Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 12

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recado de lo que venian á buscar, se volvieron á Santiago de Cuba; y si
triste estaba el Diego Velazquez ántes que enviase los navíos, muy más
se acongojó cuando los vió volver de aquel arte; y luego le aconsejaron
sus amigos que se enviase á quejar á España al Obispo de Búrgos, que
estaba por presidente de Indias, que hacia mucho por él; y tambien
envió á dar sus quejas á la isla de Santo Domingo á la audiencia
Real que en ella residia y á los Frailes gerónimos que estaban por
gobernadores en ella, que se decian fray Luis de Figueroa y fray Alonso
de Santo Domingo y fray Bernardino de Manzanedo; los cuales religiosos
solian estar y residir en el monasterio de la Mejorada, que es de dos
leguas de Medina del Campo; y envian en posta un navío á la Respinola y
danles muchas quejas de Cortés y de todos nosotros.
Y como alcanzaron á saber en la Real audiencia nuestros grandes
servicios, la respuesta que le dieron los frailes fué que á Cortés y
los que con él andábamos en las guerras no se nos podia poner culpa,
pues sobre todas cosas acudiamos á nuestro Rey y señor, y le enviábamos
tan gran presente, que otro como él no se habia visto de muchos tiempos
pasados en nuestra España; y esto dijeron porque en aquel tiempo y
sazon no habia Perú ni memoria dél; y tambien le enviaron á decir que
ántes éramos dignos de que su majestad nos hiciese muchas mercedes.
Entónces le enviaron al Diego Velazquez á Cuba á un licenciado que se
decia Zuazo, para que le tomase residencia, ó á lo ménos habia pocos
meses que habia llegado á la isla de Cuba; y como aquella respuesta le
trujeron al Diego Velazquez, se congojó mucho más; y como de ántes era
muy gordo, se paró flaco en aquellos dias; y luego con gran diligencia
mandó buscar todos los navíos que pudo haber en la isla y apercibir
soldados y capitanes, y procuró enviar una recia armada para prender
á Cortés y á todos nosotros; y tanta diligencia puso, que él mismo en
persona andaba de villa en villa y en unas estancias y en otras, y
escribia á todas las partes de la isla donde él no podia ir á rogar á
sus amigos fuesen á aquella jornada; por manera que en obra de once
meses ó un año allegó diez y ocho velas grandes y pequeñas y sobre mil
y trescientos soldados entre capitanes y marineros; porque, como le
vian del arte que he dicho, andar tan apasionado y corrido, todos los
más principales vecinos de Cuba, así los parientes como los que tenian
indios, se aparejaron para le servir, y tambien envió por capitan
general de toda la armada á un hidalgo que se decia Pánfilo de Narvaez,
hombre alto de cuerpo y membrudo, y hablaba algo entonado, como medio
de bóveda, y era natural de Valladolid, casado en la isla de Cuba con
una dueña que se llamaba María de Valenzuela, ya viuda, y tenia buenos
pueblos de indios y era muy rico.
Donde lo dejaré agora haciendo y aderezando su armada, y volveré
á decir de nuestros procuradores y su buen viaje; y porque en una
sazon acontecian tres y cuatro cosas, no puedo seguir la relacion y
materia de lo que voy hablando por dejar de decir lo que más viene al
propósito, y á esta causa no me culpen porque salgo y me aparto de la
órden por decir lo que más adelante pasa.


CAPÍTULO LVI.
CÓMO NUESTROS PROCURADORES CON BUEN TIEMPO DESEMBOCARON LA CANAL DE
BAHAMA Y EN POCOS DIAS LLEGARON Á CASTILLA, Y LO QUE EN LA CÓRTE LES
SUCEDIÓ.

Ya he dicho que partieron nuestros procuradores del puerto de San Juan
de Ulúa en 6 del mes de Julio de 1519 años, y con buen viaje llegaron
á la Habana, y luego desembocaron la canal, é dice que aquella fué la
primera vez que por allí navegaron, y en poco tiempo llegaron á las
islas de la Tercera, y desde allí á Sevilla, y fueron en posta á la
córte, que estaba en Valladolid, y por presidente del Real consejo
de Indias D. Juan Rodriguez de Fonseca, que era Obispo de Búrgos,
y se nombraba Arzobispo de Rosano y mandaba toda la córte, porque
el Emperador nuestro señor estaba en Flandes y era mancebo; y como
nuestros procuradores le fueron á besar las manos al presidente muy
ufanos, creyendo que les hiciera mercedes, y dalle nuestras cartas y
relaciones y á presentar todo el oro y joyas, le suplicaron que luego
hiciese mensajero á su majestad y le enviasen aquel presente y cartas,
y que ellos mismos irian con ello á besar sus Reales piés; y en vez de
agasajarlos, les mostró poco amor y los favoreció muy poco, y aun les
dijo palabras secas y ásperas.
Nuestros embajadores dijeron que mirase su señoría los grandes
servicios que Cortés y sus compañeros haciamos á su majestad, y que
le suplicaban otra vez que todas aquellas joyas de oro, cartas y
relaciones las enviase luego á su majestad para que sepa todo lo que
pasa, y que ellos irian con él.
Y les tornó á responder muy soberbiamente, y aun les mandó que no
tuviesen ellos cargo dello, que él les escribiria lo que pasaba, y no
lo que le decian, pues se habian levantado contra el Diego Velazquez;
y pasaron otras muchas palabras ágrias; y en esta sazon llegó á la
córte el Benito Martin, Capellan de Diego Velazquez, otra vez por mí
nombrado, dando muchas quejas de Cortés y de todos nosotros, de que el
Obispo se airó mucho más contra nosotros; y porque el Alonso Hernandez
Puertocarrero, como era caballero primo del conde de Medellin, y porque
el Montejo no osaba desagradar al presidente, decia al Obispo que le
suplicaba muy ahincadamente que sin pasion fuesen oidos y que no dijese
las palabras que decia, y que luego enviase aquellos recaudos así como
los traian á su majestad, y que éramos servidores de la Real Corona, y
que eran dignos de mercedes, y no de ser por palabras afrentados.
Cuando aquello oyó el Obispo, le mandó echar preso, y porque le
informaron que habia sacado de Medellin tres años habia una mujer que
se decia María Rodriguez y la llevó á las Indias.
Por manera que todos nuestros servicios y los presentes de oro estaban
del arte que aquí he dicho; y acordaron nuestros embajadores de callar
hasta su tiempo é lugar.
Y el Obispo escribió á su majestad á Flandes á favor de su privado é
amigo Diego Velazquez, y muy malas palabras contra Hernando Cortés y
contra todos nosotros; mas no hizo relacion de ninguna manera de las
cartas que le enviábamos, salvo que se habia alzado Hernando Cortés al
Diego Velazquez, y otras cosas que dijo.
Volvamos á decir del Alonso Hernandez Puertocarrero y del Francisco
de Montejo, y aun de Martin Cortés, padre del mismo Cortés, y de un
licenciado Nuñez, relator del Real consejo de su majestad y cercano
pariente del Cortés, qué hacian por él: acordaron de enviar mensajeros
á Flandes con otras cartas como las que dieron al Obispo de Búrgos,
porque iban duplicadas las que enviamos con los procuradores, y
escribieron á su majestad todo lo que pasaba é la memoria de las
joyas de oro del presente, y dando quejas del Obispo y descubriendo
sus tratos que tenia con el Diego Velazquez; y aun otros caballeros
les favorecieron, que no estaban muy bien con el D. Juan Rodriguez
de Fonseca; porque, segun decian, era malquisto por muchas demasías
y soberbias que mostraba con los grandes cargos que tenia; y como
nuestros grandes servicios eran por Dios nuestro Señor y por su
majestad, y siempre poniamos nuestras fuerzas en ello, quiso Dios
que su majestad lo alcanzó á saber muy claramente; y como lo vió
y entendió, fué tanto el contentamiento que mostró, y los duques,
marqueses y condes y otros caballeros que estaban en su Real córte, que
en otra cosa no hablaban por algunos dias sino de Cortés y de todos
nosotros los que le ayudamos en las conquistas, y de las riquezas que
destas partes le enviamos; y así por esto como por las cartas glosadas
que sobre ello le escribió el Obispo de Búrgos, desque vió su majestad
que todo era al contrario de la verdad, desde allí adelante le tuvo
mala voluntad al Obispo, especialmente que no envió todas las piezas de
oro, é se quedó con gran parte dellas.
Todo lo cual alcanzó á saber el mismo Obispo, que se lo escribieron
desde Flandes, de lo cual recibió muy grande enojo, y si de ántes que
fuesen nuestras cartas ante su majestad el Obispo decia muchos males de
Cortés y de todos nosotros, de allí adelante á boca llena nos llamaba
traidores; mas quiso Dios que perdió la furia y braveza, que desde ahí
á dos años fué recusado y aun quedó corrido y afrentado, y nosotros
quedamos por muy leales servidores, como adelante diré de que venga
á coyuntura; y escribió su majestad que presto vendria á Castilla y
entenderia en lo que nos conviniese, é nos haria mercedes.
Y porque adelante lo diré muy por extenso cómo y de qué manera pasó,
se quedará aquí así, y nuestros procuradores aguardando la venida de su
majestad.
Y ántes que más pase adelante quiero decir, por lo que me han
preguntado ciertos caballeros muy curiosos, y aun tienen razon de lo
saber, que ¿cómo puedo yo escribir en esta relacion lo que no vi, pues
estaba en aquella sazon en las conquistas de la Nueva-España cuando
los procuradores dieron las cartas, recaudos y presente de oro que
llevaban para su majestad, y tuvieron aquellas contiendas con el Obispo
de Búrgos? Á esto digo que nuestros procuradores nos escribian á los
verdaderos conquistadores lo que pasaba, así lo del Obispo de Búrgos
como lo que su majestad fué servido mandar en nuestro favor, letra
por letra en capítulos, y de qué manera pasaba; y Cortés nos enviaba
otras cartas que recibia de nuestros procuradores, á las villas donde
viviamos en aquella sazon, para que viésemos cuán bien negociábamos con
su majestad y qué grande contrario teniamos en el Obispo de Búrgos.
Y esto doy por descargo de lo que me preguntaban aquellos caballeros
que dicho tengo. Dejemos esto, y digamos en otro capítulo lo que en
nuestro real pasó.


CAPÍTULO LVII.
CÓMO DESPUES QUE PARTIERON NUESTROS EMBAJADORES PARA SU MAJESTAD CON
TODO EL ORO Y CARTAS Y RELACIONES DE LO QUE EN EL REAL SE HIZO, Y LA
JUSTICIA QUE CORTÉS MANDÓ HACER.

Desde á cuatro dias que partieron nuestros procuradores para ir ante
el Emperador nuestro señor, como dicho habemos, y los corazones de los
hombres son de muchas calidades é pensamientos, parece ser que unos
amigos y criados del Diego Velazquez, que se decian Pedro Escudero
y un Juan Cermeño, y un Gonzalo de Umbría, piloto, y Bernaldino de
Coria, vecino que fué despues de Chiapa, padre de un Hulano Centeno,
y un Clérigo que se decia Juan Diaz, y ciertos hombres de la mar que
se decian Peñates, naturales de Gibraleon, estaban mal con Cortés,
los unos porque no les dió licencia para se volver á Cuba, como se la
habian prometido, y otros porque no les dió parte del oro que enviamos
á Castilla; los Peñates porque los azotó en Cozumel, como ya otra vez
tengo dicho, cuando hurtaron los tocinos á un soldado que se decia
Barrio; acordaron todos de tomar un navío de poco porte é irse con
él á Cuba á dar mandato al Diego Velazquez, para avisalle como en la
Habana podian tomar en la estancia de Francisco Montejo á nuestros
procuradores con el oro y recaudos; que segun pareció, de otras
personas principales que estaban en nuestro real fueron aconsejados que
fuesen á aquella estancia que he dicho, y aun escribieron para que el
Diego Velazquez tuviese tiempo de habellos á las manos.
Por manera que las personas que he dicho ya tenian metido matalotaje,
que era pan cazabe, aceite, pescado y agua, y otras pobrezas de lo que
podian haber; é ya que se iban á embarcar, y era á más de media noche,
el uno dellos, que era el Bernaldino de Coria, parece ser se arrepintió
de se volver á Cuba, y lo fué á hacer saber á Cortés.
É como lo supo, é de qué manera y cuántos é por qué causas se querian
ir, y quiénes fueron en los consejos y tramas para ello, les mandó
luego sacar las velas, aguja y timon del navío, y los mandó echar
presos y les tomó sus confesiones, y confesaron la verdad, y condenaron
á otros que estaban con nosotros, que se disimuló por el tiempo, que
no permitia otra cosa; y por sentencia que dió, mandó ahorcar al Pedro
Escudero y á Juan Cermeño, y á cortar los piés al piloto Gonzalo de
Umbría, y azotar á los marineros Peñates, á cada ducientos azotes, y al
padre Juan Diaz si no fuera de Misa tambien lo castigara, más metióle
algo temor.
Acuérdome que cuando Cortés firmó aquella sentencia dijo con grandes
suspiros y sentimientos:
—«¡Oh, quién no supiera escribir, para no firmar muertes de hombres!»
Y paréceme que aqueste dicho es muy comun entre los jueces que
sentencian algunas personas á muerte, que lo tomaron de aquel cruel
Neron en el tiempo que dió muestras de buen Emperador; y así como
se hubo ejecutado la sentencia, se fué Cortés luego á mata-caballo
á Cempoal, que es cinco leguas de la villa, y nos mandó que luego
fuésemos tras él ducientos soldados y todos los de á caballo; y
acuérdome que Pedro de Albarado, que habia tres dias que le habia
enviado Cortés con otros ducientos soldados por los pueblos de la
sierra porque tuviesen qué comer, porque en nuestra villa pasábamos
mucha necesidad de bastimentos, y le mandó que se fuese á Cempoal para
que allí diéramos órden de nuestro viaje á Méjico.
Por manera que el Pedro de Albarado no se halló presente cuando se hizo
la justicia que dicho tengo. Y cuando nos vimos juntos en Cempoal, la
órden que se dió en todo diré adelante.


CAPÍTULO LVIII.
CÓMO ACORDAMOS DE IR Á MÉJICO, Y ÁNTES QUE PARTIÉSEMOS DAR CON TODOS
LOS NAVÍOS AL TRAVÉS, Y LO QUE MÁS PASÓ; Y ESTO DE DAR CON LOS NAVÍOS
AL TRAVÉS FUÉ POR CONSEJO É ACUERDO DE TODOS NOSOTROS LOS QUE ÉRAMOS
AMIGOS DE CORTÉS.

Estando en Cempoal, como dicho tengo, platicando con Cortés en las
cosas de la guerra y camino para adelante, de plática en plática le
aconsejamos los que éramos sus amigos que no dejase navío en el puerto
ninguno, sino que luego diese al través con todos, y no quedasen
ocasiones, porque entre tanto que estábamos la tierra adentro no se
alzasen otras personas como los pasados; y demás desto, que teniamos
mucha ayuda de los maestres, pilotos y marineros, que serian al pié de
cien personas, y que mejor nos ayudarian á pelear y guerrear que no
estando en el puerto; y segun vi y entendí, esta plática de dar con los
navíos al través que allí le propusimos, el mismo Cortés lo tenia ya
concertado, sino que quiso que saliese de nosotros, porque si algo le
demandasen que pagase los navíos, que era por nuestro consejo, y todos
fuésemos en los pagar.
Y luego mandó á un Juan de Escalante, que era alguacil mayor y persona
de mucho valor y gran amigo de Cortés, y enemigo de Diego Velazquez
porque en la isla de Cuba no le dió buenos indios, que luego fuese á la
villa, y que de todos los navíos se sacasen todas las anclas, cables,
velas y lo que dentro tenian de que se pudiesen aprovechar, y que diese
con todos ellos al través, que no quedasen más de los bateles; é que
los pilotos é maestres viejos y marineros que no eran buenos para ir
á la guerra, que se quedasen en la villa, y con dos chinchorros que
tuviesen cargo de pescar, que en aquel puerto siempre habia pescado,
aunque no mucho; y el Juan de Escalante lo hizo segun y de la manera
que le fué mandado, y luego se vino á Cempoal con una capitanía de
hombres de la mar, que fueron los que sacaron de los navíos, y salieron
algunos dellos muy buenos soldados.
Pues hecho esto, mandó Cortés llamar á todos los caciques de la
serranía de los pueblos nuestros confederados, y rebelados al gran
Montezuma, y les dijo cómo habian de servir á los que quedaban en la
Villa-Rica, é acabar de hacer la iglesia, fortaleza y casas; y allí
delante dellos tomó Cortés por la mano al Juan de Escalante, y les dijo:
—«Este es mi hermano.»
Y que lo que les mandase que lo hiciesen; é que si hubiesen menester
favor é ayuda contra algunos indios mejicanos, que á él ocurriesen, que
él iria en persona á les ayudar.
Y todos los caciques se ofrecieron de buena voluntad de hacer lo que
les mandase; é acuérdome que luego le zahumaron al Juan de Escalante
con sus inciensos, aunque no quiso.
Ya he dicho era persona muy bastante para cualquier cargo y amigo de
Cortés, y con aquella confianza le puso en aquella villa y puerto por
capitan, para si algo enviase Diego Velazquez, que hubiese resistencia.
Dejallo he aquí, y diré lo que pasó.
Aquí es donde dice el coronista Gómora que mandó Cortés barrenar los
navíos, y tambien dice el mismo que Cortés no osaba publicar á los
soldados que queria ir á Méjico en busca del gran Montezuma. Pues ¿de
qué condicion somos los españoles para no ir adelante, y estarnos en
partes que no tengamos provecho é guerras?
Tambien dice el mismo Gómora que Pedro de Ircio quedó por capitan en la
Veracruz; no le informaron bien. Digo que Juan de Escalante fué el que
quedó por capitan y alguacil mayor de la Nueva-España, que aun al Pedro
de Ircio no le habian dado cargo ninguno, ni aun de cuadrillero, ni era
para ello, ni es justo dar á nadie lo que no tuvo, ni quitarlo á quien
lo tuvo.


CAPÍTULO LIX.
DE UN RAZONAMIENTO QUE CORTÉS NOS HIZO DESPUES DE HABER DADO CON LOS
NAVÍOS AL TRAVÉS, Y CÓMO APRESTAMOS NUESTRA IDA PARA MÉJICO.

Despues de haber dado con los navíos al través á ojos vistas, y no como
lo dice el coronista Gómora, una mañana, despues de haber oido Misa,
estando que estábamos todos los capitanes y soldados juntos hablando
con Cortés en cosas de la guerra, dijo que nos pedia por merced que
lo oyésemos, y propuso un razonamiento desta manera: que ya habiamos
entendido la jornada á que íbamos, y mediante nuestro Señor Jesucristo
habiamos de vencer todas las batallas y rencuentros, y que habiamos de
estar tan prestos para ello como convenia; porque en cualquier parte
que fuésemos desbaratados (lo cual Dios no permitiese) no podriamos
alzar cabeza, por ser muy pocos, y que no teniamos otro socorro ni
ayuda sino el de Dios, porque ya no teniamos navíos para ir á Cuba,
salvo nuestro buen pelear y corazones fuertes; y sobre ello dijo otras
muchas comparaciones de hechos heróicos de los romanos.
Y todos á una le respondimos que hariamos lo que ordenase; que echada
estaba la suerte de la buena ó mala ventura, como dijo Julio César
sobre el Rubicon, pues eran todos nuestros servicios para servir á Dios
y á su Majestad.
Y despues deste razonamiento, que fué muy bueno, cierto, con otras
palabras más melosas y elocuencia que yo aquí las digo, luego mandó
llamar al cacique gordo, y le tornó á traer á la memoria que tuviese
muy reverenciada y limpia la iglesia y cruz; é demás desto le dijo
que él se queria partir luego para Méjico á mandar á Montezuma que no
robe ni sacrifique, é que ha menester ducientos indios tamemes para
llevar el artillería, que ya he dicho otra vez que llevan dos arrobas á
cuestas é andan con ellas cinco leguas; y tambien les demandó cincuenta
principales hombres de guerra que fuesen con nosotros.
Estando desta manera para partir, vino de la Villa-Rica un soldado con
una carta del Escalante, que ya le habia mandado otra vez Cortés que
fuese á la villa para que le enviase otros soldados, y lo que en la
carta decia el Escalante era que andaba un navío por la costa, y que le
habia hecho ahumadas y otras grandes señas, y habia puesto unas mantas
blancas por banderas, y que cabalgó á caballo con una capa de grana
colorada porque lo viesen los del navío; y que le pareció á él que
bien vieron las señas, banderas, caballo y capa, y no quisieron venir
al puerto; y que luego envió españoles á ver en qué pareja iba, y le
trujeron respuesta que tres leguas de allí estaba surto, cerca de una
boca de un rio; y que se lo hace saber para ver lo que manda.
Y como Cortés vió la carta, mandó luego á Pedro de Albarado que tuviese
cargo de todo el ejército que estaba allí en Cempoal, y juntamente con
él á Gonzalo de Sandoval, que ya daba muestras de varon muy esforzado,
como siempre lo fué.
Este fué el primer cargo que tuvo el Sandoval; y aun sobre que le dió
entónces aquel cargo que fué el primero, y se lo dejó de dar á Alonso
de Ávila, tuvieron ciertas cosquillas el Alonso de Ávila y el Sandoval.
Volvamos á nuestro cuento, y es, que luego Cortés cabalgó con cuatro
de á caballo que le acompañaron, y mandó que le siguiésemos cincuenta
soldados de los más sueltos, porque Cortés nos nombró los que habiamos
de ir con él; y aquella noche llegamos á la Villa-Rica.
Y lo que allí pasamos diré adelante.


CAPÍTULO LX.
CÓMO CORTÉS FUÉ ADONDE ESTABA SURTO EL NAVÍO, Y PRENDIMOS SEIS SOLDADOS
Y MARINEROS QUE DEL NAVÍO HUYERON, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Así como llegamos á Villa-Rica, como dicho tengo, vino Juan de
Escalante á hablar á Cortés, y le dijo que seria bien ir luego aquella
noche al navío, por ventura no alzase velas y se fuese, y que reposase
el Cortés, que él iria con veinte soldados.
Y Cortés dijo que no podia reposar; que cabra coja no tenga siesta, que
él queria ir en persona con los soldados que consigo traia; y ántes que
bocado comiésemos comenzamos á caminar la costa adelante, y topamos en
el camino á cuatro españoles que venian á tomar posesion en aquella
tierra por Francisco de Garay, gobernador de Jamáica, los cuales
enviaba un capitan que estaba poblando de pocos dias habia en el rio de
Pánuco, que se llamaba Alonso Álvarez de Pineda ó Pinedo; y los cuatro
españoles que tomamos se decian Guillen de la Loa, este venia por
escribano; y los testigos que traia para tomar la posesion se decian
Andrés Nuñez, y era carpintero de ribera, y el otro se decia maestre
Pedro el de la Arpa, y era valenciano, el otro no me acuerdo el nombre.
Y como Cortés hubo bien entendido cómo venian á tomar posesion en
nombre de Francisco de Garay, é supo que quedaba en Jamáica y enviaba
capitanes, preguntóles Cortés que por qué título ó por qué via venian
aquellos capitanes.
Respondieron los cuatro hombres que en el año de 1518, como habia
fama en todas las islas de las tierras que descubrimos cuando lo de
Francisco Hernandez de Córdoba y Juan de Grijalva, y llevamos á Cuba
los veinte mil pesos de oro á Diego Velazquez, que entónces tuvo
relacion el Garay del piloto Anton de Alaminos y de otro piloto que
habiamos traido con nosotros, que podia pedir á su majestad desde
el rio de San Pedro y San Pablo por la banda del norte todo lo que
descubriese; y como el Garay tenia en la córte quien le favoreciese
con el favor que esperaba, enviaba un mayordomo suyo que se decia
Torralva, á lo negociar, y trujo provisiones para que fuese adelantado
y gobernador desde el rio de San Pedro y San Pablo y todo lo que
descubriese; y por aquellas provisiones envió luego tres navíos con
hasta ducientos y setenta soldados con bastimentos y caballos, con el
capitan por mí nombrado, que se decia Alonso Álvarez Pineda ó Pinedo,
y que estaba poblando en un rio que se dice Pánuco, obra de setenta
leguas de allí; y que ellos hicieron lo que su capitan les mandó, y que
no tienen culpa.
Y como lo hubo entendido Cortés, con palabras amorosas les halagó, y
les dijo que si podriamos tomar aquel navío; y el Guillen de la Loa,
que era el más principal de los cuatro hombres, dijo que capearian y
harian lo que pudiesen; y por bien que los llamaron y capearon, ni
por señas que les hicieron, no quisieron venir, porque, segun dijeron
aquellos hombres, su capitan les mandó que mirasen que los soldados de
Cortés no topasen con ellos, porque tenian noticia que estábamos en
aquella tierra; y cuando vimos que no venia el batel, bien entendimos
que desde el navío nos habian visto venir por la costa adelante, y
que si no era con maña no volverian con el batel á aquella tierra; é
rogóles Cortés que se desnudasen aquellos cuatro hombres sus vestidos
para que se los vistiesen otros cuatro hombres de los nuestros, y así
lo hicieron; y luego nos volvimos por la costa adelante por donde
habiamos venido, para que nos viesen volver desde el navío, para que
creyesen los del navío que de hecho nos volvimos, y quedábamos los
cuatro de nuestros soldados vestidos los vestidos de los otros cuatro,
y estuvimos con Cortés en el monte escondidos hasta más de media
noche que hiciese escuro para volvernos enfrente del riachuelo, y muy
escondidos, que no pareciamos otros, sino los cuatro soldados de los
nuestros; y como amaneció comenzaron á capear los cuatro soldados, y
luego vinieron en el batel seis marineros, y los dos saltaron en tierra
con unas dos botijas de agua; y entónces aguardamos los que estábamos
con Cortés escondidos que saltasen los demás marineros; y no quisieron
saltar en tierra; y los cuatro de los nuestros que tenian vestidas las
ropas de los otros de Garay hacian que estaban lavando las manos y
escondiendo las caras, y decian los del batel:
—«Veníos á embarcar; ¿qué haceis? ¿por qué no venis?»
Y entónces respondió uno de los nuestros:
—«Saltad en tierra y vereis aquí un poco.»
Y como desconocieron la voz, se volvieron con su batel, y por más
que los llamaron, no quisieron responder; y queriamos les tirar con
las escopetas y ballestas, y Cortés dijo que no se hiciese tal, que
se fuesen con Dios á dar mandado á su capitan; por manera que se
hubieron de aquel navío seis soldados, los cuatro hubimos primero, y
dos marineros que saltaron en tierra; y así, volvimos á Villa-Rica, y
todo esto sin comer cosa ninguna; y esto es lo que se hizo, y no lo
que escribe el coronista Gómora, porque dice que vino Garay en aquel
tiempo, y engañóse, que primero que viniese envió tres capitanes con
navíos; los cuales diré adelante en qué tiempo vinieron é qué se hizo
dellos, y tambien en el tiempo que vino Garay; y pasemos adelante, é
diremos cómo acordamos de ir á Méjico.


CAPÍTULO LXI.
CÓMO ORDENAMOS DE IR Á LA CIUDAD DE MÉJICO, Y POR CONSEJO DEL CACIQUE
FUIMOS POR TLASCALA, Y DE LO QUE NOS ACAECIÓ ASÍ DE RENCUENTROS DE
GUERRA COMO DE OTRAS COSAS.

Despues de bien considerada la partida para Méjico, tomamos consejo
sobre el camino que habiamos de llevar, y fué acordado por los
principales de Cempoal que el mejor y más conveniente era por la
provincia de Tlascala, porque eran sus amigos y mortales enemigos
de mejicanos, é ya tenian aparejados cuarenta principales, y todos
hombres de guerra, que fueron con nosotros y nos ayudaron mucho en
aquella jornada, y más nos dieron ducientos tamemes para llevar el
artillería; que para nosotros los pobres soldados no habiamos menester
ninguno, porque en aquel tiempo no teniamos qué llevar, porque nuestras
armas, así lanzas como escopetas y ballestas y rodelas, y todo otro
género dellas, con ellas dormiamos y caminábamos, y calzamos nuestros
alpargates, que era nuestro calzado, y como he dicho siempre, muy
apercebidos para pelear; y partimos de Cempoal demediado el mes de
Agosto de 1519 años, y siempre con muy buena órden, y los corredores
del campo y ciertos soldados muy sueltos delante; y la primera jornada
fuimos á un pueblo que se dice Jalapa, y desde allí á Socochima, y
estaba muy fuerte y mala entrada, y en él habia muchas parras de uvas
de la tierra; y en estos pueblos se les dijo con doña Marina y Jerónimo
de Aguilar, nuestras lenguas, todas las cosas tocantes á nuestra santa
fe, y cómo éramos vasallos del Emperador D. Cárlos, é que nos envió
para quitar que no haya más sacrificios de hombres ni se robasen unos á
otros, y se les declaró muchas cosas que se les convenia decir; y como
eran amigos de Cempoal y no tributaban á Montezuma, hallábamos en ellos
muy buena voluntad y nos daban de comer, y se puso en cada pueblo una
cruz, y se les declaró lo que significaba é que la tuviesen en mucha
reverencia.
Y desde Socochima pasamos unas altas sierras y puerto, y llegamos á
otro pueblo que se dice Texutla, y tambien hallamos en ellos buena
voluntad, porque tampoco daban tributo como los demás; y desde aquel
pueblo acabamos de subir todas las sierras y entramos en el despoblado,
donde hacia muy gran frio y granizo aquella noche, donde tuvimos falta
de comida, y venia un viento de la sierra nevada, que estaba á un lado,
que nos hacia temblar de frio; porque, como habiamos venido de la isla
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