Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 11

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muerte, y que nuestro Rey y señor, cuyos vasallos somos, no nos envió
á estas partes y tierras para que hiciesen aquellas maldades, y que
abriesen bien los ojos no les aconteciese otra como aquella, porque no
habia de quedar hombre dellos á vida; luego los caciques y capitanes
de Cempoal trujeron á Cortés todo lo que habian robado, así indios
como indias y gallinas, y se les entregó á los dueños cuyo era, y con
semblante muy furioso les tornó á mandar que se saliesen á dormir al
campo, y así lo hicieron.
Y desque los caciques y papas de aquel pueblo y otros comarcanos vieron
que tan justificados éramos, y las palabras amorosas que les decia
Cortés con nuestras lenguas, y tambien las cosas tocantes á nuestra
santa fe, como lo teniamos de costumbre, y que dejasen el sacrificio
y de se robar unos á otros, y las suciedades de sodomías, y que no
adorasen sus malditos ídolos, y se les dijo otras muchas cosas buenas,
tomáronnos tan buena voluntad, que luego fueron á llamar á otros
pueblos comarcanos, y todos dieron la obediencia á su majestad; y allí
luego dieron muchas quejas de Montezuma, como las pasadas que habian
dado los de Cempoal cuando estábamos en el pueblo de Quiahuistlan; y
otro dia por la mañana Cortés mandó llamar á los capitanes y caciques
de Cempoal, que estaban en el campo aguardando para ver lo que les
mandábamos, y aún muy temerosos de Cortés por lo que habian hecho en
haberle mentido; y venidos delante, hizo amistades entre ellos y los
de aquel pueblo, que nunca faltó por ninguno dellos; y luego partimos
para Cempoal por otro camino, y pasamos por dos pueblos amigos de los
de Cingapacinga, y estábamos descansando, porque hacia recio sol y
veniamos muy cansados con las armas á cuestas; y un soldado que se
decia Fulano de Mora, natural de Ciudad-Rodrigo, tomó dos gallinas de
una casa de indios de aquel pueblo, y Cortés, que lo acertó á ver, hubo
tanto enojo de lo que delante del hizo aquel soldado en los pueblos
de paz en tomar las gallinas, que luego le mandó echar una soga á la
garganta, y le tenian ahorcando si Pedro de Albarado, que se halló
junto á Cortés, no le cortara la soga con la espada, y medio muerto
quedó el pobre soldado.
He querido traer esto aquí á la memoria para que vean los curiosos
letores cuán ejemplarmente procedia Cortés, y lo que esto importa en
esta ocasion. Despues murió este soldado en una guerra en la provincia
de Guatimala sobre un peñol.
Volvamos á nuestra relacion: que, como salimos de aquellos pueblos que
dejamos de paz, yendo para Cempoal, estaba el cacique gordo, con otros
principales, aguardándonos en unas chozas con comida; que, aunque son
indios, vieron y entendieron que la justicia es santa y buena, y que
las palabras que Cortés les habia dicho, que veniamos á desagraviar
y quitar tiranías, conformaban con lo que pasó en aquella entrada, y
tuviéronnos en mucho más que de ántes, y allí dormimos en aquellas
chozas, y todos los caciques nos llevaron acompañando hasta los
aposentos de su pueblo; y verdaderamente quisieran que no saliéramos de
su tierra, porque se temian de Montezuma no enviase su gente de guerra
contra ellos; y dijeron á Cortés, pues éramos ya sus amigos, que nos
quieren tener por hermanos, que será bien que tomásemos de sus hijas
é parientas para hacer generacion; y que para que más fijas sean las
amistades trujeron ocho indias, todas hijas de caciques, y dieron á
Cortés una de aquellas cacicas, y era sobrina del mismo cacique gordo,
y otra dieron á Alonso Hernandez Puertocarrero y era hija de otro gran
cacique que se decia Cuesco en su lengua; y traíanlas vestidas á todas
ocho con ricas camisas de la tierra y bien ataviadas á su usanza, y
cada una dellas un collar de oro al cuello, y en las orejas cercillos
de oro, y venian acompañadas de otras indias para se servir dellas; y
cuando el cacique gordo las presentó, dijo á Cortés:
—«_Tecle_ (que quiere decir en su lengua señor), estas siete mujeres
son para los capitanes que tienes, y esta, que es mi sobrina, es para
tí, que es señora de pueblos y vasallos.»
Cortés las recibió con alegre semblante y les dijo que se lo tenian
en merced; mas para tomallas, como dice que seamos hermanos, que hay
necesidad que no tengan aquellos ídolos en que creen y adoran, que
los traen engañados, y que no les sacrifiquen; y que como él no vea
aquellas cosas malísimas en el suelo y que no sacrifiquen, que luego
ternán con nosotros muy más fija la hermandad; y que aquellas mujeres
que se volverán cristianas primero que las recibamos; y que tambien
habian de ser limpios de sodomías, porque tenian muchachos vestidos en
hábito de mujeres que andaban á ganar en aquel maldito oficio; y cada
dia sacrificaban delante de nosotros tres ó cuatro y cinco indios,
y los corazones ofrecian á sus ídolos y la sangre pegaban por las
paredes, y cortábanles las piernas y brazos y muslos, y los comian como
vaca que se trae de las carnicerías en nuestra tierra, y aun tengo
creido que lo vendian por menudo en los tiangues, que son mercados; y
que como estas maldades se quiten y que no lo usen, que no solamente
les seremos amigos, más que les hará que sean señores de otras
provincias; y todos los caciques, papas y principales respondieron que
no les estaba bien de dejar sus ídolos y sacrificios, y que aquellos
sus dioses les daban salud y buenas sementeras y todo lo que habian
menester; y que en cuanto á lo de las sodomías, que pornán resistencia
en ello para que no se use más; y como Cortés y todos nosotros vimos
aquella respuesta tan desacatada y habiamos visto tantas crueldades
y torpedades, ya por mí otra vez dichas, no las pudimos sufrir; y
entónces nos habló Cortés sobre ello y nos trujo á la memoria unas
santas y buenas doctrinas, y que, ¿cómo podiamos hacer ninguna cosa
buena si no volviamos por la honra de Dios y en quitar los sacrificios
que hacian á los ídolos? Y que estuviésemos muy apercebidos para pelear
si nos lo viniesen á defender que no se los derrocásemos, y que, aunque
nos costase las vidas, en aquel dia habia de venir al suelo.
Y puestos que estábamos todos muy á punto con nuestras armas, como lo
teniamos de costumbre para pelear, les dijo Cortés á los caciques que
los habian de derrocar; y cuando aquello vieron luego mandó el cacique
gordo á otros sus capitanes que se apercibiesen muchos guerreros en
defensa de sus ídolos; y cuando vió que queriamos subir en un alto cu,
que es su adoratorio, que estaba alto y habia muchas gradas, que ya
no se me acuerda qué tantas habia, vimos al cacique gordo con otros
principales muy alborotados y sañudos, y dijeron á Cortés que por qué
les queriamos destruir.
Y que si les haciamos deshonor á sus dioses ó se los quitamos, que
todos ellos perecerian, y aun nosotros con ellos; y Cortés les
respondió muy enojado que otra vez les ha dicho que no sacrifiquen á
aquellas malas figuras, porque no les traigan más engañados, y que á
esta causa los veniamos á quitar de allí, é que luego á la hora los
quitasen ellos; si no, que luego los echarian á rodar por las gradas
abajo; y les dijo que no los terniamos por amigos, sino por enemigos
mortales, pues que les daba buen consejo y no le querian creer; y
porque habian visto que habian venido sus capitanes puestos en armas de
guerreros, que está enojado con ellos y que se lo pagarán con quitalles
las vidas; y como vieron á Cortés que les decia aquellas amenazas, y
nuestra lengua doña Marina que se lo sabia muy bien dar á entender
y aun los amenazaba con los poderes de Montezuma, que cada dia los
aguardaba, por temor desto dijeron que ellos que no eran dignos de
llegar á sus dioses, y que si nosotros los queriamos derrocar, que no
era con su consentimiento, que se los derrocásemos y hiciésemos lo que
quisiésemos.
Y no lo hubo bien dicho, cuando subimos sobre cincuenta soldados y los
derrocamos, y venian rodando aquellos sus ídolos hechos pedazos, y
eran de manera de dragones espantables, tan grandes como becerros, y
otras figuras de manera de medio hombre y de perros grandes y de malas
semejanzas; y cuando así los vieron hechos pedazos, los caciques y
papas que con ellos estaban lloraban y tapaban los ojos, y en su lengua
totonaque les decian que les perdonasen y que no era más en su mano ni
tenian culpa, sino estos teules que les derruecan, é que por temor de
los mejicanos no nos daban guerra; y cuando aquello pasó, comenzaban
las capitanías de los indios guerreros, que he dicho que venian á nos
dar guerra, á querer flechar; y cuando aquello vimos, echamos mano al
cacique gordo y á seis papas y á otros principales, y les dijo Cortés
que si hacian algun descomedimiento de guerra que habian de morir
todos ellos; y luego el cacique gordo mandó á sus gentes que se fuesen
delante de nosotros y que no hiciesen guerra; y como Cortés los vió
sosegados, les hizo un parlamento, lo cual diré adelante, y así se
apaciguó todo.
Y esta de Cingapacinga fué la primera entrada que hizo Cortés en la
Nueva-España, y fué de harto provecho; y no como dice el coronista
Gómora, que matamos y prendimos y asolamos tantos millares de hombres
en lo de Cingapacinga; y miren los curiosos que esto leyeren cuánto va
del uno al otro, por muy buen estilo que lo dice en su Corónica, pues
en todo lo que escribe no pasa como dice.


CAPÍTULO LII.
CÓMO CORTÉS MANDÓ HACER UN ALTAR Y SE PUSO UNA IMÁGEN DE NUESTRA SEÑORA
Y UNA CRUZ, Y SE DIJO MISA Y SE BAUTIZARON LAS OCHO INDIAS.

Como ya callaban los caciques y papas y todos los más principales,
mandó Cortés que á los ídolos que derrocamos, hechos pedazos, que los
llevasen adonde no pareciesen más y los quemasen; y luego salieron de
un aposento ocho papas que tenian cargo de ellos, y toman sus ídolos y
los llevan á la misma casa donde salieron é los quemaron.
El hábito que traian aquellos papas eran unas mantas prietas, á
manera de sábana, y lobas largas hasta los piés, y unos como capillos
que querian parecer á los que traen los canónigos, y otros capillos
traian más chicos como los que traen los dominicos, y los traian muy
largos hasta la cinta, y aun algunos hasta los piés, llenos de sangre
pegada y muy enredados, que no se podian esparcir, y las orejas hechas
pedazos, sacrificadas dellas, y hedian como azufre, y tenian otro muy
mal olor como de carne muerta; y segun decian, é alcanzamos á saber,
aquellos papas eran hijos de principales y no tenian mujeres, mas
tenian el maldito oficio de sodomías, y ayunaban ciertos dias; y lo
que yo les veia comer eran unos meollos ó pepitas de algodon cuando
los desmontonan, salvo si ellos no comian otras cosas que yo no se las
pudiese ver.
Dejemos á los papas y volvamos á Cortés, que les hizo un buen
razonamiento con nuestras lenguas doña Marina y Jerónimo de Aguilar, y
les dijo que ahora los teniamos como hermanos, y que les favoreceria en
todo lo que pudiese contra Montezuma y sus mejicanos, porque ya envió
á mandar que no les diesen guerra ni les llevasen tributo; y que pues
en aquellos sus altos cues no habian de tener más ídolos, que él les
quiere dejar una gran Señora, que es Madre de nuestro Señor Jesucristo,
en quien creemos y adoramos, para que ellos tambien la tengan por
Señora y abogada; y sobre ello, y tras cosas de pláticas que pasaran,
se les hizo un buen razonamiento, y tan bien propuesto para segun el
tiempo, que no habia más que decir; y se les declaró muchas cosas
tocantes á nuestra santa fe, tan bien dichas como ahora los religiosos
se lo dan á entender, de manera que lo oian de buena voluntad.
Y luego les mandó llamar todos los indios albañiles que habia en aquel
pueblo, y traer mucha cal, porque habia mucha, y mandó que quitasen las
costras de sangre que estaban en aquellos cues y que lo aderezasen muy
bien, y luego otro dia se encaló y se hizo un altar con buenas mantas,
y mandó traer muchas rosas de las naturales que habia en la tierra,
que eran bien olorosas, y muchos ramos, y lo mandó enramar y que lo
tuviesen limpio y barrido á la contina; y para que tuviesen cargo
dello, apercibió á cuatro papas que se trasquilasen el cabello, que lo
traian largo, como otra vez he dicho, y que vistiesen mantas blancas
y se quitasen las que traian, y que siempre anduviesen limpios y que
sirviesen aquella santa imágen de Nuestra Señora, en barrer y enramar;
y para que tuviesen más cargo dello puso á un nuestro soldado cojo é
viejo, que se decia Juan de Torres de Córdoba, que estuviese allí por
ermitaño, é que mirase que se hiciese cada dia así como lo mandaba á
los papas.
Y mandó á nuestros carpinteros, otra vez por mí nombrados, que hiciesen
una cruz y la pusiesen en un pilar que teniamos ya nuevamente hecho
y muy bien encalado, y otro dia de mañana se dijo Misa en el altar,
la cual dijo el Padre fray Bartolomé de Olmedo, y entónces se dió
órden como con el incienso de la tierra se incensase á la santa
imágen de Nuestra Señora y á la santa cruz, y tambien se les mostró
hacer candelas de la cera de la tierra, y se les mandó que aquellas
candelas siempre estuviesen ardiendo en el altar, porque hasta entónces
no se sabian aprovechar de la cera; y á la Misa estuvieron los más
principales caciques de aquel pueblo y de otros que se habian juntado.
Y asimismo trajeron las ocho indias para volver cristianas, que todavía
estaban en poder de sus padres y tios, y se les dió á entender que no
habian de sacrificar más ni adorar ídolos, salvo que habian de creer en
nuestro Señor Dios; y se les amonestó muchas cosas tocantes á nuestra
santa fe, y se bautizaron, y se llamó á la sobrina del cacique gordo
doña Catalina, y era muy fea; aquella dieron á Cortés por la mano, y
la recibió con buen semblante; á la hija de Cuesco, que era un gran
cacique, se puso por nombre doña Francisca; esta era muy hermosa para
ser india, y la dió Cortés á Alonso Hernandez Puertocarrero; las otras
seis ya no se me acuerda el nombre de todas, mas sé que Cortés las
repartió entre soldados.
Y despues desto hecho, nos despedimos de todos los caciques y
principales, y dende adelante siempre les tuvieron muy buena voluntad,
especialmente cuando vieron que recibió Cortés sus hijas y las llevamos
con nosotros, y con muy grandes ofrecimientos que Cortés les hizo que
les ayudaria, nos fuimos á nuestra Villa-Rica, y lo que allí se hizo lo
diré adelante.
Esto es lo que pasó en este pueblo de Cempoal, y no otra cosa que sobre
ello hayan escrito el Gómora ni los demás coronistas.


CAPÍTULO LIII.
CÓMO LLEGAMOS Á NUESTRA VILLA-RICA DE LA VERACRUZ, Y LO QUE ALLÍ PASÓ.

Despues que hubimos hecho aquella jornada y quedaron amigos los de
Cingapacinga con los de Cempoal y otros pueblos comarcanos dieron la
obediencia á su majestad, y se derrocaron los ídolos y se puso la
imágen de Nuestra Señora y la Santa Cruz, y le puso por ermitaño el
viejo soldado y todo lo por mí referido, fuimos á la villa y llevamos
con nosotros, ciertos principales de Cempoal, y hallamos que aquel
dia habia venido de la isla de Cuba un navío, y por capitan dél un
Francisco de Saucedo, que llamábamos el Pulido; y pusímosle aquel
nombre porque en demasía se preciaba de galan y pulido, y decian que
habia sido maestresala del almirante de Castilla, y era natural de
Medina de Rioseco; y vino entónces Luis Marin, capitan que fué en
lo de Méjico, persona que valió mucho, y vinieron diez soldados; y
traia el Saucedo un caballo y Luis Marin una yegua, y nuevas de Cuba,
que le habian llegado al Diego Velazquez de Castilla las provisiones
para poder rescatar y poblar; y los amigos del Diego Velazquez se
regocijaron mucho, y más de que supieron que le trujeron provision para
ser adelantado de Cuba.
Y estando en aquella villa sin tener en qué entender más de acabar de
hacer la fortaleza, que todavía se entendia en ella, dijimos á Cortés
todos los más soldados que se quedase aquello que estaba hecho en ella
para memoria, pues estaba ya para enmaderar, y que habia ya más de tres
meses que estábamos en aquella tierra, é que seria bueno ir á ver qué
cosa era el gran Montezuma y buscar la vida y nuestra ventura, é que
ántes que nos metiésemos en camino que enviásemos á besar los piés á su
majestad y á dalle cuenta de todo lo acaecido desde que salimos de la
isla de Cuba, y tambien se puso en plática que enviásemos á su majestad
el oro que se habia habido, así rescatado como los presentes que nos
envió Montezuma; y respondió Cortés que era muy bien acordado y que ya
lo habia puesto él en plática con ciertos caballeros; y porque en lo
del oro por ventura habria algunos soldados que querrian sus partes,
y si se partiese que seria poco lo que se podria enviar, por esta
causa dió cargo á Diego de Ordás y á Francisco de Montejo, que eran
personas de negocios, que fuesen de soldado en soldado de los que se
tuviese sospecha que demandarian las partes del oro, y les decian estas
palabras:
—«Señores, ya veis que queremos hacer un presente á su majestad del
oro que aquí hemos habido, y para ser el primero que enviamos destas
tierras habia de ser mucho más; parécenos que todos le sirvamos con
las partes que nos caben; los caballeros y soldados que aquí estamos
escritos tenemos firmado cómo no queremos parte ninguna della, sino
que servimos á su majestad con ello porque nos haga mercedes. El que
quisiere su parte no se le negará; el que no la quisiere, haga lo que
todos hemos hecho, fírmelo aquí.»
Y desta manera todos lo firmaron á una.
Y hecho esto, luego se nombraron para procuradores que fuesen á
Castilla á Alonso Hernandez Puertocarrero y Francisco de Montejo,
porque ya Cortés le habia dado sobre dos mil pesos por tenelle de su
parte.
Y se mandó apercebir el mejor navío de toda la flota, y con dos
pilotos, que fué uno Anton de Alaminos, que sabia cómo habian de
desembarcar por la canal de Bahama, porque él fué el primero que
navegó por aquella canal; y tambien apercibimos quince marineros, y se
les dió todo recaudo de matalotaje.
Y esto apercebido, acordamos de escribir y hacer saber á su majestad
todo lo acaecido, y Cortés escribió por sí, segun él nos dijo, con
recta relacion; mas no vimos su carta; y el Cabildo escribió juntamente
con diez soldados de los que fuimos en que se poblase la tierra, y
le alzamos á Cortés por general; y con toda verdad que no faltó cosa
ninguna en la carta, é iba yo firmado en ella; y demás destas cartas y
relaciones, todos los capitanes y soldados juntamente escribimos otra
carta y relacion; y lo que se contenia en la carta que escribimos es lo
siguiente.


CAPÍTULO LIV.
DE LA RELACION Y CARTA QUE ESCRIBIMOS Á SU MAJESTAD CON NUESTROS
PROCURADORES ALONSO HERNANDEZ PUERTOCARRERO Y FRANCISCO MONTEJO, LA
CUAL CARTA IBA FIRMADA DE ALGUNOS CAPITANES Y SOLDADOS.

Despues de poner en el principio aquel muy debido acato que somos
obligados á tan gran majestad del Emperador nuestro señor, que fué así:
«Siempre sacra, católica, cesárea, Real majestad;» y poner otras cosas
que se convenian decir en la relacion y cuenta de nuestra vida y viaje,
cada capítulo por sí, fué esto que aquí diré en suma breve.
Cómo salimos de la isla de Cuba con Hernando Cortés, los pregones que
se dieron, cómo veniamos á poblar, y que Diego Velazquez secretamente
enviaba á rescatar, y no á poblar; cómo Cortés se queria volver con
cierto oro rescatado, conforme á las instrucciones que de Diego
Velazquez traia, de las cuales hicimos presentacion; cómo hicimos
á Cortés que poblase y le nombramos por capitan general y justicia
mayor hasta que otra cosa su majestad fuese servido mandar; cómo le
prometimos el quinto de lo que hubiese, despues de sacado su Real
quinto; cómo llegamos á Cozumel y por qué ventura se hubo Jerónimo
de Aguilar en la punta de Cotoche, y de la manera que decia que allí
aportó él y un Gonzalo Guerrero, que se quedó con los indios por estar
casado y tener hijos y estar ya hecho indio; cómo llegamos á Tabasco,
y de las guerras que nos dieron y batallas que con ellos tuvimos;
cómo los atrajimos de paz; cómo á do quiera que llegamos se les hacen
buenos razonamientos para que dejasen sus ídolos, y se les declara
las cosas tocantes á nuestra santa fe; cómo dieron la obediencia á su
Real Majestad y fueron los primeros vasallos que tiene en aquestas
partes; cómo hicieron un presente de mujeres, y en él una cacica, para
india de mucho ser, que sabe la lengua de Méjico, que es la que se
usa en toda la tierra, y que con ella y el Aguilar tenemos verdaderas
lenguas; cómo desembarcamos en San Juan de Ulúa, y de las pláticas de
los embajadores del gran Montezuma, y quién era el gran Montezuma y
lo que se decia de sus grandezas y del presente que trujeron, y cómo
fuimos á Cempoal, que es un pueblo grande, y desde allí á otro pueblo
que se dice Quiahuistlan, que estaba en fortaleza, y cómo se hizo la
liga y confederacion con nosotros, y quitaron la obediencia á Montezuma
en aquel pueblo, demás de treinta pueblos que todos le dieron la
obediencia y están en su Real patrimonio, y la ida de Cingapacinga;
cómo hicimos la fortaleza, y que agora estamos de camino para ir la
tierra adentro hasta vernos con el Montezuma; cómo aquella tierra es
muy grande y de muchas ciudades y muy pobladísima, y los naturales
grandes guerreros; cómo entre ellos hay muchas diversidades de lenguas
y tienen guerra unos con otros; cómo son idólatras y se sacrifican y
matan en sacrificios muchos hombres é niños y mujeres, y comen carne
humana y usan otras torpedades; cómo el primer descubridor fué un
Francisco Hernandez de Córdoba, y luego cómo vino Juan de Grijalva, é
que agora al presente le servimos con el oro que hemos habido, que es
el sol de oro y la luna de plata y un casco de oro en granos como se
coge en las minas, y muchas diversidades y géneros de piezas de oro
hechas de muchas maneras, mantas de algodon muy labradas de plumas
y primas; otras muchas de oro, que fueron mosqueadores, rodelas y
otras cosas que ya no se me acuerda, como há ya tantos años que pasó;
tambien enviamos cuatro indios que quitamos en Cempoal, que tenian á
engordar en unas jaulas de madera para despues de gordos sacrificallos
y comérselos.
Y despues de hecha esta relacion é otras cosas, dimos cuenta y relacion
cómo quedábamos en estos sus reinos cuatrocientos y cincuenta soldados
á muy gran peligro entre tanta multitud de pueblos y gentes belicosas
y muy grandes guerreros, para servir á Dios y á su Real Corona; y le
suplicamos que en todo lo que se nos ofreciese nos haga mercedes, y
que no hiciese merced de la gobernacion destas tierras ni de ningunos
oficios reales á persona ninguna, porque son tales, ricas y de grandes
pueblos y ciudades, que convienen para un Infante ó gran señor; y
tenemos pensamiento que, como D. Juan Rodriguez de Fonseca, Obispo de
Búrgos y Arzobispo de Rosano, es su presidente y manda á todas las
Indias, que lo dará á algun su deudo ó amigo, especialmente á un Diego
Velazquez que está por gobernador en la isla de Cuba; y la causa es
porque se le dará la gobernacion ó otro cualquier cargo, que siempre
le sirve con presentes de oro, y le ha dejado en la misma isla pueblos
de indios que le sacan oro de las minas; de lo cual habia primeramente
de dar los mejores pueblos á su Real Corona, y no le dejó ningunos,
que solamente por esto es digno de que no se le hagan mercedes; y que,
como en todo somos sus muy leales servidores, y hasta fenecer nuestras
vidas le hemos de servir, se lo hacemos saber para que tenga noticia de
todo, y que estamos determinados que hasta que sea servido de nuestros
procuradores que allá enviamos besen sus Reales piés y ver nuestras
cartas, y nosotros veamos su Real firma, que entónces, los pechos por
tierra, para obedecer sus Reales mandos; y que si el Obispo de Búrgos
por su mandado nos envia á cualquiera persona á gobernar ó á ser
capitan, que primero que le obedezcamos se lo harémos saber á su Real
persona á do quiera que estuviere y lo fuere servido de mandar, que le
obedeceremos como mando de nuestro Rey y señor, como somos obligados;
y demás destas relaciones, le suplicamos que entre tanto que otra cosa
sea servido mandar, que le hiciese merced de la gobernacion á Hernando
Cortés, y dimos tantos loores dél y que es tan gran servidor suyo,
hasta ponello en las nubes.
Y despues de haber escrito todas estas relaciones con todo el mayor
acato y humildad que pudimos y convenia, y cada capítulo por sí,
y declaramos cada cosa cómo y cuándo y de qué arte pasaron, como
carta para nuestro Rey y señor, y no del arte que va aquí en esta
relacion; y la firmamos todos los capitanes y soldados que éramos de
la parte de Cortés, é fueron dos cartas duplicadas; y nos rogó que
se la mostrásemos; y como vió la relacion tan verdadera y los grandes
loores que dél dábamos, hubo mucho placer y dijo que nos lo tenia en
merced, con grandes ofrecimientos que nos hizo; empero no quisiera que
dijéramos en ella ni mentáramos del quinto del oro que le prometimos,
ni que declaráramos quién fueron los primeros descubridores; porque,
segun entendimos, no hacia en su carta relacion de Francisco
Hernandez de Córdoba ni del Grijalva, sino á él solo se atribuia el
descubrimiento y la honra é honor de todo; y dijo que agora al presente
aquello estuviera mejor por escribir, y no dar relacion dello á su
majestad; y no faltó quien le dijo que á nuestro Rey y señor no se le
ha de dejar de decir todo lo que pasa.
Pues ya escritas estas cartas y dadas á nuestros procuradores, les
encomendamos mucho que por via ninguna entrasen en la Habana ni fuesen
á una estancia que tenia allí el Francisco de Montejo, que se decia
el Marien, que era puerto para navíos, porque no alcanzase á saber el
Diego Velazquez lo que pasaba; y no lo hicieron así, como adelante diré.
Pues ya puesto todo á punto para se ir á embarcar, dijo misa el padre
fray Bartolomé de Olmedo, de la Merced, y encomendándoles al Espíritu
Santo que les guiase, en 26 dias del mes de Julio de 1519 años
partieron de San Juan de Ulúa, y con buen tiempo llegaron á la Habana;
y el Francisco de Montejo con grandes importunaciones convocó é atrajo
al piloto Alaminos guiase á su estancia, diciendo que iba á tomar
bastimentos de puercos y cazabe, hasta que le hizo hacer lo que quiso.
Fué á surgir á su estancia, porque el Puertocarrero iba muy malo, y no
hizo cuenta dél; y la noche que allí llegaron, desde la nao echaron
un marinero en tierra con cartas é avisos para el Diego Velazquez; y
supimos que el Montejo le mandó que fuese con las cartas, y en posta
fué el marinero por la isla de Cuba de pueblo en pueblo publicando todo
lo aquí por mí dicho, hasta que el Diego Velazquez lo supo.
Y lo que sobre ello hizo, adelante lo diré.


CAPÍTULO LV.
CÓMO DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE CUBA, SUPO POR CARTAS MUY POR
CIERTO QUE ENVIÁBAMOS PROCURADORES CON EMBAJADAS Y PRESENTES Á NUESTRO
REY, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Como Diego Velazquez, gobernador de Cuba, supo las nuevas, así por las
cartas que se enviaron secretas y dijeron que fueron del Montejo, como
lo que dijo el marinero que se halló presente en todo lo por mí dicho
en el capítulo pasado, que se habia echado á nado para le llevar las
cartas; y cuando entendió del gran presente de oro que enviábamos á
su majestad y supo quién eran los embajadores, temió y decia palabras
muy lastimosas é maldiciones contra Cortés y su secretario Duero y del
contador Amador de Lares, y de presto mandó armar dos navíos de poco
porte, grandes veleros, con toda la artillería y soldados que pudo
haber y con dos capitanes que fueron en ellos, que se decian Gabriel
de Rojas, y el otro capitan se decia Hulano de Guzman, y les mandó
que fuesen hasta la Habana, y que en todo caso le trujesen presa la
nao en que iban nuestros procuradores y todo el oro que llevaban; y
de presto, así como lo mandó, llegaron en ciertos dias á la canal de
Bahama, y preguntaban los de los navíos á barcos que andaban por la
mar de acarreto que si habian visto ir una nao de mucho porte, y todos
daban noticia della y que ya seria desembocada por la canal de Bahama,
porque siempre tuvieron buen tiempo; y despues de andar barloventeando
con aquellos dos navíos entre la canal y la Habana, y no hallaron
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