Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 15

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fuertes ni que con tanto ánimo hayan peleado ni pasado tan excesivos
trabajos como nosotros; é que andar con las armas á cuestas á la
continua, y velas, rondas y frios, que si así no lo hubiéramos hecho
ya fuéramos perdidos, y que por salvar nuestras vidas, que aquellos
trabajos y otros mayores habiamos de tomar; é dijo:
—«¿Para qué es, señores, contar en esto cosas de valentías, que
verdaderamente nuestro Señor es servido ayudarnos? É que cuando se me
acuerda vernos cercados de tantas capitanías de contrarios, y verles
esgrimir sus montantes y andar tan junto de nosotros, ahora me pone
grima, especial cuando nos mataron la yegua de una cuchillada, cuán
perdidos y desbaratados estábamos, y entónces conocí vuestro muy
grandísimo ánimo más que nunca; y pues Dios nos libró de tan gran
peligro, que esperanza tenia en él que así habia de ser de allí
adelante, pues en todos estos peligros no me conoceriades tener pereza,
que en ellos me hallaba con vuestras mercedes.»
Y tuvo razon de lo decir, porque ciertamente en todas las batallas se
hallaba de los primeros.
—«He querido, señores, traeros esto á la memoria, que pues nuestro
Señor fué servido guardarnos, tengamos esperanza que así será de aquí
adelante, pues desque entramos en la tierra, en todos los pueblos les
predicamos la santa doctrina lo mejor que podemos, y les procuramos
deshacer sus ídolos.
»Y pues que ya viamos que el capitan Xicotenga ni sus capitanías
no parecian, y que de miedo no debian de osar volver, porque les
debiéramos de hacer mala obra en las batallas pasadas, y que no podria
juntar sus gentes, habiendo sido ya desbaratado tres veces, y que por
esta causa tenia confianza en Dios y en su abogado señor San Pedro,
que era fenecida la guerra de aquella provincia; y ahora, como habeis
visto, traen de comer los de Cimpacingo y quedan de paz, y estos
nuestros vecinos que están por aquí poblados en sus casas; y que en
cuanto dar con los navíos al través, fué muy bien aconsejado, y que
si no llamó á alguno dellos al consejo, como á otros caballeros, fué
por lo que sintió en el arenal, que no lo quisiera ahora traer á la
memoria; y que el acuerdo y consejo que ahora le dan y el que entónces
le dieron es todo de una manera y todo uno, y que miren que hay otros
muchos caballeros en el real que serán muy contrarios de lo que ahora
piden y aconsejan, y que encaminemos siempre todas las cosas á Dios, y
seguillas en su santo servicio será mejor.
»Y á lo que, señores, decis, que jamás capitanes romanos de los muy
nombrados han acometido tan grandes hechos como nosotros, vuestras
mercedes dicen verdad. É ahora en adelante, mediante Dios, dirán en las
historias que desto harán memoria, mucho más que de los antepasados;
pues, como he dicho, todas nuestras cosas en servicio de Dios y
nuestro gran Emperador don Cárlos, y aun debajo de su recta justicia y
cristiandad, serán ayudadas de la misericordia de Nuestro Señor, y nos
sosterná que vamos de bien en mejor.
»Así que, señores, no es cosa bien acertada volver un paso atrás; que
si nos viesen volver estas gentes y los que dejamos atrás de paz, las
piedras se levantarian contra nosotros; y como ahora nos tienen por
dioses y ídolos, que así nos llaman, nos juzgarian por muy cobardes y
de pocas fuerzas.
»Y á lo que decis de estar entre los amigos totonaques, nuestros
aliados, si nos viesen que damos vuelta sin ir á Méjico se levantarian
contra nosotros, y la causa dello seria que, como les quitamos que no
diesen tributo á Montezuma, enviaria sus poderes mejicanos contra ellos
para que los tornasen á tributar y sobre ello dalles guerra, y aun les
mandaria que nos la dén á nosotros; y ellos, por no ser destruidos,
porque les temen en gran manera, lo pornian por la obra; así que,
donde pensábamos tener amigos, serian enemigos; pues desque lo supiese
el gran Montezuma que nos habiamos vuelto, ¿qué diria? ¿En qué ternia
nuestras palabras ni lo que le enviamos á decir? Que todo era cosa de
burla ó juego de niños.
»Así que, señores, mal allá y peor acullá, más vale que estemos aquí
donde estamos, que es bien llano y todo bien poblado, y este nuestro
real bien bastecido: unas veces gallinas, otras perros, gracias á Dios
no falta de comer, si tuviésemos sal, que es la mayor falta que al
presente tenemos, y ropa para guarecernos del frio.
»Y á lo que decis, señores, que se han muerto desde que salimos de la
isla de Cuba cincuenta y cinco soldados de heridas, hambres, frios,
dolencias y trabajos, é que somos pocos, é todos heridos y dolientes,
Dios nos da esfuerzo por muchos; porque vista cosa es que las guerras
gastan hombres y caballos, y que unas veces comemos bien, y no venimos
al presente para descansar, sino para pelear cuando se ofreciere; por
tanto os pido, señores, por merced, que pues sois caballeros y personas
que ántes habíades esforzar á quien viésedes mostrar flaqueza, que de
aquí adelante se os quite del pensamiento la isla de Cuba y lo que allá
dejais, y procuremos de hacer lo que siempre habeis hecho como buenos
soldados; que despues de Dios, que es nuestro socorro é ayuda, han de
ser nuestros valerosos brazos.»
Y como Cortés hubo dado esta respuesta, volvieron aquellos soldados
á repetir en la plática, y dijeron que todo lo que decia estaba bien
dicho; mas que cuando salimos de la villa que dejábamos poblada,
nuestro intento era, y ahora lo es, de ir á Méjico, pues hay tan gran
fama de tan fuerte ciudad y tan multitud de guerreros, y que aquellos
tlascaltecas decian que los de Cempoal eran pacíficos, y no habia fama
dellos, como de los de Méjico; y habemos estado tan á riesgo nuestras
vidas, que si otro dia nos dieran otra batalla como alguna de las
pasadas, ya no nos podiamos tener de cansados, ya que no nos diesen
más guerras; que la ida de Méjico les parecia muy terrible cosa, y que
mirase lo que decia y ordenaba.
Y Cortés respondió, medio enojado, que valía más morir por buenos, como
dicen los cantares, que vivir deshonrados; y demás desto que Cortés les
dijo, todos los más soldados que le fuimos en alzar capitan y dimos
consejo sobre dar al través con los navíos, dijimos en alta voz que
no curase de corrillos ni de oir semejantes pláticas, sino que con el
ayuda de Dios con buen concierto estemos apercebidos para hacer lo que
convenga, y así cesaron todas las pláticas; verdad es que murmuraban de
Cortés é le maldecian, y aun de nosotros, que le aconsejábamos, y de
los de Cempoal, que por tal camino nos trujeron, y decian otras cosas
no bien dichas; mas en tales tiempos se disimulaban.
En fin, todos obedecieron muy bien.
Y dejaré de hablar en esto, y diré cómo los caciques viejos de la
cabecera de Tlascala enviaron otra vez mensajeros de nuevo á su capitan
general Xicotenga, que en todo caso no nos dé guerra, y que vaya de paz
luego á nos ver y llevar de comer, porque así está ordenado por todos
los caciques y principales de aquella tierra y de Guaxocingo; y tambien
enviaron á mandar á los capitanes que tenia en su compañía que si no
fuese para tratar paces, que en cosa ninguna le obedeciesen; y esto le
tornaron á enviar á decir tres veces, porque sabian cierto que no les
queria obedecer, y tenia determinado el Xicotenga que una noche habia
de dar otra vez en nuestro real, porque para ello tenia juntos veinte
mil hombres; y como era soberbio y muy porfiado, así ahora como las
otras veces no quiso obedecer.
Y lo que sobre ello hizo diré adelante.


CAPÍTULO LXX.
CÓMO EL CAPITAN XICOTENGA TENIA APERCEBIDOS VEINTE MIL HOMBRES
ESCOGIDOS, PARA DAR EN NUESTRO REAL, Y LO QUE SOBRE ELLO SE HIZO.

Como Masse-Escaci y Xicotenga el viejo, y todos los más caciques de la
cabecera de Tlascala enviaron cuatro veces á decir á su capitan que no
nos diese guerra, sino que nos fuese á hablar de paz, pues estaba cerca
de nuestro real, y mandaron á los demás capitanes que con él estaban
que no le siguiesen si no fuese para acompañarle si nos iba á ver de
paz; como el Xicotenga era de mala condicion, porfiado y soberbio,
acordó de nos enviar cuarenta indios con comida de gallinas, pan y
fruta, y cuatro mujeres indias viejas y de ruin manera, y mucho copal
y plumas de papagayos, y los indios que lo traian al parecer creimos
que venian de paz; y llegados á nuestro real, zahumaron á Cortés, y sin
hacer acato, como suelen entre ellos, dijeron:
—«Esto os envia el capitan Xicotenga, que comais si sois teules, como
dicen los de Cempoal; é si quereis sacrificios, tomá esas cuatro
mujeres que sacrifiqueis, y podeis comer de sus carnes y corazones;
y porque no sabemos de qué manera lo haceis, por eso no las hemos
sacrificado ahora delante de vosotros; y si sois hombres, comed de las
gallinas, pan y fruta; y si sois teules mansos, aquí os traemos copal
(que ya he dicho que es como incienso) y plumas de papagayos; haced
vuestro sacrificio con ello.»
Y Cortés respondió con nuestras lenguas que ya les habia enviado á
decir que quieren paz y que no venia á dar guerra, y les venian á rogar
y manifestar de parte de nuestro Señor Jesucristo, que es él en quien
creemos y adoramos, y el Emperador don Cárlos (cuyos vasallos somos),
que no maten ni sacrifiquen á ninguna persona, como lo suelen hacer;
y que todos nosotros somos hombres de hueso y de carne como ellos,
y no teules, sino cristianos, y que no tenemos costumbre de matar á
ningunos; que si matar quisiéramos, que todas las veces que nos dieron
guerra de dia y de noche habia en ellos hartos en que pudiéramos hacer
crueldades, y que por aquella comida que allí traen se lo agradece, y
que no sean más locos de lo que han sido, y vengan de paz.
Y parece ser aquellos indios que envió el Xicotenga con la comida,
eran espías para mirar nuestras chozas y entradas y salidas, y todo
lo que en nuestro real habia, y ranchos y caballos y artillería, y
cuántos estábamos en cada choza; y estuvieron aquel dia y la noche, y
se iban unos con mensajes á su Xicotenga y venian otros; y los amigos
que traiamos de Cempoal miraron y cayeron en ello, que no era cosa
acostumbrada estar de dia ni de noche nuestros enemigos en el real
sin propósito ninguno, y que cierto eran espías, y tomaron dellos más
sospecha porque cuando fuimos á lo del pueblezuelo Cimpacingo, dijeron
dos viejos de aquel pueblo á los de Cempoal, que estaba apercibido
Xicotenga con muchos guerreros para dar en nuestro real de noche de
manera que no fuesen sentidos, y los de Cempoal entónces tuviéronlo por
burla y cosa de fieros, y por no sabello muy de cierto no se lo habian
dicho á Cortés; y súpolo luego doña Marina, y ella lo dijo á Cortés;
y para saber la verdad mandó Cortés apartar dos de los tlascaltecas
que parecian más hombres de bien, y confesaron que eran espías de
Xicotenga, y todo á la fin que venian; y Cortés les mandó soltar, y
tomamos otros dos, y ni más ni ménos confesaron que eran espías; y
tomáronse otros dos ni más ni ménos, y más dijeron, que estaba su
capitan Xicotenga aguardando la respuesta para dar aquella noche con
todas sus capitanías en nosotros; y como Cortés lo hubo entendido, lo
hizo saber en todo el real para que estuviésemos muy alerta, creyendo
que habia de venir, como lo tenian concertado.
Y luego mandó prender hasta diez y siete indios de aquellos espías, y
dellos se le cortaron las manos y á otros los dedos pulgares, y los
enviamos á su capitan Xicotenga, y se les dijo que por el atrevimiento
de venir de aquella manera se les ha hecho ahora aquel castigo, é digan
que venga cuando quisiere, de dia ó de noche; que allí le aguardariamos
dos dias, y que si dentro de los dos dias no viniese, que lo iriamos á
buscar á su real; y que ya hubiéramos ido á les dar guerra y matalles,
sino porque los queremos mucho, y que no sean más locos, y vengan de
paz; y como fueron aquellos indios de las manos cortadas y dedos, en
aquel instante dicen que ya Xicotenga queria salir de su real con
todos sus poderes para dar sobre nosotros de noche, como lo tenian
concertado; y como vió ir á sus espías de aquella manera, se maravilló
y preguntó la causa dello, y le contaron todo lo acaecido, y desde
entónces perdió el brio y soberbia; y demás desto, ya se le habia
ido del real una capitanía con toda su gente, con quien habia tenido
contienda y bandos en las batallas pasadas.
Dejemos esto aquí, é pasemos adelante.


CAPÍTULO LXXI.
CÓMO VINIERON Á NUESTRO REAL LOS CUATRO PRINCIPALES QUE HABIAN ENVIADO
Á TRATAR PACES, Y EL RAZONAMIENTO QUE HICIERON, Y LO QUE MÁS PASÓ.

Estando en nuestro real sin saber que habian de venir de paz, puesto
que la deseábamos en gran manera, y estábamos entendiendo en aderezar
armas y en hacer saetas, y cada uno en lo que habia menester para en
cosas de la guerra; en este instante vino uno de nuestros corredores
del campo á gran priesa, y dijo que por el camino principal de Tlascala
vienen muchos indios é indias con cargas, y que sin torcer por el
camino, vienen hácia nuestro real, é que el otro su compañero de á
caballo, corredor del campo, está atalayando para ver á qué parte van;
y estando en esto llegó el otro su compañero de á caballo, y dijo que
muy cerca de allí venian derechos donde estábamos, y que de rato en
rato hacian paradillas; y Cortés y todos nosotros nos alegramos con
aquellas nuevas, porque creimos cierto ser de paz, como lo fué, y mandó
Cortés que no se hiciese alboroto ni sentimiento, y que disimulados nos
estuviésemos en nuestras chozas.
Y luego, de todas aquellas gentes que venian con las cargas se
adelantaron cuatro principales que traian cargo de entender en las
paces, como les fué mandado por los caciques viejos; y haciendo señas
de paz, que era bajar la cabeza, se vinieron derechos á la choza
y aposento de Cortés, y pusieron la mano en el suelo y besaron la
tierra, y hicieron tres reverencias y quemaron sus copales, y dijeron
que todos los caciques de Tlascala y vasallos y aliados, y amigos y
confederados suyos, se vienen á meter debajo de la amistad y paces
de Cortés y de todos sus hermanos los teules que consigo estaban, y
que los perdone porque no han salido de paz y por la guerra que nos
han dado, porque creyeron y tuvieron por cierto que éramos amigos
de Montezuma y sus mejicanos, los cuales son sus enemigos mortales
de tiempos muy antiguos, porque vieron que venian con nosotros en
nuestra compañía muchos de sus vasallos que le dan tributos; y que con
engaño y traiciones les querian entrar en su tierra, como lo tenian
de costumbre, para llevar robados sus hijos y mujeres, y que por esta
causa no creian á los mensajeros que les enviábamos.
Y demás desto dijeron que los primeros indios que nos salieron á dar
guerra así como entramos en sus tierras, que no fué por su mandado y
consejo, sino por los chontales estomíes, que son gentes como monteses
y sin razon; y que como vieron que éramos tan pocos, que creyeron de
tomarnos á manos y llevarnos presos á sus señores y ganar gracias con
ello, y que ahora vienen á demandar perdon de su atrevimiento, y que
cada dia traerán más bastimento del que allí traian, y que lo recibamos
con el amor que lo envian, y que de allí á dos dias vendrá el capitan
Xicotenga con otros caciques, y dará más relacion de la buena voluntad
que toda Tlascala tiene de nuestra buena amistad.
Y luego que hubieron acabado su razonamiento bajaron sus cabezas y
pusieron las manos en el suelo y besaron la tierra; y luego Cortés les
habló con nuestras lenguas con gravedad é hizo del enojado, é dijo que,
puesto que habia causas para no los oir ni tener amistad con ellos,
porque desde que entramos por su tierra les enviamos á demandar paces y
les envió á decir que los queria favorecer contra sus enemigos los de
Méjico, é no lo quisieron creer y querian matar nuestros embajadores, y
no contentos con aquello, nos dieron guerra tres veces, y de noche, y
que tenian espías y asechanzas sobre nosotros, y en las guerras que nos
daban les pudiéramos matar muchos de sus vasallos; y no quise, y que
los que murieron me pesa por ello, que ellos dieron causa á ello, y
que tenian determinado de ir adonde están los caciques viejos á dalles
guerra; que pues ahora vienen de paz de parte de aquella provincia,
que él los recibe en nombre de nuestro Rey y señor, y les agradece el
bastimento que traen; y les mandó que luego fuesen á sus señores á les
decir vengan ó envien á tratar las paces con más certificacion; y si
no vienen, que iriamos á su pueblo á les dar guerra; y les mandó dar
cuentas azules para que diesen á los caciques en señal de paz; y se
les amonestó que cuando viniesen á nuestro real fuese de dia, y no de
noche, porque los matariamos.
Y luego se fueron aquellos cuatro principales mensajeros, y dejaron
en unas casas de indios algo apartadas de nuestro real las indias que
traian para hacer pan, y gallinas y todo servicio, y veinte indios que
les traigan agua y leña, y desde allí adelante los traian muy bien de
comer; y cuando aquello vimos, y nos pareció que eran verdaderas las
paces, dimos muchas gracias á Dios por ello, y vinieron en tiempo que
ya estábamos tan flacos y trabajados y descontentos con las guerras,
sin saber el fin que habria dellas, cual se puede colegir.
Y en los capítulos pasados dice el coronista Gómora que Cortés se subió
en unas peñas, y que vió al pueblo de Cimpacingo; digo que estaba junto
á nuestro real, que harto ciego era el soldado que lo queria ver y no
lo veria muy claro.
Tambien dice que se le querian amotinar y rebelar los soldados, é dice
otras cosas que yo no las quiero escribir, porque es gastar palabras,
porque dice que lo sabe por informacion.
Digo que capitan nunca fué tan obedecido en el mundo, segun adelante
lo verán; que tal por pensamiento no pasó á ningun soldado desde
que entramos en tierra adentro, sino fué cuando lo de los arenales,
y las palabras que le decian en el capítulo pasado era por via de
aconsejarle y porque les parecia que eran bien dichas, y no por otra
via, porque siempre le siguieron muy bien y lealmente; y no es mucho
que en los ejércitos algunos buenos soldados aconsejen á su capitan, y
más si se ven tan trabajados como nosotros andábamos; y quien viere su
historia lo que dice, creerá que es verdad, segun lo refiere con tanta
elocuencia, siendo muy contrario de lo que pasó.
Y dejallo hé aquí, y diré lo que más adelante nos avino con unos
mensajeros que envió el gran Montezuma.


CAPÍTULO LXXII.
CÓMO VINIERON Á NUESTRO REAL EMBAJADORES DE MONTEZUMA, GRAN SEÑOR DE
MÉJICO, Y DEL PRESENTE QUE TRAJERON.

Como nuestro Señor Dios, por su gran misericordia, fué servido darnos
vitoria de aquellas batallas de Tlascala, voló nuestra fama por todas
aquellas comarcas, y fué á oidos del gran Montezuma á la gran ciudad
de Méjico, y si ántes nos tenian por teules, que son como sus ídolos,
de allí adelante nos tenian en muy mayor reputacion y por fuertes
guerreros, y puso espanto en toda la tierra cómo, siendo nosotros tan
pocos y los tlascaltecas de muy grandes poderes, los vencimos, y ahora
enviarnos á demandar paz.
Por manera que Montezuma, gran señor de Méjico, de muy bueno que era,
ó temió nuestra ida á su ciudad, despachó cinco principales hombres de
mucha cuenta á Tlascala y á nuestro real para darnos el bien venido, y
á decir que se habia holgado mucho de nuestra gran vitoria que hubimos
contra tantos escuadrones de guerreros, y envió un presente, obra de
mil pesos de oro, en joyas muy ricas y de muchas maneras labradas, y
veinte cargas de ropa fina de algodon, y envió á decir que queria ser
vasallo de nuestro gran Emperador, y que se holgaba porque estábamos
ya cerca de su ciudad, por la buena voluntad que tenia á Cortés y
á todos los teules sus hermanos que con él estábamos, que así nos
llamaba, y que viese cuánto queria de tributo cada año para nuestro
gran Emperador, que lo dará en oro, plata y joyas y ropa, con tal que
no fuésemos á Méjico; y esto que no lo hacia porque no fuésemos, que
de muy buena voluntad nos acogiera, sino por ser la tierra estéril y
fragosa, y que le pesaria de nuestro trabajo si nos lo viese pasar, é
que por ventura que no lo podria remediar tan bien como querria.
Cortés le respondió y dijo que le tenia en merced la voluntad que
mostraba y el presente que envió, y el ofrecimiento de dar á su
majestad el tributo que decia; y luego rogó á los mensajeros que no se
fuesen hasta ir á la cabecera de Tlascala, y que allí los despacharia,
porque viese en lo que paraba aquello de la guerra; y no les quiso dar
luego la respuesta porque estaba purgado del dia ántes, y purgóse con
unas manzanillas que hay en la isla de Cuba, y son muy buenas para
quien sabe cómo se han de tomar.
Dejaré esta materia, y diré lo que más en nuestro real pasó.


CAPÍTULO LXXIII.
CÓMO VINO XICOTENGA CAPITAN GENERAL DE TLASCALA, Á ENTENDER EN LAS
PACES, Y LO QUE DIJO, Y LO QUE NOS AVINO.

Estando platicando Cortés con los embajadores de Montezuma, como dicho
habemos, y queria reposar porque estaba malo de calenturas y purgado
de otro dia ántes, viénenle á decir que venia el capitan Xicotenga
con muchos caciques y capitanes, y que traen cubiertas mantas blancas
y coloradas, digo la mitad de las mantas blancas y la otra mitad
coloradas, que era su divisa y librea, y muy de paz, y traia consigo
hasta cincuenta hombres principales que le acompañaban; y llegado al
aposento de Cortés, le hizo muy grande acato en sus reverencias, como
entre ellos se usa, y mandó quemar mucho copal, y Cortés con gran amor
le mandó sentar cabe sí; y dijo el Xicotenga que él venia de parte de
su padre y de Masse-Escaci, y de todos los caciques y República de
Tlascala, á rogarle que los admitiese á nuestra amistad; y que venia á
dar la obediencia á nuestro Rey y señor, y á demandar perdon por haber
tomado armas y habernos dado guerra; y que si lo hicieron, que fué
por no saber quién éramos, porque tuvieron por cierto que veniamos de
la parte de su enemigo Montezuma, que como muchas veces suelen tener
astucias y mañas para entrar en sus tierras y roballes y saquealles,
que así creyeron que lo queria hacer ahora; y que por esta causa
procuraron de defender sus personas y pátria, y fué forzado pelear; y
que ellos eran muy pobres, que no alcanzan oro ni plata, ni piedras
ricas, ni ropa de algodon, ni aun sal para comer, porque Montezuma no
les da lugar á ello para salir á buscallo; y que si sus antepasados
tenian algun oro ó piedras de valor, que al Montezuma se le habian dado
cuando algunas veces hacian paces ó tréguas porque no los destruyesen,
y esto en los tiempos muy atrás pasados; y porque al presente no
tienen qué dar, que los perdone, que su pobreza era causa dello,
y no la buena voluntad.
Y dió muchas quejas de Montezuma y de sus aliados, que todos eran
contra ellos y les daban guerra, puesto que se habian defendido muy
bien; y que ahora quisiera hacer lo mismo contra nosotros, y no
pudieron, aunque se habian juntado tres veces con todos sus guerreros,
y que éramos invencibles; y que como conocieron esto de nuestras
personas, que quieren ser nuestros amigos y vasallos del gran señor
Emperador D. Cárlos, porque tienen por cierto que con nuestra compañía
serian siempre guardadas y amparadas sus personas, mujeres é hijos, y
no estarán siempre con sobresalto de los traidores mejicanos; y dijo
otras muchas palabras de ofrecimientos con sus personas y ciudad.
Era este Xicotenga alto de cuerpo y de grande espalda y bien hecho, y
la cara tenia larga y como hoyosa y robusta, y era de hasta treinta y
cinco años, y en el parecer mostraba en su persona gravedad; y Cortés
les dió las gracias muy cumplidas con halagos que le mostró, y dijo
que él los recibia por tales vasallos de nuestro Rey y señor y amigos
nuestros; y luego dijo el Xicotenga que nos rogaba fuésemos á su
ciudad, porque estaban todos los caciques viejos y papas aguardándonos
con mucho regocijo; y Cortés le respondió que él iria presto, y que
luego fuera, sino porque estaba entendiendo en negocios del gran
Montezuma, y como despache aquellos mensajeros, que él será allá; y
tornó Cortés á decir algo más áspero y con gravedad de las guerras
que nos habian dado de dia y de noche; é que pues ya no puede haber
enmienda en ello, que se lo perdona, y que miren que las paces que
ahora les damos que sean firmes y no haya mudamiento, porque si otra
cosa hacen, que los matará y destruirá á su ciudad, y que no aguardasen
otras palabras de paces, sino de guerra.
Y como aquello oyó el Xicotenga y todos los principales que con él
venian, respondieron á una que serian firmes y verdaderas, y que para
ello quedaban todos en rehenes; y pasaron otras pláticas de Cortés á
Xicotenga y de todos los más principales, y se les dieron unas cuentas
verdes y azules para su padre y para él y los más caciques y les mandó
que dijesen que iria presto á su ciudad.
En todas estas pláticas y ofrecimientos que he dicho estaban presentes
los embajadores mejicanos, de lo cual les pesó en gran manera de las
paces, porque bien entendieron que por ellas no les habia de venir bien
ninguno.
Y desque se hubo despedido el Xicotenga, dijeron á Cortés los
embajadores de Montezuma, medio riendo, que si creia algo de aquellos
ofrecimientos é paces que habian hecho de parte de toda Tlascala,
que todo era burla y que no los creyesen, que eran palabras muy de
traidores y engañosas; que lo hacian para que desque nos tuviesen en
su ciudad en parte donde nos pudiesen tomar á su salvo darnos guerra
y matarnos; y que tuviésemos en la memoria cuántas veces nos habian
venido con todos sus poderes á matar, y como no pudieron, y fueron
dellos muchos muertos y otros heridos, que se querian ahora vengar con
demandas y paz fingida.
Y Cortés respondió con semblante muy esforzado, y dijo que no se le
daba nada porque tuviesen tal pensamiento como decian; é ya que todo
fuese verdad, que él se holgaria dello para castigalles con quitalles
las vidas, y que eso se le da que dén guerra de dia que de noche, ni
que sea en el campo que en la ciudad; que en tanto tenia lo uno como lo
otro; y para si es verdad, que por esta causa determina de ir allá.
Y viendo aquellos embajadores su determinacion, rogáronle que
aguardásemos allí en nuestro real seis dias, porque querian enviar dos
de sus compañeros á su señor Montezuma, y que vendrian dentro de los
seis dias con respuesta; y Cortés se lo prometió, lo uno porque, como
he dicho, estaba con calenturas, y lo otro, como aquellos embajadores
le dijeron aquellas palabras, puesto que hizo semblante no hacer
caso dellas, miró que si por ventura serian verdad, hasta ver más
certidumbre en las paces, porque eran tales, que habia que pensar en
ellas; y como en aquella sazon vió que habia venido de paz, y en todo
el camino por donde venimos de nuestra villa rica de la Veracruz eran
los pueblos nuestros amigos y confederados, escribió Cortés á Juan
de Escalante, que ya he dicho que quedó en la villa para acabar de
hacer la fortaleza y por capitan de obra de sesenta soldados viejos
y dolientes que allí quedaron; en las cuales cartas les hizo saber
las grandes mercedes que nuestro Señor Jesucristo nos ha hecho en las
batallas que hubimos en las vitorias y encuentros desde que entramos en
la provincia de Tlascala, donde ahora han venido de paz, y que todos
diesen gracias á Dios por ello; y que mirasen que siempre favoreciesen
á los pueblos totonaques, nuestros amigos, y que le enviase luego
en posta dos botijas de vino que habian dejado soterradas en cierta
parte señalada de su aposento, y asimismo trujesen hostias de las que
habiamos traido de la isla de Cuba, porque las que trujimos de aquella
entrada ya se habian acabado.
En las cuales cartas dice que hubieron mucho placer en la villa, y
escribió el Escalante lo que allí habia sucedido, y todo vino muy
presto; y en aquellos dias en nuestro real pusimos una cruz muy
suntuosa y alta, y mandó Cortés á los indios de Cimpacingo y á los
de las casas que estaban junto de nuestro real que encalasen un cu y
estuviese bien aderezado.
Dejemos de escribir desto, y volvamos á nuestros nuevos amigos los
caciques de Tlascala, que como vieron que no íbamos á su pueblo, ellos
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