Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 07

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por capitan con cien soldados, y entre ellos quince ballesteros y
escopeteros, y que fuese á ver la tierra adentro hasta andadura de
dos leguas, y que llevase en su compañía á Melchorejo, la lengua de
la Punta de Cotoche; y cuando le fueron á llamar al Melchorejo, no le
hallaron, que se habia ya huido con los de aquel pueblo de Tabasco;
porque, segun parecia, el dia ántes en las Puntas de los Palmares dejó
colgados sus vestidos que tenia de Castilla, y se fué de noche en una
canoa; y Cortés sintió enojo con su ida, porque no dijese á los indios
sus naturales algunas cosas que no trujesen provecho.
Dejémosle huido con la mala ventura, y volvamos á nuestro cuento: que
asimismo mandó Cortés que fuese otro capitan que se decia Francisco
de Lugo por otra parte con otros cien soldados y doce ballesteros y
escopeteros, y que no pasase de otras dos leguas, y que volviese en la
noche á dormir al real; y yendo que iba el Francisco de Lugo con su
compañía obra de una legua de nuestro real, se encontró con grandes
capitanes y escuadrones de indios, todos flecheros, y con lanzas y
rodelas, y atambores y penachos, y se vienen derechos á la capitanía
de nuestros soldados, y les cercan por todas partes, y les comienzan
á flechar de arte, que no se podian sustentar con tanta multitud de
indios, y les tiraban muchas varas tostadas y piedras con hondas, que
como granizo caian sobre ellos, y con espadas de navajas de dos manos;
y por bien que peleaba el Francisco de Lugo y sus soldados, no los
podia apartar de sí; y cuando aquesto vió, con gran concierto se venia
ya retrayendo al real é habia enviado adelante un indio de Cuba muy
gran corredor é suelto, á dar mandado á Cortés para que le fuésemos
á ayudar; é todavía el Francisco de Lugo, con gran concierto de sus
ballesteros y escopeteros, unos armados é otros tirando, y algunas
arremetidas que hacian, se sostenian con todos los escuadrones que
sobre él estaban.
Dejémosle de la manera que he dicho, é con gran peligro, é volvamos
al capitan Pedro de Albarado, que pareció ser habia andado más de una
legua, y topó con un estero muy malo de pasar, é quiso Dios nuestro
Señor encaminallo que volviese por otro camino hácia donde estaba
el Francisco de Lugo peleando, como dicho tengo; y como oyó las
escopetas que tiraban y el gran ruido de atambores y trompetillas, y
voces é silbos de los indios, bien entendió que estaban revueltos en
guerra, y con mucha presteza é con gran concierto acudió á las voces
é tiros, é halló al capitan Francisco de Lugo con su gente haciendo
rostro y peleando con los contrarios, é cinco indios muertos; y luego
que se juntaron con el Lugo, dan tras los indios, que los hicieron
apartar, y no de manera que los pudiesen poner en huida, que todavía
los fueron siguiendo los indios á los nuestros hasta el real; é
asimismo nos habian acometido y venido á dar guerra otras capitanías
de guerreros adonde estaba Cortés con los heridos; mas muy presto los
hicimos retraer con los tiros que llevaban muchos dellos, y á buenas
cuchilladas y estocadas.
Volvamos á decir algo atrás, que cuando Cortés oyó al indio de Cuba que
venia á demandar socorro, y del arte que quedaba Francisco de Lugo, de
presto les íbamos á ayudar, y nosotros que íbamos y los dos capitanes
por mí nombrados, que llegaban con sus gentes obra de media legua del
real, y murieron dos soldados de la capitanía de Francisco de Lugo, y
ocho heridos, y de los de Pedro de Albarado le hirieron tres, y cuando
llegaron al real se curaron, y enterramos los muertos, é hubo buena
vela y escuchas; y en aquellas escaramuzas matamos quince indios y se
prendieron tres, y el uno parecia algo principal; y el Aguilar, nuestra
lengua, les preguntaba que por qué eran locos é salian á dar guerra.
Luego se envió un indio dellos con cuentas verdes para dar á los
caciques porque viniesen de paz; é aquel mensajero dijo que el indio
Melchorejo, que traiamos con nosotros de la Punta de Cotoche, se fué
á ellos la noche ántes, les aconsejó que nos diesen guerra de dia y
de noche, que nos vencerian, porque éramos muy pocos; de manera que
traiamos con nosotros muy mala ayuda y nuestro contrario.
Y aquel indio que enviamos por mensajero fué, y nunca volvió con la
respuesta; y de los otros dos indios que estaban presos supo Aguilar,
la lengua, por muy cierto, que para otro dia estaban juntos cuantos
caciques habia en aquella provincia, con todas sus armas, segun las
suelen usar, aparejados para nos dar guerra, y que nos habian de venir
otro dia á cercar en el real, y que el Melchorejo se lo aconsejó.
Y dejallos hé aquí, é diré lo que sobre ello hicimos.


CAPÍTULO XXXIII.
CÓMO CORTÉS MANDÓ QUE PARA OTRO DIA NOS APAREJÁSEMOS TODOS PARA IR EN
BUSCA DE LOS ESCUADRONES GUERREROS, Y MANDÓ SACAR LOS CABALLOS DE LOS
NAVÍOS, Y LO QUE MÁS NOS AVINO EN LA BATALLA QUE CON ELLOS TUVIMOS.

Luego Cortés supo que muy ciertamente nos venian á dar guerra, y mandó
que con brevedad sacasen todos los caballos de los navíos en tierra,
y que escopetas y ballesteros é todos los soldados estuviésemos muy
á punto con nuestras armas, é aunque estuviésemos heridos; y cuando
hubieron sacado los caballos en tierra, estaban muy torpes y temerosos
en el correr, como habia muchos dias que estaban en los navíos, y otro
dia estuvieron sueltos.
Una cosa acaeció en aquella sazon á seis ó siete soldados, mancebos y
bien dispuestos, que les dió mal en los riñones, que no se pudieron
tener poco ni mucho en sus piés si no los llevaban á cuestas: no
supimos de qué; decian que de ser regalados en Cuba, y que con el peso
y calor de las armas que les dió aquel mal.
Luego Cortés los mandó llevar á los navíos, no quedasen en tierra, y
apercibió á los caballeros que habian de ir los mejores jinetes, y
caballos que fuesen con pretales de cascabeles, y les mandó que no se
parasen á alancear hasta haberlos desbaratado, sino que las lanzas se
les pasasen por los rostros; y señaló trece de á caballo, á Cristóbal
de Olí, y Pedro de Albarado, é Alonso Hernandez Puertocarrero, é Juan
de Escalante, é Francisco de Montejo; é á Alonso de Ávila le dieron
un caballo que era de Ortiz el músico y de un Bartolomé García, que
ninguno dellos era buen jinete; é Juan Velazquez de Leon, é Francisco
de Morla, y Lares el buen jinete (nómbrole así porque habia otro buen
jinete y otro Lares), é Gonzalo Dominguez, extremados hombres de á
caballo; Moron el del Bayamo y Pedro Gonzalez el de Trujillo; todos
estos caballeros señaló Cortés, y él por capitan, é mandó á Mesa el
artillero que tuviese á punto su artillería, é mandó á Diego de Ordás
que fuese por capitan de todos nosotros, porque no era hombre de á
caballo, é tambien fué por capitan de los ballesteros é artilleros.
Y otro dia muy de mañana, que fué dia de Nuestra Señora de Marzo,
despues de haber oido Misa, puestos todos en ordenanza con nuestro
alférez, que entónces era Antonio de Villarroel, marido que fué de una
señora que se decia Isabel de Ojeda, que desde allí á tres años se mudó
el nombre en Villareal y se llamó Antonio Serrano de Cardona.
Tornemos á nuestro propósito: que fuimos por unas habanas grandes,
donde habian dado guerra á Francisco de Lugo y á Pedro de Albarado, y
llamábase aquella habana é pueblo Cintia, sujeta al mesmo Tabasco, una
legua del aposento donde salimos; é nuestro Cortés se apartó un poco
espacio ó trecho de nosotros por causa de unas ciénegas que no podian
pasar los caballos; é yendo de la manera que he dicho con el Ordás,
dimos con todo el poder de escuadrones de indios guerreros que nos
venian ya á buscar á los aposentos, é fué donde los encontramos junto
al mesmo pueblo de Cintia en un buen llano. Por manera que si aquellos
guerreros tenian deseo de nos dar guerra y nos iban á buscar, nosotros
los encontramos con el mismo motivo.
Y dejallo hé aquí, é diré lo que pasó en la batalla, y bien se puede
nombrar batalla, é bien terrible, como adelante verán.


CAPÍTULO XXXIV.
CÓMO NOS DIERON GUERRA TODOS LOS CACIQUES DE TABASCO Y SUS PROVINCIAS,
Y LO QUE SOBRE ELLO SUCEDIÓ.

Ya he dicho de la manera é concierto que íbamos, y cómo hallamos todas
las capitanías y escuadrones de contrarios que nos iban á buscar, é
traian todos grandes penachos, é atambores é trompetillas, é las caras
enalmagradas é blancas é prietas, é con grandes arcos y flechas, é
lanzas é rodelas, y espadas como montantes de á dos manos, é mucha
honda é piedra, é varas tostadas, é cada uno sus armas colchadas de
algodon; é así como llegaron á nosotros, como eran grandes escuadrones,
que todas las habanas cubrian, se vienen como perros rabiosos é nos
cercan por todas partes, é tiran tanta de flecha é vara y piedra, que
de la primera arremetida hirieron más de setenta de los nuestros, é con
las lanzas pié con pié nos hacian mucho daño, é un soldado murió luego
de un flechazo que le dió por el oido, el cual se llamaba Saldaña; é no
hacian sino flechar y herir en los nuestros; é nosotros con los tiros y
escopetas, é ballestas é grandes estocadas no perdiamos punto de buen
pelear; y como conocieron las estocadas y el mal que les haciamos, poco
á poco se apartaban de nosotros, mas era para flechar más á su salvo,
puesto que Mesa, nuestro artillero, con los tiros mataba muchos dellos,
porque eran grandes escuadrones y no se apartaban léjos, y daba en
ellos á su placer, y con todos los males y heridas que les haciamos, no
los podiamos apartar.
Yo dije al capitan Diego de Ordás:
—«Paréceme que debemos cerrar y apechugar con ellos; porque
verdaderamente sienten bien el cortar de las espadas, y por esta causa
se desvian algo de nosotros por temor dellas, y por mejor tirarnos sus
flechas y varas tostadas, y tanta piedra como granizo.»
Respondió el Ordás que no era buen acuerdo, porque habia para cada uno
de nosotros trescientos indios, y que no nos podiamos sostener con
tanta multitud, é así estuvimos con ellos sosteniéndonos.
Todavía acordamos de nos llegar cuanto pudiésemos á ellos, como se
lo habia dicho el Ordás, por dalles mal año de estocadas; y bien lo
sintieron, y separaron luego de la parte de una ciénaga; y en todo este
tiempo Cortés con los de á caballo no venia, aunque deseábamos en gran
manera su ayuda, y temiamos que por ventura no le hubiese acaecido
algun desastre.
Acuérdome que cuando soltábamos los tiros, que daban los indios grandes
silbos é gritos, y echaban tierra y pajas en alto porque no viésemos
el daño que les haciamos, é tañian entónces trompetas y trompetillas,
silbos y voces, y decian _Ala lala_.
Estando en esto, vimos asomar los de á caballo, é como aquellos
grandes escuadrones estaban embebecidos dándonos guerra, no miraron
tan de pronto de los de á caballo, como venian por las espaldas; y
como el campo era llano é los caballeros buenos jinetes, é algunos
de los caballos muy revueltos y corredores, danles tan buena mano, é
alanceando á su placer, como convenia en aquel tiempo; pues los que
estábamos peleando, como los vimos, dimos tanta priesa en ellos, los de
á caballo por una parte é nosotros por otra, que de presto volvieron
las espaldas.
Aquí creyeron los indios que el caballo é caballero era todo un cuerpo,
como jamás habian visto caballos hasta entónces; iban aquellas habanas
é campos llenos dellos, y se acogieron á unos montes que allí habia.
Y despues que los hubimos desbaratado, Cortés nos contó cómo no habia
podido venir más presto por causa de una ciénaga, y que estuvo peleando
con otros escuadrones de guerreros ántes que á nosotros llegasen, y
traia heridos cinco caballeros y ocho caballos.
Y despues de apeados debajo de unos árboles que allí estaban, dimos
muchas gracias y loores á Dios y á Nuestra Señora su bendita Madre,
alzando todos las manos al cielo, porque nos habia dado aquella
victoria tan cumplida; y como era dia de Nuestra Señora de Marzo,
llamóse una villa que se pobló el tiempo andando, Santa María de la
Vitoria, así por ser dia de Nuestra Señora como por la gran vitoria que
tuvimos.
Aquesta fué pues la primera guerra que tuvimos en compañía de Cortés en
la Nueva-España. Y esto pasando, apretamos las heridas á los heridos
con paños, que otra cosa no habia, y se curaron los caballos con
quemalles las heridas con unto de indio de los muertos, que habia por
el campo, y eran más de ochocientos, é todos los más de estocadas, y
otros de los tiros y escopetas y ballestas, é muchos estaban medio
muertos y tendidos. Pues donde anduvieron los de á caballo habia buen
recuerdo dellos muertos é otros quejándose de las heridas.
Estuvimos en esta batalla sobre una hora, que no les pudimos hacer
perder punto de buenos guerreros, hasta que vinieron los de á caballo,
como he dicho; y prendimos cinco indios, é los dos dellos capitanes; y
como era tarde y hartos de pelear, é no habiamos comido, nos volvimos
al real, y luego enterramos dos soldados que iban heridos por las
gargantas é por el oido, y quemamos las heridas á los demás é á los
caballos con el unto del indio, y pusimos buenas velas y escuchas, y
cenamos y reposamos.
Aquí es donde dice Francisco Lopez de Gómora que salió Francisco de
Morla en un caballo rucio picado ántes que llegase Cortés con los de
á caballo, y que eran los santos Apóstoles señor Santiago ó señor San
Pedro.
Digo que todas nuestras obras y vitorias son por mano de Nuestro
Señor Jesucristo, y que en aquella batalla habia para cada uno de
nosotros tantos indios, que á puñados de tierra nos cegaran, salvo que
la gran misericordia de Dios en todo nos ayudaba; y pudiera ser que
los que dice el Gómora fueran los gloriosos Apóstoles señor Santiago
ó señor San Pedro, y yo, como pecador, no fuese digno de verles; lo
que yo entónces vi y conocí fué á Francisco de Morla en un caballo
castaño, que venia juntamente con Cortés, que me parece que agora que
lo estoy escribiendo, se me representa por estos ojos pecadores toda
la guerra segun y de la manera que allí pasamos; y ya que yo, como
indigno pecador, no merecedor de ver á cualquiera de aquellos gloriosos
Apóstoles, allí en nuestra compañía habia sobre cuatrocientos soldados,
y Cortés y otros muchos caballeros, y platicárase dello y tomárase por
testimonio, y se hubiera hecho una iglesia cuando se pobló la villa, y
se nombrara la villa de Santiago de la Vitoria, ú de San Pedro de la
Vitoria, como se nombró Santa María de la Vitoria; y si fuera así como
lo dice el Gómora, harto malos cristianos fuéramos, enviándonos Nuestro
Señor Dios sus Santos Apóstoles, no reconocer la gran merced que nos
hacia, y reverenciar cada dia aquella iglesia; y pluguiera á Dios que
así fuera como el coronista dice, y hasta que leí su Corónica, nunca
entre conquistadores que allí se hallaron tal se oyó.
Y dejémoslo aquí, é diré lo que más pasamos.


CAPÍTULO XXXV.
CÓMO ENVIÓ CORTÉS Á LLAMAR Á TODOS LOS CACIQUES DE AQUELLAS PROVINCIAS,
Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Ya he dicho cómo prendimos en aquella batalla cinco indios, é los dos
dellos capitanes; con los cuales estuvo Aguilar, la lengua, á pláticas,
é conoció en lo que le dijeron que serian hombres para enviar por
mensajeros; é díjole al capitan Cortés que les soltasen, y que fuesen á
hablar á los caciques de aquel pueblo é otros cualesquier; y á aquellos
dos indios mensajeros se les dió cuentas verdes é diamantes azules, y
les dijo Aguilar muchas palabras bien sabrosas y de halagos, y que les
queremos tener por hermanos y que no hubiesen miedo, y que lo pasado
de aquella guerra que ellos tenian la culpa, y que llamasen á todos
los caciques de todos los pueblos, que les queriamos hablar, y se les
amonestó otras muchas cosas bien mansamente para atraellos de paz; y
fueron de buena voluntad, é hablaron con los principales é caciques, y
les dijeron todo lo que les enviamos á hacer saber sobre la paz.
É oida nuestra embajada, fué entre ellos acordado de enviar luego
quince indios de los esclavos que entre ellos tenian, y todos tiznadas
las caras é las mantas y bragueros que traian muy ruines, y con ellos
enviaron gallinas y pescado asado é pan de maíz; y llegados delante de
Cortés, los recibió de buena voluntad, é Aguilar, la lengua, les dijo
medio enojado que cómo venian de aquella manera puestas las caras; que
más venian de guerra que para tratar paces, y que luego fuesen á los
caciques y les dijesen que si querian paz, como se la ofrecimos, que
viniesen señores á tratar della, como se usa, é no enviasen esclavos.
Á aquellos mismos tiznados se les hizo ciertos halagos, y se envió
con ellos cuentas azules en señal de paz y para ablandalles los
pensamientos.
Y luego otro dia vinieron treinta indios principales é con buenas
mantas, y trujeron gallinas y pescado, é fruta y pan de maíz, y
demandaron licencia á Cortés para quemar y enterrar los cuerpos de los
muertos en las batallas pasadas, porque no oliesen mal ó los comiesen
tigres ó leones; la cual licencia les dió luego, y ellos se dieron
priesa en traer mucha gente para los enterrar y quemar los cuerpos,
segun su usanza; y segun Cortés supo dellos, dijeron que les faltaba
sobre ochocientos hombres, sin los que estaban heridos; é dijeron que
no se podian tener con nosotros en palabras ni paces, porque otro dia
habian de venir todos los principales y señores de todos aquellos
pueblos, é concertarian las paces.
Y como Cortés en todo era muy avisado, nos dijo riendo á los soldados
que allí nos hallamos teniéndole compañía:
—«¿Sabeis, señores, que me parece que estos indios temerán mucho á los
caballos, y deben de pensar que ellos solos hacen la guerra é asimismo
las bombardas? He pensado una cosa para que mejor lo crean, que traigan
la yegua de Juan Sedeño, que parió el otro dia en el navío, é atalla
han aquí adonde yo estoy, é traigan el caballo de Ortiz el músico, que
es muy rijoso, y tomará olor de la yegua; é cuando haya tomado olor
della, llevarán la yegua y el caballo, cada uno de por sí, en parte que
desque vengan los caciques que han de venir, no los oigan relinchar ni
los vean hasta que esten delante de mí y estemos hablando.»
É así se hizo, segun y de la manera que lo mandó; que trujeron la yegua
y el caballo, é tomó olor della en el aposento de Cortés; y demás
desto, mandó que cebasen un tiro, el mayor de los que teniamos, con una
buena pelota y bien cargado de pólvora.
Y estando en esto, que ya era medio dia, vinieron cuarenta indios,
todos caciques, con buena manera y mantas ricas á la usanza dellos,
saludaron á Cortés y á todos nosotros, y traian de sus inciensos
zahumándonos á cuantos allí estábamos, y demandaron perdon de lo
pasado, y que de allí adelante serian buenos.
Cortés les respondió con Aguilar, nuestra lengua, algo con gravedad,
como haciendo del enojado, que ya ellos habian visto cuántas veces les
habian requerido con la paz, y que ellos tenian la culpa, y que agora
eran merecedores que á ellos é á cuantos quedan en todos sus pueblos
matásemos; y porque somos vasallos de un gran Rey y señor que nos envió
á estas partes, el cual se dice el emperador D. Cárlos, que manda que á
los que estuvieren en su Real servicio que les ayudemos é favorezcamos,
y que si ellos fueren buenos, como dicen, que así lo harémos, é si no,
que soltará de aquellos tepustles que los maten (al hierro llaman en
su lengua _tepustle_), que aun por lo pasado que han hecho en darnos
guerra están enojados algunos dellos.
Entónces secretamente mandó poner fuego á la bombarda que estaba
cebada, y dió tan buen trueno y recio como era menester; iba la pelota
zumbando por los montes, que, como en aquel instante era mediodia é
hacia calma, llevaba gran ruido, y los caciques se espantaron de la
oir; y como no habian visto cosa como aquella, creyeron que era verdad
lo que Cortés les dijo, y para asegurarles del miedo, les tornó á decir
con Aguilar que ya no hubiesen miedo, que él mandó que no hiciese
daño; y en aquel instante trujeron el caballo que habia tomado olor de
la yegua, y atándolo no muy léjos de donde estaba Cortés hablando con
los caciques; y como á la yegua la habian tenido en el mismo aposento
adonde Cortés y los indios estaban hablando, pateaba el caballo, y
relinchaba y hacia bramuras, y siempre los ojos mirando á los indios
y al aposento donde habia tomado olor de la yegua; é los caciques
creyeron que por ellos hacia aquellas bramuras del relinchar y el
patear, y estaban espantados.
Y cuando Cortés los vió de aquel arte, se levantó de la silla, y se fué
para el caballo y le tomó del freno é dijo á Aguilar que hiciese creer
á los indios que allí estaban que habia mandado al caballo que no les
hiciese mal ninguno; y luego dijo á los dos mozos de espuelas que lo
llevasen de allí léjos, que no lo tornasen á ver los caciques.
Y estando en esto, vinieron sobre treinta indios de carga, que entre
ellos llaman tamenes, que traian la comida de gallinas y pescado asado
y otras cosas de frutas, que parece ser se quedaron atrás ó no pudieron
venir juntamente con los caciques.
Allí hubo muchas pláticas Cortés con aquellos principales, y dijeron
que otro dia vendrian todos, é traerian un presente é hablarian en
otras cosas; y así, se fueron muy contentos. Donde los dejaré agora
hasta otro dia.


CAPÍTULO XXXVI.
CÓMO VINIERON TODOS LOS CACIQUES É CALACHONIS DEL RIO DE GRIJALVA Y
TRAJERON UN PRESENTE, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Otro dia de mañana, que fué á los postreros del mes de Marzo de 1519
años, vinieron muchos caciques y principales de aquel pueblo y otros
comarcanos, haciendo mucho acato á todos nosotros, é trajeron un
presente de oro, que fueron cuatro diademas, y unas lagartijas, y dos
como perrillos, y orejeras, é cinco ánades, y dos figuras de caras de
indios, y dos suelas de oro, como de sus cotorras, y otras cosillas de
poco valor, que yo no me acuerdo qué tanto valía, y trajeron mantas de
las que ellos traian é hacian, que son muy bastas; porque ya habrán
oido decir los que tienen noticia de aquella provincia que no las hay
en aquella tierra sino de poco valor; y no fué nada este presente en
comparacion de veinte mujeres, y entre ellas una muy excelente mujer,
que se dijo doña Marina, que así se llamó despues de vuelta cristiana.
Y dejaré esta plática, y de hablar della y de las demás mujeres que
trujeron, y diré que Cortés recibió aquel presente con alegría, y se
apartó con todos los caciques y con Aguilar el intérprete á hablar, y
les dijo que por aquello que traian se lo tenia en gracia; mas que una
cosa les rogaba, que luego mandasen poblar aquel pueblo con toda su
gente, mujeres é hijos; y que dentro de dos dias le queria ver poblado,
y que en esto conocerá tener verdadera paz.
Y luego los caciques mandaron llamar todos los vecinos, é con sus
hijos é mujeres en dos dias se pobló. Y á lo otro que les mandó, que
dejasen sus ídolos é sacrificios, respondieron que así lo harian; y les
declaramos con Aguilar, lo mejor que Cortés pudo, las cosas tocantes
á nuestra santa fe, y cómo éramos cristianos é adorábamos á un solo
Dios verdadero, y se les mostró una imágen muy devota de nuestra Señora
con su Hijo precioso en los brazos, y se les declaró que aquella santa
imágen reverenciábamos porque así se está en el cielo y es Madre de
nuestro Señor Dios.
Y los caciques dijeron que les parece muy bien aquella gran
_Tecleciguata_, y que se la diesen para tener en su pueblo, porque á
las grandes señoras en su lengua llaman _tecleciguatas_. Y dijo Cortés
que sí daria, y les mandó hacer un buen altar bien labrado; el cual
luego le hicieron.
Y otro dia de mañana mandó Cortés á dos de nuestros carpinteros de lo
blanco, que se decian Alonso Yañez é Álvaro Lopez (ya otra vez por mí
memorados), que luego labrasen una cruz bien alta; y despues de haber
mandado todo esto, dijo á los caciques qué fué la causa que nos dieron
guerra tres veces, requiriéndoles con la paz.
Y respondieron que ya habian demandado perdon dello y estaban
perdonados, y que el cacique de Champoton, su hermano, se lo aconsejó,
y porque no le tuviesen por cobarde, porque se lo reñian y deshonraban,
porque no nos dió guerra cuando la otra vez vino otro capitan con
cuatro navíos; y segun pareció, decíalo por Juan de Grijalva.
Y tambien dijo que el indio que traiamos por lengua, que se nos huyó
una noche, se lo aconsejó, que de dia y de noche nos diesen guerra,
porque éramos muy pocos. Y luego Cortés les mandó que en todo caso
se lo trajesen, é dijeron que como les vió que en la batalla no les
fué bien, que se les fué huyendo, y que no sabian dél aunque le han
buscado, é supimos que le sacrificaron, pues tan caro les costó sus
consejos.
Y más les preguntó, que de qué parte traian oro y aquellas joyezuelas.
Respondieron que de hácia donde se pone el sol, y decian _Culchúa_
y _Méjico_, y como no sabiamos qué cosa era Méjico ni Culchúa,
dejábamoslo pasar por alto; y allí traiamos otra lengua que se decia
Francisco, que hubimos cuando lo de Grijalva, ya otra vez por mí
nombrado, mas no entendia poco ni mucho la de Tabasco, sino la de
Culchúa, que es la mejicana; y medio por señas dijo á Cortés que
_Culchúa_ era muy adelante, y nombraba _Méjico_, _Méjico_, y no le
entendimos.
Y en esto cesó la plática hasta otro dia, que se puso en el altar
la santa imágen de nuestra Señora y la cruz, la cual todos adoramos;
y dijo Misa el Padre fray Bartolomé de Olmedo, y estaban todos los
caciques y principales delante, y púsose nombre á aquel pueblo Santa
María de la Vitoria, é así se llama ahora la villa de Tabasco; y el
mesmo fraile con nuestra lengua Aguilar predicó á las veinte indias
que nos presentaron, muchas buenas cosas de nuestra santa fe, y que
no creyesen en los ídolos que de ántes creian, que eran malos y no
eran dioses, ni más les sacrificasen, que los traian engañados, é
adorasen á Nuestro Señor Jesucristo; é luego se bautizaron, y se puso
por nombre doña Marina aquella india y señora que allí nos dieron, y
verdaderamente era gran cacica é hija de grandes caciques y señora de
vasallos, y bien se le parecia en su persona; lo cual diré adelante
cómo y de qué manera fué allí traida; é de las otras mujeres no me
acuerdo bien de todos sus nombres, é no hace al caso nombrar algunas,
mas estas fueron las primeras cristianas que hubo en la Nueva-España.
Y Cortés las repartió á cada capitan la suya, é á esta doña Marina,
como era de buen parecer y entremetida é desenvuelta, dió á Alonso
Hernandez Puertocarrero, que ya he dicho otra vez que era muy buen
caballero, primo del conde de Medellin; y desque fué á Castilla el
Puertocarrero, estuvo la doña Marina con Cortés, é della hubo un hijo,
que se dijo don Martin Cortés, que el tiempo andando fué comendador de
Santiago.
En aquel pueblo estuvimos cinco dias, así porque se curaban las heridas
como por los que estaban con dolor de riñones, que allí se les quitó;
y demás desto, porque Cortés siempre atraia con buenas palabras á los
caciques, y les dijo cómo el Emperador nuestro señor, cuyos vasallos
somos, tiene á su mandado muchos grandes señores, y que es bien que
ellos le dén la obediencia; é que en lo que hubieren menester, así
favor de nosotros como otra cualquiera cosa, que se lo hagan saber
donde quiera que estuviésemos, que él les vendrá á ayudar.
Y todos los caciques le dieron muchas gracias por ello, y allí se
otorgaron por vasallos de nuestro grande Emperador. Estos fueron los
primeros vasallos que en la Nueva-España dieron la obediencia á su
majestad.
Y luego Cortés les mandó que para otro dia, que era domingo de Ramos,
muy de mañana viniesen al altar que hicimos, con sus hijos y mujeres,
para que adorasen la santa imágen de Nuestra Señora y la Cruz; y
asimismo les mandó que viniesen seis indios carpinteros, y que fuesen
con nuestros carpinteros, y que en el pueblo de Cintia, adonde Dios
Nuestro Señor fué servido de darnos aquella victoria de la batalla
pasada, por mí referida, que hiciesen una cruz en un árbol grande que
allí estaba, que llaman ceiba, é hiciéronla en aquel árbol á efecto que
durase mucho, que con la corteza, que suele reverdecer, está siempre
la cruz señalada.
Hecho esto mandó que aparejasen todas las canoas que tenian, para nos
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