Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 10

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pueblo de Quiahuistlan, que desque allí esté de asiento se verán más
de espacio; y el cacique gordo le respondió muy concertadamente.
Y otro dia de mañana salimos de Cempoal, y tenia aparejados sobre
cuatrocientos indios de carga, que en aquellas partes llaman tamemes,
que llevan dos arrobas de peso á cuestas y caminan con ellas cinco
leguas; y desque vimos tanto indio para carga nos holgamos, porque de
ántes siempre traiamos á cuestas nuestras mochilas los que no traian
indios de Cuba, porque no pasaron en la armada sino cinco ó seis, y no
tantos como dice el Gómora.
Y doña Marina é Aguilar nos dijeron, que en aquestas tierras, que
cuando están de paz, sin demandar quien lleve la carga, los caciques
son obligados de dar de aquellos tamemes; y desde allí adelante, donde
quiera que íbamos demandábamos indios para las cargas.
Y despedido Cortés del cacique gordo, otro dia caminamos nuestro
camino, y fuimos á dormir á un pueblezuelo cerca de Quiahuistlan, y
estaba despoblado, y los de Cempoal trujeron de cenar.
Aquí es donde dice el coronista Gómora que estuvo Cortés muchos dias en
Cempoal, é que se concertó la rebelion é liga contra Montezuma: no le
informaron bien; porque, como he dicho, otro dia por la mañana salimos
de allí, y donde se concertó la rebelion y por qué causa adelante lo
diré.
É quédese así, é digamos cómo entramos en Quiahuistlan.


CAPÍTULO XLVI.
CÓMO ENTRAMOS EN QUIAHUISTLAN, QUE ERA PUEBLO PUESTO EN FORTALEZA, Y
NOS ACOGIERON DE PAZ.

Otro dia, á hora de las diez, llegamos en el pueblo fuerte, que se
decia Quiahuistlan, que está entre grandes peñascos y muy altas
cuestas, y si hubiera resistencia era mala de tomar. É yendo con
buen concierto y ordenanza, creyendo que estuviese de guerra, iba el
artillería delante, y todos subiamos en aquella fortaleza, de manera
que si algo acontecia, hacer lo que éramos obligados.
Entónces Alonso de Ávila llevó cargo de capitan; é como era soberbio é
de mala condicion, porque un soldado que se decia Hernando Alonso de
Villanueva no iba en buena ordenanza, le dió un bote de lanza en un
brazo que le mancó, y despues se llamó Hernando Alonso de Villanueva el
Manquillo.
Dirán que siempre salgo de órden al mejor tiempo por contar cosas
viejas. Dejémoslo, y digamos que hasta en la mitad de aquel pueblo no
hallamos indio ninguno con quien hablar, de lo cual nos maravillamos,
que se habian ido huyendo de miedo aquel propio dia; é cuando nos
vieron subir á sus casas, y estando en lo más de la fortaleza en una
plaza junto á donde tenian los cues é casas grandes de sus ídolos,
vimos estar quince indios con buenas mantas, y cada uno un brasero de
brasas, y en ellos de sus inciensos, y vinieron donde Cortés estaba
y le zahumaron, y á los soldados que cerca dellos estábamos, y con
grandes reverencias le dicen que les perdonen porque no le han salido
á recebir, y que fuésemos bien venidos é que reposemos, é que de miedo
se habian huido é ausentado hasta ver qué cosas éramos, porque tenian
miedo de nosotros y de los caballos, é que aquella noche les mandarian
poblar todo el pueblo; y Cortés les mostró mucho amor, y les dijo
muchas cosas tocantes á nuestra santa fe, como siempre lo teniamos
de costumbre á do quiera que llegábamos, y que éramos vasallos de
nuestro gran Emperador D. Cárlos, y les dió unas cuentas verdes é otras
cosillas de Castilla; y ellos trujeron luego gallinas y pan de maíz.
Y estando en estas pláticas, vinieron luego á decir á Cortés que
venia el cacique gordo de Cempoal en andas, y las andas á cuestas de
muchos indios principales; y desque llegó el cacique habló con Cortés,
juntamente con el cacique y otros principales de aquel pueblo, dando
tantas quejas de Montezuma, y contaba de sus grandes poderes, y decíalo
con lágrimas y suspiros, que Cortés y los que estábamos presentes
tuvimos mancilla; y demás de contar por qué via é modo los habia
sujetado, que cada año les demandaban muchos de sus hijos y hijas para
sacrificar y otros para servir en sus casas y sementeras, y otras
muchas quejas, que fueron tantas, que ya no se me acuerda; y que los
recaudadores de Montezuma les tomaban sus mujeres é hijas si eran
hermosas, y las forzaban; y que otro tanto hacian en aquellas tierras
de la lengua de Totonaque, que eran más de treinta pueblos; y Cortés
los consolaba con nuestras lenguas cuanto podia, é que los favoreceria
en todo cuanto pudiese, y quitaria aquellos robos y agravios, y que
para eso les envió á estas partes el Emperador nuestro señor, é que no
tuviesen pena ninguna, que presto verian lo que sobre ello haciamos; y
con estas palabras recibieron algun contento, mas no se les aseguraba
el corazon con el gran temor que tenian á los mejicanos.
Y estando en estas pláticas vinieron unos indios del mismo pueblo á
decir á todos los caciques que allí estaban hablando con Cortés, cómo
venian cinco mejicanos que eran los recaudadores de Montezuma, é como
los vieron se les perdió la color y temblaban de miedo, y dejan solo
á Cortés y los salen á recibir, y de presto les enraman una sala y
les guisan de comer y les hacen mucho cacao, que es la mejor cosa que
entre ellos beben; y cuando entraron en el pueblo los cinco indios
vinieron por donde estábamos, porque allí estaban las casas del cacique
y nuestros aposentos; y pasaron con tanta contenencia y presuncion,
que sin hablar á Cortés ni á ninguno de nosotros se fueron é pasaron
delante; y traian ricas mantas labradas, y los bragueros de la misma
manera (que entónces bragueros se ponian), y el cabello lucio é
alzado, como atado en la cabeza, y cada uno unas rosas oliéndolas, y
mosqueadores que les traian otros indios como criados, y cada uno un
bordon con un garabato en la mano, y muy acompañados de principales
de otros pueblos de la lengua totonaque; y hasta que los llevaron
á aposentar y les dieron de comer muy altamente no les dejaron de
acompañar.
Y despues que hubieron comido mandaron llamar al cacique gordo é á los
demás principales, y les dijeron muchas amenazas y les riñeron que por
qué nos habian hospedado en sus pueblos, y les dijeron que qué tenian
ahora que hablar y ver con nosotros. É que su señor Montezuma no era
servido de aquello, porque sin su licencia y mandado no nos habian de
recoger en su pueblo ni dar joyas de oro. Y sobre ello al cacique gordo
y á los demás principales les dijeron muchas amenazas, é que luego les
diesen veinte indios é indias para aplacar á sus dioses por el mal
oficio que habia hecho.
Y estando en esto, viéndole Cortés, preguntó á doña Marina é Jerónimo
de Aguilar, nuestras lenguas, de qué estaban alborotados los caciques
desque vinieron aquellos indios, é quién eran. É doña Marina, que muy
bien lo entendió, se lo contó lo que pasaba; é luego Cortés mandó
llamar al cacique gordo y á todos los más principales, y les dijo que
quién eran aquellos indios, que les hacian tanta fiesta.
Y dijeron que los recaudadores del gran Montezuma, é que vienen á ver
por qué causa nos recibian en el pueblo sin licencia de su señor, y que
les demandan ahora veinte indios é indias para sacrificar á sus dioses
Huichilóbos porque les dé vitoria contra nosotros, porque han dicho
que dice Montezuma que os quiere tomar para que seais sus esclavos;
y Cortés les consoló é que no hubiesen miedo, que él estaba allí con
todos nosotros y que los castigaria.
Y pasemos adelante á otro capítulo, y diré muy por extenso lo que sobre
ello se hizo.


CAPÍTULO XLVII.
CÓMO CORTÉS MANDÓ QUE PRENDIESEN AQUELLOS CINCO RECAUDADORES DE
MONTEZUMA, Y MANDÓ QUE DENDE ALLÍ ADELANTE NO OBEDECIESEN NI DIESEN
TRIBUTO, Y LA REBELION QUE ENTÓNCES SE ORDENÓ CONTRA MONTEZUMA.

Como Cortés entendió lo que los caciques le decian, les dijo que ya les
habia dicho otras veces que el Rey nuestro señor le mandó que viniese
á castigar los malhechores é que no consintiese sacrificios ni robos;
y pues aquellos recaudadores venian con aquella demanda, les mandó
que luego los aprisionasen é los tuviesen presos hasta que su señor
Montezuma supiese la causa cómo vienen á robar y llevar por esclavos
sus hijos y mujeres, é hacer otras fuerzas.
É cuando los caciques lo oyeron estaban espantados de tal osadía,
mandar que los mensajeros del gran Montezuma fuesen maltratados, y
temian y no osaban hacello; y todavía Cortés les convocó para que
luego los echasen en prisiones, y así lo hicieron, y de tal manera,
que en unas varas largas y con collares (segun entre ellos se usa) los
pusieron de arte que no se les podian ir; é uno dellos porque no se
dejaba atar le dieron de palos; y demás desto, mandó Cortés á todos los
caciques que no les diesen más tributo, ni obediencia á Montezuma, é
que así lo publicasen en todos los pueblos aliados y amigos. É que si
otros recaudadores hubiese en otros pueblos como aquellos, que se lo
hiciesen saber, que él enviaria por ellos.
Y como aquella nueva se supo en toda aquella provincia, porque luego
envió mensajeros el cacique gordo haciéndoselo saber, y tambien lo
publicaron los principales que habian traido en su compañía aquellos
recaudadores, que como los vieron presos, luego se descargaron y fueron
cada uno á su pueblo á dar mandado y á contar lo acaecido.
É viendo cosas tan maravillosas é de tanto peso para ellos, dijeron que
no osaron hacer aquello hombres humanos, sino teules, que así llaman
á sus ídolos en que adoraban; é á esta causa desde allí adelante nos
llamaron teules, que es, como he dicho, ó dioses ó demonios; y cuando
dijere en esta relacion teules en cosas que han de ser tocadas nuestras
personas, sepan que se dice por nosotros.
Volvamos á decir de los prisioneros, que los querian sacrificar por
consejo de todos los caciques, porque no les fuese alguno dellos á
dar mandado á Méjico; y como Cortés lo entendió, les mandó que no los
matasen, que él los queria guardar, y puso de nuestros soldados que
los velasen; é á media noche mandó llamar Cortés á los mismos nuestros
soldados que los guardaban, y les dijo:
—«Mirad que solteis dos dellos, los más diligentes que os parecieren,
de manera que no lo sientan los indios destos pueblos;» que se los
llevasen á su aposento.
Y así lo hicieron, y despues que los tuvo delante les preguntó con
nuestras lenguas que por qué estaban presos y de qué tierra eran, como
haciendo que no los conocia; y respondieron que los caciques de Cempoal
y de aquel pueblo con su favor y el nuestro los prendieron; y Cortés
respondió que él no sabia nada y que le pesa dello; y les mandó dar
de comer y les dijo palabras de muchos halagos, y que se fuesen luego
á decir á su señor Montezuma cómo éramos todos sus grandes amigos y
servidores; y porque no pasasen más mal les quitó las prisiones, y que
riñó con los caciques que los tenian presos, y que todo lo que hubieren
menester para su servicio que lo hará de muy buena voluntad, y que los
tres indios sus compañeros que tienen en prisiones, que él los mandará
soltar y guardar, y que vayan muy presto, no los tornen á prender y los
maten; y los dos prisioneros respondieron que se lo tenian en merced,
y que habian miedo que los tornarian á las manos, porque por fuerza
habian de pasar por sus tierras; y luego mandó Cortés á seis hombres
de la mar que esa noche los llevasen en un batel obra de cuatro leguas
de allí, hasta sacallos de á tierra segura fuera de los términos de
Cempoal.
Y como amaneció, y los caciques de aquel pueblo y el cacique gordo
hallaron ménos los dos prisioneros, querian muy de hecho sacrificar los
otros que quedaban, si Cortés no se los quitara de su poder, é hizo del
enojado porque se habian huido los otros dos; y mandó traer una cadena
del navío y echólos en ella, y luego los mandó llevar á los navíos,
é dijo que él los queria guardar, pues tan mal cobro pusieron de los
demás; y cuando los hubieron llevado les mandó quitar las cadenas, é
con buenas palabras les dijo que presto les enviaria á Méjico.
Dejémoslo así, que luego que esto fué hecho todos los caciques de
Cempoal y de aquel pueblo é de otros que se habian allí juntado de la
lengua totonaque, dijeron á Cortés que qué harian, pues que Montezuma
sabria la prision de sus recaudadores, que ciertamente vendrian sobre
ellos los poderes de Méjico del gran Montezuma, y que no podrian
escapar de ser muertos y destruidos.
Y dijo Cortés con semblante muy alegre, que él y sus hermanos que allí
estábamos los defenderiamos, y matariamos á quien enojar los quisiese.
Entónces prometieron todos aquellos pueblos y caciques á una que serian
con nosotros en todo lo que les quisiésemos mandar, y juntarian todos
sus poderes contra Montezuma y todos sus aliados.
Y aquí dieron la obediencia á su majestad por ante un Diego de Godoy
el escribano, y todo lo que pasó lo enviaron á decir á los más pueblos
de aquella provincia; é como ya no daban tributo ninguno, é los
recojedores no parecian, no cabian de gozo en haber quitado aquel
dominio.
Y dejemos esto, y diré cómo acordamos de nos bajar á lo llano á unos
prados, donde comenzamos á hacer una fortaleza. Esto es lo que pasa, y
no la relacion que sobre ello dieron al coronista Gómora.


CAPÍTULO XLVIII.
CÓMO ACORDAMOS DE POBLAR LA VILLA RICA DE LA VERACRUZ, Y DE HACER UNA
FORTALEZA EN UNOS PRADOS JUNTO Á UNAS SALINAS Y CERCA DEL PUERTO DEL
NOMBRE-FEO, DONDE ESTABAN ANCLADOS NUESTROS NAVÍOS, Y LO QUE ALLÍ SE
HIZO.

Despues que hubimos hecho liga y amistad con más de treinta pueblos
de las sierras, que se decian los totonaques, que entónces se
rebelaron al gran Montezuma y dieron la obediencia á su majestad, y se
prefirieron á nos servir, con aquella ayuda tan presta acordamos de
poblar é de fundar la villa rica de la Veracruz en unos llanos media
legua del pueblo, que estaba como fortaleza, que se dice Quiahuistlan,
y traza de iglesia y plaza y atarazanas, y todas las cosas que
convenian para parecer villa, é hicimos una fortaleza, y desde entónces
los cimientos; y en acaballa de tener alta para enmaderar; y hechas
troneras y cubos y barbacanas, dimos tanta priesa, que desde Cortés
comenzó el primero á sacar tierra á cuestas y piedra é ahondar los
cimientos, como todos los capitanes y soldados, y á la continua
entendimos en ello y trabajamos por la acabar de presto, los unos en
los cimientos y otros en hacer las tapias, y otros en acarrear agua y
en las escaleras, en hacer ladrillos y tejas y buscar comida, y otros
en la madera, y los herreros en la clavazon, porque teniamos herreros;
y desta manera trabajábamos en ello á la contina desde el mayor hasta
el menor, y los indios que nos ayudaban, de manera que ya estaba hecha
iglesia y casas, é casi que la fortaleza.
Estando en esto, parece ser que el gran Montezuma tuvo noticia en
Méjico cómo le habian preso sus recaudadores é que le habian quitado
la obediencia, y cómo estaban rebelados los pueblos totonaques; mostró
tener mucho enojo de Cortés y de todos nosotros, y tenia ya mandado
á un su gran ejército de guerreros que viniesen á dar guerra á los
pueblos que se le rebelaron y que no quedase ninguno dellos á vida; é
para contra nosotros aparejaba de venir con gran ejército y pujanza
de capitanes; y en aquel instante van los dos indios prisioneros que
Cortés mandó soltar, segun he dicho en el capítulo pasado, y cuando
Montezuma entendió que Cortés les quitó de las prisiones y los envió
á Méjico, y las palabras de ofrecimientos que les envió á decir,
quiso Nuestro Señor Dios que amansó su ira é acordó de enviar á saber
de nosotros qué voluntad teniamos, y para ello envió dos mancebos
sobrinos suyos, con cuatro viejos, grandes caciques, que los traian
á cargo, y con ellos envió un presente de oro y mantas, é á dar las
gracias á Cortés porque les soltó á sus criados; y por otra parte
se envió á quejar mucho, diciendo que con nuestro favor se habian
atrevido aquellos pueblos de hacelle tan gran traicion é que no le
diesen tributo é quitalle la obediencia; é que ahora, teniendo respeto
á que tiene por cierto que somos los que sus antepasados les habian
dicho que habian de venir á sus tierras, é que debemos de ser de sus
linajes, é porque estábamos en casa de los traidores, no les envió
luego á destruir; mas que el tiempo andando no se alabaran de aquellas
traiciones.
Y Cortés recibió el oro y la ropa, que valía sobre dos mil pesos, y
les abrazó, y dió por disculpa que él y todos nosotros éramos muy
amigos de su señor Montezuma, y como tal servidor le tiene guardados
sus tres recaudadores; y luego los mandó traer de los navíos, y con
buenas mantas y bien tratados se los entregó, y tambien Cortés se quejó
mucho del Montezuma, y les dijo cómo su gobernador Pitalpitoque se
fué una noche del real sin le hablar, y que no fué bien hecho, y que
cree y tiene por cierto que no se lo mandaria el señor Montezuma que
hiciese tal villanía, é que por aquella causa nos veniamos á aquellos
pueblos donde estábamos, é que hemos recibido dellos honra; é que le
pide por merced que les perdone el desacato que contra él han tenido;
y que en cuanto á lo que dice que no le acuden con el tributo, que no
pueden servir á dos señores, que en aquellos dias que allí hemos estado
nos han servido en nombre de nuestro Rey y señor, y porque el Cortés
y todos sus hermanos iriamos presto á le ver y servir, y cuando allá
estemos se dará órden en todo lo que mandare.
Y despues de aquestas pláticas y otras muchas que pasaron, mandó
dar á aquellos mancebos, que eran grandes caciques, y á los cuatro
viejos que los traian á cargo, que eran hombres principales, diamantes
azules y cuentas verdes, y se les hizo honra; y allí delante dellos,
porque habia buenos prados, mandó Cortés que corriesen y escaramuzasen
Pedro de Albarado, que tenia una muy buena yegua alazana que era muy
revuelta, y otros caballeros, de lo cual se holgaron de los haber
visto correr; y despedidos y muy contentos de Cortés y de todos
nosotros se fueron á su Méjico.
En aquella sazon se le murió el caballo á Cortés, y compró ó le dieron
otro que se decia el Arriero, que era castaño escuro, que fué de Ortiz
el músico y un Bartolomé García el minero y fué uno de los mejores
caballos que venian en el armada.
Dejemos de hablar en esto, y diré que como aquellos pueblos de la
sierra, nuestros amigos, y el pueblo de Cempoal solian estar de ántes
muy temerosos de los mejicanos, creyendo que el gran Montezuma los
habia de enviar á destruir con sus grandes ejércitos de guerreros, y
cuando vieron á aquellos parientes del gran Montezuma que venian con
el presente por mí nombrado, y á darse por servidores de Cortés y de
todos nosotros, estaban espantados, y decian unos caciques á otros que
ciertamente éramos teules, pues que Montezuma nos habia miedo, pues
enviaba oro en presente. Y si de ántes teniamos mucha reputacion de
esforzados, de allí adelante nos tuvieron en mucho más.
Y quedarse ha aquí, y diré lo que hizo el cacique y otros sus amigos.


CAPÍTULO XLIX.
CÓMO VINO EL CACIQUE GORDO Y OTROS PRINCIPALES Á QUEJARSE DELANTE DE
CORTÉS CÓMO EN UN PUEBLO FUERTE, QUE SE DECIA CINGAPACINGA, ESTABAN
GUARNICIONES DE MEJICANOS Y LES HACIAN MUCHO DAÑO, Y LO QUE SOBRE ELLO
SE HIZO.

Despues de despedidos los mensajeros mejicanos, vino el cacique gordo,
con otros muchos principales nuestros amigos, á decir á Cortés que
luego vaya á un pueblo que se decia Cingapacinga, que estaria de
Cempoal dos dias de andadura, que serian ocho ó nueve leguas, porque
decian que estaban en él juntos muchos indios de guerra de los culúas,
que se entiende por los mejicanos, y que les venian á destruir sus
sementeras y estancias, y les salteaban sus vasallos y les hacian
otros malos tratamientos; y Cortés lo creyó, segun se lo decian tan
afectuadamente; y viendo aquellas quejas y con tantas importunaciones,
y habiéndoles prometido que los ayudaria, y mataria á los culúas ó á
otros indios que los quisiesen enojar; é á esta causa no sabia qué
decir, salvo echallos de allí, y estuvo pensando en ello, y dijo riendo
á ciertos compañeros que estábamos acompañándole:
—«Sabeis, señores, que me parece que en todas estas tierras ya
tenemos fama de esforzados, y por lo que han visto estas gentes por
los recaudadores de Montezuma, nos tienen por dioses ó por cosas como
sus ídolos. He pensado que, para que crean que uno de nosotros basta
para desbaratar aquellos indios guerreros que dicen que están en el
pueblo de la fortaleza de sus enemigos, enviemos á Heredia el viejo;»
que era vizcaino, y tenia mala catadura en la cara, y la barba grande,
y la cara medio acuchillada, é un ojo tuerto, é cojo de una pierna,
escopetero.
El cual le mandó llamar, y le dijo:
—«Id con estos caciques hasta el rio, que estaba de allí un cuarto de
legua; é cuando allá llegáredes, haced que os parais á beber é lavar
las manos, é tira un tiro con vuestra escopeta, que yo os enviaré á
llamar; que esto hago porque crean que somos dioses, ó de aquel nombre
y reputacion que nos tienen puesto; y como vos sois mal agestado, crean
que sois ídolo.»
Y el Heredia lo hizo segun y de la manera que le fué mandado, porque
era hombre que habia sido soldado en Italia; y luego envió Cortés á
llamar al cacique gordo é á todos los demás principales que estaban
aguardando el ayuda y socorro, y les dijo:
—«Allá envio con vosotros este mi hermano, para que mate y eche todos
los culúas de ese pueblo, y me traiga presos á los que no se quisieren
ir.»
Y los caciques estaban elevados desque lo oyeron, y no sabian si lo
creer ó no, é miraban á Cortés si hacia algun mudamiento en el rostro,
que creyeron que era verdad lo que les decia; y luego el viejo Heredia,
que iba con ellos, cargó su escopeta, é iba tirando tiros al aire
por los montes porque lo oyesen é viesen los indios, y los caciques
enviaron á dar mandado á los otros pueblos cómo llevan á un teule para
matar á los mejicanos que estaban en Cingapacinga; y esto pongo aquí
por cosa de risa, porque vean las mañas que tenia Cortés.
Y cuando entendió que habia llegado el Heredia al rio que le habia
dicho, mandó de presto que le fuesen á llamar, y vueltos los caciques
y el viejo Heredia, les tornó á decir Cortés á los caciques que por
la buena voluntad que les tenia que el propio Cortés en persona
con algunos de sus hermanos queria ir á hacelles aquel socorro y
á ver aquellas tierras y fortalezas, y que luego le trujesen cien
hombres tamemes para llevar los tepuzques, que son los tiros, y
vinieron otro dia por la mañana; y habiamos de partir aquel mismo dia
con cuatrocientos soldados y catorce de á caballo y ballesteros y
escopeteros, que estaban apercebidos; y ciertos soldados que eran de
la parcialidad de Diego Velazquez dijeron que no querian ir, y que se
fuese Cortés con los que quisiese, que ellos á Cuba se querian volver;
y lo que sobre ello se hizo diré adelante.


CAPÍTULO L.
CÓMO CIERTOS SOLDADOS DE LA PARCIALIDAD DE DIEGO VELAZQUEZ, VIENDO QUE
DE HECHO QUERIAMOS POBLAR Y COMENZAMOS Á PACIFICAR PUEBLOS, DIJERON QUE
NO QUERIAN IR Á NINGUNA ENTRADA, SINO VOLVERSE Á LA ISLA DE CUBA.

Ya me habrán oido decir en el capítulo ántes deste que Cortés habia
de ir á un pueblo que se dice Cingapacinga, y habia de llevar
consigo cuatrocientos soldados y catorce de á caballo y ballesteros
y escopeteros, y tenian puestos en la memoria para ir con nosotros á
ciertos soldados de la parcialidad del Diego Velazquez; é yendo los
cuadrilleros á apercebirlos que saliesen luego con sus armas y caballos
los que los tenian, respondieron soberbiamente que no querian ir á
ninguna entrada, sino volverse á sus estancias y haciendas que dejaron
en Cuba; que bastaba lo que habian perdido por sacallos Cortés de sus
casas, y que les habia prometido en el Arenal que cualquiera persona
que se quisiese ir que les daria licencia y navío y matalotaje; y á
esta causa estaban siete soldados apercebidos para se volver á Cuba; y
como Cortés lo supo, los envió á llamar, y preguntando por qué hacian
aquella cosa tan fea, respondieron algo alterados, y dijeron que se
maravillaban querer poblar adonde habia tanta fama de millares de
indios y grandes poblaciones, con tan pocos soldados como éramos, y
que ellos estaban dolientes y hartos de andar de una parte á otra, y
que se querian ir á Cuba á sus casas y haciendas; que les diese luego
licencia, como se lo habia prometido; y Cortés les respondió mansamente
que era verdad que se la prometió, mas que no harian lo que debian
en dejar la bandera de su capitan desamparada; y luego les mandó que
sin detenimiento ninguno se fuesen á embarcar, y les señaló navío,
y les mandó dar cazabe y una botija de aceite y otras legumbres de
bastimentos de lo que teniamos.
Y uno de aquellos soldados, que se decia Hulano Moron, vecino de la
villa que se decia Delbayamo, tenia un buen caballo overo, labrado de
las manos, y le vendió luego bien vendido á un Juan Ruano á trueco de
otras haciendas que el Juan Ruano dejaba en Cuba; é ya que se querian
hacer á la vela, fuimos todos los compañeros é alcaldes y regidores de
nuestra Villa-Rica á requerir á Cortés que por via ninguna no diese
licencia á persona ninguna para salir á tierra, porque así convenia al
servicio de Dios nuestro Señor y de su majestad; y que la persona que
tal licencia pidiese, por hombre que merecia pena de muerte, conforme
á las leyes de la órden militar, pues quieren dejar á su capitan y
bandera desamparada en la guerra é peligro, en especial habiendo tanta
multitud de pueblos de indios guerreros como ellos han dicho: y Cortés
hizo como que les queria dar la licencia, mas á la postre se la revocó,
y se quedaron burlados y aun avergonzados, y el Moron su caballo
vendido, y el Juan Ruano, que lo hubo, no se lo quiso volver, y todo
fué maneado por Cortés, y fuimos nuestra entrada á Cingapacinga.


CAPÍTULO LI.
DE LO QUE NOS ACAECIÓ EN CINGAPACINGA, Y CÓMO Á LA VUELTA QUE VOLVIMOS
POR CEMPOAL LES DERROCAMOS SUS ÍDOLOS Y OTRAS COSAS QUE PASARON.

Como ya los siete hombres que se querian volver á Cuba estaban
pacíficos, luego partimos con los soldados de infantería ya por mí
nombrados, y fuimos á dormir al pueblo de Cempoal, y tenian aparejado
para salir con nosotros dos mil indios de guerra en cuatro capitanías;
y el primero dia caminamos cinco leguas con buen concierto, y otro
dia á poco más de vísperas llegamos á las estancias que estaban junto
al pueblo de Cingapacinga, é los naturales dél tuvieron noticia cómo
íbamos; é ya que comenzábamos á subir por la fortaleza y casas, que
estaban entre grandes riscos y peñascos, salieron de paz á nosotros
ocho indios principales y papas, y dicen á Cortés llorando que por qué
los quiere matar y destruir no habiendo hecho por qué, pues teniamos
fama que á todos haciamos bien y desagraviábamos á los que estaban
robados, y habiamos prendido á los recaudadores de Montezuma; y que
aquellos indios de guerra de Cempoal que allí iban con nosotros estaban
mal con ellos de enemistades viejas que habian tenido sobre tierras é
términos, y que con nuestro favor les venian á matar y robar; y que
es verdad que mejicanos solian estar en guarnicion en aquel pueblo; y
que pocos dias habia se habian ido á sus tierras cuando supieron que
habiamos preso á otros recaudadores; y que le ruegan que no pasemos
adelante la armada y les favorezcan; y como Cortés lo hubo muy bien
entendido con nuestras lenguas doña Marina é Aguilar, luego con mucha
brevedad mandó al capitan Pedro de Albarado y al maestre de campo, que
era Cristóbal de Olí, y á todos nosotros los compañeros que con él
íbamos, que detuviésemos á los indios de Cempoal que no pasasen más
adelante; y así lo hicimos, y por presto que fuimos á detenellos, ya
estaban robando en las estancias, de lo cual hubo Cortés gran enojo,
y mandó que viniesen luego los capitanes que traian á cargo aquellos
guerreros de Cempoal, y con palabras de muy enojado y de grandes
amenazas les dijo que luego les trujesen los indios é indias y mantas
y gallinas que habian robado en las estancias, y que no entre ninguno
dellos en aquel pueblo; y que porque le habian mentido y venian á
sacrificar y robar á sus vecinos con nuestro favor eran dignos de
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