Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 21

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luego les cortaban los muslos y brazos y la cabeza, y aquello comian en
fiestas y banquetes; y la cabeza colgaban de unas vigas, y el cuerpo
del indio sacrificado no llegaban á él para le comer, sino dábanlo
á aquellos bravos animales; pues más tenian en aquella maldita casa
muchas víboras y culebras emponzoñadas, que traen en las colas unos que
suenan como cascabeles; estas son las peores víboras que hay de todas,
y teníanlas en cunas, tinajas y en cántaros grandes, y en ellos mucha
pluma, y allí tenian sus huevos y criaban sus viboreznos, y les daban á
comer de los cuerpos de los indios que sacrificaban y otras carnes de
perros de los que ellos solian criar.
Y aun tuvimos por cierto que cuando nos echaron de Méjico y nos mataron
sobre ochocientos y cincuenta de nuestros soldados é de los de Narvaez,
que de los muertos mantuvieron muchos dias á aquellas fuertes alimañas
y culebras, segun diré en su tiempo y sazon: y aquestas culebras
y bestias tenian ofrecidas á aquellos sus ídolos bravos para que
estuviesen en su compañía.
Digamos ahora las cosas infernales que hacian cuando bramaban los
tigres y leones y aullaban los adives y zorros y silbaban las sierpes;
era grima oirlo, y parecia infierno.
Pasemos adelante, y digamos de los grandes oficiales que tenia de
cada género de oficio que entre ellos se usaba; y comencemos por los
lapidarios y plateros de oro y plata y todo vaciadizo, que en nuestra
España los grandes plateros tienen que mirar en ello; y destos tenia
tantos y tan primos en un pueblo que se dice Escapuzalco, una legua
de Méjico; pues labrar piedras finas y chalchihuis, que son como
esmeraldas, otros muchos grandes maestros.
Vamos adelante á los grandes oficiales de asentar de pluma y pintores
y entalladores muy sublimados, que por lo que ahora hemos visto la
obra que hacen, ternemos consideracion en lo que entónces labraban,
que tres indios hay en la ciudad de Méjico, tan primos en su oficio de
entalladores y pintores, que se dicen Márcos de Aquino y Juan de la
Cruz y el Crespillo, que si fueran en tiempo de aquel antiguo é afamado
Apéles, y de Miguel Ángel ó Berruguete, que son de nuestros tiempos,
les pusieran en el número dellos.
Pasemos adelante, y vamos á las indias de tejederas y labranderas,
que le hacian tanta multitud de ropa fina con muy grandes labores de
plumas; y de donde más cotidianamente le traian, era de unos pueblos
y provincia que está en la costa del Norte de cabe la Vera-Cruz, que
la decian Costacan, muy cerca de San Juan de Ulúa, donde desembarcamos
cuando veniamos con Cortés; y en su casa del mismo Montezuma todas las
hijas de señores que tenia por amigas, siempre tejian cosas muy primas,
é otras muchas hijas de mejicanos vecinos, que estaban como á manera
de recogimiento, que querian parecer monjas, tambien tejian, y todo de
pluma.
Estas monjas tenian sus casas cerca del gran cu del Huichilóbos, y por
devocion suya y de otro ídolo de mujer, que decian que era su abogada
para casamientos, las metian sus padres en aquella religion hasta que
se casaban, y de allí las sacaban para las casar.
Pasemos adelante, y digamos de la gran cantidad de bailadores que tenia
el gran Montezuma, y danzadores é otros que traen un palo con los piés,
y de otros que vuelan cuando bailan por alto, y de otros que parecen
como matachines, y estos eran para dalle placer. Digo que tenia un
barrio destos que no entendian en otra cosa.
Pasemos adelante, y digamos de los oficiales que tenia de canteros é
albañiles, carpinteros, que todos entendian en las obras de sus casas.
Tambien digo que tenia tantos cuantos queria.
No olvidemos las huertas de flores y árboles olorosos, y de muchos
géneros que dellos tenia, y el concierto y pasaderos dellas, y de sus
albercas, estanques de agua dulce, cómo viene una agua por un cabo
y va por otro, é de los baños que dentro tenia, y de la diversidad
de pajaritos chicos que en los árboles criaban; y qué de yerbas
medicinales y de provecho que en ellas tenia, era cosa de ver; y para
todo esto muchos hortelanos, y todo labrado de cantería, así baños como
paseaderos y otros retretes y apartamientos, como cenaderos, y tambien
adonde bailaban é cantaban; é habia tanto que mirar en esto de las
huertas como en todo lo demás, que no nos hartábamos de ver su gran
poder.
É así por el consiguiente tenia maestros de todos cuantos oficios entre
ellos se usaban, y de todos gran cantidad.
Y porque yo estoy harto de escribir sobre esta materia, y más lo
estarán los letores, lo dejaré de decir, y diré cómo fué nuestro
capitan Cortés con muchos de nuestros capitanes y soldados á ver el
Tatelulco, que es la gran plaza de Méjico, y subimos en el alto cu,
donde estaban sus ídolos Tezcatepuca, y su Huichilóbos; y esta fué la
primera vez que nuestro capitan salió á ver la ciudad de Méjico, y lo
que en ello pasó.


CAPÍTULO XCII.
CÓMO NUESTRO CAPITAN SALIÓ Á VER LA CIUDAD DE MÉJICO Y EL TATELULCO,
QUE ES LA PLAZA MAYOR, Y EL GRAN CU DE SU HUICHILÓBOS, Y LO QUE MÁS
PASÓ.

Como habia ya cuatro dias que estábamos en Méjico, y no salia el
capitan ni ninguno de nosotros de los aposentos, excepto á las casas
y huertas, nos dijo Cortés que seria bien ir á la plaza Mayor á ver
el gran adoratorio de su Huichilóbos, y que queria envialle á decir al
gran Montezuma que lo tuviese por bien; y para ello envió por mensajero
á Jerónimo de Aguilar y á doña Marina, é con ellos á un pajecillo
de nuestro capitan, que entendia ya algo de la lengua, que se decia
Orteguilla.
Y el Montezuma, como lo supo, envió á decir que fuésemos mucho en buen
hora, y por otra parte temió no lo fuésemos á hacer algun deshonor á
sus ídolos, y acordó de ir él en persona con muchos de sus principales,
y en sus ricas andas salió de sus palacios hasta la mitad del camino,
y cabe unos adoratorios se apeó de las andas, porque tenia por gran
deshonor de sus ídolos ir hasta su casa é adoratorio de aquella manera,
y no ir á pié, y llevábanle de brazo grandes principales, é iban
delante del Montezuma señores de vasallos, y llevaban dos bastones como
cetros alzados en alto, que era señal que iba allí el gran Montezuma:
y cuando iba en las andas llevaba una varita, la media de oro y media
de palo, levantada como vara de justicia; y así se fué y subió en su
gran cu, acompañado de muchos papas, y comenzó á zahumar y hacer otras
ceremonias al Huichilóbos.
Dejemos al Montezuma, que ya habia ido adelante, como dicho tengo,
y volvamos á Cortés y á nuestros capitanes y soldados, como siempre
teniamos por costumbre de noche y de dia estar armados, y así nos via
estar el Montezuma, y cuando lo íbamos á ver no lo teniamos por cosa
nueva.
Digo esto porque á caballo nuestro capitan, con todos los más que
tenian caballos y la más parte de nuestros soldados, muy apercebidos
fuimos al Tatelulco, é iban muchos caciques que el Montezuma envió
para que nos acompañasen: y cuando llegamos á la gran plaza, que se
dice el Tatelulco, como no habiamos visto tal cosa, quedamos admirados
de la multitud de gente y mercaderías que en ella habia y del gran
concierto y regimiento que en todo tenian; y los principales que iban
con nosotros nos lo iban mostrando; cada género de mercaderías estaban
por sí y tenian situados y señalados sus asientos.
Comencemos por los mercaderes de oro y plata y piedras ricas, y plumas
y mantas y cosas labradas, y otras mercaderías, esclavos y esclavas;
digo que traian tantos á vender á aquella gran plaza como traen los
portugueses los negros de Guinea, é traíanlos atados en unas varas
largas, con collares á los pescuezos porque no se les huyesen, y otros
dejaban sueltos.
Luego estaban otros mercaderes que vendian ropa más basta, é algodon,
é otras cosas de hilo torcido, y cacaguateros que vendian cacao; y
desta manera estaban cuantos géneros de mercaderías hay en toda la
Nueva-España, puesto que por su concierto, de la manera que hay en mi
tierra, que es Medina del Campo, donde se facen las ferias, que en cada
calle están sus mercaderías por sí, así estaban en esta gran plaza;
y los que vendian mantas de nequen y sogas, y cotaraz, que son los
zapatos que calzan, y hacen de nequen y de las raices del mismo árbol
muy dulces cocidas, y otras zarrabusterías que sacan del mismo árbol;
todo estaba á una parte de la plaza en su lugar señalado; y cueros de
tigres, de leones y de nutrias, y de adives y de venados y de otras
alimañas, é tejones é gatos monteses, dellos adobados y otros sin
adobar.
Estaban en otra parte otros géneros de cosas é mercaderías. Pasemos
adelante, y digamos de los que vendian frisoles y chia y otras
legumbres é yerbas, á otra parte.
Vamos á los que vendian gallinas, gallos de papada, conejos, liebres,
venados y anadones, perrillos y otras cosas deste arte, á su parte de
la plaza.
Digamos de las fruteras, de las que vendian cosas cocidas, mazamorreras
y malcocinado, tambien á su parte; puesto todo género de loza hecha de
mil maneras, desde tinajas grandes y jarrillos chicos, que estaban por
sí aparte; y tambien los que vendian miel y melcochas y otras golosinas
que hacian, como nuegados.
Pues los que vendian madera, tablas, cunas viejas é tajos é bancos,
todo por sí. Vamos á los que vendian leña, acote é otras cosas desta
manera.
¿Qué quieren más que diga? Que hablando con acato, tambien vendian
canoas llenas de hienda de hombres, que tenian en los esteros cerca
de la plaza, y esto era para hacer ó para curtir cueros, que sin ella
decian que no se hacian buenos. Bien tengo entendido que algunos se
reian desto; pues digo que es así; y más digo, que tenian por costumbre
que en todos los caminos que tenian hechos de cañas ó paja ó yerbas
porque no los viesen los que pasasen por ellos, y allí se metian si
tenian ganas de purgar los vientres, porque no se les perdiese aquella
suciedad.
¿Para qué gasto ya tantas palabras de lo que vendian en aquella
plaza? Porque es para no acabar tan presto de contar por menudo todas
las cosas, sino qué papel, que en esta tierra llaman amatl, y unos
cañutos de olores con liquidámbar, llenos de tabaco, y otros ungüentos
amarillos, y cosa deste arte vendian por sí; é vendian mucha grana
debajo de los portales que estaban en aquella gran plaza; é habia
muchos herbolarios y mercaderías de otra manera: y tenian allí sus
casas, donde juzgaban tres jueces y otros como alguaciles ejecutores
que miraban las mercaderías.
Olvidádoseme habia la sal y los que hacian navajas de pedernal, y de
cómo las sacaban de la misma piedra.
Pues pescaderas y otros que vendian uno panecillos que hacen de una
como lama que cogen de aquella gran laguna, que se cuaja y hacen panes
dello, que tienen un sabor á manera de queso; y vendian hachas de laton
y cobre y estaño, y jícaras, y unos jarros muy pintados, de madera
hechos.
Ya queria haber acabado de decir todas las cosas que allí se vendian,
porque eran tantas y de tan diversas calidades, que para que lo
acabáramos de ver é inquirir era necesario más espacio; que, como la
gran plaza estaba llena de tanta gente y toda cercada de portales,
que en un dia no se podia ver todo; y fuimos al gran cu, é ya que
íbamos cerca de sus grandes patios, é ántes de salir de la misma plaza
estaban otros muchos mercaderes, que segun dijeron, era que tenian á
vender oro en granos como lo sacan de las minas, metido el oro en unos
cañutillos delgados de los de ansarones de la tierra, é así blancos
porque se pareciese el oro por defuera, y por el largor y gordor de
los cañutillos tenian entre ellos su cuenta qué tantas mantas ó qué
jiquipiles de cacao valía, ó qué esclavos, ó otra cualquier cosa á que
lo trocaban.
É así, dejamos la gran plaza sin más la ver, y llegamos á los grandes
patios y cercas donde estaba el gran cu, y tenia ántes de llegar á él
un gran circuito de patios, que me parece que eran mayores que la plaza
que hay en Salamanca, y con dos cercas alrededor de cal y canto, y el
mismo patio y sitio todo empedrado de piedras grandes de losas blancas
y muy lisas, y adonde no habia de aquellas piedras, estaba encalado y
bruñido, y todo muy limpio, que no hallaran una paja ni polvo en todo
él.
Y cuando llegamos cerca del gran cu, ántes que subiésemos ninguna
grada dél, envió el gran Montezuma desde arriba, donde estaba haciendo
sacrificios, seis papas y dos principales para que acompañasen á
nuestro capitan Cortés, y al subir de las gradas, que eran ciento
y catorce, le iban á tomar de los brazos para le ayudar á subir,
creyendo que se cansaria, como ayudaban á subir á su señor Montezuma,
y Cortés no quiso que llegasen á él; y como subimos á lo alto del gran
cu, en una placeta que arriba se hacia, adonde tenian un espacio como
andamios, y en ellos puestas unas grandes piedras adonde ponian los
tristes indios para sacrificar, allí habia un gran bulto como de dragon
é otras malas figuras, y mucha sangre derramada de aquel dia.
É así como llegamos, salió el gran Montezuma de un adoratorio donde
estaban sus malditos ídolos, que era en lo alto del gran cu, y vinieron
con él dos papas, y con mucho acato que hicieron á Cortés é á todos
nosotros le dijo:
—«Cansado estareis, señor Malinche, de subir á este nuestro gran
templo.»
Y Cortés le dijo con nuestras lenguas, que iban con nosotros, que él
ni nosotros no nos cansábamos en cosa ninguna; y luego le tomó por la
mano y le dijo que mirase su gran ciudad y todas las más ciudades que
habia dentro en el agua, é otros muchos pueblos en tierra alrededor
de la misma laguna; y que si no habia visto bien su gran plaza, que
desde allí la podria ver muy mejor; y así lo estuvimos mirando, porque
aquel grande y maldito templo estaba tan alto, que todo lo señoreaba;
y de allí vimos las tres calzadas que entran en Méjico, que es la de
Iztapalapa, que fué por la que entramos cuatro dias habia; y la de
Tacuba fué por donde despues de ahí á ocho meses salimos huyendo la
noche de nuestro gran desbarate, cuando Cuedlauaca, nuevo señor, nos
echó de la ciudad, como adelante diremos; y la de Tepeaquilla; y viamos
el agua dulce que venia de Chapultepeque, de que se proveia la ciudad;
y en aquellas tres calzadas las puentes que tenian hechas de trecho á
trecho, por donde entraba y salia el agua de la laguna de una parte á
otra; é viamos en aquella gran laguna tanta multitud de canoas, unas
que venian con bastimentos é otras que venian con cargas é mercaderías;
y viamos que cada casa de aquella gran ciudad y de todas las demás
ciudades que estaban pobladas en el agua, de casa á casa no se pasaba
sino por unas puentes levadizas que tenian hechas de madera ó en
canoas; y viamos en aquellas ciudades cues é adoratorios á manera de
torres é fortalezas, y todas blanqueando, que era cosa de admiracion, y
las casas de azuteas, y en las calzadas otras torrecillas é adoratorios
que eran como fortalezas.
Y despues de bien mirado y considerado todo lo que habiamos visto,
tornamos á ver la gran plaza y la multitud de gente que en ella habia,
unos comprando y otros vendiendo, que solamente el rumor y el zumbido
de las voces y palabras que allí habia, sonaba más que de una legua;
y entre nosotros hubo soldados que habian estado en muchas partes del
mundo, y en Constantinopla y en toda Italia y Roma, y dijeron que plaza
tan bien compasada y con tanto concierto, y tamaña y llena de tanta
gente, no la habian visto.
Dejemos esto, y volvamos á nuestro capitan, que dijo á fray Bartolomé
de Olmedo, ya otras veces por mí nombrado, que allí se halló:
—«Paréceme, señor padre, que será bien que demos un tiento á Montezuma
sobre que nos deje hacer aquí nuestra iglesia.»
Y el padre dijo que seria bien si aprovechase, mas que le parecia que
no era cosa convenible hablar en tal tiempo, que no via al Montezuma
de arte que en tal cosa concediese, y luego nuestro Cortés dijo al
Montezuma, con doña Marina, la lengua:
—«Muy gran señor es vuestra majestad, y de mucho más es merecedor;
hemos holgado de ver vuestras ciudades. Lo que os pido por merced es,
que pues estamos aquí en este vuestro templo, que nos mostreis vuestros
dioses y teules.»
Y Montezuma dijo que primero hablaria con sus grandes papas; y luego
que con ellos hubo hablado, dijo que entrásemos en una torrecilla é
apartamento á manera de sala, donde estaban dos como altares con muy
ricas tablazones encima del techo, é en cada altar estaban dos bultos
como de gigante, de muy altos cuerpos y muy gordos, y el primero que
estaba á la mano derecha decian que era el de Huichilóbos, su dios de
la guerra, y tenia la cara y rostro muy ancho, y los ojos disformes é
espantables, y en todo el cuerpo tanta de la pedrería é oro y perlas é
aljófar pegado con engrudo, que hacen en esta tierra de unas como de
raices, que todo el cuerpo y cabeza estaba lleno dello, y ceñido al
cuerpo unas á manera de grandes culebras hechas de oro y pedrería, y en
una mano tenia un arco y en otra unas flechas.
É otro ídolo pequeño que allí cabe él estaba, que decian era su paje,
le tenia una lanza no larga y una rodela muy rica de oro ó pedrería,
é tenia puestas al cuello de Huichilóbos unas caras de indios y otros
como corazones de los mismos indios, y estos de oro y dellos de plata
con mucha pedrería azules; y estaban allí unos braseros con incienso,
que es su copal, y con corazones de indios de aquel dia sacrificados, é
se quemaban, y con el humo y copal le habian hecho aquel sacrificio; y
estaban todas las paredes de aquel adoratorio tan bañadas y negras de
costras de sangre, y asimismo el suelo, que todo hedia muy malamente.
Luego vimos á la otra parte de la mano izquierda estar el otro gran
bulto del altar del Huichilóbos, y tenia un rostro como de oso y unos
ojos que le relumbraban, hechos de sus espejos, que se dice Tezcat,
y el cuerpo con ricas piedras pegadas segun y de la manera del otro
su Huichilóbos; porque, segun decian, entrambos eran hermanos, y
este Tezcatepuca era el dios de los infiernos, y tenia cargo de las
ánimas de los mejicanos, y tenia ceñidas al cuerpo unas figuras como
diablillos chicos, y las colas dellos como sierpes, y tenia en las
paredes tantas costras de sangre y el suelo todo bañado dello, que
en los mataderos de Castilla no habia tanto hedor; y allí le tenian
presentado cinco corazones de aquel dia sacrificados; y en lo más alto
de todo el cu estaba otra concavidad muy ricamente labrada la madera
della, y estaba otro bulto como de medio hombre y medio lagarto, todo
lleno de piedras ricas, y la mitad del enmantado.
Este decian que la mitad dél estaba lleno de todas las semillas que
habia en toda la tierra, y decian que era el dios de las sementeras y
frutas; no se me acuerda el nombre dél, y todo estaba lleno de sangre,
así paredes como altar, y era tanto el hedor, que no viamos la hora
de salirnos fuera, y allí tenian un tambor muy grande en demasía, que
cuando le tañian el sonido dél era tan triste y de tal manera, como
dicen instrumento de los infiernos, y más de dos leguas de allí se oia;
y decian que los cueros de aquel atambor eran de sierpes muy grandes;
é en aquella placeta tenian tantas cosas muy diabólicas de ver, de
bocinas y trompetillas y navajones, y muchos corazones de indios que
habian quemado, con que zahumaban aquellos sus ídolos, y todo cuajado
de sangre, y tenian tanto, que los doy á la maldicion; y como todo
hedia á carnicería, no viamos la hora de quitarnos de tan mal hedor y
peor vista; y nuestro capitan dijo á Montezuma con nuestra lengua, como
medio riendo:
—«Señor Montezuma, no sé yo cómo un tan gran señor é sábio varon como
vuestra majestad es, no haya coligido en su pensamiento cómo no son
estos vuestros ídolos dioses, sino cosas malas, que se llaman diablos.
Y para que vuestra majestad lo conozca y todos sus papas lo vean claro,
hacedme una merced, que hayais por bien que en lo alto desta torre
pongamos una cruz, y en una parte destos adoratorios, donde están
vuestros Huichilóbos y Tezcatepuca, harémos un apartado donde pongamos
una imágen de Nuestra Señora; la cual imágen ya el Montezuma la habia
visto; y vereis el temor que dello tienen esos ídolos que os tienen
engañados.»
Y el Montezuma respondió medio enojado, y dos papas que con él estaban
mostraron malas señales, y dijo:
—«Señor Malinche, si tal deshonor como has dicho creyera que habias de
decir, no te mostrara mis dioses; aquestos tenemos por muy buenos, y
ellos dan salud y aguas y buenas sementeras, é temporales y vitorias, y
cuanto queremos, é tenémoslos de adorar y sacrificar. Lo que os ruego
es, que no se digan otras palabras en su deshonor.»
Y como aquello le oyó nuestro capitan, y tan alterado, no le replicó
más en ello, y con cara alegre le dijo:
—«Hora es que Vuestra Majestad y nosotros nos vamos.»
Y el Montezuma respondió que era bien, é que porque él tenia que rezar
é hacer ciertos sacrificios en recompensa del gratlatlacol, que quiere
decir pecado que habia hecho en dejarnos subir en su gran cu é ser
causa de que nos dejase ver sus dioses, é del deshonor que les hicimos
en decir mal dellos, que ántes que se fuese que lo habia de rezar é
adorar.
Y Cortés le dijo:
—«Pues que así es, perdone, señor.»
É luego nos bajamos las gradas abajo, y como eran ciento y catorce,
é algunos de nuestros soldados estaban malos de bubas ó humores, les
dolieron los muslos de bajar.
Y dejaré de hablar de su adoratorio, y diré lo que me parece del
circuito y manera que tenia; y si no lo dijere tan al natural como era,
no se maravillen, porque en aquel tiempo tenia otro pensamiento de
entender en lo que traiamos entre manos, que era en lo militar y lo que
mi capitan Cortés me mandaba, y no en hacer relaciones.
Volvamos á nuestra materia. Paréceme que el circuito del gran cu seria
de seis muy grandes solares de los que dan en esta tierra, y desde
abajo hasta arriba, adonde estaba una torrecilla, é allí estaban sus
ídolos, va estrechando, y en medio del alto cu hasta lo más alto
dél van cinco concavidades á manera de barbacanas y descubiertas
sin mamparos; y porque hay muchos cues pintados en reposteros de
conquistadores, é en uno que yo tengo, que cualquiera dellos al que los
ha visto, podrá colegir la manera que tenian por defuera; mas lo que
yo vi y entendí, é dello hubo fama en aquellos tiempos que fundaron
aquel gran cu, en el cimiento dél habian ofrecido de todos los vecinos
de aquella gran ciudad oro é plata y aljófar é piedras ricas, é que le
habian bañado con mucha sangre de indios que sacrificaron, que habian
tomado en las guerras, y de toda manera de diversidad de semillas
que habia en toda la tierra, porque les diesen sus ídolos victorias é
riquezas y muchos frutos.
Dirán ahora algunos letores muy curiosos que cómo pudimos alcanzar á
saber que en el cimiento de aquel gran cu echaron oro y plata é piedras
de chalchihuis ricas, y semillas, y lo rociaban con sangre humana de
indios que sacrificaban, habiendo sobre mil años que se fabricó y se
hizo.
Á esto doy por respuesta que desde que ganamos aquella fuerte y gran
ciudad y se repartieron los solares, que luego propusimos que en aquel
gran cu habiamos de hacer la iglesia de nuestro patron é guiador señor
Santiago, é cupo mucha parte de solar del alto cu para el solar de la
santa iglesia, y cuando abrian los cimientos para hacerlos más fijos,
hallaron mucho oro y plata y chalchihuis, y perlas é aljófar y otras
piedras.
Y asimismo á un vecino de Méjico que le cupo otra parte del mismo
solar, halló lo mismo; y los oficiales de la hacienda de su majestad
demandábanlo por de su majestad, que le venia de derecho, y sobre ello
hubo pleito, é no se me acuerda lo que pasó, mas de que se informaron
de los caciques y principales de Méjico y de Guatemuz, que entónces era
vivo, é dijeron que es verdad que todos los vecinos de Méjico de aquel
tiempo echaron en los cimientos aquellas joyas é todo lo demás, é que
así lo tenian por memoria en sus libros y pinturas de cosas antiguas,
é por esta causa se quedó para la obra de la santa iglesia de señor
Santiago.
Dejemos esto, y digamos de los grandes y suntuosos patios que estaban
delante del Huichilóbos, adonde está ahora señor Santiago, que se dice
el Taltelulco, porque así se solia llamar.
Ya he dicho que tenian dos cercas de cal y canto ántes de entrar
dentro, é que era empedrado de piedras blancas como losas, y muy
encalado y bruñido y limpio, y seria de tanto compás y tan ancho como
la plaza de Salamanca; y un poco apartado del gran cu estaba una
torrecilla que tambien era casa de ídolos, ó puro infierno, porque
tenia á la boca de la una puerta una muy espantable boca de las que
pintan, que dicen que es como la que está en los infiernos, con la boca
abierta y grandes colmillos para tragar las ánimas.
É asimismo estaban unos bultos de diablos y cuerpos de sierpes junto
á la puerta, y tenian un poco apartado un sacrificadero, y todo ello
muy ensangrentado y negro de humo é costras de sangre; y tenian
muchas ollas grandes y cántaros é tinajas dentro en la casa llenas
de agua, que era allí donde cocinaban la carne de los tristes indios
que sacrificaban, que comian los papas, porque tambien tenian cabe el
sacrificadero muchos navajones y unos tajos de madera como en los que
cortan carne en las carnicerías.
Y asimismo detrás de aquella maldita casa, bien apartado della, estaban
unos grandes rimeros de leña, y no muy léjos una gran alberca de agua
que se henchia y vaciaba, que le venia por su caño encubierto de la
que entraba en la ciudad desde Chapultepeque. Yo siempre la llamaba á
aquella casa el infierno.
Pasemos adelante del patio y vamos á otro cu, donde era enterramiento
de grandes señores mejicanos, que tambien tenian otros ídolos, y todo
lleno de sangre é humo, y tenia otras puertas y figuras de infierno; y
luego junto de aquel cu estaba otro lleno de calaveras é zancarrones
puestos con gran concierto, que se podian ver, más no se podian contar,
porque eran muchos, y las calaveras por sí, y los zancarrones en otros
rimeros; é allí habia otros ídolos, y en cada casa ó cu y adoratorio
que he dicho, estaban papas con sus vestiduras largas de mantas prietas
y las capillas como de dominicos, que tambien tiraban un poco á las
de los canónigos, y el cabello muy largo y hecho, que no se podia
desparcir ni desenredar; y todos los más sacrificados las orejas, é en
los mismos cabellos mucha sangre.
Pasemos adelante, que habia otros cues apartados un poco de donde
estaban las calaveras, que tenian otros ídolos y sacrificios de otras
malas pinturas; é aquellos decian que eran abogados de los casamientos
de los hombres.
No quiero detenerme más en contar de ídolos, sino solamente diré que
en torno de aquel gran patio habia muchas casas, é no altas, é eran
adonde estaban y residian los papas é otros indios que tenian cargo de
los ídolos; y tambien tenian otra muy mayor alberca ó estanque de agua
y muy limpia á una parte del gran cu, y era dedicada para solamente el
servicio de Huichilóbos é Tezcatepuca, y entraba el agua en aquella
alberca por caños encubiertos que venian de Chapultepeque; é allí cerca
estaban otros grandes aposentos á manera de monasterio, adonde estaban
recogidas muchas hijas de vecinos mejicanos, como monjas, hasta que
se casaban; y allí estaban dos bultos de ídolos de mujeres, que eran
abogadas de los casamientos de las mujeres, y á aquellas sacrificaban y
hacian fiestas porque les diesen buenos maridos.
Mucho me he detenido en contar deste gran cu del Tatelulco y sus
patios, pues digo era el mayor templo de sus ídolos de todo Méjico,
porque habia tantos y muy suntuosos, que entre cuatro ó cinco barrios
tenian un adoratorio y sus ídolos; y porque eran muchos é yo no sé
la cuenta de todos, pasaré adelante, y diré que en Cholula el gran
adoratorio que en él tenian era de mayor altor que no el de Méjico,
porque tenia ciento y veinte gradas, y segun dicen, el ídolo de Cholula
teníanle por bueno, é iban á él en romería de todas partes de la
Nueva-España á ganar perdones, y á esta causa lo hicieron tan suntuoso
cu, mas era de otra hechura que el mejicano, é asimismo los patios muy
grandes é con dos cercas.
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