Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 17

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deciamos si por ventura dicen verdad; y luego nuestro capitan Cortés
les replicó, y dijo que ciertamente veniamos de hácia donde sale el
sol, y que por esta causa nos envió el Rey nuestro señor á tenellos
por hermanos, porque tienen noticia dellos, y que plegue á Dios nos dé
gracia para que por nuestras manos é intercesion se salven; y dijimos
todos:
—«Amen.»
Hartos estarán ya los caballeros que esto leyeren de oir razonamientos
y pláticas de nosotros á los de Tlascala, y ellos á nosotros; queria
acabar, y por fuerza me he de detener en otras cosas que con ellos
pasamos; y es que el volcan que está cabe Guaxocingo echaba en aquella
sazon que estábamos en Tlascala mucho fuego, más que otras veces solia
echar; de lo cual nuestro capitan Cortés y todos nosotros, como no
habiamos visto tal, nos admiramos dello; y un capitan de los nuestros,
que se decia Diego de Ordás, tomóle codicia de ir á ver qué cosa era, y
demandó licencia á nuestro general para subir en él; la cual licencia
le dió, y aun de hecho se lo mandó; y llevó consigo dos de nuestros
soldados y ciertos indios principales de Guaxocingo, y los principales
que consigo llevaba ponian temor con decille que cuando estuviese á
medio camino de Popocatepeque, que así se llamaba aquel volcan, no
podria sufrir el temblor de la tierra ni llamas y piedras y ceniza
que dél sale, é que ellos no se atreverian á subir más de hasta donde
tienen unos cues de ídolos, que llaman los teules de Popocatepeque.
Y todavía el Diego de Ordás con sus dos compañeros fué su camino hasta
llegar arriba, y los indios que iban en su compañía se le quedaron
en lo bajo; despues el Ordás y los dos soldados vieron al subir que
comenzó el volcan de echar grandes llamaradas de fuego y piedras medio
quemadas y livianas y mucha ceniza, y que temblaba toda aquella sierra
y montaña adonde está el volcan, y estuvieron quedos sin dar más paso
adelante hasta de allí á una hora, que sintieron que habia pasado
aquella llamarada y no echaba tanta ceniza ni humo, y subieron hasta la
boca, que era muy redonda y ancha, y que habia en el anchor un cuarto
de legua.
Y que desde allí se parecia la gran ciudad de Méjico y toda la laguna
y todos los pueblos que están en ella poblados; y está este volcan de
Méjico obra de doce ó trece leguas; y despues de bien visto muy gozoso
el Ordás, y admirado de haber visto á Méjico y sus ciudades, volvió
á Tlascala con sus compañeros, y los indios de Guaxocingo y los de
Tlascala se lo tuvieron á mucho atrevimiento, y cuando lo contaban al
capitan Cortés y á todos nosotros, como en aquella sazon no habiamos
visto ni oido, como ahora, que sabemos lo que es, y han subido encima
de la boca muchos españoles y aun Frailes franciscanos, nos admirábamos
entónces dello; y cuando fué Diego de Ordás á Castilla lo demandó por
armas á su majestad, é así las tiene ahora en su sobrino Ordás que vive
en la Puebla; y despues acá desque estamos en esta tierra no le habemos
visto echar tanto fuego ni con tanto ruido como al principio, y aun
estuvo ciertos años que no echaba fuego, hasta el año de 1539 que echó
muy grandes llamas y piedras y ceniza.
Dejemos de contar del volcan, que ahora, que sabemos qué cosa es y
habemos visto otros volcanes, como son los de Nicaragua y los de
Guatemala, se podian haber callado los de Guaxocingo sin poner en
relacion, y diré cómo hallamos en este pueblo de Tlascala casas
de madera hechas de redes, y llenas de indios é indias que tenian
dentro encarcelados é á cebo hasta que estuviesen gordos para comer y
sacrificar; las cuales cárceles les quebramos y deshicimos para que se
fuesen los presos que en ellas estaban, y los tristes indios no osaban
de ir á cabo ninguno, sino estarse allí con nosotros, y así escaparon
las vidas; y dende en adelante en todos los pueblos que entrábamos, lo
primero que mandaba nuestro capitan era quebralles las tales cárceles
y echar fuera los prisioneros, y comunmente en todas estas tierras las
tenian; y como Cortés y todos nosotros vimos aquella gran crueldad,
mostró tener mucho enojo de los caciques de Tlascala, y se lo riñó bien
enojado, y prometieron desde allí adelante que no matarian ni comerian
de aquella manera más indios. Dije yo que qué aprovechaban aquellos
prometimientos, que en volviendo la cabeza hacian las mismas crueldades.
Y dejémoslo así, y digamos cómo ordenamos de ir á Méjico.


CAPÍTULO LXXIX.
CÓMO ACORDÓ NUESTRO CAPITAN HERNANDO CORTÉS CON TODOS NUESTROS
CAPITANES Y SOLDADOS QUE FUÉSEMOS Á MÉJICO, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Viendo nuestro capitan que habia diez y siete dias que estábamos
holgando en Tlascala, y oiamos decir de las grandes riquezas de
Montezuma y su próspera ciudad, acordó tomar consejo con todos nuestros
capitanes y soldados de quien sentia que le tenian buena voluntad, para
ir adelante, y fué acordado que con brevedad fuese nuestra partida; y
sobre este camino hubo en el real muchas pláticas de desconformidad,
porque decian unos soldados que era cosa muy temerosa irnos á meter en
tan fuerte ciudad siendo nosotros tan pocos, y decian de los grandes
poderes del Montezuma.
Cortés respondió que ya no podiamos hacer otra cosa, porque siempre
nuestra demanda y apellido fué ver al Montezuma, é que por demás eran
ya otros consejos; y viendo que tan resueltamente lo decia, y sintieron
los del contrario parecer que tan determinadamente se acordaba, y que
muchos de los soldados ayudábamos á Cortés de buena voluntad con decir
«adelante en buen hora,» no hubo más contradicion; y los que andaban
en estas pláticas contrarias eran de los que tenian en Cuba haciendas;
que yo y otros pobres soldados ofrecido tenemos siempre nuestras ánimas
á Dios, que las crió, y los cuerpos á heridas y trabajos hasta morir en
servicio de nuestro Señor y de su majestad.
Pues viendo Xicotenga y Masse-Escaci, señores de Tlascala, que de hecho
queriamos ir á Méjico, pesábales en el alma, y siempre estaban con
Cortés avisándole que no curase de ir aquel camino, y que no se fiase
poco ni mucho de Montezuma ni de ningun mejicano, y que no se creyese
de sus grandes reverencias ni de sus palabras tan humildes y llenas
de cortesías, ni aun de cuantos presentes le ha enviado ni de otros
ningunos ofrecimientos, que todos eran de atraidorados; que en una hora
se lo tornarian á tomar cuanto le habian dado, y que de noche y de dia
se guardase muy bien dellos, porque tienen bien entendido que cuando
más descuidados estuviésemos nos darian guerra, y que cuando peleáramos
con ellos, que los que pudiésemos matar que no quedasen con las vidas,
al mancebo porque no tome armas, al viejo porque no dé consejo, y le
dieron otros muchos avisos.
Y nuestro capitan les dijo que se lo agradecia el buen consejo; y les
mostró mucho amor con ofrecimientos y dádivas que luego les dió al
viejo Xicotenga y al Masse-Escaci y todos los más caciques, y les dió
mucha parte de la ropa fina de mantas que habia presentado Montezuma, y
les dijo que seria bueno tratar paces entre ellos y los mejicanos para
que tuviesen amistad, y trujesen sal y algodon y otras mercaderías;
y el Xicotenga respondió que eran por demás las paces, y que su
enemistad tienen siempre en los corazones arraigada, y que son tales
los mejicanos, que so color de las paces les harán mayores traiciones,
porque jamás mantienen verdad en cosa ninguna que prometen; é que no
curase de hablar de ellas, sino que le tornaban á rogar que se guardase
muy bien de no caer en manos de tan malas gentes.
Y estando platicando sobre el camino que habiamos de llevar para
Méjico, porque los embajadores de Montezuma que estaban con nosotros,
que iban por guias, decian que el mejor camino y más llano era
por la ciudad de Cholula, por ser vasallos del gran Montezuma,
donde recibiriamos servicios, y á todos nosotros nos pareció bien
que fuésemos á aquella ciudad; y los caciques de Tlascala, como
entendieron que queriamos ir por donde nos encaminaban los mejicanos,
se entristecieron, y tornaron á decir que en todo caso fuésemos por
Guaxocingo, que eran sus parientes y nuestros amigos, y no por Cholula,
porque en Cholula siempre tiene Montezuma sus tratos dobles encubiertos.
Y por más que nos dijeron y aconsejaron que no entrásemos en aquella
ciudad, siempre nuestro capitan, con nuestro consejo muy bien
platicado, acordó de ir por Cholula; lo uno, porque decian todos
que era grande poblacion y muy bien torreada, y de altos y grandes
cues, y en buen llano asentada, y verdaderamente de léjos parecia en
aquella sazon á nuestra gran Valladolid de Castilla la Vieja; y lo
otro, porque estaba en parte cercana de grandes poblaciones, y tener
muchos bastimentos y tan á la mano á nuestros amigos los de Tlascala,
y con intencion de estarnos allí hasta ver de qué manera podriamos
ir á Méjico sin tener guerra, porque era de temer el gran poder de
mejicanos; si Dios nuestro Señor primeramente no ponia su divina mano
y misericordia, con que siempre nos ayudaba y nos daba esfuerzo, no
podiamos entrar de otra manera.
Y despues de muchas pláticas y acuerdos, nuestro camino fué por
Cholula; y luego Cortés mandó que fuesen mensajeros á les decir que
cómo, estando tan cerca de nosotros, no nos enviaban á visitar y hacer
aquel acto que son obligados á mensajeros, como somos, de tan gran Rey
y señor como es el que nos envió á notificar su salvacion; y que los
ruega que luego viniesen todos los caciques y papas de aquella ciudad
á nos ver, y dar la obediencia á nuestro Rey y señor; si no, que los
ternia por de malas intenciones.
Y estando diciendo esto, y otras cosas que convenia envialles á decir
sobre este caso, vinieron á hacer saber á Cortés cómo el gran Montezuma
enviaba cuatro embajadores con presentes de oro, porque jamás, á lo
que habiamos visto, envió mensaje sin presentes de oro, y lo tenia por
afrenta enviar mensajeros si no enviaba con ellos dádivas; y lo que
dijeron aquellos mensajeros diré adelante.


CAPÍTULO LXXX.
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA ENVIÓ CUATRO PRINCIPALES HOMBRES DE MUCHA
CUENTA, CON UN PRESENTE DE ORO Y MANTAS, Y LO QUE DIJERON Á NUESTRO
CAPITAN.

Estando platicando Cortés con todos nosotros y con los caciques de
Tlascala sobre nuestra partida y en las cosas de la guerra, viniéronle
á decir que llegaron á aquel pueblo cuatro embajadores de Montezuma,
todos principales, y traian presentes; y Cortés les mandó llamar, y
cuando llegaron donde estaba, hiciéronle grande acato, y á todos los
soldados que allí nos hallamos; y presentado su presente de ricas
joyas de oro y de muchos géneros de hechuras, que valian bien diez mil
pesos, y diez cargas de mantas de buenas labores de pluma, Cortés los
recibió con buen semblante; y luego dijeron aquellos embajadores por
parte de su señor Montezuma que se maravillaba mucho estar tantos dias
entre aquellas gentes pobres y sin policía, que aun para esclavos no
son buenos, por ser tan malos y traidores y robadores, que cuando más
descuidados estuviésemos, de dia y de noche nos matarian por nos robar,
y que nos rogaba que fuésemos luego á su ciudad y que nos daria de lo
que tuviese, y aunque no tan cumplido como nosotros mereciamos y él
deseaba; y que puesto que todas las vituallas le entran en su ciudad de
acarreo, que mandaria proveernos lo mejor que él pudiese.
Aquesto hacia Montezuma por sacarnos de Tlascala, porque supo que
habiamos hecho las amistades que dicho tengo en el capítulo que dello
habla, y para ser perfectas habian dado sus hijas á Malinche; porque
bien tuvieron entendido que no les podia venir bien ninguna de nuestras
confederaciones, y á esta causa nos cebaba con oro y presentes para que
fuésemos á sus tierras, á lo ménos porque saliésemos de Tlascala.
Volvamos á decir de los embajadores, que los conocieron bien los
de Tlascala, y dijeron á nuestro capitan que todos eran señores de
pueblos y vasallos, con quien Montezuma enviaba á tratar cosas de mucha
importancia.
Cortés les dió muchas gracias á los embajadores, con grandes caricias
y señales de amor que les mostró, y les dió por respuesta que él iria
muy presto á ver al señor Montezuma, y les rogó que estuviesen algunos
dias allí con nosotros, que en aquella sazon acordó Cortés que fuesen
dos de nuestros capitanes, personas señaladas, á ver y hablar al gran
Montezuma, é ver la gran ciudad de Méjico y sus grandes fuerzas y
fortalezas, é iban ya camino Pedro de Albarado y Bernardino Vazquez
de Tapia, y quedaron en rehenes cuatro de aquellos embajadores que
habian traido el presente, y otros embajadores del gran Montezuma de
los que solian estar con nosotros fueron en su compañía; y porque en
aquel tiempo yo estaba mal herido y con calenturas, y harto tenia que
curarme, no me acuerdo bien hasta dónde allegaron; mas de que supimos
que Cortés habia enviado así á la ventura á aquellos caballeros, y
se lo tuvimos á mal consejo, y le retrujimos, y le dijimos que cómo
enviaba á Méjico no más de para ver la ciudad y sus fuerzas; que no
era buen acuerdo, y que luego los fuesen á llamar que no pasasen más
adelante; y les escribió que se volviesen luego.
Demás desto, el Bernardino Vazquez de Tapia ya habia adolecido en el
camino de calenturas, y como vieron las cartas, se volvieron; y los
embajadores con quien iban dieron relacion dello á su Montezuma, y les
preguntó que qué manera de rostros y proporcion de cuerpos llevaban los
dos teules que iban á Méjico, y si eran capitanes; y parece ser que les
dijeron que el Pedro de Albarado era de muy linda gracia, así en el
rostro como en su persona, y que parecia como al sol y que era capitan;
y demás desto, se lo llevaron figurado muy al natural su dibujo y cara,
y desde entónces le pusieron nombre el Tonacio, que quiere decir el
sol, hijo del sol, y así le llamaron de allí adelante, y el Bernardino
Vazquez de Tapia dijeron que era hombre robusto y de muy buena
disposicion, que tambien era capitan; y al Montezuma le pesó porque se
habian vuelto del camino.
Y aquellos embajadores tuvieron razon de comparallos, así en los
rostros como en el aspecto de las personas y cuerpos, como lo
significaron á su señor Montezuma; porque el Pedro de Albarado era de
muy buen cuerpo y ligero, y facciones y presencia, y así en el rostro
como en el hablar, en todo era agraciado, que parecia que estaba
riendo; y el Bernardino Vazquez de Tapia era algo robusto, puesto que
tenia buena presencia; y desque volvieron á nuestro real, nos holgamos
con ellos, y les deciamos que no era cosa acertada lo que Cortés les
mandaba.
Y dejemos esta materia, pues no hace mucho á nuestra relacion, y diré
de los mensajeros que Cortés envió á Cholula, y la respuesta que
enviaron.


CAPÍTULO LXXXI.
CÓMO ENVIARON LOS DE CHOLULA CUATRO INDIOS DE POCA VALÍA Á DESCULPARSE
POR NO HABER VENIDO Á TLASCALA, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Ya he dicho en el capítulo pasado cómo envió nuestro capitan mensajeros
á Cholula para que nos viniesen á ver á Tlascala; é los caciques de
aquella ciudad, como entendieron lo que Cortés les mandaba, parecióles
que seria bien enviar cuatro indios de poca valía á desculpar é á decir
que por estar malos no venian, y no trujeron bastimento ni otra cosa,
sino así secamente dieron aquella respuesta; y cuando vinieron aquellos
mensajeros estaban presentes los caciques de Tlascala, é dijeron á
nuestro capitan que para hacer burla dél y de todos nosotros enviaban
los de Cholula aquellos indios, que eran macegales é de poca calidad.
Por manera que Cortés les tornó á enviar luego con otros cuatro
indios de Cempoal á decir que viniesen dentro de tres dias hombres
principales, pues estaban cuatro leguas de allí, é que si no venian,
que los ternia por rebeldes; y que cuando vengan, que les quiere
decir cosas que les convienen para salvacion de sus ánimas, y buena
política para su buen vivir, y tenellos por amigos y hermanos, como
son los de Tlascala, sus vecinos; y que si otra cosa acordaren, y no
quieren nuestra amistad, que nosotros no por eso los procurariamos de
descomplacer ni enojarles.
Y como oyeron aquella amorosa embajada, respondieron que no habian de
venir á Tlascala, porque son sus enemigos, porque saben que han dicho
dellos y de su señor Montezuma muchos males, y que vamos á su ciudad y
salgamos de los términos de Tlascala; y si no hicieren lo que deben,
que los tengamos por tales como les enviamos á decir.
Y viendo nuestro capitan que la excusa que decian era muy justa,
acordamos de ir allá; y como los caciques de Tlascala vieron que
determinadamente era nuestra ida por Cholula, dijeron á Cortés:
—«Pues que así quieres creer á los mejicanos, y no á nosotros, que
somos tus amigos, ya te hemos dicho muchas veces que te guardes de los
de Cholula y del poder de Méjico: y para que mejor te puedas ayudar de
nosotros, te tenemos aparejados diez mil hombres de guerra que vayan en
vuestra compañía.»
Y Cortés les dió muchas gracias por ello, é consultó con todos nosotros
que no seria bueno que llevásemos tantos guerreros á tierra que
habiamos de procurar amistades, é que seria bien que llevásemos dos
mil, y estos les demandó, y que los demás que se quedasen en sus casas.
É dejemos esta plática, y diré de nuestro camino.


CAPÍTULO LXXXII.
CÓMO FUIMOS Á LA CIUDAD DE CHOLULA, Y DEL GRAN RECEBIMIENTO QUE NOS
HICIERON.

Una mañana comenzamos á marchar por nuestro camino para la ciudad de
Cholula, é íbamos con el mayor concierto que podiamos; porque, como
otras veces he dicho, adonde esperábamos haber revueltas ó guerras
nos apercebiamos muy mejor, é aquel dia fuimos á dormir á un rio que
pasa obra de una legua chica de Cholula, adonde está hecha ahora una
puente de piedra, é allí nos hicieron unas chozas é ranchos; y esa
noche enviaron los caciques de Cholula mensajeros, hombres principales,
á darnos el parabien venidos á sus tierras, y trujeron bastimentos de
gallinas y pan de su maíz, é dijeron que en la mañana vendrian todos
los caciques y papas á nos recebir é á que les perdonasen porque no
habian salido luego; y Cortés les dijo con nuestras lenguas doña Marina
y Aguilar que se lo agradecia, así por el bastimento que traian como
por la buena voluntad que mostraban; é allí dormimos aquella noche con
buenas velas y escuchas y corredores del campo.
Y como amaneció, comenzamos á caminar hácia la ciudad; é yendo por
nuestro camino, ya cerca de la poblacion nos salieron á recebir los
caciques y papas y otros muchos indios, é todos los más traian vestidas
unas ropas de algodon de hechura de marlotas, como las traian los
indios capotecas; y esto digo á quien las ha visto y ha estado en
aquella provincia, porque en aquella ciudad así se usan; é venian muy
de paz y de buena voluntad, y los papas traian braseros con incienso,
con que zahumaron á nuestro capitan é á los soldados que cerca dél nos
hallamos.
É parece ser aquellos papas y principales, como vieron los indios
tlascaltecas que con nosotros venian, dijéronselo á doña Marina que se
lo dijese á Cortés, que no era bien que de aquella manera entrasen sus
enemigos con armas en su ciudad; y como nuestro capitan lo entendió,
mandó á los capitanes y soldados y el fardaje que reparásemos; y como
nos vió juntos é que no caminaba ninguno, dijo:
—«Paréceme, señores, que ántes que entremos en Cholula que demos un
tiento con buenas palabras á estos caciques é papas, é veamos qué es su
voluntad; porque vienen murmurando destos nuestros amigos de Tlascala,
y tienen mucha razon en lo que dicen; é con buenas palabras les
quiero dar á entender la causa por que veniamos á su ciudad. Y porque
ya, señores, habeis entendido lo que nos han dicho los tlascaltecas,
que son bulliciosos, será bien que por bien dén la obediencia á su
majestad, y esto me parece que conviene.»
Y luego mandó á doña Marina que llamase á los caciques y papas allí
donde estaba á caballo, é todos nosotros juntos con Cortés; y luego
vinieron tres principales y dos papas, y dijeron:
—«Malinche, perdonadnos porque no fuimos á Tlascala á te ver y llevar
comida, y no por falta de voluntad, sino porque son nuestros enemigos
Masse-Escaci y Xicotenga é toda Tlascala, é porque han dicho muchos
males de nosotros é del gran Montezuma, nuestro señor, que no basta lo
que han dicho, sino que ahora tengan atrevimiento con vuestro favor de
venir con armas á nuestra ciudad.»
Y que le piden por merced que les mande volver á sus tierras ó á lo
ménos que se queden en el campo é que no entren de aquella manera en su
ciudad, é que nosotros que vamos mucho en buen hora.
É como el capitan vió la razon que tenia, mandó luego á Pedro de
Albarado é al maestre de campo, que era Cristóbal de Olí, que rogasen
á los tlascaltecas que allí en el campo hiciesen sus ranchos y chozas,
é que no entrasen con nosotros sino los que llevaban artillería y
nuestros amigos los de Cempoal, y les dijesen la causa porque se
mandaba, porque todos aquellos caciques y papas se temen dellos; é que
cuando hubiéremos de pasar de Cholula para Méjico que los enviaria á
llamar, é que no lo hayan por enojo; y como los de Cholula vieron lo
que Cortés mandó, parecia que estaban más sosegados, y les comenzó
Cortés á hacer un parlamento: diciendo que nuestro Rey y señor, cuyos
vasallos somos, tiene grandes poderes y tiene debajo de su mando á
muchos grandes Príncipes y caciques, y que nos envió á estas tierras
á les notificar y mandar que no adoren ídolos, ni sacrifiquen hombres
ni coman de sus carnes, ni hagan sodomías ni otras torpedades; é que
por ser el camino por allí para Méjico, adonde vamos á hablar al gran
Montezuma, y por no haber otro más cercano, venimos por su ciudad, y
tambien para tenellos por hermanos; é que pues otros grandes caciques
han dado la obediencia á su Majestad, que será bien que ellos la dén,
como los demás.
É respondieron que aún no habemos entrado en su tierra é ya les
mandamos dejar sus teules, que así llaman á sus ídolos, que no lo
pueden hacer; y dar la obediencia á ese vuestro Rey que decis, les
place; y así, la dieron de palabra y no ante escribano.
Y esto hecho, luego comenzamos á marchar para la ciudad, y era tanta
la gente que nos salia á ver, que las calles é azuteas estaban llenas;
é no me maravillo dello, porque no habian visto hombres como nosotros,
ni caballos, y nos llevaron á aposentar á unas grandes salas, en que
estuvimos todos é nuestros amigos los de Cempoal y los tlascaltecas que
llevaron el fardaje, y nos dieron de comer aquel dia é otro muy bien é
abastadamente.
É quedarse há aquí, y diré lo que más pasamos.


CAPÍTULO LXXXIII.
CÓMO TENIAN CONCERTADO EN ESTA CIUDAD DE CHOLULA DE NOS MATAR POR
MANDADO DE MONTEZUMA, Y LO QUE SOBRE ELLO PASÓ.

Habiéndonos recibido tan solemnemente como habemos dicho, é ciertamente
de buena voluntad, sino que segun despues pareció, envió á mandar
Montezuma á sus embajadores que con nosotros estaban, que tratasen
con los de Cholula que con un escuadron de veinte mil hombres que
envió Montezuma, que estuviesen apercebidos para en entrando en
aquella ciudad, que todos nos diesen guerra, y de noche y de dia nos
acapillasen, é los que pudiesen llevar atados de nosotros á Méjico, que
se los llevasen; é con grandes prometimientos que les mandó, y muchas
joyas y ropa que entónces les envió, é un atambor de oro; é á los papas
de aquella ciudad que habian de tomar veinte de nosotros para hacer
sacrificios á sus ídolos; pues ya todo concertado, y los guerreros que
luego Montezuma envió estaban en unos ranchos é arcabuezos obra de
media legua de Cholula, y otros estaban ya dentro en las casas, y todos
puestos á punto con sus armas, hechos mamparos en las azuteas, y en las
calles hoyos é albarradas para que no pudiesen correr los caballos, y
aun tenian unas casas llenas de varas largas y colleras de cueros, é
cordeles con que nos habian de atar é llevarnos á Méjico.
Mejor lo hizo Nuestro Señor Dios, que todo se les volvió al revés;
é dejémoslo ahora, é volvamos á decir que, así como nos aposentaron
como dicho hemos, é nos dieron muy bien de comer los dias primeros, é
puesto que los viamos que estaban muy de paz, no dejábamos siempre de
estar muy apercebidos, por la buena costumbre que en ello teniamos, é
al tercero dia ni nos daban de comer ni parecia cacique ni papa; é si
algunos indios nos venian á ver, estaban apartados, que no llegaban á
nosotros; é riéndose como cosa de burla; é como aquello vió nuestro
capitan, dijo á doña Marina é Aguilar, nuestras lenguas, que dijese á
los embajadores del gran Montezuma, que allí estaban, que mandasen á
los caciques traer de comer; é lo que traian era agua y leña, y unos
viejos que lo traian decian que no tenian maíz, é que en aquel dia
vinieron otros embajadores del Montezuma, é se juntaron con los que
estaban con nosotros, é dijeron muy desvergonzadamente é sin hacer
acato, que su señor les enviaba á decir que no fuésemos á su ciudad,
porque no tenia qué darnos de comer, é que luego se querian volver á
Méjico con la respuesta; é como aquello vió Cortés, le pareció mal
su plática, é con palabras blandas dijo á los embajadores que se
maravillaba de tan gran señor como es Montezuma, tener tantos acuerdos,
é que les rogaba que no se fuesen, porque otro dia se querian partir
para velle é hacer lo que mandase, y aun me parece que les dió unos
sartalejos de cuentas; y los embajadores dijeron que sí aguardarian; y
hecho esto, nuestro capitan nos mandó juntar, y nos dijo:
—«Muy desconcertada veo esta gente, estemos muy alerta, que alguna
maldad hay entre ellos.»
É luego envió á llamar al cacique é principal, que ya no se me acuerda
cómo se llamaba, ó que enviase algunos principales; é respondió que
estaba malo é que no podia venir él ni ellos; y como aquello vió
nuestro capitan, mandó que de un gran cu que estaba junto de nuestros
aposentos le trujésemos dos papas con buenas razones, porque habia
muchos en él; trujimos dos dellos sin hacer deshonor, y Cortés les
mandó dar á cada uno un chalchihui, que son muy estimados entre ellos,
como esmeraldas, é les dijo con palabras amorosas, que por qué causa
el cacique y principales é todos los más papas están amedrentados, que
los ha enviado á llamar y no habian querido venir; parece ser que el
uno de aquellos papas era hombre muy principal entre ellos, y tenia
cargo ó mando en todos los más cues de aquella ciudad, que debia de
ser á manera de Obispo entre ellos, y le tenian gran acato; é dijo que
los que son papas que no tenian temor de nosotros; que si el cacique y
principales no han querido venir, que él iria á les llamar, y que como
él les hable, que tiene creido que no harán otra cosa y que vendrán; é
luego Cortés dijo que fuese en buen hora, y quedase su compañero allí
aguardando hasta que viniesen; é fué aquel papa é llamó al cacique é
principales, é luego vinieron juntamente con él al aposento de Cortés,
y les preguntó con nuestras lenguas doña Marina é Aguilar, que por qué
habian miedo é por qué causa no nos daban de comer, y que si reciben
pena de nuestra estada en la ciudad, que otro dia por la mañana nos
queriamos partir para Méjico á ver é hablar al señor Montezuma, é que
le tengan aparejados tamemes para llevar el fardaje é tepuzques, que
son las bombardas; é tambien, que luego traigan comida; y el cacique
estaba tan cortado, que no acertaba á hablar, y dijo que la comida que
la buscarian; mas que su señor Montezuma les ha enviado á mandar que no
la diesen, ni queria que pasásemos de allí adelante; y estando en estas
pláticas vinieron tres indios de los de Cempoal, nuestros amigos, y
secretamente dijeron á Cortés que habian hallado junto adonde estábamos
aposentados hechos hoyos en las calles é cubiertos con madera é tierra,
que no mirando mucho en ello no se podria ver, é que quitaron la tierra
de encima de un hoyo, que estaba lleno de estacas muy agudas para matar
los caballos que corriesen, é que las azuteas que las tienen llenas de
piedras é mamparos de adobes; y que ciertamente estaban de buen arte,
porque tambien hallaron albarradas de maderos gruesos en otra calle; y
en aquel instante vinieron ocho indios tlascaltecas de los que dejamos
en el campo, que no entraron en Cholula, y dijeron á Cortés:
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