Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 03

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usanza, que son: arcos, flechas, lanzas, rodelas, macanas y espadas de
dos manos, y piedras con hondas, y armas de algodon, y trompetillas y
atambores, y los más dellos pintadas las caras de negro, colorado y
blanco; y puestos en concierto, esperaron en la costa, para en llegando
que llegásemos dar en nosotros; y como teniamos experiencia de la otra
vez, llevábamos en los bateles unos falconetes, é íbamos apercebidos de
ballestas y escopetas; y llegados á tierra, nos comenzaron á flechar
y con las lanzas dar á mantiniente; y tal rociada nos dieron ántes
que llegásemos á tierra, que hirieron la mitad de nosotros, y desque
hubimos saltado de los bateles les hicimos perder la furia á buenas
estocadas y cuchilladas; porque, aunque nos flechaban á terrero,
todos llevábamos armas de algodon, y todavía se sostuvieron buen
rato peleando con nosotros, hasta que vino otra barcada de nuestros
soldados, y les hicimos retraer á unas ciénagas junto al pueblo.
En esta guerra mataron á Juan de Quiteria y á otros dos soldados, y al
capitan Juan de Grijalva le dieron tres flechazos y aun le quebraron
con un cobaco dos dientes (que hay muchos en aquella costa), é hirieron
sobre sesenta de los nuestros.
Y desque vimos que todos los contrarios se habian huido, nos fuimos al
pueblo, y se curaron los heridos y enterramos los muertos, y en todo el
pueblo no hallamos persona ninguna, ni los que se habian retraido en
las ciénagas, que ya se habian desgarrado; por manera que todos tenian
alzadas sus haciendas.
En aquellas escaramuzas prendimos tres indios, y el uno dellos parecia
principal. Mandóles el capitan que fuesen á llamar al cacique de aquel
pueblo, y les dió cuentas verdes y cascabeles para que los diesen,
para que viniesen de paz; y asimismo á aquellos tres prisioneros se
les hicieron muchos halagos y se les dieron cuentas porque fuesen sin
miedo; y fueron y nunca volvieron, é creimos que el indio Julianillo
é Melchorejo no les hubieran de decir lo que les fué mandado, sino al
revés.
Estuvimos en aquel pueblo cuatro dias. Acuérdome que cuando estábamos
peleando en aquella escaramuza, que habia allí unos prados algo
pedregosos, é habia langostas que cuando peleábamos saltaban y venian
volando y nos daban en la cara, y como eran tantos flecheros y tiraban
tanta flecha como granizos, que parecian eran langostas que volaban,
y no nos rodelábamos, y la flecha que venia nos heria, y otras veces
creiamos que era flecha, y eran langostas que venian volando: fué harto
estorbo.


CAPÍTULO X.
CÓMO SEGUIMOS NUESTRO VIAJE Y ENTRAMOS EN BOCA DE TÉRMINOS, QUE
ENTÓNCES LE PUSIMOS ESTE NOMBRE.

Yendo por nuestra navegacion adelante, llegamos á una boca, como de
rio, muy grande y ancha, y no era rio como pensamos, sino muy buen
puerto, é porque está entre unas tierras é otras, é parecia como
estrecho: tan gran boca tenia, que decia el piloto Anton de Alaminos
que era isla y partian términos con la tierra, y á esta causa le
pusimos el nombre de Boca de Términos, y así está en las cartas de
marear; y allí saltó el capitan Juan de Grijalva en tierra, con todos
los más capitanes por mí nombrados, y muchos soldados estuvimos tres
dias hondando la boca de aquella entrada, y mirando bien arriba y abajo
del ancon donde creiamos que iba é venia á parar, y hallamos no ser
isla, sino ancon, y era muy buen puerto; y hallamos unos adoratorios
de cal y canto y muchos ídolos de barro y palo, que eran dellos como
figuras de sus dioses, y dellos de figuras de mujeres, y muchos como
sierpes, y muchos cuernos de venados, é creimos que por allí cerca
habria alguna poblacion, é con el buen puerto, que seria bueno para
poblar; lo cual no fué así, que estaba muy despoblado; porque aquellos
adoratorios eran de mercaderes y cazadores que de pasada entraban en
aquel puerto con canoas y allí sacrificaban, y habia mucha caza de
venados y conejos: matamos diez venados con una lebrela, y muchos
conejos.
Y luego, desque todo fué visto y sondado, nos tornamos á embarcar, y se
nos quedó allí la lebrela, y cuando volvimos con Cortés la tornamos á
hallar, y estaba muy gorda y lucida. Llaman los marineros á esto Puerto
de Términos.
É vueltos á embarcar, navegamos costa á costa junto á tierra, hasta que
llegamos al rio de Tabasco, que por descubrile el Juan de Grijalva, se
nombra agora el rio de Grijalva.


CAPÍTULO XI.
CÓMO LLEGAMOS AL RIO DE TABASCO, QUE LLAMAN DE GRIJALVA, Y LO QUE ALLÁ
NOS ACAECIÓ.

Navegando costa á costa la via del poniente de dia, porque de noche no
osábamos por temor de bajos é arrecifes, á cabo de tres dias vimos una
boca de rio muy ancha, y llegamos muy á tierra con los navíos y parecia
buen puerto; y como fuimos más cerca de la boca, vimos reventar los
bajos ántes de entrar en el rio, y allí sacamos los bateles, y con la
sonda en la mano hallamos que no podian entrar en el puerto los dos
navíos de mayor porte: fué acordado que anclasen fuera en la mar, y con
los otros dos navíos que demandaban ménos agua, que con ellos é con los
bateles fuésemos todos los soldados rio arriba, porque vimos muchos
indios estar en canoas en las riberas, y tenian arcos y flechas y todas
sus armas, segun y de la manera de Champoton; por donde entendimos que
habia por allí algun pueblo grande, y tambien porque viniendo, como
veniamos, navegando costa á costa, habiamos visto echadas nasas en la
mar, con que pescaban, y aun á dos dellas se les tomó el pescado con un
batel que traiamos á jorro de la capitana.
Aqueste rio se llama de Tabasco porque el cacique de aquel pueblo
se llamaba Tabasco; y como le descubrimos deste viaje, y el Juan de
Grijalva fué el descubridor, se nombra rio de Grijalva, y así está en
las cartas del marear.
É ya que llegamos obra de media legua del pueblo, bien oimos el rumor
de cortar de madera, de que hacian grandes mamparos é fuerzas, y
aderezarse para nos dar guerra, porque habian sabido de lo que pasó en
Potonchan y tenian la guerra por muy cierta.
Y desque aquello sentimos, desembarcamos de una punta de aquella tierra
donde habia unos palmares, que era del pueblo media legua; y desque nos
vieron allí, vinieron obra de cincuenta canoas con gente de guerra,
y traian arcos y flechas y armas de algodon, rodelas y lanzas y sus
atambores y penachos y estaban entre los esteros otras muchas canoas
llenas de guerreros, y estuvieron algo apartados de nosotros, que no
osaron llegar como los primeros.
Y desque los vimos de aquel arte, estábamos para tirarles con los tiros
y con las escopetas y ballestas, y quiso nuestro Señor que acordamos
de los llamar, é con Julianico y Melchorejo, los de la Punta de
Cotoche, que sabian muy bien aquella lengua; y dijo á los principales
que no hubiesen miedo que les queriamos hablar cosas que desque las
entendiesen, hubiesen por buena nuestra llegada allí é á sus casas, é
que les queriamos dar de lo que traiamos.
É como entendieron la plática, vinieron obra de cuatro canoas, y
en ellas hasta treinta indios, y luego se les mostraron sartalejos
de cuentas verdes y espejuelos y diamantes azules, y desque los
vieron parecia que estaban de mejor semblante, creyendo que eran
chalchihuites, que ellos tienen en mucho.
Entónces el capitan les dijo con las lenguas Julianillo ó Melchorejo,
que veniamos de léjas tierras y éramos vasallos de un grande Emperador
que se dice D. Cárlos, el cual tiene por vasallos á muchos grandes
señores y calachioníes, y que ellos le deben tener por señor y les irá
muy bien en ello, é que á trueco de aquellas cuentas nos dén comida de
gallinas.
Y nos respondieron dos dellos, que el uno era principal y el otro
papa, que son como Sacerdotes que tienen cargo de los ídolos, que ya
he dicho otra vez que papas les llaman en la Nueva-España, y dijeron
que harian el bastimento que deciamos é trocarian de sus cosas á las
nuestras; y en lo demás, que señor tienen, é que agora veniamos, é
sin conocerlos, é ya les queriamos dar señor, é que mirásemos no
les diésemos guerra como en Potonchan, porque tenian aparejados dos
jiquipiles de gentes de guerra de todas aquellas provincias contra
nosotros: cada jiquipil son de ocho mil hombres; é dijeron que bien
sabian que pocos dias habia que habiamos muerto y herido sobre más de
ducientos hombres de Potonchan, é que ellos no son hombres de tan pocas
fuerzas como los otros, é que por eso habian venido á hablar, por saber
nuestra voluntad; é aquello que les deciamos, que se lo irian á decir
á los caciques de muchos pueblos, que están juntos para tratar paces ó
guerra.
Y luego el capitan les abrazó en señal de paz, y les dió unos
sartalejos de cuentas, y les mandó que volviesen con la respuesta
con brevedad, é que si no venian, que por fuerza habiamos de ir á su
pueblo, y no para los enojar.
Y aquellos mensajeros que enviamos hablaron con los caciques y papas,
que tambien tienen voto entre ellos, y dijeron que eran buenas las
paces y traer bastimento, é que entre todos ellos y los pueblos
comarcanos se buscara luego un presente de oro para nos dar y hacer
amistades; no les acaezca como á los de Potonchan.
Y lo que yo vi y entendí despues acá, en aquellas provincias se usaba
enviar presentes cuando se trataba paces, y en aquella punta de los
palmares, donde estábamos, vinieron sobre treinta indios é trujeron
pescados asados y gallinas é fruta y pan de maíz, é unos braseros con
ascuas y con zahumerios, y nos zahumaron á todos, y luego pusieron en
el suelo unas esteras, que acá llaman petates, y encima una manta, y
presentaron ciertas joyas de oro, que fueron ciertas ánades como las
de Castilla, y otras joyas como lagartijas, y tres collares de cuentas
vaciadizas, y otras cosas de oro de poco valor que no valía doscientos
pesos; y más trujeron unas mantas é camisetas de las que ellos usan, é
dijeron que recibiésemos aquello de buena voluntad, é que no tienen más
oro que nos dar; que adelante, hácia donde se pone el sol, hay mucho;
y decian Culba, Culba, Méjico, Méjico; y nosotros no sabiamos qué cosa
era Culba, ni aun Méjico tampoco.
Puesto que no valía mucho aquel presente que trujeron, tuvímoslo por
bueno por saber cierto que tenian oro, y desque lo hubieron presentado,
dijeron que nos fuésemos luego adelante, y el capitan les dió las
gracias por ello é cuentas verdes; y fué acordado de irnos luego á
embarcar, porque estaban en mucho peligro los dos navíos por temor del
norte, que es travesía, y tambien por acercarnos hácia donde decian que
habia oro.


CAPÍTULO XII.
CÓMO VIMOS EL PUEBLO DE AGUAYALUCO, QUE PUSIMOS POR NOMBRE LA-RAMBLA.

Vueltos á embarcar, siguiendo la costa adelante, desde á dos dias vimos
un pueblo junto á tierra, que se dice el Aguayaluco, y andaban muchos
indios de aquel pueblo por la costa con unas rodelas hechas de conchas
de tortugas, que relumbraban con el sol que daba en ellas, y algunos
de nuestros soldados porfiaban que eran de oro bajo, y los indios que
los traian iban haciendo grandes movimientos por el arenal y costa
adelante, y pusimos á este pueblo por nombre La-Rambla, y así está en
las cartas del marear.
É yendo más adelante costeando, vimos una ensenada, donde se quedó
el rio de Fenole, que á la vuelta que volvimos entramos en él, y le
pusimos nombre rio de San Antonio, y así está en las cartas del mar.
É yendo más adelante navegando, vimos adonde quedaba el paraje del
gran rio de Guacayualco, y quisiéramos entrar en el ensenada que
está, por ver qué cosa era, sino por ser el tiempo contrario; é luego
se parecieron las grandes sierras nevadas, que en todo el año están
cargadas de nieve, y tambien vimos otras sierras que están más junto
al mar, que se llaman agora de San Martin, y pusímoslas por nombre San
Martin, porque el primero que las vió fué un soldado que se llamaba San
Martin, vecino de la Habana.
Y navegando nuestra costa adelante, el capitan Pedro de Albarado
se adelantó con su navío, y entró en un rio que en Indias se llama
Papalohuna, y entónces pusimos por nombre rio de Albarado, porque lo
descubrió el mesmo Albarado.
Allí le dieron pescado unos indios pescadores, que eran naturales de un
pueblo que se dice Tlacotalpa; estuvímosle aguardando en el paraje del
rio donde entró con todos tres navíos, hasta que salió dél, y á causa
de haber entrado en el rio sin licencia del general, se enojó mucho con
él, y le mandó que otra vez no se adelantase del armada, porque no le
aviniese algun contraste en parte donde no le pudiésemos ayudar.
É luego navegamos con todos cuatro navíos en conserva, hasta que
llegamos en paraje de otro rio, que le pusimos por nombre rio de
Banderas, porque estaban en él muchos indios con lanzas grandes,
y en cada lanza una bandera hecha de manta blanca, revolándolas y
llamándonos.
Lo cual diré adelante cómo pasó.


CAPÍTULO XIII.
CÓMO LLEGAMOS Á UN RIO QUE PUSIMOS POR NOMBRE RIO DE BANDERAS, É
RESCATAMOS CATORCE MIL PESOS.

Ya habrán oido decir en España y en toda la más parte della y de la
cristiandad, cómo Méjico es tan gran ciudad, y poblada en el agua como
Venecia; y habia en ella un gran señor que era Rey de muchas provincias
y señoreaba todas aquellas tierras, que son mayores que cuatro veces
nuestra Castilla; el cual señor se decia Montezuma, é como era tan
poderoso, queria señorear y saber hasta lo que no podia ni le era
posible, é tuvo noticia de la primera vez que venimos con Francisco
Hernandez de Córdoba, lo que nos acaesció en la batalla de Cotoche y en
la de Champoton, y agora deste viaje la batalla del mismo Champoton, y
supo que éramos nosotros pocos soldados y los de aquel pueblo muchos,
é al fin entendió que nuestra demanda era buscar oro á trueque del
rescate que traiamos, é todo se lo habian llevado pintado en unos paños
que hacen de henequén, que es como de lino; y como supo que íbamos
costa á costa hácia sus provincias, mandó á sus gobernadores que si por
allí aportásemos que procurasen de trocar oro á nuestras cuentas, en
especial á las verdes, que parecian á sus chalchihuites; y tambien lo
mandó para saber é inquirir más por entero de nuestras personas é qué
era nuestro intento.
Y lo más cierto era, segun entendimos, que dicen que sus antepasados
les habian dicho que habian de venir gentes de hácia donde sale el sol,
que los habian de señorear.
Agora sea por lo uno ó por lo otro, estaban en posta á vela indios del
grande Montezuma en aquel rio que dicho tengo, con lanzas largas y en
cada lanza una bandera, enarbolándola y llamándonos que fuésemos allí
donde estaban.
Y desque vimos de los navíos cosas tan nuevas, para saber qué podia ser
fué acordado por el general, con todos los demás soldados y capitanes,
que echamos dos bateles en el agua é que saltásemos en ellos todos los
ballesteros y escopeteros y veinte soldados, y Francisco Montejo fuese
con nosotros, é que si viésemos que eran de guerra los que estaban con
las banderas, que de presto se lo hiciésemos saber, ó otra cualquier
cosa que fuese.
Y en aquella sazon quiso Dios que hacia bonanza en aquella costa, lo
cual pocas veces suele acaecer; y como llegamos en tierra hallamos tres
caciques, que el uno dellos era gobernador de Montezuma é con muchos
indios de propio, y tenian muchas gallinas de la tierra y pan de maíz
de lo que ellos suelen comer, y frutas que eran pinas y zapotes, que
en otras partes llaman niameyes; y estaban debajo de una sombra de
árboles, puestas esteras en el suelo, que ya he dicho otra vez que en
estas partes se llaman petates, y allí nos mandaron asentar, y todo
por señas, porque Julianillo, el de la Punta de Cotoche, no entendia
aquella lengua; y luego trujeron braseros de barro con ascuas, y nos
zahumaron con uno como resina que huele á incienso.
Y luego el capitan Montejo lo hizo saber al General, y como lo supo,
acordó de surgir allí en aquel paraje con todos los navíos, y saltó en
tierra con todos los capitanes y soldados.
Y desque aquellos caciques y gobernadores le vieron en tierra y
conocieron que era el capitan general de todos, á su usanza le hicieron
grande acatamiento y le zahumaron; y él les dió las gracias por ello y
les hizo muchas caricias, y les mandó dar diamantes y cuentas verdes, y
por señas les dijo que trujesen oro á trocar á nuestros rescates.
Lo cual luego el gobernador mandó á sus indios, y que todos los pueblos
comarcanos trujesen de las joyas que tenian á rescatar; y en seis dias
que estuvimos allí trujeron más de quince mil pesos en joyezuelas de
oro bajo y de muchas hechuras; y aquesto debe ser lo que dicen los
cronistas Francisco Lopez de Gómora y Gonzalo Hernandez de Oviedo
en sus corónicas, que dicen que dieron los de Tabasco; y como se lo
dijeron por relacion, así lo escriben como si fuese verdad; porque
vista cosa es que en la provincia del rio de Grijalva no hay oro, sino
muy pocas joyas.
Dejemos esto y pasemos adelante, y es que tomamos posesion en aquella
tierra por su majestad, y en su nombre Real el gobernador de Cuba Diego
Velazquez.
Y despues desto hecho, habló el General á los indios que allí estaban,
diciendo que se queria embarcar, y les dió camisas de Castilla.
Y de allí tomamos un indio, que llevamos en los navíos, el cual,
despues que entendió nuestra lengua, se volvió cristiano y se llamó
Francisco, y despues de ganado Méjico, le vi casado en un pueblo que se
llama Santa Fe.
Pues como vió el General que no traia más oro á rescatar, é habia seis
dias que estábamos allí y los navíos corrian riesgo, por ser travesía
norte, nos mandó embarcar.
É corriendo la costa adelante, vimos una isleta que bañaba la mar y
tenia la arena blanca, y estaria, al parecer, obra de tres leguas de
tierra, y pusímosle por nombre isla Blanca, y así está en las cartas
del marear.
Y no muy léjos desta isleta Blanca vimos otra isla, mayor, al parecer,
que las demás, y estaria de tierra obra de legua y media, y allí
enfrente della habia buen surgidero, y mandó el general que surgiésemos.
Echados los bateles en el agua, fué el capitan Juan de Grijalva con
muchos de nosotros los soldados á ver la isleta, y hallamos dos casas
hechas de cal y canto y bien labradas, y cada casa con unas gradas
por donde subian á unos como altares, y en aquellos altares tenian
unos ídolos de malas figuras, que eran sus dioses, y allí estaban
sacrificados de aquella noche cinco indios, y estaban abiertos por
los pechos y cortados los brazos y los muslos, y las paredes llenas
de sangre. De todo lo cual nos admiramos, y pusimos por nombre á esta
isleta isla de Sacrificios.
Y allí enfrente de aquella isla saltamos todos en tierra, y en unos
arenales grandes que allí hay, adonde hicimos ranchos y chozas con
ramas y con las velas de los navíos.
Habíanse allegado en aquella costa muchos indios que traian á rescatar
oro hecho piecezuelas, como en el rio de Banderas, y segun despues
supimos, mandó el gran Montezuma que viniesen con ello, y los indios
que lo traian, al parecer estaban temerosos, y era muy poco.
Por manera que luego el capitan Juan de Grijalva mandó que los navíos
alzasen las anclas y pusiesen velas, y fuésemos adelante á surgir
enfrente de otra isleta que estaba obra de media legua de tierra, y
esta isla es donde agora está el puerto.
Y diré adelante lo que allí nos avino.


CAPÍTULO XIV.
CÓMO LLEGAMOS AL PUERTO DE SAN JUAN DE CULÚA.

Desembarcados en unos arenales, hicimos chozas encima de los mastos
y medaños de arena, que los hay por allí grandes, por causa de los
mosquitos, que habia muchos, y con bateles sondearon el puerto y
hallaron que con el abrigo de aquella isleta estarian seguros los
navíos del norte y habia buen fondo, y hecho esto, fuimos á la isleta
con el General treinta soldados bien apercibidos en los bateles, y
hallamos una casa de adoratorio donde estaba un ídolo muy grande y
feo, el cual se llamaba Tezcatepuca, y estaban allí cuatro indios con
mantas prietas y muy largas con capillas, como traen los dominicos
ó canónigos, ó querian parecer á ellos, y aquellos eran Sacerdotes
de aquel ídolo, y tenian sacrificados de aquel dia dos muchachos, y
abiertos por los pechos, y los corazones y sangre ofrecidos á aquel
maldito ídolo, y los Sacerdotes, que ya he dicho que se dicen papas,
nos venian á zahumar con lo que zahumaban aquel su ídolo, y en aquella
sazon que llegamos le estaban zahumando con uno que huele á incienso,
y no consentimos que tal zahumerio nos diesen; ántes tuvimos muy gran
lástima y mancilla de aquellos dos muchachos é verlos recien muertos é
ver tan grandísima crueldad.
Y el general preguntó al indio Francisco; que traiamos del rio de
Banderas, que parecia algo entendido, que por qué hacian aquello, y
esto le decia medio por señas, porque entónces no teniamos lengua
ninguna, como ya otras veces he dicho. Y respondió que los de Culúa lo
mandaban sacrificar; y como era torpe de lengua, decia: Olúa, Olúa.
Y como nuestro capitan estaba presente y se llamaba Juan, y asimismo
era dia de San Juan, pusimos por nombre á aquella isleta San Juan de
Ulúa, y este puerto es agora muy nombrado, y están hechos en él grandes
reparos para los navíos, y allí vienen á desembarcar las mercaderías
para Méjico é Nueva-España.
Volvamos á nuestro cuento: que como estábamos en aquellos arenales,
vinieron luego indios de pueblos allí comarcanos á trocar su oro en
joyezuelas á nuestros rescates; mas eran tan pocos y de tan poco valor,
que no haciamos cuenta dello; y estuvimos siete dias de la manera que
he dicho, y con los muchos mosquitos no nos podiamos valer, y viendo
que el tiempo se nos pasaba, y teniendo ya por cierto que aquellas
tierras no eran islas, sino tierra firme, y que habia grandes pueblos,
y el pan de cazabe muy mohoso é sucio de las fátulas, y amargaba, y
los que allí veniamos no éramos bastantes para poblar, cuanto más que
faltaban diez de nuestros soldados, que se habian muerto de las heridas
y estaban otros cuatro dolientes; é viendo todo esto, fué acordado que
lo enviásemos á hacer saber al gobernador Diego Velazquez para que nos
enviase socorro; porque el Juan de Grijalva muy gran voluntad tenia
de poblar con aquellos pocos soldados que con él estábamos, y siempre
mostró un grande ánimo de un muy valeroso capitan, y no como lo escribe
el coronista Gómora.
Pues para hacer esta embajada acordamos que fuese el capitan Pedro de
Albarado en un navío que se decia San Sebastian, porque hacia agua,
aunque no mucha, porque en la isla de Cuba se diese carena y pudiesen
en él traer socorro é bastimento.
Y tambien se concertó que llevase todo el oro que se habia rescatado y
ropa de mantas, y los dolientes; y los capitanes escribieron al Diego
Velazquez cada uno lo que le pareció, y luego se hizo á la vela é iba
la vuelta de la isla de Cuba, adonde los dejaré agora, así al Pedro de
Albarado como al Grijalva, y diré cómo el Diego Velazquez habia enviado
en busca nuestra.


CAPÍTULO XV.
CÓMO DIEGO VELAZQUEZ, GOBERNADOR DE LA ISLA DE CUBA, ENVIÓ UN NAVÍO
PEQUEÑO EN NUESTRA BUSCA.

Despues que salimos con el capitan Juan de Grijalva de la isla de Cuba
para hacer nuestro viaje, siempre Diego Velazquez estaba triste y
pensativo no nos hubiese acaecido algun desastre, y deseaba saber de
nosotros, y á esta causa envió un navío pequeño en nuestra busca con
siete soldados, y por capitan dellos á un Cristóbal de Olí, persona de
valía, muy esforzado, y le mandó que siguiese la derrota de Francisco
Hernandez de Córdoba hasta toparse con nosotros.
Y segun parece, el Cristóbal de Olí, yendo en nuestra busca, estando
surto cerca de tierra, le dió un recio temporal, y por no anegarse
sobre las amarras, el piloto que traian mandó cortar los cables, é
perdió las anclas, é volvióse á Santiago de Cuba, de donde habia
salido, adonde estaba el Diego Velazquez, y cuando vió que no tenia
nuevas de nosotros, si triste estaba ántes que enviase al Cristóbal de
Olí, muy más pensativo estuvo despues.
Y en esta sazon llegó el capitan Pedro de Albarado con el oro y ropa
y dolientes, y con entera relacion de lo que habiamos descubierto. Y
cuando el gobernador vió que estaba en joyas, parecia mucho más de
lo que era, y estaban allí con el Diego Velazquez muchos vecinos de
aquella isla, que venian á negocios.
Y cuando los oficiales del Rey tomaron el Real quinto que venia á su
majestad estaban espantados de cuán ricas tierras habiamos descubierto;
y como el Pedro de Albarado se lo sabia muy bien praticar, dice que
no hacia el Diego Velazquez sino abrazallo, y en ocho dias tener
gran regocijo y jugar cañas; y si mucha fama tenian de ántes de
ricas tierras, agora con este oro se sublimó en todas las islas y en
Castilla, como adelante diré; y dejaré al Diego Velazquez haciendo
fiestas, y volveré á nuestros navíos, que estábamos en San Juan de
Ulúa.


CAPÍTULO XVI.
DE LO QUE NOS SUCEDIÓ COSTEANDO LAS SIERRAS DE TUSTA Y DE TUSPA.

Despues que de nosotros se partió el capitan Pedro de Albarado para ir
á la isla de Cuba, acordó nuestro general con los demás capitanes y
pilotos que fuésemos costeando y descubriendo todo lo que pudiésemos; é
yendo por nuestra navegacion, vimos la sierra de Tusta, y más adelante
de ahí á otros dos dias vimos otras sierras muy altas, que agora se
llaman las sierras de Tuspa; por manera que unas sierras se dicen
Tusta, porque están cabe un pueblo que se dice así, y las otras sierras
se dicen Tuspa, porque se nombra el pueblo junto adonde aquellas están
Tuspa; é caminando más adelante vimos muchas poblaciones, y estarian
la tierra adentro dos ó tres leguas, y esto es ya en la provincia de
Pánuco; é yendo por nuestra navegacion, llegamos á un rio grande,
que le pusimos por nombre rio de Canoas, é allí enfrente de la boca
dél surgimos; y estando surtos todos tres navíos, y estando algo
descuidados, vinieron por el rio diez y seis canoas muy grandes llenas
de indios de guerra, con arcos y flechas y lanzas, y vanse derechos
al navío más pequeño, del cual era capitan Alonso de Ávila, y estaba
más llegado á tierra, y dándole una rociada de flechas, que hirieron
á dos soldados, echaron mano al navío como que lo querian llevar,
y aun cortaron una amarra; y puesto que el capitan y los soldados
peleaban bien, y trastornaron tres canoas, nosotros con gran presteza
les ayudamos con nuestros bateles y escopetas y ballestas y herimos
más de la tercia parte de aquellas gentes; por manera que volvieron
con la mala ventura por donde habian venido; y luego alzamos áncoras
é dimos vela, é seguimos costa á costa hasta que llegamos á una punta
muy grande; y era tan mala de doblar, y las corrientes muchas, que no
podiamos ir adelante; y el piloto Anton de Alaminos dijo al general
que no era bien navegar más aquella derrota, é para ello se dieron
muchas causas, y luego se tomó consejo de lo que se habia de hacer, y
fué acordado que diésemos la vuelta á la isla de Cuba, lo uno porque
ya entraba el invierno é no habia bastimentos, é un navío hacia mucha
agua, y los capitanes desconformes, porque el Juan de Grijalva decia
que queria poblar, y el Francisco Montejo é Alonso de Ávila decian
que no se podia sustentar por causa de los muchos guerreros que en la
tierra habia; é tambien todos nosotros los soldados estábamos hartos é
muy trabajados de andar por la mar.
Así que dimos vuelta á todas velas, y las corrientes que nos ayudaban,
en pocos dias llegamos en el paraje del gran rio de Guacacualco, é no
pudimos estar por ser tiempo contrario, y muy abrazados con la tierra
entramos en el rio de Tonala, que se puso nombre entónces San Anton, é
allí se dió carena al un navío que hacia mucha agua, puesto que tocó
tres veces al estar en la barra, que es muy baja; y estando aderezando
nuestro navío vinieron muchos indios del puerto de Tonala, que estaba
una legua de allí, é trujeron pan de maíz y pescado é fruta, y con
buena voluntad nos lo dieron; y el capitan les hizo muchos halagos é
les mandó dar cuentas verdes y diamantes, é les dijo por señas que
trujesen oro á rescatar, é que les dariamos de nuestro rescate; é
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