Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 19

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Potonchan é Tabasco é Cingapacinga, é agora lo de Cholula, estaba
asombrado y aun temeroso; y despues de muchos acuerdos que tuvo, envió
seis principales con un presente de oro y joyas de mucha diversidad
de hechuras, que valdria, á lo que juzgaban, sobre dos mil pesos, y
tambien envió ciertas cargas de mantas muy ricas de primas labores;
é cuando aquellos principales llegaron ante Cortés con el presente,
besaron la tierra con la mano, y con gran acato, como entre ellos se
usa, dijeron:
—«Malinche, nuestro señor el gran Montezuma te envia este presente, y
dice que lo recibas con el amor grande que te tiene é á todos vuestros
hermanos, é que le pesa del enojo que les dieron los de Cholula, é
quisiera que los castigaras más en sus personas, que son malos y
mentirosos, é que las maldades que ellos querian hacer, le echaban á él
la culpa é á sus embajadores; é que tuviésemos por muy cierto que era
nuestro amigo, é que vamos á su ciudad cuando quisiéremos, que puesto
que él nos quiere hacer mucha honra, como á personas tan esforzadas y
mensajeros de tan alto Rey como decis que es, é porque no tiene que nos
dar de comer, que á la ciudad se lleva todo el bastimento de acarreo,
por estar en la laguna poblados, no lo podia hacer tan cumplidamente;
mas que él procurará de hacernos toda la más honra que pudiere, y que
por los pueblos por donde habiamos de pasar, que él ha mandado que nos
dén lo que hubiéremos menester.»
É dijo otros muchos cumplimientos de palabra.
Y como Cortés lo entendió por nuestras lenguas, recibió aquel presente
con muestras de amor, é abrazó á los mensajeros y les mandó dar ciertos
diamantes torcidos, é todos nuestros capitanes é soldados nos alegramos
con tan buenas nuevas, é mandarnos que vamos á su ciudad, porque de dia
en dia lo estábamos deseando todos los más soldados, especial los que
no dejábamos en la isla de Cuba bienes ningunos, é habiamos venido dos
veces á descubrir primero que Cortés.
Dejemos esto, y digamos cómo el capitan les dió buena respuesta y muy
amorosa y mandó que se quedasen tres mensajeros de los que vinieron con
el presente, para que fuesen con nosotros por guias, y los otros tres
volvieron con la respuesta á su señor, y les avisaron que ya íbamos
camino.
Y despues que aquella nuestra partida entendieron los caciques mayores
de Tlascala, que se decian Xicotenga el viejo é ciego, y Masse-Escaci,
los cuales he nombrado otras veces, les pesó en el alma, é enviaron
á decir á Cortés que ya le habian dicho muchas veces que mirase lo
que hacia, é se guardase de entrar en tan grande ciudad, donde habia
tantas fuerzas y tanta multitud de guerreros; porque un dia ó otro nos
darian guerra, é temian que no podriamos salir con las vidas; é que por
la buena voluntad que nos tienen, que ellos quieren enviar diez mil
hombres con capitanes esforzados, que vayan con nosotros con bastimento
para el camino.
Cortés les agradeció mucho su buena voluntad, y les dijo que no era
justo entrar en Méjico con tanta copia de guerreros, especialmente
siendo tan contrarios los unos de los otros; que solamente habia
menester mil hombres para llevar los tepuzques é fardaje é para adobar
algunos caminos.
Ya he dicho otra vez que tepuzques en estas partes dicen por los tiros,
que son de hierro, que llevábamos; y luego despacharon los mil indios
muy apercebidos; é ya que estábamos muy á punto para caminar, vinieron
á Cortés los caciques é todos los más principales guerreros de Cempoal
que andaban en nuestra compañía, y nos sirvieron muy bien y lealmente,
é dijeron que se querian volver á Cempoal, y que no pasarian de Cholula
adelante para ir á Méjico, porque cierto que tenian que si allá iban,
que habian de morir ellos y nosotros, é que el gran Montezuma los
mandaria matar, porque eran personas muy principales de los de Cempoal,
que fueron en quitalle la obediencia é en que no se le diese tributo, y
en aprisionar sus recaudadores cuando hubo la rebelion ya por mí otra
vez escrita en esta relacion.
Y como Cortés les vió que con tanta voluntad le demandaban aquella
licencia, les respondió con doña Marina é Aguilar que no hubiesen temor
ninguno de que recibirian mal ni daño, é que, pues iban en nuestra
compañía, que, ¿quién habia de ser osado á los enojar á ellos ni á
nosotros? É que les rogaba que mudasen su voluntad é que se quedasen
con nosotros, y les prometió que les haria ricos; é por más que se
lo rogó Cortés é doña Marina se lo decia muy afectuosamente, nunca
quisieron quedar, sino que se querian volver; é como aquello vió
Cortés, dijo:
—«Nunca Dios quiera que nosotros llevemos por fuerza á esos indios que
tan bien nos han servido.»
Y mandó traer muchas cargas de mantas ricas, é se las repartió entre
todos, é tambien envió al cacique gordo, nuestro amigo, señor de
Cempoal, dos cargas de mantas para él y para su sobrino Cuesco, que
así se llamaba otro gran cacique, y escribió al teniente Juan de
Escalante, que dejábamos por capitan, y era en aquella sazon alguacil
mayor, todo lo que nos habia acaecido, y cómo ya íbamos camino de
Méjico, é que mirase muy bien por todos los vecinos, é se velase, que
siempre estuviese de dia é de noche con gran cuidado; que acabase de
hacer la fortaleza, é que á los naturales de aquellos pueblos que los
favoreciese contra mejicanos, y no les hiciese agravio, ni ningun
soldado de los que con él estaban; y escritas estas cartas, y partidos
los de Cempoal, comenzamos de ir de nuestro camino muy apercebidos.


CAPÍTULO LXXXVI.
CÓMO COMENZAMOS Á CAMINAR PARA LA CIUDAD DE MÉJICO, Y DE LO QUE EN EL
CAMINO NOS AVINO, Y LO QUE MONTEZUMA ENVIÓ Á DECIR.

Así como salimos de Cholula con gran concierto, como lo teniamos de
costumbre, los corredores del campo á caballo descubriendo la tierra,
y peones muy sueltos juntamente con ellos, para si algun paso malo ó
embarazo hubiese se ayudasen los unos á los otros, é nuestros tiros muy
á punto, é escopetas é ballesteros, é los de á caballo de tres en tres
para que se ayudasen, é todos los más soldados en gran concierto.
No sé yo para qué lo traigo tanto á la memoria, sino que en las cosas
de la guerra por fuerza hemos de hacer relacion dello, para que se vea
cuál andábamos la barba sobre el hombro.
É así caminando, llegamos aquel dia á unos ranchos que están en una
como sierrezuela, que es poblacion de Guaxocingo, que me parece que
se dicen los ranchos de Iscalpan, cuatro leguas de Cholula; y allí
vinieron luego los caciques y papas de los pueblos de Guaxocingo, que
estaban cerca, é eran amigos é confederados de los de Tlascala, y
tambien vinieron otros pueblezuelos que están poblados á las haldas
del volcan, que confinan con ellos, y trujeron todos mucho bastimento
y un presente de joyas de oro de poca valía, y dijeron á Cortés que
recibiese aquello, y no mirase á lo poco que era, sino á la voluntad
con que se lo daban.
Y le aconsejaron que no fuese á Méjico, que era una ciudad muy fuerte
y de muchos guerreros, y que corriamos mucho peligro; é que ya que
íbamos, que subido aquel puerto, que habia dos caminos muy anchos, y
que el uno iba á un pueblo que se dice Chalco, y el otro Talmalanco,
que era otro pueblo, y entrambos sujetos á Méjico, y que el un camino
estaba muy barrido y limpio para que vamos por él, y que el otro camino
lo tienen ciego, y cortados muchos árboles muy gruesos y grandes pinos
porque no puedan ir caballos ni pudiésemos pasar adelante; y que
abajado un poco de la sierra, por el camino que tenian limpio, creyendo
que habiamos de ir por él, que tenian cortado un pedazo de la sierra, y
habia allí mamparos é albarradas, é que han estado en el paso ciertos
escuadrones de mejicanos para nos matar, é que nos aconsejaban que no
fuésemos por el que estaba limpio, sino por donde estaban los árboles
atravesados, é que ellos nos darán mucha gente que lo desembaracen.
É pues que iban con nosotros los tlascaltecas, que todos quitarian los
árboles, é que aquel camino salia á Talmalanco; é Cortés, recibió el
presente con mucho amor, y les dijo que les agradecia el aviso que le
daban, y con el ayuda de Dios que no dejará de seguir su camino, é que
irá por donde le aconsejaban.
É luego otro dia bien de mañana comenzamos á caminar é ya era cerca de
medio dia cuando llegamos en lo alto de la sierra, donde hallamos los
caminos ni más ni ménos que los de Guaxocingo dijeron; y allí reparamos
un poco y aun nos dió qué pensar en lo de los escuadrones mejicanos, y
en la sierra cortada donde estaban las albarradas de que nos avisaron.
Y Cortés mandó llamar á los embajadores del gran Montezuma, que iban en
nuestra compañía, y les preguntó que cómo estaban aquellos dos caminos
de aquella manera, el uno muy limpio y barrido, y el otro lleno de
árboles cortados nuevamente.
Y respondieron que porque vamos por el limpio, que sale á una ciudad
que se dice Chalco, donde nos harán buen recibimiento, que es de su
señor Montezuma; y que el otro camino, que le pusieron aquellos árboles
y le cegaron porque no fuésemos por él, que hay malos pasos é se rodea
algo para ir á Méjico, que sale á otro pueblo que no es tan grande
como Chalco; entónces dijo Cortés que queria ir por el que estaba
embarazado, é comenzamos á subir la sierra puestos en gran concierto,
y nuestros amigos apartando los árboles muy grandes y gruesos, por
donde pasamos con gran trabajo, y hasta hoy están algunos dellos fuera
del camino; y subiendo á lo más alto, comenzó á nevar y se cuajó de
nieve la tierra, é caminamos la sierra abajo, y fuimos á dormir á unas
caserías que eran como á manera de aposentos ó mesones, donde posaban
indios mercaderes, é tuvimos bien de cenar, é con gran frio pusimos
nuestras velas y rondas é escuchas y aun corredores del campo; é otro
dia comenzamos á caminar, é á hora de Misas mayores llegamos á un
pueblo que ya he dicho que se dice Talmalanco, y nos recibieron bien, é
de comer no faltó; é como supieron de otros pueblos de nuestra llegada,
luego vinieron los de Chalco, é se juntaron con los de Talmalanco, é
á Mecameca é Acingo, donde están las canoas, que es puerto dellos, é
otros pueblezuelos que ya no se me acuerda el nombre dellos; y todos
juntos trujeron un presente de oro y dos cargas de mantas é ocho
indias, que valdria el oro sobre ciento y cincuenta pesos, é dijeron:
—«Malinche, recibe estos presentes que te damos, y ténnos de aquí
adelante por tus amigos.»
Y Cortés los recibió con grande amor, y se les ofreció que en todo lo
que hubiesen menester los ayudaria; y cuando los vió juntos, dijo al
Padre de la Merced que les amonestase las cosas tocantes á nuestra
santa fe é dejasen sus ídolos; y se les dijo todo lo que soliamos decir
en los más pueblos por donde habiamos venido; é á todo respondieron que
bien dicho estaba é que lo verian adelante.
Tambien se les dió á entender el gran poder del Emperador nuestro
señor, y que veniamos á deshacer agravios é robos é que para ello nos
envió á estas partes; é como aquello oyeron todos aquellos pueblos
que dicho tengo, secretamente, que no lo sintieron los embajadores
mejicanos, dieron tantas quejas de Montezuma y de sus recaudadores,
que les robaban cuanto tenian, é las mujeres é hijas si eran hermosas
las forzaban delante dellos y de sus maridos, y se las tomaban, é que
les hacian trabajar como si fueran esclavos, que les hacian llevar en
canoas é por tierra madera de pinos, é piedra é leña é maíz, é otros
muchos servicios de sembrar maizales, é les tomaban sus tierras para
servicio de ídolos, é otras muchas quejas, que como há ya muchos años
que pasó, no me acuerdo; é Cortés les consoló con palabras amorosas,
que se las sabia muy bien decir con doña Marina, é que ahora al
presente no puede entender en hacelles justicia, é que se sufriesen,
que él les quitaria aquel dominio; é secretamente les mandó que fuesen
dos principales con otros cuatro amigos de Tlascala á ver el camino
barrido que nos hubieron dicho los de Guaxocingo que no fuésemos por
él, para que viesen qué albarradas é mamparos tenian, y si estaban allí
algunos escuadrones de guerra; y los caciques respondieron:
—«Malinche, no hay necesidad de irlo á ver, porque todo está ahora muy
llano é aderezado. É has de saber que habrá seis dias que estaban á
un mal paso, que tenian cortada la sierra porque no pudiésedes pasar,
con mucha gente de guerra del gran Montezuma; y hemos sabido que su
Huichilóbos, que es dios que tienen de la guerra, les aconsejó que os
dejase pasar, é cuando hayais entrado en Méjico, que allí os matarán;
por tanto, lo que nos parece es, que os estéis aquí con nosotros, y os
daremos de lo que tuviéramos; é no vais á Méjico, que sabemos cierto
que, segun es fuerte y de muchos guerreros, no os dejarán con las
vidas.»
Y Cortés les dijo con buen semblante que no tenian los mejicanos ni
otras ningunas naciones poder para nos matar, salvo nuestro Señor Dios,
en quien creemos.
É que porque vean que al mismo Montezuma y á todos los caciques y papas
les vamos á dar á entender lo que nuestro Dios manda, que luego nos
queriamos partir, é que le diesen veinte hombres principales que vayan
en nuestra compañía, é que haria mucho por ellos, é les haria justicia
cuando haya entrado en Méjico, para que Montezuma ni sus recaudadores
no les hagan las demasías y fuerzas que han dicho que les hacen; y con
alegre rostro todos los de aquellos pueblos por mí ya nombrados dieron
buenas respuestas y nos trujeron los veinte indios; é ya que estábamos
para partir, vinieron mensajeros del gran Montezuma, y lo que dijeron
diré adelante.


CAPÍTULO LXXXVII.
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA NOS ENVIÓ OTROS EMBAJADORES CON UN PRESENTE DE
ORO Y MANTAS, Y LO QUE DIJERON Á CORTÉS, Y LO QUE LES RESPONDIÓ.

Ya que estábamos de partida para ir nuestro camino á Méjico, vinieron
ante Cortés cuatro principales mejicanos que envió Montezuma, y
trujeron un presente de oro y mantas; y despues de hecho su acato, como
lo tenian de costumbre, dijeron:
—«Malinche, este presente te envia nuestro señor el gran Montezuma, y
dice que le pesa mucho por el trabajo que habeis pasado en venir de
tan lejanas tierras á le ver, y que ya te ha enviado á decir otra vez
que te dará mucho oro y plata y chalchihuis en tributo para vuestro
Emperador y para vos y los demás teules que traeis, y que no vengas
á Méjico. Ahora nuevamente te pide por merced que no pases de aquí
adelante, sino que te vuelvas por donde veniste; que él te promete
de te enviar al puerto mucha cantidad de oro y plata y ricas piedras
para ese vuestro Rey, y para tí te dará cuatro cargas de oro, y para
cada uno de tus hermanos una carga; porque ir á Méjico, es excusada tu
entrada dentro, que todos sus vasallos están puestos en armas para no
os dejar entrar.»
Y demás desto, que no tenia camino, sino muy angosto, ni bastimentos
que comiésemos; y dijo otras muchas razones y inconvenientes para que
no pasásemos de allí; é Cortés con mucho amor abrazó á los mensajeros,
puesto que le pesó de la embajada, y recibió el presente que ya no se
me acuerda qué tanto valía; é á lo que yo vi y entendí, jamás dejó de
enviar Montezuma oro, poco ó mucho, cuando nos enviaba mensajeros como
otra vez he dicho.
Y volviendo á nuestra relacion, Cortés les respondió que se maravillaba
del señor Montezuma, habiéndose dado por nuestro amigo y siendo tan
gran señor, tener tantas mudanzas, que unas veces dice uno y otras
envia á mandar al contrario.
Y que en cuanto á lo que dice que dará el oro para nuestro señor el
Emperador y para nosotros, que se lo tiene en merced, y por aquello que
ahora le envia, que en buenas obras se lo pagará, el tiempo andando; y
que si le parecerá bien que estando tan cerca de su ciudad, será bueno
volvernos del camino sin hacer aquello que nuestro señor nos manda.
Que si el señor Montezuma hubiese enviado mensajeros y embajadores
á algun gran señor, como él es, é ya que llegasen cerca de su casa
aquellos mensajeros que enviaba se volviesen sin le hablar y decille á
lo que iban, cuando volviesen ante su presencia con aquel recaudo, ¿qué
merced les haria, sino tenellos por cobardes y de poca calidad?
Que así haria el Emperador nuestro señor con nosotros; y que de
una manera ó otra que habiamos de entrar en su ciudad, y desde allí
adelante que no le enviase más excusas sobre aquel caso, porque le ha
de ver y hablar y dar razon de todo el recaudo á que hemos venido,
y ha de ser á su sola persona; y cuando lo haya entendido, si no le
pareciere bien nuestra estada en su ciudad, que nos volveremos por
donde venimos.
É cuanto á lo que dice, que no tiene comida sino muy poco, é que no nos
podremos sustentar, que somos hombres que con poca cosa que comemos nos
pasamos, é que ya vamos á su ciudad, que haya por bien nuestra ida.
Y luego en despachando los mensajeros, comenzamos á caminar para
Méjico; y como nos habian dicho y avisado los de Guaxocingo y los de
Chalco que Montezuma habia tenido pláticas con sus ídolos y papas
que si nos dejaria entrar en Méjico ó si nos daria guerra, y todos
sus papas le respondieron que decia su Huichilóbos que nos dejase
entrar, que allí nos podrá matar, segun dicho tengo otras veces en el
capítulo que dello habla; y como somos hombres y tememos la muerte,
no dejábamos de pensar en ello; y como aquella tierra es muy poblada,
íbamos siempre caminando muy chicas jornadas, y encomendándonos á
Dios y á su bendita Madre Nuestra Señora, y platicando cómo y de qué
manera podiamos entrar, y pusimos en nuestros corazones con buena
esperanza, que pues Nuestro Señor Jesucristo fué servido guardarnos de
los peligros pasados, que tambien nos guardaria del poder de Méjico;
y fuimos á dormir á un pueblo que se dice Istapalatengo, que es la
mitad de las casas en el agua y la mitad en tierra firme, donde está
una sierrezuela, y agora está una venta cabe él, y allí tuvimos bien de
cenar.
Dejemos esto, y volvamos al gran Montezuma, que como llegaron sus
mensajeros é oyó la respuesta que Cortés le envió, luego acordó de
enviar á su sobrino, que se decia Cacamatzin, señor de Tezcuco, con
muy gran fausto á dar el bien venido á Cortés y á todos nosotros; y
como siempre teniamos de costumbre tener velas y corredores del campo,
vino uno de nuestros corredores á avisar que venia por el camino muy
gran copia de mejicanos de paz, y que al parecer venian de ricas mantas
vestidos; y entónces cuando esto pasó era muy de mañana, y queriamos
caminar, y Cortés nos dijo que reparásemos en nuestras posadas hasta
ver qué cosa era, y en aquel instante vinieron cuatro principales,
y hacen á Cortés gran reverencia, y le dicen que allí cerca viene
Cacamatzin, gran señor de Tezcuco, sobrino del gran Montezuma, y que
nos pide por merced que aguardemos hasta que venga; y no tardó mucho,
porque luego llegó con el mayor fausto y grandeza que ningun señor de
los mejicanos habiamos visto traer, porque venia en andas muy ricas,
labradas de plumas verdes, y mucha argentería y otras ricas piedras
engastadas en ciertas arboledas de oro que en ellas traia hechas de
oro, y traian las andas á cuestas ocho principales, y todos decian
que eran señores de pueblos; é ya que llegaron cerca del aposento
donde estaba Cortés, le ayudaron á salir de las andas, y le barrieron
el suelo, y le quitaban las pajas por donde habia de pasar; y desde
que llegaron ante nuestro capitan, le hicieron grande acato, y el
Cacamatzin le dijo:
—«Malinche, aquí venimos yo y estos señores á te servir, hacerte dar
todo lo que hubieres menester para tí y tus compañeros, y meteros en
vuestras casas, que es nuestra ciudad; porque así nos es mandado por
nuestro señor el gran Montezuma, y dice que esto lo deja, y no por
falta de muy buena voluntad que os tiene.»
Y cuando nuestro capitan y todos nosotros vimos tanto aparato y
majestad como traian aquellos caciques, especialmente el sobrino de
Montezuma, lo tuvimos por muy gran cosa, y platicamos entre nosotros
que cuando aquel cacique traia tanto triunfo, ¿qué haria el gran
Montezuma?
Y como el Cacamatzin hubo dicho su razonamiento, Cortés le abrazó y
le hizo muchas caricias á él y á todos los más principales, y le dió
tres piedras que se llaman margajitas, que tienen dentro de sí muchas
pinturas de diversas colores, é á los demás principales se les dió
diamantes azules, y les dijo que se lo tenia en merced, é ¿cuándo
pagaria al señor Montezuma las mercedes que cada dia nos hace?
Y acabada la plática, luego nos partimos; é como habian venido
aquellos caciques que dicho tengo, traian mucha gente consigo y de
otros muchos pueblos que están en aquella comarca, que salian á vernos,
todos los caminos estaban llenos dellos; y otro dia por la mañana
llegamos á la calzada ancha, íbamos camino de Iztapalapa; y desde que
vimos tantas ciudades y villas pobladas en el agua, y en tierra firme
otras grandes poblaciones, y aquella calzada tan derecha por nivel
cómo iba á Méjico, nos quedamos admirados, y deciamos que parecia á
las casas de encantamiento que cuentan en el libro de Amadís, por las
grandes torres y cues y edificios que tenian dentro en el agua, y
todas de cal y canto; y aun algunos de nuestros soldados decian que si
aquello que veian si era entre sueños.
Y no es de maravillar que yo aquí lo escriba desta manera, porque hay
que ponderar mucho en ello, que no sé cómo lo cuente, ver cosas nunca
oidas ni vistas y aun soñadas, como vimos.
Pues desque llegamos cerca de Iztapalapa, ver la grandeza de otros
caciques que nos salieron á recibir, que fué el señor del pueblo, que
se decia Coadlauaca, y el señor de Cuyoacan, que entrambos eran deudos
muy cercanos de Montezuma; y de cuando entramos en aquella villa de
Iztapalapa de la manera de los palacios en que nos aposentaron, de
cuán grandes y bien labrados eran, de cantería muy prima, y la madera
de cedros y de otros buenos árboles olorosos, con grandes patios é
cuartos, cosas muy de ver, y entoldados con paramentos de algodon.
Despues de bien visto todo aquello, fuimos á la huerta y jardin, que
fué cosa muy admirable vello y pasallo, que no me hartaba de mirallo y
ver la diversidad de árboles y los olores que cada uno tenia, y andenes
llenos de rosas y flores, y muchos frutales y rosales de la tierra, y
un estanque de agua dulce; y otra cosa de ver, que podrian entrar en el
verjel grandes canoas desde la laguna por una abertura que tenia hecha,
sin saltar en tierra, y todo muy encalado y lucido de muchas maneras de
piedras, y pinturas en ellas, que habia harto que ponderar, y de las
aves de muchas raleas y diversidades que entraban en el estanque.
Digo otra vez que lo estuve mirando, y no creí que en el mundo hubiese
otras tierras descubiertas como estas; porque en aquel tiempo no habia
Perú ni memoria dél. Agora toda esta villa está por el suelo perdida,
que no hay cosa en pié.
Pasemos adelante, y diré cómo trujeron un presente de oro los caciques
de aquella ciudad y los de Cuyoacan, que valía sobre dos mil pesos, y
Cortés les dió muchas gracias por ello y les mostró grande amor, y se
les dijo con nuestras lenguas las cosas tocantes á nuestra santa fe, y
se les declaró el gran poder de nuestro señor el Emperador; é porque
hubo otras muchas pláticas, lo dejaré de decir, y diré que en aquella
sazon era muy gran pueblo, y que estaba poblada la mitad de las casas
en tierra y la otra mitad en el agua; agora en esta sazon está todo
seco, y siembran donde solia ser laguna, y está de otra manera mudado,
que si no lo hubiera de ántes visto, no lo dijera, que no era posible
que aquello que estaba lleno de agua esté agora sembrado de maizales y
muy perdido.
Dejémoslo aquí, y diré del solenísimo recebimiento que nos hizo
Montezuma á Cortés y á todos nosotros en la entrada de la gran ciudad
de Méjico.


CAPÍTULO LXXXVIII.
DEL GRAN É SOLENE RECEBIMIENTO QUE NOS HIZO EL GRAN MONTEZUMA Á CORTÉS
Y Á TODOS NOSOTROS EN LA ENTRADA DE LA GRAN CIUDAD DE MÉJICO.

Luego otro dia de mañana partimos de Iztapalapa muy acompañados de
aquellos grandes caciques que atrás he dicho.
Íbamos por nuestra calzada adelante, la cual es ancha de ocho pasos, y
va tan derecha á la ciudad de Méjico, que me parece que no se tuerce
poco ni mucho; é puesto que es bien ancha, toda iba llena de aquellas
gentes, que no cabian, unos que entraban en Méjico y otros que salian,
que nos venian á ver, que no nos podiamos rodear de tantos como
vinieron, porque estaban llenas las torres y cues y en las canoas y de
todas partes de la laguna; y no era cosa de maravillar, porque jamás
habian visto caballos ni hombres como nosotros.
Y de que vimos cosas tan admirables, no sabiamos qué nos decir, ó si
era verdad lo que por delante parecia, que por una parte en tierra
habia grandes ciudades, y en la laguna otras muchas, é víamoslo todo
lleno de canoas, y en la calzada muchas puentes de trecho á trecho,
y por delante estaba la gran ciudad de Méjico, y nosotros aun no
llegábamos á cuatro cientos cincuenta soldados, y teniamos muy bien en
la memoria las pláticas é avisos que nos dieron los de Guaxocingo é
Tlascala y Talmanalco, y con otros muchos consejos que nos habian dado
para que nos guardásemos de entrar en Méjico, que nos habian de matar
cuando dentro nos tuviesen.
Miren los curiosos letores esto que escribo, si habia bien que ponderar
en ello; ¿qué hombres ha habido en el universo que tal atrevimiento
tuviesen? Pasemos adelante, y vamos por nuestra calzada.
Ya que llegábamos donde se aparta otra calzadilla que iba á Coyouacan,
que es otra ciudad adonde estaban unas como torres, que eran sus
adoratorios, vinieron muchos principales y caciques con muy ricas
mantas sobre sí, con galanía y libreas diferenciadas las de los unos
caciques á los otros, y las calzadas llenas dellos, y aquellos grandes
caciques enviaba el gran Montezuma delante á recebirnos; y así como
llegaban delante de Cortés decian en sus lenguas que fuésemos bien
venidos, y en señal de paz tocaban con la mano en el suelo y besaban la
tierra con la mesma mano.
Así que, estuvimos detenidos un buen rato, y desde allí se adelantaron
el Cacamacan, Sr. de Tezcuco, y el Sr. de Iztapalapa y el Sr. de Tacuba
y el Sr. de Cuyoacan á encontrarse con el gran Montezuma, que venia
cerca en ricas andas, acompañado de otros grandes señores y caciques
que tenian vasallos; é ya que llegábamos cerca de Méjico, adonde
estaban otras torrecillas, se apeó el gran Montezuma de las andas, y
traíanle del brazo aquellos grandes caciques debajo de un pálio muy
riquísimo á maravilla, y la color de plumas verdes con grandes labores
de oro, con mucha argentería y perlas y piedras chalchihuis, que
colgaban de unas como bordaduras, que hubo mucho que mirar en ello;
y el gran Montezuma venia muy ricamente ataviado, segun su usanza, y
traia calzados unos como cotaras, que así se dice lo que se calzan, las
suelas de oro; y muy preciada pedrería encima en ellas; é los cuatro
señores que le traian del brazo venian con rica manera de vestidos
á usanza, que parece ser se los tenian aparejados en el camino para
entrar con su señor, que no traian los vestidos con que nos fueron
á recebir: y venian, sin aquellos grandes señores, otros grandes
caciques, que traian el pálio sobre sus cabezas, y otros muchos señores
que venian delante del gran Montezuma barriendo el suelo por donde
habia de pisar, y le ponian mantas porque no pisase la tierra.
Todos estos señores ni por pensamiento le miraban á la cara, sino los
ojos bajos é con mucho acato, excepto aquellos cuatro deudos y sobrinos
suyos que le llevaban del brazo.
É como Cortés vió y entendió é le dijeron que venia el gran Montezuma,
se apeó del caballo, y desque llegó cerca de Montezuma, á una se
hicieron grandes acatos; el Montezuma le dió el bien venido, é nuestro
Cortés le respondió con doña Marina que él fuese el muy bien estado.
É paréceme que el Cortés con la lengua doña Marina, que iba junto á
Cortés, le daba la mano derecha, y el Montezuma no la quiso é se la dió
á Cortés; y entónces sacó Cortés un collar que traia muy á mano de unas
piedras de vidrio, que ya he dicho que se dicen margajitas, que tienen
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