Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 18

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—«Mira, Malinche, que esta ciudad está de mala manera, porque sabemos
que esta noche han sacrificado á su ídolo que es el de la guerra, siete
personas, y los cinco dellos son niños, porque les dé victoria contra
vosotros; é tambien hemos visto que sacan todo el fardaje é mujeres é
niños.»
Y como aquello oyó Cortés, luego los despachó para que fuesen á sus
capitanes los tlascaltecas, que estuviesen muy aparejados si los
enviásemos á llamar, y tornó á hablar al cacique y papas y principales
de Cholula que no tuviesen miedo ni anduviesen alterados, y que mirasen
la obediencia que dieron, que no la quebrantasen, que les castigaria
por ello; que ya les ha dicho que nos queremos ir por la mañana, que
ha menester dos mil hombres de guerra de aquella ciudad que vayan con
nosotros, como nos han dado los de Tlascala, porque en los caminos
los habrá menester; é dijéronle que sí darian así los hombres de
guerra como los del fardaje é demandaron licencias para irse luego
á los apercebir, y muy contentos se fueron, porque creyeron que con
los guerreros que habian de dar é con las capitanías de Montezuma que
estaban en los arcabuezos y barrancas, que allí de muertos ó presos
no podriamos escapar, por causa que no podrian correr los caballos; y
por ciertos mamparos y albarradas, que dieron luego por aviso á los
que estaban en guarnicion que hiciesen á manera de callejon que no
pudiésemos pasar, y les avisaron que otro dia habiamos de partir, é que
estuviesen muy á punto todos, porque ellos darian dos mil hombres de
guerra; é como fuésemos descuidados, que allí harian su presa los unos
y los otros, é nos podian atar; é que esto que lo tuviesen por cierto,
porque ya habian hecho sacrificios á sus ídolos de guerra y les han
prometido la vitoria.
Y dejemos de hablar en ello, que pensaban que seria cierto; é volvamos
á nuestro capitan, que quiso saber muy por extenso todo el concierto
y lo que pasaba; y dijo á doña Marina que llevase más chalchihuis á
los dos papas que habia hablado primero, pues no tenia miedo, é con
palabras amorosas les dijese que les queria tornar á hablar Malinche,
é que los trujese consigo; y la doña Marina fué y les habló de tal
manera, que lo sabia muy bien hacer, y con dádivas vinieron luego con
ella; y Cortés les dijo que dijesen la verdad de lo que supiesen, pues
eran Sacerdotes de ídolos é principales, que no habian de mentir; é que
lo que dijesen, que no seria descubierto por via ninguna, pues que otro
dia nos habiamos de partir, é que les daria mucha ropa; é dijeron que
la verdad es, que su señor Montezuma supo que íbamos á aquella ciudad,
é que cada dia estaba en muchos acuerdos, é que no determinaba bien la
cosa; é que unas veces les enviaba á mandar que si allí fuésemos que
nos hiciesen mucha honra é nos encaminasen á su ciudad, é otras veces
les enviaba á decir que ya no era su voluntad que fuésemos á Méjico: é
que ahora nuevamente le han aconsejado su Tezcatepuca y su Huichilóbos,
en quien ellos tienen gran devocion, que allí en Cholula los matasen, ó
llevasen atados á Méjico.
É que habia enviado el dia ántes veinte mil hombres de guerra, y la
mitad están aquí dentro de esta ciudad é la otra mitad están cerca de
aquí entre unas quebradas, é que ya tienen aviso que os habeis de ir
mañana, y de las albarradas que se mandaron hacer y de los dos mil
guerreros que os habemos de dar, é cómo tenian ya hechos conciertos que
habian de quedar veinte de nosotros para sacrificar á los ídolos de
Cholula.
Y sabido todo esto, Cortés les mandó dar mantas muy labradas, y les
rogó que no lo dijesen, porque si lo descubrian, que á la vuelta que
volviésemos de Méjico los matarian; é que se querian ir muy de mañana,
é que hiciesen venir todos los caciques para hablalles, como dicho les
tiene; y luego aquella noche tomó consejo Cortés de lo que habiamos
de hacer, porque tenia muy extremados varones y de buenos consejos; y
como en tales casos suele acaecer, unos decian que seria bien torcer el
camino é irnos para Guaxocingo, otros decian que procurásemos haber paz
por cualquiera via que pudiésemos, y que nos volviésemos á Tlascala;
otros dimos parecer que si aquellas traiciones dejábamos pasar sin
castigo, que en cualquiera parte nos tratarian otras peores y pues que
estábamos allí en aquel gran pueblo é habia hartos bastimentos, les
diésemos guerra, porque más la sentirian en sus casas que no en el
campo, y que luego apercibiésemos á los tlascaltecas que se hallasen en
ello.
Y á todos pareció bien este postrer acuerdo, y fué desta manera: que
ya que les habia dicho Cortés que nos habiamos de partir para otro
dia, que hiciésemos que liábamos nuestro hato, que era harto poco,
y que unos grandes patios que habia donde posábamos, estaban con
altas cercas, que diésemos en los indios de guerra, pues aquello era
su merecido, y que con los embajadores de Montezuma disimulásemos, y
les dijésemos que los malos de los cholultecas han querido hacer una
traicion, y echar la culpa della á su señor Montezuma, é á ellos mismos
como sus embajadores; lo cual no creiamos que tal mandase hacer, y que
les rogábamos que se estuviesen en el aposento de nuestro capitan, é
no tuviesen más plática con los de aquella ciudad, porque no nos dén
que pensar que andan juntamente con ellos en las traiciones, y para que
se vayan con nosotros á Méjico por guias; y respondieron que ellos ni
su señor Montezuma no saben cosa ninguna de lo que les dicen; y aunque
no quisieron, les pusimos guardas porque no se fuesen sin licencia y
porque no supiese Montezuma que nosotros sabiamos que él era quien
lo habia mandado hacer; é aquella noche estuvimos muy apercebidos y
armados, y los caballos ensillados y enfrenados, con grandes velas y
rondas, que esto siempre lo teniamos de costumbre, porque tuvimos por
cierto que todas las capitanías así de mejicanos como de cholultecas,
aquella noche habian de dar sobre nosotros; y una india vieja, mujer
de un cacique, como sabia el concierto y trama que tenian ordenado,
vino secretamente á doña Marina, nuestra lengua, y como la vió moza y
de buen parecer y rica, le dijo y aconsejó que se fuese con ella á
su casa si queria escapar la vida, porque ciertamente aquella noche ó
otro dia nos habian de matar á todos, porque ya estaba así mandado y
concertado por el gran Montezuma, para que entre los de aquella ciudad
y los mejicanos se juntasen, y no quedase ninguno de nosotros á vida,
ó nos llevasen atados á Méjico; y porque sabe esto, y por mancilla que
tenia de la doña Marina, se lo venia á decir, y que tomase todo su hato
y se fuese con ella á su casa, y que allí la casaria con un su hijo,
hermano de otro mozo que traia la vieja, que la acompañaba.
É como lo entendió la doña Marina, y en todo era muy avisada, le dijo:
—«¡Oh madre, qué mucho tengo que agradeceros eso que me decis! Yo me
fuera ahora, sino que no tengo de quién fiarme para llevar mis mantas y
joyas de oro, que es mucho. Por vuestra vida, madre, que aguardeis un
poco vos y vuestro hijo, y esta noche nos iremos; que ahora ya veis que
estos teules están velando, y sentirnos han.»
Y la vieja creyó lo que la decia, y quedóse con ella platicando y le
preguntó que de qué manera nos habian de matar, é cómo é cuando se hizo
el concierto; y la vieja se lo dijo ni más ni ménos que lo habian dicho
los dos papas; é respondió la doña Marina:
—«Pues ¿cómo siendo tan secreto ese negocio, lo alcanzastes vos á
saber?»
Dijo que su marido se lo habia dicho, que es capitan de una parcialidad
de aquella ciudad, y como tal capitan está ahora con la gente de
guerra que tiene á cargo, dando órden para que se junten en las
barrancas con los escuadrones del gran Montezuma, y que cree estarán
juntos esperando para cuando fuésemos, y que allí nos matarian; y que
esto del concierto que lo sabia tres dias habia, porque de Méjico
enviaron á su marido un atambor dorado, é á otras tres capitanías
tambien les envió ricas mantas y joyas de oro, porque nos llevasen á
todos á su señor Montezuma; y la doña Marina, como lo oyó, disimuló con
la vieja, y dijo:
—«¡Oh cuánto me huelgo en saber que vuestro hijo con quien me quereis
casar es persona principal! Mucho hemos estado hablando; no querria
que nos sintiesen: por eso, madre, aguardad aquí, comenzaré á traer mi
hacienda, porque no lo podré sacar todo junto; é vos é vuestro hijo, mi
hermano, lo guardareis, y luego nos podremos ir.»
Y la vieja todo se lo creia, y sentóse de reposo la vieja, ella y su
hijo; y la doña Marina entra de presto donde estaba el capitan Cortés,
y le dice todo lo que pasó con la india; la cual luego la mandó traer
ante él, y la tornó á preguntar sobre las traiciones y conciertos, y
le dijo ni más ni ménos que los papas, y le pusieron guardas porque
no se fuese; y cuando ameneció era cosa de ver la priesa que traian
los caciques y papas con los indios de guerra, con muchas risadas y
muy contentos, como si ya nos tuvieran metidos en el garlito é redes;
é trujeron más indios de guerra que les pedimos, que no cupieron en
los patios, por muy grandes que son, que aun todavía se están sin
deshacer por memoria de lo pasado; é por bien de mañana que vinieron
los cholultecas con la gente de guerra, ya todos nosotros estábamos
muy á punto para lo que se habia de hacer, y los soldados de espada y
rodela puestos á la puerta del gran patio para no dejar salir á ningun
indio de los que estaban con armas, y nuestro capitan tambien estaba
á caballo, acompañado de muchos soldados para su guarda; y cuando vió
que tan de mañana habian venido los caciques y papas y gente de guerra,
dijo:
—«¡Qué voluntad tienen estos traidores de vernos entre las barrancas
para se hartar de nuestras carnes! Mejor lo hará nuestro Señor.»
Preguntó por los dos papas que habian descubierto el secreto, y le
dijeron que estaban á la puerta del patio con otros caciques que
querian entrar, y mandó Cortés á Aguilar, nuestra lengua, que les
dijesen que se fuesen á sus casas, é que ahora no tenian necesidad
dellos; y esto fué por causa que, pues nos hicieron buena obra, no
recibiesen mal por ella, porque no los matasen, é como Cortés estaba
á caballo, é doña Marina junto á él, comenzó á decir á los caciques é
papas que, sin hacelles enojo ninguno, á qué causa nos querian matar la
noche pasada.
É que si les hemos hecho ó dicho cosa que nos tratasen aquellas
traiciones, más de amonestalles las cosas que á todos los más pueblos
por donde hemos venido les decimos, que no sean malos ni sacrifiquen
hombres, ni adoren sus ídolos ni coman las carnes de sus prójimos; que
no sean sométicos é que tengan buena manera en su vivir, y decirles
las cosas tocantes á nuestra santa fe, y esto sin apremialles en cosa
ninguna; é á que fin tienen ahora nuevamente aparejadas muchas varas
largas y recias como colleras, y muchos cordeles en una casa junto al
gran cu, é por qué han hecho de tres dias acá albarradas en las calles
é hoyos é pertrechos en las azuteas, é por qué han sacado de su ciudad
sus hijos é mujeres y hacienda; é que bien se ha parecido su mala
voluntad y las traiciones, que no las pudieron encubrir, que aun de
comer no nos daban, que por burla traian agua y leña, y decian que no
habia maíz; y que bien sabe que tienen cerca de allí en unas barrancas
muchas capitanías de guerreros esperándonos, creyendo que habiamos
de ir por aquel camino á Méjico, para hacer la traicion que tienen
acordada, con otra mucha gente de guerra que esta noche se ha juntado
con ellos; que pues en pago de que los venian á tener por hermanos é
decilles lo que Dios nuestro Señor y el Rey manda, nos querian matar
é comer nuestras carnes, que ya tenian aparejadas las ollas con sal é
ají é tomates; que si esto querian hacer, que fuera mejor nos dieran
guerra como esforzados y buenos guerreros en los campos, como hicieron
sus vecinos los tlascaltecas; é que sabe por muy cierto lo que tenian
concertado en aquella ciudad y aun prometido á su ídolo abogado de la
guerra, y que le habian de sacrificar veinte de nosotros delante del
ídolo, y tres noches ántes ya pasadas que le sacrificaron siete indios
porque les diese vitoria, la cual les prometió; é como es malo y falso,
no tiene ni tuvo poder contra nosotros; y que todas estas maldades y
traiciones que han tratado y puesto por la obra, han de caer sobre
ellos; y esta razon se lo decia doña Marina, y se lo daban muy bien á
entender; y como lo oyeron los papas y caciques y capitanes, dijeron
que así es verdad lo que les dice, y que dello no tienen culpa, porque
los embajadores de Montezuma lo ordenaron por mandado de su señor.
Entónces les dijo Cortés que tales traiciones como aquellas, que mandan
las leyes reales que no queden sin castigo, é que por su delito que
han de morir; é luego mandó soltar una escopeta, que era la señal
que teniamos apercebida para aquel efecto, y se les dió una mano que
se les acordara para siempre, porque matamos muchos dellos, y otros
se quemaron vivos, que no les aprovechó las promesas de sus falsos
ídolos; y no tardaron dos horas que no llegaron allí nuestros amigos
los tlascaltecas que dejamos en el campo, como ya he dicho otra vez, y
peleaban muy fuertemente en las calles, donde los cholultecas tenian
otras capitanías defendiéndolas porque no les entrásemos, y de presto
fueron desbaratadas, y iban por la ciudad robando y cautivando, que
no los podiamos detener; y otro dia vinieron otras capitanías de las
poblaciones de Tlascala, y les hacian grandes daños, porque estaban
muy mal con los de Cholula; y como aquello vimos, así Cortés como
los demás capitanes y soldados, por mancilla que hubimos dellos,
detuvimos á los tlascaltecas que no hiciesen más mal; y Cortés mandó
á Pedro de Albarado y á Cristóbal de Olí que le trujesen todas las
capitanías de Tlascala para les hablar, y no tardaron de venir, y les
mandó que recogiesen toda su gente y se estuviesen en el campo, y
así lo hicieron, que no quedó con nosotros sino los de Cempoal; y en
aquel instante vinieron ciertos caciques y papas cholultecas que eran
de otros barrios, que no se hallaron en las traiciones, segun ellos
decian (que, como es gran ciudad, era bando y parcialidad por sí), y
rogaron á Cortés y á todos nosotros que perdonásemos el enojo de las
traiciones que nos tenian ordenadas, pues los traidores habian pagado
con las vidas; y luego vinieron los dos papas amigos nuestros que nos
descubrieron el secreto, y la vieja mujer del capitan que queria ser
suegra de doña Marina (como ya he dicho otra vez), y todos rogaron á
Cortés fuesen perdonados.
Y Cortés cuando se lo decian mostró tener grande enojo, y mandó llamar
á los embajadores de Montezuma que estaban detenidos en nuestra
compañía, y dijo que, puesto que toda aquella ciudad merecia ser
asolada y que pagaran con las vidas, que teniendo respeto á su señor
Montezuma, cuyos vasallos son, los perdona, é que de allí adelante que
sean buenos, é no les acontezca otra como la pasada, que morirán por
ello.
Y luego mandó llamar los caciques de Tlascala que estaban en el campo,
é les dijo que volviesen los hombres y mujeres que habian cautivado,
que bastaban los males que habian hecho.
Y puesto que se les hacia de mal de volvello, é decian que de muchos
más daños eran merecedores por las traiciones que siempre de aquella
ciudad han recibido, por mandallo Cortés volvieron muchas personas; mas
ellos quedaron desta vez ricos así de oro é mantas, é algodon y sal é
esclavos.
Y demás desto, Cortés los hizo amigos con los de Cholula, que á lo
que despues vi é entendí, jamás quebraron las amistades; é más les
mandó á todos los papas é caciques cholultecas que poblasen su ciudad
é que hiciesen tiangues é mercados, é que no hubiesen temor, que no
se les haria enojo ninguno; y respondieron que dentro en cinco dias
harian poblar toda la ciudad, porque en aquella sazon todos los más
vecinos estaban amontados, é dijeron que temian que Cortés les nombrase
cacique, porque el que solia mandar fué uno de los que murieron en el
patio.
É luego preguntó que á quién le venia el cacicazgo, é dijeron que á un
su hermano; al cual luego le señaló por gobernador, hasta que otra cosa
fuese mandada.
Y demás desto, desque vió la ciudad poblada y estaban seguros en sus
mercados, mandó que se juntasen los papas y capitanes con los demás
principales de aquella ciudad, y se les dió á entender muy claramente
todas las cosas tocantes á nuestra santa fe, é que dejasen de adorar
ídolos, y no sacrificasen ni comiesen carne humana, ni se robasen unos
á otros, ni usasen las torpedades que solian usar, y que mirasen que
sus ídolos los traen engañados, y que son malos y no dicen verdad,
é que tuviesen memoria que cinco dias habia de las mentiras que les
prometieron que les darian vitoria cuando sacrificaron las siete
personas, é cómo todo cuanto dicen á los papas é á ellos es todo malo,
é que les rogaba que luego los derrocasen é hiciesen pedazos, y si
ellos no querian, que nosotros los quitariamos, é que hiciesen encalar
uno como humilladero, donde pusimos una cruz.
Lo de la cruz luego lo hicieron, y respondieron que quitarian los
ídolos; y puesto que se lo mandó muchas veces que los quitasen, lo
dilataban.
Y entónces dijo el Padre de la Merced á Cortés que era por demás á
los principios quitalles sus ídolos, hasta que vayan entendiendo
más las cosas, y ver en qué paraba nuestra entrada en Méjico, y el
tiempo nos diria lo que habiamos de hacer, que al presente bastaba las
amonestaciones que se les habia hecho, y ponelles la cruz.
Dejaré de hablar desto, y diré cómo aquella ciudad está asentada en un
llano y en parte é sitio donde están muchas poblaciones cercanas, que
es Tepeaca, Tlascala, Chalco, Tecamachalco, Guaxocingo é otros muchos
pueblos, que por ser tantos, aquí no los nombro; y es tierra de maíz é
otras legumbres, é de mucho ají, y toda llena de maijales, que es de
lo que hacen el vino, é hacen en ella muy buena loza de barro colorado
é prieto é blanco, de diversas pinturas, é se bastece della Méjico y
todas las provincias comarcanas, digamos ahora como en Castilla lo de
Talavera é Palencia.
Tenia aquella ciudad en aquel tiempo sobre cien torres muy altas, que
eran cues é adoratorios donde estaban sus ídolos, especial el cu mayor
era de más altor que el de Méjico, puesto que era muy suntuoso y alto
el cu mejicano, y tenia otros cien patios para el servicio de los cues;
y segun entendimos, habia allí un ídolo muy grande, el nombre dél no me
acuerdo, más entre ellos tenian gran devocion y venian de muchas partes
á le sacrificar, en tener como á manera de novenas, y le presentaban de
las haciendas que tenian.
Acuérdome que cuando en aquella ciudad entramos, que cuando vimos tan
altas torres y blanquear, nos pareció al propio Valladolid.
Dejemos de hablar desta ciudad y todo lo acaecido en ella, y digamos
cómo los escuadrones que habia enviado el gran Montezuma, que estaban
ya presos entre los arcabuezos que están cabe Cholula, y tenian hechos
mamparos y callejones para que no pudiesen correr los caballos, como
lo tenian concertado, como ya otra vez he dicho; é como supieron lo
acaecido, se vuelven más que de paso para Méjico, y dan relacion á
su Montezuma segun y de la manera que todo pasó; y por presto que
fueron, ya teniamos la nueva de dos principales que con nosotros
estaban, que fueron en posta; y supimos muy de cierto que cuando lo
supo Montezuma que sintió gran dolor y enojo, é que luego sacrificó
ciertos indios á su ídolo Huichilóbos, que le tenian por dios de la
guerra, porque les dijese en qué habia de parar nuestra ida á Méjico, ó
si nos dejaria entrar en su ciudad; y aun supimos que estuvo encerrado
en sus devociones y sacrificios dos dias, juntamente con diez papas
los más principales, y hubo respuesta de aquellos ídolos que tenian
por dioses, y fué que le aconsejaron que nos enviase mensajeros á
disculpar de lo de Cholula, y que con muestras de paz nos deje entrar
en Méjico, y que estando dentro, con quitarnos la comida é agua, ó
alzar cualquiera de las puentes, nos mataria, y que en un dia, si nos
daba guerra, no quedaria uno de nosotros á vida, y que allí podria
hacer sus sacrificios, así al Huichilóbos, que les dió esta respuesta,
como á Tezcatecupa, que tenian por dios del infierno, é se hartarian de
nuestros muslos y piernas y brazos, y de las tripas y el cuerpo y todo
lo demás hartarian las culebras y serpientes é tigres que tenian en
unas casas de madera, como adelante diré en su tiempo y lugar.
Dejemos de hablar de lo que Montezuma sintió de lo sobredicho, y
digamos cómo esta cosa ó castigo de Cholula fué sabido en todas las
provincias de la Nueva-España.
Y si de ántes teniamos fama de esforzados, y habian sabido de las
guerras de Potonchan y Tabasco y de Cingapacinga y lo de Tlascala, y
nos llamaban teules, que es nombre como sus dioses ó cosas malas, desde
allí adelante nos tenian por adivinos, y decian que no se nos podria
encubrir cosa ninguna mala que contra nosotros tratasen, que no lo
supiésemos, y á esta causa nos mostraban buena voluntad.
Y creo que estarán hartos los curiosos letores de oir esta relacion de
Cholula, é ya quisiera habella acabado de escribir.
Y no puedo dejar de traer aquí á la memoria las redes de maderos
gruesos que en ella hallamos; las cuales tenian llenas de indios y
muchachos á cebo, para sacrificar y comer sus carnes; las cuales
redes quebramos, y los indios que en ellas estaban presos les mandó
Cortés que se fuesen adonde eran naturales, y con amenazas mandó á
los capitanes y papas de aquella ciudad que no tuviesen más indios de
aquella manera ni comiesen carne humana, y así lo prometieron.
Mas, ¿qué aprovechaban aquellos prometimientos, que no lo cumplian?
Pasemos ya adelante, y digamos que aquestas fueron las grandes
crueldades que escribe y nunca acaba de decir el señor obispo de
Chiapa, don fray Bartolomé de las Casas; porque afirma y dice que sin
causa ninguna, sino por nuestro pasatiempo y porque se nos antojó, se
hizo aquel castigo.
Y tambien quiero decir que unos buenos religiosos franciscos, que
fueron los primeros frailes que su majestad envió á esta Nueva-España
despues de ganado Méjico, segun adelante diré, fueron á Cholula para
saber y pesquisar é inquirir cómo y de qué manera pasó aquel castigo,
é por qué causa, é la pesquisa que hicieron fué con los mismos papas
é viejos de aquella ciudad; y despues de bien sabido dellos mismos,
hallaron ser ni más ni ménos que en esta mi relacion escribo; y si no
se hiciera aquel castigo, nuestras vidas estaban en harto peligro,
segun los escuadrones y capitanías tenian de guerreros mejicanos y de
los naturales de Cholula, é albarradas é pertrechos; que si allí por
nuestra desdicha nos mataran, esta Nueva-España no se ganara tan presto
ni se atreviera á venir otra armada, é ya que viniera, fuera con gran
trabajo, porque les defendieran los puertos, y se estuvieran siempre en
sus idolatrías.
Yo he oido decir á un fraile francisco de buena vida, que se decia fray
Toribio Montelmea, que si se pudiera excusar aquel castigo, y ellos no
dieran causa á que se hiciese, que mejor fuera; mas ya que se hizo,
que fué bueno para que todos los indios de todas las provincias de la
Nueva-España viesen y conociesen que aquellos ídolos y los demás son
malos y mentirosos, y que viendo que lo que les habia prometido salió
al revés, que perdiesen la devocion que ántes tenian con ellos, y que
desde allí en adelante no le sacrificaban ni venian en romería de otras
partes, como solian; y desde entónces no curaron más dél, y le quitaron
del alto cu donde estaba, y lo escondieron ó quebraron, que no pareció
más, y en su lugar habian puesto otro ídolo.
Dejémoslo ya, y diré lo que más adelante hicimos.


CAPÍTULO LXXXIV.
DE CIERTAS PLÁTICAS É MENSAJEROS QUE ENVIAMOS AL GRAN MONTEZUMA.

Como habian ya pasado catorce dias que estábamos en Cholula, y no
teniamos en qué entender, y vimos que quedaba aquella ciudad muy
poblada, é hacian mercados, é habiamos hecho amistades entre ellos y
los de Tlascala, les teniamos puesto una cruz é amonestádoles las cosas
tocantes á nuestra santa fe, y viamos que el gran Montezuma enviaba
á nuestro real espías encubiertamente á saber é inquirir qué era
nuestra voluntad, é si habiamos de pasar adelante para ir á su ciudad,
porque todo lo alcanzaba á saber muy enteramente por dos embajadores
que estaban en nuestra compañía; acordó nuestro capitan de entrar en
consejo con ciertos capitanes é algunos soldados que sabia que le
tenian buena voluntad, y porque, demás de ser muy esforzados, eran de
buen consejo; porque ninguna cosa hacia sin primero tomar sobre ello
nuestro parecer.
Y fué acordado que blanda y amorosamente enviásemos á decir al gran
Montezuma que para cumplir con lo que nuestro Rey y señor nos envió á
estas partes, hemos pasado muchos mares é remotas tierras, solamente
para le ver é decille cosas que le serian muy provechosas cuando las
haya entendido; que viniendo que veniamos camino de su ciudad, porque
sus embajadores nos encaminaron por Cholula, que dijeron que eran
sus vasallos; é que dos dias, los primeros que en ella entramos, nos
recibieron muy bien, é para otro dia tenian ordenada una traicion,
con pensamiento de matarnos; y porque somos hombres que tenemos tal
calidad, que no se nos puede encubrir cosa de trato ni traicion ni
maldad que contra nosotros quieran hacer, que luego no la sepamos; é
que por esta causa castigamos á algunos de los que querian ponerlo por
obra.
É que porque supo que eran sus sujetos, teniendo respeto á su persona
y á nuestra gran amistad, dejó de matar y asolar todos los que fueron
en pensar en la traicion; y lo peor de todo esto es, que dijeron los
papas é caciques que por consejo é mandado dél y de sus embajadores lo
querian hacer; lo cual nunca creimos que tan gran señor como él es tal
mandase, especialmente habiéndose dado por nuestro amigo; y tenemos
colegido de su persona que, ya que tan mal pensamiento sus ídolos le
pusieron de darnos guerra, que seria en el campo; mas en tanto teniamos
que pelease en campo como en poblado, que de dia que de noche, porque
los matariamos á quien tal pensase hacer. Mas como lo tiene por grande
amigo y le desea ver y hablar, luego nos partimos para su ciudad á
dalle cuenta muy por entero de lo que el Rey nuestro señor nos mandó.
Y como el Montezuma oyó esta embajada, y entendió que por lo de Cholula
no le poniamos culpa, oimos decir que tornó á entrar con sus papas en
ayunos é sacrificios que hicieron á sus ídolos, para que se tornase
á retificar que si nos dejaria entrar en su ciudad ó no, y si se lo
tornaba á mandar, como le habia dicho otra vez. Y la respuesta que les
tornó á dar fué como la primera, y que de hecho nos deje entrar, y que
dentro nos mataria á su voluntad.
Y más le aconsejaron sus capitanes y papas, que si ponia estorbo en la
entrada, que le hariamos guerra en los pueblos sus sujetos, teniendo,
como teniamos, por amigos á los tlascaltecas y todos los totonaques de
la sierra, é otros pueblos que habian tomado nuestra amistad, y por
excusar estos males, que mejor y más sano consejo es el que les ha dado
su Huichilóbos.
Dejemos de más decir de lo que Montezuma tenia acordado, é diré lo que
sobre ello hizo, y cómo acordamos de ir camino de Méjico, y estando
de partida llegaron mensajeros de Montezuma con un presente, y lo que
envió á decir.


CAPÍTULO LXXXV.
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA ENVIÓ UN PRESENTE DE ORO, Y LO QUE ENVIÓ Á
DECIR, Y CÓMO ACORDAMOS IR CAMINO DE MÉJICO, Y LO QUE MÁS ACAECIÓ.

Como el gran Montezuma hubo tomado otra vez consejo con sus Huichilóbos
é papas é capitanes, y todos le aconsejaron que nos dejase entrar en su
ciudad, é que allí nos matarian á su salvo.
Y despues que oyó las palabras que le enviamos á decir acerca de
nuestra amistad, é tambien otras razones bravosas, cómo somos hombres
que no se nos encubre traicion que contra nosotros se trate, que no
lo sepamos, y que en lo de la guerra, que eso se nos da que sea en el
campo ó en poblado, que de noche ó de dia, ó de otra cualquier manera;
é como habia entendido las guerras de Tlascala, é habia sabido lo de
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