Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 20

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dentro muchas colores é diversidad de labores y venia ensartado en unos
cordones de oro con almizque porque diesen buen olor, y se le echó
al cuello al gran Montezuma; y cuando se lo puso le iba á abrazar, y
aquellos grandes señores que iban con el Montezuma detuvieron el brazo
á Cortés que no le abrazase, porque lo tenian por menosprecio; y luego
Cortés con la lengua doña Marina le dijo que holgaba agora su corazon
en haber visto un tan gran Príncipe, y que le tenia en gran merced la
venida de su persona á le recebir y las mercedes que le hace á la
contina.
É entónces el Montezuma, le dijo otras palabras de buen comedimento, é
mandó á dos de sus sobrinos de los que le traian del brazo, que eran
el señor de Tezcuco y el señor de Cuyoacan, que se fuesen con nosotros
hasta aposentarnos; y el Montezuma con los otros de sus parientes,
Cuedlauaca y el señor de Tacuba, que le acompañaban, se volvió á la
ciudad, y tambien se volvieron con él todas aquellas grandes compañías
de caciques y principales que le habian venido á acompañar; é cuando
se volvian con su señor estábamoslos mirando cómo iban todos, los ojos
puestos en tierra, sin miralle y muy arrimados á la pared, y con gran
acato le acompañaban; y así tuvimos lugar nosotros de entrar por las
calles de Méjico sin tener tanto embarazo.
¿Quién podrá decir la multitud de hombres y mujeres y muchachos que
estaban en las calles é azuteas y en canoas en aquellas acequias
que nos salian á mirar? Era cosa de notar, que agora, que lo estoy
escribiendo, se me representa todo delante de mis ojos como si ayer
fuera cuando esto pasó; y considerada la cosa y gran merced que nuestro
Señor Jesucristo nos hizo y fué servido de darnos gracia y esfuerzo
para osar entrar en tal ciudad, é me haber guardado de muchos peligros
de muerte, como adelante verán.
Doyle muchas gracias por ello, que á tal tiempo me ha traido para
podello escribir, é aunque no tan cumplidamente como convenia y se
requiere; y dejemos palabras, pues las obras son buen testigo de lo
que digo.
É volvamos á nuestra entrada en Méjico, que nos llevaron á aposentar
á unas grandes casas, donde habia aposentos para todos nosotros, que
habian sido de su padre el gran Montezuma, que se decia Axayaca, adonde
en aquella sazon tenia el gran Montezuma sus grandes adoratorios é
ídolos, é tenia una recámara muy secreta de piezas y joyas de oro,
que era como tesoro de lo que habia heredado de su padre Axayaca, que
no tocaba en ello; y asimismo nos llevaron á aposentar á aquella casa
por causa que como nos llamaban teules, é por tales nos tenian, que
estuviésemos entre sus ídolos, como teules que allí tenia.
Sea de una manera ú de otra, allí nos llevaron, donde tenia hechos
grandes estrados y salas muy entoldadas de paramentos de la tierra para
nuestro capitan, y para cada uno de nosotros otras camas de esteras
y unos toldillos encima, que no se da más cama por muy gran señor
que sea, porque no las usan; y todos aquellos palacios muy lucidos y
encalados y barridos y enramados; y como llegamos y entramos en un gran
patio, luego tomó por la mano el gran Montezuma á nuestro capitan, que
allí lo estuvo esperando, y le metió en el aposento y sala donde habia
de posar, que le tenia muy ricamente aderezada para segun su usanza,
y tenia aparejado un muy rico collar de oro, de hechura de camarones,
obra muy maravillosa; y el mismo Montezuma se lo echó al cuello á
nuestro capitan Cortés, que tuvieron bien que admirar sus capitanes del
gran favor que le dió; y cuando se lo hubo puesto, Cortés le dió las
gracias con nuestras lenguas; é dijo Montezuma:
—«Malinche, en vuestra casa estais vos y vuestros hermanos, descansad.»
Y luego se fué á sus palacios, que no estaban léjos; y nosotros
repartimos nuestros aposentos por capitanías, é nuestra artillería
asestada en parte conveniente; y muy bien platicada la órden que en
todo habiamos de tener, y estar muy apercebidos, así los de á caballo
como todos nuestros soldados; y nos tenian aparejada una muy suntuosa
comida á su uso é costumbre, que luego comimos.
Y fué esta nuestra venturosa é atrevida entrada en la gran ciudad de
Tenustitlan, Méjico, á ocho dias del mes de Noviembre, año de nuestro
Salvador Jesucristo de 1519 años. Gracias á nuestro Señor Jesucristo
por todo. É puesto que no vaya expresado otras cosas que habia que
decir, perdónenme, que no lo sé decir mejor por agora hasta su tiempo.
É dejemos de más pláticas, é volvamos á nuestra relacion de lo que más
nos avino; lo cual diré adelante.


CAPÍTULO LXXXIX.
CÓMO EL GRAN MONTEZUMA VINO Á NUESTROS APOSENTOS CON MUCHOS CACIQUES
QUE LE ACOMPAÑABAN, É LA PLÁTICA QUE TUVO CON NUESTRO CAPITAN.

Como el gran Montezuma hubo comido, y supo que nuestro capitan y todos
nosotros asimismo habia buen rato que habiamos hecho lo mismo, vino á
nuestro aposento con gran copia de principales, é todos deudos suyos,
é con gran pompa; é como á Cortés le dijeron que venia, le salió á la
mitad de la sala á le recebir, y el Montezuma le tomó por la mano,
é trajeron unos como asentaderos hechos á su usanza é muy ricos, y
labrados de muchas maneras con oro; y el Montezuma dijo á nuestro
capitan que se sentase, é se asentaron entrambos, cada uno en el suyo,
y luego comenzó el Montezuma un muy buen parlamento, é dijo que en
gran manera se holgaba de tener en su casa y reino unos caballeros tan
esforzados, como era el capitan Cortés y todos nosotros, é que habia
dos años que tuvo noticia de otro capitan que vino á lo de Champoton, é
tambien el año pasado le trujeron nuevas de otro capitan que vino con
cuatro navíos, é que siempre lo deseó ver, é que ahora que nos tiene ya
consigo para servirnos y darnos de todo lo que tuviese.
Y que verdaderamente debe de ser cierto que somos los que sus
antepasados muchos tiempos ántes habian dicho, que vendrian hombres
de hácia donde sale el sol á señorear aquestas tierras, y que debemos
de ser nosotros, pues tan valientemente peleamos en lo de Potonchan y
Tabasco y con tlascaltecas, porque todas las batallas se las trujeron
pintadas al natural.
Cortés le respondió con nuestras lenguas, que consigo siempre estaban,
especial la doña Marina, y le dijo que no sabe con qué pagar él ni
todos nosotros las grandes mercedes recebidas de cada dia, é que
ciertamente veniamos de donde sale el sol, y somos vasallos y criados
de un gran señor que se dice el Emperador D. Cárlos, que tiene sujetos
á sí muchos y grandes Príncipes, é que teniendo noticia dél y de cuán
gran señor es, nos envió á estas partes á le ver é á rogar que sean
cristianos, como es nuestro Emperador é todos nosotros, é que salvarán
sus ánimas él y todos sus vasallos, é que adelante le declarará
más cómo y de qué manera ha de ser, y cómo adoramos á un solo Dios
verdadero, y quién es, y otras muchas cosas buenas que oirá, como les
habia dicho á sus embajadores Tendile é Pitalpitoque é Quintalvor
cuando estábamos en los arenales.
É acabado este parlamento, tenia apercebido el gran Montezuma muy
ricas joyas de oro y de muchas hechuras, que dió á nuestro capitan, é
asimismo á cada uno de nuestros capitanes dió cositas de oro y tres
cargas de mantas de labores ricas de pluma, y entre todos los soldados
tambien nos dió á cada uno á dos cargas de mantas, con alegría, y en
todo parecia gran señor.
Y cuando lo hubo repartido, preguntó á Cortés que si éramos todos
hermanos y vasallos de nuestro gran Emperador, é dijo que sí, que
éramos hermanos en el amor y amistad, é personas muy principales é
criados de nuestro gran Rey y señor.
Y porque pasaron otras pláticas de buenos comedimientos entre Montezuma
y Cortés, y por ser esta la primera vez que nos venia á visitar, y
por no le ser pesado, cesaron los razonamientos; y habia mandado el
Montezuma á sus mayordomos que á nuestro modo y usanza estuviésemos
proveidos, que es maíz, é piedras é indias para hacer pan, é gallinas y
fruta, y mucha yerba para los caballos; y el gran Montezuma se despidió
con gran cortesía de nuestro capitan y de todos nosotros, y salimos con
él hasta la calle, y Cortés nos mandó que al presente que no fuésemos
muy léjos de los aposentos, hasta entender más lo que conviniese.
É quedarse há aquí, é diré lo que adelante pasó.


CAPÍTULO XC.
CÓMO LUEGO OTRO DIA FUÉ NUESTRO CAPITAN Á VER AL GRAN MONTEZUMA, Y DE
CIERTAS PLÁTICAS QUE TUVIERON.

Otro dia acordó Cortés de ir á los palacios de Montezuma, é primero
envió á saber qué hacia, y supiese cómo íbamos, y llevó consigo
cuatro capitanes, que fué Pedro de Albarado y Juan Velazquez de Leon
y Diego de Ordás, é á Gonzalo de Sandoval, y tambien fuimos cinco
soldados, y como el Montezuma lo supo, salió á nos recebir á la mitad
de la sala, muy acompañado de sus sobrinos, porque otros señores no
entraban ni comunicaban donde el Montezuma estaba, si no era á negocios
importantes; y con gran acato que hizo á Cortés, y Cortés á él, le
tomaron por las manos, é adonde estaba su estrado le hizo sentar á la
mano derecha; y asimismo nos mandó sentar á todos nosotros en asientos
que allí mandó traer.
É Cortés le comenzó á hacer un razonamiento con nuestras lenguas doña
Marina é Aguilar; é dijo que ahora, que habia venido á ver y hablar á
un tan gran señor como era, estaba descansado, y todos nosotros, pues
ha cumplido el viaje é mando que nuestro gran Rey y señor le mandó; é
lo que más le viene á decir de parte de nuestro Señor Dios es, que ya
su merced habrá entendido de sus embajadores Tendile é Pitalpitoque é
Quintalvor, cuando nos hizo las mercedes de enviarnos la luna y el sol
de oro en el arenal, cómo les dijimos que éramos cristianos é adoramos
á un solo Dios verdadero, que se dice Jesucristo, el cual padeció
muerte y pasion por nos salvar; y le dijimos, cuando nos preguntaron
que por qué adorábamos aquella cruz, que la adorábamos por otra que era
señal donde Nuestro Señor fué crucificado por nuestra salvacion, é que
aquesta muerte y pasion que permitió que así fuese por salvar por ella
todo el linaje humano, que estaba perdido; y que aqueste nuestro Dios
resucitó al tercero dia y está en los cielos, y es el que hizo el cielo
y tierra y la mar, y crió todas las cosas que hay en el mundo, y las
aguas y rocios, y ninguna cosa se hace sin su santa voluntad; y que en
él creemos y adoramos, y que aquellos que ellos tienen por dioses, que
no lo son, sino diablos, que son cosas muy malas, y cuales tienen las
figuras, que peores tienen los hechos; é que mirasen cuán malos son y
de poca valía, que adonde tenemos puestas cruces como las que vieron
sus embajadores, con temor dellas no osan parecer delante, y que el
tiempo andando lo verian.
É lo que agora le pide por merced es, que esté atento á las palabras
que agora le quiere decir. Y luego le dijo muy bien dado á entender
de la creacion del mundo, é como todos somos hermanos, hijos de un
padre y de una madre, que se decian Adan y Eva; cómo tal hermano,
nuestro gran Emperador, doliéndose de la perdicion de las ánimas, que
son muchas las que aquellos sus ídolos llevan al infierno, donde arden
en vivas llamas, nos envió para que esto que ha oido lo remedie, y no
adoren aquellos ídolos ni les sacrifiquen más indios ni indias; y pues
todos somos hermanos, no consientan sodomías ni robos; y más le dijo,
que el tiempo andando enviaria nuestro Rey y señor unos hombres que
entre nosotros viven muy santamente, mejores que nosotros, para que
se lo dén á entender; porque al presente no veniamos á más de se lo
notificar; é así, se lo pide por merced que lo haga y cumpla.
É porque pareció que el Montezuma queria responder, cesó Cortés la
plática. É díjonos Cortés á todos nosotros que con él fuimos:
—«Con esto cumplimos, por ser el primer toque.»
Y el Montezuma respondió:
—«Señor Malinche, muy bien entendido tengo vuestras pláticas y
razonamientos ántes de agora, que á mis criados sobre vuestro Dios
les dijísteis en el arenal, y eso de la cruz y todas las cosas que
en los pueblos por donde habeis venido habeis predicado, no os hemos
respondido á cosa ninguna dellas porque desde ab-inicio acá adoramos
nuestros dioses y los tenemos por buenos, é así deben ser los vuestros,
é no cureis más al presente de nos hablar dellos; y en esto de la
creacion del mundo, así lo tenemos nosotros creido muchos tiempos
pasados; é á esta causa tenemos por cierto que sois los que nuestros
antecesores nos dijeron que venian de donde sale el sol, é á ese
vuestro Rey yo le soy en cargo y le daré de lo que tuviere; porque,
como dicho tengo otra vez, bien há dos años tengo noticia de capitanes
que vinieron con navíos por donde vosotros vinísteis, y decian que eran
criados dese vuestro gran Rey. Querria saber si sois todos unos.»
É Cortés le dijo que sí, que todos éramos criados de nuestro Emperador,
é que aquellos vinieron á ver el camino é mares é puertos para lo
saber muy bien, y venir nosotros como veniamos; y decíalo el Montezuma
por lo de Francisco Fernandez de Córdoba é Grijalva, cuando venimos á
descubrir la primera vez; y dijo que desde entónces tuvo pensamiento de
ver algunos de aquellos hombres que venian, para tener en sus reinos é
ciudades, para les honrar; é pues que sus dioses le habian cumplido sus
buenos deseos, é ya estábamos en sus casas, las cuales se pueden llamar
nuestras, que holgásemos y tuviésemos descanso; que allí seriamos
servidos, é que si algunas veces nos enviaba á decir que no entrásemos
en su ciudad, que no era de su voluntad, sino porque sus vasallos
tenian temor, que les decian que echábamos rayos é relámpagos, é con
los caballos matábamos muchos indios, é que éramos teules bravos, é
otras cosas de niñerias.
É que agora, que ha visto nuestras personas, é que somos de hueso y de
carne y de mucha razon, é sabe que somos muy esforzados, por estas
causas nos tiene en más estima que le habian dicho, é que nos daria de
lo que tuviese.
É Cortés é todos nosotros respondimos que se lo teniamos en grande
merced tan sobrada voluntad; y luego el Montezuma dijo riendo, porque
en todo era muy regocijado en su hablar de gran señor:
—«Malinche, bien sé que te han dicho esos de Tlascala, con quien tanta
amistad habeis tomado, que yo que soy como dios ó teule, que cuanto hay
en mis casas es todo oro é plata y piedras ricas; bien tengo conocido
que como sois entendidos, que no lo creíades y lo teniades por burla;
lo que ahora, señor Malinche, veis: mi cuerpo de hueso y de carne como
los vuestros, mis casas y palacios de piedra y madera y cal; de ser yo
gran Rey, si soy, y tener riquezas de mis antecesores, si tengo; mas
no las locuras y mentiras que de mí os han dicho; así que tambien lo
teneis por burla, como yo tengo lo de vuestros truenos y relámpagos.»
É Cortés le respondió tambien riendo, y dijo que los contrarios
enemigos siempre dicen cosas malas é sin verdad de los que quieren mal,
é que bien ha conocido que en estas partes otro señor más magnífico no
le espera ver, é que no sin causa es tan nombrado delante de nuestro
Emperador.
É estando en estas pláticas mandó secretamente Montezuma á un gran
cacique, sobrino suyo, de los que estaban en su compañía, que mandase
á sus mayordomos que trujesen ciertas piezas de oro, que parece ser
debieran estar apartadas para dar á Cortés diez cargas de ropa fina;
lo cual repartió, el oro y mantas entre Cortés y los cuatro capitanes,
é á nosotros los soldados nos dió á cada uno dos collares de oro, que
valdria cada collar diez pesos, é dos cargas de mantas.
Valía todo el oro que entónces dió sobre mil pesos, y esto daba con una
alegría y semblante de grande é valeroso señor; y porque pasaba la hora
más de medio dia, y por no le ser más importuno, le dijo Cortés:
—«El señor Montezuma siempre tiene por costumbre de echarnos un cargo
sobre otro, en hacernos cada dia mercedes; ya es hora que vuestra
majestad coma.»
Y el Montezuma dijo que ántes por haberle ido á visitar le hicimos
merced; é así, nos despedimos con grandes cortesías dél y nos fuimos á
nuestros aposentos, é íbamos platicando de la buena manera é crianza
que en todo tenia, é que nosotros en todo le tuviésemos mucho acato,
é con las gorras de armas colchadas quitadas cuando delante dél
pasásemos; é así lo haciamos.
É dejémoslo aquí, é pasemos adelante.


CAPÍTULO XCI.
DE LA MANERA É PERSONA DEL GRAN MONTEZUMA, Y DE CUÁN GRAN SEÑOR ERA.

Seria el gran Montezuma de edad de hasta cuarenta años, y de buena
estatura y bien proporcionado, é cenceño é pocas carnes, y la color no
muy moreno, sino propia color y matiz de indio, y traia los cabellos no
muy largos, sino cuanto le cubrian las orejas, é pocas barbas, prietas
y bien puestas é ralas, y el rostro algo largo é alegre é los ojos de
buena manera, é mostraba en su persona en el mirar por un cabo amor, é
cuando era menester gravedad.
Era muy pulido y limpio, bañábase cada dia una vez á la tarde; tenia
muchas mujeres por amigas; é hijas de señores, puesto que tenia dos
grandes cacicas por sus legítimas mujeres, que cuando usaba con ellas
era tan secretamente, que no lo alcanzaban á saber sino alguno de los
que le servian; era muy limpio de sodomías; las mantas y ropas que se
ponia cada un dia, no se las ponia sino desde á cuatro dias.
Tenia sobre ducientos principales de su guarda en otras salas junto á
la suya, y estos no para que hablasen todos con él, sino cual ó cual; y
cuando le iban á hablar se habian de quitar las mantas ricas y ponerse
otras de poca valía, mas habian de ser limpias, y habian de entrar
descalzos y los ojos bajos puestos en tierra, y no miralle á la cara,
y con tres reverencias que le hacian primero que á él llegasen, é le
decian en ellas:
—«Señor, mi señor, gran señor.»
Y cuando le daban relacion á lo que iban, con pocas palabras los
despachaba; sin levantar el rostro al despedirse dél, sino la cara é
ojos bajos en tierra hácia donde estaba, é no vueltas las espaldas
hasta que salian de la sala.
É otra cosa vi, que cuando otros grandes señores venian de léjas
tierras á pleitos ó negocios, cuando llegaban á los aposentos del gran
Montezuma habíanse de descalzar é venir con pobres mantas, y no habian
de entrar derecho en los palacios, sino rodear un poco por el lado de
la puerta de palacio; que entrar de rota batida teníanlo por descaro;
en el comer le tenian sus cocineros sobre treinta maneras de guisados
hechos á su modo y usanza; teníanlos en braseros de barro chicos
debajo, porque no se enfriasen.
É de aquello que el gran Montezuma habia de comer guisaban más de
trescientos platos, sin más de mil para la gente de guarda; y cuando
habia de comer, salíase el Montezuma algunas veces con sus principales
y mayordomos, y le señalaban cual guisado era mejor é de qué aves
é cosas estaba guisado, y de lo que le decian, de aquello habia de
comer, é cuando salia á lo ver eran pocas veces; y como por pasatiempo,
oí decir que le solian guisar carnes de muchachos de poca edad; y
como tenia tantas diversidades de guisados y de tantas cosas, no le
echábamos de ver si era de carne humana y de otras cosas, porque
cotidianamente le guisaban gallinas, gallos de papada, faisanes,
perdices de la tierra, codornices, patos mansos y bravos, venado,
puerco de la tierra, pajaritos de caña y palomas y liebres y conejos,
y muchas maneras de aves é cosas de las que se crian en estas tierras,
que son tantas que no las acabaré de nombrar tan presto; y así, no
miramos en ello.
Lo que yo sé es, que desque nuestro capitan le reprendió el sacrificio
y comer de carne humana; que desde entónces mandó que no le guisasen
tal manjar.
Dejemos de hablar en esto, y volvamos á la manera que tenia en su
servicio al tiempo de comer, y es desta manera: que si hacia frio
teníanle hecha mucha lumbre de ascuas de una leña de cortezas de
árboles que no hacian humo, el olor de las cortezas de que hacian
aquellas ascuas muy oloroso; y porque no le diesen más calor de lo
que él queria, ponian delante una como tabla labrada con oro y otras
figuras de ídolos, y él sentado en un asentadero bajo, rico é blando,
é la mesa tambien baja, hecha de la misma manera de los asentaderos, é
allí le ponian sus manteles de mantas blancas y unos pañizuelos algo
largos de lo mismo, y cuatro mujeres muy hermosas y limpias le daban
aguamanos en unos como á manera de aguamaniles hondos, que llaman
sicales, y le ponian debajo para recoger el agua otros á manera de
platos, y le daban sus tohallas, é otras dos mujeres le traian el pan
de tortillas.
É ya que comenzaba á comer, echándole delante una como puerta de madera
muy pintada de oro, porque no le viesen comer; y estaban apartadas las
cuatro mujeres, aparte, y allí se le ponian á sus lados cuatro grandes
señores viejos y de edad, en pié, con quien el Montezuma de cuando en
cuando platicaba é preguntaba cosas, y por mucho favor daba á cada
uno destos viejos un plato de lo que él comia; é decian que aquellos
viejos eran sus deudos muy cercanos, é consejeros y jueces de pleitos,
y el plato y manjar que les daba el Montezuma comian en pié y con mucho
acato, y todo sin miralle á la cara. Servíase con barro de Cholula, uno
colorado y otro prieto.
Miéntras que comia, ni por pensamiento habian de hacer alboroto ni
hablar alto los de su guarda, que estaban en las salas cerca de la del
Montezuma.
Traíanle frutas de todas cuantas habia en la tierra, mas no comia sino
muy poca, y de cuando en cuando traian unas como copas de oro fino,
con cierta bebida hecha del mismo cacao, que decian era para tener
acceso con mujeres; y entónces no mirábamos en ello; mas lo que yo vi,
que traian sobre cincuenta jarros grandes hechos de buen cacao con
su espuma, y de lo que bebia; y las mujeres le servian al beber con
gran acato, y algunas veces al tiempo del comer estaban unos indios
corcovados, muy feos, porque eran chicos de cuerpo y quebrados por
medio los cuerpos, que entre ellos eran chocarreros; otros indios
que debian de ser truhanes, que le decian gracias, é otros que le
cantaban y bailaban, porque el Montezuma era muy aficionado á placeres
y cantares, é á aquellos mandaba dar los relieves y jarros del cacao;
y las mismas cuatro mujeres alzaban los manteles y le tornaban á dar
agua á manos, y con mucho acato que le hacian; é hablaba Montezuma
á aquellos cuatro principales viejos en cosas que le convenian, y se
despedian dél con gran acato que le tenian, y él se quedaba reposando;
y cuando el gran Montezuma habia comido, luego comian todos los de
su guarda é otros muchos de sus serviciales de casa, y me parece que
sacaban sobre mil platos de aquellos manjares que dicho tengo; pues
jarros de cacao con su espuma, como entre mejicanos se hace, más de dos
mil, y fruta infinita. Pues para sus mujeres y criadas, é panaderas é
cacaguoteras era gran costa la que tenia.
Dejemos de hablar de la costa y comida de su casa, y digamos de los
mayordomos y tesoreros, é despensas é botillería, y de los que tenian
cargo de las casas adonde tenian el maíz, digo que habia tanto que
escribir, cada cosa por sí, que yo no sé por dónde comenzar, sino que
estábamos admirados del gran concierto é abasto que en todo habia.
Y más digo, que se me habia olvidado, que es bien de tornallo á
recitar, y es, que le servian al Montezuma estando á la mesa cuando
comia, como dicho tengo, otras dos mujeres muy agraciadas; hacian
tortillas amasadas con huevos y otras cosas sustanciosas, y eran las
tortillas muy blancas, y traíanselas en unos platos cobijados con sus
paños limpios, y tambien le traian otra manera de pan que son como
bollos largos, hechos y amasados con otra manera de cosas sustanciales,
y pan pachol, que en esta tierra así se dice, que es á manera de unas
obleas.
Tambien le ponian en la mesa tres cañutos muy pintados y dorados, y
dentro traian liquidámbar revuelto con unas yerbas que se dice tabaco,
y cuando acababa de comer, despues que le habian cantado y bailado, y
alzada la mesa, tomaba el humo de uno de aquellos cañutos, y muy poco,
y con ello se dormia.
Dejemos ya de decir del servicio de su mesa, y volvamos á nuestra
relacion. Acuérdome que era en aquel tiempo su mayordomo mayor un gran
cacique que le pusimos por nombre Tapia, y tenia cuenta de todas las
rentas que le traian al Montezuma, con sus libros hechos de su papel,
que se dice amatl, y tenia destos libros una gran casa dellos.
Dejemos de hablar de los libros y cuentas, pues va fuera de nuestra
relacion, y digamos cómo tenia Montezuma dos casas llenas de todo
género de armas, y muchas de ellas ricas con oro y pedrería, como eran
rodelas grandes y chicas, y unas como macanas, y otras á manera de
espadas de á dos manos, engastadas en ellas unas navajas de pedernal,
que cortaban muy mejor que nuestras espadas, é otras lanzas más largas
que no las nuestras, con una braza de cuchillas, y engastadas en
ellas muchas navajas, que aunque dén con ellas en un broquel ó rodela
no saltan, é cortan en fin como navajas, que se rapan con ellas las
cabezas, y tenian muy buenos arcos y flechas, y varas de á dos gajos, y
otras de á uno con sus tiraderas, y muchas hondas y piedras rollizas
hechas á mano, y unos como paveses, que son de arte que los pueden
arrollar arriba cuando no pelean porque no les estorbe, y al tiempo de
pelear, cuando son menester, los dejan caer, ó quedan cubiertos sus
cuerpos de arriba abajo.
Tambien tenian muchas armas de algodon colchadas y ricamente labradas
por defuera, de plumas de muchas colores á manera de divisas é
invenciones, y tenian otros como capacetes y cascos de madera y de
hueso, tambien muy labrados de pluma por defuera, y tenian otras armas
de otras hechuras, que por excusar prolijidad las dejo de decir. Y sus
oficiales, que siempre labraban y entendian en ello, y mayordomos que
tenian cargo de las casas de armas.
Dejemos esto, y vamos á la casa de aves, y por fuerza me he de detener
en contar cada género de qué calidad eran. Digo que desde águilas
reales y otras águilas más chicas, é otras muchas maneras de aves de
grandes cuerpos, hasta pajaritos muy chicos, pintados de diversas
colores.
Tambien donde hacen aquellos ricos plumajes que labran de plumas
verdes, y las aves destas plumas es el cuerpo dellas á manera de las
picazas que hay en nuestra España; llámanse en esta tierra quezales;
y otros pájaros que tienen la pluma de cinco colores, que es verde,
colorado, blanco, amarillo y azul; estos no se cómo se llaman. Pues
papagayos de otras diferenciadas colores tenia tantos, que no se me
acuerda los nombres dellos.
Dejemos patos de buena pluma y otros mayores que les querian parecer,
y de todas estas aves pelábanles las plumas en tiempos que para ello
era convenible, y tornaban á pelechar; y todas las más aves que dicho
tengo, criaban en aquella casa, y al tiempo de encoclar tenian cargo de
les echar sus huevos ciertos indios é indias que miraban por todas las
aves, é de limpiarles sus nidos y darles de comer, y esto á cada género
é ralea de aves lo que era su mantenimiento.
Y en aquella casa habia un estanque grande de agua dulce, y tenia en
él otra manera de aves muy altas de zancas y colorado todo el cuerpo
y alas y cola; no sé el nombre dellas, mas en la isla de Cuba las
llamaban ipíris á otras como ellas. Y tambien en aquel estanque habia
otras raleas de aves que siempre estaban en el agua.
Dejemos esto, y vamos á otra gran casa donde tenian muchos ídolos,
y decian que eran sus dioses bravos, y con ellos muchos géneros de
animales, de tigres y leones de dos maneras; unos que son de hechura de
lobos, que en esta tierra se llaman adives, y zorros y otras alimañas
chicas; y todas estas carniceras se las mantenian con carne, y las más
dellas criaban en aquella casa, y les daban de comer venados, gallinas,
perrillos y otras cosas que cazaban, y aun oí decir que cuerpos de
indios de los que sacrificaban.
Y es desta manera que ya me habrán oido decir: que cuando sacrificaban
á algun triste indio, que le aserraban con unos navajones de pedernal
por los pechos, y bullendo le sacaban el corazon y sangre, y lo
presentaban á sus ídolos, en cuyo nombre hacian aquel sacrificio; y
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