Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 08

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ayudar á embarcar, porque aquel santo dia nos queriamos hacer á la
vela, porque en aquella sazon vinieron dos pilotos á decir á Cortés que
estaban en gran riesgo los navíos por amor del Norte, que es travesía.
Y otro dia muy de mañana vinieron todos los caciques y principales con
todas sus mujeres é hijos, y estaban ya en el patio donde teniamos la
iglesia y cruz, y muchos ramos cortados para andar en procesion; y
desque los caciques vimos juntos, Cortés y todos los capitanes á una
con gran devocion anduvimos una muy devota procesion, y el padre de la
Merced y Juan Diaz el Clérigo revestidos, y se dijo Misa, y adoramos y
besamos la Santa Cruz, y los caciques é indios mirándonos.
Y hecha nuestra solemne fiesta segun el tiempo, vinieron los
principales é trajeron á Cortés diez gallinas y pescado asado é otras
legumbres, é nos despedimos dellos, y siempre Cortés encomendándoles la
santa imágen de Nuestra Señora y las santas Cruces, y que las tuviesen
muy limpias, y barrida la casa é la iglesia y enramado, y que las
reverenciasen, é hallarian salud y buenas sementeras; y despues que era
ya tarde nos embarcamos, y á otro dia lúnes por la mañana nos hicimos
á la vela, y con buen viaje navegamos é fuimos la via de San Juan
de Ulúa, y siempre muy juntos á tierra; é yendo navegando con buen
tiempo, deciamos á Cortés los soldados que veniamos con Grijalva, cómo
sabiamos aquella derrota:
—«Señor, allí queda la Rambla, que en lengua de indios se dice
_Aguayaluco_.»
Y luego llegamos al paraje de _Tonala_, que se dice San Anton, y se lo
señalábamos; más adelante le mostramos el gran rio de _Guazacualco_, é
vió las muy altas sierras nevadas, é luego las sierras de San Martin;
y más adelante le mostramos la roca partida, que es unos grandes
peñascos que entran en la mar, é tiene una señal arriba como á manera
de silla; é más adelante le mostramos el rio de Albarado, que es adonde
entró Pedro de Albarado cuando lo de Grijalva; y luego vimos el rio de
Banderas, que fué donde rescatamos los diez y seis mil pesos, y luego
le mostramos la isla Blanca, y tambien le dijimos adónde quedaba la
isla Verde; y junto á tierra vió la isla de Sacrificios, donde hallamos
los altares cuando lo de Grijalva, y los indios sacrificados, y luego
en buena hora llegamos á San Juan de Ulúa juéves de la Cena despues del
medio dia.
Acuérdome que llegó un caballero que se decia Alonso Hernandez
Puertocarrero, é dijo á Cortés:
—«Paréceme, señor, que os han venido diciendo estos caballeros que han
venido otras dos veces á esta tierra:
Cata Francia, Montesinos
Cata Paris la ciudad,
Cata las aguas del Duero,
Do van á dar á la mar.
Yo digo que mireis las tierras ricas, y sabeos bien gobernar.»
Luego Cortés bien entendió á qué fin fueron aquellas palabras dichas, y
respondió:
—«Dénos Dios ventura en armas como al paladin Roldan; que en lo demás,
teniendo á vuestra merced y á otros caballeros por señores, bien me
sabré entender.»
Y dejémoslo, y no pasemos de aquí: esto es lo que pasó; y Cortés entró
en el rio de Albarado, como dice Gómora.


CAPÍTULO XXXVII.
CÓMO DOÑA MARINA ERA CACICA É HIJA DE GRANDES SEÑORES, Y SEÑORA DE
PUEBLOS Y VASALLOS, Y DE LA MANERA QUE FUÉ TRAIDA Á TABASCO.

Ántes que más meta la mano en lo del gran Montezuma y su gran Méjico
y mejicanos, quiero decir lo de doña Marina, cómo desde su niñez fué
gran señora de pueblos y vasallos, y es desta manera: que su padre y
su madre eran señores y caciques de un pueblo que se dice Painala, y
tenia otros pueblos sujetos á él, obra de ocho leguas de la villa de
Guacaluco, y murió el padre quedando muy niña, y la madre se casó con
otro cacique mancebo y hubieron un hijo; y segun pareció, querian bien
al hijo que habian habido; acordaron entre el padre y la madre de dalle
el cargo despues de sus dias, y porque en ello no hubiese estorbo,
dieron de noche la niña á unos indios de Xicalango, porque no fuese
vista, y echaron fama que se habia muerto, y en aquella sazon murió
una hija de una india esclava suya, y publicaron que era la heredera,
por manera que los de Xicalango la dieron á los de Tabasco, y los de
Tabasco á Cortés, y conocí á su madre y á su hermano de madre, hijo
de la vieja, que era ya hombre y mandaba juntamente con la madre á
su pueblo, porque el marido postrero de la vieja ya era fallecido;
y despues de vueltos cristianos, se llamó la vieja Marta y el hijo
Lázaro; y esto sélo muy bien, porque en el año 1523, despues de ganado
Méjico y otras provincias, y se habia alzado Cristóbal de Olí en las
Higueras, fué Cortés allá y pasó por Guacacualco, fuimos con él á aquel
viaje toda la mayor parte de los vecinos de aquella villa, como diré
en su tiempo y lugar; y como doña Marina en todas las guerras de la
Nueva-España, Tlascala y Méjico fué tan excelente mujer y buena lengua,
como adelante diré, á esta causa la traia siempre Cortés consigo, y
en aquella sazon y viaje se casó con ella un hidalgo que se decia
Juan Jaramillo, en un pueblo que se decia Orizava, delante de ciertos
testigos, que uno de ellos se decia Aranda, vecino que fué de Tabasco,
y aquel contaba el casamiento, y no como lo dice el coronista Gómora; y
la doña Marina tenia mucho ser y mandaba absolutamente entre los indios
en toda la Nueva-España.
Y estando Cortés en la villa de Guacacualco, envió á llamar á todos los
caciques de aquella provincia para hacerles un parlamento acerca de la
santa doctrina y sobre su buen tratamiento, y entónces vino la madre de
doña Marina y su hermano de madre Lázaro, con otros caciques.
Dias habia que me habia dicho la doña Marina que era de aquella
provincia y señora de vasallos, y bien lo sabia el capitan Cortés,
y Aguilar, la lengua; por manera que vino la madre y su hija y el
hermano, y conocieron que claramente era su hija, porque se le parecia
mucho.
Tuvieron miedo della, que creyeron que los enviaba á llamar para
matarlos, y lloraban; y como así los vido llorar la doña Marina, los
consoló, y dijo que no hubiesen miedo, que cuando la traspusieron con
los de Xicalango que no supieron lo que se hacian, y se lo perdonaba, y
les dió muchas joyas de oro y de ropa y que se volviesen á su pueblo, y
que Dios le habia hecho mucha merced en quitarla de adorar ídolos agora
y ser cristiana, y tener un hijo de su amo y señor Cortés, y ser casada
con un caballero como era su marido Juan Jaramillo; que aunque la
hiciesen cacica de todas cuantas provincias habia en la Nueva-España,
no lo seria; que en más tenia servir á su marido é á Cortés que cuanto
en el mundo hay; y todo esto que digo se lo oí muy certificadamente, y
se lo juró amen. Y esto me parece que quiere remediar á lo que acaeció
con sus hermanos en Egipto á Josef, que vinieron á su poder cuando lo
del trigo.
Esto es lo que pasó, y no la relacion que dieron al Gómora, y tambien
dice otras cosas que dejo por alto.
É volviendo á nuestra materia, doña Marina sabia la lengua de
Guacacualco, que es la propia de Méjico, y sabia la de Tabasco, como
Jerónimo de Aguilar sabia la de Yucatan y Tabasco, que es toda una;
entendíanse bien, y el Aguilar lo declaraba en castellano á Cortés; fué
gran principio para nuestra conquista; y así se nos hacian las cosas,
loado sea Dios, muy prósperamente.
He querido declarar esto, porque sin doña Marina no podiamos entender
la lengua de Nueva-España y Méjico.
Donde lo dejaré é volveré á decir cómo nos desembarcamos en el puerto
de San Juan de Ulúa.


CAPÍTULO XXXVIII.
CÓMO LLEGAMOS CON TODOS LOS NAVÍOS Á SAN JUAN DE ULÚA, Y LO QUE ALLÍ
PASAMOS.

En Juéves Santo de la Cena del Señor de 1519 años llegamos con toda
la armada al puerto de San Juan de Ulúa; y como el piloto Alaminos
lo sabia muy bien desde cuando venimos con Juan de Grijalva, luego
mandó surgir en parte que los navíos estuviesen seguros del Norte, y
pusieron en la nao capitana sus estandartes reales y veletas, y desde
obra de media hora que surgimos, vinieron dos canoas muy grandes (que
en aquellas partes á las canoas grandes llaman piraguas), y en ellas
vinieron muchos indios mejicanos, y como vieron los estandartes y
navío grande, conocieron que allí habian de ir á hablar al capitan,
y fuéronse derechos al navío, y entran dentro y preguntan quién era
el Tlatoan, que en su lengua dicen el señor. Y doña Marina, bien lo
entendió, porque sabia muy bien la lengua, se lo mostró.
Y los indios hicieron mucho acato á Cortés á su usanza, y le dijeron
que fuese bien venido, é que un criado del gran Montezuma, su señor,
les enviaba á saber qué hombres éramos é qué buscábamos, é que si algo
hubiésemos menester para nosotros y los navíos, que se lo dijésemos,
que traerian recaudo para ello.
Y nuestro Cortés respondió con las dos lenguas, Aguilar y doña Marina,
que se lo tenia en merced; y luego les mandó dar de comer y beber vino,
y unas cuentas azules, y cuando hubieron bebido, les dijo que veniamos
para vellos y contratar, y que no se les haria enojo ninguno, é que
hubiesen por buena nuestra llegada á aquella tierra.
Y los mensajeros se volvieron muy contentos á su tierra; y otro dia,
que fué Viérnes Santo de la Cruz, desembarcamos, así caballos como
artillería, en unos montones de arena, que no habia tierra llana,
sino todos arenales, y asestaron los tiros como mejor le pareció al
artillero, que se decia Mesa, y hicimos un altar, adonde se dijo luego
Misa, é hicieron chozas y enramadas para Cortés y para los capitanes,
y entre tres soldados acarreábamos madera é hicimos nuestras chozas, y
los caballos se pusieron adonde estuviesen seguros; y en esto se pasó
aquel Viérnes Santo.
Y otro dia sábado, víspera de Pascua, vinieron muchos indios que
envió un principal que era gobernador de Montezuma, que se decia
Pitalpitoque, que despues le llamamos Ovandillo, y trujeron hachas y
adobaron las chozas del capitan Cortés y los ranchos que más cerca
hallaron, y les pusieron mantas grandes encima, por amor del sol, que
era cuaresma é hacia muy gran calor, y trujeron gallinas y pan de maíz
y ciruelas, que era tiempo dellas, y paréceme que entónces trujeron
unas joyas de oro, y todo lo presentaron á Cortés, é dijeron que otro
dia habia de venir un gobernador á traer más bastimento. Cortés se
lo agradeció mucho y les mandó dar ciertas cosas de rescate, con que
fueron muy contentos.
Y otro dia, Pascua santa de Resurreccion, vino el gobernador que habian
dicho, que se decia Tendile, hombre de negocios, é trujo con él á
Pitalpitoque, que tambien era persona entre ellos principal, y traia
detrás de sí muchos indios con presentes y gallinas y otras legumbres,
y á estos que los traian mandó Tendile que se apartasen un poco á un
cabo, y con mucha humildad hizo tres reverencias á Cortés á su usanza,
y despues á todos los soldados que más cercanos nos hallamos.
Y Cortés les dijo con nuestras lenguas que fuesen bien venidos, y los
abrazó, y les mandó que esperasen y que luego les hablaria, y entre
tanto mandó hacer un altar lo mejor que en aquel tiempo se pudo hacer,
y dijo misa cantada fray Bartolomé de Olmedo, y la beneficiaba el
Padre Juan Diaz, y estuvieron á la misa los dos gobernadores y otros
principales de los que traian en su compañía; y oido misa, comió Cortés
y ciertos capitanes de los nuestros y los dos indios criados del gran
Montezuma.
Y alzadas las mesas, se apartó Cortés con las dos nuestras lenguas doña
Marina y Jerónimo de Aguilar y con aquellos caciques, y les dijimos
cómo éramos cristianos y vasallos del mayor señor que hay en el mundo,
que se dice el Emperador don Cárlos, y que tiene por vasallos y criados
á muchos grandes señores, y que por su mandado veniamos á aquestas
tierras, porque há muchos años que tienen noticia dellas y del gran
señor que les manda, y que lo quiere tener por amigo y decille muchas
cosas en su Real nombre, y cuando las sepa é haya entendido se holgará
dello, y para contratar con él y sus indios y vasallos de buena
amistad, y queria saber dónde manda que se vean y se hablen.
Y el Tendile le respondió algo soberbio, y le dijo:
—«Aún agora has llegado y ya le quieres hablar; recibe agora este
presente que te damos en su nombre, y despues me dirás lo que te
cumpliere.»
Y luego sacó de una petaca, que es como caja, muchas piezas de oro y de
buenas labores y ricas, y más de diez cargas de ropa blanca de algodon
y de pluma, cosas muy de ver, y otras joyas que ya no me acuerdo, como
há muchos años, y tras esto mucha comida, que eran gallinas de la
tierra, fruta y pescado asado.
Cortés las recibió riendo y con buena gracia, y les dió cuentas de
diamantes torcidas y otras cosas de Castilla; y les rogó que mandasen
en sus pueblos que viniesen á contratar con nosotros, porque él traia
muchas cuentas á trocar á oro, y le dijeron que así lo mandarian.
Segun despues supimos, estos Tendile y Pitalpitoque eran gobernadores
de unas provincias que se dicen Cotastlan, Tustepeque, Guazpaltepeque,
Tlatalteteclo, y de otros pueblos que nuevamente tenian sojuzgados;
y luego Cortés mandó traer una silla de caderas con entalladuras muy
pintadas y unas piedras margajitas que tienen dentro en sí muchas
labores, y envueltas en unos algodones que tenian almizcle porque
oliesen bien, y un sartal de diamantes torcido y una gorra de carmesí
con una medalla de oro, y en ella figurado á San Jorge, que estaba
á caballo con una lanza y parecia que mataba á un dragon: y dijo
á Tendile que luego enviase aquella silla en que se asiente el Sr.
Montezuma para cuando le vaya á ver y hablar Cortés, y que aquella
gorra que la ponga en la cabeza, y que aquellas piedras y todo lo demás
le mandó dar el Rey nuestro señor, en señal de amistad, porque sabe que
es gran señor, y que mande señalar para qué dia y en qué parte quiere
que le vaya á ver.
Y el Tendile le recibió y dijo que su señor Montezuma es tan gran
señor, que se holgara de conocer á nuestro gran Rey, y que le llevará
presto aquel presente y traerá respuesta.
Y parece ser que el Tendile traia consigo grandes pintores, que los hay
tales en Méjico, y mandó pintar al natural rostro, cuerpo y facciones
de Cortés y de todos los capitanes y soldados, y navíos y velas é
caballos, y á doña Marina é Aguilar, hasta dos lebreles, é tiros é
pelotas, é todo el ejército que traiamos, é lo llevó á su señor.
Y luego mandó Cortés á nuestros artilleros que tuviesen muy bien
cebadas las bombardas con buen golpe de pólvora para que hiciesen gran
trueno cuando las soltasen, y mandó á Pedro de Albarado que él y todos
los de á caballo se aparejasen para que aquellos criados de Montezuma
los viesen correr, y que llevasen pretales de cascabeles; y tambien
Cortés cabalgó y dijo:
—«Si en estos medaños de arena pudiéramos correr, bueno fuera; mas ya
verán que á pié atollamos en la arena; salgamos á la playa desque sea
menguante, y correremos de dos en dos.»
É al Pedro de Albarado, que era su yegua alazana, de gran carrera y
revuelta, le dió el cargo de todos los de á caballo.
Todo lo cual se hizo delante de aquellos dos embajadores, y para que
viesen salir los tiros dijo Cortés que les queria tornar á hablar con
otros muchos principales, y ponen fuego á las bombardas, y en aquella
sazon hacia calma; iban las piedras por los montes retumbando con gran
ruido, y los gobernadores y todos los indios se espantaron de cosas
tan nuevas para ellos, y lo mandaron pintar á sus pintores para que
Montezuma lo viese.
Y parece ser que un soldado tenia un casco medio dorado, y vióle
Tendile, que era más entremetido indio que el otro, y dijo que parecia
á unos que ellos tienen que les habian dejado sus antepasados del
linaje donde venian, el cual tenian puesta en la cabeza á sus dioses
Huichilóbos, que es su ídolo de la guerra, y que su señor Montezuma
se holgará de lo ver, y luego se lo dieron; y les dijo Cortés que
porque queria saber si el oro de esta tierra es como el que sacan de
la nuestra de los rios, que le envien aquel casco lleno de granos para
enviarlo á nuestro gran Emperador.
Y despues de todo esto, el Tendile se despidió de Cortés y de todos
nosotros, y despues de muchos ofrecimientos que les hizo el mismo
Cortés, le abrazó y se despidió dél, y dijo el Tendile que él volveria
con la respuesta con toda brevedad; é ido, alcanzamos á saber que,
despues de ser indios de grandes negocios, fué el más suelto peon que
su amo Montezuma tenia; el cual fué en posta y dió relacion de todo á
su señor, y le mostró el dibujo que llevaba pintado y el presente que
le envió Cortés; y cuando el gran Montezuma le vió quedó admirado, y
recibió por otra parte mucho contento, y desque vió el casco y el que
tenia su Huichilóbos, tuvo por cierto que éramos del linaje de los que
les habian dicho sus antepasados que vendrian á señorear aquesta tierra.
Aquí es donde dice el coronista Gómora muchas cosas que no le dieron
buena relacion. Dejallo hé aquí, y diré lo que más nos acaesció.


CAPÍTULO XXXIX.
CÓMO FUÉ TENDILE Á HABLAR Á SU SEÑOR MONTEZUMA Y LLEVAR EL PRESENTE Y
LO QUE HICIMOS EN NUESTRO REAL.

Desque se fué Tendile con el presente que el capitan Cortés le dió para
su señor Montezuma, é habia quedado en nuestro real el otro gobernador
que se decia Pitalpitoque, quedó en unas chozas apartadas de nosotros,
y allí trajeron indios para que hiciesen pan de su maíz, y gallinas,
fruta y pescado, y de aquella proveian á Cortés y á los capitanes que
comian con él (que á nosotros los soldados, si no lo mariscábamos é
íbamos á pescar, no lo teniamos); y en aquella sazon vinieron muchos
indios de los pueblos por mí nombrados, donde eran gobernadores
aquellos criados del gran Montezuma, y traian algunos dellos oro y
joyas de poco valor y gallinas á trocar por nuestros rescates, que
eran cuentas verdes, diamantes y otras cosas, y con aquello nos
sustentábamos, porque comunmente todos los soldados traiamos rescate,
como teniamos aviso cuando lo de Grijalva que era bueno traer cuentas,
y en esto pasaron seis ó siete dias; y estando en esto vino el Tendile
una mañana con más de cien indios cargados, y venia con ellos un gran
cacique mejicano, y en el rostro, facciones y cuerpo se parecian al
capitan Cortés, y adrede lo envió el gran Montezuma; porque, segun
dijeron, cuando á Cortés le llevó Tendile dibujada su misma figura,
todos los principales que estaban con Montezuma dijeron que un
principal que se decia Quintalbor se le parecia á lo propio á Cortés,
que así se llamaba aquel gran cacique que venia con Tendile; y como
parecia á Cortés, así le llamábamos en el real Cortés allá, Cortés
acullá.
Volvamos á su venida y lo que hicieron en llegando donde nuestro
capitan estaba, y fué que besó la tierra con la mano, y con braseros
que traian de barro, y en ellos de su incienso le zahumaron, y á todos
los demás soldados que allí cerca nos hallamos; y Cortés les mostró
mucho amor y asentólos cabe sí; é aquel principal que venia con aquel
presente traia cargo juntamente de hablar con el Tendile (ya he dicho
que se decia Quintalbor); y despues de haberle dado el parabien venido
á aquella tierra, y otras muchas pláticas que pasaron, mandó sacar
el presente que traian encima de unas esteras que llaman petates, y
tendidas otras mantas de algodon encima dellas, lo primero que dió fué
una rueda de hechura de sol, tan grande como de una carreta, con muchas
labores, todo de oro muy fino, gran obra de mirar, que valía, á lo que
despues dijeron que le habian pesado, sobre veinte mil pesos de oro, y
otra mayor rueda de plata, figurada la luna con muchos resplandores,
y otras figuras en ella, y esta era de gran peso, que valía mucho, y
trujo el casco lleno de oro en granos crespos como lo sacan de las
minas, que valía tres mil pesos.
Aquel oro del casco tuvimos en más, por saber cierto que habia buenas
minas, que si trujeran treinta mil pesos. Más trajo veinte ánades de
oro, de muy prima labor y muy natural, é unos como perros de los que
entre ellos tienen, y muchas piezas de oro figuradas de hechuras de
tigres y leones y monos, y diez collares hechos de una hechura muy
prima, é otros pinjantes, é doce flechas y arco con su cuerda, y dos
varas como de justicia, de largo de cinco palmos, y todo esto de oro
muy fino y de obra vaciadiza; y luego mandó traer penachos de oro y de
ricas plumas verdes y otras de plata, y aventadores de lo mismo, pues
venados de oro sacados del vaciadizo; é fueron tantas cosas, que, como
há ya tantos años que pasó, no me acuerdo de todo; y luego mandó traer
allí sobre treinta cargas de ropa de algodon tan prima y de muchos
géneros de labores, y de pluma de muchos colores, que por ser tantos no
quiero en ello más meter la pluma, porque no lo sabré escribir.
Y despues de haber dado, dijo aquel gran cacique Quintalbor y el
Tendile á Cortés que reciba aquello con la gran voluntad que su señor
se lo envia, é que lo reparta con los teules que consigo trae; y Cortés
con alegría los recibió; y dijeron á Cortés aquellos embajadores que le
querian hablar lo que su señor Montezuma le envia á decir.
Y lo primero que le dijeron, que se ha holgado que hombres tan
esforzados vengan á su tierra, como le han dicho que somos, porque
sabia lo de Tabasco; y que deseara mucho ver á nuestro gran Emperador,
pues tan gran señor es, pues de tan léjas tierras como venimos tiene
noticia dél, é que le enviaria un presente de piedras ricas, é que
entretanto que allí en aquel puerto estuviéremos, si en algo nos puede
servir que lo hará de buena voluntad; é cuanto á las vistas, que no
curasen dellas, que no habia para qué; poniendo muchos inconvenientes.
Cortés les tornó á dar las gracias con buen semblante por ello, y con
muchos halagos dió á cada gobernador dos camisas de Holanda y diamantes
azules y otras cosillas, y les rogó que volviesen por su embajador
á Méjico á decir á su señor el gran Montezuma que, pues habiamos
pasado tantas mares y veniamos de tan léjas tierras solamente por le
ver y hablar de su persona á la suya, que así se volviese, que no lo
receberia de buena manera nuestro gran rey y señor, y que adonde quiera
que estuviese le quiere ir á ver y hacer lo que mandare.
Y los embajadores dijeron que irian y se lo dirian; que las vistas que
dice, que entienden que son por demás.
Y envió Cortés con aquellos mensajeros á Montezuma de la pobreza que
traiamos que era una copa de vidrio de Florencia, labrada y dorada, con
muchas arboledas y monterías que estaban en la copa, y tres camisas de
Holanda y otras cosas, y les encomendó la respuesta.
Fuéronse estos dos gobernadores, y quedó en el real Pitalpitoque, que
parece ser lo dieron cargo los demás criados de Montezuma para que
trujese la comida de los pueblos más cercanos.
Dejallo hé aquí, y diré lo que en nuestro real pasó.


CAPÍTULO XL.
CÓMO CORTÉS ENVIÓ Á BUSCAR OTRO PUERTO Y ASIENTO PARA POBLAR Y LO QUE
SOBRE ELLO SE HIZO.

Despachados los mensajeros para Méjico, luego Cortés mandó ir dos
navíos á descubrir la costa adelante, y por capitan dellos á Francisco
de Montejo, y le mandó que siguiese el viaje que habiamos llevado con
Juan de Grijalva, porque el mismo Montejo havia venido en nuestra
compañía y del Grijalva, y que procurase buscar puerto seguro y mirase
por tierras en que pudiésemos estar, porque bien via que en aquellos
arenales no nos podiamos valer de mosquitos y estar tan léjos de
poblaciones; y mandó al piloto Alaminos y Juan Álvarez el Manquillo,
fuesen por pilotos, porque sabian aquella derrota, y que diez dias
navegase costa á costa todo lo que pudiesen; y fueron de la manera que
les fué dicho é mandado, y llegaron al paraje del rio Grande, que es
cerca de Pánuco, adonde otra vez llegamos cuando lo del capitan Juan
de Grijalva, y desde allí adelante no pudieron pasar, por las grandes
corrientes.
Y viendo aquella mala navegacion, dió la vuelta á San Juan de Ulúa,
sin más pasar adelante, ni otra relacion, excepto que doce leguas de
allí habian visto un pueblo como fortaleza, el cual pueblo se llamaba
Quiahuistlan, y que cerca de aquel pueblo estaba un puerto que le
parecia al piloto Alaminos que podrian estar seguros los navíos del
norte; púsosele un nombre feo, que es el tal de Bernal, que parecia á
otro puerto que hay en España que tenia aquel propio nombre feo; y en
estas idas y venidas se pasaron al Montejo diez ó doce dias.
Y volveré á decir que el indio Pitalpitoque, que quedaba para traer
la comida, aflojó de tal manera, que nunca más trujo cosa ninguna; y
teniamos entónces gran falta de mantenimientos, porque ya el cazabe
amargaba de mohoso, podrido y sucio de fátulas, y si no íbamos á
mariscar no comiamos, y los indios que solian traer oro y gallinas
á rescatar, ya no venian tantos como al principio, y estos que
acudian, muy recatados y medrosos; y estábamos aguardando á los indios
mensajeros que fueron á Méjico por horas.
Y estando desta manera, vuelve Tendile con muchos indios, y despues de
haber hecho el acato que suelen entre ellos de zahumar á Cortés y á
todos nosotros, dió diez cargas de mantas de pluma muy fina y ricas, y
cuatro chalchuites, que son unas piedras verdes de muy gran valor, y
tenidas en más estima entre ellos, más que nosotros las esmeraldas, y
es color verde, y ciertas piezas de oro, que dijeron que valía el oro,
sin los chalchuites, tres mil pesos; y entónces vinieron el Tendile
y Pitalpitoque, porque el otro gran cacique, que se decia Quintalbor,
no volvió más, porque habia adolecido en el camino; y aquellos dos
gobernadores se apartaron con Cortés y doña Marina y Aguilar, y le
dijeron que su señor Montezuma recibió el presente y que se holgó con
él, é que en cuanto á la vista, que no le hablen más sobre ello, y
que aquellas ricas piedras de chalchuites que las envia para el gran
Emperador, porque son tan ricas, que vale cada una dellas una gran
carga de oro, y que en más estima las tenia, y que ya no cure de enviar
más mensajeros á Méjico.
Y Cortés les dió las gracias con ofrecimientos; y ciertamente que le
pesó á Cortés que tan claramente le decian que no podriamos ver al
Montezuma, y dijo á ciertos soldados que allí nos hallamos:
—«Verdaderamente debe de ser gran señor y rico, y si Dios quisiere,
algun dia le hemos de ir á ver.»
Y respondimos los soldados:
—«Ya querriamos estar envueltos con él.»
Dejemos por agora las vistas, y digamos que en aquella sazon era
hora del Ave-María, y en el real teniamos una campana, y todos nos
arrodillamos delante de una cruz que teniamos puesta en un medaño de
arena, el más alto, y delante de aquella cruz deciamos la oracion de
la Ave-María; y como Tendile y Pitalpitoque nos vieron así arrodillar,
como eran indios muy entremetidos, preguntaron que á qué fin nos
humillábamos delante de aquel palo hecho de aquella manera.
Y como Cortés lo oyó, y el fraile de la Merced estaba presente, le dijo
Cortés al fraile:
—«Bien es agora, Padre, que hay buena materia para ello, que les demos
á entender con nuestras lenguas las cosas tocantes á nuestra santa fe.»
Y entónces se les hizo un tan buen razonamiento para en tal tiempo,
que unos buenos teólogos no lo dijeran mejor; y despues de declarado
cómo somos cristianos é todas las cosas tocantes á nuestra santa fe que
se convenian decir, les dijeron que sus ídolos son malos y que no son
buenos; que huyen de donde está aquella señal de la cruz, porque en
otra de aquella hechura padeció muerte y pasion el Señor del cielo y
de la tierra y de todo lo criado, que es el en que nosotros adoramos y
creemos, que es nuestro Dios verdadero, que se dice Jesucristo, y que
quiso sufrir y pasar aquella muerte por salvar todo el género humano,
y que resucitó al tercero dia y está en los cielos, y que habemos de
ser juzgados dél; y se les dijo otras muchas cosas muy perfectamente
dichas, y las entendian bien, y respondian cómo ellos lo dirian á su
señor Montezuma; y tambien se les declaró que una de las cosas porque
nos envió á estas partes nuestro gran Emperador fué para quitar que
no sacrificasen ningunos indios ni otra manera de sacrificios malos
que hacen, ni se robasen unos á otros, ni adorasen aquellas malditas
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