasos llegaba la fuga de
cada una dellas.
Y como en aquella tierra de la Habana habia mucho algodon, hicimos
armas muy bien colchadas, porque son buenas para entre indios, porque
es mucha la vara y flecha y lanzadas que daban, pues piedra era como
granizo; y allí en la Habana comenzó Cortés á poner casa y á tratarse
como señor, y el primer maestresala que tuvo fué un Guzman, que
luego se murió ó mataron indios; no digo por el mayordomo Cristóbal
de Guzman, que fué de Cortés, que prendió Gutemuz cuando la guerra de
Méjico. Y tambien tuvo Cortés por camarero á un Rodrigo Rangel, y por
mayordomo á un Juan de Cáceres, que fué, despues de ganado Méjico,
hombre rico.
Y todo esto ordenado, nos mandó apercebir para embarcar, y que los
caballos fuesen repartidos en todos los navíos: hicieron pesebrera, y
metieron mucho maíz y yerba seca.
Quiero aquí poner por memoria todos los caballos y yeguas que pasaron.
El capitan Cortés, un caballo castaño zaino, que luego se le murió en
San Juan de Ulúa.
Pedro de Albarado y Hernando Lopez de Ávila, una yegua castaña muy
buena, de juego y de carrera, y de que llegamos á la Nueva-España el
Pedro de Albarado le compró la mitad de la yegua, ó se la tomó por
fuerza.
Alonso Hernandez Puertocarrero, una yegua rucia de buena carrera, que
le compró Cortés por las lazadas de oro.
Juan Velazquez de Leon, otra yegua rucia muy poderosa, que llamábamos
la Rabona, muy revuelta y de buena carrera.
Cristóbal de Olí, un caballo castaño oscuro, harto bueno.
Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, un caballo alazan tostado: no
fué para cosa de guerra.
Francisco de Morla, un caballo castaño oscuro, gran corredor y revuelto.
Juan de Escalante, un caballo castaño claro, tresalvo, no fué bueno.
Diego de Ordás, una yegua rucia, machorra, pasadera aunque corria poco.
Gonzalo Dominguez, un muy extremado jinete, un caballo castaño oscuro
muy bueno y grande corredor.
Pedro Gonzalez de Trujillo, un buen caballo castaño, perfecto castaño,
que corria muy bien.
Moron, vecino del Vaimo, un caballo overo labrado de las manos, y era
bien revuelto.
Vaena, vecino de la Trinidad, un caballo overo algo sobre morcillo: no
salió bueno.
Lares, él muy buen jinete, un caballo muy bueno, de color castaño, algo
claro y buen corredor.
Ortiz el músico, y un Bartolomé García, que solia tener minas de oro,
un muy buen caballo oscuro que decian el Arriero: este fué uno de los
buenos caballos que pasamos en la armada.
Juan Sedeño, vecino de la Habana, una yegua castaña, y esta yegua parió
en el navío.
Este Juan Sedeño pasó el más rico soldado que hubo en toda la armada,
porque trujo un navío suyo, y la yegua y un negro, é cazabe é tocinos;
porque en aquella sazon no se podia hallar caballos ni negros sino era
á peso de oro, y á esta causa no pasaron más caballos, porque no los
habia.
Y dejallos hé aquí, y diré lo que allá nos avino, ya que estamos á
punto para nos embarcar.


CAPÍTULO XXIV.
CÓMO DIEGO VELAZQUEZ ENVIÓ Á UN SU CRIADO QUE SE DECIA GASPAR DE
GARNICA, CON MANDAMIENTOS Y PROVISIONES PARA QUE EN TODO CASO SE
PRENDIESE Á CORTÉS Y SE LE TOMASE EL ARMADA, Y LO QUE SOBRE ELLO SE
HIZO.

Hay necesidad que algunas cosas desta relacion vuelvan muy atrás á
se relatar, para que se entienda bien lo que se escribe; y esto digo
que parece ser que, como el Diego Velazquez vió y supo de cierto que
Francisco Verdugo, su teniente ó cuñado, que estaba en la villa de la
Trinidad, no quiso apremiar á Cortés que dejase el armada, ántes le
favoreció, juntamente con Diego de Ordás, para que saliese, dice que
estaba tan enojado el Diego Velazquez, que hacia bramuras, y decia al
secretario Andrés de Duero y al contador Amador de Lares que ellos le
habian engañado por el trato que hicieron, y que Cortés iba alzado, y
acordó de enviar á un criado con cartas y mandamientos para la Habana á
su teniente, que se decia Pedro Barba, y escribió á todos sus parientes
que estaban por vecinos en aquella villa, y al Diego de Ordás y á
Juan Velazquez de Leon, que eran sus deudos é amigos, rogándoles muy
afectuosamente que en bueno ni en malo no dejasen pasar aquella armada,
y que luego prendiesen á Cortés, y se lo enviasen preso é á buen
recaudo á Santiago de Cuba.
Llegado que llegó Garnica (que así se decia el que envió con las cartas
y mandamientos á la Habana), se supo lo que traia, y con este mismo
mensajero tuvo aviso Cortés de lo que enviaba el Velazquez, y fué de
esta manera, que parece ser que un fraile de la Merced que se daba por
servidor de Velazquez, que estaba en su compañía del mismo gobernador,
escribia á otro fraile de su órden, que se decia fray Bartolomé de
Olmedo, que iba con Cortés, y en aquella carta del fraile le avisaban
á Cortés sus dos compañeros Andrés del Duero y el Contador de lo que
pasaba: volvamos á nuestro cuento.
Pues como al Ordás lo habia enviado Cortés á lo de los bastimentos
con el navío (como dicho tengo), no tenia Cortés contraditor sino á
Juan Velazquez de Leon; luego que le habló lo trujo á su mandado, y
especialmente que el Juan Velazquez no estaba bien con el pariente,
porque no le habia dado buenos indios.
Pues á todos los más que habia escrito el Diego Velazquez, ninguno
le acudia á su propósito; ántes todos á una se mostraron por Cortés,
y el teniente Pedro Barba muy mejor; y demás desto, aquellos
hidalgos Albarados, y el Alonso Hernandez Puertocarrero, y Francisco
de Montejo, y Cristóbal de Olí, y Juan de Escalante, é Andrés
de Monjaraz, y su hermano Gregorio de Monjaraz, y todos nosotros
pusiéramos la vida por el Cortés.
Por manera que si en la villa de la Trinidad se disimularon los
mandamientos, muy mejor se callaron en la Habana entónces; y con el
mismo Garnica escribió el teniente Pedro Barba al Diego Velazquez, que
no osó prender á Cortés porque estaba muy pujante de soldados, é que
hubo temor no metiese á sacomano la villa y la robase, y embarcase
todos los vecinos y se los llevase consigo. É que, á lo que ha
entendido, que Cortés era su servidor, é que no se atrevió á hacer otra
cosa.
Y Cortés le escribió al Velazquez con palabras tan buenas y de
ofrecimientos, que los sabia muy bien decir, é que otro dia se haria á
la vela, y que le seria muy servidor.


CAPÍTULO XXV.
CÓMO CORTÉS SE HIZO Á LA VELA CON TODA SU COMPAÑÍA DE CABALLEROS Y
SOLDADOS PARA LA ISLA DE COZUMEL, Y LO QUE ALLÍ LE AVINO.

No hicimos alarde hasta la villa de Cozumel, más de mandar Cortés
que los caballos se embarcasen; y mandó Cortés á Pedro de Albarado
que fuese por la banda del Norte en un buen navío que se decia San
Sebastian, y mandó al piloto que llevaba el navío que le aguardase
en la punta de San Anton, para que allí se juntase con todos los
navíos para ir en conserva hasta Cozumel, y envió mensajero á Diego
de Ordás, que habia ido por el bastimento, que aguardase que hiciese
lo mismo, porque estaba en la banda del Norte; y en 10 dias del mes
de Febrero, año de 1519, despues de haber oido Misa, nos hicimos á
la vela con nueve navíos por la banda del Sur con la copia de los
caballeros y soldados que dicho tengo, y con los dos navíos de la banda
del Norte (como he dicho), que fueron once con el en que fué Pedro de
Albarado con sesenta soldados, é yo fuí en su compañía, y el piloto
que llevábamos, que se decia Camacho, no tuvo cuenta de lo que le fué
mandado por Cortés y siguió su derrota, y llegamos dos dias ántes que
Cortés á Cozumel, y surgimos en el puerto, ya por mí otras veces dicho
cuando lo de Grijalva; y Cortés aún no habia llegado con su flota, por
causa que un navío en que venia por capitan Francisco de Morla, con
tiempo se le saltó el gobernalle, y fué socorrido con otro gobernalle
de los navíos que venian con Cortés, y vinieron todos en conserva.
Volvamos á Pedro de Albarado, que así como llegamos al puerto saltamos
en tierra en el pueblo de Cozumel con todos los soldados, y no hallamos
indios ningunos, que se habian ido huyendo; y mandó que luego fuésemos
á otro pueblo que estaba de allí una legua, y tambien se amontaron
é huyeron los naturales, y no pudieron llevar su hacienda, y dejaron
gallinas é otras cosas; y de las gallinas mandó Pedro de Albarado que
tomasen hasta cuarenta dellas, y tambien en una casa de adoratorios
de ídolos tenian unos paramentos de mantas viejas é unas arquillas
donde estaban unas como diademas é ídolos, cuentas é pinjantillos de
oro bajo, é tambien se les tomó dos indios é una india, y volvimos al
pueblo donde desembarcamos.
Estando en esto llegó Cortés con todos los navíos, y despues de
aposentado, la primera cosa que se hizo fué mandar echar preso en
grillos al piloto Camacho porque no aguardó en la mar, como lo fué
mandado.
Y desque vió al pueblo sin gente, y supo cómo Pedro de Albarado habia
ido al otro pueblo, é que les habia tomado gallinas é paramentos y
otras cosillas de poco valor, de los ídolos y el oro medio cobre,
mostró tener mucho enojo dello y de cómo no aguardó el piloto; y
reprendióle gravemente al Pedro de Albarado, y le dijo que no se habian
de apaciguar las tierras de aquella manera, tomando á los naturales su
hacienda; y luego mandó traer á los dos indios y la india que habiamos
tomado, y con Melchorejo, que llevábamos de la Punta de Cotoche,
que entendia bien aquella lengua, les habló, porque Julianillo su
compañero se habia muerto, que fuesen á llamar los caciques é indios
de aquel pueblo, y que no hubiesen miedo, y les mandó volver el oro
é paramentos y todo lo demás, é por las gallinas, que ya se habian
comido, les mandó dar cuentas é cascabeles, é más dió á cada indio una
camisa de Castilla.
Por manera que fueron á llamar el señor de aquel pueblo, é otro dia
vino el cacique con toda su gente, hijos y mujeres de todos los del
pueblo, y andaban entre nosotros como si toda su vida nos hubieran
tratado; é mandó Cortés que no se les hiciese enojo ninguno.
Aquí en esta isla comenzó Cortés á mandar muy de hecho, y nuestro
Señor le daba gracia que do quiera que ponia la mano se le hacia bien
especial en pacificar los pueblos y naturales de aquellas partes, como
adelante verán.


CAPÍTULO XXVI.
CÓMO CORTÉS MANDÓ HACER ALARDE DE TODO SU EJÉRCITO, Y DE LO QUE MÁS NOS
AVINO.

De allí á tres dias que estábamos en Cozumel mandó Cortés hacer alarde
para ver qué tantos soldados llevaba, é halló por su cuenta que éramos
quinientos y ocho, sin maestres y pilotos é marineros, que serian
ciento y nueve, y diez y seis caballos é yeguas, las yeguas todas
eran de juego y de carrera, é once navíos grandes y pequeños, con uno
que era como bergantin, que traia á cargo un Ginés Nortes, y eran
treinta y dos ballesteros y trece escopeteros, que así se llamaban en
aquel tiempo, é tiros de bronce é cuatro falconetes, é mucha pólvora é
pelotas, y esto desta cuenta de los ballesteros no se me acuerda bien,
no hace al caso de la relacion; y hecho el alarde, mandó á Mesa el
artillero, que así se llamaba, é á un Bartolomé de Usagre, é Arbenga é
á un catalan, que todos eran artilleros, que lo tuviesen muy limpio é
aderezado, é los tiros y pelotas muy á punto, juntamente con la pólvora.
Puso por capitan de la artillería á un Francisco de Orozco, que habia
sido buen soldado en Italia; asimismo mandó á los ballesteros, maestros
de aderezar ballestas, que se decian Juan Benitez y Pedro de Guzman
el Ballestero, que mirasen que todas las ballestas tuviesen á dos y á
tres nueces é otras tantas cuerdas, y que siempre tuviesen cepillo é
ingijuela, y tirasen á terrero, y que caballos estuviesen á punto.
No sé yo en qué gasto ahora tanta tinta en meter la mano en cosas de
apercibimiento de armas y de lo demás; porque Cortés verdaderamente
tenia grande vigilancia en todo.


CAPÍTULO XXVII.
CÓMO CORTÉS SUPO DE DOS ESPAÑOLES QUE ESTABAN EN PODER DE INDIOS EN LA
PUNTA DE COTOCHE, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Como Cortés en todo ponia gran diligencia, me mandó llamar á mí é á un
vizcaino que se llamaba Martin Ramos, é nos preguntó que qué sentiamos
de aquellas palabras que nos hubieron dicho los indios de Campeche
cuando venimos con Francisco Hernandez de Córdoba, que decian Castilan,
Castilan, segun lo he dicho en el capítulo que dello habla; y nosotros
se lo tornamos á contar segun y de la manera que lo habiamos visto é
oido, é dijo que ha pensado en ello muchas veces, é que por ventura
estarian algunos españoles en aquellas tierras, é dijo:
—«Paréceme que será bien preguntar á estos caciques de Cozumel si
sabian alguna nueva dellos.»
É con Melchorejo, el de la Punta de Cotoche, que entendia ya poca
cosa la lengua de Castilla, é sabia muy bien la de Cozumel, se lo
preguntó á todos los principales, é todos á una dijeron que habian
conocido ciertos españoles, é daban señas dellos, y que en la tierra
adentro, andadura de dos soles, estaban, y los tenian por esclavos
unos caciques, y que allí en Cozumel habia indios mercaderes que les
hablaron pocos dias habia; de lo cual todos nos alegramos con aquellas
nuevas.
É díjoles Cortés que luego les fuesen á llamar con carta, que en su
lengua llaman _amales_, é dió á los caciques y á los indios que fueron
con las cartas, camisas, y los halagó, y les dijo que cuando volviesen
les darian más cuentas; y el cacique dijo á Cortés que enviase rescate
para los amos con quien estaban, que los tenian por esclavos, porque
los dejasen venir; y así se hizo, que se les dió á los mensajeros de
todo género de cuentas, y luego mandó apercebir dos navíos, los de
ménos porte, que el uno era poco mayor que bergantin, y con veinte
ballesteros y escopeteros, y por capitan dellos á Diego de Ordás; y
mandó que estuviesen en la costa de la Punta de Cotoche, aguardando
ocho dias con el navío mayor: y entre tanto que iban y venian con
la respuesta de las cartas, con el navío pequeño volviesen á dar la
respuesta á Cortés de lo que hacian, porque estaba aquella tierra de la
Punta de Cotoche obra de cuatro leguas, y se parece la una tierra desde
la otra; y escrita la carta, decia en ella:
«Señores y hermanos: Aquí en Cozumel he sabido que estais en
poder de un cacique detenidos, y os pido por merced que luego
os vengais aquí en Cozumel, que para ello envio un navío con
soldados, si los hubiéredes menester, y rescate para dar á esos
indios con quien estais y lleva el navío de plazo ocho dias
para su aguardar. Veníos con toda brevedad; de mí sereis bien
mirados y aprovechados. Yo quedo aquí en esta isla con quinientos
soldados y once navíos; en ellos voy mediante Dios, la via de un
pueblo que se dice Tabasco ó Potonchan, etc.»
Luego se embarcaron en los navíos con las cartas y los dos indios
mercaderes de Cozumel que las llevaban, y en tres horas atravesaron
el golfete, y echaron en tierra los mensajeros con las cartas y el
rescate, y en dos dias las dieron á un español que se decia Jerónimo de
Aguilar, que entónces supimos que así se llamaba, y de aquí adelante
así le nombraré.
Y desque las hubo leido, y recebido el rescate de las cuentas que le
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