Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 14

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diferenciadas, como en nuestra Castilla tienen los duques y condes.
Y todo esto que aquí he dicho tuvímoslo por muy cierto, porque ciertos
indios de los que tuvimos presos, que soltamos aquel dia, lo decian muy
claramente, aunque no eran creidos.
Y cuando aquello vimos, como somos hombres y temiamos la muerte,
muchos de nosotros y aun todos los más nos confesamos con el Padre de
la Merced y con el Clérigo Juan Diaz, que toda la noche estuvieron en
oir de penitencia y encomendándonos á Dios que nos librase no fuésemos
vencidos; y desta manera pasamos hasta otro dia; y la batalla que nos
dieron, aquí lo diré.


CAPÍTULO LXV.
DE LA GRAN BATALLA QUE HUBIMOS CON EL PODER DE TLASCALTECAS, Y QUISO
DIOS NUESTRO SEÑOR DARNOS VITORIA, Y LO QUE MÁS PASÓ.

Otro dia de mañana, que fueron 5 de Setiembre de 1519 años, pusimos los
caballos en concierto, que no quedó ninguno de los heridos que allí no
saliesen para hacer cuerpo é ayudasen lo que pudiesen, y apercibidos
los ballesteros que con gran concierto gastasen el almacen, unos
armando y otros soltando, y los escopeteros por el consiguiente, y
los de espada y rodela que la estocada ó cuchillada que diésemos, que
pasasen las entrañas, porque no se osasen juntar tanto como la otra
vez, y el artillería bien apercebida iba; y como ya tenian aviso los
de á caballo que se ayudasen unos á otros, y las lanzas terciadas sin
pararse á alancear sino por las caras y ojos, entrando y saliendo á
media rienda, y que ningun soldado saliese del escuadron, y con nuestra
bandera tendida, y cuatro compañeros guardando al alférez Corral.
Así salimos de nuestro real, y no habiamos andado medio cuarto de
legua, cuando vimos asomar los campos llenos de guerreros con grandes
penachos y sus divisas, y mucho ruido de trompetillas y bocinas.
Aquí habia bien que escribir y ponello en relacion lo que en esta
peligrosa y dudosa batalla pasamos; porque nos cercaron por todas
partes tantos guerreros, que se podia comparar como si hubiese unos
grandes prados de dos leguas de ancho y otras tantas de largo, y en
medio dellos cuatrocientos hombres; así era: todos los campos llenos
dellos, y nosotros obra de cuatrocientos, muchos heridos y dolientes; y
supimos de cierto que esta vez venian con pensamiento que no habian de
dejar ninguno de nosotros á vida, que no habia de ser sacrificado á sus
ídolos.
Volvamos á nuestra batalla: pues como comenzaron á romper con nosotros,
¡qué granizo de piedra de los honderos! Pues flechas, todo el suelo
hecho parva de varas, todas de á dos gajos, que pasan cualquiera arma
y las entrañas, adonde no hay defensa, y los de espada y rodela, y de
otras mayores que espadas, como montantes y lanzas, ¡qué priesa nos
daban y con qué braveza se juntaban con nosotros, y con qué grandísimos
gritos y alaridos! Puesto que nos ayudábamos con tan gran concierto
con nuestra artillería y escopetas y ballestas, que les haciamos harto
daño, y á los que se nos llegaban con sus espadas y montantes les
dábamos buenas estocadas, que les haciamos apartar, y no se juntaban
tanto como la otra vez pasada; y los de á caballo estaban tan diestros
y hacíanlo tan varonilmente, que, despues de Dios, que es el que nos
guardaba, ellos fueron fortaleza.
Yo vi entónces medio desbaratado nuestro escuadron, que no aprovechaban
voces de Cortés ni de otros capitanes para que tornásemos á cerrar;
tanto número de indios cargó entónces sobre nosotros, sino que á puras
estocadas les hicimos que nos diesen lugar; con que volvimos á ponernos
en concierto.
Una cosa nos daba la vida, y era que, como eran muchos y estaban
amontonados, los tiros les hacian mucho mal; y demás desto, no se
sabian capitanear, porque no podian allegar todos los capitanes con sus
gentes; y á lo que supimos, desde la otra batalla pasada habian tenido
pendencias y rencillas entre el capitan Xicotenga con otro capitan hijo
de Chichimeclatecle, sobre que decia el un capitan al otro que no lo
habia hecho bien en la batalla pasada, y el hijo de Chichimeclatecle
respondió que muy mejor que él, y se lo haria conocer de su persona á
la suya de Xicotenga; por manera que en esta batalla no quiso ayudar
con su gente el Chichimeclatecle al Xicotenga, ántes supimos muy
ciertamente que convocó á la capitanía de Guaxolcingo que no pelease.
Y demás desto, desde la batalla pasada temian los caballos y tiros
y espadas y ballestas y nuestro buen pelear, y sobre todo, la gran
misericordia de Dios, que nos daba esfuerzo para nos sustentar; y como
el Xicotenga no era obedecido de dos capitanes, y nosotros les haciamos
muy gran daño, que les matábamos muchas gentes, las cuales encubrian,
porque, como eran muchos, en hiriéndolos á cualquiera de los suyos,
luego le apañaban y le llevaban á cuestas; y así en esta batalla como
en la pasada no podiamos ver ningun muerto; y como ya peleaban de
mala gana, y sintieron que las capitanías de los dos capitanes por mí
nombrados no les acudian, comenzaron á aflojar; porque, segun pareció,
en aquella batalla matamos un capitan muy principal, que de los otros
no los cuento; y comenzaron á retraerse con buen concierto, y los de á
caballo á media rienda siguiéndolos poco trecho, porque no se podian ya
tener de cansados, y cuando nos vimos libres de aquella tanta multitud
de guerreros, dimos muchas gracias á Dios.
Allí nos mataron un soldado é hirieron más de sesenta, y tambien
hirieron á todos los caballos; á mi me dieron dos heridas, la una en
la cabeza, de pedrada, y otra en un muslo, de un flechazo; mas no eran
para dejar de pelear y velar y ayudar á nuestros soldados; y asimismo
lo hacian todos los soldados que estaban heridos, que si no eran muy
peligrosas las heridas, habiamos de pelear y velar con ellos, porque
de otra manera pocos quedaron que estuviesen sin heridas; y luego nos
fuimos á nuestro real muy contentos y dando muchas gracias á Dios, y
enterramos los muertos en una de aquellas casas que tenian hechas en
los soterraños, porque no viesen los indios que éramos mortales, sino
que creyesen que éramos teules, como ellos decian; y derrocamos mucha
tierra encima de la casa porque no oliesen los cuerpos, y se curaron
todos los heridos con el unto del indio que otras veces he dicho.
¡Oh qué mal refrigerio teniamos, que aun aceite para curar heridas
ni sal no habia! Otra falta teniamos, y grande, que era ropa para
nos abrigar; que venia un viento tan frio de la sierra nevada, que
nos hacia tiritar (aunque mostrábamos buen ánimo siempre), porque
las lanzas y escopetas y ballestas mal nos cobijaban. Aquella noche
dormimos con más sosiego que la pasada, puesto que teniamos mucho
recaudo de corredores y espías, velas y rondas.
Y dejallo hé aquí, é diré lo que otro dia hicimos en esta batalla, y
prendimos tres indios principales.


CAPÍTULO LXVI.
CÓMO OTRO DIA ENVIAMOS MENSAJEROS Á LOS CACIQUES DE TLASCALA,
ROGÁNDOLES CON LA PAZ, Y LO QUE SOBRE ELLO HICIERON.

Despues de pasada la batalla por mí contada, que prendimos en ella los
tres indios principales, enviólos luego nuestro capitan Cortés, y con
los dos que estaban en nuestro real, que habian ido otras veces por
mensajeros, les mandó que dijesen á los caciques de Tlascala que les
rogábamos que vengan luego de paz y que nos dén pasada por su tierra
para ir á Méjico, como otras veces les hemos enviado á decir, é que
si ahora no vienen, que les mataremos todas sus gentes; y porque los
queremos mucho y tener por hermanos, no les quisiéramos enojar si
ellos no hubiesen dado causa á ello, y se les dijo muchos halagos para
atraerlos á nuestra amistad.
Y aquellos mensajeros fueron de buena gana luego á la cabecera de
Tlascala, y dijeron su embajada á todos los caciques por mí ya
nombrados; los cuales hallaron juntos con otros muchos viejos y papas,
y estaban muy tristes, así del mal suceso de la guerra como de la
muerte de los capitanes parientes ó hijos suyos que en las batallas
murieron, y dice que no les quisieron escuchar de buena gana; y lo que
sobre ello acordaron, fué que luego mandaron llamar todos los adivinos
y papas, y otros que echaban suertes, que llaman tacalnagua, que son
como hechiceros, y dijeron que mirasen por sus adivinanzas y hechizos y
suertes qué gente éramos, y si podriamos ser vencidos dándonos guerra
de dia y de noche á la contina, y tambien para saber si éramos teules,
así como lo decian los de Cempoal, que ya he dicho otras veces que son
cosas malas, como demonios; é qué cosas comiamos, é que mirasen todo
esto con mucha diligencia.
Y despues que se juntaron los adivinos y hechiceros y muchos papas,
y hechas sus adivinanzas y echadas sus suertes y todo lo que solian
hacer, parece ser dijeron que en las suertes hallaron que éramos
hombres de hueso y de carne, y que comiamos gallinas y perros y pan
y fruta cuando lo teniamos, y que no comiamos carnes de indios ni
corazones de los que matábamos; porque, segun pareció, los indios
amigos que traiamos de Cempoal les hicieron encreyente que éramos
teules é que comiamos corazones de indios, é que las bombardas echaban
rayos como caen del cielo, é que el lebrel, que era tigre ó leon, y que
los caballos eran para lancear á los indios cuando los queriamos matar;
y les dijeron otras muchas niñerias.
É volvamos á los papas: y lo peor de todo que les dijeron sus papas é
adivinos fué que de dia no podiamos ser vencidos, sino de noche, porque
como anochecia se nos quitaban las fuerzas; y más les dijeron los
hechiceros, que éramos esforzados, y que todas estas virtudes teniamos
de dia hasta que se ponia el sol, y desque anochecia no teniamos
fuerzas ningunas.
Y cuando aquello oyeron los caciques, y lo tuvieron por muy cierto, se
lo enviaron á decir á su capitan general Xicotenga, para que luego con
brevedad venga una noche con grandes poderes á nos dar guerra.
El cual, como lo supo, juntó obra de diez mil indios, los más
esforzados que tenia, y vino á nuestro real, y por tres partes nos
comenzó á dar una mano de flechas y tirar varas con sus tiraderas de un
gajo y de dos, y los de espadas y macanas y montantes por otra parte;
por manera que de repente tuvieron por cierto que llevarian algunos
de nosotros para sacrificar; y mejor lo hizo nuestro Señor Dios, que
por muy secretamente que ellos venian, nos hallaron muy apercebidos;
porque, como sintieron su gran ruido que traian á mata-caballo,
vinieron nuestros corredores del campo y las espías á dar el arma, y
como estábamos tan acostumbrados á dormir calzados y las armas vestidas
y los caballos ensillados y enfrenados, y todo género de armas muy á
punto, les resistimos con las escopetas y ballestas y á estocadas; de
presto vuelven las espaldas, y como era el campo llano y hacia luna,
los de á caballo los siguieron un poco, donde por la mañana hallamos
tendidos muertos y heridos hasta veinte dellos; por manera que se
vuelven con gran pérdida y muy arrepentidos de la venida de noche.
Y aun oí decir que, como no les sucedió bien lo que los papas y las
suertes y hechiceros les dijeron, que sacrificaron á dos dellos.
Aquella noche mataron un indio de nuestros amigos de Cempoal, é
hirieron dos soldados y un caballo, y allí prendimos cuatro dellos; y
como nos vimos libres de aquella arrebatada refriega, dimos gracias
á Dios, y enterramos el amigo de Cempoal, y curamos los heridos y
al caballo, y dormimos lo que quedó de la noche con grande recaudo
en el real, así como lo teniamos de costumbre; y despues amaneció,
y nos vimos todos heridos á dos y á tres heridas, y muy cansados, y
otros dolientes y entrapajados, y Xicotenga que siempre nos seguia,
y faltaban ya sobre cincuenta y cinco soldados, que se habian muerto
en las batallas y dolencias y frios, y estaban dolientes otros doce,
y asimismo nuestro capitan Cortés tambien tenia calenturas, y aun
el padre fray Bartolomé de Olmedo, de la órden de la Merced, con el
trabajo y peso de las armas, que siempre traiamos á cuestas, y otras
malas venturas de frios y falta de sal, que no la comiamos ni la
hallábamos; y demás desto, dábanos qué pensar qué fin habriamos en
aquestas guerras, é ya que allí se acabasen, qué seria de nosotros,
adónde habiamos de ir; porque entrar en Méjico teníamoslo por cosa de
risa á causa de sus grandes fuerzas y deciamos que cuando aquellos
de Tlascala nos habian puesto en aquel punto, y nos hicieron creer
nuestros amigos los de Cempoal que estaban de paz, que cuando nos
viésemos en la guerra con los grandes poderes de Montezuma, que ¿qué
podriamos hacer?
Y demás desto, no sabiamos de los que quedaron poblados en la
Villa-Rica, ni ellos de nosotros; y como entre todos nosotros habia
caballeros y soldados tan excelentes varones y tan esforzados y de
buen consejo, que Cortés ninguna cosa decia ni hacia sin primero tomar
sobre ello muy maduro consejo y acuerdo con nosotros; puesto que el
coronista Gómora diga: «Hizo Cortés esto, fué allá, vino de acullá;»
dice otras cosas que no llevan camino; y aunque Cortés fuera de hierro,
segun lo cuenta el Gómora en su historia, no podia acudir á todas
partes; bastaba que dijera que lo hacia como buen capitan, como siempre
lo fué; y esto digo, porque despues de las grandes mercedes que Nuestro
Señor nos hacia en todos nuestros hechos y en las vitorias pasadas y en
todo lo demás, parece ser que á los soldados nos daba gracia y consejo
para aconsejar que Cortés hiciese todas las cosas muy bien hechas.
Dejemos de hablar en loas pasadas, pues no hacen mucho á nuestra
historia, y digamos cómo todos á una esforzábamos á Cortés, y le
dijimos que curase de su persona, que allí estábamos, y que con el
ayuda de Dios, que pues habiamos escapado de tan peligrosas batallas,
que para algun buen fin era nuestro Señor servido de guardarnos; y que
luego soltase los prisioneros y que los enviase á los caciques mayores
otra vez por mí nombrados, que vengan de paz é se les perdonará todo lo
hecho y la muerte de la yegua.
Dejemos esto, y digamos cómo doña Marina, con ser mujer de la tierra,
qué esfuerzo tan varonil tenia, que con oir cada dia que nos habian
de matar y comer nuestras carnes, y habernos visto cercados en las
batallas pasadas, y que ahora todos estábamos heridos y dolientes,
jamás vimos flaqueza en ella, sino muy mayor esfuerzo que de mujer;
y á los mensajeros que ahora enviábamos les habló la doña Marina y
Jerónimo de Aguilar, que vengan luego de paz, y que si no vienen dentro
de dos dias, les iremos á matar y destruir sus tierras, é iremos á
buscarles á su ciudad; y con estas resueltas palabras fueron á la
cabecera donde estaba Xicotenga el viejo.
Dejemos esto, y diré otra cosa que he visto, que el coronista Gómora
no escribe en su Historia ni hace mencion si nos mataban ó estábamos
heridos, ni pasábamos trabajos ni adoleciamos, sino todo lo que escribe
es como si lo halláramos hecho.
¡Oh cuán mal le informaron los que tal le aconsejaron que lo pusiese
así en su Historia! Y á todos los conquistadores nos ha dado qué pensar
en lo que ha escrito, no siendo así; y debia de pensar que cuando
viésemos su Historia habiamos de decir la verdad.
Olvidemos al coronista Gómora, y digamos cómo nuestros mensajeros
fueron á la cabecera de Tlascala con nuestro mensaje; y paréceme que
llevaron una carta, que aunque sabiamos que no la habian de entender,
sino porque se tenia por cosa de mandamiento, y con una saeta; y
hallaron á los dos caciques mayores que estaban hablando con otros
principales, y lo que sobre ello respondieron adelante lo diré.


CAPÍTULO LXVII.
CÓMO TORNARON Á ENVIAR MENSAJEROS Á LOS CACIQUES DE TLASCALA PARA QUE
VENGAN DE PAZ, Y LO QUE SOBRE ELLO HICIERON Y ACORDARON.

Como llegaron á Tlascala los mensajeros que enviamos á tratar de las
paces, y les hallaron que estaban en consulta los dos más principales
caciques que se decian Masse-Escaci y Xicotenga el viejo padre del
capitan general, que tambien se decia Xicotenga el mozo, otras muchas
veces por mí nombrado, como les oyeron su embajada, estuvieron
suspensos un rato que no hablaron, y quiso Dios que inspiró en sus
pensamientos que hiciesen paces con nosotros, y luego enviaron á llamar
á todos los más caciques y capitanes que habia en sus poblaciones, y á
los de una provincia que están junto con ellos, que se dice Guaxocingo,
que eran sus amigos y confederados, y todos juntos en aquel pueblo que
estaban, que era cabecera, les hizo Masse-Escaci y el viejo Xicotenga,
que eran bien entendidos, un razonamiento casi que fué desta manera,
segun despues supimos, aunque no las palabras formales:
—«Hermanos y amigos nuestros, ya habeis visto cuántas veces estos
teules que están en el campo esperando guerras nos han enviado
mensajeros á demandar paz, y dicen que nos vienen á ayudar y tener en
lugar de hermanos; y asimismo habeis visto cuántas veces han llevado
presos muchos de nuestros vasallos, que no les hacen mal y luego los
sueltan; bien veis cómo les hemos dado guerra tres veces con todos
nuestros poderes, así de dia como de noche, y no han sido vencidos,
y ellos nos han muerto en los combates que les hemos dado muchas de
nuestras gentes é hijos y parientes y capitanes; ahora de nuevo vuelven
á demandar paz, y los de Cempoal, que traen en su compañía, dicen que
son contrarios de Montezuma y sus mejicanos, y que les han mandado
que no le dén tributo los pueblos de las sierras Totonaque ni los de
Cempoal; pues bien se os acordará que los mejicanos nos dan guerra cada
año, de más de cien años á esta parte, y bien veis que estamos en estas
nuestras tierras como acorralados, que no osamos salir á buscar sal, ni
aun la comemos, ni aun algodon, que pocas mantas dello traemos; pues
si salen ó han salido algunos de los nuestros á buscar, pocos vuelven
con las vidas, que estos traidores de mejicanos y sus confederados nos
los matan ó hacen esclavos; ya nuestros tacalnaguas y adivinos y papas
nos han dicho lo que sienten de sus personas destos teules, y que son
esforzados. Lo que me parece es, que procuremos de tener amistad con
ellos, y si no fueren hombres, sino teules, de una manera y de otra
les hagamos buena compañía, y luego vayan cuatro nuestros principales
y les lleven muy bien de comer, y mostrémosles amor y paz, porque nos
ayuden y defiendan de nuestros enemigos, y traigámoslos aquí luego
con nosotros, y démosles mujeres para que de su generacion tengamos
parientes, pues segun dicen los embajadores que nos envian á tratar las
paces, que traen mujeres entre ellos.»
Y como oyeren este razonamiento, á todos los caciques les pareció bien,
y dijeron que era cosa acertada, y que luego vayan á entender en las
paces, y que se le envie á hacer saber á su capitan Xicotenga y á los
demás capitanes que consigo tiene, para que luego vengan sin dar más
guerras, y les digan que ya tenemos hechas paces; y enviaron luego
mensajeros sobre ello; y el capitan Xicotenga el mozo no los quiso
escuchar á los cuatro principales, y mostró tener enojo, y los trató
mal de palabra, y que no estaba por las paces; y dijo que ya habia
muerto muchos teules y la yegua, y que él queria dar otra noche sobre
nosotros y acabarnos de vencer y matar; la cual respuesta, desque la
oyó su padre Xicotenga el viejo y Masse-Escaci y los demás caciques,
se enojaron de manera, que luego enviaron á mandar á los capitanes y á
todo su ejército que no fuesen con el Xicotenga á nos dar guerra, ni en
tal caso le obedeciesen en cosa que les mandase si no fuese para hacer
paces, y tampoco lo quiso obedecer; y cuando vieron la desobediencia de
su capitan, luego enviaron los cuatro principales, que otra vez les
habian mandado que viniesen á nuestro real y trujesen bastimento y para
tratar las paces en nombre de toda Tlascala y Guaxocingo; y los cuatro
viejos por temor de Xicotenga el mozo no vinieron en aquella sazon; y
porque en un instante acaecen dos y tres cosas, así en nuestro real
como en este tratar de paces, y por fuerza tengo de tomar entre manos
lo que más viene al propósito, dejaré de hablar de los cuatro indios
principales que enviaron á tratar las paces, que aún no venian por
temor de Xicotenga: en este tiempo fuimos con Cortés á un pueblo junto
á nuestro real, y lo que pasó diré adelante.


CAPÍTULO LXVIII.
CÓMO ACORDAMOS DE IR Á UN PUEBLO QUE ESTABA CERCA DE NUESTRO REAL, Y LO
QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Y como habia dos dias que estábamos sin hacer cosa que de contar sea,
fué acordado, y aun aconsejamos á Cortés, que un pueblo que estaba obra
de una legua de nuestro real, que le habiamos enviado á llamar de paz y
no venia, que fuésemos una noche y diésemos sobre él, no para hacelles
mal, digo matalles ni herilles ni traelles presos, mas de traer comida
y atemorizalles ó hablalles de paz, segun viésemos lo que ellos hacian;
y llámase este pueblo Zumpacingo, y era cabecera de muchos pueblos
chicos, y era sujeto el pueblo donde estábamos allí donde teniamos
nuestro real, que se dice Tecodcungapacingo, que todo alrededor estaba
muy poblado de casas é pueblos; por manera que una noche al cuarto de
la modorra madrugamos para ir á aquel pueblo con seis de á caballo de
los mejores, y con los más sanos soldados y con diez ballesteros y ocho
escopeteros, y Cortés por nuestro capitan, puesto que tenia calenturas
ó tercianas; dejamos el mejor recaudo que pudimos en el real.
Ántes que amaneciese con dos horas caminamos, y hacia un viento tan
frio aquella mañana, que venia de la sierra nevada, que nos hacia
temblar é tiritar, y bien lo sintieron los caballos que llevábamos,
porque dos dellos se atorozonaron y estaban temblando; de lo cual
nos pesó en gran manera, temiendo no muriesen, y Cortés mandó que se
volviesen al real los caballeros dueños cuyos eran, á curar dellos; y
como estaba cerca el pueblo, llegamos á él ántes que fuese de dia, y
como nos sintieron los naturales dél, fuéronse huyendo de sus casas,
dando voces unos á otros que se guardasen de los teules, que les íbamos
á matar; que no se aguardaban padres á hijos; y como los vimos,
hicimos alto en un patio hasta que fuera de dia, que no se les hizo
daño ninguno; y como unos papas que estaban en unos cues, los mayores
del pueblo y otros viejos principales vieron que estábamos allí sin les
hacer enojo ninguno, vienen á Cortés y le dicen que les perdonen porque
no han ido á nuestro real de paz ni llevar de comer cuando los enviamos
á llamar, y la causa ha sido que el capitan Xicotenga, que está de
allí muy cerca, se lo ha enviado á decir que no lo dén; y porque de
aquel pueblo y otros muchos le bastecen su real, é que tiene consigo
todos los hombres de guerra y de toda la tierra de Tlascala.
Y Cortés les dijo con nuestras lenguas, doña Marina y Aguilar, que
siempre iban con nosotros á cualquiera entrada que íbamos, y aunque
fuese de noche, que no hubiesen miedo, y que luego fuesen á decir á sus
caciques á la cabecera que vengan de paz, porque la guerra es mala para
ellos; y envió á aquestos papas, porque de los otros mensajeros que
habiamos enviado aún no teniamos respuesta ninguna sobre que enviaban á
tratar las paces los caciques de Tlascala con los cuatro principales,
que aún no habian venido; é aquellos papas de aquel pueblo buscaron
de presto más de cuarenta gallinas é gallos, y dos indias para moler
tortillas, y las trujeron, y Cortés se lo agradeció, y mandó luego le
llevasen veinte indios de aquel pueblo á nuestro real, y sin temor
ninguno fueron con el bastimento, y se estuvieron en el real hasta la
tarde, y se les dió contezuelas, con que volvieron muy contentos á sus
casas á todas aquellas caserías.
Nuestros vecinos decian que éramos buenos, que no les enojábamos, y
aquellos viejos y papas avisaron dello al capitan Xicotenga cómo habian
dado la comida y las indias, y riñó mucho con ellos, y fueron luego á
la cabecera á hacello saber á los caciques viejos; y como supieron que
no les haciamos mal ninguno, y aunque pudiéramos matalles aquella noche
muchos de sus gentes, y les enviábamos á demandar paces, se holgaron y
les mandaron que cada dia nos trujesen todo lo que hubiésemos menester,
y tornaron otra vez á mandar á los cuatro principales, que otras
veces les encargaron las paces, que luego en aquel instante fuesen á
nuestro real y llevasen toda la comida y aparato que les mandaban; y
así, nos volvimos luego á nuestro real con el bastimento é indias y
muy contentos; é quedarse há aquí, y diré lo que pasó en el real entre
tanto que habiamos ido á aquel pueblo.


CAPÍTULO LXIX.
CÓMO DESPUES QUE VOLVIMOS CON CORTÉS DE CIMPACINGO, HALLAMOS EN NUESTRO
REAL CIERTAS PLÁTICAS, Y LO QUE CORTÉS RESPONDIÓ Á ELLAS.

Vueltos de Cimpacingo, que así se dice, con bastimentos y muy contentos
en dejallos de paz, hallamos en el Real corrillo y pláticas sobre
los grandísimos peligros en que cada dia estábamos en aquella guerra,
y cuando llegamos avivaron más las pláticas; y los que más en ello
hablaban é insistian, eran los que en la isla de Cuba dejaban sus casas
y repartimientos de indios, y juntáronse hasta siete dellos, que aquí
no quiero nombrar por su honor, y fueron al rancho y aposento de Cortés.
Y uno dellos, que habló por todos, que tenia buena expresiva, y aun
tenia bien en la memoria lo que habia de proponer, dijo como á manera
de aconsejarle á Cortés, que mirase cuál andábamos malamente heridos y
flacos y corridos, y los grandes trabajos que teniamos, así de noche
con velas y con espías, y rondas y corredores del campo, como de dia é
de noche peleando; y que por la cuenta que han echado, que desde que
salimos de Cuba que faltaban ya sobre cincuenta y cinco compañeros,
y que no sabemos de los de la Villa-Rica que dejamos poblados; é que
pues Dios nos habia dado vitoria en las batallas y rencuentros que
desde que venimos en aquella provincia habiamos habido, y con su gran
misericordia nos sustenia, que no le debiamos tentar tantas veces; é
que no quiera ser peor que Pedro Carbonero, que nos habia metido en
parte que no se esperaba; si no, que un dia ó otro habiamos de ser
sacrificados á los ídolos; lo cual plega Dios tal no permita; é que
seria bueno volver á nuestra villa, y que en la fortaleza que hicimos,
y entre los pueblos de los totonaques, nuestros amigos, nos estariamos
hasta que hiciésemos un navío que fuese á dar mandado á Diego Velazquez
y á otras partes é islas para que nos enviasen socorro é ayudas.
É que ahora fueran buenos los navíos que dimos con todos al través, ó
que se quedaran siquiera dos dellos para la necesidad si ocurriese, y
que sin dalles parte dello ni de cosa ninguna, por consejo de quien no
sabe considerar las cosas de fortuna, mandó dar con todos al través;
y que plegue á Dios que él y los que tal consejo le dieron no se
arrepientan dello; y que ya no podiamos sufrir la carga, cuanto más
muchas sobrecargas, y que andábamos peores que bestias; porque á las
bestias que han hecho sus jornadas las quitan las albardas y les dan
de comer y reposan, y que nosotros de dia y de noche siempre andamos
cargados de armas y calzados; y más le dijeron, que mirase en todas las
historias, así de romanos como las de Alejandro ni de otros capitanes
de los muy nombrados que en el mundo ha habido, no se atrevieron á dar
con los navíos al través, y con tan poca gente meterse en tan grandes
poblaciones y de muchos guerreros, como él ha hecho, y que parece que
es autor de su muerte y de la de todos nosotros.
É que quiera conservar su vida y las nuestras, y que luego nos
volviésemos á la Villa-Rica, pues estaba de paz la tierra; y que no se
lo habian dicho hasta entónces porque no han visto tiempo para ello,
por los muchos guerreros que teniamos cada dia por delante y en los
lados; y pues ya no tornaban de nuevo, los cuales creian que volverian,
y pues Xicotenga con su gran poder no nos ha venido á buscar aquellos
tres dias pasados, que debe estar allegando gente, y que no debiamos
aguardar otra como las pasadas; y le dijeron otras cosas sobre el caso.
É viendo Cortés que se lo decian algo como soberbios, puesto que iba
á manera de consejo, le respondió muy mansamente, y dijo que bien
conocido tenia muchas cosas de las que habian dicho, é que á lo que ha
visto y tiene creido, que en el universo no hubiese otros españoles más
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