Historia del levantamiento, guerra y revolución de España (2 de 5) - 07

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citada ley de Partida en que estribaba la opinión para reducir los
centrales y la formación de regencia, puede decirse que nunca fue
cumplida, empezando por la misma minoridad de Don Fernando IV el
Emplazado, nieto del legislador que promulgó la ley, y acabando en la
de Carlos II de Austria. La otra petición del consejo de suprimir las
juntas provinciales, pareció sobradamente desacordada. Perjudicial la
conservación de estas en tiempos pacíficos y serenos, no era todavía
ocasión de abolirlas permaneciendo el enemigo dentro del reino, y solo
sí de deslindar sus facultades y limitarlas. Tampoco agradó, aunque en
apariencia lisonjera, la 3.ª petición de convocar la representación
nacional. Dudábase de la buena fe con que se hacía la propuesta;
habiéndose constantemente mostrado el consejo hosco y espantadizo a
solo el nombre de cortes, sin contar con que se requería más espacio
para convenir en el modo de su llamamiento, conforme a las mudanzas
acaecidas en la monarquía. Las insinuaciones del consejo se llevaron
pues tan a mal que, intimidado, no insistió por entonces en su empeño.
[Marginal: Dictamen de Jovellanos.]
Coincidía sin embargo hasta cierto punto con su dictamen el de algunos
individuos de la central, y de los más ilustrados, entre ellos el de
Jovellanos. Desde el día de la instalación y reuniéndose a puerta
cerrada mañana y noche, fue uno de los primeros acuerdos de la junta
nombrar una comisión de cinco vocales que hiciese su reglamento
interior. En ella provocó Jovellanos como medida previa, tratar de la
institución y forma del nuevo gobierno. No asintiendo los otros a su
parecer, le reprodujo el 7 de octubre en el seno de la misma junta,
pidiendo que se anunciase inmediatamente «a la nación que sería reunida
en cortes luego que el enemigo hubiese abandonado nuestro territorio,
y si esto no se verificase antes, para el octubre de 1810; que desde
luego se formase una regencia interina en el día 1.º del año inmediato
de 1809; que instalada la regencia quedasen existentes la junta central
y las provinciales; pero reduciendo el número de vocales en aquella a
la mitad, en estas a cuatro, y unas y otras sin mando ni autoridad,
y solo en calidad de auxiliares del gobierno.» Este dictamen, aunque
justamente apreciado, no fue admitido, suspendiéndose para más adelante
su resolución. Creían unos que era más urgente ocuparse en medidas de
guerra que en las políticas y de gobierno, y a otros pesábales bajar
del puesto a que se veían elevados. Era también dificultoso agradar
a las provincias en la elección de regencia: esta solamente había de
constar de 3 o 5 individuos, y no siendo por tanto dado a todas ellas
tener en su seno un representante, hubieran nacido de su formación
quejas y desabrimientos. Además el gobierno electivo y limitado de la
regencia, sin el apoyo de otro cuerpo más numeroso y que deliberase
en público como el de las cortes, no hubiera probablemente podido
resistir a los embates de la opinión tan varia y suspicaz en medio
de agitaciones y revueltas. Y la convocación de aquellas según hemos
insinuado pedía más desahogo y previa meditación: por cuyas causas y
la premura de los tiempos continuó la junta central en todo el goce y
poderío de la autoridad soberana.
[Marginal: Forma interior de la central.]
En su virtud y para el mejor y más pronto despacho de los negocios,
arregló su forma interior y se dividió en otras tantas secciones
cuantos ministerios había en España, a saber: estado, gracia y
justicia, guerra, marina y hacienda, resolviendo en sesiones plenas las
providencias que aquellas proponían. [Marginal: Don Manuel Quintana.] Y
para reducir su acción a unidad, se creó una secretaría general a cuya
cabeza se puso al célebre literato y buen patriota Don Manuel Quintana:
elección que a veces sirvió al crédito de la central, pues valiéndose
de su pluma para proclamas y manifiestos, medía la muchedumbre por la
dignidad del lenguaje las ideas y providencias del Gobierno.
[Marginal: Primeras providencias y decretos de la central.]
Desgraciadamente estas no correspondieron a aquel durante los primeros
meses. Por de pronto y antes de todo ocupáronse los centrales en
honores y condecoraciones. Al presidente se le dio el tratamiento
de alteza, a los demás vocales el de excelencia, reservándose el de
majestad a la junta en cuerpo. Adornaron sus pechos con una placa que
representaba ambos mundos, se señalaron el sueldo de 120.000 reales, e
incurrieron por consiguiente en los mismos deslices que las juntas de
provincia, sin ser ya iguales las circunstancias.
No desdijeron otros decretos de estos primeros y desacertados. Mandose
suspender la venta de manos muertas, y aun se pensó en anular los
contratos de las hechas anteriormente. Permitiose a los exjesuitas
volver a España en calidad de particulares. Restableciéronse las
antiguas trabas de la imprenta, y se nombró inquisidor general; y
afligiendo y contristando así a los hombres ilustrados, la junta ni
contentó ni halagó al clero, sobradamente avisado para conocer lo
inoportuno de semejantes providencias.
Por otra parte, tampoco acallaba las hablillas y disgusto que aquellas
promovían con las que tomaba en lo económico y militar. Verdad es que
si algún tanto dependía su inacción de las vanas ocupaciones en que se
entretenía, gran parte tuvo también en ella el estado lastimoso de la
nación, la cual, habiendo hecho un extraordinario esfuerzo, ya casi
exhausta al levantarse en mayo, acabó de agotar sus recursos para hacer
rostro a las urgentes necesidades del momento. Y la administración
pública, de antemano desordenada, desquiciándose del todo con el gran
sacudimiento, yacía por tierra. Reconstruirla era obra más larga y no
propia de un gobierno como la central, cuya forma si bien imposible o
difícil de mejorarse entonces, no por eso dejaba de ser viciosísima
y monstruosa: puesto que cuerpo sobradamente numeroso como potestad
ejecutiva, resolvía lentamente por lo detenido y embarazoso de sus
deliberaciones, y escaso de vocales para ejercer la legislativa, ni
podían ilustrarse suficientemente las materias, ni buscar luces ni
arrimo en la opinión, teniendo que ser secretas sus disensiones por la
índole de su institución misma.
[Marginal: Su manifiesto en 10 de noviembre.]
Trató no obstante la central, aunque perezosamente, de bienquistarse
con la nación, circulando en 10 de noviembre un manifiesto, que llevaba
la fecha de 26 de octubre, y en el que con maestría se trazaba el
cuadro del estado de cosas y la conducta que la junta seguiría en su
gobierno. No solamente mencionaba en su contenido los remedios prontos
y vigorosos que era necesario adoptar, no solo trataba de mantener para
la defensa de la patria 500.000 infantes y 50.000 caballos, sino que
también daba esperanza de que se mejorarían para lo venidero nuestras
instituciones. Si este papel se hubiera esparcido con anticipación,
y sobre todo si los hechos se hubieran conformado con las palabras,
asombroso y fundado hubiera sido el concepto de la junta central. Mas
había corrido el mes de octubre, entrado noviembre, comenzado las
desgracias, y no por eso se veía que los ejércitos se proveyesen y
aumentasen.
[Marginal: Distribución de los ejércitos.]
Estos habían sido divididos por decreto suyo en cuatro grandes y
diversos cuerpos. 1.º Ejército de la izquierda que debía constar del de
Galicia, Asturias, tropas venidas de Dinamarca, y de la gente que se
pudiera allegar de las montañas de Santander y país que recorriese. 2.º
Ejército de Cataluña compuesto de tropas y gente de aquel principado,
de las divisiones desembarcadas de Portugal y Mallorca, y de las que
enviaron Granada, Aragón y Valencia. 3.º Ejército del centro que
debía comprender las cuatro divisiones de Andalucía y las de Castilla
y Extremadura con las de Valencia y Murcia, que habían entrado en
Madrid con el general Llamas. También había esperanzas de que obrasen
por aquel lado los ingleses en caso de que se determinasen a avanzar
hacia la frontera de Francia. 4.º Ejército de reserva, compuesto de
las tropas de Aragón y de las que durante el sitio de Zaragoza se les
habían agregado de Valencia y otras partes. Nombrose también una junta
general de guerra, y presidente de ella al general Castaños, aunque por
entonces debía seguir al ejército. Mas estas providencias no tuvieron
entero y cumplido efecto, impidiéndolo en parte otras disposiciones, y
los contratiempos y desastres que sobrevinieron, en cuya relación vamos
a entrar.
[Marginal: Su marcha.]
Ya antes de la instalación de la central y en el consejo militar
celebrado en Madrid en 5 de septiembre de que hicimos mención, se había
acordado que al paso que el general Llamas con las tropas de Valencia y
Murcia marchase a Calahorra, y Castaños con las de Andalucía a Soria,
se arrimaran Cuesta y las de Castilla al Burgo de Osma, y Palafox con
las suyas a Sangüesa y orillas del río Aragón; recomendando además a
Galluzo que mandaba las de Extremadura el ir a unirse a las que se
encaminaban al Ebro. Blake por su lado debía avanzar con los gallegos
y asturianos hacia Burgos y provincias vascongadas. Descabellado
como era el plan, desparramando sin orden en varios puntos y en
una línea extendida, escasas, mal disciplinadas y peor provistas
tropas, se procedió despacio en su ejecución, no habiéndose nunca del
todo realizado. Nuevas disputas y pasiones contribuyeron a ello, y
principalmente lo mal entendido y combinado del mismo plan, falta de
recursos, desorden en la distribución y aquella lentitud característica
al parecer de la nación española, y de la que según el gran Bacon había
ya en su tiempo nacido el proverbio:[*] [Marginal: (* Ap. n. 6-4.)]
«_Me venga la muerte de España_, porque vendría tarde.»
[Marginal: Marcha del de Galicia.]
Con todo, el ejército de Galicia después de la rota de Rioseco,
habiéndose algún tanto organizado en Manzanal y Astorga, emprendió su
marcha a las órdenes de su general Don Joaquín Blake en los últimos
días de agosto, y dividido en tres columnas se dirigió por la falda
meridional de la cordillera que separa a León y a Burgos de Asturias
y Santander. Al promediar el mes se hallaban las tres columnas en
Villarcayo, punto que se tuvo por acomodado y central para posteriores
operaciones. Ascendía su número a 22.728 infantes y 400 caballos
distribuidos en cuatro divisiones. La cuarta al mando del marqués de
Portago se movió la vuelta de Bilbao para asegurar la comunicación con
aquella costa, y esperando sorprender a los franceses. Mas avisados
estos por los tiros indiscretos de una avanzada española, pudieron con
corta pérdida retirarse y desocupar la villa. No la guardaron mucho
tiempo nuestras tropas, porque revolviendo sobre ellas con refuerzo el
mariscal Ney, recién llegado de Francia, obligó a Portago a recogerse
por Valmaseda sobre la Nava. [Marginal: Ocupa Bilbao.] Insistió días
después el general Blake en recuperar Bilbao, y acudiendo en persona
con superiores fuerzas, necesario le fue al general francés Merlin
evacuar de nuevo dicha villa en la noche del 11 de octubre.
[Marginal: Marcha del de Asturias.]
En el mismo día, y ocupando Quincoces, orilla izquierda del Ebro,
se incorporaron al ejército de Galicia las tropas de Asturias,
capitaneadas por Don Vicente María de Acevedo. Había este sucedido en
el mando, desde 28 de junio, al marqués de Santa Cruz de Marcenado, a
cuyo patriotismo e instrucción no acompañaban las raras prendas que
pide la formación de un ejército nuevo y allegadizo. El Acevedo militar
antiguo, firme y severo, y adornado de luces naturales y adquiridas,
había conseguido disciplinar bastantemente 8000 hombres, con los que
resolvió salir a campaña. Iban en dos trozos, uno le regía Don Cayetano
Valdés, otro Don Gregorio Quirós. Jefe de escuadra el primero, le vimos
en Mahón mandando a principios de año la fuerza naval surta en aquel
puerto, y ya antes la nación le había distinguido y colocado entre sus
mejores y más arrojados marinos. Al ruido del alzamiento de Asturias
había acudido a esta provincia, cuna de su familia. El segundo,
natural de ella y oficial de guardias españolas, era justamente tenido
por hombre activo, inteligente y bizarro. Unidas pues las tropas de
Asturias y Galicia, concertaron sus movimientos, y el 25 de octubre se
situó el general Blake con parte de ellas entre Zornoza y Durango.
[Marginal: Cuesta, su conducta.]
Al propio tiempo Don Gregorio de la Cuesta antes que en cumplir
lo acordado en 5 de septiembre en Madrid, pensó en satisfacer sus
venganzas. Referimos cómo de vuelta de la capital había detenido y
preso en el alcázar de Segovia a los diputados de León Don Antonio
Valdés y vizconde de Quintanilla. Adelante con su propósito quería
juzgarlos como rebeldes a su autoridad en consejo militar, escogiendo
para fiscal de la causa al conde de Cartaojal. Dispuso también que
la ciudad de Valladolid nombrase en su lugar otros dos vocales
por Castilla, con lo que hubieron de aumentarse los choques y
la confusión. Felizmente no halló Cuesta abrigo en la opinión, y
desaprobando la central su conducta, le mandó comparecer en Aranjuez,
y previno a Cartaojal que soltase los presos. Obedecieron ambos,
[Marginal: Le suceden Eguía y Pignatelli.] y puesto el ejército de
Castilla bajo las órdenes de su segundo jefe Don Francisco Eguía, se
acercó a Logroño en donde definitivamente le sucedió y tomó el mando
Don Juan Pignatelli. Mas estas mudanzas y trasiego de jefes menguó y
desconcertó la tropa castellana, llena sí de entusiasmo y ardor, pero
bisoña y poco arreglada. Su número no pasaba de 8000 hombres con pocos
caballos.
[Marginal: Marcha de Llamas.]
Por su parte y deseoso de poner en práctica el plan resuelto, partió
de Madrid el primero de todos y en septiembre Don Pedro González de
Llamas. Mandaba a los valencianos y murcianos con que había entrado en
la capital, y salió de ella con unos 4500 hombres infantes y jinetes.
Enderezó su marcha a Alfaro, orilla derecha de Ebro, y situó en
primeros de octubre su cuartel general en Tudela. Siguiéronle de cerca
la 2.ª y 4.ª división de Andalucía regidas ambas por el general Don
Manuel de la Peña, y cuya fuerza ascendía a 10.000 hombres. Castaños
permaneció en Madrid y no faltaba quien motejase su tardanza, en la que
tuvieron principal parte manejos y tramas del consejo, y celos, piques
y desavenencias de la junta de Sevilla.
[Marginal: Detención de Castaños en Madrid.]
Dijeron algunos que también se detenía, esperanzado en que la central
le nombraría generalísimo, en remuneración de lo que había trabajado
por instalarla. Apoyaban la conveniencia de semejante medida Sir
Carlos Stuart, que de Galicia había venido a Madrid y Aranjuez, y lord
William Bentinck, enviado desde Portugal por el general Dalrymple
para concertarse con Castaños acerca de las operaciones militares.
El pensamiento era, sin duda, útil para la unión y conformidad en la
dirección de los ejércitos; pero a su cumplimiento se oponían las
rivalidades de otros generales, las que reinaban dentro de la misma
junta central y el temor de que no tuviese Castaños la actividad y
firmeza que aquellos tiempos requerían.
[Marginal: Su salida.]
Salió este al fin de Madrid el 8 de octubre, y el 17 llegó a Tudela.
Convidado por Palafox pasó a Zaragoza, y allí acordaron el 20,
[Marginal: Plan concertado con Palafox.] como continuación de lo antes
resuelto, que el ejército del centro con el de Aragón amenazase a
Pamplona, poniéndose una división a espaldas de esta plaza al mismo
tiempo que el de Blake, a quien se enviaría aviso, marchase por la
costa a cortar la comunicación con Francia.
Al último le dejamos entre Zornoza y Durango; los dos primeros, o sea
más bien la parte de ellos que se había acercado al Ebro, estaba por
entonces así distribuida. A Logroño le ocupaban los 8000 castellanos
al mando de su general Don Juan de Pignatelli; a Lodosa Don Pedro
Grimarest con la 2.ª división de Andalucía, estando la 4.ª a las
órdenes de Don Manuel de la Peña en Calahorra, y siendo ambas de
10.000 hombres, según queda dicho. Los 4500 valencianos y murcianos
permanecían situados en Tudela y a su frente D. Pedro Roca, sucesor
de Llamas, encargado de otro puesto cerca del gobierno supremo. Del
ejército de Aragón había en Sangüesa 8000 hombres que regía Don Juan
O’Neille, enviado de Valencia con un corto refuerzo, y a su retaguardia
en Egea otros 5000 al mando de Don Felipe Saint-March. Con tan contadas
fuerzas y en línea tan dilatada, juzgaron los prudentes y entendidos
ser desacertado el plan convenido en Zaragoza para tomar la ofensiva;
puesto que el total de soldados españoles, [Marginal: Fuerza de los
ejércitos españoles.] avanzados a mediados de octubre hasta Vizcaya y
orillas de Ebro, no llegaba a 70.000 hombres, teniendo Blake 30.000
asturianos y gallegos [los de Romana todavía no estaban incorporados],
y Castaños unos 36.000 entre castellanos, andaluces, valencianos,
murcianos y aragoneses. Parecerá tanto más arreglado a la razón aquel
dictamen, si volviendo la vista al enemigo examinamos su estado, su
número, su posición.
[Marginal: Situación de José y del ejército francés.]
José Bonaparte después de haber salido de Madrid había permanecido en
los lindes de la provincia de Burgos o en Vitoria. Allí se entretuvo
en dar algunos decretos, en trazar marchas y expediciones que no
tuvieron cumplido efecto, y en crear una orden militar. Sus ministros
apremiados por las circunstancias presentaron un escrito [Marginal:
Exposición de sus ministros. (* Ap. n. 6-5.)] en el que [*] «exponiendo
que el interés de España exigía no confundir su buena armonía y amistad
para con la Francia, con su cooperación a los fines y planes de mayor
extensión en que se hallaba empeñado el jefe de ella...» indicaban
que... «convenía poder anunciar a la nación que aunque gobernada por
el hermano del emperador conforme a los tratados de Bayona, fuese libre
de ajustar una paz separada con la Inglaterra... que esto calmaría las
fundadas zozobras sobre las posesiones de América... etc., etc.» El
escrito se creyó digno de ser presentado a Napoleón, y para llevarle y
apoyarle de palabra fueron en persona a París los ministros Azanza y
Urquijo. Por loables que fuesen las intenciones de los que escribieron
la exposición, no se hace creíble dieran aquel paso con probabilidad
de buen éxito conociendo a Napoleón y su política, o si tal pensaron,
forzoso es decir que andaban harto desalumbrados. Mas el emperador
de los franceses no paró mientes en los discursos de los ministros
españoles de José, y solo se ocupó en mejorar y reforzar su ejército.
Este, en los primeros tiempos de su retirada, había caído en gran
desánimo, y los más de sus soldados, excepto los del mariscal
Bessières, iban al Ebro casi sin orden ni formación. Perseguidos
entonces e inquietados, fácilmente hubieran sido del todo desranchados
y dispersos, o por lo menos no se hubieran detenido hasta pisar
tierra de Francia. Pero los españoles descansando sobre los laureles
adquiridos, flojos, escasos también de recursos, les dieron espacio
para repararse. Así fue que los franceses ya más serenos y engrosados
con gente de refresco, [Marginal: Fuerza del ejército francés.] se
distribuyeron en tres grandes cuerpos, el del centro mandado por el
mariscal Ney, que ya dijimos acababa de llegar de Francia, y los de la
izquierda y derecha gobernados cada uno por los mariscales Moncey y
Bessières. Había además una reserva compuesta en parte de soldados de
la guardia imperial, y en donde estaba José con el mariscal Jourdan,
su mayor general, enviado de París últimamente para desempeñar
aquel cargo. De suerte, que todos juntos componían en septiembre una
masa compacta de más de 50.000 combatientes, entre ellos 11.000 de
caballería, con la particular ventaja de estar reconcentrados y prontos
a acudir por el radio a cualquier punto que fuese acometido, cuando
los nuestros para darse la mano tenían que recorrer la extendida y
prolongada curva que formaban en torno de los enemigos, quienes sin
contar con los de Cataluña y guarniciones de Pamplona y San Sebastián
estaban también respaldados por fuerzas que mandaba en Bayona el
general Drouet, y con la confianza de recibir de su propio país por la
inmediación todo género de prontos y eficaces auxilios.
[Marginal: Movimiento de los españoles.]
A pesar de eso y de aumentarse sus filas cada día con nuevas tropas,
manteníanse los franceses quietos y sobre la defensiva, a tiempo que
los españoles trataron de ejecutar el plan adoptado en Zaragoza. Era
el 27 de octubre el señalado para dar comienzo a la empresa, mas
días antes ya habían los nuestros con su impaciencia movídose por su
frente. Los castellanos desde Logroño, sentado a la margen derecha del
Ebro, cruzando a la opuesta, se habían adelantado a Viana, y Grimarest
extendídose desde Lodosa a Lerín. Los aragoneses por el lado de
Sangüesa también avanzaron acompañados de muchos paisanos. Y tan grande
fue el número de estos, que Moncey sobresaltado dio cuenta a José,
quien destacó del cuerpo de Bessières dos divisiones para reforzar las
tropas que estaban por la parte de Aragón y Navarra.
El 20 de octubre mandó el general Grimarest a Don Juan de la Cruz
Mourgeon ocupar Lerín con los tiradores de Cádiz, una compañía de
voluntarios catalanes y unos cuantos caballos. Para apoyarle quedaron
en Carcar y Sesma otros destacamentos. Cruz tenía orden de retirarse
si le atacaban superiores fuerzas, y habiendo expuesto lo difícil de
ejecutar dicha orden caso de que el enemigo se posesionase con su
caballería de un llano que se extiende de Lerín camino de Lodosa, le
ofreció Grimarest sostenerle con oportuno socorro.
[Marginal: Acción de Lerín, 26 de octubre.]
Cruz en cumplimiento de lo que se le mandaba fortificó según pudo el
convento de Capuchinos y el palacio cuyo edificio había de ser su
último refugio. No tardó en saber que iba a ser atacado, y de ello dio
aviso el 25 al general Grimarest. En efecto en la madrugada del 26
le acometieron los enemigos valerosamente rechazados por sus tropas.
Con más gente insistieron aquellos en su propósito a las nueve de la
mañana, y los nuestros replegándose al palacio no dieron oídos a la
intimación que de rendirse se les hizo. Renovaron varias veces los
franceses sus embestidas con 6000 infantes, con artillería y 700 u
800 caballos, y los de Cruz que no excedían de 1000 continuaron en
repelerlos hasta entrada la noche con la esperanza de que Grimarest,
según lo prometido, vendría en su auxilio. Los destacamentos de
Carcar y Sesma aunque lo intentaron no pudieron por su corta fuerza
dar ayuda. Amaneció el día siguiente, y sin municiones ni noticia
de Grimarest se vio forzado Cruz a capitular con el enemigo, quien
celebrando su valor y el de su gente, le concedió salir del palacio
con todos los honores de la guerra, debiendo después ser canjeados por
otros prisioneros. Brillante acción fue la de Lerín aunque desgraciada,
siendo los tiradores de Cádiz soldados nuevos, no familiarizados con
los rigores de la guerra. Censurose al Grimarest haber avanzado hasta
Lerín aquellas tropas para abandonarlas después a su aciaga suerte;
pues en vez de correr en su auxilio, con pretexto de una orden de La
Peña evacuó a Lodosa, y repasando el Ebro se situó en la torre de
Sartaguda.
O’Neille, más dichoso en aquellos días, obligó al enemigo a retirarse
de Nardues a Monreal: corta compensación de la anterior pérdida y de la
que se experimentó en Logroño. El mariscal Ney había atacado y repelido
el 24 los puestos avanzados de las tropas de Castilla, colocándose el
25 en las alturas que hacen frente a aquella ciudad del otro lado del
Ebro. El general Castaños, que entonces se encontraba allí, mandó a
Pignatelli que sostuviese el punto, a no ser que los enemigos cruzando
el río se adelantasen por la derecha, en cuyo caso se situaría en la
sierra de Cameros sobre Nalda. Ordenó también que el batallón ligero
de Campomayor fuese a reforzarle y desalojar al enemigo de las alturas
ocupadas. [Marginal: Retirada de los castellanos de Logroño.] Inútiles
prevenciones. Castaños volvió a Calahorra, y Pignatelli evacuó el 27
a Logroño con tal precipitación y desorden, que no parando hasta
Cintruénigo, dejó al pie de la sierra de Nalda sus cañones, y los
soldados desparramados, que durante veinticuatro horas le siguieron
unos en pos de otros. El pavor que se había apoderado de sus ánimos
era tanto menos fundado, cuanto que 1500 hombres al mando del conde de
Cartaojal, volviendo a Nalda, recobraron los cañones en el sitio en que
quedaron abandonados, y a donde no había penetrado el enemigo.
[Marginal: Arreglo que en su ejército hace el general Castaños.]
El general Castaños, justamente irritado contra Pignatelli, le quitó
el mando, e incorporando la colecticia gente de Castilla en sus otras
divisiones, hizo algunas leves mudanzas en su ejército. Por de pronto
formó una vanguardia de 4000 hombres de infantería y caballería,
regida por el conde de Cartaojal, la cual había de maniobrar por las
faldas de la sierra de Cameros desde el frente de Logroño hasta el
de Lodosa, y dio el nombre de 5.ª división a los 4500 valencianos y
murcianos repartidos entre Alfaro y Tudela, al mando de Don Pedro Roca.
[Marginal: Se sitúa en Cintruénigo y Calahorra.] Reconcentró la demás
fuerza en Calahorra y sus alrededores, y escarmentado con lo ocurrido
se resolvió antes de emprender cosa alguna a aguardar las demás tropas
que debían agregarse al ejército del centro, y respuesta del general
Blake al plan comunicado.
[Marginal: Napoleón.]
Napoleón en tanto se preparaba a destruir en su raíz la noble
resistencia de un pueblo cuyo ejemplo era de temer cundiese a las
naciones y reyes que gemían bajo su imperial dominación. En un
principio se había figurado que con las tropas que tenía en la
península podría comprimir los aislados y parciales esfuerzos de los
españoles, y que su alzamiento de corta duración pasaría silencioso
en la historia del mundo. Desvanecida su ilusión con los triunfos
de Bailén, la tenaz defensa de Zaragoza y las proezas de Cataluña y
Valencia, pensó apagar con extraordinarios medios un fuego que tan
grande hoguera había encendido. Fue anuncio precursor de su propósito
el publicar en 6 de septiembre en el _Monitor_ y por primera vez una
relación circunstanciada de las novedades de la península, si bien
pintadas y desfiguradas a su sabor.
[Marginal: Su mensaje al senado.]
Había precedido en 4 del mismo mes a esta publicación un mensaje del
emperador al senado con tres exposiciones, de las que dos eran del
ministro de negocios extranjeros Mr. de Champagny y una del de la
guerra Mr. Clarke. Las del primero llevaban fecha de 24 de abril y
1.º de septiembre. En la de abril después de manifestar Mr. Champagny
la necesidad de intervenir en los asuntos de España, asentaba que la
revolución francesa habiendo roto el útil vínculo que antes unía a
ambas naciones gobernadas por una sola estirpe, era político y justo
atender a la seguridad del imperio francés, y libertar a España del
influjo de Inglaterra; lo cual, añadía, no podría realizarse, ni
reponiendo en el trono a Carlos IV ni dejando en él a su hijo. En la
exposición de septiembre hablábase ya de las renuncias de Bayona, de
la constitución allí aprobada, y en fin se revelaban los disturbios
y alborotos de España, provocados según el ministro por el gobierno
británico que intentaba poner aquel país a su devoción y tratarle
como si fuera provincia suya. Mas aseguraba que tamaña desgracia nunca
se efectuaría estando preparados para evitarla 2.000.000 de hombres
valerosos que arrojarían a los ingleses del suelo peninsular.
[Marginal: Leva de nuevas tropas.]
Pronosticaban tan jactanciosas palabras demanda de nuevos sacrificios.
Tocó especificarlos a la exposición del ministro de la guerra. En ella
pues se decía, que habiendo resuelto S. M. I. juntar al otro lado
de los Pirineos más de 200.000 hombres, era indispensable levantar
80.000 de la conscripción de los años 1806, 7, 8 y 9, y ordenar que
otros 80.000 de la del 10 estuviesen prontos para el enero inmediato.
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