Al primer vuelo - 14

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--Pues por la mar será si usted quiere--respondió Leto, hechizado ante
el aire resuelto de la animosa sevillana--, y podemos estar de vuelta
antes del mediodía.
--Corriente--repuso Nieves después de meditar unos instantes, con el
entrecejo fruncido.--Y dígame usted ahora, en conciencia de buen amigo y
hombre honrado: ¿hago yo bien o mal en estas cosas?
--¿En qué cosas?--la preguntó Leto algo sorprendido.
--En venirme sola a correr aventuras de esta especie... Es pregunta que
me he hecho a mí misma muchas veces, y una no más a papá.
--Y ¿qué le ha respondido a usted su papá?--volvió a preguntarla Leto,
entrando en más hondas aprensiones.
--Ya ha visto usted cuántos paseos he dado sin él en el balandro, con
muchísimo gusto suyo... Algo le inquietan los peligros del barco, por su
poco juicio; pero como yo no los temo y usted es buen piloto, con tal de
que yo me divierta... En lo demás, él es de opinión de que no se viene
aquí a guardar etiquetas, ni a hacerse esclavo de miramientos vanos.
--Muy bien pensado.
--Eso creo yo también; pero ¿y ciertas gentes? ¿pensarán lo mismo?
--¿Se fía usted de mí, Nieves?
--Como de mi padre: se lo juro a usted.
--Pues entonces, ¿qué le importa a usted el juicio de esas ciertas
gentes? Haga usted su gusto y ríase de ellas.
--¿Lo cree usted, Leto?
--De todo corazón.
--Pues no se hable más de esto..--Y dígame usted. ¿está el día a
propósito para salir a la mar?
--¿Lo intentaría yo si no lo estuviera, Nieves? Y dígame usted a mí: ¿no
se incomodará don Alejandro conmigo cuando sepa que sin su permiso he
consentido en hacer eso que tan poco le gusta a él?
--No, señor, con tal de que estemos de vuelta antes de que él pueda
alarmarse con mi tardanza.
--Eso corre de mi cuenta. Son las nueve menos cuarto... a poco más de
las once puede usted estar en Peleches... porque no hemos de llegar a la
Isla de Cuba... digo, cuento con que no se te antojará a usted.
--¡Me hace gracia la ocurrencia!... ¿Y si se me antojara, Leto?
--¡Si se le antojara a usted?... También eso me hace gracia a mí. Pues
tenga usted la bondad de que no se le antoje, por de pronto... ¿Se cansa
usted con el paso que llevamos?
--¡Bah!
--Es que no hay tiempo que perder si hemos de salir con la vaciante y
antes de que salte la brisa. Por eso me he permitido...
--¿Quiere usted que corra más todavía?
--No hay necesidad: ya estamos a dos pasos del muelle.
--¿Quién es ese tipejo que se pasea en él?
--Un tal Maravillas: algunas veces anda por aquí, para que crean las
gentes que estudia en el gran libro de la naturaleza: es filósofo y
ateo.
--¡Jesús!
--Sí, señora: un chico atroz. Ahora le trae al retortero la idea de
publicar un periódico, y no acaba de publicarle.
--¡Con qué sonrisilla nos mira!...
--De puro ateo y compasivo que es; sólo que el mejor día le va a borrar
alguno la sonrisilla esa de un bofetón... digo, me parece a mí...
¡Ajá!... ya estamos... Hoy no basta la mano, porque son muchos los
escalones descubiertos y están algo resbaladizos: tenga usted la bondad
de tomar mi brazo... ¡Atraca bien, Cornias, y ten firme!... Poco a poco,
Nieves... Déjeme usted pasar primero al balandro... Deme usted su mano
ahora... Muy bien... Ya estás botando, Cornias; y en el aire... ¡Listo
el foque para hacer cabeza!... Pase usted a su sitio de costumbre,
Nieves, que es el más seguro... Eso es... Avante vamos... ¡Listo el
aparejo!
Se izó todo el trapo en un momento; y con el terralillo que aún duraba,
aunque en la agonía, y la vaciante, comenzó el _Flash_ a navegar hacia
fuera. Como el impulso del aire era tan leve y el agua no oponía
resistencia, la quilla se deslizaba sin el cortejo de espumas y rumores
que Nieves echaba muy en falta.
--Ya vendrá a su tiempo, y en abundancia--la dijo Leto--, porque el día
está que ni de encargo para esas cosas... si usted no se arrepiente.
--¿Me cree usted capaz de arrepentirme--le preguntó ella mirándole
fijamente y con expresión de asombro--, después de desearlo tanto?
--Como nunca se ha visto usted en ello... replicó Leto, pesaroso de
haber apuntado la sospecha.
--Aquí, no; pero ya le he dicho a usted que en otras partes, sí; y
aunque ésta fuera la primera vez, ¿tan poca confianza tiene usted en la
fuerza de mis resoluciones?
--En cuanto dependan de la voluntad de usted, no--dijo Leto--; pero como
en cosas de la mar hasta los más avezados a ella no cortan siempre por
donde señalan...
--Pues luego va a verse, señor marino, si hay aquí o no hay valor para
cortar por donde se ha señalado. Mientras tanto, le prohíbo a usted
aventurar juicios sobre el particular.
Leto casi se ruborizó por falta de una sutileza galante con que
responder a la reprimenda sabrosísima de Nieves.
--¡Qué bonito acopio ha hecho usted hoy!--la dijo porque no se acabara
la conversación y aludiendo a la media guirnalda de yerbas y flores que
llevaba Nieves sobre el pecho.
--¿Usted ha visto--respondió ella bajando la cabecita para mirarlas y
acariciándolas al mismo tiempo con la mano--, qué helechos más
primorosos? De tres clases y a cual más fina... Pues ¿y estos penachitos
de farolillos carmesí?... ¿Cómo me dijo usted el otro día que se
llamaban?
--Brezos.
--Es verdad, brezos: ¡qué preciosos! Pues ¿y estas otras florecitas
azules que estaban a su lado? ¡Cosa más fina y delicada!... Vea usted
qué bien componen con todo ello estas margaritas silvestres tan blancas,
con el centro dorado... ¡Qué primor de campiña!
Hablando Leto con Nieves de éstas y otras cosas parecidas, con entero
descuido, porque la marcha igual y monótona del barco no le exigía gran
atención, muy a menudo la llevaba puesta, más que en las palabras que
dirigía a su linda interlocutora, en el batallar de los pensamientos que
le infundía la presencia de aquella criatura, confiada a su pericia y a
su lealtad en aquel chinarrito del mundo, entre el cielo y la mar, en
medio de la augusta quietud de la Naturaleza. Cuanto de honda y humana
poesía palpitaba bajo la costra del humilde boticario, se conmovía y
agigantaba entonces, llenándole la mente de luz y el pecho de
desconocidas sensaciones; y hubiera sido cosa digna de verse estampada
en un papel, la imagen interior del vehemente y desapercibido Leto,
perdido entre las evoluciones de su pensamiento, y por el ansia de
analizarlos todos, volar de los más rastreros a los más altos, de los
más grandes a los más pequeños; trastrocar las especies muy a menudo, y
apurarse por lo nimio y vulgar después de haberse mecido sereno en las
alturas de lo sublime. Así, por ejemplo, tras de parecerle una herejía
haber creído posible trocar por el limbo insulso de su pasado, el dulce
presente con todas las contrariedades y amargores que necesariamente
había de traerle aparejado, le sonrojaba de pronto la idea mezquina de
verse allí, tan cerca de Nieves, vestido como un ganapán... quizá en el
mismo instante en que Nieves, mirándole a hurtadillas, le veía mucho más
hombre y más apuesto que nunca, con aquellos limpios, holgados y simples
atavíos.
Duraron estas cosas tan entretenidas para Leto, y también para la
sevillanita probablemente, poco más de un cuarto de hora; hasta que el
balandro _desabocó_, y comenzó a sentir Nieves esas inexplicables
impresiones, mezcla extraña de pavor y de alegría, que se apoderan de
los novicios entusiastas como ella, al verse de pronto mecidos por las
ondas salobres de aquel abismo sin medida.
--Ya estamos fuera--la dijo Leto que leía esas impresiones en su cara--.
Los síntomas no pueden ser mejores: _calma cernida_. Observe usted esa
especie de muro de niebla que hay en el horizonte: es lo que llaman ceja
los marinos; la mejor señal, en verano, de que va a _echar tieso_, es
decir, a soplar luego una brisa fresca y bien entablada, como lo
demuestra también este poco de trapisonda que hace balancear al barco y
restallar las velas abandonadas a su propio peso... ¡Cornias! atesa
acolladores y quinales, que trabaja demasiado el palo... De manera que
nos hallamos en las mejores condiciones para poner a prueba las del
_yacht_... o para volvernos al puerto dentro de diez minutos, en popa,
si usted se halla arrepentida de haber llegado hasta aquí... Con toda
franqueza, Nieves.
Con toda franqueza y hasta con entusiasmo, se ratificó la animosa
sevillana en sus deseos de llevar adelante su acariciado proyecto.
Cierto que las embarcaciones en que ella había salido a la mar dos veces
en Andalucía, eran mayores, bastante mayores que el _Flash_; pero ¿y
qué? Lo que se perdía en holgura se ganaba en gozar más de cerca los
lances del paseo. Conque adelante.
--Pues adelante--repitió Leto muy regocijado--, y no se hable más del
asunto... ¡Listo, Cornias! que ya viene la brisa picando. Ha tardado
menos de lo que yo esperaba, y me alegro; así empezaremos primero para
acabar más pronto... porque usted está algo de prisa, Nieves, ¿no es
verdad?
--Esté o no esté--respondió Nieves con donosa formalidad--, el paseo ha
de ser en toda regla. Conque aténgase usted a eso, y a nada más que
eso... ¿Estamos?
¡Carape, cómo electrizaban a Leto aquellas monaditas de la sevillana! De
pronto la dijo:
--¿Ve usted aquel rizadillo gris que tiene la mar allá lejos y viene
avanzando hacia nosotros? Pues es el polvo que levanta la brisa en el
camino que trae... ¡A qué paso viene!
Enseguida, dirigiéndose a Cornias, gritó:
--Ya está ahí... Caza escotas, que vamos en vuelta de fuera, y a
ceñir... Y usted, Nieves--dijo volviéndose hacia ella--, agárrese bien a
la brazola, y no se descuide un instante, porque esto no es la bahía...
Y perdóneme si desde ahora no la hago los honores de la casa como yo
quisiera, porque este caballerito es algo ligero de cascos y voy a
necesitar muy a menudo poner los cinco sentidos en él.
En esto, sintiendo el _Flash_ en su aparejo las primeras rachas de la
brisa, se inclinó sobre el costado de babor; y Leto dijo entonces:--¡A
la buena bordada!
Y comenzó el balandro a navegar, ciñendo y escorando; pero no como en la
bahía, en plano perfectamente horizontal, sino entre balances y
cabezadas, que iban acentuándose a medida que refrescaba la brisa y la
mar se rizaba, cubriéndose de _carneros_ y _garranchos_.
Nieves se sobrecogió algo con las primeras _arfadas_, que llegaron a
meter el carel debajo del agua revoltosa y espumante; pero la
inalterable serenidad de Leto y aquella su honda y tenaz atención al
aparejo, a la caña, a todo el organismo del barco y a su rumbo, y
algunas miradas a ella de vivo y cariñoso interés, la tranquilizaron
bien pronto, y hasta llegó a encontrar muy divertido aquel incesante
cuneo, que la hacía el efecto de un columpio.
Tenía razón Leto al decir a Nieves que no le pidiera cortesías en cuanto
empezara el barco a navegar: diez minutos después de decirlo, ya _no
estaba en casa_; ya estaba fuera de sí mismo, de su naturaleza carnal y
propia; ya era como el espíritu, el alma del barco que regía; el ser
activo e inteligente se había infundido en la armazón y las lonas del
_yacht_; no pensaba ni observaba ni sentía Leto Pérez como hombre, sino
como barco; venía a ser a modo de _yacht_ inteligente, o un ser racional
con formas de balandro: lo que se quiera.
Bien claro le leía Nieves esta trasfiguración en los ojos y en las
actitudes, y se embebecía contemplándole así, segura de no ser observada
por él, que llevaba toda la mar, toda la brisa y el barco entero y
verdadero metidos en la cabeza.
De vez en cuando, pero siempre muy a tiempo, hacía una salidita a lo
suyo, mirando o hablando breves palabras a Nieves, como Leto mortal,
vivo y efectivo; cosa que la complacía mucho, porque no la gustaba verse
allí tan sola como en ocasiones creía verse.
--¿Va usted bien?--la preguntaba.
Y volvía a ser barco en seguida...
--Buen andar llevamos--pensaba para sus maderas--; pero no todo lo que
debemos. Hay que arribar un poco... un poquito más... Ya metimos el
carel... Lo menos echamos seis millas... Orza ahora un poco para que
adricemos y vayamos con más desahogo, aunque con menos velocidad...
¡Bien, bien!... Ahí están esos condenados, en regata conmigo...
_(Alto)_. Mire usted los delfines, Nieves, en rebaños, dándola a usted
escolta de honor, y haciendo, volatines fuera del agua para que usted
los admire. ¡Cómo quieren lucir su ligereza pasándonos por la proa a lo
mejor!
Nieves los admiraba, y hasta los temía al verlos surgir del abismo junto
al carel, volteando como pedazos de rueda negra con aguzadas cuchillas
de acero enclavadas en la llanta.
--No hay cuidado--la dijo--, que son unos animalejos enteramente
inofensivos, y además bobos.
Y con esto volvió a infundir su espíritu en el organismo de su barco y a
pensar por él:
--Este andar no es para sangre marinera, con esta mar y esta brisa; hay
que arribar otra vez, aunque los garranchos abundan... Cuestión de
achicar, si es necesario. Dos garranchos a bordo. _(Alto.)_ Cuidadito
los pies, Nieves... y agarrarse... ¿Puede usted volver un poquito más la
cabeza a la izquierda?
--¡Yo lo creo! ¿Para que?
--Para que vea usted a Peleches desde aquí.
Volvióse Nieves como Leto quería, y exclamó al punto:
--¡Ay, qué bien se ve! Pero ¡qué en alto y qué lejos está y qué
iluminada la casa por el sol! Parece que nos está mirando con las
ventanas... ¿Nos verá alguien desde allí, Leto?
--Al balandro, como un papel de cigarro, puede; pero a nosotros,
dificilillo es a la simple vista... Agárrese usted, Nieves, que hay
mucha trapisonda y son muy fuertes los balances. Aquí no se puede decir,
como en bahía, que el barco paladea el agua; sino que la escupe y la
abofetea y la embiste, ¿no es verdad?... y hasta riñe con ella, que,
como usted puede observar, no se muerde la lengua tampoco... Vea usted
allá lejos unas lanchas corriendo un largo... Son _boniteras_, de
fijo... Así se pesca el bonito, a la _cacea_.
Poco después preguntó a Nieves, en cuya cara, más pálida que de
costumbre, no se leía otra expresión que la de una curiosidad
intensísima, si se daba por satisfecha con la prueba, o quería apurarla
más.
--Hasta ahora--respondió Nieves intrépida,--no ha metido el _yacht_ más
que una tabla; y usted me tiene dicho que puede con tres.
--Dos, Nieves...
--Tres, Leto: lo recuerdo bien.
--Conmigo, sí; pero llevándola a usted, no me atrevo.
--¿Teme usted dar la voltereta?
--Eso nunca; pero hay otros peligros...
--Pues las tres tablas quiero. Ya estoy acostumbrada a los balances, y
esto me va pareciendo delicioso.
Leto, a reserva de engañarla con un artificio bien disimulado, la
prometió complacerla, porque no tenía fuerza de voluntad para
contrariarla.
--Pues a ello--dijo--, y agárrese usted bien que voy a preparar la
arribada.
Apartó su atención de Nieves, y la puso toda en el _yacht_.
--La verdad es--pensaba--, que la ocasión es de oro para hacer eso y aun
otro tanto más; pero ¡carape!... no señor, no señor: tiento, tiento, que
no llevas a bordo sacos de paja... Y lo está deseando el maldito. ¡Qué
luego sintió la caña! ¡Allá vas! Ya está sorbido el carel... ¡Hola,
hola! garranchitos a mí por la proa, ¿eh? Toma ese hachazo por el
medio... y ese par de rociones para duchas... ¡Carape con la
recalcada!... Una tabla... Esto ya es andar... y embarcar agua
también... Pues otro poquito más de caña ahora... para probar... ¡nada
más que para probar!... Ya está la segunda. _(Alto)_. Vaya usted
contando, Nieves: dos tablas...
--Una y media--respondió Nieves al punto--. Hasta tres...
--¡No sea usted tentadora! Dejémoslo en las dos, y crea usted que es
bastante.
--¿Hay miedo, Leto?
--¡Tendría que ver!
--Pues lo parece.
--Vea usted los delfines otra vez... Los puede usted alcanzar con la
mano. ¿Serán capaces de pretenderlo, los muy sinvergüenzas? Pues al ver
lo que se arriman y se presumen... Las gaviotas... Mire usted esa nube
de ellas escarbando con las alas en el mar: allí hay un banco de
sardinas...
--Lo que usted quiere--dijo Nieves pasando su mirada firme de los
delfines y de las gaviotas a Leto--, es distraerme a mí del punto que
estábamos tratando; pero no le vale... ¡Las tres tablas, Leto!
Leto empezó a creer que no había modo de resistirla ni de engañarla...
--Pues las tres tablas--dijo--; pero ¡muchísimo cuidado, Nieves!
Y se dispuso a complacerla, comenzando por olvidarla para no ser más que
barco inteligente.
--Hay que volver a empezar--se decía--; y para esto, mejor era haberlo
hecho del primer tirón, porque la brisa arrecia y la trapisonda crece...
El carel... ¡por vida de la arfada!... De ésta, va a ser el pozo un baño
de pies... Más caña... ¡Uf!... ¡qué sensible y qué retozón está hoy el
condenado! En cuanto se le tocan las cosquillas, ya no le cabe en la
mar... Una tabla... y un garrancho. Después hablaremos de estas
rociadas, amigo Cornias... ¡Buena cabezada! Gracias que dimos en
blando... La arribada ahora... Dos tablas, y sin carnero a bordo... ¡y
qué andar, carape! Que nos alcancen galgos ni las toninas siquiera...
Pues toma más, ya que te gusta... ¡así! que no has de desarbolar por
ello ni por otro tanto encima... Y eso que parece que te duele el
aparejo, por lo que gime y se cimbrea y se tumba... ¡Ay, carape! que
esto tiene su borrachera como el vino... ¡Si me dejara llevar de
ella!... Pero, en fin, hasta las tres tablas, siquiera, que debemos...
falta una... ¡Toma más, bebe más, que más puedes! ¡Vaya si puedes!...
Hay que repetir la arribada con mayor energía... ¡Allá va!... ¡Ah,
carape, que se me fue la mano!...
Salió el barco como una exhalación, levantando lumbres del agua;
saltaron a bordo grandes chorros de ella; oyose un grito horripilante, y
desapareció Nieves entre las espumas que revolvía el _yacht_ por la
banda sumergida.
--¡Divino Dios!--clamó entonces Leto en un alarido que no parecía de voz
humana--. ¡Vira, Cornias!
Y se lanzó al mar detrás de Nieves.


--XVIII--
Bajo el tambucho

Creo que se nos desmaya, Cornias... Era de esperar... El horror, el
frío... ¡Desgraciada de ella... desgraciado de mí... desgraciados de
todos, si esto ocurre antes de llegar tú a recogernos! Ya no podía
más... me faltaban palabras para alentarla; fuerzas para sostenerla... y
para sostenerme yo mismo. ¡Qué situación, Cornias! ¡Qué cuarto de hora
tan espantoso! Anda más de prisa... Ten firme... Aquí, sobre este
banco... ¡Santo Dios! ¡si me parece que sueño!... Arrolla la colchoneta
por esa punta para quesirva de almohada... Así... Ahora convendría
reaccionarla; pero ¡cómo?... Con qué tenemos; pero ¡cómo? vuelvo a
decir... Destapa ese otro banco y saca cuantas ropas haya dentro del
cajón... ¡En el aire!... Yo, al armario de las bebidas alcohólicas...
¡Inspiración de Dios fue el conservarlas aquí!... ¡Y se resiste la
condenada vidriera!... Pues por lo más breve... ¿para qué sirven los
puños?... Hágase polvo este cristal, y el armario entero si es
preciso... Este ron de Jamaica es lo más apropiado... Una copa
también... Ampara tú esto de los balances, sobre la mesa... pero dame
primero una toalla de esas para secarme las manos, que chorrean agua...
¡Qué ha de suceder con esta chaqueta que es una esponja?... ¡Fuera con
ella!... Vete echando ron en la copa... Venga ahora... Pero aguárdate
que la enjugue antes la cara... ¡Dios de Dios! ¡que yo no pueda hacer
aquí lo que es más necesario... casi indispensable!... aflojarla estas
ropas empapadas... quitárselas de encima. ¡Si me fuera dado ver y no
ver; maniobrar con los ojos cerrados!... La copa enseguida... Ron en las
sienes... en las ventanillas de la nariz... entre los labios... ¡Pero si
con ese talle tan oprimido no pueden funcionar los pulmones!... Yo bien
veo dónde está la abertura de la coraza... pero ¡no sería una
profanación poner las manos ahí?... ¡No se me caerían de las muñecas?...
Y hay que hacer algo por el estilo, y sin tardanza... Por la espalda si
acaso... justo: la misma cuenta sale... Tu cuchillo, Cornias... Ayúdame
a ponerla boca abajo... ¡Dios me dé uno suficiente!... Por si acaso, el
filo hacia arriba... Ya está cortada la tela del vestido... Ahora las
trencillas del corsé... y estos cinturones... Esta es obra más fácil...
Trae aquel impermeable y tiéndele encima de ella y de mis manos, que no
tienen ojos... Así... Ya queda el tronco libre de ligaduras... a
volverla ahora de costado... ¿Ves cómo respira con menos dificultad?...
Más ron enseguida... ¡en el aire, Cornias! Le siente en los labios...
Ten la copa un instante mientras la incorporo yo... Así... ¡Nieves!...
¡Nieves!... Dame la copa tú. ¡Nieves!... un sorbito de esta bebida para
entrar en calor... A ver, poquito a poco... Allá va... ¡Lo paladea,
Cornias, lo paladea... y entreabre los ojos! ¡Sea Dios bendito!... Otro
sorbo más, Nieves, hasta apurar la copa, aunque le repugne a usted: es
esencia de vida... ¡Ajá!... Prepara otra, Cornias, por si acaso... Mira,
hombre, ¡todavía conserva en el pecho parte de las flores que se había
prendido esta mañana!... Sobre que se están cayendo... Toma. No las
tires: guárdalas en ese armario abierto... por si pregunta por ellas...
¿Se siente usted mejor, Nieves? ¿Quiere usted otro poco de la misma
bebida para acabar de reaccionarse?... ¡Mira, Cornias, qué fortuna en
medio de todo! Ya vuelve en sí... ya está en sus cabales... ¡Bendito sea
Dios!
El pudor, que es el sentimiento más afinado en la naturaleza de la
mujer, fue lo primero que vibró en la de Nieves al recobrar ésta el
dominio de su razón. Notó la flojedad del cuerpo de su vestido, mirose,
le vio desentallado, reparó en el impermeable que la cubría los hombros;
Y con una mirada angustiosa preguntó a Leto la causa de ello.
--Lo he rasgado yo--respondiola el mozo, tan ruborizado como la
interpelante--, porque era de necesidad abrir por algún lado para que
usted respirara con desahogo.... y elegí ese lado de atrás por parecerme
menos... vaya, menos... y aun eso se hizo, al llegar al corsé, bajo el
impermeable que no se le ha vuelto a quitar a usted de encima. ¿Es
cierto, Cornias?
Cornias dijo que sí; y Nieves bajó la cabeza, estremeciose, y se arropó
con el impermeable. Estaba pálida como un lirio, casi amoratada;
chorreábale el agua por cabellos y vestido, y había una verdadera laguna
en el suelo de la cámara; porque Leto, por su parte, era una esponja
inagotable, de pies a cabeza.
--Ahora, Nieves--la dijo éste casi imperativamente, pero traduciéndosele
en la voz y en la mirada la compasión y el interés de que estaba
poseído--, va usted a hacer, sin un momento de tardanza, lo que debió de
haberse hecho en un lugar de lo poco que yo hice... porque no me era
lícito hacer más: está usted empapada en agua, está usted fría; y eso no
es sano: hay que quitarse esa ropa... ¡toda la ropa! enjugarse bien,
friccionarse si es preciso, y volverse a arropar: yo no tengo vestidos
que ofrecerla a usted, ni en estas soledades han de hallarse a ningún
precio; pero tengo algo seco, limpio y muy a propósito para que pueda
usted envolverse en ello y abrigarse... Vea usted una... dos... tres
grandes sábanas de felpa... dos toallas... unas pantuflas sin estrenar,
algo cumplidas de tamaño; pero donde cabe lo más, cabe lo menos... Otro
impermeable... ¿Se acuerda usted de la tarde en que les enseñé estas
prendas visitando ustedes esta cámara? ¡Mal podía imaginarme yo entonces
el destino que les estaba reservado para hoy! En medio de todo, bendito
sea Dios, que menos es nada... Conque a ello, Nieves... y tome usted
antes otros dos sorbos de ron para rehacerse un poquito más... No
insistiría, porque sé que le repugna este licor, si tuviera usted quién
la ayudara en la tarea en que va a meterse; pero, desgraciadamente,
tiene usted que arreglarse sola, y hay que cobrar fuerzas... Vamos, otro
sorbito... y tú, Cornias, ¡listo a pasar un lampazo por estos suelos!...
Vea usted bien, Nieves: sobre la mesa pongo, para que las tenga usted
más a la mano, las sábanas, las toallas y las babuchas... Allí queda el
capuchón impermeable; y la botella del ron para el uso que la indiqué
antes y la recomiendo mucho, en este armario... Después se pasa usted a
aquel otro banco que está seco, y se acuesta un ratito... Para su mayor
tranquilidad, voy a correr las cortinillas de los tragaluces... No hay
ojos humanos en el _yacht_ capaces de un atrevimiento semejante; pero
usted no tiene obligación de creerlo... ¿Ve usted? Después de corridas
las cortinillas, queda sobrada claridad para lo que tiene usted que
hacer... ¡Ah! por si le ocurre llamar mientras esté sola aquí adentro:
esta puerta de entrada tiene un cuarterón de corredera: observe usted
cómo se abre y se cierra... Por aquí puede usted pedir lo que
necesite... ¡Listo, Cornias, que apura el tiempo!... Conque ¿estamos
conformes, Nieves? ¿Hay fuerzas? ¿Sí? Pues a ello sin tardar un
instante. Y ¡ánimo! que Dios aprieta, pero no ahoga.
Nieves, que había estado con la mirada fija en Leto, sin perder una
palabra, ni un movimiento, ni un ademán del complaciente muchacho en su
afanoso ir y venir, cuando le tuvo delante, a pie firme y en silencio
pidiéndola una respuesta, se la dio en una sonrisa muy triste, pero muy
dulce.
Enseguida se llevó ambas manos a la frente y se estremeció de nuevo,
exclamando:
--¡Dios mío, qué ideas me acometen de pronto, tan negras, tan raras!...
¡qué sobresaltos, qué visiones!... Estoy como en una pesadilla
horrorosa... Mi pobre padre, tan tranquilo y descuidado en Peleches; yo,
sin saberlo él, aquí ahora, de esta traza, en este mechinal... y un
momento hace... ¡Dios eterno!... Leto... yo estoy viva de milagro... yo
he debido de ahogarme hoy.
--No, señora,--respondió Leto muy formal.
--¡Que no? Pues si no es por usted, primero, y por la destreza de
Cornias enseguida... confesada por usted mismo cuando le veía
acercarse...
--Cornias ha cumplido con su deber, como yo he cumplido con el mío; pero
usted no podía ahogarse de ningún modo...
--¿Por qué?
--Porque... porque no: porque para ahogarse usted era preciso que antes
me hubiera ahogado yo, y después el _yacht_ con Cornias adentro, y
después los peces de la mar, y la mar misma en sus propias entrañas, ¡y
hasta el universo entero!... porque hay cosas que no pueden suceder ni
concebirse, y por eso no suceden... Y ¡por el amor de Dios! esparza
usted ahora esos tristes pensamientos, como yo esparzo los míos... que
son bien tristes también, y muy mortificantes y muy negros, y conságrese
sin perder minuto a hacer lo que la tengo recomendado; porque no da
espera. Tiempo sobrado nos quedará después para hablar de eso... y
entregarme yo a la Guardia civil para que, atado codo con codo, me lleve
a la cárcel, y después me den garrote vil en la plaza de Villavieja.
--¡A usted, Leto?
--A mí, sí; porque, en buena justicia, debió de haberme tragado la mar
en cuanto la puse a usted en brazos de Cornias.
--Pero ¿habla usted en broma o en serio?--le preguntó Nieves,
contristada con el tono y el ademán casi feroces de Leto.
--Pues ¿no ha conocido usted que es broma para distraerla de sus
visiones?--respondió éste fingiendo una risotada de mala manera,
abochornado por su imprudente sinceridad--. Lo que la repito en serio es
que urge quitarse todas esas ropas mojadas.
--¿Y las de usted?--le dijo a él Nieves viendo cómo le chorreaba el agua
por las perneras abajo--, ¿ son ropas mojadas?
--Las mías--respondió Leto,--no hacen daño donde están ahora: somos
antiguos y buenos amigos el agua salada y yo... Además, ya están casi
secas y acabarán de secarse al aire libre, adonde voy a ponerlas
enseguida con el permiso de usted. Vamos a ir empopados, y cuento con
llegar al puerto en tres cuartos de hora; echemos otro hasta el muelle:
la hora justa desde aquí... Téngalo usted presente para hacer su
toilette... y hasta luego.
Con esto salió de la cámara, cerró la puerta y voceó a Cornias, que ya
estaba esperándole con la maniobra aclarada y la sangre helada aún en
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