Verdadera historia de los sucesos de la conquista de la Nueva-España (1 de 3) - 01

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CONQUISTA DE NUEVA-ESPAÑA
POR
BERNAL DIAZ DEL CASTILLO.


VERDADERA HISTORIA
DE LOS SUCESOS
DE LA CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA,
POR EL CAPITAN BERNAL DIAZ DEL CASTILLO,
UNO DE SUS CONQUISTADORES.

TOMO I.

MADRID.—1862.
Imprenta de Tejado, calle de Silva, número 12.


PRÓLOGO.

Cuatro palabras nada más sobre el autor de este libro, y sobre las
calidades de su obra.
En cuanto al autor, nació en Medina del Campo, sin que sepamos la
fecha exacta de este suceso ni la menor particularidad de su niñez;
bien es verdad que nada tiene de extraño este silencio respecto á un
individuo que, nacido sin duda de padres pobres, emprendió la carrera
militar en la humilde situacion de soldado. Pasó á América el año de
1514 en compañía de Pedrárias Dávila, á quien el Gobierno acababa de
conceder la gobernacion del Darien; desde allí, despues de los sucesos
ocurridos en aquel pais, se trasladó á la isla de Cuba, que gobernaba á
la sazon Diego Velazquez. La situacion de aventurero en que se hallaba
BERNAL DIAZ le obligó á tomar parte en cuantas empresas se ofrecian;
así es que al emprenderse la expedicion del descubrimiento de Yucatan
se alistó bajo las banderas de Francisco Fernandez de Córdoba, y se
embarcó con él, haciéndose á la vela el dia 8 de Febrero de 1517; pasó
luego á la Florida con Juan Ponce, y dió vuelta á Cuba con los pocos
que se salvaron de aquella empresa desgraciada. Nuevamente se embarcó
en la expedicion de Grijalva el 5 de Abril de 1518, y vuelto á Cuba,
salió por tercera vez con la expedicion mandada por Hernan Cortés,
embarcándose en la nave de Pedro de Albarado. Hizo en aquella conquista
cuanto era de esperar de un buen soldado; y terminada que fué en todas
sus partes, recibió, en recompensa de sus servicios, una encomienda en
Goatemala, donde se estableció, siendo uno de los primeros pobladores
de la ciudad de Santiago de los Caballeros, en la que ocupó el cargo
de regidor.—El mérito y servicios militares de BERNAL DIAZ fueron
muy distinguidos, como que Hernan Cortés le recomendó especialmente
al Emperador en carta escrita en Méjico el año de 1540; la misma
honra mereció despues del virey D. Antonio de Mendoza; y por último,
habiendo él mismo presentado unas probanzas en el consejo de Indias, el
Emperador se sirvió recomendarle por Real cédula expresa y expedida en
su favor.
Tomamos estas noticias acerca de BERNAL DIAZ, de la breve reseña
biográfica que le dedica el último editor de su obra en la _Biblioteca
de Autores Españoles_ que con tanto acierto y perseverancia sigue
publicando el señor don Manuel Rivadeneira.
Del mismo documento sacamos la siguiente calificacion, con la
cual nos hallamos conformes.—Respecto, dice, al estilo de Bernal
Diaz, aunque poco culto y pulido,—respira la ruda franqueza de un
soldado; Robertson calificó su mérito con las siguientes palabras:
«Contiene (dice, hablando de este libro) una narracion confusa y
llena de pormenores de todas las operaciones de Cortés, en el estilo
rudo y vulgar propio de un hombre sin letras ni instruccion; pero,
como refiere los hechos que presenció y en que tuvo tanta parte,
su narracion lleva todo el sello de la autenticidad, y respira tal
naturalidad y gracia, cuenta pormenores tan interesantes y demuestra
un amor propio y vanidad tan graciosos, aunque disimulables en un
soldado que, segun nos dice, asistió á ciento diez y nueve batallas,
que su libro es uno de los más singulares que se pueden encontrar en
lengua alguna.» Nada añadiremos nosotros al testimonio de un escritor
tan ilustre y juez tan competente en la materia, y únicamente nos
tomaremos la libertad de indicar á nuestros lectores que la relacion de
la batalla de Tabasco, la de la prision de Montezuma en la estancia de
los españoles, y otros trozos que seria fácil mencionar, son los que
caracterizan perfectamente á BERNAL DIAZ como escritor de historia, y
los que manifiestan su candor, naturalidad y sencillez.


CONQUISTA DE LA NUEVA-ESPAÑA
POR
BERNAL DIAZ DEL CASTILLO.


CAPÍTULO PRIMERO.
EN QUÉ TIEMPO SALÍ DE CASTILLA, Y LO QUE ME ACAECIÓ.

En el año de 1514 salí de Castilla en compañía del gobernador Pedro
Arias de Ávila, que en aquella sazon le dieron la gobernacion de
Tierra-Firme; y viniendo por la mar con buen tiempo, y otras veces
con contrario, llegamos al Nombre de Dios; y en aquel tiempo hubo
pestilencia, de que se nos murieron muchos soldados, y demás desto,
todos los más adolecimos, y se nos hacian unas malas llagas en las
piernas; y tambien en aquel tiempo tuvo diferencias el mismo gobernador
con un hidalgo que en aquella sazon estaba por capitan y habia
conquistado aquella provincia, que se decia Vasco Nuñez de Balboa;
hombre rico, con quien Pedro Arias de Ávila casó en aquel tiempo una
su hija doncella con el mismo Balboa; y despues que la hubo desposado,
segun pareció, y sobre sospechas que tuvo que el yerno se le queria
alzar con copia de soldados por la mar del Sur, por sentencia le mandó
degollar.
Y despues vimos lo que dicho tengo y otras revueltas entre capitanes
y soldados, y alcanzamos á saber que era nuevamente ganada la isla de
Cuba, y que estaba en ella por gobernador un hidalgo que se decia Diego
Velazquez, natural de Cuéllar; acordamos ciertos hidalgos y soldados,
personas de calidad de los que habiamos venido con el Pedro Arias de
Ávila, de demandalle licencia para nos ir á la isla de Cuba, y él nos
la dió de buena voluntad, porque no tenia necesidad de tantos soldados
como los que trujo de Castilla, para hacer guerra, porque no habia qué
conquistar; que todo estaba de paz, porque el Vasco Nuñez de Balboa,
yerno del Pedro Arias de Ávila, habia conquistado, y la tierra de suyo
es muy corta y de poca gente.
Y desque tuvimos la licencia, nos embarcamos en buen navío y con buen
tiempo; llegamos á la isla de Cuba, y fuimos á besar las manos al
gobernador della, y nos mostró mucho amor, y prometió que nos daria
indios de los primeros que vacasen; y como se habian pasado ya tres
años, ansí en lo que estuvimos en Tierra-Firme como en lo que estuvimos
en la isla de Cuba aguardando á que nos depositase algunos indios,
como nos habia prometido, y no habiamos hecho cosa ninguna que de
contar sea, acordamos de nos juntar ciento y diez compañeros de los
que habiamos venido de Tierra-Firme y de otros que en la isla de Cuba
no tenian indios, y concertamos con un hidalgo que se decia Francisco
Hernandez de Córdoba, que era hombre rico y tenia pueblos de indios
en aquella isla, para que fuese nuestro capitan, y á nuestra ventura
buscar y descubrir tierras nuevas, para en ellas emplear nuestras
personas; y compramos tres navíos, los dos de buen porte, y el otro
era un barco que hubimos del mismo gobernador Diego Velazquez, fiado,
con condicion que, primero que nos le diese, nos habiamos de obligar
todos los soldados, que con aquellos tres navíos habiamos de ir á unas
isletas que están entre la isla de Cuba y Honduras, que ahora se llaman
las islas de los Guanajes, y que habiamos de ir de guerra y cargar los
navíos de indios de aquellas islas para pagar con ellos el barco, para
servirse dellos por esclavos.
Y desque vimos los soldados que aquello que pedia el Diego Velazquez
no era justo, le respondimos que lo que decia no lo mandaba Dios ni el
Rey, que hiciésemos á los libres esclavos.
Y desque vió nuestro intento, dijo que era bueno el propósito que
llevábamos en querer descubrir tierras nuevas, mejor que no el suyo; y
entónces nos ayudó con cosas de bastimento para nuestro viaje.
Y desque nos vimos con tres navíos y matalotaje de pan cazabe, que
se hace de unas raices que llaman yucas, y compramos puercos, que
nos costaban en aquel tiempo á tres pesos, porque en aquella sazon
no habia en la isla de Cuba vacas ni carneros, y con otros pobres
mantenimientos, y con rescate de unas cuentas que entre todos los
soldados compramos, y buscamos tres pilotos, que el más principal
dellos y el que regia nuestra armada se llamaba Anton de Alaminos,
natural de Pálos, y el otro piloto se decia Camacho, de Triana, y
el otro Juan Álvarez, el Manquillo de Huelva; y asimismo recogimos
los marineros que hubimos menester, y el mejor aparejo que pudimos
de cables y maromas y anclas, y pipas de agua, y todas otras cosas
convenientes para seguir nuestro viaje, y todo esto á nuestra costa y
mision.
Y despues que nos hubimos juntado los soldados, que fueron ciento y
diez, nos fuimos á un puerto que se dice en la lengua de Cuba, Ajaruco,
y es en la banda del Norte, y estaba ocho leguas de una villa que
entónces tenian poblada, que se decia San Cristóbal, que desde á dos
años la pasaron á donde agora está poblada la dicha Habana.
Y para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos
de llevar un Clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal, que
se decia Alonso Gonzalez, que con buenas palabras y prometimientos que
le hicimos se fué con nosotros; y demás desto elegimos por veedor, en
nombre de su majestad, á un soldado que se decia Bernardino Iñiguez,
natural de Santo Domingo de la Calzada, para que si Dios fuese servido
que topásemos tierras que tuviesen oro ó perlas ó plata, hubiese
persona suficiente que guardase el real quinto.
Y despues de todo concertado y oido Misa, encomendándonos á Dios
nuestro Señor y á la Vírgen Santa María, su bendita Madre, nuestra
Señora, comenzamos nuestro viaje de la manera que adelante diré.


CAPÍTULO II.
DEL DESCUBRIMIENTO DE YUCATAN Y DE UN RENCUENTRO DE GUERRA QUE TUVIMOS
CON LOS NATURALES.

En 8 dias del mes de Febrero del año de 1517 años salimos de la Habana,
y nos hicimos á la vela en el puerto de Jaruco, que ansí se llama entre
los indios, y es la banda del Norte, y en doce dias doblamos la de San
Anton, que por otro nombre en la isla de Cuba se llama la tierra de los
Guanataveis, que son unos indios como salvajes.
Y doblada aquella punta y puestos en alta mar, navegamos á nuestra
ventura hácia donde se pone el sol, sin saber bajos ni corrientes, ni
qué vientos suelen señorear en aquella altura, con grandes riesgos de
nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que
duró dos dias con sus noches, y fué tal, que estuvimos para nos perder;
y desque abonanzó, yendo por otra navegacion, pasado veinte y un dias
que salimos de la isla de Cuba, vimos tierra, de que nos alegramos
mucho, y dimos muchas gracias á Dios por ello; la cual tierra jamás se
habia descubierto, ni habia noticia della hasta entónces; y desde los
navíos vimos un gran pueblo, que al parecer estaria de la costa obra de
dos leguas, y viendo que era gran poblacion y no habiamos visto en la
isla de Cuba pueblo tan grande, le pusimos por nombre el Gran-Cairo.
Y acordamos que con el un navío de ménos porte se acercasen lo que más
pudiesen á la costa, á ver qué tierra era, y á ver si habia fondo para
que pudiésemos anclar junto á la costa; y una mañana, que fueron 4 de
Marzo, vimos venir cinco canoas grandes llenas de indios naturales de
aquella poblacion, y venian á remo y vela. Son canoas hechas á manera
de artesas, son grandes, de maderos gruesos y cavadas por dedentro y
está hueco, y todas son de un madero macizo, y hay muchas dellas en que
caben en pié cuarenta y cincuenta indios.
Quiero volver á mi materia. Llegados los indios con las cinco
canoas cerca de nuestros navíos, con señas de paz que les hicimos,
llamándoles con las manos y capeándoles con las capas para que nos
viniesen á hablar, porque no teniamos en aquel tiempo lenguas que
entendiesen la de Yucatan y mejicana, sin temor ninguno vinieron y
entraron en la nao capitana sobre treinta dellos, á los cuales dimos de
comer cazabe y tocino, y á cada uno un sartalejo de cuentas verdes, y
estuvieron mirando un buen rato los navíos; y el más principal dellos,
que era cacique, dijo por señas que se queria tornar á embarcar en sus
canoas y volver á su pueblo, y que otro dia volverian y traerian más
canoas en que saltásemos en tierra; y venian estos indios vestidos con
unas jaquetas de algodon y cubiertas sus vergüenzas con unas mantas
angostas, que entre ellos llaman mastates, y tuvímoslos por hombres
más de razon que á los indios de Cuba, porque andaban los de Cuba con
sus vergüenzas defuera, excepto las mujeres, que traian hasta que les
llegaban á los muslos unas ropas de algodon que llaman naguas.
Volvamos á nuestro cuento: que otro dia por la mañana volvió el mismo
cacique á los navíos, y trujo doce canoas grandes con muchos indios
remeros, y dijo por señas al capitan, con muestras de paz, que fuésemos
á su pueblo y que nos darian comida y lo que hubiésemos menester, y
que en aquellas doce canoas podiamos saltar en tierra. Y cuando lo
estaba diciendo en su lengua, acuérdome que decia: _Con escotoch, con
escotoch_; y quiere decir, andad acá á mis casas; y por esta causa
pusimos desde entónces por nombre á aquella tierra Punta de Cotoche, y
así está en las cartas de marear.
Pues viendo nuestro capitan y todos los demás soldados los muchos
halagos que nos hacia el cacique para que fuésemos á su pueblo, tomó
consejo con nosotros, y fué acordado que sacásemos nuestros bateles
de los navíos, y en el navío de los más pequeños y en las doce canoas
saliésemos á tierra todos juntos de una vez, porque vimos la costa
llena de indios que habian venido de aquella poblacion, y salimos todos
en la primera barcada.
Y cuando el cacique nos vido en tierra y que no íbamos á su pueblo;
dijo otra vez al capitan por señas que fuésemos á sus casas; y tantas
muestras de paz hacia, que tomando el capitan nuestro parecer para si
iriamos ó no, acordóse por todos los más soldados que con el mejor
recaudo de armas que pudiésemos llevar y con buen concierto fuésemos.
Llevamos quince ballestas y diez escopetas (que así se llamaban,
escopetas y espingardas, en aquel tiempo), y comenzamos á caminar por
un camino por donde el cacique iba por guia, con otros muchos indios
que le acompañaban.
É yendo de la manera que he dicho, cerca de unos montes breñosos
comenzó á dar voces y apellidar el cacique para que saliesen á nosotros
escuadrones de gente de guerra, que tenian en celada para nos matar;
y á las voces que dió el cacique, los escuadrones vinieron con gran
furia, y comenzaron á nos flechar de arte, que á la primera rociada
de flechas nos hirieron quince soldados, y traian armas de algodon,
y lanzas y rodelas, arcos y flechas, y hondas y mucha piedra, y sus
penachos puestos, y luego tras las flechas vinieron á se juntar con
nosotros pié con pié, y con las lanzas á manteniente nos hacian mucho
mal.
Mas luego les hicimos huir, como conocieron el buen cortar de nuestras
espadas, y de las ballestas y escopetas el daño que les hacian; por
manera que quedaron muertos quince dellos.
Un poco más adelante donde nos dieron aquella refriega que dicho tengo,
estaba una placeta y tres casas de cal y canto, que eran adoratorios,
donde tenian muchos ídolos de barro, unos como caras de demonios y
otros como de mujeres, altos de cuerpo, y otros de otras malas figuras;
de manera que al parecer estaban haciendo sodomías unos bultos de
indios con otros; y dentro en las casas tenian unas arquillas hechizas
de madera, y en ellas otros ídolos de gestos diabólicos, y unas
patenillas de medio oro, y unos pinjantes y tres diademas, y otras
piecezuelas á manera de pescados y otras á manera de ánades, de oro
bajo.
Y despues que lo hubimos visto, así el oro como las casas de cal y
canto, estábamos muy contentos porque habiamos descubierto tal tierra,
porque en aquel tiempo no era descubierto el Perú, ni aún se descubrió
dende allí á diez y seis años.
En aquel instante que estábamos batallando con los indios, como dicho
tengo, el Clérigo Gonzalez iba con nosotros, y con dos indios de Cuba
se cargó de las arquillas y el oro y los ídolos, y lo llevó al navío; y
en aquella escaramuza prendimos dos indios, que despues se bautizaron
y volvieron cristianos, y se llamó el uno Melchor y el otro Julian, y
entrambos eran trastabados de los ojos.
Y acabado aquel rebato acordamos de nos volver á embarcar, y seguir las
costas adelante descubriendo hácia donde se pone el sol; y despues de
curados los heridos, comenzamos á dar velas.


CAPÍTULO III.
DEL DESCUBRIMIENTO DE CAMPECHE.

Como acordamos de ir la costa adelante hácia el Poniente, descubriendo
puntas y bajos y ancones y arrecifes, creyendo que era isla, como nos
lo certificaba el piloto Anton de Alaminos, íbamos con gran tiento,
de dia navegando y de noche al reparo y parando; y en quince dias que
fuimos desta manera, vimos desde los navíos un pueblo, y al parecer
algo grande, y habia cerca dél gran ensenada y bahía; creimos que
habia rio ó arroyo donde pudiésemos tomar agua, porque teniamos gran
falta della; acabábase la de las pipas y vasijas que traiamos, que no
venian bien reparadas; que, como nuestra armada era de hombres pobres,
no teniamos dinero cuanto convenia para comprar buenas pipas; faltó el
agua, hubimos de saltar en tierra junto al pueblo, y fué un domingo de
Lázaro, y á esta causa le pusimos este nombre, aunque supimos que por
otro nombre propio de indios se dice Campeche; pues para salir todos
de una barcada, acordamos de ir en el navío más chico y en los tres
bateles, bien apercebidos de nuestras armas, no nos acaeciese como en
la Punta de Cotoche.
Porque en aquellos ancones y bahías mengua mucho la mar, y por esta
causa dejamos los navíos anclados más de una legua de tierra, y fuimos
á desembarcar cerca del pueblo, que estaba allí un buen paso de buena
agua, donde los naturales de aquella poblacion bebian y se servian dél,
porque en aquellas tierras, segun hemos visto, no hay rios; y sacamos
las pipas para las henchir de agua y volvernos á los navíos.
Ya que estaban llenas y nos queriamos embarcar, vinieron del pueblo
obra de cincuenta indios con buenas mantas de algodon, y de paz, y á
lo que parecia debian ser caciques, y nos decian por señas que qué
buscábamos, y les dimos á entender que tomar agua é irnos luego á los
navíos, y señalaron con la mano que si veniamos de hácia donde sale el
sol, y decian _Castilan, Castilan_, y no mirábamos bien en la plática
de _Castilan, Castilan_. Y despues destas pláticas que dicho tengo,
nos dijeron por señas que fuésemos con ellos á su pueblo, y estuvimos
tomando consejo si iriamos.
Acordamos con buen concierto de ir muy sobre aviso, y lleváronnos á
unas casas muy grandes, que eran adoratorios de sus ídolos y estaban
muy bien labradas de cal y canto, y tenian figurados en unas paredes
muchos bultos de serpientes y culebras y otras pinturas de ídolos, y
al rededor de uno como altar, lleno de gotas de sangre muy fresca; y á
otra parte de los ídolos tenian unas señales como á manera de cruces,
pintados de otros bultos de indios; de todo lo cual nos admiramos, como
cosa nunca vista ni oida.
Segun pareció, en aquella sazon habian sacrificado á sus ídolos ciertos
indios para que les diesen vitoria contra nosotros, y andaban muchos
indios é indias riéndose y al parecer muy de paz, como que nos venian
á ver; y como se juntaban tantos, temimos no hubiese alguna zalagarda
como la pasada de Cotoche; y estando desta manera vinieron otros muchos
indios, que traian muy ruines mantas, cargados de carrizos secos, y
los pusieron en un llano, y tras estos vinieron dos escuadrones de
indios flecheros con lanzas y rodelas, y hondas y piedras, y con sus
armas de algodon, y puestos en concierto en cada escuadron su capitan,
los cuales se apartaron en poco trecho de nosotros; y luego en aquel
instante salieron de otra casa, que era su adoratorio diez indios, que
traian las ropas de mantas de algodon largas y blancas, y los cabellos
muy grandes, llenos de sangre y muy revueltos los unos con los otros,
que no se les pueden esparcir ni peinar si no se cortan; los cuales
eran Sacerdotes de los ídolos, que en la Nueva-España comunmente se
llaman Papas; otra vez digo que en la Nueva-España se llaman Papas,
y así los nombraré de aquí adelante; y aquellos Papas nos trujeron
zahumerios, como á manera de resina, que entre ellos llaman copal, y
con braseros de barro llenos de lumbre nos comenzaron á zahumar, y por
señas nos dicen que nos vamos de sus tierras ántes que á aquella leña
que tienen llegada se ponga fuego y se acabe de arder, si no que nos
darán guerra y nos matarán.
Y luego mandaron poner fuego á los carrizos y comenzó de arder, y
se fueron los Papas callando sin más nos hablar, y los que estaban
apercibidos en los escuadrones empezaron á silbar y á tañer sus bocinas
y atabalejos.
Y desque los vimos de aquel arte y muy bravosos, y de lo de la Punta
de Cotoche aún no teniamos sanas las heridas, y se habian muerto dos
soldados, que echamos al mar, vimos grandes escuadrones de indios sobre
nosotros, tuvimos temor, y acordamos con buen concierto de irnos á la
costa; y así, comenzamos á caminar por la playa adelante hasta llegar
enfrente de un peñol que está en la mar, y los bateles y el navío
pequeño fueron por la costa tierra á tierra con las pipas de agua, y no
nos osamos embarcar junto al pueblo donde nos habiamos desembarcado,
por el gran número de indios que ya se habian juntado, porque tuvimos
por cierto que al embarcar nos darian guerra.
Pues ya metida nuestra agua en los navíos y embarcados en una bahía
como portezuelo que allí estaba, comenzamos á navegar seis dias con sus
noches con buen tiempo, y volvió un Norte, que es travesía en aquella
costa, el cual duró cuatro dias con sus noches, que estuvimos para dar
al través: tan recio temporal hacia, que nos hizo anclear la costa por
no ir al través; que se nos quebraron dos cables, y iba garrando á
tierra el navío. ¡Oh en qué trabajo nos vimos! Que si se quebrara el
cable, íbamos á la costa perdidos, y quiso Dios que se ayudaron con
otras maromas viejas y guindaletas.
Pues ya reposado el tiempo, seguimos nuestra costa adelante,
llegándonos á tierra cuanto podiamos para tornar á tomar agua, que
(como he dicho) las pipas que traiamos vinieron muy abiertas y asimismo
no habia regla en ello; como íbamos costeando, creiamos que do quiera
que saltásemos en tierra la tomariamos de jagueyes y pozos que
cavariamos.
Pues yendo nuestra derrota adelante vimos desde los navíos un pueblo,
y ántes de obra de una legua dél hácia una ensenada, que parecia que
habria rio ó arroyo: acordamos de seguir junto á él; y como en aquella
costa (como otras veces he dicho) mengua mucho la mar y quedan en seco
los navíos, por temor dello surgimos más de una legua de tierra en el
navío menor y en todos los bateles; fué acordado que saltásemos en
aquella ensenada, sacando nuestras vasijas con muy buen concierto, y
armas y ballestas y escopetas.
Salimos en tierra poco más de medio dia, y habria una legua desde el
pueblo hasta donde desembarcamos, y estaban unos pozos y maizales, y
caserías de cal y canto. Llámase este pueblo Potonchan, y henchimos
nuestras pipas de agua; mas no las pudimos llevar ni meter en los
bateles, con la mucha gente de guerra que cargó sobre nosotros; y
quedarse ha aquí, y adelante diré las guerras que nos dieron.


CAPÍTULO IV.
CÓMO DESEMBARCAMOS EN UNA BAHÍA DONDE HABIA MAIZALES, CERCA DEL PUERTO
DE POTONCHAN, Y DE LAS GUERRAS QUE NOS DIERON.

Y estando en las estancias y maizales por mí ya dichas, tomando nuestra
agua, vinieron por la costa muchos escuadrones de indios del pueblo de
Potonchan (que así se dice), con sus armas de algodon que les daba
á la rodilla, y con arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y espadas
hechas á manera de montantes de á dos manos, y hondas y piedras, y con
sus penachos de los que ellos suelen usar, y las caras pintadas de
blanco y prieto enalmagrados; y venian callando, y se vienen derechos
á nosotros, como que nos venian á ver de paz, y por señas nos dijeron
que si veniamos de donde sale el sol, y las palabras formales segun
nos hubieron dicho los de Lázaro, _Castilan, Castilan_, y respondimos
por señas que de donde sale el sol veniamos. Y entónces paramos en las
mieses y en pensar qué podia ser aquella plática, porque los de San
Lázaro nos dijeron lo mismo; mas nunca entendimos al fin que lo decian.
Seria cuando esto pasó y los indios se juntaban, á la hora de las
Ave-Marías, y fuéronse á unas caserías, y nosotros pusimos velas y
escuchas y buen recaudo, porque no nos pareció bien aquella junta de
aquella manera.
Pues estando velando todos juntos, oimos venir, con el gran ruido
y estruendo que traian por el camino, muchos indios de otras sus
estancias y del pueblo, y todos de guerra, y desque aquello sentimos,
bien entendido teniamos que no se juntaban para hacernos ningun bien,
y entramos en acuerdo con el capitan qué es lo que hariamos; y unos
soldados daban por consejo que nos fuésemos luego á embarcar; y como
en tales casos suele acaecer, unos dicen uno y otros dicen otro, hubo
parecer que si nos fuéramos á embarcar, que como eran muchos indios,
darian en nosotros y habria mucho riesgo de nuestras vidas; y otros
éramos de acuerdo que diésemos en ellos esa noche; que, como dice el
refran, quien acomete, vence; y por otra parte veiamos que para cada
uno de nosotros habia trescientos indios.
Y estando en estos conciertos amaneció, y dijimos unos soldados á otros
que tuviésemos confianza en Dios, y corazones muy fuertes para pelear,
y despues de nos encomendar á Dios, cada uno hiciese lo que pudiese
para salvar las vidas.
Ya que era de dia claro vimos venir por la costa muchos más escuadrones
guerreros con sus banderas tendidas, y penachos y atambores, y con
arcos y flechas, y lanzas y rodelas, y se juntaron con los primeros
que habian venido la noche ántes; y luego, hechos sus escuadrones, nos
cercan por todas partes, y nos dan tal rociada de flechas y varas,
y piedras con sus hondas, que hirieron sobre ochenta de nuestros
soldados, y se juntaron con nosotros pié con pié, unos con lanzas,
y otros flechando, y otros con espadas de navajas de arte, que nos
traian á mal andar, puesto que les dábamos buena priesa de estocadas y
cuchilladas, y las escopetas y ballestas que no paraban, unas armando y
otras tirando; y ya que se apartaban algo de nosotros, desque sentian
las grandes estocadas y cuchilladas que les dábamos, no era léjos, y
esto fué para mejor flechar y tirar al terrero á su salvo; y cuando
estábamos en esta batalla, y los indios se apellidaban, decian en su
lengua, _al Calachoni_, _al Calachoni_, que quiere decir que matasen al
capitan; y le dieron doce flechazos, y á mí me dieron tres, y uno de
los que me dieron, bien peligroso, en el costado izquierdo, que me pasó
á lo hueco, y á otros de nuestros soldados dieron grandes lanzadas, y
á dos llevaron vivos, que se decia el uno Alonso Bote y el otro era un
portugués viejo.
Pues viendo nuestro capitan que no bastaba nuestro buen pelear, y que
nos cercaban muchos escuadrones, y venian más de refresco del pueblo, y
les traian de comer y beber y muchas flechas, y nosotros todos heridos,
y otros soldados atravesados los gaznates, y nos habia muerto ya sobre
cincuenta soldados; y viendo que no teniamos fuerzas, acordamos con
corazones muy fuertes romper por medio de sus batallones, y acogernos
á los bateles que teniamos en la costa, que fué buen socorro, y hechos
todos nosotros un escuadron, rompimos por ellos; pues oir la grita y
silbos y vocería y priesa que nos daban de flecha y á mantiniente con
sus lanzas, hiriendo siempre en nosotros.
Pues otro daño tuvimos, que, como nos acogimos de golpe á los bateles
y éramos muchos, íbanse á fondo, y como mejor pudimos, asidos á los
bordes, medio nadando entre dos aguas, llegamos al navío de ménos
porte, que estaba cerca, que ya venia á gran priesa á nos socorrer,
y al embarcar hirieron muchos de nuestros soldados, en especial á los
que iban asidos en las popas de los bateles, y les tiraban al terrero,
y entraron en la mar con las lanchas y daban á mantiniente á nuestros
soldados, y con mucho trabajo quiso Dios que escapamos con las vidas de
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