Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 25

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Heredia el viejo y Escalona el mozo y Cervantes el chocarrero; y dijo
que porque les pareció muy bien aquella tierra y era rica de minas, y
los pueblos por donde fuimos muy de paz, les mandó que hiciesen una
gran estancia de cacaguatales y maizales y pusiesen muchas aves de
la tierra, y otras granjerías que habia de algodon, y que desde allí
fuesen catando todos los rios y viesen qué minas habia.
Y puesto que Cortés calló por entónces, no se lo tuvo á bien á su
pariente haber salido de su mandado, y supimos que en secreto riñó
mucho con él sobre ello, y le dijo que era de poca calidad querer
entender en cosas de criar aves é cacaguatales; y luego envió otro
soldado que se decia Alonso Luis á llamar los demás que habia dejado
el Pizarro, y para que luego viniesen llevó un mandamiento; y lo que
aquellos soldados hicieron diré adelante en su tiempo y lugar.


CAPÍTULO CIV.
CÓMO CORTÉS DIJO AL GRAN MONTEZUMA QUE MANDASE Á TODOS LOS CACIQUES QUE
TRIBUTASEN Á SU MAJESTAD, PUES COMUNMENTE SABIAN QUE TENIAN ORO, Y LO
QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Pues como el capitan Diego de Ordás y los soldados por mí ya nombrados
vinieron con muestras de oro y relacion que toda la tierra era rica,
Cortés, con consejo del Ordás y de otros capitanes y soldados, acordó
de decir y demandar al Montezuma que todos los caciques y pueblos
de la tierra tributasen á su majestad, y que él mismo, como gran
señor, tambien tributase é diese de sus tesoros; y respondió que él
enviaria por todos los pueblos á demandar oro, mas que muchos dellos
no lo alcanzaban, sino joyas de poca valía que habian habido de sus
antepasados; y de presto despachó principales á las partes donde habia
minas, y les mandó que diese cada uno tantos tejuelos de oro fino
del tamaño y gordor de otros que le solian tributar, y llevaban para
muestras dos tejuelos, y de otras partes no le traian sino joyezuelas
de poca valía.
Tambien envió á la provincia donde era cacique y señor aquel su
pariente muy cercano que no le queria obedecer, que estaba de Méjico
obra de doce leguas; y la respuesta que trujeron los mensajeros fué,
que decia que no queria dar oro ni obedecer al Montezuma, y que tambien
él era señor de Méjico y le venia el señorio como al mismo Montezuma
que le enviaba á pedir tributo.
Y como esto oyó el Montezuma, tuvo tanto enojo, que de presto envió su
señal y sello y con buenos capitanes para que se lo trujesen preso; y
venido á su presencia el pariente, le habló muy desacatadamente y sin
ningun temor ó de muy esforzado, ó decian que tenia ramos de locura,
porque era como atronado; todo lo cual alcanzó á saber Cortés, y envió
á pedir por merced al Montezuma que se lo diese, que él lo queria
guardar; porque, segun le dijeron, le habia mandado matar el Montezuma;
y traido ante Cortés, le habló muy amorosamente, y que no fuese loco
contra su señor, y que lo queria soltar. Y Montezuma cuando lo supo
dijo que no lo soltase, sino que lo echasen en la cadena gorda, como á
los otros reyezuelos por mí ya nombrados.
Tornemos á decir que en obra de veinte dias vinieron todos los
principales que Montezuma habia enviado á cobrar los tributos del oro,
que dicho tengo. Y así como vinieron, envió á llamar á Cortés y á
nuestros capitanes y ciertos soldados que conocia que éramos de guarda,
y dijo estas palabras formales, ó otras como ellas:
—«Hágoos saber, señor Malinche y señores capitanes y soldados, que á
vuestro gran rey yo le soy en cargo y le tengo buena voluntad, así por
señor y tan gran señor, como por haber enviado de tan léjas tierras
á saber de mí; y lo que más me pone en el pensamiento es, que él ha
de ser el que nos ha de señorear, segun nuestros antepasados nos han
dicho, y aun nuestros dioses nos dan á entender por las respuestas
que dellos tenemos; toma ese oro que se ha recogido, y por ser tan de
priesa no se trae más; y lo que yo tengo aparejado para el Emperador es
todo el tesoro que he habido de mi padre, que está en vuestro poder y
aposento, que bien sé que luego que aquí venistes, abristes la casa y
lo vistes é mirastes todo, y la tornastes á cerrar como ántes estaba;
y cuando se lo enviáredes, decidle en vuestros anales y cartas: «Esto
os envia vuestro buen vasallo Montezuma;» y tambien yo os daré unas
piedras muy ricas, que le envieis en mi nombre, que son chalchichuis,
que no son para dar á otras personas, sino para ese vuestro gran
Emperador, que vale cada una piedra dos cargas de oro. Tambien le
quiero enviar tres cerbatanas con sus esqueros y bodoqueras, que tienen
tales obras de pedrería, que se holgará de vellas; y tambien yo quiero
dar de lo que tuviere, aunque es poco, porque todo el más oro y joyas
que tenia os he dado en veces.»
Y cuando aquello le oyó Cortés y todos nosotros, estuvimos espantados
de la gran bondad y liberalidad del gran Montezuma, y con mucho acato
le quitamos todos las gorras de armas, y le dijimos que se lo teniamos
en merced, y con palabras de mucho amor le prometió Cortés que
escribiriamos á su majestad de la magnificencia y franqueza del oro que
nos dió en su Real nombre.
Y despues que tuvimos otras pláticas de buenos comedimientos, luego
en aquella hora envió Montezuma sus mayordomos para entregar todo el
tesoro de oro y riqueza que estaba en aquella sala encalada; y para
vello y quitallo de sus bordaduras y donde estaba engastado tardamos
tres dias, y aun para lo quitar y deshacer vinieron los plateros de
Montezuma, de un pueblo que se dice Escapuzalco.
Y digo que era tanto, que despues de deshecho eran tres montones de
oro; y pesado, hubo en ellos sobre seiscientos mil pesos, como adelante
diré, sin la plata é otras muchas riquezas. Y no cuento con ello
las planchas y tejuelos de oro y el oro en grano de las minas; y se
comenzó á fundir con los plateros indios que dicho tengo, naturales de
Escapuzalco, é se hicieron unas barras muy anchas dello, como medida de
tres dedos de la mano de anchor de cada una barra.
Pues ya fundido y hecho barras, traen otro presente por sí de lo que el
gran Montezuma habia dicho que daria, que fué cosa de admiracion ver
tanto oro y las riquezas de otras joyas que trujo. Pues las piedras
chalchihuis, que eran tan ricas algunas dellas, que valian entre los
mismos caciques mucha cantidad de oro; pues las tres cerbatanas con sus
bodoqueras, los engastes que tenian de piedras y perlas, y las pinturas
de pluma é de pajaritos llenos de aljófar, é otras aves, todo era de
gran valor.
Dejamos de decir de penachos y plumas y otras muchas cosas ricas,
que es para nunca acabar de traerlo aquí á la memoria; digamos agora
cómo se marcó todo el oro que dicho tengo con una marca de hierro que
mandó hacer Cortés, y los oficiales del Rey prohibidos por Cortés, y
de acuerdo de todos nosotros, en nombre de su majestad, hasta que otra
cosa mandase; y la marca fué las armas Reales como de un real y del
tamaño de un toston de á cuatro, y esto sin las joyas ricas que nos
pareció que no eran para deshacer; pues para pesar todas estas barras
de oro y plata y las joyas que quedaron por deshacer no teniamos pesas
de marcos ni balanza, y pareció á Cortés y á los mismos oficiales de la
hacienda de su Majestad que seria bien hacer de hierro unas pesas de
hasta una arroba, y otras de media arroba, y de dos libras, y de una
libra, y de media libra y de cuatro onzas; y esto no para que viniese
muy justo, sino media onza más ó ménos en cada peso que pesaba y de
cuanto pesó.
Y dijeron los oficiales del Rey que habia en el oro, así en lo que
estaba hecho arrobas como en los granos de las minas y en los tejuelos
y joyas, más de seiscientos mil pesos, sin la plata é otras muchas
joyas que se dejaron de avaluar; y algunos soldados decian que habia
más.
Y como ya no habia que hacer en ello sino sacar el real quinto y
dar á cada capitan y soldado nuestras partes, é á los que quedaban
en el puerto de la Villa-Rica tambien las suyas, parece ser Cortés
procuraba de no lo repartir tan presto, hasta que tuviese más oro é
hubiese buenas pesas y razon y cuenta de á cómo salian; y todos los más
soldados y capitanes dijimos que luego se repartiese, porque habiamos
visto que cuando se deshacian las piezas del tesoro de Montezuma estaba
en los montones que he dicho mucho más oro, y que faltaba la tercia
parte dello, que lo tomaban y escondian, así por la parte de Cortés
como de los capitanes y otros que no se sabia, y se iba menoscabando;
é á poder de muchas pláticas se pesó lo que quedaba, y hallaron sobre
seiscientos mil pesos, sin las joyas y tejuelos, y para otro dia habian
de dar las partes.
É diré cómo lo repartieron, é todo lo más se quedó con ello el capitan
Cortés é otras personas, y lo que sobre ello se hizo diré adelante.


CAPÍTULO CV.
CÓMO SE REPARTIÓ EL ORO QUE HUBIMOS, ASÍ DE LO QUE DIÓ EL GRAN
MONTEZUMA COMO DE LO QUE SE RECOGIÓ DE LOS PUEBLOS, Y DE LO QUE SOBRE
ELLO ACAECIÓ Á UN SOLDADO.

Lo primero se sacó el real quinto, y luego Cortés dijo que le sacasen á
él otro quinto como á su majestad, pues se lo prometimos en el arenal
cuando le alzamos por capitan general y justicia mayor, como ya lo he
dicho en el capítulo que dello habla.
Luego tras esto dijo que habia hecho cierta costa en la isla de Cuba
que gastó en el armada, que lo sacasen de monton; y demás desto, que se
apartase del mismo monte la costa que habia hecho Diego Velazquez en
los navíos que dimos al través con ellos, pues todos fuimos en ellos; y
tras esto, para los procuradores que fueron á Castilla.
Y demás desto, para los que quedaron en la Villa-Rica, que eran setenta
vecinos, y para el caballo que se le murió y para la yegua de Juan
Sedeño, que mataron en lo de Tlascala de una cuchillada; pues para
el padre de la Merced y el clérigo Juan Diaz y los capitanes y los
que traian caballos, dobles partes, escopeteros y ballesteros por el
consiguiente, é otras sacaliñas; de manera que quedaba muy poco de
parte, y por ser tan poco muchos soldados hubo que no lo quisieron
recebir; y con todo se quedaba Cortés, pues en aquel tiempo no podiamos
hacer otra cosa sino callar, porque demandar justicia sobre ello era
por demás; é otros soldados hubo que tomaron sus partes á cien pesos, y
daban voces por lo demás; y Cortés secretamente daba á unos y á otros
por via que les hacia merced por contentallos, y con buenas palabras
que les decia sufrian.
Pues vamos á las partes que daban á los de la Villa-Rica, que se lo
mandó llevar á Tlascala para que allí se lo guardase; y como ello fué
mal repartido, en tal paró todo, como adelante diré en su tiempo.
En aquella sazon muchos de nuestros capitanes mandaron hacer cadenas
de oro muy grandes á los plateros del gran Montezuma, que ya he dicho
que tenia un gran pueblo dellos, media legua de Méjico, que se dice
Escapuzalco; y asimismo Cortés mandó hacer muchas joyas y gran servicio
de vajilla, y algunos de nuestros soldados que habian henchido las
manos; por manera que ya andaban públicamente muchos tejuelos de oro
marcado y por marcar, y joyas de muchas diversidades de hechuras, é
el juego largo, con unos naipes que hacian de cuero de atambores, tan
buenos é tan bien pintados como los de España; los cuales naipes hacia
un Pedro Valenciano, y desta manera estábamos.
Dejemos de hablar en el oro y de lo mal que se repartió y peor se gozó,
y diré lo que á un soldado que se decia Fulano de Cárdenas le acaeció.
Parece ser que aquel soldado era piloto y hombre de la mar, natural de
Triana y del condado; el pobre tenia en su tierra mujer é hijos, y como
á muchos nos acaece, debria de estar pobre, y vino á buscar la vida
para volverse á su mujer é hijos; é como habia visto tanta riqueza en
oro en planchas y en granos de las minas é tejuelos y barras fundidas,
y al repartir dello vió que no le daban sino cien pesos, cayó malo
de pensamiento y tristeza; y un su amigo, como le veia cada dia tan
pensativo y malo, íbale á ver y decíale que de qué estaba de aquella
manera y suspiraba tanto; y respondió el piloto Cárdenas:
—«¡Oh cuerpo de tal conmigo! ¿Yo no he de estar malo viendo que Cortés
así se lleva todo el oro, y como rey lleva quinto, y ha sacado para el
caballo que se le murió y para los navíos de Diego Velazquez y para
otras muchas trancanillas, y que muera mi mujer é hijos de hambre,
pudiéndolos socorrer cuando fueren los procuradores con nuestras
cartas, y le enviamos todo el oro y plata que habiamos habido en aquel
tiempo?»
Y respondióle aquel su amigo:
—«Pues, ¿qué oro teniades vos para los enviar?»
Y el Cárdenas dijo:
—«Si Cortés me diera mi parte de lo que me cabia, con ello se
sostuviera mi mujer é hijos, y aun les sobraba; mas mirad qué embustes
tuvo, hacernos firmar que sirviésemos á su majestad con nuestras
partes, y sacar el oro para su padre Martin Cortés sobre seis mil
pesos é lo que escondió; y yo y otros pobres que estamos de noche y de
dia batallando, como habeis visto en las guerras pasadas de Tabasco y
Tlascala é lo de Cingapacinga é Cholula; y agora estar en tan grandes
peligros como estamos, y cada dia la muerte al ojo si se levantasen en
esta ciudad, é que se alce con todo el oro é que lleve quinto como rey.»
É dijo otras palabras sobre ello, y que tal quinto no le habiamos de
dejar sacar, ni tener tantos reyes, sino solamente á su majestad.
Y replicó su compañero y dijo:
—«Pues ¿esos cuidados os matan, y agora veis que todo lo que traen
los caciques y Montezuma se consume en él, uno en papo y otro en saco é
otro so el sobaco, y allá va todo donde quiere Cortés y estos nuestros
capitanes, que hasta el bastimento todo lo llevan? Por eso dejáos desos
pensamientos, y rogad á Dios que en esta ciudad no perdamos las vidas.»
Y así, cesaron sus pláticas, las cuales alcanzó á saber Cortés, y como
le decian que habia muchos soldados descontentos por las partes del
oro y de lo que habian hurtado del monton, acordó de hacer á todos un
parlamento con palabras muy melífluas, y dijo que todo lo que tenia
era para nosotros; que él no queria quinto, sino la parte que le cabe
de capitan general, y cualquiera que hubiese menester algo que se
lo daria; y aquel oro que habiamos habido que era un poco de aire;
que mirásemos las grandes ciudades que hay é ricas minas, que todos
seriamos señores dellas, y muy prósperos é ricos; y dijo otras razones
muy bien dichas, que las sabia bien proponer.
Y demás desto, á ciertos soldados secretamente daba joyas de oro,
y á otros daba grandes promesas, y mandó que los bastimentos que
traian los mayordomos de Montezuma que lo repartiesen entre todos los
soldados como á su persona; y demás desto, llamó aparte al Cárdenas y
con palabras le halagó, y le prometió que con los primeros navíos le
enviaria á Castilla á su mujer é hijos, é le dió trecientos pesos, y
así se quedó contento.
Y quedarse ha aquí, y diré cuando venga á coyuntura lo que al Cárdenas
acaeció cuando fué á Castilla, y cómo le fué muy contrario á Cortés en
los negocios que tuvo ante su majestad.


CAPÍTULO CVI.
CÓMO HUBIERON PALABRAS JUAN VELAZQUEZ DE LEON Y EL TESORERO GREGORIO
MEJÍA SOBRE EL ORO QUE FALTABA DE LOS MONTONES ÁNTES QUE SE FUNDIESE, Y
LO QUE CORTÉS HIZO SOBRE ELLO.

Como el oro comunmente todos los hombres lo deseamos, y miéntras
unos más tienen más quieren, aconteció que, como faltaban muchas
piezas de oro conocidas de los montones, ya otra vez por mí dicho,
y Juan Velazquez de Leon en aquel tiempo hacia labrar á los indios
de Escapuzalco, que eran todos plateros del gran Montezuma, grandes
cadenas de oro y otras piezas de vajillas para su servicio; y como
Gonzalo Mejía, que era tesorero, le dijo secretamente que se las diese,
pues no estaban quintadas y eran conocidamente de las que habia dado el
Montezuma; y el Juan Velazquez de Leon, que era muy privado de Cortés,
dijo que no le queria dar ninguna cosa, y que no lo habia tomado de lo
que estaba allegado ni de otra parte ninguna, salvo que Cortés se las
habia dado ántes que se hiciesen barras; y el Gonzalo Mejía respondió
que bastaba lo que Cortés habia escondido y tomado á los compañeros, y
todavía como tesorero demandaba mucho oro, que se habia pagado el real
quinto, y de palabras en palabras se desmandaron y vinieron á echar
mano á las espadas, y si de presto no los metiéramos en paz, entrambos
á dos acabaran allí sus vidas, porque eran personas de mucho ser y
valientes por las armas; y salieron heridos cada uno con dos heridas.
Y como Cortés lo supo, los mandó echar presos cada uno en una cadena
gruesa, y parece ser, segun muchos soldados dijeron, que secretamente
habló Cortés al Juan Velazquez de Leon, como era mucho su amigo, que
estuviese preso dos dias en la misma cadena, y que sacarian de la
prision al Gonzalo Mejía, como á tesorero; y esto lo hacia Cortés
porque viésemos todos los capitanes y soldados que hacia justicia, que
con ser el Juan Velazquez uña y carne del mismo capitan, le tenia preso.
Y porque pasaron otras cosas acerca del Gonzalo Mejía, que dijo á
Cortés sobre el mucho oro que faltaba, y que se le quejaban dello todos
los soldados porque no se lo demandaba al mismo capitan Cortés, pues
era tesorero é estaba á su cargo; porque es larga relacion, lo dejaré
de decir, y diré que, como el Juan Velazquez de Leon estaba preso en
una sala cerca del Montezuma y su aposento, en una cadena gorda; y
como el Juan Velazquez era hombre de gran cuerpo y muy membrudo, y
cuando se paseaba por la sala llevaba la cadena arrastrando y hacia
gran sonido, que lo oia el Montezuma, preguntó al paje Orteguilla que
á quien tenia preso Cortés en las cadenas, y el paje le dijo que era á
Juan Velazquez, el que solia tener guarda de su persona, porque ya en
aquella sazon no lo era, sino Cristóbal de Olí; y preguntó que por qué
causa, y el paje le dijo que por cierto oro que faltaba.
Y aquel mismo dia fué Cortés á tener palacio al Montezuma, y despues
de las cortesías acostumbradas y de las palabras que entre ellos
pasaron, preguntó el Montezuma á Cortés que por qué tenia preso á Juan
Velazquez, siendo buen capitan y muy esforzado; porque el Montezuma,
como he dicho otras veces, bien conocia á todos nosotros y aun nuestras
calidades; y Cortés le dijo medio riendo que porque era tabanillo, que
quiere decir loco, y que porque no le dan mucho oro quiere ir por sus
pueblos y ciudades á demandallo á los caciques, y porque no mate á
algunos, por esta causa lo tiene preso; y el Montezuma respondió que
le pedia por merced que le soltase, y que él enviaria á buscar más oro
y le daria de lo suyo; y Cortés hacia como que se le hacia de mal el
soltallo, y dijo que sí haria por complacer al Montezuma; y paréceme
que lo sentenció en que fuese desterrado del real y fuese á un pueblo
que se decia Cholula, con mensajero del Montezuma, á demandar oro, y
primero los hizo amigos al Gonzalo Mejía y al Juan Velazquez, é vi
que dentro de seis dias volvió de cumplir su destierro, y desde allí
adelante el Gonzalo Mejía y Cortés no se llevaron bien, y el Juan
Velazquez vino con más oro.
He traido esto aquí á la memoria, aunque vaya fuera de nuestra
relacion, porque vean que Cortés, so color de hacer justicia porque
todos le temiésemos, era con grandes mañas. Y dejarémoslo aquí.


CAPÍTULO CVII.
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO Á CORTÉS QUE LE QUERIA DAR UNA HIJA DE LAS
SUYAS PARA QUE SE CASASE CON ELLA, Y LO QUE CORTÉS LE RESPONDIÓ, Y
TODAVÍA LA TOMÓ, Y LA SERVIAN Y HONRABAN COMO HIJA DE TAL SEÑOR.

Como otras muchas veces he dicho, siempre Cortés y todos nosotros
procurábamos de agradar y servir á Montezuma y tenerle palacio; y un
dia le dijo el Montezuma:
—«Mirá, Malinche, que tanto os amo, que os quiero dar una hija mia muy
hermosa para que os caseis con ella y la tengais por vuestra legítima
mujer.»
Y Cortés le quitó la gorra por la merced, y dijo que era gran merced la
que le hacia; mas que era casado y tenia mujer, é que entre nosotros
no podemos tener más de una mujer, y que él la tenia en aquel agrado
que hija de tan gran señor merece, y que primero quiere se vuelva
cristiana, como son otras señoras hijas de señores; y Montezuma lo
hubo por bien, y siempre mostraba el gran Montezuma su acostumbrada
voluntad; é de un dia en otro no cesaba Montezuma sus sacrificios y de
matar en ellos indios, y Cortés se lo retraia, y no aprovechaba cosa
ninguna, hasta que tomó consejo con nuestros capitanes qué hariamos
en aquel caso, porque no se atrevia á poner remedio en ello por no
revolver la ciudad é á los papas que estaban en el Huichilóbos; y el
consejo que sobre ello se dió por nuestros capitanes é soldados, que
hiciese que queria ir á derrocar los ídolos del alto cu de Huichilóbos,
y si viésemos que se ponian en defendello ó que se alborotaban, que
le demandase licencia para hacer un altar en una parte del gran cu,
é poner un Crucifijo é una imágen de Nuestra Señora, y como esto se
acordó, fué Cortés á los palacios adonde estaba preso Montezuma, y
llevó consigo siete capitanes y soldados, é dijo al Montezuma:
—«Señor, ya muchas veces he dicho á vuestra majestad que no
sacrifiqueis más ánimas á estos vuestros dioses, que os traen
engañados, y no lo quereis hacer; hágoos, Señor, saber que todos mis
compañeros y estos capitanes que conmigo vienen, os vienen á pedir
por merced que les deis licencia para los quitar de allí, y pondremos
á nuestra Señora Santa María y una cruz; y que si ahora no les dais
licencia, que ellos irán á los quitar, y no querria que matasen algun
papa.»
Y cuando el Montezuma oyó aquellas palabras y vió ir á los capitanes
algo alterados, dijo:
—«¡Oh Malinche, y cómo nos quereis echar á perder toda esta ciudad!
Porque estarán muy enojados nuestros dioses contra nosotros, y aun
vuestras vidas no sé en qué pararán. Lo que os ruego, que ahora al
presente os sufrais, que yo enviaré á llamar á todos los papas y veré
su respuesta.»
Y como aquello oyó Cortés, hizo un ademan que queria hablar muy
en secreto al Montezuma solo con el fraile de la Merced, é que no
estuviesen presentes nuestros capitanes que llevaba en su compañía,
á los cuales mandó que le dejasen solo, y los mandó salir; y como
se salieron de la sala, dijo al Montezuma que porque no se hiciese
alboroto, ni los papas lo tuviesen á mal derrocalle sus ídolos, que él
trataria con los mismos nuestros capitanes que no se hiciese tal cosa,
con tal que en un apartamiento del gran cu hiciésemos un altar para
poner la imágen de nuestra Señora é una cruz, é que el tiempo andando
verian cuán buenos y provechosos son para sus ánimas y para dalles la
salud y buenas sementeras y prosperidades; y el Montezuma, puesto que
con suspiros y semblante muy triste, dijo que él lo trataria con los
papas.
Y en fin de muchas palabras que sobre ello hubo, se puso nuestro altar
apartado de sus malditos ídolos, y la imágen de nuestra Señora y una
cruz, y con mucha devocion, y dando gracias á Dios, dijeron Misa
cantada el Padre de la Merced, y ayudaba á la Misa el Clérigo Juan Diaz
y muchos de los nuestros soldados; y allí mandó poner nuestro capitan á
un soldado viejo para que tuviese guarda en ello, y rogó al Montezuma
que mandase á los papas que no tocasen en ello, salvo para barrer y
quemar incienso y poner candelas de cera ardiendo de noche y de dia, y
enramallo y poner flores.
Y dejallo hé aquí, y diré lo que sobre ello avino.


CAPÍTULO CVIII.
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA DIJO Á NUESTRO CAPITAN CORTÉS QUE SE SALIESE DE
MÉJICO CON TODOS LOS SOLDADOS, PORQUE SE QUERIAN LEVANTAR TODOS LOS
CACIQUES Y PAPAS Y DARNOS GUERRA HASTA MATARNOS, PORQUE ASÍ ESTABA
ACORDADO Y DADO CONSEJO POR SUS ÍDOLOS, Y LO QUE CORTÉS SOBRE ELLO HIZO.

Como siempre á la contina nunca nos faltaban sobresaltos, y de tal
calidad, que eran para acabar las vidas en ellos si Nuestro Señor
Dios no lo remediara, y fué que, como habiamos puesto en el gran cu
en el altar que hicimos la imágen de Nuestra Señora y la cruz, y se
dijo el Santo Evangelio y Misa, parece ser que los Huichilóbos y el
Tezcatepuca hablaron con los papas, y les dijeron que se querian ir de
su provincia, pues tan mal tratados eran de los teules, é que adónde
están aquellas figuras y cruz que no quieren estar, é que ellos no
estarian allí si no nos mataban, é que aquello les daban por respuesta,
é que no curasen de tener otra, é que se lo dijesen á Montezuma y á
todos sus capitanes, que luego comenzasen la guerra y nos matasen; y
les dijo el ídolo que mirasen que todo el oro que solian tener para
honrallos lo habiamos deshecho y hecho ladrillos, é que mirasen que nos
íbamos señoreando de la tierra, y que teniamos presos á cinco grandes
caciques, y les dijeron otras maldades para atraellos á darnos guerra;
y para que Cortés y todos nosotros lo supiésemos, el gran Montezuma
le envió á llamar para que le queria hablar en cosas que iba mucho en
ellas; y vino el paje Orteguilla, y dijo que estaba muy alterado y
triste Montezuma, é que aquella noche é parte del dia habian estado con
él muchos papas y capitanes muy principales, y secretamente hablaban,
que no lo pudo entender: y cuando Cortés lo oyó, fué de presto al
palacio donde estaba el Montezuma, y llevó consigo á Cristóbal de Olí,
que era capitan de la guardia, é á otros cuatro capitanes, é á doña
Marina é á Jerónimo de Aguilar, y despues que le hicieron mucho acato,
dijo el Montezuma:
—«¡Oh, señor Malinche y señores capitanes, cuánto me pesa de la
respuesta y mandado que nuestros teules han dado á nuestros papas é á
mí é á todos mis capitanes! Y es que os demos guerra y os matemos é os
hagamos ir por la mar adelante: lo que he colegido dello y me parece,
es que ántes que comiencen la guerra, que luego salgais desta ciudad y
no quede ninguno de vosotros aquí; y esto, señor Malinche, os digo que
hagais en todas maneras, que os conviene: si no, mataros han, y mirá
que os va las vidas.»
Y Cortés y nuestros capitanes sintieron pesar y aun se alteraron; y
no era de maravillar de cosa tan nueva y determinada, que era poner
nuestras vidas en gran peligro sobre ello en aquel instante, pues
tan determinadamente nos lo avisaban; y Cortés le dijo que él se lo
tenia en merced el aviso; que al presente de dos cosas le pesaban: no
tener navíos en que se ir, que mandó quebrar los que trujo; y la otra,
que por fuerza habia de ir el Montezuma con nosotros para que le vea
nuestro gran Emperador; y que le pide por merced que tenga por bien que
hasta que se hagan tres navíos en el arenal que detenga á los papas y
capitanes, porque para ellos es mejor partido; y que si comenzaren la
guerra, que todos morirán en ella si la quisieren dar.
É más dijo, que porque vea Montezuma quiere luego hacer lo que le
dice, que mande á sus capitanes que vayan con dos de nuestros soldados
que son grandes maestros de hacer navíos á cortar la madera cerca del
arenal.
El Montezuma estuvo muy más triste que de ántes, como Cortés le dijo
que habia de ir con nosotros ante el Emperador, y dijo que le daria los
carpinteros, y que luego despachase, y no hubiese más palabras, sino
obras: y que entre tanto que él mandaria á los papas y á sus capitanes
que no curasen de alborotar la ciudad, é que á sus ídolos Huichilóbos
que mandaria aplacasen con sacrificios, é que no seria con muertes de
hombres.
Y con esta tan alborotada plática se despidió Cortés del Montezuma, y
estábamos todos con grande congoja, esperando cuándo habian de comenzar
la guerra.
Luego Cortés mandó llamar á Martin Lopez y Andrés Nuñez, y con los
indios carpinteros que le dió el gran Montezuma; y despues de platicado
el porte de que se podrian labrar los tres navíos, le mandó que luego
pusiese por la obra de los hacer é poner á punto, pues que en la
Villa-Rica habia todo aparejo de hierro y herreros, y jarcia y estopa,
y calafates y brea; y así, fueron y cortaron la madera en la costa de
la Villa-Rica, y con toda la cuenta y galivo della, y con buena priesa
comenzó á labrar sus navíos.
Lo que Cortés le dijo á Martin Lopez sobre ello no lo sé; y esto digo
porque dice el coronista Gómora en su historia que le mandó que hiciese
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