Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 06

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enviamos, él se holgó con ello y lo llevó á su amo el Cacique para
que le diese licencia; la cual luego la dió para que se fuese adonde
quisiese.
Caminó el Aguilar adonde estaba su compañero, que se decia Gonzalo
Guerrero, que le respondió:
—«Hermano Aguilar, yo soy casado, tengo tres hijos, y tiénenme por
cacique y capitan cuando hay guerras: íos vos con Dios; que yo tengo
labrada la cara é horadadas las orejas; ¿qué dirán de mí desque me vean
esos españoles ir desta manera? É ya veis estos mis tres hijitos cuán
bonitos son. Por vida vuestra que me deis desas cuentas verdes que
traeis, para ellos, y diré que mis hermanos me las envian de mi tierra.»
É asimismo la india mujer del Gonzalo habló al Aguilar en su lengua
muy enojada, y le dijo:
—«Mira con qué viene este esclavo á llamar á mi marido: íos vos, y no
cureis de más pláticas.»
Y el Aguilar tornó á hablar al Gonzalo que mirase que era cristiano,
que por una india no se perdiese el ánima; y si por mujer é hijos lo
habia, que la llevase consigo si no los queria dejar; y por más que le
dijo é amonestó, no quiso venir. Y parece ser aquel Gonzalo Guerrero
era hombre de la mar, natural de Pálos.
Y desque el Jerónimo de Aguilar vido que no queria venir, se vino
luego con los dos indios mensajeros adonde habia estado el navío
aguardándole, y desque llegó no le halló; que ya se habia ido, porque
ya se habian pasado los ocho dias, é aun uno más que llevó de plazo de
Ordás para que aguardase; porque desque vió el Aguilar no venia, se
volvió á Cozumel, sin llevar recaudo á lo que habia venido; y desque el
Aguilar vió que no estaba allí el navío, quedó muy triste, y se volvió
á su amo al pueblo donde ántes solia vivir.
Y dejaré esto, é diré cuando Cortés vió venir al Ordás sin recaudo ni
nueva de los españoles ni de los indios mensajeros, estaba tan enojado,
que dijo con palabras soberbias el Ordás que habia creido que otro
mejor recaudo trajera que no venirse así sin los españoles ni nueva
dellos; porque ciertamente estaban en aquella tierra.
Pues en aquel instante aconteció que unos marineros que se decian los
Peñates, naturales de Gibraleon, habian hurtado á un soldado que se
decia Berrio ciertos tocinos, y no se los querian dar, y quejóse el
Berrio á Cortés; y tomado juramento á los marineros, se perjuraron, y
en la pesquisa pareció el hurto; los cuales tocinos estaban repartidos
en los siete marineros, é á todos siete los mandó luego azotar; que no
aprovecharon ruegos de ningun capitan. Donde lo dejaré, así esto de
los marineros como esto del Aguilar, é nos iremos sin él nuestro viaje
hasta su tiempo y sazon.
Y diré cómo venian muchos indios en romería á aquella isla de Cozumel,
los cuales eran naturales de los pueblos comarcanos de la Punta de
Cotoche y de otras partes de tierra de Yucatan; porque, segun pareció,
habia allí en Cozumel ídolos de muy disformes figuras, y estaban en un
adoratorio.
En aquellos ídolos tenian por costumbre en aquella tierra por aquel
tiempo de sacrificar, y una mañana estaba lleno el patio donde estaban
los ídolos, de muchos indios é indias quemando resina, que es como
nuestro incienso; y como era cosa nueva para nosotros, paramos á mirar
en ello con atencion, y luego se subió encima de un adoratorio un indio
viejo con mantas largas, el cual era Sacerdote de aquellos ídolos (que
ya he dicho otras veces que Papas los llaman en la Nueva-España) é
comenzó á predicalles un rato, é Cortés y todos nosotros miramos en
qué paraba aquel negro sermon; é Cortés preguntó á Melchorejo, que
entendia muy bien aquella lengua, que qué era aquello que decia aquel
indio viejo; é supo que les predicaba cosas malas; é luego mandó llamar
al cacique é á todos los principales é al mesmo papa, é como mejor se
pudo dárselo á entender con aquella nuestra lengua, y les dijo que si
habian de ser nuestros hermanos, que quitasen de aquella casa aquellos
sus ídolos, que eran muy malos é les harian errar, y que no eran
dioses, sino cosas malas, y que les llevarian al infierno sus almas; y
se les dió á entender otras cosas santas é buenas, é que pusiesen una
imágen de Nuestra Señora que les dió, é una cruz, y que siempre serian
ayudados é tendrian buenas sementeras, é se salvarian sus ánimas, y se
les dijo otras cosas acerca de nuestra santa fe, bien dichas.
Y el papa con los caciques respondieron que sus antepasados adoraban en
aquellos dioses porque eran buenos, é que no se atrevian ellos de hacer
otra cosa, é que se los quitásemos nosotros, y que veriamos cuánto
mal nos iba dello, porque nos iriamos á perder en la mar; é luego
Cortés mandó que los despedazásemos y echásemos á rodar unas gradas
abajo, é así se hizo; y luego mandó traer mucha cal, que habia harta
en aquel pueblo, é indios albañiles, y se hizo un altar muy limpio,
donde pusiésemos la imágen de Nuestra Señora; é mandó á dos de nuestros
carpinteros de lo blanco, que se decian Alonso Yañez é Álvaro Lopez,
que hiciesen una cruz de unos maderos nuevos que allí estaban; la cual
se puso en uno como humilladero que estaba hecho cerca del altar, é
dijo Misa el Padre que se decia Juan Diaz, y el papa é cacique y todos
los indios estaban mirando con atencion.
Llaman en esta isla de Cozumel á los caciques calachionis, como otra
vez he dicho en lo de Potonchan.
Y dejallos hé aquí, y pasaré adelante, é diré cómo nos embarcamos.


CAPÍTULO XXVIII.
CÓMO CORTÉS REPARTIÓ LOS NAVÍOS Y SEÑALÓ CAPITANES PARA IR EN ELLOS, Y
ASIMISMO SE DIÓ LA INSTRUCCION DE LO QUE HABIAN DE HACER Á LOS PILOTOS,
Y LAS SEÑALES DE LOS FAROLES DE NOCHE, Y OTRAS COSAS QUE NOS AVINO.

Cortés, que llevaba la capitana; Pedro de Albarado y sus hermanos, un
buen navío que se decia San Sebastian; Alonso Hernandez Puertocarrero,
otro; Francisco de Montejo, otro buen navío; Cristóbal de Olí, otro;
Diego de Ordás, otro; Juan Velazquez de Leon, otro; Juan de Escalante,
otro; Francisco de Morla, otro; otro de Escobar, el paje, y el más
pequeño, como bergantin, Ginés Nortes, y en cada navío su piloto, y
el piloto mayor Anton de Alaminos, y las instrucciones por donde se
habian de regir é lo que habian de hacer, y de noche las señales de los
faroles; y Cortés se despidió de los caciques é papas, y les encomendó
aquella imágen, de nuestra Señora, é á la cruz que la reverenciasen é
tuviesen limpio y enramado, y verian cuánto provecho dello les venia; é
dijéronle que así lo harian, é trajéronle cuatro gallinas y dos jarros
de miel, y se abrazaron; y embarcados que fuimos en ciertos dias del
mes de Marzo de 1519 años, dimos velas é con muy buen tiempo íbamos
nuestra derrota; é aquel mismo dia á hora de las diez dan desde una nao
grandes voces, é capean é tiran un tiro para que todos los navíos que
veniamos en conserva lo oyesen; y como Cortés lo oyó é vió, se puso
luego en el bordo de la capitana, é vido ir arribando el navío en que
venia Juan de Escalante, que se volvia hácia Cozumel; é dijo Cortés á
otras naos que venian allí cerca:
—«¿Qué es aquello, qué es aquello?»
Y un soldado que se decia Zaragoza le respondió que se anegaba el navío
de Escalante, que era adonde iba el cazabe.
Y Cortés dijo:
—«Plegue á Dios no tengamos algun desman.»
Y mandó al piloto Alaminos que hiciese señas á todos los navíos que
arribasen á Cozumel.
Ese mismo dia volvimos al puerto donde salimos, y descargamos el
cazabe, y hallamos la imágen de nuestra Señora y la cruz muy limpio é
puesto incienso, y dello nos alegramos; é luego vino el Cacique y papas
á hablar á Cortés, y le preguntaron que á qué volviamos; é dijo que
porque hacia agua un navío, que lo queria adobar, y que les rogaba que
con todas sus canoas ayudasen á los bateles á sacar el pan cazabe, y
así lo hicieron; y estuvimos en adobar el navío cuatro dias.
Y dejemos de más hablar en ello, é diré cómo lo supo el español que
estaba en poder de indios, que se decia Aguilar, y lo que más hicimos.


CAPÍTULO XXIX.
CÓMO EL ESPAÑOL QUE ESTABA EN PODER DE INDIOS, QUE SE LLAMABA JERÓNIMO
DE AGUILAR, SUPO CÓMO HABIAMOS ARRIBADO Á COZUMEL, Y SE VINO Á
NOSOTROS, Y LO QUE MÁS PASÓ.

Cuando tuvo noticia cierta el español que estaba en poder de los indios
que habiamos vuelto á Cozumel con los navíos, se alegró en grande
manera y dió gracias á Dios, y mucha priesa en se venir él y los indios
que llevaron las cartas y rescate á se embarcar en una canoa; y como
la pagó bien en cuentas verdes del rescate que le enviamos, luego la
halló alquilada con seis indios remeros con ella; y dan tal priesa en
remar, que en espacio de poco tiempo pasaron el golfete que hay de una
tierra á la otra, que serian cuatro leguas, sin tener contraste de la
mar; y llegados á la costa de Cozumel, ya que estaban desembarcando,
dijeron á Cortés unos soldados que iban á montería (porque habia en
aquella isla puercos de la tierra) que habia venido una canoa grande
allí junto del pueblo, y que venia de la Punta de Cotoche; é mandó
Cortés á Andrés de Tapia y á otros dos soldados que fuesen á ver qué
cosa nueva era venir allí junto á nosotros indios sin temor ninguno con
canoas grandes, é luego fueron; y desque los indios que venian en la
canoa, que traia alquilados el Aguilar, vieron los españoles, tuvieron
temor y se querian tornar á embarcar é hacer á lo largo con la canoa;
é Aguilar les dijo en su lengua que no tuviesen miedo, que eran sus
hermanos; y el Andrés de Tapia, como los vió que eran indios (porque el
Aguilar ni más ni ménos era que indio), luego envió á decir á Cortés
con un español que siete indios de Cozumel eran los que allí llegaron
en la canoa; y despues que hubieron saltado en tierra, el español, mal
mascado y peor pronunciado, dijo:
—«Dios y Santa María y Sevilla.»
É luego le fué á abrazar el Tapia; é otro soldado de los que habian ido
con el Tapia á ver qué cosa era, fué á mucha prisa á demandar albricias
á Cortés, como era español el que venia en la canoa, de que todos
nos alegramos; y luego se vino el Tapia con el español donde estaba
Cortés; é ántes que llegasen donde Cortés estaba, ciertos españoles
preguntaban al Tapia qué es del español, aunque iba allí junto con
él, porque le tenian por indio propio, porque de suyo era moreno é
tresquilado á manera de indio esclavo, é traia un remo al hombro é una
cotara vieja calzada y la otra en la cinta, é una manta vieja muy ruin
é un braguero peor, con que cubria sus vergüenzas, é traia atado en la
manta un bulto, que eran horas muy viejas.
Pues desque Cortés lo vió de aquella manera, tambien picó como los
demás soldados y preguntó al Tapia que qué era del español. Y el
español como lo entendió se puso en cuclillas, como hacen los indios, é
dijo:
—«Yo soy.»
Y luego le mandó dar de vestir camisa é jubon, é zaragüelles, é
caperuza, é alpargates, que otros vestidos no habia, y le preguntó de
su vida é cómo se llamaba y cuándo vino á aquella tierra.
Y él dijo, aunque no bien pronunciado, que se decia Jerónimo de Aguilar
y que era natural de Écija, y que tenia órdenes de Evangelio; que habia
ocho años que se habia perdido él y otros quince hombres y dos mujeres
que iban desde el Darien á la isla de Santo Domingo, cuando hubo unas
diferencias y pleitos de un Enciso y Valdivia, é dijo que llevaban diez
mil pesos de oro y los procesos de unos contra los otros, y que el
navío en que iban dió en los alacranes, que no pudo navegar, y que en
el batel del mismo navío se metieron él y sus compañeros é dos mujeres,
creyendo tomar la isla de Cuba ó á Jamáica, y que las corrientes eran
muy grandes, que les echaron en aquella tierra, y que los calachionis
de aquella comarca los repartieron entre sí, y que habian sacrificado
á los ídolos muchos de sus compañeros, y dellos se habian muerto de
dolencia; é las mujeres, que poco tiempo pasado habia que de trabajo
tambien se murieron, porque las hacian moler, y que á él que le tenian
para sacrificar, é una noche se huyó y se fué á aquel cacique, con
quien estaba (ya no se me acuerda el nombre que allí le nombró), y que
no habian quedado de todos sino él é un Gonzalo Guerrero, é dijo que le
fué á llamar é no quiso venir.
Y desque Cortés le oyó dió muchas gracias á Dios por todo, y le dijo
que, mediante Dios, que dél seria bien mirado y gratificado. Y le
preguntó por la tierra é pueblos, y el Aguilar dijo que, como le tenian
por esclavo, que no sabia sino traer leña é agua y cavar en los maices;
que no habia salido sino hasta cuatro leguas que le llevaron con una
carga, y que no la pudo llevar é cayó malo dello, y que ha entendido
que hay muchos pueblos.
Y luego le preguntó por el Gonzalo Guerrero, é dijo que estaba casado y
tenia tres hijos, y que tenia labrada la cara é horadadas las orejas y
el bezo de abajo, y que era hombre de la mar, natural de Pálos, y que
los indios le tienen por esforzado; y que habia poco más de un año que
cuando vinieron á la Punta de Cotoche una capitanía con tres navíos
(parece ser que fueron cuando venimos los de Francisco Hernandez de
Córdoba), que él fué inventor que nos diesen la guerra que nos dieron,
y que vino él allí por capitan, juntamente con un cacique de un gran
pueblo, segun ya he dicho en lo de Francisco Hernandez de Córdoba.
É cuando Cortés lo oyó dijo:
—«En verdad que le querria haber á las manos, porque jamás será bueno
dejársele.»
É diré cómo los caciques de Cozumel cuando vieron al Aguilar que
hablaba su lengua, le daban muy bien de comer, y el Aguilar los
aconsejaba que siempre tuviesen devocion y reverencia á la santa imágen
de nuestra Señora y á la cruz, que conocieran que por ello les vendria
mucho bien; é los caciques, por consejo de Aguilar, demandaron una
carta de favor á Cortés, para que si viniesen á aquel puerto otros
españoles, que fuesen bien tratados é no les hiciesen agravios; la cual
carta luego se la dió; y despues de despedidos con muchos halagos é
ofrecimientos, nos hicimos á la vela para el rio de Grijalva, y desta
manera que he dicho se hubo Aguilar, y no de otra, como lo escribe el
coronista Gómora; é no me maravillo, pues lo que dice es por nuevas.
Y volvamos á nuestra relacion.


CAPÍTULO XXX.
CÓMO NOS TORNAMOS Á EMBARCAR Y NOS HICIMOS Á LA VELA PARA EL RIO DE
GRIJALVA, Y LO QUE NOS AVINO EN EL VIAJE.

En 4 dias del mes de Marzo de 1519 años, habiendo tan buen suceso en
llevar tan buena lengua y fiel, mandó Cortés que nos embarcásemos segun
y de la manera que habiamos venido ántes que arribásemos á Cozumel, é
con las mismas instrucciones y señas de los faroles para de noche.
Yendo navegando con buen tiempo, revuelve un tiempo, ya que queria
anochecer, tan recio y contrario, que echó cada navío por su parte, con
harto riesgo de dar en tierra; y quiso Dios que á media noche aflojó, y
desque amaneció luego se volvieron á juntar todos los navíos, excepto
uno en que iba Juan Velazquez de Leon; é íbamos nuestro viaje sin saber
dél hasta medio dia, de lo cual llevábamos pena, creyendo fuese perdido
en unos bajos, y desque se pasaba el dia é no parecia, dijo Cortés
al piloto Alaminos que no era ir bien más adelante sin saber dél, y
el piloto hizo señas á todos los navíos que estuviesen al reparo,
aguardando si por ventura le echó el tiempo en alguna ensenada, donde
no podia salir por ser el tiempo contrario; é como vió que no venia,
dijo el piloto á Cortés:
—«Señor, tengo por cierto que se metió en uno como puerto ó bahía que
queda atrás, y que el viento no le deja salir, porque el piloto que
llevaba es el que vino con Francisco Hernandez de Córdoba é volvió con
Grijalva, que se decia Juan Álvarez el Manquillo, é sabe aquel puerto.»
Y luego fue acordado de volver á buscarle con toda la armada, y en
aquella bahía donde habia dicho el piloto lo hallamos anclado, de que
todos hubimos placer; y estuvimos allí un dia, y echamos dos bateles
en el agua, é saltó en tierra el piloto é un capitan que se decia
Francisco de Lugo; é habia por allí unas estancias donde habia maizales
é hacian sal, y tenian cuatros cues, que son casas de ídolos, y en
ellos muchas figuras, é todas las más de mujeres, y eran altas de
cuerpo y se puso nombre á aquella tierra la Punta de las Mujeres.
Acuérdome que decia el Aguilar que cerca de aquellas estancias estaba
el pueblo donde era esclavo, y que allí vino cargado, que le trujo
su amo, é cayó malo de traer la carga; y que tambien estaba no muy
léjos el pueblo donde estaba Gonzalo Guerrero, y que todos tenian oro,
aunque era poco, y que si queria, que él guiaria, y que fuésemos allá;
é Cortés le dijo riendo que no venia para tan pocas cosas, sino para
servir á Dios é al Rey.
É luego mandó Cortés á un capitan que se decia Escobar que fuese en
el navío de que era capitan, que era muy velero y demandaba poca
agua, hasta Boca de Términos, é mirase muy bien qué tierra era, é si
era buen puerto para poblar, é si habia mucha caza, como le habian
informado; y esto que le mandó fué por consejo del piloto, porque
cuando por allí pasásemos con todos los navíos no nos detener en entrar
en él; y que despues de visto, que pusiese una señal y quebrase árboles
en la boca del puerto, ó escribiese una carta é la pusiese donde la
viésemos de una parte y de otra del puerto para que conociésemos
que habia entrado dentro, ó que aguardase en la mar á la armada
barloventeando despues que lo hubiese visto.
Y luego el Escobar partió é fué á Puerto de Términos (que así se
llama), é hizo todo lo que le fué mandado, é halló la lebrela que se
hubo quedado cuando lo de Grijalva, y estaba gorda é lucia; é dijo el
Escobar que cuando la lebrela vió el navío que estaba en el puerto,
que estaba halagando con la cola é haciendo otras señas de halagos,
y se vino luego á los soldados, y se metió con ellos en la nao; y
esto hecho, se salió luego el Escobar del puerto á la mar, y estaba
esperando el armada, é parece ser, con viento Sur que le dió, no pudo
esperar al reparo y metióse mucho en la mar.
Volvamos á nuestra armada, que quedábamos en la Punta de las Mujeres,
que otro dia de mañana salimos con buen tiempo terral y llegamos en
Boca de Términos, y no hallamos á Escobar.
Mandó Cortés que sacasen el batel y con diez ballesteros le fuesen á
buscar en la Boca de Términos ó á ver si habia señal ó carta; y luego
se halló árboles cortados é una carta que en ella decia cómo era muy
buen puerto y buena tierra y de mucha caza, é lo de la lebrela; é dijo
el piloto Alaminos á Cortés que fuésemos nuestra derrota, porque con
el viento Sur se debia haber metido en la mar, y que no podria ir muy
léjos, porque habia de navegar á orza.
Y puesto que Cortés sintió pena no le hubiese acaecido algun desman,
mandó meter velas, y luego le alcanzamos, y dió el Escobar sus
descargos á Cortés y la causa porque no pudo aguardar.
Estando en esto llegamos en el paraje de Potonchan, y Cortés mandó
al piloto que surgiésemos en aquella ensenada; y el piloto respondió
que era mal puerto, porque habian de estar los navíos surtos más de
dos leguas léjos de tierra, que mengua mucho la mar; porque tenia
pensamiento Cortés de dalles una buena mano por el desbarate de lo de
Francisco Hernandez de Córdoba é Grijalva, y muchos de los soldados que
nos habiamos hallado en aquellas batallas se lo suplicamos que entrase
dentro, é no quedasen sin buen castigo, aunque se detuviesen allí dos ó
tres dias.
El piloto Alaminos con otros pilotos porfiaron que si allí entrábamos
que en ocho dias no podriamos salir, por el tiempo contrario, y que
ahora llevábamos buen viento y que en dos dias llegariamos á Tabasco; é
así, pasamos de largo, y en tres dias que navegamos llegamos al rio de
Grijalva; é lo que allí nos acaeció y las guerras que nos dieron diré
adelante.


CAPÍTULO XXXI.
CÓMO LLEGAMOS AL RIO DE GRIJALVA, QUE EN LENGUA DE INDIOS LLAMAN
TABASCO, Y DE LO QUE MÁS CON ELLOS PASAMOS.

En 12 dias del mes de Marzo de 1519 años llegamos con toda la armada
al rio Grijalva, que se dice de Tabasco; y como sabiamos ya de cuando
lo de Grijalva que en aquel puerto é rio no podian entrar navíos de
mucho porte, surgieron en la mar los mayores, y con los pequeños é
los bateles fuimos todos los soldados á desembarcar á la Punta de los
Palmares (como cuando con Grijalva), que estaba del pueblo de Tabasco
otra media legua, y andaban por el rio, en la ribera, entre unos
manglares todo lleno de indios guerreros; de lo cual nos maravillamos
los que habiamos venido con Grijalva; y demás desto, estaban juntos
en el pueblo más de doce mil guerreros aparejados para darnos guerra,
porque en aquella sazon aquel pueblo era de mucho trato y estaban
sujetos á él otros grandes pueblos, y todos los tenian apercebidos con
todo género de armas segun las usaban.
Y la causa dello fué porque los de Potonchan é los de Lázaro y otros
pueblos comarcanos los tuvieron por cobardes, y se lo dieron en rostro,
por causa que dieron á Grijalva las joyas de oro que ántes he dicho
en el capítulo que dello habla, y que de medrosos no nos osaron dar
guerra, pues eran más pueblos y tenian más guerreros que no ellos; y
esto les decian por afrentarlos; y que en sus pueblos nos habian dado
guerra y muerto cincuenta y seis hombres.
Por manera que con aquellas palabras que les habian dicho se
determinaron de tomar armas; y cuando Cortés los vió puestos de aquella
manera dijo á Aguilar, la lengua, que entendia bien la de Tabasco, que
dijese á unos indios que parecian principales, que pasaban en una gran
canoa cerca de nosotros, que para qué andaban tan alborotados, que no
les veniamos á hacer ningun mal, sino á decilles que les queremos dar
de lo que traemos, como á hermanos; y que les rogaba que mirasen no
comenzasen la guerra, porque les pesaria dello, y les dijo otras muchas
cosas acerca de la paz; é miéntras más les decia el Aguilar, más bravos
se mostraban, y decian que nos matarian á todos si entrábamos en su
pueblo, porque le tenian muy fortalecido todo á la redonda de árboles
muy gruesos, de cercas é albarradas.
Aguilar les tornó á hablar y requerir con la paz, y que nos dejasen
tomar agua é comprar de comer á trueco de nuestro rescate, é tambien
decir á los calachionis cosas que sean de su provecho y servicio de
Dios nuestro Señor, y todavía ellos á porfiar que no pasásemos de
aquellos palmares adelante; si no, que nos matarian.
Y cuando aquello vió Cortés mandó apercebir los bateles é navíos
menores, é mandó poner en cada un batel tres tiros, y repartió en
ellos los ballesteros y escopeteros; y teniamos memoria cuando lo de
Grijalva, que iba un camino angosto desde los palmares al pueblo por
unos arroyos é ciénegas.
Cortés mandó á tres soldados que aquella noche mirasen bien si iban á
las casas, y que no se detuviesen mucho en traer la respuesta; y los
que fueron vieron que se iban; é visto todo esto, y despues de bien
mirado, se nos pasó aquel dia dando órden en cómo y de qué manera
habiamos de ir en los bateles; é otro dia por la mañana, despues de
haber oido Misa y todas nuestras armas muy á punto, mandó Cortés á
Alonso de Ávila, que era capitan, que con cien soldados, y entre ellos
diez ballesteros, fuese por el caminillo, el que he dicho que iba al
pueblo; y que de que oyese los tiros, él por una parte é nosotros
por otra diésemos en el pueblo; é Cortés y todos los más soldados
é capitanes fuimos en los bateles y navíos de ménos porte por el
rio arriba; y cuando los indios guerreros que estaban en la costa y
entre los manglares vieron que de hecho íbamos, vienen sobre nosotros
con tantas canoas al puerto adonde habiamos de desembarcar, para
defendernos que no saltásemos en tierra, que en toda la costa habia
sino indios de guerra con todo género de armas que entre ellos se usan,
tañendo trompetillas y caracoles é atabalejos; é como Cortés así vió
la cosa, mandó que nos detuviésemos un poco y que no soltásemos tiros
ni escopetas ni ballestas; é como todas las cosas queria llevar muy
justificadamente, les hizo otro requerimiento delante de un escribano
del Rey, que allí con nosotros iba, que se decia Diego de Godoy, é por
la lengua de Aguilar, para que nos dejasen saltar en tierra, é tomar
agua y hablalles cosas de Dios nuestro Señor y de su majestad; y que
si guerra nos daban, que si por defendernos algunas muertes hubiese ó
otros cualesquier daños, fuesen á su culpa y cargo, é no á la nuestra;
y ellos todavía haciendo muchos fieros y que no saltásemos en tierra;
si no que nos matarian.
Luego comenzaron muy valientemente á nos flechar é hacer sus señas con
sus atambores para que todos sus escuadrones apechugasen con nosotros,
é como esforzados hombres vinieron é nos cercaron con las canoas con
tan grandes rociadas de flechas, que nos hirieron é hicieron detener en
el agua hasta la cinta y en otras partes más arriba; y como habia allí
en aquel desembarcadero mucha lama y ciénago, no podiamos tan presto
salir della; é cargaron sobre nosotros tantos indios, que con lanzas
á manteniente y otros á flecharnos hacian que no tomásemos tierra tan
presto como quisiéramos, é tambien porque en aquella lama estaba
Cortés peleando y se le quedó un alpargata en el cieno, que no lo pudo
sacar, y descalzo el un pié salió á tierra.
Estuvimos en aquella sazon en grande aprieto, hasta que, (como digo)
salió á tierra, y todos nosotros; é luego con gran osadía, nombrando
al Sr. Santiago é arremetiendo á ellos, les hicimos retraer, y aunque
no muy léjos, por causa de las grandes albarradas y cercas que tenian
hechas de maderos gruesos, adonde se amparaban, hasta que se las
deshicimos, é tuvimos lugar por unos portillos de entrar en el pueblo y
pelear con ellos, y los llevamos por una calle adelante adonde tenian
hechas otras albarradas y fuerzas, é allí tornaron á reparar y hacer
cara, y pelearon muy valientemente, con grande esfuerzo y dando voces é
silbos, diciendo:
—«Ala, lala, al calachoni, al calachoni;» que en su lengua quiere
decir que matasen á nuestro capitan.
Estando desta manera envueltos con ellos, vino Alonso de Ávila con
sus soldados, que habia ido por tierra desde los Palmares, como dicho
tengo, que pareció ser no acertó á venir más presto por causa de unas
ciénegas y esteros que pasó; y su tardanza fué bien menester, segun
habiamos estado detenidos en los requerimientos y deshacer portillos en
las albarradas para pelear; así que todos juntos los tornamos á echar
de las fuerzas donde estaban y los llevamos retrayendo; y ciertamente
que como buenos guerreros iban tirando grandes rociadas de flechas y
varas tostadas, y nunca volvieron de hecho las espaldas hasta un gran
patio donde estaban unos aposentos y salas grandes, y tenian tres casas
de ídolos, é ya habian llevado todo cuanto hato habia en aquel patio.
Mandó Cortés que reparásemos y que no fuésemos más en su seguimiento
del alcance, pues iban huyendo; é allí tomó Cortés posesion de aquella
tierra por su majestad, y él en su Real nombre.
Y fué desta manera, que desenvainada su espada, dió tres cuchilladas,
en señal de posesion, en un árbol grande, que se dice ceiba, que estaba
en la plaza de aquel gran patio, é dijo que si habia alguna persona que
se lo contradijese que él se lo defenderia con su espada y una rodela
que tenia embrazada; y todos los soldados que presentes nos hallamos
cuando aquello pasó, dijimos que era bien tomar aquella Real posesion
en nombre de su majestad, y que nosotros seriamos en ayudalle si alguna
persona otra cosa dijere, é por ante un escribano del Rey se hizo
aquel auto. Sobre esta posesion, la parte de Diego Velazquez tuvo que
remormurar della.
Acuérdome que en aquellas reñidas guerras que nos dieron de aquella vez
hirieron á catorce soldados, é á mí me dieron un flechazo en el muslo,
mas poca la herida, y quedaron tendidos y muertos diez y ocho indios en
el agua y en tierra donde desembarcamos; é allí dormimos aquella noche
con grandes velas y escuchas.
Y dejallo he, por contar lo que más pasamos.


CAPÍTULO XXXII.
CÓMO MANDÓ CORTÉS Á TODOS LOS CAPITANES QUE FUESEN CON CADA CIEN
SOLDADOS Á VER LA TIERRA Á DENTRO, Y LO QUE SOBRE ELLO NOS ACAECIÓ.

Otro dia de mañana mandó Cortés á Pedro de Albarado que saliese
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