Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 13

Total number of words is 4914
Total number of unique words is 1158
39.1 of words are in the 2000 most common words
51.9 of words are in the 5000 most common words
59.6 of words are in the 8000 most common words
Each bar represents the percentage of words per 1000 most common words.
de Cuba y de la Villa-Rica, y toda aquella costa es muy calurosa, y
entramos en tierra fria, y no teniamos con qué nos abrigar sino con
nuestras armas, sentiamos las heladas, como no éramos acostumbrados al
frio; y desde allí pasamos á otro puerto, donde hallamos unas caserías
y grandes adoratorios de ídolos, que ya he dicho que se dicen cues,
y tenian grandes rimeros de leña para el servicio de los ídolos que
estaban en aquellos adoratorios; y tampoco tuvimos qué comer, y hacia
recio frio.
Y desde allí entramos en tierra de un pueblo que se decia Cocotlan,
y enviamos dos indios de Cempoal á decille al cacique cómo íbamos,
que tuviesen por bien nuestra llegada á sus casas; y era sujeto este
pueblo á Méjico, y siempre caminábamos muy apercebidos y con gran
concierto, porque viamos que ya era otra manera de tierra; y cuando
vimos blanquear muchas azuteas, y las casas del Cacique y los cues y
adoratorios, que eran muy altos y encalados, parecian muy bien, como
algunos pueblos de nuestra España, y pusímosle nombre Castilblanco,
porque dijeron unos soldados portugueses que parecia á la villa de
Casteloblanco de Portugal, y así se llama ahora; y como supieron en
aquel pueblo por mí nombrado, por los mensajeros que enviábamos, cómo
íbamos, salió el cacique á recebirnos con otros principales junto á
sus casas; el cual cacique se llamaba Olintecle, y nos llevaron á unos
aposentos y nos dieron de comer poca cosa y de mala voluntad; y despues
que hubimos comido, Cortés les preguntó con nuestras lenguas de las
cosas de su Sr. Montezuma; y dijo de sus grandes poderes de guerreros
que tenia en todas las provincias sujetas, sin otros muchos ejércitos
que tenia en las fronteras y provincias comarcanas; y luego dijo de la
gran fortaleza de Méjico y cómo estaban fundadas las casas sobre agua,
y que de una casa á otra no se podia pasar sino por puentes que tenian
hechas y en canoas; y las casas todas de azuteas, y en cada azutea si
querian poner mamparos eran fortalezas; y que para entrar dentro en
la ciudad que habia tres calzadas, y en cada calzada cuatro ó cinco
aberturas por donde se pasaba el agua de una parte á otra; y en cada
una de aquellas aberturas habia una puente, y con alzar cualquiera
dellas, que son hechas de madera, no pueden entrar en Méjico; y luego
dijo del mucho oro y plata y piedras chalchiuis y riquezas que tenia
Montezuma, su señor, que nunca acababa de decir otras muchas cosas de
cuán gran señor era, que Cortés y todos nosotros estábamos admirados
de lo oir; y con todo cuanto contaban de su gran fortaleza y puentes,
como somos de tal calidad los soldados españoles, quisiéramos ya
estar probando ventura, y aunque nos parecia cosa imposible, segun lo
señalaba y decia el Olintecle.
Y verdaderamente era Méjico muy más fuerte y tenia mayores pertrechos
de albarradas que todo lo que decia; porque una cosa es haberlo visto
de la manera y fuerzas que tenia, y no como lo escribo; y dijo que era
tan gran señor Montezuma, que todo lo que queria señoreaba, y que no
sabia si seria contento cuando supiese nuestra estada allí en aquel
pueblo, por nos haber aposentado y dado de comer sin su licencia; y
Cortés le dijo con nuestras lenguas: «Pues hágoos saber que nosotros
venimos de léjas tierras por mandado de nuestro Rey y señor, que es el
Emperador don Cárlos, de quien son vasallos muchos y grandes señores, y
envia á mandar á ese vuestro gran Montezuma que no sacrifique ni mate
ningunos indios, ni robe sus vasallos ni tome ningunas tierras, y para
que dé la obediencia á nuestro Rey y señor; y ahora lo digo asimismo
á vos, Olintecle, y á todos los más caciques que aquí estais, que
dejeis vuestros sacrificios y no comais carnes de vuestros prójimos, ni
hagais sodomías ni las cosas feas que soleis hacer, porque así lo manda
nuestro Señor Dios, que es el que adoramos y creemos, y nos da la vida
y la muerte y nos ha de llevar á los cielos;» y se les declaró otras
muchas cosas tocantes á nuestra santa fe, y ellos á todo callaban.
Y dijo Cortés á los soldados que allí nos hallamos:
—«Paréceme, señores, que ya que no podemos hacer otra cosa, que se
ponga una cruz.»
Y respondió el Padre fray Bartolomé de Olmedo:
—«Paréceme, señor, que en estos pueblos no es tiempo para dejalles cruz
en su poder, porque son algo desvergonzados y sin temor; y como son
vasallos de Montezuma, no la quemen ó hagan alguna cosa mala; y esto
que se les dijo basta hasta que tengan más conocimiento de nuestra
santa fe.»
Y así se quedó sin poner la cruz.
Dejemos esto y de las santas amonestaciones que les haciamos, y digamos
que como llevábamos un lebrel de muy gran cuerpo, que era de Francisco
de Lugo, y ladraba mucho de noche, parece ser preguntaban aquellos
caciques del pueblo á los amigos que traiamos de Cempoal que si era
tigre ó leon, ó cosa con que mataban los indios; y respondieron:
—«Tráenle para que cuando alguno los enoja los mate.»
Y tambien les preguntaron que aquellas bombardas que traiamos, qué
haciamos con ellas; y respondieron que con unas piedras que metiamos
dentro dellas matábamos á quien queriamos; y que los caballos corrian
como venados, y alcanzábamos con ellos á quien les mandábamos.
Y dijo el Olintecle y los demás principales:
—«Luego desa manera teules deben de ser.»
Ya he dicho otras veces que á los ídolos ó sus dioses ó cosas malas
llamaban teules.
Y respondieron nuestros amigos:
—«Pues ¡cómo! ¿ahora lo veis? Mirad que no hagais cosa con que los
enojeis, que luego sabrán, que saben lo que teneis en el pensamiento,
porque estos teules son los que prendieron á los recaudadores del
vuestro gran Montezuma, y mandaron que no les diesen más tributo en
todas las sierras ni en nuestro pueblo de Cempoal; y estos son los que
nos derrocaron de nuestros templos nuestros teules, y pusieron los
suyos, y han vencido los de Tabasco y Cingapacinga. Y demás desto, ya
habreis visto cómo el gran Montezuma, aunque tiene tantos poderes, los
envia oro y mantas, y ahora han venido á este vuestro pueblo y veo que
no les dais nada; andad presto y traedles algun presente.»
Por manera que traiamos con nosotros buenos echacuervos, porque luego
trujeron cuatro pinjantes y tres collares y unas lagartijas, aunque era
de oro todo muy bajo; y más trujeron cuatro indias, que eran buenas
para moler pan, y una carga de mantas. Cortés las recibió con alegre
voluntad y con grandes ofrecimientos.
Acuérdome que tenian en una plaza, adonde estaban unos adoratorios,
puestos tantos rimeros de calaveras de muertos, que se podian bien
contar, segun el concierto con que estaban puestas, que me parece que
eran más de cien mil, y digo otra vez sobre cien mil; y en otra parte
de la plaza estaban otros tantos rimeros de zancarrones y huesos de
muertos que no se podian contar, y tenian en unas vigas muchas cabezas
colgadas de una parte á otra, y estaban guardando aquellos huesos y
calaveras tres papas que, segun entendimos, tenian cargo dellos; de lo
cual tuvimos que mirar más despues que entramos más la tierra adentro,
y en todos los pueblos estaban de aquella manera, é tambien en lo de
Tlascala.
Pasado todo esto que aquí he dicho, acordamos de ir nuestro camino
por Tlascala, porque decian nuestros amigos estaban muy cerca, y que
los términos estaban allí junto donde tenian puestos por señales
unos mojones; y sobre ello se preguntó al cacique Olintecle que cuál
era mejor camino y más llano para ir á Méjico; y dijo que por un
pueblo muy grande que se decia Choulula; y los de Cempoal dijeron á
Cortés: «Señor, no vais por Choulula, que son muy traidores y tiene
allí siempre Montezuma sus guarniciones de guerra;» y que fuésemos
por Tlascala, que eran sus amigos, y enemigos de mejicanos; y así,
acordamos de tomar el consejo de los de Cempoal, que Dios lo encaminaba
todo; y Cortés demandó luego al Olintecle veinte hombres principales
guerreros que fuesen con nosotros, y luego nos los dieron.
Y otro dia de mañana fuimos camino de Tlascala, y llegamos á un
pueblezuelo que era de los de Xalacingo, y de allí enviamos por
mensajeros dos indios de los principales de Cempoal, de los indios
que solian decir muchos bienes y loas de los tlascaltecas y que eran
sus amigos, y les enviamos una carta, puesto que sabiamos que no lo
entenderian, y tambien un chapeo de los vedijudos colorados de Flandes,
que entónces se usaban; y lo que se hizo diremos adelante.


CAPÍTULO LXII.
CÓMO SE DETERMINÓ QUE FUÉSEMOS POR TLASCALA, Y LES ENVIÁBAMOS
MENSAJEROS PARA QUE TUVIESEN POR BIEN NUESTRA IDA POR SU TIERRA, Y CÓMO
PRENDIERON Á LOS MENSAJEROS, Y LO QUE MÁS SE HIZO.

Como salimos de Castilblanco, y fuimos por nuestro camino, los
corredores del campo siempre delante y muy apercebidos, en gran
concierto los escopeteros y ballesteros, como convenia, y los de
á caballo mucho mejor, y siempre nuestras armas vestidas, como lo
teniamos de costumbre.
Dejemos esto; no sé para qué gasto mis palabras sobre ello, sino que
estábamos tan apercebidos, así de dia como de noche, que si diesen al
arma diez veces, en aquel punto nos hallaran muy puestos, calzados
nuestros alpargates, y las espadas y rodelas y lanzas puesto todo muy
á mano; y con aquesta órden llegamos á un pueblezuelo de Xalacingo, y
allí nos dieron un collar de oro y unas mantas y dos indias.
Y desde aquel pueblo enviamos dos mensajeros principales de los de
Cempoal á Tlascala con una carta ó con un chapeo vedejudo de Flandes,
colorado, que se usaban entónces, y puesto que la carta bien entendimos
que no la sabrian leer, sino que como viesen el papel diferenciado
de lo suyo, conocerian que era de mensajería, y lo que les enviamos á
decir con los mensajeros cómo íbamos á su pueblo, y que lo tuviesen
por bien, que no les íbamos á hacer enojo, sino tenellos por amigos;
y esto fué porque en aquel pueblezuelo nos certificaron que toda
Tlascala estaba puesta en armas contra nosotros, porque, segun pareció,
ya tenian noticia cómo íbamos y que llevábamos con nosotros muchos
amigos, así de Cempoal como los de Zocotlan y de otros pueblos por
donde habiamos pasado, y todos solian dar tributo á Montezuma, tuvieron
por cierto que íbamos contra ellos, porque les tenian por enemigos; y
como otras veces los mejicanos con mañas y cautelas les entraban en la
tierra y se la saqueaban, así creyeron querian hacer ora.
Por manera que luego como llegaron los dos nuestros mensajeros con
la carta y el chapeo, y comenzaron á decir su embajada, los mandaron
prender sin ser más oidos, y estuvimos aguardando respuesta aquel
dia y otro; y como no venian, despues de haber hablado Cortés á los
principales de aquel pueblo, y dicho las cosas que convenian decir
acerca de nuestra santa fe, y cómo éramos vasallos de nuestro Rey y
señor, que nos envió á estas partes para quitar que no sacrifiquen y
no maten hombres ni coman carne humana, ni hagan las torpedades que
suelen hacer; y les dijo otras muchas cosas que en los más pueblos por
donde pasábamos les soliamos decir, y despues de muchos ofrecimientos
que les hizo que les ayudaria, les demandó veinte indios de guerra que
fuesen con nosotros, y ellos nos los dieron de buena voluntad, y con la
buena ventura, encomendándonos á Dios, partimos otro dia para Tlascala.
É yendo por nuestro camino con el concierto que ya he dicho, vienen
nuestros mensajeros que tenian presos que parece ser, como andaban
revueltos en la guerra los indios que los tenian á cargo y guarda,
se descuidaron, y de hecho, como eran amigos, los soltaron de las
prisiones; y vinieron tan medrosos de lo que habian visto é oido, que
no lo acertaban á decir; porque, segun dijeron, cuando estaban presos
los amenazaban y decian:
—«Ahora hemos de matar á esos que llamais teules y comer sus carnes,
y veremos si son tan esforzados como publicais, y tambien comeremos
vuestras carnes, pues venis con traiciones y con embustes de aquel
traidor de Montezuma.»
Y por más que les decian los mensajeros, que éramos contra los
mejicanos, que á todos los tlascaltecas los teniamos por hermanos,
no aprovechaban nada sus razones; y cuando Cortés y todos nosotros
entendimos aquellas soberbias palabras, y cómo estaban de guerra,
puesto que nos dió bien que pensar en ello dijimos todos:
—«Pues que así es, adelante en buen hora;» encomendándonos á Dios y
nuestra bandera tendida, que llevaba el alférez Corral.
Porque ciertamente nos certificaron los indios del pueblezuelo donde
dormimos, que habian de salir al camino á nos defender la entrada en
Tlascala; y asimismo nos lo dijeron los de Cempoal, como dicho tengo.
Pues yendo desta manera que he dicho, siempre íbamos hablando cómo
habian de entrar y salir los de á caballo á media rienda y las lanzas
algo terciadas, y de tres en tres porque se ayudasen; é que cuando
rompiésemos por los escuadrones, que llevasen las lanzas por las caras
y no parasen á dar lanzadas, porque no les echasen mano dellas, y que
si acaesciese que les echasen mano, que con toda fuerza tuviesen y
debajo del brazo se ayudasen, y poniendo espuelas con la furia del
caballo, se la tornarian á sacar ó llevarian al indio arrastrando.
Dirán ahora que para qué tanta diligencia sin ver contrarios guerreros
que nos acometiesen. Á esto respondo, y digo que decia Cortés:
—«Mirá, señores compañeros, ya veis que somos pocos, hemos de estar
siempre tan apercebidos y aparejados como si ahora viésemos venir los
contrarios á pelear, y no solamente vellos venir, sino hacer cuenta
que estamos ya en la batalla con ellos; y que, como acaece muchas
veces que echan mano de la lanza, por eso hemos de estar avisados para
el tal menester, así dello como de otras cosas que convienen en lo
militar; que ya bien he entendido que en el pelear no tenemos necesidad
de avisos, porque he conocido que por bien que yo lo quiera decir, lo
haréis muy más animosamente.»
Y desta manera caminamos obra de dos leguas, y hallamos una fuerza bien
fuerte hecha de cal y canto y de otro betun tan recio, que con picos de
hierro era forzoso deshacerla, y hecha de tal manera, que para defensa
era harto recia tomar; y detuvímonos á mirar en ella, y preguntó Cortés
á los indios de Zocotlan que á qué fin tenian aquella fuerza de aquella
manera; y dijeron que, como entre su señor Montezuma y los de Tlascala
tenian guerras á la continua, que los tlascaltecas para defender
mejor sus pueblos la habian hecho tan fuerte, porque ya aquella es su
tierra; y reparamos un rato, y nos dió bien que pensar en ello y en la
fortaleza.
Y Cortés dijo:
—«Señores, sigamos nuestra bandera, que es la señal de la Santa Cruz,
que con ella venceremos.»
Y todos á una le respondimos que vamos mucho en buen hora, que Dios es
fuerza verdadera; y así, comenzamos á caminar con el concierto que he
dicho, y no léjos vieron nuestros corredores del campo hasta obra de
treinta indios que estaban por espías, y tenian espadas de dos manos,
rodelas, lanzas y penachos, y las espadas son de pedernales, que cortan
más que navajas, puestas de arte que no se pueden quebrar ni quitar las
navajas, y son largas como montantes, y tenian sus divisas y penachos;
y como nuestros corredores del campo los vieron, volvieron á dar
mandado.
Y Cortés mandó á los mismos de á caballo que corriesen tras ellos y
que procurasen tomar algunos sin heridas; y luego envió otros cinco
de á caballo, porque si hubiese alguna celada, para que se ayudasen;
y con todo nuestro ejército dimos priesa y el paso largo, y con gran
concierto, porque los amigos que teniamos nos dijeron que ciertamente
traian gran copia de guerreros en celadas; y desque los treinta
indios que estaban por espías vieron que los de á caballo iban hácia
ellos y los llamaban con la mano, no quisieron aguardar, hasta que
los alcanzaron y quisieron tomar á algunos dellos; mas defendiéronse
muy bien, que con los montantes y sus lanzas hirieron los caballos;
y cuando los nuestros vieron tan bravosamente pelear, y sus caballos
heridos, procuraron de hacer lo que eran obligados, y mataron cinco
dellos; y estando en esto, viene muy de presto y con gran furia un
escuadron de tlascaltecas, que estaba en celada, de más de tres mil
dellos, y comenzaron á flechar en todos los nuestros de á caballo,
que ya estaban juntos todos, y dan una refriega; y en este instante
llegamos con nuestra artillería, escopetas y ballestas, y poco á poco
comenzaron á volver las espaldas, puesto que se detuvieron buen rato
peleando con buen concierto.
Y en aquel rencuentro hirieron á cuatro de los nuestros, y paréceme
que desde allí á pocos dias murió el uno de las heridas; y como era
tarde, se fueron los tlascaltecas recogiendo, y no los seguimos; y
quedaron muertos hasta diez y siete dellos, sin muchos heridos; y
desde aquellas sierras pasamos adelante, y era llano y habia muchas
casas de labranzas de maíz y magiales, que es de lo que hacen el vino;
y dormimos cabe un arroyo, y con el unto de un indio gordo que allí
matamos, que se abrió, se curaron los heridos; que aceite no lo habia;
y tuvimos muy bien de cenar de unos perrillos que ellos crian, puesto
que estaban todas las casas despobladas, y alzado el hato, y aunque los
perrillos llevaban consigo, de noche se volvian á sus casas, y allí los
apañábamos, que era harto buen mantenimiento; y estuvimos toda la noche
muy á punto con escuchas y buenas rondas y corredores del campo, y los
caballos ensillados y enfrenados, por temor no diesen sobre nosotros.
Y quedarse ha aquí, y diré las guerras que nos dieron.


CAPÍTULO LXIII.
DE LAS GUERRAS Y BATALLAS MUY PELIGROSAS QUE TUVIMOS CON LOS
TLASCALTECAS, Y DE LO QUE MÁS PASÓ.

Otro dia, despues de habernos encomendado á Dios, partimos de allí,
muy concertados todos nuestros escuadrones, y los de á caballo muy
avisados de cómo habian de entrar rompiendo y salir; y en todo caso
procurar que no nos rompiesen ni nos apartasen unos de otros; é
yendo así como dicho tengo, viénense á encontrar con nosotros dos
escuadrones, que habria seis mil, con grandes gritas, atambores y
trompetas, y flechando y tirando varas, y haciendo como fuertes
guerreros.
Cortés mandó que estuviésemos quedos, y con tres prisioneros que les
habiamos tomado el dia ántes les enviamos á decir y á requerir que no
nos diesen guerra, que los queremos tener por hermanos; y dijo á uno
de nuestros soldados, que se decia Diego de Godoy, que era escribano
de su Majestad, mirase lo que pasaba, y diese testimonio dello si se
hubiese menester, porque en algun tiempo no nos demandasen las muertes
y daños que se recreciesen, pues les requeriamos con la paz; y como les
hablaron los tres prisioneros que les enviábamos, mostráronse muy más
recios, y nos daban tanta guerra, que no les podiamos sufrir.
Entónces dijo Cortés:
—«Santiago y á ellos.»
Y de hecho arremetimos de manera, que les matamos y herimos muchas de
sus gentes con los tiros, y entre ellos tres capitanes.
Íbanse retrayendo hácia unos arcabuezos, donde estaban en celada
sobre más de cuarenta mil guerreros con su capitan general, que se
decia Xicotenga, y con sus divisas de blanco y colorado, porque
aquella divisa y librea era de aquel Xicotenga; y como habia allí unas
quebradas, no nos podiamos aprovechar de los caballos, y con mucho
concierto los pasamos.
Al pasar tuvimos muy gran peligro, porque se aprovechaban de su buen
flechar, y con sus lanzas y montantes nos hacian mala obra, y aun las
hondas y piedras como granizo eran harto malas; y como nos vimos en
lo llano con los caballos y artillería, nos lo pagaban, que matábamos
muchos; mas no osábamos deshacer nuestro escuadron, porque el soldado
que en algo se desmandaba para seguir algunos indios de los montantes ó
capitanes, luego era herido y corria gran peligro.
Y andando en estas batallas, nos cercan por todas partes, que no nos
podiamos valer poco ni mucho; que no osábamos arremeter á ellos si
no era todos juntos, porque no nos desconcertasen y rompiesen; y si
arremetiamos como dicho tengo, hallábamos sobre veinte escuadrones
sobre nosotros, que nos resistian; y estaban nuestras vidas en mucho
peligro, porque eran tantos guerreros, que á puñados de tierra nos
cegaran, sino que la gran misericordia de Dios nos socorria y nos
guardaba.
Y andando en estas priesas entre aquellos grandes guerreros y sus
temerosos montantes, parece ser acordaron de se juntar muchos dellos y
de mayores fuerzas para tomar á manos á algun caballo, y lo pusieron
por obra, y arremetieron, y echan mano á una muy buena yegua y bien
revuelta, de juego y de carrera, y el caballero que en ella iba muy
buen jinete, que se decia Pedro de Moron; y como entró rompiendo con
otros tres de á caballo entre los escuadrones de los contrarios, porque
así les era mandado, porque se ayudasen unos á otros, échanle mano de
la lanza, que no la pudo sacar, y otros le dan de cuchilladas con los
montantes y le hirieron malamente, y entónces dieron una cuchillada á
la yegua, que le cortaron el pescuezo redondo, y allí quedó muerta; y
si de presto no socorrieran los dos compañeros de á caballo al Pedro
de Moron, tambien le acabaran de matar, pues quizá podiamos con todo
nuestro escuadron ayudalle.
Digo otra vez que por temor que nos desbaratasen ó acabasen de
desbaratar, no podiamos ir ni á una parte ni á otra; que harto teniamos
que sustentar no nos llevasen de vencida, que estábamos muy en peligro;
y todavía acudiamos á la presa de la yegua, y tuvimos lugar de salvar
al Moron y quitársele de su poder, que ya le llevaban medio muerto; y
cortamos la cincha de la yegua, porque no se quedase allí la silla; y
allí en aquel socorro hirieron diez de los nuestros; y tengo en mí que
matamos entónces cuatro capitanes, porque andábamos juntos pié con pié,
y con las espadas les haciamos mucho daño; porque como aquello pasó se
comenzaron á retirar y llevaron la yegua, la cual hicieron pedazos para
mostrar en todos los pueblos de Tlascala; y despues supimos que habian
ofrecido á sus ídolos las herraduras y el chapeo de Flandes vedijudo, y
las dos cartas que les enviamos para que viniesen en paz.
La yegua que mataron era de un Juan Sedeño; y porque en aquella sazon
estaba herido el Sedeño de tres heridas del dia ántes, por esta causa
se la dió al Moron, que era muy buen jinete, y murió el Moron entónces
de allí á dos dias de las heridas, porque no me acuerdo verle más.
Volvamos á nuestra batalla: que como habia bien una hora que estábamos
en las rencillas peleando, y los tiros les debrian de hacer mucho
mal; porque, como eran muchos, andaban tan juntos, que por fuerza
les habian de llevar copia dellos; pues los de á caballo, escopetas,
ballestas, espadas, rodelas y lanzas, todos á una peleábamos como
valientes soldados por salvar nuestras vidas y hacer lo que éramos
obligados; porque ciertamente las teniamos en grande peligro, cual
nunca estuvieron.
Y á lo que despues supimos, en aquella batalla les matamos muchos
indios, y entre ellos ocho capitanes muy principales, hijos de los
viejos caciques que estaban en el pueblo cabecera mayor; á esta causa
se trujeron con muy buen concierto, y á nosotros que no nos pesó
dello; y no los seguimos porque no nos podiamos tener en los piés, de
cansados; allí nos quedamos en aquel poblezuelo, que todos aquellos
campos estaban muy poblados, y aun tenian hechas otras casas debajo de
tierra como cuevas, en que vivian muchos indios; y llamábase donde pasó
esta batalla Tehuacingo ó Tehuacacingo, y fué dada en 2 dias del mes
de Setiembre de 1519 años.
Y desque nos vimos con victoria, dimos muchas gracias á Dios, que nos
libró de tan grandes peligros; y desde allí nos retrujimos luego á unos
cues que estaban buenos y altos como en fortaleza, y con el unto del
indio que ya he dicho otras veces se curaron nuestros soldados, que
fueron quince, y murió uno de las heridas; y tambien se curaron cuatro
ó cinco caballos que estaban heridos, y reposamos y cenamos muy bien
aquella noche, porque teniamos muchas gallinas y perrillos que hubimos
en aquellas casas, con muy buen recaudo de escuchas y rondas y los
corredores del campo, y descansamos hasta otro dia por la mañana.
En aquesta batalla tomamos y prendimos quince indios y los dos
principales; y una cosa tenian los tlascaltecas en esta batalla y
en todas las demás, que en hiriéndoles cualquiera indio, luego lo
llevaban, y no podiamos ver los muertos.


CAPÍTULO LXIV.
CÓMO TUVIMOS NUESTRO REAL ASENTADO EN UNOS PUEBLOS Y CASERÍAS QUE SE
DICEN TEOACINGO Ó TEUACINGO, Y LO QUE ALLÍ HICIMOS.

Como nos sentimos muy trabajados de las batallas pasadas y estaban
muchos soldados y caballos heridos, y teniamos necesidad de adobar las
ballestas y alistar almacen de saetas, estuvimos un dia sin hacer cosa
que de contar sea; y otro dia por la mañana dijo Cortés que seria bueno
ir á correr el campo con los de á caballo que estaban buenos para ello,
porque no pensasen los tlascaltecas que dejábamos de guerrear por la
batalla pasada, y porque viesen que siempre los habiamos de seguir; y
el dia pasado, como he dicho, habiamos estado sin salirlos á buscar, é
que era mejor irles nosotros á acometer que ellos á nosotros, porque
no sintiesen nuestra flaqueza y porque aquel campo es muy llano y muy
poblado.
Por manera que con siete de á caballo y pocos ballesteros y
escopeteros, y obra de ducientos soldados y con nuestros amigos,
salimos y dejamos en el real buen recaudo, segun nuestra posibilidad, y
por las casas y pueblos por donde íbamos prendimos hasta veinte indios
é indias sin hacelles ningun mal; y los amigos, como son crueles,
quemaron muchas casas y trujeron bien de comer gallinas y perrillos; y
luego nos volvimos al real, que era cerca, y acordó Cortés de soltar
los prisioneros, y se les dió primero de comer, y doña Marina y Aguilar
los halagaron y dieron cuentas, y les dijeron que no fuesen más locos;
é que viniesen de paz, que nosotros les queremos ayudar y tener por
hermanos: y entónces tambien soltamos los dos prisioneros primeros, que
eran principales, y se les dió otra carta para que fuesen á decir á los
caciques mayores, que estaban en el pueblo cabecera de todos los más
pueblos de aquella provincia, que no les veniamos á hacer mal ni enojo,
sino para pasar por su tierra é ir á Méjico á hablar á Montezuma.
Y los dos mensajeros fueron al real de Xicotenga, que estaba de allí
obra de dos leguas, en unos pueblos y casas que me parece que se
llamaban Tecuacinpacingo; y como les dieron la carta y dijeron nuestra
embajada, la respuesta que les dió su capitan Xicotenga el mozo fué
que fuésemos á su pueblo, adonde está su padre: que allá harian
las paces con hartarse de nuestras carnes y honrar sus dioses con
nuestros corazones y sangre, é que para otro dia de mañana veriamos
su respuesta; y cuando Cortés y todos nosotros oimos aquellas tan
soberbias palabras, como estábamos hostigados de las pasadas batallas
é encuentros, verdaderamente no lo tuvimos por bueno, y á aquellos
mensajeros halagó Cortés con blandas palabras, porque les pareció que
habian perdido el miedo, y les mandó dar unos sartalejos de cuentas, y
esto para tornalles á enviar por mensajeros sobre la paz.
Entónces se informó muy por extenso cómo y de qué manera estaba el
capitan Xicotenga, y qué poderes tenia consigo, y les dijeron que tenia
muy más gente que la otra vez cuando nos dió guerra, porque traia cinco
capitanes consigo, y que cada capitanía traia diez mil guerreros.
Fué desta manera que lo contaba, que de la parcialidad de Xicotenga,
que ya no habia del viejo padre del mismo capitan sino diez mil, y
de la parte de otro gran cacique que se decia Masse-Escaci, otros
diez mil, y de otro gran principal que se decia Chichimeca Tecle,
otros tantos, y de otro gran cacique señor de Topeyanco, que se decia
Tecapaneca, otros diez mil, é de otro cacique que se decia Guaxobcin,
otros diez mil; por manera que eran á la cuenta cincuenta mil, y que
habian de sacar su bandera y seña, que era un ave blanca, tendidas
las alas como que queria volar, que parece como avestruz, y cada
capitan con su divisa y librea; porque cada cacique así las tenia
You have read 1 text from Spanish literature.
Next - Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 14