Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 16

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venian á nuestro Real con gallinas y tunas, que era el tiempo dellas,
y cada dia traian el bastimento que tenian en su casa, y con buena
voluntad nos lo daban, sin que quisiesen tomar por ello cosa ninguna
aunque se lo dábamos, y siempre rogando á Cortés que se fuese luego
con ellos á su ciudad; y como estábamos aguardando á los mejicanos
los seis dias, como les prometió, con palabras blandas les detenia;
y luego, cumplido el plazo que habian dicho, vinieron de Méjico seis
principales, hombres de mucha estima, y trujeron un rico presente que
envió el gran Montezuma, que fueron más de tres mil pesos de oro en
ricas joyas de diversas maneras, y ducientas piezas de ropa de mantas
muy ricas de pluma y de otras labores, y dijeron á Cortés cuando
lo presentaron, que su señor Montezuma se huelga de nuestra buena
andanza, y que le ruega muy ahincadamente que ni en bueno ni malo no
fuese con los de Tlascala á su pueblo ni se confiase dellos, que lo
querian llevar allá para roballe oro y ropa, porque son muy pobres,
que una manta buena de algodon no alcanzan; é que por saber que el
Montezuma nos tiene por amigos y nos envia aquel oro y joyas y mantas,
lo procurarán de robar muy mejor; y Cortés recibió con alegría aquel
presente, y dijo que se lo tenia en merced y que él lo pagaria al señor
Montezuma en buenas obras; y que si se sintiese que los tlascaltecas
les pasase por el pensamiento lo que Montezuma les enviaba á avisar,
que se lo pagaria con quitalles á todos las vidas, y que él sabe muy
cierto que no harán villanía ninguna, y que todavía quiere ir á ver lo
que hacen.
Y estando en estas razones vienen otros muchos mensajeros de Tlascala
á decir á Cortés cómo vienen cerca de allí todos los caciques viejos
de la cabecera de toda la provincia á nuestros ranchos y chozas á ver
á Cortés y á todos nosotros para llevarnos á su ciudad; y como Cortés
lo supo, rogó á los embajadores mejicanos que aguardasen tres dias
por los despachos para su señor, porque tenia al presente que hablar
y despachar sobre la guerra pasada é paces que ahora tratan; y ellos
dijeron que aguardarian.
Y lo que los caciques viejos dijeron á Cortés se dirá adelante.


CAPÍTULO LXXIV.
CÓMO VINIERON Á NUESTRO REAL LOS CACIQUES VIEJOS DE TLASCALA Á ROGAR Á
CORTÉS Y Á TODOS NOSOTROS QUE LUEGO NOS FUÉSEMOS CON ELLOS Á SU CIUDAD,
Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Como los caciques viejos de toda Tlascala vieron que no íbamos á
su ciudad, acordaron de venir en andas, y otros en chamacas é á
cuestas, y otros á pié, los cuales eran los por mí ya nombrados, que
se decian Masse-Escaci, Xicotenga el viejo é ciego, é Guaxolacima,
Chichimeclatecle, Tecapaneca, de Topeyanco; los cuales llegaron á
nuestro real con otra gran compañía de principales, y con gran acato
hicieron á Cortés y á todos nosotros tres reverencias, y quemaron copal
y tocaron las manos en el suelo y besaron la tierra; y el Xicotenga el
viejo comenzó de hablar á Cortés desta manera, y díjole:
—«Malinche, Malinche, muchas veces te hemos enviado á rogar que nos
perdones porque salimos de guerra, é ya te enviamos á dar nuestro
descargo, que fué por defendernos del malo de Montezuma y sus grandes
poderes, porque creiamos que érades de su bando y confederados; y
si supiéramos lo que ahora sabemos, no digo yo saliros á recibir á
los caminos con muchos bastimentos, sino tenéroslos barridos, y aun
fuéramos por vosotros á la mar donde teniades vuestros acales (que
son navíos); y pues ya nos habeis perdonado, lo que ahora os venimos
á rogar yo y todos estos caciques es, que vais luego con nosotros á
nuestra ciudad, y allí os daremos de lo que tuviéremos, é os serviremos
con nuestras personas y hacienda; y mirá, Malinche, no hagas otra cosa,
sino luego nos vamos; y porque tememos que por ventura te habrán dicho
esos mejicanos algunas cosas de falsedades y mentiras de las que suelen
decir de nosotros, no los creas ni los oigas; que en todo son falsos,
y tenemos entendido que por causa dellos no has querido ir á nuestra
ciudad.»
Y Cortés respondió con alegre semblante, y dijo que bien sabia,
desde muchos años ántes que á estas sus tierras viniésemos, cómo eran
buenos, y que deso se maravilló cuando nos salieron de guerra, y que
los mejicanos que allí estaban aguardaban respuestas para su señor
Montezuma; é á lo que decian que fuésemos luego á su ciudad, y por
el bastimento que siempre traian é otros cumplimientos, que se lo
agradecia mucho y lo pagaria en buenas obras; é que ya se hubiera ido
si tuviera quien nos llevase los tepuzques, que son las bombardas; y
como oyeron aquella palabra sintieron tanto placer, que en los rostros
se conoceria, y dijeron:
—«Pues cómo, ¿por esto has estado y no lo has dicho?»
Y en ménos de media hora traen sobre quinientos indios de carga, y
otro dia muy de mañana comenzamos á marchar camino de la cabezera de
Tlascala con mucho concierto, así de la artillería como de los caballos
y escopetas y ballesteros, y todos los demás, segun lo teniamos de
costumbre; y habia rogado Cortés á los mensajeros de Montezuma que se
fuesen con nosotros para ver en qué paraba lo de Tlascala, y desde allí
les despacharia, y que en su aposento estarian porque no recibiesen
ningun deshonor; porque, segun dijeron, temíanse de los tlascaltecas.
Ántes que más pase adelante quiero decir cómo en todos los pueblos por
donde pasamos, ó en otros donde tenian noticia de nosotros, llamaban
á Cortés Malinche; y así, le nombraré de aquí adelante Malinche en
todas las pláticas que tuviéremos con cualesquier indios, así desta
provincia como de la ciudad de Méjico, y no le nombraré Cortés sino
en parte que convenga; y la causa de haberle puesto aqueste nombre es
que, como doña Marina, nuestra lengua, estaba siempre en su compañía,
especialmente cuando venian embajadores ó pláticas de caciques, y ella
lo declaraba en lengua mejicana, por esta causa le llamaban á Cortés el
capitan de marina, y para más breve le llamaron Malinche; y tambien se
le quedó este nombre á un Juan Perez de Arteaga, vecino de la Puebla,
por causa que siempre andaba con doña Marina y con Jerónimo de Aguilar
deprendiendo la lengua, y á esta causa le llamaban Juan Perez Malinche,
que renombre de Arteaga de obra de dos años á esta parte lo sabemos.
He querido traer esto á la memoria, aunque no habia para qué, porque se
entienda el nombre de Cortés de aquí adelante, que se dice Malinche; y
tambien quiero decir que, como entramos en tierra de Tlascala, hasta
que fuimos á su ciudad se pasaron veinte y cuatro dias, y entramos en
ella á 23 de Setiembre de 1519 años; y vamos á otro capítulo, y diré lo
que allí nos avino.


CAPÍTULO LXXV.
CÓMO FUIMOS Á LA CIUDAD DE TLASCALA, Y LO QUE LOS CACIQUES VIEJOS
HICIERON DE UN PRESENTE QUE NOS DIERON, Y CÓMO TRUJERON SUS HIJAS Y
SOBRINAS, Y LO QUE MÁS PASÓ.

Como los caciques vieron que comenzaba á ir nuestro fardaje camino de
su ciudad, luego se fueron adelante para mandar que todo estuviese
aparejado para nos recebir y para tener los aposentos muy enramados; é
ya que llegábamos á un cuarto de legua de la ciudad, sálennos á recebir
los mismos caciques que se habian adelantado, y traen consigo sus hijas
y sobrinas y muchos principales, cada parentela y bando y parcialidad
por sí; porque en Tlascala habia cuatro parcialidades, sin las de
Tecapaneca, señor de Tepoyanco, que eran cinco; y tambien vinieron de
todos los lugares sus sugetos, y traian sus libreas diferenciadas, que
aunque eran de nequen, eran muy primas y de buenas labores y pinturas,
porque algodon no lo alcanzaban.
Y luego vinieron los papas de toda la provincia, que habia muchos por
los grandes adoratorios que tenian; que ya he dicho que entre ellos
se llama cues, que son donde tienen sus ídolos y sacrifican; y traian
aquellos papas braseros con brasas, y con sus inciensos zahumando á
todos nosotros, y traian vestidos algunos dellos ropas muy largas á
manera de sobrepellices, y eran blancas y traian capillas en ellos,
como que querian parecer á las que traen los canónigos, como ya lo
tengo dicho, y los cabellos muy largos y enredados, que no se pueden
desparcir si no se cortan, y llenos de sangre que les salian de las
orejas, que en aquel dia se habian sacrificado; y abajaban las cabezas
como á manera de humildad cuando nos vieron, y traian las uñas de los
dedos de las manos muy largas; é oimos decir que aquellos papas tenian
por religiosos y de buena vida, y junto á Cortés se allegaron muchos
principales acompañándole; y como entramos en lo poblado no cabian
por las calles y azuteas, de tantos indios é indias que nos salian á
ver con rostros muy alegres, y trujeron obra de veinte piñas hechas
de muchas rosas de la tierra, diferenciadas las colores y de buenos
olores, y las dieron á Cortés y á los demás soldados que les parecian
capitanes, especial á los de á caballo; y como llegamos á unos buenos
patios adonde estaban los aposentos, tomaron luego por la mano á
Cortés, Xicotenga el viejo y Masse-Escaci, y le meten en los aposentos,
y allí tenian aparejado para cada uno de nosotros á su usanza unas
camillas de esteras y mantas de nequen; y tambien se aposentaron los
amigos que traiamos de Cempoal y de Cocotlan cerca de nosotros; y
mandó Cortés que los mensajeros del gran Montezuma se aposentasen junto
con su aposento.
Y puesto que estábamos en tierra que viamos claramente que estaban
de buenas voluntades y muy de paz, no nos descuidamos de estar muy
apercebidos, segun teniamos de costumbre; y parece ser que nuestro
capitan, á quien cabia el cuarto de poner corredores del campo y espías
y velas, dijo á Cortés:
—«Parece, señor, que están muy de paz, y no habemos menester tanta
guarda ni estar tan recatados como solemos.»
—«Mirar, señores, bien veo lo que decis; mas por la buena costumbre
hemos de estar apercebidos, que aunque sean muy buenos, no habemos de
creer en su paz, sino como si nos quisiesen dar guerra y los viésemos
venir á encontrar con nosotros; que muchos capitanes por se confiar y
descuidar fueron desbaratados, especialmente nosotros, como somos tan
pocos, y habiéndonos enviado á avisar el gran Montezuma, puesto que sea
fingido, y no verdad, hemos de estar muy alerta.»
Dejemos de hablar de tantos cumplimientos é órden como teniamos en
nuestras velas y guardas, y volvamos á decir cómo Xicotenga el viejo y
Masse-Escaci, que eran grandes caciques, se enojaron mucho con Cortés,
y le dijeron con nuestras lenguas:
—«Malinche, ó tú nos tienes por enemigos ó no muestras obras en lo
que te vemos hacer, que no tienes confianza de nuestras personas y en
las paces que nos has dado y nosotros á tí; y esto te decimos porque
vemos que así os velais y venis por los caminos apercebidos como cuando
veníais á encontrar con nuestros escuadrones; y esto, Malinche, creemos
que lo haces por las traiciones y maldades que los mejicanos te han
dicho en secreto para que estés mal con nosotros: mira no los creas;
que ya aquí estás y te daremos todo lo que quisieres, hasta nuestras
personas y hijos, y moriremos por vosotros; por eso demanda en rehenes
todo lo que quisieres y fuere tu voluntad.»
Y Cortés y todos nosotros estábamos espantados de la gracia y amor
con que lo decian; y Cortés les respondió con doña Marina que así lo
tiene creido, é que no ha menester rehenes, sino ver sus muy buenas
voluntades; y que en cuanto á venir apercebidos, que siempre lo
teniamos de costumbre y que no lo tuviesen á mal; y por todos los
ofrecimientos se lo tenia en merced y se lo pagaria el tiempo andando.
Y pasadas estas pláticas, vienen otros principales con gran aparato de
gallinas y pan de maíz y tunas, y otras cosas de legumbres que habia
en la tierra, y bastecen el real muy cumplidamente, que en veinte dias
que allí estuvimos todo lo hubo sobrado; y entramos en esta ciudad á 23
dias del mes de Setiembre de 1519 años; é quedaráse aquí, y diré lo que
más pasó.


CAPÍTULO LXXVI.
CÓMO SE DIJO MISA ESTANDO PRESENTES MUCHOS CACIQUES, Y DE UN PRESENTE
QUE TRAJERON LOS CACIQUES VIEJOS.

Otro dia de mañana mandó Cortés que se pusiese un altar para que se
dijese Misa, porque ya teniamos vino é hostias; la cual Misa dijo el
clérigo Juan Diaz, porque el padre de la Merced estaba con calenturas
y muy flaco, y estando presente Masse-Escaci el viejo y Xicotenga y
otros caciques; y acabada la Misa, Cortés se entró en su aposento, y
con él parte de los soldados que le soliamos acompañar, y tambien los
dos caciques viejos y nuestras lenguas, y díjole el Xicotenga que le
querian traer un presente, y Cortés les mostraba mucho amor, y les
dijo que cuando quisiesen; y luego tendieron unas esteras, y una manta
encima, y trujeron seis ó siete pecezuelos de oro y piedras de poco
valor, y ciertas cargas de ropa de nequen, que toda era muy pobre que
no valía veinte pesos; y cuando lo daban, dijeron aquellos caciques
riendo:
—«Malinche, bien creemos que como es poco eso que te damos, no lo
recebirás con buena voluntad; ya te hemos enviado á decir que somos
pobres, é que no tenemos oro ni ningunas riquezas, y la causa dello es
que esos traidores y malos de los mejicanos y Montezuma, que ahora es
señor, nos lo han sacado todo cuando soliamos tener paces y tréguas,
que les demandábamos porque no nos diesen guerra; y no mires que es
poco valor, sino recíbelo con buena voluntad, como cosa de amigos y
servidores que te seremos.»
Y entónces tambien trujeron aparte mucho bastimento. Cortés lo recibió
con alegría, y les dijo que en más tenia aquello por ser de su mano
y con la voluntad que se lo daban, que si le trujeran otros una casa
llena de oro en granos, y que así lo recibe, y les mostró mucho amor;
y parece ser tenian concertado entre todos los caciques de darnos sus
hijas y sobrinas, las más hermosas que tenian, que fuesen doncellas por
casar; y dijo el viejo Xicotenga:
—«Malinche, porque más claramente conozcais el bien que os queremos y
deseamos en todo contentaros, nosotros os queremos dar nuestras hijas
para que sean vuestras mujeres y hagais generacion, porque queremos
teneros por hermanos, pues sois tan buenos y esforzados. Yo tengo una
hija muy hermosa, é no ha sido casada, é quiérola para vos.»
Y asimismo Masse-Escaci y todos los más caciques dijeron que traerian
sus hijas y que las recibiésemos por mujeres, y dijeron otros muchos
ofrecimientos, y en todo el dia no se quitaban, así el Masse-Escaci
como el Xicotenga, de cabe Cortés; y como era ciego, de viejo, el
Xicotenga, con la mano atentaba á Cortés en la cabeza y en las barbas
y rostro, y se la traia por todo el cuerpo; y Cortés les respondió á
lo de las mujeres, que él y todos nosotros se lo teniamos en merced, y
que en buenas obras se lo pagariamos el tiempo andando; y estaba allí
presente el padre de la Merced, y Cortés le dijo:
—«Señor padre, paréceme que será ahora bien que demos un tiento á estos
caciques para que dejen sus ídolos y no sacrifiquen, porque harán
cualquier cosa que les mandarémos, por causa del gran temor que tienen
á los mejicanos.»
Y el fraile dijo:
—«Señor, bien es; pero dejémoslo hasta que traigan las hijas y entónces
habrá materia para ello, y dirá vuesamerced que no las quiere recibir
hasta que prometan de no sacrificar: si aprovechare, bien; si no
harémos lo que somos obligados.»
Y así quedó para otro dia, y lo que se hizo se dirá adelante.


CAPÍTULO LXXVII.
CÓMO TRUJERON LAS HIJAS Á PRESENTAR Á CORTÉS Y Á TODOS NOSOTROS, Y LO
QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Otro dia vinieron los mismos caciques viejos, y trujeron cinco indias
hermosas, doncellas y mozas, y para ser indias eran de buen parecer y
bien ataviadas, y traian para cada india otra moza para su servicio, y
todas eran hijas de caciques, y dijo Xicotenga á Cortés:
—«Malinche, esta es mi hija, y no ha sido casada, que es doncella;
tomadla para vos.»
La cual le dió por la mano, y las demás que las diese á los capitanes;
y Cortés se lo agradeció, y con buen semblante que mostró dijo que
él las recibia y tomaba por suyas, y que ahora al presente que las
tuviesen en su poder sus padres; y preguntaron los mismos caciques que
por qué causa no las tomábamos ahora; y Cortés respondió:
—«Porque quiero hacer primero lo que manda Dios Nuestro Señor, que es
en el que creemos y adoramos, y á lo que me envió el Rey nuestro señor,
que es que quiten sus ídolos, que no sacrifiquen ni maten más hombres,
ni hagan otras torpedades malas que suelen hacer, y crean en lo que
nosotros creemos, que es en un solo Dios verdadero.»
Y se les dijo otras muchas cosas tocantes á nuestra santa fe; y
verdaderamente fueron muy bien declaradas, porque doña Marina y
Aguilar, nuestras lenguas, estaban ya tan expertas en ello, que se
les daba á entender muy bien; y se les mostró una imágen de Nuestra
Señora con su Hijo precioso en los brazos, y se les dió á entender cómo
aquella imágen es figura como la de Nuestra Señora, que se dice Santa
María, que está en los altos cielos, y es la Madre de Nuestro Señor,
que es aquel niño Jesus que tiene en los brazos, y que le concibió por
gracia del Espíritu Santo, quedando Vírgen ántes del parto y en el
parto y despues del parto; y aquesta gran Señora ruega por nosotros á
su Hijo precioso, que es nuestro Dios y Señor; y les dijo otras muchas
cosas que se convenian decir sobre nuestra santa fe, y si quieren ser
nuestros hermanos y tener amistad verdadera con nosotros; y para que
con mejor voluntad tomásemos aquellas sus hijas, para tenellas, como
dicen, por mujeres, que luego dejen sus malos ídolos, y crean y adoren
en nuestro Señor Dios, que es el que nosotros creemos y adoramos, y
verán cuánto bien les irá; porque, demás de tener salud y buenos
temporales, sus cosas se les harán prósperamente, y cuando se mueran
irán sus ánimas á los cielos á gozar de la gloria perdurable; y que si
hacen los sacrificios que suelen hacer á aquellos sus ídolos, que son
diablos, les llevarán á los infiernos, donde para siempre jamás arderán
en vivas llamas.
Y porque en otros razonamientos se les habia dicho otras cosas acerca
de que dejasen los ídolos, en esta plática no se les dijo más, y lo que
respondieron á todo es, que dijeron:
—«Malinche, ya te hemos entendido ántes de ahora; y bien creemos que
ese vuestro Dios y esa gran Señora, que son muy buenos; mas mira:
ahora vinistes á estas nuestras tierras y casas; el tiempo andando
entenderemos muy más claramente vuestras cosas, y veremos cómo son, y
harémos lo que sea bueno. ¿Cómo quieres que dejemos nuestros teules,
que desde muchos años nuestros antepasados tienen por dioses y les
han adorado y sacrificado? É ya que nosotros, que somos viejos, por
te complacer lo quisiésemos hacer, ¿qué dirán todos nuestros papas y
todos los vecinos mozos y niños desta provincia, sino levantarse contra
nosotros? Especialmente que los papas han ya hablado con nuestros
teules, y les respondieron que no los olvidásemos en sacrificios de
hombres y en todo lo que de ántes soliamos hacer; si no, que á toda
esta provincia destruirian con hambres, pestilencias y guerra.»
Así que, dijeron y dieron por respuesta que no curásemos más de les
hablar en aquella cosa, porque no los habian de dejar de sacrificar
aunque los matasen.
Y desque vimos aquella respuesta, que la daban tan de veras y sin
temor, dijo el padre de la Merced, que era entendido é teólogo:
—«Señor, no cure vuesamerced de más les importunar sobre esto, que
no es justo que por fuerza les hagamos ser cristianos, y aun lo
que hicimos en Cempoal en derrocalles sus ídolos, no quisiera yo
que se hiciera hasta que tengan conocimiento de nuestra santa fe;
¿qué aprovecha quitalles ahora sus ídolos de un cu y adoratorio,
si los pasan luego á otros? Bien es que vayan sintiendo nuestras
amonestaciones, que son santas y buenas, para que conozcan adelante los
buenos consejos que les damos.»
Y tambien le hablaron á Cortés tres caballeros, que fueron Pedro de
Albarado y Juan Velazquez de Leon y Francisco de Lugo, y dijeron á
Cortés:
—«Muy bien dice el Padre, y vuesamerced con lo que ha hecho cumple, y
no se toque más á estos caciques sobre el caso.»
Y así se hizo.
Lo que les mandamos con ruegos fué, que luego desembarazasen un cu que
estaba allí cerca y era nuevamente hecho, é quitasen unos ídolos, y lo
encalasen y limpiasen para poner en él una cruz y la imágen de Nuestra
Señora; lo cual luego lo hicieron, y en él se dijo Misa y se bautizaron
aquellas cacicas, y se puso nombre á la hija del Xicotenga doña Luisa,
y Cortés la tomó por la mano, y se la dió á Pedro de Albarado, y dijo á
Xicotenga que aquel á quien la daba era su hermano y su capitan, y que
lo hubiese por bien, porque seria dél muy bien tratada, y el Xicotenga
recibió contentamiento dello; y la hija ó sobrina de Masse-Escaci se
puso nombre doña Elvira, y era muy hermosa; y paréceme que la dió á
Juan Velazquez de Leon, y las demás se pusieron sus nombres de pila,
y todas con dones, y Cortés las dió á Cristóbal de Olí y á Gonzalo de
Sandoval y á Alonso de Ávila; y despues desto hecho se les declaró á
qué fin se pusieron dos cruces, é que era porque tienen temor dellas
sus ídolos, y que á do quiera que estábamos de asiento ó dormiamos se
ponen en los caminos; é á todo esto estaban muy atentos.
Ántes que más pase adelante, quiero decir cómo de aquella cacica hija
de Xicotenga, que se llamó doña Luisa, que se la dió á Pedro de
Albarado, que así como se la dieron, toda la mayor parte de Tlascala la
acataba y le daban presentes y la tenian por su señora, y della hubo el
Pedro de Albarado, siendo soltero, un hijo que se dijo don Pedro, é una
hija que se dice doña Leonor, mujer que ahora es de don Francisco de la
Cueva, buen caballero, primo del duque de Alburquerque, é ha habido en
ella cuatro ó cinco hijos muy buenos caballeros, y aquesta señora doña
Leonor es tan excelente señora, en fin como hija de tal padre, que fué
comendador de Santiago, adelantado y gobernador de Guatemala, y por la
parte de Xicotenga gran señor de Tlascala, que era como Rey.
Dejemos estas relaciones, y volvamos á Cortés, que se informó de
aquestos caciques y les preguntó muy por entero de las cosas de Méjico,
y lo que sobre ello dijeron es esto que diré.


CAPÍTULO LXXVIII.
CÓMO CORTÉS PREGUNTÓ Á MASSE-ESCACI É Á XICOTENGA POR LAS COSAS DE
MÉJICO, Y LO QUE EN LA RELACION DIJERON.

Luego Cortés apartó aquellos caciques, y les preguntó muy por extenso
las cosas de Méjico; Xicotenga, como era más avisado y gran señor,
tomó la mano á hablar, y de cuando en cuando lo ayudaba Masse-Escaci,
que tambien era gran señor, y dijeron que tenia Montezuma tan grandes
poderes de gente de guerra, que cuando queria tomar un gran pueblo
ó hacer un asalto en una provincia, que ponia en campo cien mil
hombres, y que esto que lo tenia bien experimentado por las guerras y
enemistades pasadas que con ellos tienen de más de cien años; y Cortés
le dijo:
—«Pues con tanto guerrero como decis que venian sobre vosotros, ¿cómo
nunca os acabaron de vencer?»
Y respondieron que, puesto que algunas veces les desbarataban y
mataban, y llevaban muchos de sus vasallos para sacrificar, que tambien
de los contrarios quedaban en el campo muchos muertos y otros presos, y
que no venian tan encubiertos, que dello no tuviesen noticia, y cuando
lo sabian, que se apercebian con todos sus poderes, y con ayuda de los
de Guaxocingo se defendian é ofendian; é que como todas las provincias
y pueblos que ha robado Montezuma y puesto debajo de su dominio estaban
muy mal con los mejicanos, y traian dellos por fuerza á la guerra, no
pelean de buena voluntad; ántes de los mismos tenian avisos, y que á
esta causa les defendian sus tierras lo mejor que podian.
Y que donde más mal les habia venido á la contina es de una ciudad
muy grande que está de allí andadura de un dia, que se dice Cholula,
que son grandes traidores, y que allí metia Montezuma secretamente
sus capitanías; y como estaban cerca, de noche hacian salto; y más
dijo Masse-Escaci, que tenia Montezuma en todas las provincias puestas
guarniciones de muchos guerreros, sin los muchos que sacaba de la
ciudad, y que todas aquellas provincias le tributan oro y plata, y
plumas, y piedras y ropa de mantas y algodon é indios é indias para
sacrificar, y otros para servir.
Y que es tan gran señor, que todo lo que quiere tiene, y que las casas
en que vive tiene llenas de riquezas y piedras chalchihuites, que ha
robado y tomado por fuerza á quien no se lo da de grado, y que todas
las riquezas de la tierra están en su poder; y luego contaron el gran
servicio de su casa, que era para nunca acabar si lo hubiese aquí de
decir, pues de las muchas mujeres que tenia, y como casaba algunas
dellas, de todo daban relacion.
Y luego dicen de la gran fortaleza de su ciudad, de la manera que es
la laguna, y la hondura del agua, y de las calzadas que hay por donde
han de entrar en la ciudad, y las puentes de madera que tiene en cada
calzada, y cómo entra y sale por el estrecho de abertura que hay en
cada puente, y cómo en alzando cualquiera dellas se pueden quedar
aislados entre puente y puente sin entrar en su ciudad; y cómo está
toda la mayor parte de la ciudad poblada dentro en la laguna, y no se
puede pasar de casa en casa sino es por unas puentes levadizas que
tienen hechas, ó en canoas, y todas las casas son de azuteas, y en las
azuteas tienen hechos como á maneras de mamparos, pueden pelear desde
encima dellas, y la manera cómo se provee la ciudad de agua dulce desde
una fuente que se dice Chapultepeque, que está de la ciudad obra de
media legua, y va el agua por unos edificios, y llega en parte que con
canoas la llevan á vender por las calles.
Y luego contaron de la manera de las armas, que eran varas de á dos
gajos, que tiraban con tiraderas que pasan cualesquier armas, y muchos
buenos flecheros, y otros con lanzas de pedernales que tienen una braza
de cuchilla, hechas de arte que cortan más que navajas, y rodelas y
armas de algodon, y muchos honderos con piedras rollizas é otras lanzas
muy largas y espadas de á dos manos de navajas, y trajeron pintados en
unos paños grandes de nequen las batallas que con ellos habian habido y
la manera del pelear.
Y como nuestro capitan y todos nosotros estábamos ya informados de
todo lo que decian aquellos caciques, estorbó la plática y metiólos en
otra más honda, y fué que cómo ellos habian venido á poblar á aquella
tierra, é de qué partes vinieron que tan diferentes y enemigos eran de
los mejicanos, siendo tan de cerca unas tierras de otras; y dijeron que
les habian dicho sus antecesores que en los tiempos pasados que habia
allí entre ellos poblados hombres y mujeres muy altos de cuerpo y de
grandes huesos, que porque eran muy malos y de malas maneras, que los
mataron peleando con ellos, y otros que quedaban se murieron; é para
que viésemos qué tamaños é altos cuerpos tenian, trujeron un hueso ó
zancarron de uno dellos, y era muy grueso, el altor del tamaño como un
hombre de razonable estatura: y aquel zancarron era desde la rodilla
hasta la cadera: yo me medí con él, y tenia tan gran altor como yo,
puesto que soy de razonable cuerpo; y trujeron otros pedazos de huesos
como el primero, mas estaban ya comidos y deshechos de la tierra; y
todos nos espantamos de ver aquellos zancarrones, y tuvimos por cierto
haber habido gigantes en esta tierra; y nuestro capitan Cortés nos dijo
que seria bien enviar aquel gran hueso á Castilla para que lo viese su
majestad, y así lo enviamos con los primeros procuradores que fueron.
Tambien dijeron aquellos mismos caciques, que sabian de aquellos sus
antecesores que les habia dicho un su ídolo en quien ellos tenian mucha
devocion, que vendrian hombres de las partes de hácia donde sale el sol
y de léjas tierras á les sojuzgar y señorear; que si somos nosotros,
holgaran dello, que pues tan esforzados y buenos somos; y cuando
trataron las paces se les acordó desto que les habia dicho su ídolo,
que por aquella causa nos dan sus hijas para tener parientes que les
defiendan de los mejicanos.
Y cuando acabaron su razonamiento, todos quedamos espantados, y
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